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Los conjuntos urbanos y arquitectónicos de nuestras antepasados han sido y son dignos de ser estudiados o al menos admirados; son una de las mayores manifestaciones culturales que se transfieren a la posteridad. El hombre que penetra en las ruinas griegas o romanas, en los monasterios o castillos medievales, en las catedrales románicas o góticas, en las sinagogas o mezquitas, en los palacios renacentistas, etc., sintetiza su legado cultural y es una especie de reencuentra consigo mismo, para hallar su propia identidad. El análisis del legado arquitectónico y urbano no se resuelve en la riqueza de sus edificios, en la complejidad de sus trazados, en la artificiosidad de sus estructuras, es algo más, es una concepción de la vida, es una adaptación al medio, es... Sus moradores constructores nos han dejado sus habilidades, su ingenio, sus costumbres, sus creencias, sus relaciones sociales y económicas grabadas en la piedra, en el arco, en los tejados, etc. Hay que abrir los sentidos para percibir el significado de este legado. En este artículo, trataremos del urbanismo alpujarreño en general, pero aceptando que La Alpujarra, hay autores que hablan de Las Alpujarras, es una extensa comarca con ciertas diferencias, perteneciente a dos provincias, Granada-Almería, y que en tiempo de los moriscas abarcaba una mayor extensión. Las diferencias
urbanísticas son variadas,
desde una característica típica de la vivienda
alpujarreña
como es el terrado, hay pueblos que tienen tejados inclinados, vgr.
Murtas,
entre otros, y edificios como iglesias y escuelas construidas en los
años
50-60 en casi todos los pueblos, hasta en la distribución de las
dependencias, de los huecos, amplitud de las calles, etc., sin embargo
creemos que se puede admitir un urbanismo alpujarreño
típico
y genuino, al margen de estas diferencias que no entraremos a comentar
en el presente trabajo. 1. El enmarque de las construcciones alpujarreñas El urbanismo alpujarreño en general y la vivienda en particular es una reliquia del pasado histórico que se ha conservado hasta nuestros días, gracias a los habitantes que allí viven: La Alpujarra era una comarca de difícil acceso hasta hace varias décadas, por lo que ha estado aislada; su economía era de autoabastecimiento y el mercado de trueque y la emigración fuerte en los años sesenta y setenta; en el presente ha sufrido un cierto parón que ha beneficiado al mantenimiento de la vivienda típica. Un doble peligro llevaban consigo las migraciones: por una parte, el abandono de los pueblos y viviendas que con el paso del tiempo quedarían en ruinas o transformadas en pajares, graneros, etc. Por otra parte, la reconstrucción de la vivienda por los emigrados, ávidos de las comodidades de las capitales y de la rapidez en los arreglos con materiales más manejables. Estas
construcciones
se engloban dentro del
estilo mediterráneo, Las más similares a ellas se
encuentran
en el Atlas marroquí; con todo, como dice Caro Baroja, no
debemos
simplificar a la hora de interpretar esta vivienda en razones de origen
y medioambientales, puesto que han permanecido a lo largo del tiempo,
incluso
a casta de las repoblaciones (1). Lo más
habitual
es afirmar que estas construcciones han sido creadas por la cultura
musulmana.
Gautier dice que las características de estas construcciones son
de los beréberes del grupo both o zenata, frente
a
la casa de tejado con vertientes que es propia del grupo rival beranes
o baranis (2).
