|
|||||
|
|||||
Es grato para quienes de alguna manera nos dedicamos a la etnografía, etnología o antropología, como se le quiera calificar a nuestras investigaciones, observar cómo con el paso de los años estas disciplinas van haciéndose cada vez más populares, aceptadas y extendidas; ya no son tachados de «folcloristas» -en sentido peyorativo- o «curiosos» aquellas personas que se interesan por la recogida de la tradición oral, el estudio del romancero popular, las fiestas, la medicina popular, etc. En gran parte se debe, no cabe duda, la institucionalización de los estudios de antropología en las diferentes universidades españolas. Una gran remesa de nuevos licenciados salen cada año con el cuño de «antropólogos», dispuestos a ocupar puestos en la gestión pública y la enseñanza; y esto es positivo. Por su parte, la Junta de Andalucía -por referirme a lo que se hace en el sur- ha constituido una Comisión Etnológica, mediante la que se reparten varias decenas de millones de pesetas anuales en subvencionar proyectos de investigación relacionados con la antropología social y cultural andaluza; gran número de estudiosos noveles e investigadores consumados se están beneficiando de estas subvenciones; ya era hora de que también los trabajos de las ciencias sociales fueran reconocidos y mínimamente remunerados. Por su parte, las Diputaciones Provinciales, Centros de Profesores, ICEs, etc., vienen organizando cursos de iniciación en la etnografía o a las técnicas del trabajo de campo, el cine etnológico, la historia oral y otros, a los que asisten estudiantes, recién licenciados, maestros y personas interesadas en general. Todo esto es muy útil, ya que el acercamiento de los temas de la antropología a la población es cada vez mayor. La Consejería de Asuntos Sociales, de la Junta, a través de la Dirección General de Juventud, viene lanzando una «Campaña Juvenil de Protección del Patrimonio Tecnológico», enfocada sobre todo a estudiantes de enseñanzas primaria y secundaria, otorgando varios premios en metálico a los mejores trabajos. Por su parte, la Consejería de Educación y Ciencia ha puesto en funcionamiento, para este curso 1991-92, con carácter experimental, el «Proyecto de Cultura Popular Andaluza», dentro del Programa Juan de Mairena, enfocado a alumnos de enseñanza secundaria. Participan en él varios institutos andaluces, de Sevilla, Córdoba, Ronda y Granada. Un grupo de profesores, entre los que me incluyo, ha elaborado un libro Guía del profesor y el Cuaderno del alumno, que se distribuirán por los centros el próximo curso. Los trabajos culminarán con su exposición en un encuentro de todos los alumnos participantes, a celebrar el mes de mayo. No quepa duda de que la mejor manera de nutrir de alumnos la especialidad de antropología es enfocándola desde el bachillerato, tomando contacto con la disciplina a través de trabajos de campo, con pequeñas investigaciones dirigidas (ciclos vital, festivo, agrícola, etc.). Aunque no faltan profesionales de la antropología, léase profesores de universidad, que consideran este tipo de investigaciones carentes de todo valor, ya que en la mayoría de los casos los profesores de secundaria que los dirigen no son especialistas (licenciados en antropología), por lo que los resultados --según ellos-- siempre serán escasos y de dudoso valor. Estoy totalmente de acuerdo en que una buena investigación ha de realizarla una persona preparada o que aquélla le sirva para obtener su especialidad. Sin embargo, es un error exigir a un alumno de tercero de BUP que realice una tesina con su trabajo de campo, y añadir que si esto no es posible, será mejor quedarse quietos. Todo lo contrario, se trata, primero, de que el alumno tome contacto con la realidad que le envuelve, desde un punto de vista de investigador, y segundo, que considere la investigación como el método más eficaz para alcanzar el aprendizaje, superando de una vez los apuntes de clase y las lecciones aprendidas de memoria. No obstante, cualquier discrepancia al respecto queda solventada cuando se comprueban los resultados, esto