Recensión 01
Luis
Prieto
Sanchís (coord.):
Tolerancia
y minorías. Problemas
jurídicos y políticos.
Cuenca,
Ediciones de la Universidad de Castilla-La
Mancha, 1996.
Por José Luis Solana
Ruiz
A
iniciativa del Grupo de Estudios sobre Racismo,
Inmigración y Minorías, de la Universidad de Valencia, se
celebró en esta ciudad, durante las dos últimas semanas de
marzo de 1994, el segundo seminario internacional sobre problemas
jurídicos
y políticos de las minorías. El seminario versó sobre
los problemas que suscita la exigencia de reconocimiento de derechos de
las minorías y, en virtud de su carácter interdisciplinar,
congregó, no sólo a filósofos del derecho y personas
relacionadas con el mundo jurídico, sino también a sociólogos
y antropólogos. El libro que aquí reseñamos recoge
los trabajos expuestos en ese seminario.
Tras una
presentación de Javier De
Lucas, Paolo Comanducci, en «La imposibilidad de un comunitarismo
liberal», critica y considera inaceptable la interpretación
que algunos autores han hecho de la Declaración on the Rights of
Persons Belonging to National or Ethnic, Religions and Linguistic
Minorities,
adoptada por la Asamblea General de la ONU el 18 de diciembre de 1992,
y del protocolo adicional de la Convención europea sobre los derechos
del hombre, aprobado por el Consejo de Europa en febrero de 1993, en el
sentido de considerar estos documentos como una primera realización
del comunitarismo liberal. Para Comanducci, la Declaración y el
protocolo adicional «contienen medidas para las comunidades, pero
sin justificaciones comunitaristas».
En
«Igualdad y minorías»
Luis Prieto Sanchís plantea la cuestión de las conexiones
existentes entre igualdad y minorías; más en concreto, la
cuestión de determinar si la pertenencia a una minoría puede
justificar algún género de desigualdad normativa, ya sea
de discriminación directa o de discriminación inversa. Para
acometer el estudio de esta cuestión, lleva a cabo previamente una
clarificación del principio de igualdad y del concepto de «minoría».
Para Prieto Sanchís, por lo que a las minorías culturales
concierne, la igualdad debe ser tratada en relación a tres
problemáticas:
la no-discriminación, la uniformidad (desaparición de las
minorías vía la asimilación) y la función promocional
del estado. Atendiendo al régimen constitucional español
y a los valores de libertad, igualdad y laicismo (neutralidad cultural
del estado) que lo inspiran, no puede existir discriminación alguna
en virtud de rasgos culturales; es decir, la pertenencia a una minoría
no vale como criterio de restricción del ejercicio de los derechos.
Para evitar el asimilacionismo, hay que respetar la diferencia cultural
y defender la tolerancia como mecanismos protectores de las minorías.
Con todo, el problema se plantea cuando las prácticas o costumbres
de las minorías entran en conflicto con el Derecho. A este respecto,
en el régimen constitucional español, dado que, de modo general,
el orden jurídico no puede imponer comportamientos por el mero hecho
de que se los considere virtuosos o acordes con las pautas culturales
dominantes,
la identidad de las minorías culturales se halla salvaguardada con
el único límite de la protección de los derechos y
bienes de terceros: cuando las prácticas de alguna minoría
perjudiquen a terceros (y, en especial, a menores) y violen la
autonomía
de otras personas, entonces la uniformidad alentada por el
universalismo
de los derechos humanos debe primar sobre el respeto a las diferencias
estimulado por el relativismo culturalista. Según Prieto Sanchís,
hoy la discriminación se ha trasladado desde la estructura del estado
de derecho (discriminación mediante la limitación de derechos
y libertades), donde antaño se ejercía, a la lógica
del estado social. Las subvenciones y ayudas otorgadas a la confesión
religiosa mayoritaria en nuestro país constituye un claro ejemplo
de esto. El derecho eclesiástico español otorga determinados
privilegios a la Iglesia católica en detrimento de otras opciones
religiosas; se privilegia, así, de modo difícilmente armonizable
con el principio de igualdad y con el postulado de la aconfesionalidad
del estado, a una determinada confesión y se incurre en discriminación
religiosa. Pero las minorías no sólo se caracterizan por
determinados rasgos culturales, sino también por padecer determinadas
desventajas socioeconómicas. Las minorías socioeconómicas
plantean problemas de igualdad sustancial y de discriminación inversa.
Problemas que exigen una justificación de la igualdad sustancial
y, en segundo lugar, una justificación de la obligación de
los poderes públicos de articular medidas de discriminación
inversa. Prieto Sanchís muestra cómo la igualdad material
y las medidas de discriminación inversa pueden adquirir su
justificación
en tanto que condiciones necesarias para la universalidad de los
principios
de dignidad formal y de autonomía.