2. Características propias del urbanismo alpujarreño 2.1. El emplazamiento urbano La Alpujarra es una extensa comarca situada a las espaldas (sur) de Sierra Nevada, con nieves permanentes durante todo el año en las cotas más altas. El agua es constante, pero insuficiente para cubrir las necesidades por la gran dificultad y alto costa para contenerla y encauzarla. Sus grandes y variados barrancos deslizan hilos de agua por la comarca, dividiéndola en partes. La vegetación es diversificada y abundante en las zonas de mayor irrigación (Barranco de Poqueira, Bérchules, etc.) y escasa donde las aguas no llegan (La Contraviesa). Es una región muy montañosa, abrupta, que a lo largo de 50 km desciende desde más de 3.000 metros, -el Mulhacén tiene 3.478- hasta el nivel del mar, dando lugar a una serie de pisos climáticos y de vegetación (tundras, praderas alpinas, castañares, encinas, alcornoques, chumberas, almendros, olivos, vides, palmitas, naranjos y otros productos subtropicales). A lo largo de una especie de valle longitudinal se diseminan una multitud de pueblos que integran culturalmente la comarca. El pueblo más alto es Trevélez, que está a 1.700 metros de altitud, Lanjarón a 725, Órgiva a 450, Albuñol a 200 metros, etc. Los conjuntos urbanos vistos desde lejos asemejan a ventisqueros de nieve que rompen la monotonía de la gana de verdes primaverales o de fuegos otoñales. Son como un juego de alternancias entre lo blanco y lo verde o amarillo. Los centros urbanos están ubicados al lado de algún arroyuelo o manantial que abasteciese de agua a la población. Aún hoy se puede observar en los cortijos aislados la conducción de agua hasta la misma puerta de la casa por irrisorias acequias salidas del nivel adecuado, agua que servía para las necesidades de la casa y para regar los campos cercanos a la misma. Los pueblos
suelen
estar orientados al sur
a sureste, a excepción de algunas que miran al norte (Mecina
Tedel
-abandonado- y Jorairátar; Murtas al nordeste). 2.2. Las calles, los adarves y los tinaos El conjunto de accesos entre las viviendas y demás construcciones forman una especie de sistema nervioso reticular complejo, lleno de recovecos que confunden al visitante. Estas redes nerviosas (calles) están trazadas a semejanza de los terrenos de cultivos, los bancales. Estas tienen un acceso en zig-zags para evitar el esfuerzo en la subida rectilínea y para no partirlos ya que de por sí, son pequeños en extensión. Esta hipótesis puede explicar también los adarves y los tinaos. La dificultad del terreno, la escasa tierra cultivable y, por ende, la poca rentabilidad, ha creado una conciencia grande por poseer al milímetro la propiedad de la tierra. Las casas se construyen ocupando el menor espacio posible, dejando los accesos únicamente necesarios según el paso obligado al bancal, el paso de una caballería cargada de haces o aguaderas. Al construir la vivienda, si no había paso cedido a otra propiedad, cerraba la calle con su propia construcción, dando lugar a los adarves. Los tinaos son una variante de la misma hipótesis: la conveniencia de dejar un paso, al propietario se le permite construir encima, ya sea un terrado, lo que certifica la propiedad a algunas dependencias domésticas o agrícolas. Los tinaos
son una de las construcciones
más típicas de la zona, que producen un ambiente
misterioso
y laberíntico de comunicación entre unas calles y otras,
y entre las viviendas. 3. La vivienda 3.1. La casa vista desde el exterior Las construcciones alpujarreñas hasta hace unas décadas tenían una doble vinculación con la tierra: los materiales que se utilizaban y la adaptación al relieve. Ambas características han dado como resultado, al menos, físico, la originalidad y el tipismo de las construcciones. Esta zona, como ya se ha dicho, es montañosa con una fuerte inclinación. Los lugareños edificaban sus moradas en los espacios menos propicias para los cultivos. El relieve no se transforma; una roca grande puede convertirse en una parte de pared maestra, en un peldaño de escalera o en algo que sea de utilidad; lo que aparentemente es un obstáculo ha servido para afianzar la casa, para señalar la escalera, sin gastar esfuerzo ni tiempo alguno. La inclinación del terreno permite una entrada doble, a pie de calle, en plantas diferentes, que ahorra energía, en particular cuando hay que almacenar productos en casa. Aunque hay viviendas de una sola planta, las más típicas y abundantes son de dos e incluso tres plantas. Cada planta tiene sus propias funciones, como más adelante veremos; los seres humanos, los animales con sus aperos y los productos tienen sus dependencias dentro de la misma construcción. Al ser las calles tan estrechas, las casas están apiñadas, adaptadas al desnivel del relieve y sin tejados inclinados. Los centros urbanos forman un conjunto cúbico en escalada, que no desdice del medio, sino que lo embellece, cono si éstos simbolizasen la blanca nieve de las alturas, ya que están pintados de blanca cal. El blanqueo de la casa es un rito reservado a la señora, en fechas señaladas a en acontecimientos, en los que se exige un decoro y prestigio familiares. Es fácil encontrar mujeres vestidas de negro de la cabeza a los pies, salpicadas de pintas blancas, con el cubo y la brocha repartiendo con buena medida la cal por las paredes