es, los diferentes trabajos que los alumnos presentan al final de curso: Puedo dar fe de que el muchos casos superan los que he visto de alumnos de facultad. En mi caso particular, desde el curso 1986-87, vengo experimentando el cambio de programación en la asignatura de filosofía de tercero de BUP, por otra de antropología cultural, que yo mismo he venido confeccionando (Checa 1991). En el curso actual, mis alumnos de tercero del I. B. «Cartuja», de Granada, participan en el Proyecto de Cultura Popular Andaluza. Desde el comienzo viene preocupándome el dotar al alumnado del conocimiento de una serie de técnicas para la recogida del material de campo. Con esta intención me he visto en la necesidad de reflexionar sobre este asunto, ordenando toda la experiencia que he venido acumulando a lo largo de estos últimos siete años como investigador en la disciplina antropológica, y como director de los trabajos de campo de los alumnos, pudiendo ofrecer al no iniciado una orientación práctica de cómo afrontar un trabajo de etnografía, tradición oral o folclore, y cómo acometer el posterior análisis de los datos y su redacción final. Soy consciente de las limitaciones que una publicación de este tipo engendra, más al resumirla en tan sólo varias páginas; además, como mi propia experiencia me dicta, el etnógrafo se va haciendo a sí mismo y la experiencia le va subsanando sus propios errores con el paso del tiempo; no obstante, también sé que en los comienzos se dan muchos «palos de ciego», que se evitarían teniendo una idea clara de qué se quiere hacer y cómo acometer la empresa, esto siempre supone ganar tiempo y trabajar mejor. Para que la
exposición sea más
comprensible, a cada fase del trabajo de campo le dedico un apartado;
seguirá
aproximadamente el orden cronológico, según el desarrollo
que creo ha de seguir una investigación, aunque esto no
significa
que no se entremezclen y combinen entre sí. Aunque me muevo en
un
ámbito de generalidades, trataré de ser lo más
exhaustivo
posible, con la intención de abarcar y responder al mayor
número
de cuestiones posibles. 1. Técnicas de observación intensiva. El acopio de material Cuando se va a investigar sobre un tema, es muy importante, de entrada, hacer acopio del material ya existente sobre él. Esto nos dará una idea más amplia del universo objeto de estudio, posibilitando, tal vez, o un nuevo enfoque o mejorar el existente. V. gr., si queremos recoger un fiesta, no lo haremos igual si nos es conocida que si es la primera vez que asistimos a ella: nuestras preguntas y nuestra observación varían sustancialmente en función de nuestra proximidad o lejanía al ritual. Es mucho más provechoso observar una fiesta sobre la que ya hemos leído su historia y origen, su desarrollo, los momentos de los que consta, etc., que ir y esperar a ver qué sucede. No siempre es posible, pues las publicaciones etnográficas y antropológicas, en conjunto, siguen siendo escasas, pero sí muy conveniente, si se puede. El acopio de material podemos agruparlo en tres bloques: A. La observación documental escrita. Aquí considero la consulta de documentos y legajos, de cualquier archivo; la prensa, tanto en artículos como notas informativas, columnas, cartas al director, anuncios, etc.; los anuarios son de interés, muchas veces, para extraer noticias o datos que nos valgan para una posterior comparación con nuestro tema; obras literarias, que no en pocas ocasiones hacen referencias históricas, simulan hechos verídicos o describen situaciones muy similares. Es útil realizar una lectura etnográfica de las novelas costumbristas, para entender las pautas de vida, la moral, los valores o conceptos de honor y honra sociales de la época; consultar la bibliografía específica sobre el tema, aunque no sea desde un enfoque etnográfico o antropológico; la interdisciplinariedad es muy conveniente; ojear los programas de fiestas, pues con frecuencia aparecen artículos de interés; muchos pueblos publican un anuario de estudios, con ocasión de las fiestas patronales de la ciudad, en el que aparecen artículos de interés