Comentario por © Daniel Soutullo
James Watson, nacido en 1928, es uno de los iconos de la biología molecular a nivel mundial. Fue codescubridor, junto con Francis Crick, de la estructura del ADN en 1953, cuando aún no había cumplido los 25 años. Recibió por este descubrimiento el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1962. Aumentó su fama hasta alcanzar la celebridad por la publicación de su libro autobiográfico La doble hélice (1968). Fue el primer director del Proyecto Genoma Humano, dependiente de Los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de los Estados Unidos y ha dirigido desde 1976 el laboratorio de Cold Spring Harbor, uno de los más prestigiosos del mundo, del que en la actualidad es su presidente.
Estas breves pero sobresalientes credenciales bastarían para que un libro de Watson no deba pasar desapercibido. Para cualquier lector mínimamente interesado en las repercusiones sociales de la biología moderna (especialmente de la genética y de la biología molecular) los escritos de Watson pueden provocar cualquier sensación menos la de indiferencia, no tanto por el currículo del autor sino por su estilo incisivo y por sus opiniones polémicas y apasionadas. De Watson se puede admirar su estilo vivo y directo, casi contagioso, así como su perspicacia y capacidad de razonamiento al tiempo que se deplora su falta de templanza y de delicadeza (casi podríamos decir que de educación) en algunas discusiones, así como sus puntos de vista particularmente rudos y controvertidos en cuestiones bioéticas, en especial su querencia eugenista al abordar las implicaciones sociales del Proyecto Genoma Humano.
Pasión por el ADN es un libro de ensayos, que recopila artículos escritos entre 1971 y 2001, agrupados en cinco bloques temáticos: Vuelos autobiográficos; Controversias sobre el ADN recombinante; El etos de la ciencia; Guerra contra el cáncer y, por último, Implicaciones sociales del Proyecto del Genoma Humano.
El interés de los ensayos recopilados es desigual, ya que desigual es la vigencia de los temas tratados. En algunos casos, especialmente los dedicados a las controversias sobre el ADN recombinante y, incluso, los que tratan de la investigación sobre el cáncer en los años 70 y 80, han perdido algo de su interés, aunque no del todo, ya que resultan bastante ilustrativos de la forma de pensar y de enfocar estos problemas por parte del autor.
Los ensayos autobiográficos están escritos con el estilo vivo y estimulante del que ya hiciera gala en La doble hélice y recrean algunos episodios importantes de la historia de la biología molecular en los que él participó. Particularmente atractivas son las semblanzas que realiza in memoriam de Salvador Luria, Alfred Hershey y Linus Pauling.
El bloque de ensayos dedicado a las controversias sobre el ADN recombinante es, como he indicado más arriba, quizás el de menos actualidad. Sin embargo, hay dos aspectos de los puntos de vista de Watson sobre este tema que resultan particularmente controvertidos y merecen, por ello, ser resaltados. El primero es la valoración extremadamente negativa que manifiesta sobre la famosa conferencia de Asilomar, en la que la comunidad científica norteamericana relacionada con la experimentación en ingeniería genética se autoimpuso una especie de moratoria para no realizar experimentos potencialmente peligrosos mientras no pudiesen ser evaluados los peligros que de ellos se pudiesen derivar. Watson, que fue uno de los impulsores de la conferencia, no duda en calificarla de charada (sic). En varias ocasiones a lo largo del libro, se lamenta amargamente de haber contribuido a impulsar la iniciativa que culminó en Asilomar. Esta valoración resulta cuando menos sorprendente, por cuanto contrasta abiertamente con la idea absolutamente mayoritaria entre las personas preocupadas por la bioética de que la conferencia de Asilomar supuso un importante ejemplo de autorregulación de la comunidad científica, un hito digno de ser imitado en otros terrenos de la práctica científica.
El segundo aspecto controvertido que deseo destacar es el olímpico desprecio de Watson del principio de precaución, aplicado no solamente a la investigación sobre el ADN recombinante, sino sobre toda la investigación científica en general. Basándose en que la investigación con ADN recombinante, vista en retrospectiva, ha resultado ser totalmente inocua, Watson sostiene la siguiente máxima: "nunca pospongas experimentos que tienen beneficios futuros claramente definidos por miedo de peligros que no pueden cuantificarse" (p. 280), ignorando toda la experiencia del desarrollo de la industria química a nivel mundial y los problemas medioambientales globales que se han originado (como el del agujero de la capa de ozono), precisamente por adoptar criterios de funcionamiento semejantes a los que él sustenta. La legislación en estas materias, por lo menos en Europa, de momento va por otros caminos, creo que más razonables, y ha adoptado el principio de precaución como una de sus fuentes de inspiración. Esta cuestión es de la máxima actualidad, si contemplamos las polémicas surgidas en torno a los organismos genéticamente modificados.
Uno de los ensayos en los que Watson muestra una enorme perspicacia es el dedicado a la clonación, escrito en 1972. A pesar de haber transcurrido 30 años, parece haber sido escrito ayer mismo, dada la actualidad y profundidad del análisis que realiza. En este ensayo, en el que se muestra muy crítico con la clonación reproductiva humana, Watson ofrece lo mejor de sí mismo como analista de temas científicos y dibuja una perspectiva del desarrollo de las técnicas de clonación que se corresponde con bastante exactitud con la evolución seguida por la investigación durante estos treinta años.
El bloque final de ensayos, dedicado a las consecuencias sociales de Proyecto del Genoma Humano es el más interesante del libro, tanto por su actualidad, por ser Watson unos de los protagonistas principales de esta historia durante los primeros años de su desarrollo, así como por sus puntos de vista particularmenrte polémicos. Sobresale entre los demás, el ensayo titulado Genes y política. En él, después de realizar una crítica demoledora de la eugenesia norteamericana de la primera mitad del siglo XX y de la de Alemania bajo el nazismo, reivindica la aplicación de los conocimientos genéticos que va a propiciar el Proyecto Genoma, para conseguir la mejora genética de los seres humanos. Su punto de vista eugenista le lleva a considerar que lo que llama menoscabos de las personas provocados por genes defectuosos son "el origen principal del comportamiento asocial que tiene, entre sus muchas consecuencias indeseables, el engendramiento de la violencia criminal" (p. 257), un punto de vista que no difiere en gran medida del de Davenport, Goddard u otros eugenistas destacados de la eugenesia clásica norteamericana. Las diferencias de Watson con ellos radican en que la eugenesia clásica se basaba en una ciencia chapucera, a diferencia de la biología molecular actual, que ha alcanzado un nivel tan respetable con el de la física, y en que las decisiones sobre las intervenciones genéticas a realizar deben ser tomadas por las familias, especialmente por las mujeres, y en ningún caso deben ser ejercidas por ninguna instancia gubernamental o estatal. Por lo demás, sus puntos de vista eugenésicos, no solamente de eugenesia terapéutica, no dejan lugar a dudas cuando afirma que "no hemos de sentir la necesidad de decir que nunca usaremos la genética para hacer que los seres humanos sean más capaces de lo que son en la actualidad (p. 258).
El autor del epílogo del libro, Walter Gratzer, dice que “a sus 70 años, el enfant terrible no ha perdido nada de su entusiasmo evangélico para con la ciencia y sus usos” (p. 299). Ciertamente, el libro pone claramente de manifiesto que los años no han hecho perder a James Watson nada ni de su brillantez ni de su excesiva desmesura para la polémica.