Luis Sáez Rueda nació en Macael (Almería), el 29 de enero de 1963. Estudió filosofía en la Universidad de Granada. Gracias a una Beca de Investigación
predoctoral y a diversas estancias en Alemania,
profundizó, en primer lugar, en la Escuela
de Frankfurt, cuya orientación crítica
admiró desde un principio. En las décadas
de los 80 y 90 eran J. Habermas y K.-O. Apel los
que recogían esa tradición y la
vertían en un nuevo formato teórico.
En tal contexto, se doctoró en 1991 con una
Tesis crítica sobre Apel. Una Beca de Investigación
postdoctoral le permitió después
indagar en la fenomenología y la hermenéutica,
corrientes que sirvieron de contrapunto a su trayecto
por el cauce ilustrado. En 1992 logró un
contrato como Profesor Ayudante en el Departamento
de Filosofía de la Universidad de Granada,
el cual se prolongó, en diversas modalidades,
hasta 1998, año en que consolidó
su carrera al convertirse en Profesor Titular
en el mismo Departamento, en cuyo marco sigue trabajando
en la actualidad.
En el curso de la formación filosófica
de Luis Sáez han ejercido un fuerte influjo
intelectuales destacados en el escenario actual con
los que tuvo la suerte de entrar en contacto, entre los que destacan Pedro Cerezo Galán y Domingo Blanco Fernández, en España, y Albrecht Wellmer, en Alemania.
Las lecturas de Kant, Horkheimer, Adorno, Habermas
y Apel, por un lado, y las de Nietzsche, Heidegger,
Merleau-Ponty, Gadamer y Ricoeur, por otro, configuraron,
en la trayectoria del autor un paisaje mental
en el que emergía el conflicto (razón-existencia, idealidad-facticidad, etc.). Pero el
estudio que realizó más tarde de
la tradición analítica
y el impacto que le produjo el
pensamiento francés de la diferencia (de
modo especial, a través de M. Foucault
y G. Deleuze), ampliaron dicho paisaje, de modo
que la filosofía contemporánea,
eje de sus intereses, se le fue apareciendo cada
vez con mayor claridad en la forma de una retícula
de conflictos tensionales (ilustración / contrailustración,
tradición analítica / tradición
continental, hermenéutica de la escucha /
hermenéutica crítica, identidad / diferencia, etc). Su aspiración,
desde entonces, ha sido introducirse en esa nervadura
compleja e intentar posicionarse creativamente
en ella. En 2005 obtuvo el Premio Universidad
de Granada a trabajos de investigación
de Excelencia.
La
posición original de Luis Sáez en
el pensamiento contemporáneo quedó abierta en su libro Ser errático. Una ontología
crítica de la sociedad (Madrid, Trotta,
2009). Desde entonces, desarrolla una ontología tensional que comprende al ser como una unidad discorde céntrico-excéntrica. Se incluye en esta ontología una concepción del devenir en términos de erraticidad. Tal investigación continúa en libros ulteriores, especialmente en El ocaso de Occidente (Barcelona,
Herder, 2015) y en Tierra y Destino (Barcelona, Herder, 2021), así como en la pléyade de artículos especializados que los acompaña. En ellos convergen y se expanden,
sin embargo, aportaciones de todo su decurso investigador,
por lo que se alude, en primer lugar a éstas.
Podríamos distinguir en su obra las siguientes
líneas de desarrollo:
1. Diagnóstico e interpretación
del pensamiento contemporáneo
Aunque
el autor ha realizado estudios sobre pensadores concretos
(Apel, Habermas, Heidegger, Gadamer, Lyotard,
Deleuze, entre otros), su peculiar visión
de la filosofía lo ha conducido a un estudio
de grandes conglomerados, de sus inflexiones y
relaciones conflictivas. El pensamiento, a sus
ojos, se presenta como un proceso proteico, plagado
de transformaciones internas en el interior de
movimientos tectónicos, cada uno de los
cuales conserva y desplaza un «motivo central».
Con el empeño de interpretar tales movimientos inter-relacionados fueron elaborados dos de
sus libros, Movimientos filosóficos
actuales (Madrid, Trotta, 2001/2003/2009)
y El conflicto entre continentales y analíticos.