En un
claro, ordenado, preciso y completo
artículo («Desarrollos recientes en la protección internacional
de los derechos de las minorías y de sus miembros»), Fernando
F. Mariño recoge algunas definiciones doctrinales de minoría
utilizadas en el derecho internacional en materia de protección
de las minorías; muestra cómo existe un amplio consenso en
la Comunidad Internacional en torno a los elementos esenciales de la
definición
de «minoría», lo que le permite al autor ofrecer una
acertada definición de «minoría» y desarrollar
sus caracteres esenciales; se ocupa de las relaciones jurídicas
existentes entre las «minorías» y otros grupos humanos
también protegidos por el derecho internacional, tales como los
extranjeros, los inmigrantes y los pueblos indígenas; nos informa
sobre los derechos individuales de las minorías y sobre los derechos
de las minorías como tales (el derecho a la existencia y el derecho
al mantenimiento de la propia identidad) protegidos específicamente
por diversos instrumentos jurídicos internacionales, así
como sobre cuáles son las obligaciones internacionales de los estados
en materia de trato a las minorías y a las personas que las integran;
y finaliza refiriéndose a las garantías internacionales del
respeto a los derechos de las minorías y de las personas que las
integran, y a las técnicas diplomáticas de prevención
y solución pacífica de los conflictos interestatales surgidos
por enfrentamientos en torno a la protección o trato de minorías.
En su
artículo «La ciudadanía,
una apuesta europea», Massimo La Torre distingue dos concepciones
de la ciudadanía cada una de las cuales comporta nociones de libertad,
concepciones de «justicia», conceptos de «constitución»,
visiones de la representación política e, incluso, conceptos
de honor propios y distintos. Analiza las relaciones entre los
conceptos
de ciudadanía (concebida como el estatus de miembro de una comunidad
política concreta) y de subjetividad jurídica (personalidad
jurídica, sujeto de derechos), así como las dos tensiones
que surgen en torno a la ciudadanía: una primera tensión,
que surge entre los dos modelos distintos de ciudadanía (un modelo
excluyente, basado en una concepción «orgánica»
de la comunidad política y un modelo inclusivo, sustentado sobre
una idea «constitucional» o «contractual» de cuerpo
político); y una segunda tensión, que se da entre el concepto
universal e inclusivo de subjetividad jurídica y una noción
excluyente de ciudadanía. La Torre critica el modelo «orgánico»,
aboga por el modelo «constitucional» y defiende la antecedencia
conceptual y moral de los derechos civiles y de la personalidad
jurídica
sobre los derechos políticos y sociales, así como sobre la
ciudadanía.
Manuel
Martínez Sospedra, en «Universalidad
e igualdad de los derechos», muestra cómo la posición
de las minorías en el estado depende del modelo de estado y de minoría
de los que se parta y cómo varía en función de estos.
A este respecto, discierne tres modelos de estado nacional (estado
nacional
étnico, república democrática liberal y república
democrática pluralista) y tres modelos de minoría (minorías
nacionales, étnicas y de incorporación). En el estado nacional
étnico se les niega a las minorías en cuanto tales la plena
ciudadanía; las minorías deben integrarse y desaparecer como
grupos con una cultura diferente. En la república democrática
liberal las minorías no pueden ser sujetos públicos, en ella
sólo reconoce individuos y los ciudadanos con una cultura diferente
a la mayoritaria pueden defenderse alegando discriminación y lesión
de la igualdad. En la república democrática pluralista hay
reconocimiento de las minorías como sujetos públicos. Este
reconocimiento plantea el problema de cohonestar las exigencias del
principio
de igualdad con las del principio de diferencia. A juicio de Martínez
Sospedra, en una República Democrática Pluralista las exigencias
del principio de igualdad obligan a ir más allá de la igualdad
formal para establecer medidas destinadas a la obtención de la igualdad
sustancial de las minorías con respecto al grupo mayoritario. Lo
justificable de esta exigencia no empece que ella entre en tensión
con la exigencia, inherente al estado de ciudadanos, de una identidad
de
régimen legal con respecto a derechos políticos y civiles.
En
«¿Derechos de las minorías
o igualdad?» F. Rousso-Lenoir, de la Universidad de París,
muestra los escollos de orden ético (el intento de establecer un
régimen especial y colectivo de derechos resulta contradictorio
con las exigencias de reconocimiento universal de los derechos humanos
y corre el riesgo de privilegiar la pertenencia comunitaria en
detrimento
de la libertad individual), jurídico (la imposibilidad e inoportunidad
de establecer una definición de «minoría» capaz
de circunscribir todos los tipos) y político (temor de los estados
de alimentar pretensiones secesionistas susceptibles de cuestionar su
unidad
nacional) con los que se han encontrado los distintos intentos de
elaborar
derechos de las minorías.
Según
Rousso-Lenoir, para proteger
a las minorías no es necesario seguir promulgando catálogos
de derechos, nuevo derechos. La protección de las minorías
es intrínseca a la de las libertades y a la del principio de igualdad
y lo que hoy se requiere no son nuevos derechos, sino «la garantía
colectiva e internacional de su aplicación efectiva a las minorías».
Leslie S.