de la casa. Algunas viviendas tienen una franja de 80 a 100 cm de altura pintada de color oscuro, para que no se perciba tan claramente la suciedad que salta del suelo o que proviene de roces. Los materiales de construcción son los propios de la zona: Piedras y argamasa para los muros de la casa; se colocan las piedras tal como se recogen, acoplándolas unas sobre otras con ciertas cantidades de argamasa. Tanto las paredes exteriores como interiores tienen parecido grosor, ya que ambas soportan el pesa de los techos. La madera para los techos es de nogal, castaño, pino, olivo y almendro. Las vigas para formar el techo unen unas paredes con otras, y sobre aquellas, en cruz, se colocan las alfajías, de bastante menor grosor, sacadas de las ranas de los mismos árboles. Encima de las alfajías, se colocan planchas de pizarra y sobre éstas, arcilla magnesiana gris o launa. Tanto los suelos de las diferentes plantas cono los terrados llevan el mismo sistema y los mismos materiales. En los últimos tiempos, en la planta habitada por el hombre, se está sustituyendo este sistema por baldosas y las otras plantas por cemento; los terrados por uralita. Los terrados tienen unas pizarras que sobresalen unos 10 a 20 cm de las paredes exteriores (beriles) para evitar el deslizamiento de los chorreones de lluvia. Estas pizarras están sostenidas por launa y piedras, formando un montículo a lo largo del perímetro del terrado, para precaver la erosión de la launa y, en consecuencia, las goteras. Los huecos de las casas son dintelados, escasos y colocados irregularmente. Las viviendas que conservan un sabor más añejo y de mayor alcurnia, las menos, poseen un balcón de madera cubierta, que si ha sufrido alguna transformación en los últimos años, se ha sustituido la madera por el hierro. Hay bastantes casas que tienen claraboyas para recibir una luz cenital, que suele dar a la cocina, una dependencia importante dentro de la vida doméstica. Otros huecos de
segundo orden, como las gateras,
los del gallinero, suelen ser habituales en muchas viviendas, que
permiten
la salida y entrada de estos animales domésticos a su
«antojo».
El del gallinero se tapa por las noches con un taco de madera para que
las alimañas no hagan de las suyas. 3.2. El interior de la casa En este apartado, hablamos de la casa tipo de dos o tres plantas. a) La planta baja o de los animales domésticos La planta baja tiene una entrada al nivel de la calle, ya sea por la calle considerada más principal, y el acceso es compartido por los seres humanos y por los animales domésticos, ya sea por la parte trasera de la casa, que sería la entrada particular para los animales. Esta planta tiene una especie de zaguán, desde donde se accede a las diferentes cuadras -de mulas, de cerdos, de gallinas, lugar de aperos de labranza, etc.; también parte de este zaguán una escalera empinada para la siguiente planta. La planta baja carece de huecos en las diferentes dependencias, tan sólo la puerta de entrada general y alguna ventana pequeña y descuidada. La falta de ventilación sirve para producir calor animal que vendrá bien en los duros y largos inviernos. b) La planta habitada por el hombre Encina de la planta de los animales domésticos se encuentra la habitada por el hombre, con entrada a pie de calle, ya sea por la fachada principal o la trasera. La distribución de las dependencias es variable e incluso puede haber espacios para graneros en el caso de que no haya una tercera planta. La cocina es (era) la dependencia principal de la casa, donde se prepara el sustento, se come y se recibe a los vecinos. Es amplía habitación amueblada con sillas, mesa, colgados de la pared los utensilios culinarios, con fuego de obra y algunas casas con el horno de hacer el pan. Es, quizá, la dependencia que mayores retoques ha sufrido en los últimos años: el fuego de obra ha sido sustituido por la hornilla de butano, el horno de hacer el pan no se usa, los utensilios colgados se guardan en pequeños armarios e incluso se ha reducido el espacio para crear el salón comedor, que ha pasado a ser la habitación central de la casa, al menos de cara a los visitantes. Esta dependencia es la más cuidada, cargada de recuerdos familiares (fotografías de los hijos emigrados, de estampas de santos), con tresillo, lámpara, etc. Los dormitorios son pequeños con escasa luz y ventilación, y se accede a ellos desde otras habitaciones. Los servicios higiénicos son adaptaciones posteriores que se acomodan en algún espacio con lo más imprescindible. Desde esta planta se accede a la siguiente, la troje. c) La troje Esta última planta está dedicada al almacenamiento de productos agrícolas y ganaderos. Reúne unas condiciones adecuadas de ventilación y humedad para el secado, curación y conserva de productos. No tiene compartimentos de obra; aquí se perciben con una mirada jamones, morcillas, trigo, lentejas, etc. d) La
casa
alpujarreña en conjunto,
como afirma Navarro Alcalá-Zamora «está adaptada
perfectamente
al terreno, a las necesidades y a las posibilidades de sus
inquilinos» (3);
ahora bien, un futuro desarrollo agrícola y ganadero de la zona
cambiaría el paisaje urbanístico, construyendo cuadras y
almacenes totalmente diferentes a las típicas edificaciones,
como
ya se puede observar en los pueblos que han formado cooperativas
agrícolas.