Dos tradiciones filosóficas (Barcelona,
Crítica, 2002).
2. Estudios sobre el nihilismo como fenómeno esencial del mundo contemporáneo
Una incursión importante en el pensamiento contemporáneo concierne al fenómeno
del nihilismo, que el autor toma por una de las claves
fundamentales de interpretación del presente.
Este fenómeno es jánico (un nihilismo
activo o propio y un nihilismo reactivo o impropio)
y recorre, según pretende el autor, con
modulaciones, torsiones, solapamientos y encubrimientos,
todo el siglo pasado hasta la actualidad. En su
formulación negativa, el acontecimiento
del nihilismo estaría a la base de un crecimiento
de procesos ciegos que embelesan la mirada humana
y la sumen en la banalidad, como las nuevas formas
del capital, la ampliación e intensificación
de la «sociedad del espectáculo»,
la generalización de la impotencia para
actuar y crear o la expansión de una globalización
que muestra más fauces que regalos. En
su dimensión positiva, el acontecimiento
del nihilismo consiste en el reconocimiento de
la intrincación entre el ser y la nada
y la apertura a un nihil productivo, a una sustracción
del fundamento que coloca al hombre responsablemente
ante su mundo. La radicalización creciente
del nihilismo conduce, según el autor,
a un socavamiento de la vida en su potencia (en
su dirección negativa) y a un intento (en
su dirección positiva) de reconducir la
historia mediante la creación de mundo
desde la valiente incertidumbre y el noble reto
de «sostenerse sobre la nada» (destacables
son las ediciones de Pensar la nada. Ensayos sobre
filosofía y nihilismo, de 2007, y Nihilismo y mundo actual, de 2009, así
como varios de sus ensayos entre 2004 y 2009.
3. Confrontación con la filosofía dialógica: con y contra Apel y Habermas
El
asunto del pensar se juega para
Sáez en los intersticios, en el «entre».
Esta orientación fundamental lo ha conducido a una crítica de la filosofía
dialógica de J. Habermas y K.-O. Apel (en la que fundó su Tesis Doctoral).
Sin menospreciar el valor del discurso argumentativo,
se ha esforzado por concederle un estatuto derivado
respecto a lo que él llama «pensamiento
naciente». Las principales críticas que realiza son las que siguen:
a) La tensión que ambos autores establecen
entre «facticidad» de la existencia
e «ideal» de una comunidad de comunicación
que actúa como «idea regulativa».
Sáez ha intentado desenmascarar, en primer
lugar, la «racionalización»
del mundo de la vida, que hace de la facticidad
histórica un «todavía no-racional»,
es decir, una instancia deficiente, carencial.
Es más, acusa a esta tendencia de promocionar
inadvertidamente una «judicialización
del mundo de la vida», porque presupone
la esperanza en un progreso histórico en
el que la dimensión de la «apertura
de sentido», o germinación de una
comprensión del mundo, se ve forzada a
ser subsumida en la justificación reflexiva,
argumentativa, de un modo progresivo. Opone a
ello la productividad positiva de la incardinación
del hombre en el mundo y la imposibilidad de su
transformación en la forma de una arquitectónica
reflexivo-argumentativa.
b) Critica, asimismo, el armonicismo oculto tras el ideal de un entendimiento
sin fisuras, que enmascara la ineludible diferencia
entre los modos de vida y comprensiones del mundo.
c) Pone en cuestión, además, el formalismo de la ética supuesta en
esta corriente, que desconoce la circunstancia
de que las condiciones de un diálogo igualitario
y justo no garantizan la importancia y pertinencia
de los acuerdos, dado que se puede llegar a un
entendimiento sobre asuntos fútiles y apartados
de la problematicidad real.
Frente a esta comprensión de la relación
entre facticidad e idealidad, Sáez propone
una concepción tensional y trágica,
en la medida en que ambos polos son potencias
opuestas, con valor equivalente, y sin solución
posible en una «síntesis ideal».
Es la tensión misma entre ambos polos,
la circunstancia de habitar entre ambas dimensiones
apelativas, lo que forma parte de la existencia
real y coloca al ser humano en una tesitura perpetua
entre la escucha de lo que acontece y la aspiración
a un trascendimiento crítico, tesitura
tensional que moviliza al pensamiento e inserta,
al mismo tiempo, la acción en el seno de
situaciones límite y de decisiones arriesgadas
en las que aflora la necesidad de lo heroico.