Laczko, de la Universidad de Ottawa,
en «El pluralismo canadiense en una perspectiva comparativa»,
se plantea la cuestión de por qué algunos estados contienen
un mayor grado de diversidad y pluralismo étnico y lingüístico
que otros. Aborda esta cuestión comparando el nivel de pluralismo
de Canadá con el de otros estados y, especialmente, con el de los
Estados Unidos de América. Realiza la comparación en torno
a cinco variables o ejes: pueblos nativos, dualismo lingüístico,
regionalismo y federalismo, grupos étnicos y de inmigrantes, y
religión.
Los estudios comparativos le permiten llegar a algunas conclusiones de
interés: Canadá es un país con mayor pluralismo que
EE.UU.; el mayor pluralismo de Canadá se debe, en gran parte, al
modo como el estado canadiense se desarrolló en competencia con
Estados Unidos; en términos generales, los países con niveles
más altos de desarrollo socio-económico tienden a tener niveles
más bajos de pluralismo que los presentes en los países menos
desarrollados (lo que resulta conforme con las predicciones de la
teoría
de la modernización), a este respecto, Canadá, EE.UU., Bélgica
y Suiza constituyen casos excepcionales.
En «Para
una política inmigratoria
en Italia» Mario G. Losano, del Instituto per la Documentacione e
Informatica Giuridica de Firenze, ofrece datos sobre la inmigración
extracomunitaria en Italia; nos informa sobre las repercusiones de la
inmigración
extracomunitaria en la economía italiana, así como sobre
los problemas y la situación de los inmigrantes magrebíes,
chinos y senegaleses ubicados en Italia; apunta las fases que se han de
seguir para la inserción social del inmigrante en el país
de acogida; critica el mito regenerador de las «nuevas culturas»
traídas por los inmigrantes y constata el surgimiento de un racismo
culturalista o diferencialista; se ocupa de los problemas y límites
económicos que plantea la acogida de los inmigrantes; muestra la
necesidad de que toda política inmigratoria articule respuestas
de tres tipos: defensivas (establecimiento de cuotas), asistenciales y
promocionales (facilitar la integración); finalmente, realiza algunas
propuestas políticas para controlar el flujo migratorio y las
consecuencias
de la inmigración y termina manifestando su temor a que, para frenar
la inmigración, se opte por el recurso a la fuerza militar.
Chr.
Giordano, de la Freiburg Universität
(Suiza), en «Estado nacional, discurso étnico y reconocimiento
de las minorías. Un análisis etnoantropológico con
especial referencia a Europa centro-oriental», plantea, en
primer lugar, la cuestión de hasta qué punto el estado nacional
y la existencia de minorías constituyen dos realidades irreconciliables
o irresolublemente antinómicas. A este respecto, el caso de Suiza
mostraría cómo no tiene porqué existir necesariamente
incompatibilidad entre el estado nacional y la presencia de minorías.
Pero la experiencia helvética constituye una «especificidad
histórica» inexportable, pues según Giordano
Suiza pasó del medievo a la contemporaneidad sin pasar por los procesos
que han llevado a la gestación de los estados nacionales modernos
europeos. Posteriormente, se ocupa de las filosofías o discursos
étnicos que se encuentran en la base de los mecanismos institucionales
reguladores de las relaciones entre estado nacional y minorías.
En virtud de la «filosofía étnica» considera
posible distinguir en Europa al menos tres modelos ideales de estado
nacional:
el francés (basado en la citoyenneté, el jus soli y el
asimilacionismo),
el alemán (basado en el Volk, el jus sanguinis y el diferencialismo)
y el anglosajón. Además, se ocupa del discurso étnico
que existió en la Unión Soviética (discurso basado,
en la teoría, en la doble pertenencia: ciudadanía y nacionalidad,
pero que, en la práctica, funcionó como instrumento de segregación,
discriminación y estigmatización) y de los discursos étnicos
existentes en los países poscomunistas de Europa centro-oriental.
Motivados por el mito de retornar a un estadio presocialista, en estos
países se rechaza el modelo soviético y se tiende a restaurar
la «filosofía étnica» alemana basada en la idea
de Volk, que era el modelo generalmente vigente en estos países
durante el período presocialista, lo que ha conducido, en la mayoría
de los casos, a una territorialidad monoétnica excluyente. Tras
analizar y criticar los distintos discursos a los que nos hemos
referido,
el autor concluye apuntando, sin desarrollar, la necesidad de abandonar
tanto la idea de estado nacional como la de estado plurinacional para
avanzar
hacia un nuevo discurso sustentado en la idea de un estado
«transnacional»
o «anacional».
En
«Introducción a la ley sobre
los derechos de las minorías nacionales y étnicas en Hungría»
Pal Schmitt, a la sazón embajador de Hungría, nos informa
sobre la Ley sobre los Derechos de las Minorías Nacionales y Étnicas
aprobada en 1993 por la Asamblea Nacional de la República de Hungría.
Es de resaltar que la ley tenga como objetivo detener el proceso de
asimilación
de las minorías nacionales y étnicas y preservar su identidad,
que en ella se reconozca el derecho a la doble o múltiple vinculación
nacional, así como diversos derechos colectivos de las minorías
nacionales y étnicas, y que se articulen garantías para hacerlos
efectivos.