económico, social, político, histórico, etc. B. Otros documentos, como los técnicos y objetos (instrumentos de labranza o ganadería, útiles de pesca, vasijas o trajes, nos serán de gran servicio para obtener una visión de conjunto de la cultura estudiada (en la vida real las cosas no están tan separadas o fragmentadas como después aparecen en los textos). Documentación iconográfica: grabados, cuadros, dibujos. Documentación fotográfica (mejor diapositiva, pues al ampliarse se captan mejor los detalles, también permite pasarla a papel); reproducción de los documentos ya existentes. Grabaciones en vídeo, pues nos recogen el sonido ambiente y el movimiento (una danza, una fiesta); al mismo tiempo se pueden grabar entrevistas y realizar montajes: el regalo de una cinta de vídeo (o una fotografía) permite andar mucho camino en la búsqueda y ayuda de los informantes. La documentación fonográfica, como la música, canciones o romances es de enorme valía, imprescindible si lo que pretendemos recoger son cuestiones folclóricas. C. La
estadística. Aunque para muchos
científicos, incluso sociólogos, es el arte de decir
mentiras
sociales con números, un conocimiento estadístico puede
aclarar
más de una incógnita y explicar cuestiones oscuras. Para
entender la pobreza de un pueblo agrícola, hay que analizar,
también
estadísticamente, la propiedad de la tierra del lugar
(así,
muchas actitudes caciquiles de pequeños propietarios se explican
tras conocer la procedencia del sujeto: una familia poderosa
sólo
dos generaciones antes). Los recuentos pueden ser directos
(información
de censos, padrones, catastro, amillaramientos, registro civil), o
indirectos,
sobre muestras y sondeos. En el trabajo estadístico es muy
importante
velar con esmero para reducir los errores y, por supuesto, exponer la
verdad
de los datos: son los datos los que han de confirmarnos las
interpretaciones
o teorías, en lugar de adecuar los datos a éstas, como
sucede
en antropología con excesiva frecuencia. Muchas veces, los datos
pueden decir lo que queremos que digan. 2. Observación directa extensiva. La encuesta De una buena encuesta siempre se extrae información; sin embargo, una mala encuesta vale para muy poco; mala encuesta es aquélla que no está bien concebida y preparada, o no está bien formulada, o los informantes están mal elegidos; algo falla. La observación directa extensiva o encuesta consta de tres momentos: A. Preparación del cuestionario. En la elaboración de un cuestionario pueden preverse preguntas amplias o abiertas (encuesta indirecta), para que el encuestado o informante responda libremente, más allá de la misma pregunta; o preguntas tipo test, cerradas (encuesta directa), éstas, aunque son más fáciles de tabular después, se prestan a una respuesta incierta, disimulada, escondiendo la verdad en un monosílabo o eligiendo una opción entre varias ya dadas. De cualquier manera, conviene evitar un elevado número de preguntas (unas treinta) y no sobrepasar las dos horas de entrevista: el cansancio resta veracidad, concentración e interés. Es apropiado elaborar «baterías» de preguntas, esto es, agruparlas según su afinidad y realizarlas con un orden; también es muy importante que el encuestado (por muy conocido que nos sea) se sienta a gusto, que le inspiremos confianza; hay que tener presente la «técnica del embudo», enfocar las preguntas en círculos concéntricos, hasta llegar al punto que consideramos más significativo, aunque el informante haya tenido que responder algunas preguntas comodín, útiles para romper el hielo, acomodarse, ofrecer confianza. Los enunciados siempre tienen que ser claros y bien formulados, evitando palabras tabú o no muy aceptadas, etc. Por regla general es idóneo no dar la impresión de que se está realizando una encuesta en toda su regla, sino más bien una conversación amistosa (entonces el informante se expresa más cómodo). B. La encuesta propiamente tal. Lo ideal es la utilización de la grabadora, pero esto no siempre es posible, por intimidad de los informantes o recelo, y tenemos que ser respetuosos. Su ausencia se