En ese contexto, ha intentado mostrar la radicalidad
de la facticidad como aquella que pertenece a
una existencia pre-reflexiva, antepredicativa
o pre-lógica, no susceptible de recuperación
sin merma en la dimensión teorética
del juicio, así como el sinsentido de un
ideal contrafáctico exento de contenidos
materiales. Son centrales en esta línea
sus dos libros sobre Apel, la edición del
libro Discurso y realidad, y algunos de sus artículos
o capítulos de libro editados entre 1994 y 2003).
4. Una ontología tensional del ser
Esta
dimensión de la obra de Sáez constituye el intento
de posicionarse de un modo original y personal
en el seno de la filosofía contemporánea
actual. Tales esfuerzos se congregan en sus últimos libros y artículos. Las principales tesis que Sáez sostiene
podrían resumirse en las siguientes:
La condición errática del ser humano y la sociedad estacionaria
Esta línea de pensamiento se desarrolla, fundamentalmente, en Ser errático. Una ontología crítica de la sociedad (Madrid, Trotta, 2009), aunque es mantenida y proseguida en obras ulteriores.
El ser humano, «ser
errático»
En esta convicción, la tensión entre
facticidad e idealidad se amplía y transfigura
en la que existe entre «centricidad»
y «excentricidad». El ser humano posee
«mundo» por la circunstancia aporética
según la cual lo «habita» y
está arraigado en el sustrato de su abismática
demanda, por un lado, y comprende éste,
su ser-en-el-mundo, justo en la medida en que
se experimenta radicalmente en el acontecimiento
del extrañamiento. El extrañamiento
es ese posicionamiento del ser humano en su medio,
en virtud del cual es capaz de experimentarse
admirado, interrogante, y también perplejo,
ante lo real. El animal está incrustado
en su entorno y vive inmerso en él. Pero
nosotros podemos comprender lo que nos rodea sintiéndonos
extrañados por el hecho de que lo que es
sea como lo vemos y no de otro modo. Es por esta
capacidad del hombre por la que éste tiene,
no sólo un «medio ambiente»,
sino «mundo». La experiencia del extrañamiento
permite decir de lo real «es» y aprehenderlo,
así, como un lugar que se habita significativamente,
comprensivamente.
La fuerza del extrañamiento
es la raíz de la condición ex-céntrica,
la cual le permite experimentar que, si bien
pertenece de hecho a un mundo concreto, no pertenece,
de derecho, a ninguno en particular. En otros
términos, es al mismo tiempo, céntrico
(inmerso en) y ex-céntrico (fuera de).
Y esto no le ocurre alternativamente, sino conformando
una unidad, una unidad discorde, una unidad con
dos caras diferentes y, en cierto modo, contradictorias
entre sí.
El hombre es ser errático,
no porque posea diferentes moradas, sino más
bien porque es el ser que está continua
e inexorablemente en la contradicción entre pertencer a un mundo y extraditarse respecto a él. No es posible habitar un mundo sin experiementarse simultáneamente fuera de él. En definitiva, el ser humano no habita jamás el mundo (contra la opinión de Heidegger), sino que se encuentra habitando y abandonando el habitar en un mismo acto. En cuanto habita
un mundo, se halla en el seno de un magma de sentido
concreto y en la entrega a la necesidad de escuchar la interpelación
que de él emerge. En cuanto excéntrico
y extrañante, se ha distanciado respecto a tal entrega en el instante mismo en que esta se produce. Está lanzado a la
exterioridad de la interioridad que habita y que es, descentrado hacia los confines de su mundo,
ex-cediendo su pertenencia. El ser humano
es ese desgarramiento paradójico o aporético, tránsito entre el ser y el dejar de ser; es ese intersticio indeciso, el «entre»
o intermedio que lo conduce a estar continuamente en ciernes o en estado
naciente, en la trágica tensión entre
radicación y erradicación, habitar
y des-habitar, tener lo propio de una pertenencia
y estar en proceso de ex-propiación. Estamos
arraigados y, en el corazón del arraigo,
parte ya una línea de fuga hacia lo extranjero
y extraño. Siendo en la tierra, estamos
desterrados, pero no como flotando en el aire,
sino en el trayecto de conformar una nueva tierra
que todavía no existe. El ser errático,
por ello, es tránsito, lugar de un «entre»
que es una especie de no-lugar, una especie de
nada productiva, hasta el punto que podría
decirse que el hombre es el ser que se sostiene
sobre la nada productiva entre su centricidad
y su excentricidad.