Finalmente,
en el artículo que cierra
el libro, «Pluralismo normativo e igualdad jurídica. La repercusión
de los movimientos migratorios de las minorías étnicas: la
adopción por los extranjeros en Brasil», Marcela Varejao,
de la Universidad Católica de Pernambuco, nos permite conocer la
situación de los menores en Brasil y, más en concreto, en
el estado de Pernambuco. La autora subraya los muchos aspectos
positivos
y las avanzadas posibilidades que brinda la principal ley brasileña
de menores (el Estatuto da criança e do adolescente), pero resalta
cómo su aplicación ha sido escasa, pues la explotación,
el ejercicio de la violencia y los malos tratos sobre los niños,
el asesinato y el exterminio de menores (realidades sobre las que
ofrece
sobrecogedores datos) han sido potenciados y amparados por la
corrupción
policial e institucional y por la omisión generalizada de las
autoridades
públicas.
En
definitiva, espero que las breves referencias
que hemos ido realizando de los contenidos de los distintos trabajos
recogidos
en Tolerancia y minorías hayan contribuido a mostrar que la obra
contiene un excelente elenco de trabajos que deberán ser
consultados
y su consulta resultará de gran utilidad e interés y sumamente
provechosa por todos quienes deseen profundizar en la cuestión
de los derechos de las minorías.
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Recensión
02
Daniel Cohn-Bendit y
Thomas Schmid:
Ciudadanos de Babel. Apostando por una
democracia multicultural.
Madrid, Talasa, 1995.
Por José Luis Solana
Ruiz
Este libro, que centra en Alemania el
análisis
de las problemáticas generadas por el multiculturalismo, pero cuyas
conclusiones y propuestas resultan plenamente extensibles a la mayoría
de los países occidentales, contribuye al desmonte de varias falacias
e ingenuidades existentes sobre la inmigración y el multiculturalismo,
a la par que ofrece propuestas dignas de consideración para acometer
los problemas planteados por estos fenómenos.
Las falacias e ingenuidades que
contribuye
a desmontar son: la falacia de que la inmigración sea un fenómeno
novedoso, la falacia de concebir a los inmigrantes como mano de obra
pasajera,
la falacia de que la inmigración haya sido y sea económicamente
negativa para los países receptores, la falacia de la invasión
de refugiados extranjeros, la ingenua xenofilia que niega que la
inmigración
y la multiculturalidad creen inevitablemente conflictos y problemas y
la
ingenua prognosis de que con la modernización acontecería
paralelamente la total unificación cultural de las sociedades.
A lo largo de la obra, pero en especial
en
el capítulo quinto, se muestra cómo la inmigración
no es una realidad nueva, sino que la inmigración y la mezcla han
sido «la norma» en la historia de Europa que, debido a ellas,
se ha constituido como «una realidad multicultural». Desde
la Introducción y, sobre todo, en el capítulo tercero, los
autores muestran cómo la inmigración ha sido y, en
parte, sigue siendo económicamente rentable y necesaria. Alemania
y los demás países occidentales desarrollados van a seguir
siendo países de inmigración, entre otras razones, porque
necesitan económicamente de la inmigrantes. Los extranjeros han
venido realizando los trabajos duros, sucios, desagradables y mal
pagados
que los nativos rehuyen y han contrarrestado el decrecimiento y
envejecimiento
de las poblaciones de los países occidentales. Los inmigrantes han
venido resultando imprescindibles para el crecimiento económico
y, al contribuir de modo decisivo a éste (se calcula que los
inmigrantes,
que en 1968 suponían 1/30 de la población de Alemania, generaron
entre 1960 y 1971 aproximadamente 1/7 del crecimiento medio), han
garantizado
la paz social y el bienestar de los trabajadores nacionales.
Daniel Cohn-Bendit y Thomas Schmid
muestran
lo infundado del temor a un éxodo masivo de refugiados en busca
de asilo desde el Tercer Mundo hacia Europa occidental. La mayoría
de las migraciones del Tercer Mundo son absorbidas por el mismo Tercer
Mundo; la mayoría de los éxodos son flujos migratorios fronterizos
que se ubican en los países limítrofes más cercanos,
pues los desplazados carecen de medios para trayectos de gran recorrido
y lo que esperan y quieren es retornar lo antes posible a sus tierras;
y la mayoría de los refugiados proceden del Tercer Mundo y son acogidos
por países pobres tercermundistas. Los datos que los autores ofrecen
al respecto resultan elocuentes y, por su interés, vale la pena
citar algunos: Europa occidental acoge sólo el 5% de la totalidad
de refugiados existentes; esta acogida resulta aún más modesta
si se atiende a la relación entre refugiados y habitantes de los
países receptores: en 1987 había en la RFA un refugiado por
cada 617 habitantes; 333 en Francia; 190 en Suiza; en 1987, Pakistán
tenía un refugiado por cada 62 habitantes; Líbano, uno por
14 y 3 por uno había en Somalia.
Critican la ilusión de que la sociedad
multicultural pueda llegar a ser una sociedad perfectamente armónica.