cubre tomando notas, que serán lo más exhaustivas posible; después, a la hora de leerlas, hay que poder distinguir sus respuestas de nuestras impresiones (que introduciremos entre algún signo convencional: '[', '(('. Por ejemplo: ((se ha puesto nervioso)), [alegría rebosante], etc. En cualquier caso, tras una entrevista, grabada, anotada o conversada, es obligatorio redactar un informe que refleje en el cuaderno de campo la impresión de la entrevista, las respuestas importantes, la actitud del informante, etc.; dejarlo para después significa perder mucha información, aunque nos fiemos de nuestra memoria: la mejor manera de recordar algo es leyéndolo. Para que una entrevista tenga garantías de que se llevará a efecto, previamente se concertará una cita con el informante y se evitarán intrusos que distorsionen nuestro trabajo; para ello conviene, en lo posible, rehuir lugares muy frecuentados (bares, clubs): en una entrevista sobre la guerra civil española, es presumible que nuestro informante querrá intimidad. Sin embargo, hay temas en los que es muy positivo recoger el material con un grupo de personas: cuestiones de folclore, de fiestas o fechas pasadas, las esclarecen mejor entre varios: de muchas disputas entre informantes sale la luz. C. Tabulación
de los resultados. En
bastantes informaciones es acertado emplear con las respuestas
obtenidas
la estadística aplicada; ello nos aportará una
visión
de conjunto, siempre muy necesaria para entender las individualidades. 3. Búsqueda de informantes Saber elegir correctamente a las personas que nos van a dar información es incuestionable para después afrontar la interpretación de los datos con ciertas garantías; ya sabemos que los informantes no son la única fuente de información, pero sí, en multitud de ocasiones, sólo contaremos con sus opiniones. Después de estos años de trabajo de campo, he llegado a la conclusión de que es imprescindible encuestar sobre un mismo tema a tres tipos de personas. En primer lugar a la gente del pueblo (la persona más insospechada y aparentemente más inepta e ignorante puede ofrecernos el dato que íbamos buscando; de entrada no hay que despreciar a nadie); entre ellos hay que recoger la opinión de distintos sujetos con distinción de sexo, edad y clase social. La visión que sobre las relaciones prematrimoniales, la religión, el honor o una fiesta, tienen un hombre y una mujer, una muchacha y una anciana, un obrero y un rico, con frecuencia es tan dispar que nos conviene comprobarlo. Recogiendo datos sobre la Semana Santa de un pueblo jienense, en la que de los 9 tronos procesionados, 5 son propiedad privada de distintas familias, pensábamos que entre las hermandades titulares (las familias) de las imágenes podía haber serias disputas, rencillas, desavenencias, aunque tal vez no salieran a la luz pública. Por ello, una pregunta era «¿Cree usted que hay rencillas entre las hermandades de Semana Santa?». Muchos jóvenes lo ignoraban, aunque admitían que les daba igual (sobre todo a los varones); las mozuelas, aparentemente más religiosas, aunque también lo desconocían, les preocupaba que así fuera. La mayoría de los varones adultos, muchos cofrades, incluso miembros de las juntas directivas, lo negaron rotundamente, aunque aceptaban cierto interés por vestir a la imagen con mejores atributos, mostrar más orden en las procesiones, mejor atuendo, mejor trono, disputas razonadas y hasta cierto punto legítimas, pues esto engrandece a la Semana Santa, pero sin pasar a mayores. También preguntamos a los presidentes de las hermandades, por regla general los directos herederos de la imagen; en los primeros contactos, con más o menos rotundidad, todos negaron cualquier rencilla, sin embargo, cuando uno de ellos nos contó una serie de circunstancias que después pusimos en conocimiento de los demás, abierta la veda de la acusaciones, quedamos perplejos ante los «cumplidos» que se intercambiaban, las zancadillas que mantenían se habían puesto, etc. Esta es la cuestión, ¿teníamos que habernos conformado con las respuestas de los jóvenes o de los adultos? A