La casa quedaría como morada exclusiva para el hombre con las
transformaciones
convenientes para una mejor habitabilidad. Los cambios serían
tantos
que la vivienda en su interior, quizás también en el
exterior,
se haría irreconocible. 4. Una aproximación explicativa al urbanismo alpujarreño Tres son los elementos básicos del asentamiento humano en una zona: el agua, una tierra susceptible de producción agrícola y ganadera y una vivienda. En la Alpujarra, la nieve de Sierra Nevada es la gran reserva de agua, aunque con grandes dificultades para su aprovechamiento. Una correcta distribución de aguas sería tan costoso en trabajo y dinero, que quizá no fuese rentable, a no ser que se encontrase algún cultivo que produjese cuantiosos beneficios. Las tierras de producción agrícola son escasas y exigen un esfuerzo sobrehumano para cultivarlas. Las nuevas maquinarias no sirven; las parcelas son pequeñas y muy repartidas. Produce de todo y se basa en una economía de subsistencia. La ganadería está poco explotada, si se exceptúa la cabra, pero que hasta ahora no ha sido muy rentable. La vivienda es el resultado de la adaptación al medio, empleando los materiales que la misma tierra posee -rocas, pizarras, arcilla magnesiana- y da -árboles variados- a imitación de los ventisqueros de las cumbres de Sierra Nevada. La casa se adapta al relieve (tierra); la tierra posee los materiales básicos de las paredes de la vivienda; la tierra y el agua (nieve) producen los materiales (madera) de los techos y huecos; la casa encalada imita la nieve y el conjunto urbano en forma de escalada asciende hacia las cumbres sin dejar de mirar al valle, donde llega el agua y la tierra produce. Ahora bien, toda obra material humana deja una impronta que va más allá de la pura explicación constructiva, entonces ¿qué simboliza el conjunto urbano y vivienda alpujarreños? Si la escasez de terreno cultivable aparentemente explica el apiñamiento de las casas, si el excesivo celo por la propiedad habla de las calles estrechas y de los tinaos, si... pero una vez construidas las casas y su conjunto producen un significado que trasciende la propia materialidad e incluso el significado consciente de su utilidad. La casa alpujarreña es un lugar tan sagrado para sus moradores que nadie ajeno a ella se atreverá a transgredir la intimidad familiar: desde el amor hasta las disputas, pasando por las fiestas familiares, todo ella es reservado, íntimo. En cambio no se hace cuestión de cocinar ciertos productos en plena calle (asar pimientos), preparar el brasero, matar el cerdo, etc., -en otras muchas partes de España no se hace-, pero aquellas cuestiones de conciencia familiar se resuelven en el propio santuario. Se da un gran respeto entre ellos a la hora de entrar en una casa ajena. Nada se toca, todo está bien. El mismo
conjunto
urbano tiene un hálito
de misterio, de significado íntimo, de sagrado; es como si
quisiera
simbolizar que la vida humana está hecha de errores y acierto!,
que nunca se llega más fácilmente a la meta por el camina
más recto: las calles son vericuetos difíciles para
acertar
a la primera el objetivo propuesto, calles sin salida (adarves).
trazados
tortuosas, todas las calles son iguales en importancia, como los
hombres
ante Dios. Sin embargo, los pueblos y las casas alpujarreñas no
pierden la esperanza, la casa surge de la tierra, pero no es tierra; la
tierra es negra, la casa blanca, es un acercarse a la nieve, a la
purificación,
a Dios. De ahí que la casa sea un santuario.
(1) J. Caro Baroja, Los moriscos del Reino de Granada. Madrid, Ediciones Istmo, 1985: 253-254. (2) J. Caro Baroja, ob. cit.: 253-254. (3) P. Navarro
Alcalá-Zamora, Mecina.
La cambiante estructura social de un pueblo de La Alpujarra.
Madrid,
Centro de Investigaciones Sociológicas, 1979: 75.
Alarcón, Pedro Antonio de Brenan, Gerald Caro Baroja, J. Luna Gómez, F. Martín Alvar, J. Navarro Alcalá-Zamora, P. Ponce Molina, P. Spahni, Jean-Christian |
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