El achaque de todo conflicto cultural al racismo de los ciudadanos
receptores
es, sin negar la existencia de racismo, tachado como una explicación
simplificadora, como un intento de encontrar fáciles chivos expiatorios
con los que obviar la realidad de que «la sociedad multicultural
es y seguirá siendo una sociedad conflictiva». Toda sociedad
de inmigración es de por sí una sociedad conflictiva, el
incremento de la multiculturalidad en una sociedad introduce siempre
elementos
de conflicto. Estos conflictos pueden ser abordados de un modo
civilizado
y democrático, generando ventajas para toda la sociedad. Pero, para
poder abordarlos de tan ventajoso modo, es preciso previamente
reconocerlos
y asumirlos. Por otra parte, la emigración desde países del
Tercer Mundo seguirá aumentando. Ante esta, la conflictividad creciente
que una política de puertas abiertas generaría, terminaría
suscitando intentos de impedir las migraciones, lo que sólo podría
hacerse por medios no democráticos. Para no llegar a esto, los autores
juzgan preciso controlar y regular estos procesos, algo que sí puede
hacerse por vía democrática. El multiculturalismo resultante
de los flujos migratorios plantea a las sociedades receptoras problemas
de identidad social y, más en concreto, plantea el problema de definir
el mínimo de homogeneidad cultural que necesita la democracia. Es
preciso definir con alguna precisión los límites del multiculturalismo
compatibles con el mínimo de homogeneidad cultural y de consenso
que una sociedad requiere para pervivir adecuadamente.
Muchos sociólogos diagnosticaron que,
con el proceso de modernización e industrialización, se produciría
la unificación cultural de las sociedades en despecho del
multiculturalismo.
Este diagnóstico se ha revelado como fallido. Con la profundización
y extensión de los procesos de modernización, los movimientos
regionalistas, nacionalistas y reivindicadores de la diversidad
cultural
han rebrotado cuestionando los procesos, ciertamente dominantes, de
uniformización
cultural.
Las sociedades receptoras no pensaron en
integrar social y políticamente a los inmigrantes como ciudadanos,
pues estos fueron concebidos sólo como mano de obra eventual y
transitoria,
al albur de las fluctuaciones y las necesidades del mercado de trabajo,
que retornaría a sus lugares de origen. También la intención
de la gran mayoría de los inmigrantes laborales de los años
50 y 60 era pasar unos años trabajando fuera para retornar
definitivamente
a sus países de origen en mejores condiciones económicas.
Pero la pretensión de que los inmigrantes eran mano de obra
transitoria,
acabó mostrándose con el tiempo poco realista. Muchos inmigrantes
terminaron quedándose, se integraron como empleados fijos y trajeron
a sus familias.
Pasemos ahora a considerar las
propuestas
de los autores para enfrentar las problemáticas planteadas por el
multiculturalismo y la inmigración. Rechazan las propuestas
asimilacionistas
y abogan por una democracia multicultural. Para dirigirnos hacia la
democracia
multicultural, resultan útiles organismos como el Secretariado de
Asuntos Multiculturales de Francfort (del que informan en el capítulo
séptimo). Creado en 1989 por iniciativa de los Verdes y a raíz
de las elecciones municipales en el estado de Hessen, se ocupa de la
inmigración,
actúa contra la discriminación y como instancia mediadora
propiciadora del diálogo entre alemanes e inmigrantes y entre los
mismos inmigrantes.
Los autores realizan algunas propuestas
sobre
la institución del asilo. Los autores proponen, a la vez, la
restricción
y la ampliación de esta institución, rechazando tanto la
generosidad como el cierre totales. Consideran necesario distinguir
entre
refugiados ecológicos y económicos, y refugiado político,
así como fijar cuotas anuales de inmigración que se establecerían,
no sólo atendiendo a las fluctuaciones del mercado laboral, sino
también siguiendo criterios sociales y éticos.
En su exigencia de que los extranjeros
se
adapten a la cultura del país que los acoge renunciando a su
diferencia,
a sus costumbres, valores y modos de vida, la asimilación conlleva
un determinado ejercicio de violencia. Pero tampoco vale la mera
yuxtaposición,
falsamente respetuosa, de las culturas y etnias inmigradas, que
renuncia
a la integración y a la constitución de un canon de valores
vinculante para todos. La integración no debe significar subordinación
ni taimadas exigencias a los inmigrantes de que renuncien a todo su
bagaje
cultural. Debe significar respeto por parte de la mayoría social
a las peculiaridades de los inmigrantes y disponibilidad a dejarse
influir
por estas peculiaridades; debe ser una «integración pluralista».
Para que la multiculturalidad sea democrática, debe de existir un
consenso sobre un conjunto de valores comunes vinculantes establecidos
a través de una discusión democrática en la que participarían
todos los sectores de la sociedad incluidos los inmigrantes ilegales.
Cohn-Bendit y Schmid critican el
hermetismo
y la restrictividad de la legislación alemana sobre nacionalización
(a la que comparan con las legislaciones menos restrictivas de otros
países
occidentales), pero muestran su disconformidad con quienes abogan por
«una
política de puertas abiertas por principio y siempre y para todos».