otro tipo de personas que es obligado entrevistar son las relacionadas con los diferentes organismos públicos, como el secretario del ayuntamiento, el juez, el sacerdote, un maestro, el alcalde, el presidente de una hermandad, etc. Este tipo de personas tienen acceso a una serie de informaciones y documentos inalcanzables para cualquiera. El valor de esta personas se incrementa si trabajamos en zonas rurales. Por último, es conveniente conocer la opinión de los estudiosos, cronistas y eruditos que ya han trabajado el mismo tema o uno parecido (un cronista es el «amo» del archivo local y conoce a todos los archiveros de la provincia). Gracias a sus conocimientos, una orientación clave nos permitirá ganar mucho tiempo, incluso remodelar hipótesis, tomar interés por cuestiones que desconocíamos, etc. Ahora bien, los informantes siempre tienen el peligro de ocultar la verdad, o decir una verdad a medias, distorsionando la realidad. Cómo saberlo no resulta fácil, sobre todo al principio del proceso de recogida de material; pero después, el acopio de información aclara cuestiones; no obstante, para mí, un dato me sirve de garantía: el grado de objetividad que pretenda dar y la actitud autocrítica de sus respuestas: Cuando una persona no está permanentemente, v. gr., culpando a los «otros» de todo, sino que también reconoce para «ellos» mismos actitudes reprobables, con bastante probabilidad ese informante es sincero. También es real el riesgo que se corre de no elegir informantes representativos o preparados; sin embargo, esto es muy fácil detectarlo, observando la calidad de las respuestas, o hasta en el mismo tono de sus palabras. Además, el
mismo investigador tiene
que saber jugar su papel de estudioso neutral (que no está
reñido
con la observación participante), de lo contrario, por ejemplo,
se arriesga a ser catalogado de un bando ideológico y a que
gente
del otro bando le niegue información; o a ser considerado
persona
sospechosa, aun sin una razón fundamentada, pero, al no ofrecer
confianza, mucha gente no quiere hablar, o responde con evasivas: En
los
pueblos, y sobre todo las personas mayores, son muy proclives a
desconfiar
y creer que los romances por los que encuestamos no son sino un
subterfugio
para alcanzar otro tipo de información, para ellos más
peligrosa,
que, tal vez, les pueda subir los impuestos, les descubra una finca,
una
vaca o una tienda que no declara, etc. El peligro aumenta en
función
del material que tratamos de obtener. ¿Qué hacer ante
situaciones
similares? No tiene fácil solución; pero, ante todo,
mostrar
serenidad: intentarlo con otro informante; cuando se descubra que
«no
hay peligro», el resto también hablará. 4. La observación participante La observación participante es, en la recogida del material, el gran elemento que distingue a la antropología (o etnografía) de la sociología. Se entiende por ella la captación de la realidad social y cultural de una sociedad, comunidad o grupo social determinado, mediante la inclusión del investigador en el colectivo estudiado. No se trata, obviamente, de convertirse en un pastor, labrador o marinero, para estudiar un colectivo compuesto por ese tipo de personas; me refiero a la actitud de introducirse en la comunidad, participando de sus ritos, comidas, costumbres, etc., para contemplar, observar, recoger e interpretar al grupo «desde dentro». ¿Qué valor tiene la observación participante? Permite la captación de detalles, la observación propia, las vivencias personales, la recogida de lo constante y fundamental; la integración de lo observado en normas y leyes. No obstante, como acabo de decir en el apartado anterior, un buen investigador tiene que saber mantenerse alejado lo suficientemente, para perseverar en su postura de estudioso, ajeno al grupo y neutral; una abusiva participación puede ser imprudente. Hay que tener previstos los límites de la participación, así como otras vías para practicarla. Sin duda, la
observación participante
se emplea en investigaciones que requieren la presencia del
etnógrafo
bastante tiempo viviendo dentro de la comunidad. Incluso hay temas (la