La sociedad «estacionaria» actual: ajetreada «organización del vacío»
Nuestra sociedad no existe, sin embargo, en ese
nihil creativo y altamente productivo del pasaje
y de la trashumancia, sino en el nihil de un vacío,
de una ausencia de mundo, de un paraje sin contenido
y sin sustancia. Esta afirmación choca
con la evidencia de que nos encontramos en un
tiempo de convulsiones sin fin, de ajetreo desenfrenado
y hasta de estresante movimiento. Pero justamente
ahí radica la paradoja: lo que ocurre es
que, en ausencia de mundo, el hombre hoy, tal
y como ocurre en ciertos procesos neuróticos,
emprende una huída hacia delante. Ya que
no puede hacer un nuevo mundo, ya que se mantiene
en un yermo páramo, emprende un movimiento
compulsivo y sin cese, intenso, estremecedor.
Pero como dicho movimiento no hace un mundo nuevo,
se limita a calmar el malestar del vacío.
El autor expresa esta situación como la
propia de una sociedad estacionaria ocupada febrilmente
en la organización del vacío. Organización
del vacío es un vértigo de acción
sustentado, paradójicamente, en la parálisis,
un tráfago del hacer y del transitar que
pivota, paradójicamente, sobre la inmovilidad.
Es necesaria hoy una ontología crítica,
que desenmascare «patologías de civilización»
entendidas como formas de la «ficcionalización
del mundo»
La sociedad estacionaria es germen, debido la
irrealidad de su presunta acción, de una
ficcionalización del mundo, es decir, de
procesos de sustitución del encuentro con
la realidad problemática por subterfugios
o ilusiones en las que es fantaseado, pero no
realizado, dicho encuentro. Es a las manifestaciones
de este fenómeno general, de carácter
ontológico, a las que el autor llama «patologías»,
rehuyendo en ello la escisión oposicional
«normal-anormal». Lo «patológico»
se sitúa en la condición de posibilidad
de cualquier oposición similar: es la condición
de un desasimiento, de un ser-sin-mundo. Algunas
de estas «patologías», así
entendidas, que el autor destaca serían
las que denomina «realización por
desrealización», «deflación
de la potencia», «judicialización
de la vida», «inflación pedagógica»,
«organización de la apariencia»,
«resentimiento generalizado», entre
otras.
El acontecimiento como unidad discorde fuerza-sentido
Sáez desea incluir esta crítica
en otra global que pretende ir más allá,
simultáneamente, de Heidegger y de Nietzsche.
El primero reduce la dimensión
de la potencia a la del sentido, mientras el segundo
incurre en la reducción inversa.
Ambas reducciones atraviesan, según el
autor, la filosofía contemporánea
de muy diversos modos y deben ser desplazadas por una comprensión
del acontecer en la que fuerza y sentido conforman
una unidad irrescindible y discorde a un tiempo,
a la que llama «gesta». Todo acontecimiento, como gesta, es una mostración de potencia afectante y el aparecer de un nuevo sentido, simultáneamente, aunque se trata de dos aspectos irreductibles entre sí. Como potencia, el acontecimiento conmueve y hace temblar; como sentido, ofrece una visión del mundo.
Hay un nexo invisible entre estas dos caras de lo que ocurre. La potencia es afección oscura y telúrica; el sentido es luminosidad que habla sobre las cosas. Sucede que la potencia sin sentido sería ciega, mientras que el sentido sin potencia sería vacío. Hay expresiones de sentido en el mundo que no mueven nada, porque no son, al mismo tiempo, intensivos, dinamistos que impactan en los afectos. Y hay, en el otro extremo, devenires de fuerza que son absurdos, porque se agotan en sí mismos, en puras explosiones de potencia, sin llegar a invocar un sentido.
