Cultura
y Estado
Culture
and State
EDITORIAL
PALABRAS
CLAVE | KEYWORDS
política cultural | estado y
cultura | cultural policy |
State and culture
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Si la década
actual, la del triunfo
del programador, del paro normalizado y el fin de semana masivo,
hubiera
que caracterizarla, sería como la de la ausencia del más
mínimo genio, ni en las masas ni en los individuos. La pasividad
ha traspasado la política para incrustarse en la cultura, a lo
que
no es ajena la propia naturaleza de los medios, orientados a la
fruición
inactiva. Es más, la cultura en el más amplio sentido del
término, tal como la entendemos los antropólogos, se
halla
tan empobrecida como la «cultura de los intelectuales». Las
pocas voces juiciosas que subsisten lo lamentan desde tiempo
atrás.
Es, sin embargo,
la
naturaleza del estado
democrático y la de su política cultural lo que nos
preocupa
ahora. Mussolini escribía en 1930: «Cabe pensar que el
siglo
actual es el siglo de la autoridad, un siglo de 'derechas', un siglo
fascista;
y que si el siglo XIX ha sido el siglo del individuo (liberalismo
significa
individualismo), cabe pensar que el siglo actual es el siglo
'colectivo'
y, por consiguiente, el siglo del estado». Algunos historiadores
han observado la similitud en cuanto al modelo de estado del fascismo y
de las democracias posfascistas. El omnipotente estado se manifiesta en
ambos sistemas, aunque con cultos distintos. El cineasta Fassbinder,
obsesionado
con la era Adenauer, consideraba que la democracia alemana «fue
prescrita
en aquel tiempo para la zona occidental. No hemos luchado por ella. Las
formas antiguas tienen grandes posibilidades de abrir brechas, sin cruz
gamada, naturalmente, pero con métodos de adiestramiento
antiguos».
En nuestro país, poco o nada ha cambiado el estado en su
prepotencia,
como no sea en una mayor sutilidad en los mecanismos de su hacer.
Entre la
tendencia
al embrutecimiento y a
la simplificación cultural, inherentes a todas las instancias
sociales
de hoy, y la tendencia al crecimiento del estado y de su culto, la
política
cultural de éste será necesariamente de
divulgación
populista. Más cuando los gestores de aquél son
políticos
de la obediencia, tan educados en la tibieza, en la retórica
populista
y, en definitiva, en el «pan y toros». Y es que justamente
los «toros» podemos interpretarlos como cultura: la de los
fuegos de artificio, que son votos, para los menos exigentes, y la de
las
«academias», que son fieles siervos del estado, para los
más
exigentes. En medio, nada; si exceptuamos juegos florales y premios.
Así las
cosas, nuestra revista, al
no ser ni populista ni universitaria, es decir, que no produce votos ni
fieles, sino ser de una asociación privada (no lucrativa,
según
los estatutos), surgida para remediar en algo lo de la miseria
intelectual,
recibe el portazo económico de quienes miden la cultura al peso,
o por rentabilidades. Leviatán es sabio: aquí o en el
fascismo,
sabe de los caminos para asfixiar lo que no le interesa, por más
inocuo que sea. Por si fuera la última vez que salimos a la
calle,
y eso aún no lo sabemos, vaya ahí nuestra protesta
radical:
No es ésta la
política cultural
que necesitamos.
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