guerra civil, la lucha de clases, análisis de las mentalidades,
etc.) que requieren más distanciamiento y neutralidad que otros
(etnografía de los molinos, ciclo agrícola, romances de
tradición
oral, medicina popular). 5. El inicio de la investigación Una vez que conocemos la zona, hemos preparado las encuestas y elegido informantes, el inicio de la investigación propiamente dicha no debe demorarse. Éste, creo, ha de constar al menos de tres partes: A) Premisas. Primero, tener un plan previo de investigación, un esquema teórico-práctico inicial, aunque con el desarrollo se vaya modificando. Para establecer estas hipótesis de trabajo son de utilidad, como ya he dicho, unas visitas previas a la comunidad o al grupo, lecturas teóricas sobre el tema, leer otros estudios similares, etc. Si nos proponemos recoger «el folclore de una comarca» y nuestra concepción del término se reduce solo a música y bailes populares, no nos quepa la menor duda de que realizaremos una investigación muy fragmentada, pues habremos despreciado: los romances de tradición oral, la leyendas y cuentos, los juegos, la indumentaria, la medicina popular y un largo etcétera. En segundo lugar, marcarse claramente qué objetivos se pretenden estudiar. B) Entrada en la comunidad o grupo. Si es la primera vez que el investigador se acerca al lugar, procure, a los ojos de la comunidad, colocarse en buena disposición; por ello es aconsejable ser presentado por alguien conocido; cuando no es posible, dejarse llevar por el sentido común: Hay técnicas a seguir, como ofrecer tabaco, charlar en un bar, dirigirse a las autoridades, etc. Los primeros días se emplean para echar fotos (que incluso pueden ser un regalo posterior), elaborar planos, consultar archivos, buscar informantes: hacerse conocido y familiar entre la gente. C) Técnicas
del comienzo de la investigación.
Una buena manera de empezar la recogida de datos es aprovechando una
actuación
colectiva, como una feria o fiesta: La presencia de mucha gente
facilita
conectar con personas, acceder a otras, ser presentado o visto en el
lugar.
En las primeras jornadas pueden combinarse las entrevistas con la
observación,
pues ambas se apoyan mutuamente. Para no perderse, es de gran ayuda
elaborar
categorías de opuestos: riqueza-pobreza, masculino-femenino,
moderno-tradicional,
etc., e ir agrupando la información en ellas. 6. El diario de campo Me refiero a la
libreta o diario en la que
el investigador debe ir anotándolo todo: hechos concretos,
comportamientos
de la gente, situaciones, fiestas, fechas relevantes (hasta nuestros
propios
estados de ánimo). Advierto que el diario hay que rellenarlo lo
más pronto posible después del acontecimiento, entrevista
u observación, para evitar olvidos importantes: Insisto en que
la
memoria no es compañera de fiar. Merece la pena comparar los
diarios
del comienzo de la investigación con los de varios meses
después,
incluso en la descripción de los mismos hechos, en ellos se
aprecia
la propia madurez del investigador y la evolución en su
conocimiento
del mundo social investigado. 7. Otros Para muchos
tipos de
investigación
es bueno confeccionar mapas de situación y croquis del sitio
investigado.
Cabe realizar estudios de casos concretos, que ilustren los datos
recogidos;
también estudios de familias, biografías y
autobiografías
de personajes con relevancia en la comunidad o grupo. Si se está
recogiendo la fabricación del vino en una comarca, sea o no ya
una
actividad marginal, es muy ilustrativo, por ejemplo, conocer la
biografía
del productor más antiguo de la zona. También es de gran
valor la recogida del ciclo vital, pues abarca toda la vida de una
persona
y generación; el ciclo vital se utiliza, primero, para observar
los cambios que se están produciendo en nuestra sociedad
respecto
a décadas anteriores y, segundo, para obtener información
de muchos temas paralelos, como el folclore, las costumbres de noviazgo
o reproducción, las fiestas, etc., de una época
determinada,
que nos ayudan a configurar una visión de conjunto de esa
cultura.