Lo genuino del acontecer es la concordancia discorde entre potencia y sentido, como ocurre en un gesto: en él se expone una intensidad y es emitida una significación. Pero la vida humana, cuando deviene gesto, se convierte en una lucha, lucha contra la deflación de fortaleza y contra la disolución del sentido. Deviene gesta, en la que la misma vida se pone en riesgo. En la gesta la vida se desvive por una vida más alta y se desvela envuelta en una heroicidad que arriesgaría todo.
El logos es «pensamiento naciente»
e ingenium
El pensamiento, desde este punto de vista, no
es una instancia derivada respecto al ser o existir
y, por decirlo frente a Nietzsche, respecto a
la vida. El ser errático es, él
mismo, acontecimiento pensante. Claro está
que por «pensamiento» no puede entenderse
el explícito, reflexivo y consciente dar
razón de. Los juicios expresos, los argumentos
presentables, las concepciones en cuanto contenidos
acotables, operan sobre un pensar sub-representativo,
que es, respecto a ellos, nervadura im-presentable
e irrepresentable. El pensar es, se podría
decir, el curso en el que la interrogación
extrañante vive incursa. Es un encuentro
franco y abierto con la problematicidad de lo
real y, en su mismo movimiento, no puede dejar
de generar un modo de habérselas con dicha
problematicidad, una articulación inteligente
y pre-lógica de la experiencia. También,
en esa medida, el pensamiento no puede confundirse
con sus producciones presentables. Es en la medida
en que acontece. Como acontecimiento, ni emana
de un fundamento, ni está orientado a un
término pre-existente. Es en estado naciente.
Y, por arraigar en un encuentro con lo problemático
es una unidad del habérselas-con y del
arreglárselas-en, unidad que Sáez
analiza recuperando el barroco (graciano) término
de ingenium.
La «idealidad normativa»: el «hombre cenital». «Ontologizar a Kant»
De estas reflexiones, Sáez deriva una exigencia
que, desplegada con rigor, podría sustituir
al imperativo categórico kantiano sin instaurar
por ello una moral deontológica o una nueva
forma de razón pura. Se trata de la exigencia
de una existencia cenital, condición necesaria
de la persistencia del intersticio que une y separa
a los hombres, de ese «entre» o hendidura
sin la cual no habría espacio de comunidad,
de ese caudal de nada productiva sin cuyo curso
no podrían tampoco existir y transformarse
los márgenes. El término cenit hace
relación con esa disposición de
la luz en virtud de la cual la sombra recae verticalmente
sobre uno mismo. Evidentemente, no cabe la posibilidad
del cenit en el curso de la praxis. La sombra
que proyecta nuestra propia locura no puede recaer
exclusivamente sobre el que la porta ni ello es
deseable, pues, en un sentido positivo, posee
productividad: representa la perspectiva de cada
individuo o colectividad y es necesaria para las
relaciones humanas. Lo que se llama hombre cenital
no es en modo alguno el ser humano que emprende
el camino de anular la sombra productiva de su
locura. Es el hombre capaz de olfato para percatarse,
aunque no haya nunca seguridad en ello, de que
su sombra, esta vez, oscurece al otro hasta el
punto de cerrar el «entre», la distancia
o intersticio del que se alimenta la comunidad
y, junto a ello, la tarea de procurarle al acontecimiento
un porvenir. Es el hombre lo suficientemente fuerte
como para actuar, en tal situación, de
una forma que el autor califica de heroica: nunca
podrá zafarse de la parte de locura improductiva,
cegadora, que acompaña a su locura productiva.
Pero podrá jugar con ella en el uso del
ingenio, habérselas creativamente con ella,
de tal manera que su sospechado influjo oscurecedor
no anegue los intersticios humanos. Es por esa
noble meta por lo que preferirá que dicha
sombra recaiga sólo sobre él mismo,
a pesar del dolor y de la soledad que semejante
propósito le depare. El hombre cenital
porta su locura productiva y ni siquiera se le
pasa por las mientes someterla a cadenas. Pero
sabe lanzar una mirada de pesquisa a la parte
de locura destructiva que lo acompaña y
posee el valor suficiente para colocarse como
reto el que semejante sombra no recaiga más
que sobre sí mismo. En ese empeño,
el hombre cenital emprende el proyecto de convertirse
en valedor de sí. Tarea imposible de colmar,
con toda probabilidad, pero susceptible de ser
convertida en un principio de vida para quien,
en tiempos de anonadante vacío, valore
aún la posibilidad de grandeza en el hombre.