Creen que los estados tienen derecho, siempre por vía democrática,
a poder establecer reglas de exclusión e inclusión de extranjeros.
A diferencia de la legislación francesa, basada en el ius soli,
es a través del anacronismo del ius sanguinis, que vincula la
nacionalidad
a la sangre alemana de sus ciudadanos, como el estado alemán niega
el pleno reconocimiento de los derechos civiles a personas nacidas en
Alemania,
que viven allí desde su nacimiento, que dominan la lengua alemana,
que están integrados y que no se consideran extranjeros, sino
naturales.
Con esta negación del acceso a la ciudadanía alemana a miles
de «alemanes con guión» (italo-germanos, turco-germanos,
etc.), el estado alemán «está renegando radicalmente
de su profesión republicana», a la par que generando e incubando
peligrosos conflictos.
Propugnan regular la inmigración a
través de una ley de inmigración que sirviese como marco
general para el establecimiento de cuotas anuales. Estas cuotas no
serían
rígidas, en su fijación participarían diversos sectores
sociales (gobierno, sindicatos, patronales, representantes de las
comunidades
extranjeras, entre otros) y para su fijación se tendrían
en cuenta diversos factores, tales como las tendencias del mercado de
trabajo,
la infraestructura de acogida existente (viviendas, centros de salud,
etc.).
El procedimiento de nacionalización debe guiarse únicamente
por el tiempo de residencia, sin considerar otros aspectos, tales como
el grado de integración, pues, si lo hace, a la larga contribuirá
a crear discordia en vez de a fomentar la convivencia. La
nacionalización
debe desligarse de la renuncia a la nacionalidad anterior; se debe
reconocer
el derecho a la doble nacionalidad. Proponen «la introducción
del derecho al voto municipal para extranjeros mayores de edad que
tengan
en la República Federal su centro vital desde hace más de
cinco años».
Creemos, pues, que los planteamientos,
las
críticas y las propuestas que se hacen en esta obra, y que aquí
hemos intentado reseñar, muestran cómo ésta constituye
una interesante contribución a la irrecusable tarea de afrontar
los retos que el multiculturalismo plantea ya a las alternativas
democráticas
del próximo siglo.
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Recensión
03
Honorio Velasco y Ángel
Díaz de Rada:
La lógica de la investigación
etnográfica. Un modelo de trabajo para etnógrafos de la escuela.
Madrid, Trotta, 1997.
Por Carmen Rodríguez
Guzmán
La lógica de la investigación
etnográfica es un libro de epistemología de la antropología,
que se sirve del análisis de dos casos de etnografía de la
escuela para mostrar el modo de proceder etnográfico. No es un libro
al uso sobre metodología y técnicas, sino una reflexión
que procede de la raíz fundamental de las ciencias sociales: el
ansia por conocer.
Los distintos capítulos de los que
se compone el libro están atravesados, casi simultáneamente,
por interrogantes ineludibles en cuestiones de metodología de las
ciencias sociales: qué se pretende conocer; quién conoce;
qué se conoce realmente; cómo y a través de quién
se conoce. El modo de organizar estas cuestiones dan como resultado una
complejidad expositiva, de la que carecen otros trabajos sobre
etnografía.
Dentro del proceso metodológico al
que alude la etnografía, el trabajo de campo constituye la fase
primordial, donde se recopilan y se registran los datos. El trabajo de
campo más que un conjunto de técnicas, es una situación
metodológica, basada en las ideas de que la mejor forma de conocer
la cultura es a través de la mente y la emoción de otro ser
humano; de que el investigador sólo es una parte de este proceso;
y de que la cultura debe ser tomada como un todo.
El trabajo de campo liga dos procesos,
que
aunque nos resulte extraño estuvieron separados: la recogida de
la información y la elaboración teórica. Describir,
traducir, explicar e interpretar son los pasos a desarrollar para
generar
un discurso significativo. En etnografía lo que se persigue es una
descripción densa, es decir, aquella que da cuenta de los detalles
y de las intenciones implicadas en la conducta observada. Es en el
diario
de campo donde el etnógrafo inscribe el discurso social, donde se
recoge al investigador y a la investigación.
Uno de los retos más difíciles
del investigador, que se enfrenta con culturas ajenas, es la tarea de
traducir,
es decir, de hacer comprensible aquello que investiga, a través
de categorías y valores de su propia cultura. Aparece entonces,
el problema de encontrar equivalencias entre sociedades que permitan
hacer
traducciones interculturales válidas.
Según Hempel explicar un fenómeno
es «dar las causas de él, ya se trate de hechos, tendencias
o regularidades». En antropología los intentos de establecer
leyes universales han sido vanos, sin embargo las leyes probabilistas
son
algo que se sigue buscando con insistencia. Para salir de la discusión
funcionalismo- antifuncionalismo, se introduce la idea -tomada de
Turner- de considerar la explicación como forma de traducción:
«toda fundamentación de la explicación de estas creencias
(de sociedades iletradas) está obligada a afrontar el problema de
traducirlas». En etnografía la causalidad es de tipo múltiple,
las relaciones entre «causas» y «efectos» quedan
abiertas, pues no hay dos contextos donde las relaciones tengan los
mismos
significados sociales.