Siempre que se pueda, interesa conocer la evolución
histórica
de los acontecimientos. 8. Clasificación de los datos Terminada la
fase de
recogida hay que clasificar
los datos, aunque esto no excluye una ordenación a medida que se
van almacenando. Es preciso abrir una serie de campos, que nos permitan
en cualquier momento la búsqueda de los datos. Para ello,
reorganizar
o pasar la información a fichas y meterla en ficheros, pues,
como
siempre he dicho, «un material no ordenado, es un material no
utilizable
o inservible» (podemos perder muchas horas en buscar una
información
interesante, que sabemos que está, pero que no aparece cuando
más
la necesitamos). Las fichas tendrán varias entradas, de lo
más
general a lo particular, registrado con diferentes colores (ciclo
agrícola,
segar, el manijero; ciclo festivo, Virgen de las Angustias, ofrenda
floral).
El fichero es preferible que sea tripartito: Uno, documental,
en
el que introduciremos los documentos, información
extraída
de los legajos y archivos. Otro, bibliográfico o de
teoría,
en el que recogeremos referencias bibliográficas sobre el tema,
cuestiones teóricas, como citas, planteamientos complementarios,
paralelos, otros ejemplos, etc.; de aquí extraeremos
después
el armazón teórico de la investigación. Por
último,
el fichero de material, que reúne todo el material de
campo
(entrevistas, observaciones, etc.). 9. La redacción final Con esto llegamos a la parte final de la investigación, que es la fundamental: su redacción. Armar un texto, extraído del material de campo recopilado y de los conocimientos teóricos que se poseen, interpretando toda la información recogida. Presumiblemente habrá que enfocarlo siguiendo la demostración de las hipótesis planteadas al principio (o remodeladas). Desde mi punto de vista, el texto o exposición sugiero que conste al menos los siguientes apartados: -- Prefacio, resumen introductorio del texto, explicando las partes de las que consta y los agradecimientos. -- Objetivos e hipótesis, metodología y técnicas empleadas en la recogida del material de campo, problemas y superación. -- Parte introductoria, recoge los datos objetivos sobre el lugar en el que se ha desarrollado el estudio: localización, suelo, vegetación, descripción físico-geográfica, población, historia. -- Desarrollo (dividido en partes, capítulos, epígrafes). -- Conclusiones. -- Bibliografía y fuentes utilizadas. -- Apéndices documentales convenientes. Para terminar, repito que con la redacción de estas páginas no he pretendido formar a antropólogos ni etnógrafos, lo que sería osado por mi parte. Además, no olvido que para ello se requieren muchos años de formación y, sobre todo, de cimentación de conocimientos (hay que leer, estudiar, aprender, «como las gallinas beben agua»: un tiempo bebiendo y otro tragando). Estas páginas sólo pretenden ser un acercamiento a algunas de las técnicas que se utilizan en la recogida del material de campo, dentro de la etnografía, explicando a su vez algunos trucos que no viene mal conocer. No obstante, aun con estas limitaciones, creo que sería suficiente con que los iniciados fueran capaces de observar y recoger con rigor el material deseado y después describirlo con exactitud y coherencia. El paso más importante para ser un antropólogo se habrá dado; de lo demás se encarga el tiempo; estamos faltos de buenas descripciones. Si el lector se
beneficia de estas orientaciones,
¡qué satisfecho me quedo!
Como complemento a lo expuesto, sugiero consultar la siguiente bibliografía básica, donde se podrán ampliar, con más detalles y ejemplos, diferentes fases de las técnicas en la recogida del material de campo. Alvar López, Julio Azuaga Rico, José M. Benjamin, Paul Briones Gómez, Rafael / Pedro
Castón
Boyer Checa, Francisco Duverger, Maurice Guía... Hoyos Sainz, Luis de Maestre Alfonso, Juan Malinowski, Bronislaw Navarro Alcalá-Zamora,
Pío Rodríguez Becerra, Salvador Vansina, Jan Velasco Maíllo,
Honorio M.
(coord.) |
|||||
|