El hombre cenital, por otra parte, proyecta su
exigencia existencial en «creaciones heroicas»
(de las cuales sería un ejemplo la Declaración
Universal de los Derechos Humanos).
5. Ocaso de Occidente y Teoría Crítica como desenmascaramiento de patologías de civilización
En esta obra, El ocaso de Occidente (Barcelona, Herder, 2015), así como en artículos entre 2012 y 2018, se profundiza y extiende el análisis
anterior, incluyendo fundamentalmente las siguientes
investigaciones:
A) En primer lugar (Parte I), el texto expone una concepción de "civilización" y "cultura"
- El carácter céntrico-excéntrico del ser humano es extendido a la conformación
inmanente de la cultura
humana. La cultura no está separada de la naturaleza, sino imbricada con ella. A tal imbricación le da el nombre de physis cultural. Toda civilización está dinamizada por un proceso de génesis en su estructura interna. Como la physis de Anaximandro, pero en el límite entre naturaleza y cultura, en la civilización hay una emergencia desde lo indefinido a lo definido y concreto. Lo indefinido es un substrato cultural, pre-individual y pre-reflexivo, transitado por líneas de fuerza o dinamismos diversos (propensiones, simbolismos heredados, contradicciones, deseos anónimos y colectivos, valoraciones, etc.). Tal nivel es la cultura, que constituye un ethos y un modus operandi, siendo el arraigo de toda civiliazión; posee un carácter diferencial y tensional, careciendo, en sí misma, de materialidad: es potencia dinámica, devenir intensivo. Y, como toda forma de potencia o intensidad existe materializa o corporeizada, este nivel cultural se corporeiza e individúa en instituciones y relaciones concretas, las cuales constituyen el nivel de la sociedad. Dos estratos, pues, conforman una civilización: el genésico (la cultura como dimensión acontecimiental e intensiva en profundidad, con carácter generador y pre-individual) y el genérico (la sociedad como mundo individuado de las constelaciones concretas y políticas). Mientras el primero está constituido por un dinamismo excéntrico, el segundo lo limita y materializa céntricamente, de forma que entre ellos se establece una tensión. Cuando la excentricidad cultural excede a su conformación céntrico-social, fuerza a esta última a reconfigurarse, dando lugar, así, a un devenir que tiende a la riqueza espiritual. De estos principios deduce Sáez un topología de la civilización.
- La
cultura humana, desde otro punto de vista, es comprendida como
auto-creadora en virtud de la tensión, inherente a ella, entre «comunidad» (dimensión céntrica) y «pueblo» (dimensión
excéntrica).
- Al mismo tiempo, la cultura es comprendida
como un estrato de la génesis global de
lo real, desde lo mineral hasta ella, pasando
por las formas de vida más diversas. Tal
estratificación no es estrictamente jerárquica
sino articulada rizomáticamente. Lo real,
así, es interpretado como un proceso en
continuo devenir y, ante todo, como auto-generador.
B) En segundo lugar (Parte II), el autor desarrolla una crítica de la civilización occidental actual, partiendo de la concepción general anterior sobre la naturaleza de la civilización y ampliando lo que, sobre el particular, había indagado en Ser errático.
El estudio crítico se orienta a la identificación de patologías civilizacionales. Las
patologías de nuestra cultura son
iluminadas como originadas en la agenesia (impotencia
para la creación) propia del presente.
Su estructura interna se especifica como génesis
autofaga, es decir, como un dinamismo autogenético
que, paradójicamente, depotencia la génesis. Esta concepción teórica es aplicada a diversos fenómenos del mundo socio-político actual: la sujeción humana cada vez más intensa a fuerzas ciegas autonomizadas (capital, racionalización procedimental, espíritu de cálculo); el desarraigo de lo social respecto al dinamismo cultural; la "administración del vacío", la "ficcionalización del mundo"; la "deuda infinita" y otros.