Una línea difusa separa las pretensiones
finales de la explicación y la interpretación. Identificar
temas, mostrar su vinculación, exponer las reglas que los encuadran,
construir una estructura simbólica sugerente, etc; es la forma de
elaborar una interpretación, de hacer comprensible la acción
humana.
Algunas de las cuestiones centrales que
plantea
este libro salen a la luz cuando se aborda la etnografía como modelo
de trabajo, como práctica investigadora. Una de las ideas que se
destacan, y que es parte de la grandeza de la etnografía, es que
el proceso investigador no está cerrado, no hay un control total
ni sobre su ejecución ni sobre el resultado, porque el desarrollo
de la investigación depende en buena parte de la interacción
con las personas. Este hecho nos remite al tema de la participación.
El etnógrafo participa como modo de estar, accediendo al significado
de las acciones de los sujetos, poniendo en práctica el ideal
dialógico.
El acceso a la significación quiere decir situarse en el punto de
vista del nativo, la conquista de la objetividad se hace por medio de
la
capacidad de formar intersubjetividad.
La apuesta por esta forma de
participación
entronca con el propósito de volver a la etnografía clásica,
en el sentido de vivir en la comunidad, lo que Werner y Schoepfle
llaman
«etnografía conmutante». Entender el campo de estudio
como un lugar para vivir hace posible la práctica de requisitos
importantes para realizar una buena etnografía. El sentido de la
diferencia que se conocía a través de los libros se encarna
en el desplazamiento, se cruza la frontera entre la sociedad de
procedencia
y la sociedad objeto de estudio. Es el momento de luchar contra
nuestros
propios fantasmas: neutralizando el etnocentrismo, superando el shock
cultural,
la sensación de rechazo y de inseguridad. El desmantelamiento de
los prejuicios no supone un relativismo superficial, sino la
oportunidad
de elaborar nuevos significados. En la medida en que a través de
la comunicación nos hacemos con significados comunes, accedemos
a la objetividad.
Todo el proceso investigador está
impregnado
por la consigna de poner en práctica mecanismos que nos ayuden a
mantener un equilibrio inestable entre la capacidad de empatía y
la de extrañamiento, para que de la tensión entre proximidad
y distancia surja un investigador que, aún manteniéndose
fuera de la cultura, pueda ser mediador de ella. Por eso hay que tener
conciencia de estar investigando y no sólo viviendo una cultura.
Es a través de un proceso de socialización reversible como
el investigador adopta roles múltiples, es decir, asimila rutinas
y aprende los códigos nativos de comunicación.
El conocimiento del investigador sobre
una
determinada cultura, una vez finalizado el estudio, viene dado en buena
medida por los demás. Desde el principio de cualquier investigación,
hay una considerable dosis de reflexividad. Las categorías de
observación
son dadas por el diálogo intercultural; los límites de lo
que estudiamos se perfilan con el paso del tiempo; los informantes, no
son sólo elegidos por el investigador, también ellos le eligen
a él; las técnicas que se emplean se acomodan a las distintas
situaciones; etc. Más cosas de las que pensamos tienen una doble
dirección.
Esta concepción del trabajo investigador
nos conduce a pensar en la etnografía como una sucesión de
transformaciones. El etnógrafo transforma su presencia en el campo
en interacción social significativa e información; la información
se transforma en registro; los etnógrafos transforman el registro
en contenidos analíticos; y lo anterior se transforma en texto.
Texto que puede tomar varias formas: escritos sobre la cultura (la
propuesta
de Geertz); etnografía clásica (donde el único discurso
que aparece es el del investigador); y etnografía posmoderna (donde
hay voces múltiples, variadas y confrontadas).
Para los autores, el valor de la
etnografía
reside en «ofrecer una tensión de la cultura entre el ejercicio
de la reducción de la complejidad característico de toda
actividad científica y la búsqueda de la complejidad propia
de los géneros discursivos». A través de los
trabajos de Wolcott y Ogbu se pone de manifiesto dicha valía. Harry
F. Wolcott hizo trabajo de campo entre los indios Kwakiutl. Un estudio
de comunidad y un estudio seccional de la escuela intentando describir
la posición de la escuela en el proceso de aculturación de
una comunidad india. John Ogbu realizó su trabajo de campo
en el barrio de Burgherside de la ciudad de Stockton en California. Se
trata de una investigación sobre la escuela en una contexto multiétnico
e intenta replantear las hipótesis sobre el fracaso escolar de los
negros y chicanos.
Velasco y Díaz de Rada analizan las
dos etnografías para mostrarnos en ellas el proceso de creación
etnográfico. En primer lugar, nos introducen con los resúmenes
argumentales de cada etnografía. Después, exponen las formas
de ordenar sus datos para construir una trama densa de relaciones
significativas
entre ellos. Y por último, utilizando fragmentos de los textos
ejemplifican
como el relato etnográfico funde el contenido descriptivo de la
información con su contenido argumental.