El análisis de patologías de civilización constituye un esfuerzo investigador de Sáez a lo largo de toda su trayectoria. Se extiende, por eso, a otros textos específicos, como El malestar de Occidente. Perspectivas filosóficas sobre una civilización enferma y diversos artículos especializados (ver publicaciones: artículos y capítulos de libro).
6. Crisis ecológica, naturaleza y tragedia
En Tierra y Destino (Barcelona, Herder, 2021), el autor aborda la crisis ecológica desde un punto de vista filosófico, desarrollando, para ello, una teoría de la naturaleza, una teoría del poder y una teoría de lo trágico. Estos son las tesis centrales:
a) Una concepción de la relación con la Tierra desde el habitar y una teoría de la naturaleza como auto-génesis creadora.
La gravedad de la crisis ecológica actual no se debe a que pone en riesgo la supervivencia de nuestra especie. Ocurre, por el contrario, que el tener como objetivo exclusivo mantener la supervivencia es lo que ha causado, a lo largo de siglos, la crisis que ahora nos muestra su lado más amenazador. Hemos reducido nuestra relación con la Tierra al mero afán por sobrevivir, interés que la convierte en un objeto utilitario. Pierde así el ser humano los lazos que lo unen a la Tierra como morada en la que habita. "Tierra" es el nombre del planeta en el que vivimos, pero también es, para el ser humano, una naturaleza vivida en forma de lo telúrico, vivencia que permite hablar de una Tierra inmaterial que acompañará al ser humano donde vaya. Es esta Tierra invisible, inmaterial y telúrica, la que realmente es puesta en peligro en la crisis actual.
A través de una filosofía de la naturaleza en la que el autor parte de diversas fuentes y aportando su personal concepción, el libro, por otro lado, se aventura en esta Tierra habitable y también autocreadora, analizándola desde el punto de vista natural. La naturaleza -sostiene el autor- es, al mismo tiempo, un complejo dinamismo auto-gestante (en cuanto physis) y una lucha. Una lucha de todo lo que se auto-organiza, especialmente lo viviente, contra el dominio de las leyes físico-químicas, identificarse con las cuales significa la muerte. Esta lucha produce un devenir errante, excéntrico a la ley, aunque, paradójicamente, no disconforme con ella. Para reunir en un término estas dos acepciones, Saéz utiliza la noción de naturaleza en cuanto "gesta", gesta como autogénesis y como lucha errante en el sentido indicado. Y advierte que este concepto tiene que ser entendido sin que implique proyección alguna de tipo antropomorfo. La gesta de la naturaleza no es como las gestas humanas, pero sí constituye su pre-condición remota y pre-subjetiva. Desde estos supuestos, se definen los contornos de una «ecología gestante» y de un «cosmopolitismo telúrico».
b) Una teoría del poder
Nos desarraigan de esta Tierra determinados procesos que se han independizado de la voluntad humana, actuando con la fatalidad del destino: el capital, la racionalización procedimental y el espíritu de cálculo. Trenzándose, estos destinos conforman uno solo: el del poder «gestionario» y «gestotécnico», dirigido a construir artificialmente lo no construible: la autogénesis creadora. Sobre esa base, el autor analiza diversas «gesto-técnicas» actuales, como las que organizan una engañosa "privatización del malestar", las que promueven una "heroización imaginaria" del yo, las que domestican la invención creativa y la espontaneidad, las que convierten la educación en información, y otras.
c) Una comprensión de lo trágico como emancipador
El destino que nos desarraiga de la Tierra genera un creciente malestar colectivo y anónimo: una Infirmitas, la enfermedad de la «falta de firmeza». En las épocas más audaces de la humanidad ha sido el espíritu trágico el que se ha enfrentado al destino y al dolor que este provoca, oponiéndoles la resistencia de la dignidad. Ante un mundo en el que los héroes parecen haber muerto, la última parte del libro nos interna en esa digna fortaleza que despertó el espíritu trágico un día, con la intención de reactivarlo.
En
la actualidad, Luis Sáez Rueda se esfuerza
por desarrollar esta teoría de lo trágico y el análisis de nuestra época como neobarroca. A largo plazo, prepara las bases para una ontología tensional más perfilada y abarcante.
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