Después de lo expuesto y a modo de
resumen:
¿qué requisitos epistemológicos convierten
a la etnografía en disciplina? El extrañamiento: sorprenderse
e interesarse por cómo los otros interpretan el mundo sociocultural,
para ello hay que dominar el etnocentrismo a través de lo que Stephen
Turner llama «hipótesis de similitud entre prácticas».
La intersubjetividad: la etnografía redefine la objetividad como
intersubjetividad ya que los objetos de estudio son discursos y
acciones
sociales de personas. La descripción densa: guiada interpretativamente.
La localización: las descripciones en situaciones concretas de la
vida social de la gente. Situaciones entendidas como lugares sociales
que
mediatizan los ejercicios de la conciencia individual. La encarnación:
evitar el modelo de la sociología sin sujeto. La triangulación:
con un doble sentido, validar los datos y hacer un ejercicio de
perspectivismo.
Los datos multirreferenciales: presentar la información de manera
que los datos elaborados ofrezcan simultáneamente diversos matices,
con la intención de reflejar mejor una lógica de la paradoja.
Y la ironía: el texto habla de más cosas que las que se derivan
de los datos.
Haciendo un ejercicio de autocrítica,
se pone de manifiesto la ligazón histórica que la etnografía
ha tenido con el proceso colonizador. Sin embargo, el modelo de
investigación
etnográfica, que los autores exponen a lo largo de la obra, deja
bien patente su incompatibilidad con una etnografía que se encuadre
dentro de la ingeniería social, llevando a cabo intervenciones sociales
al margen de toda participación por parte de los implicados.
Como punto y final, Velasco y Díaz
de Rada nos ofrecen una lista de propósitos que toda buena etnografía
debería cumplir: intentar aportar nuevas interpretaciones a problemas
«predefinidos»; debe esclarecer las realidades socioculturales
sobre las que intervenir; facilitar la adaptación de los códigos
de los expertos a los códigos de los agentes culturales, para formular
preguntas relevantes y comprensibles; y plasmar la diversidad cultural.
Esta declaración de intenciones es más que suficiente para
comprender la genuina aportación que este modelo de trabajo puede
hacer al conjunto de las ciencias sociales.
La lógica de la investigación
etnográfica se cierra con una completa bibliografía sobre
antropología de la educación elaborada por Javier García
Castaño.
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Recensión 04
Michel Lyon:
Posmodernidad.
Madrid, Alianza Editorial, 1996.
Por Juan Salvador
López Galán
Lyon nos muestra las diferentes opciones
teóricas
y de reflexión ante un tema de actualidad. Su lectura nos
obliga a pensar y a cuestionar los «grandes sueños de
occidentalización»
de nuestra cultura, elevada a la medida de norma universal y
universalizadora.
La modernidad es un término ambiguo
que indica los profundos cambios sociales que tuvieron lugar con el
desarrollo
industrial-capitalista-tecnológico, caracterizados por la uniformidad,
la especialización y la estandarización. El optimismo
en el poder de la razón humana para promover la libertad, ya frustrado,
y la duda fomentada por el pensamiento posracionalista han dado paso a
una nueva forma de concebir el mundo, una nueva cosmovisión.
La posmodernidad, según Lyon, es la combinación de tres acepciones
diferentes: una idea, una experiencia cultural y una condición
social.
La pérdida de legitimación política de los modelos
anteriores y la fractura entre el mundo socio-vital y el mundo de la
práctica
político-racional de las sociedades contemporáneas nos conducen
a repensar un nuevo modelo de sociedad capaz de explicar los acelerados
cambios sociales. El capitalismo se adapta y desarrolla una nueva
fase, una nueva transición del auténtico Leviatan que se
reconstruye constantemente.
Algunas de las características de la
posmodemidad son tratadas por Lyon con rigor y precisión generando
nuevas cuestiones sin respuesta: ¿Cúal es el límite
de la sociedad de la vigilancia y el control? (Este tema ya lo
desarrolló
en su anterior libro El ojo electrónico). Estamos
atrapados
en el inconmensurable poder de las bases de datos y su control
silíceo.
Algunas propuestas apuntan que sólo una parte de nuestra «identidad
fragmentada» podría ser liberada facilitando el acceso público
a la memoria coercitiva de los ordenadores de las administraciones
públicas.
Los riesgos de esta propuesta nos conducen a la reflexión sobre
los peligros de la posible utilización de la misma y sus consecuencias
por parte de una población liberada del secreto oficial y
profesional.
Entre los problemas sociales generados por el cambio tecnológico,
el más grave es el de la alarmante profundización de las
desigualdades sociales y económicas.
El consumismo, como trastorno
psicológico,
elevado a paradigma de la posmodernidad, se agota en sí mismo y
renace de su autorreferencia. Es el deseo compulsivo de adquirir
bienes innecesarios y novedosos que no satisfacen nuestras necesidades
y que nos conducen a olvidar lo ya alcanzado para perseguir lo que aún
no poseemos. Es la eterna anticipación de una felicidad
materializada
que nunca alcanzará al espíritu del presente, aventurero
de sentimientos y buscador de emociones. El consumista se
presenta
ahora como el eterno coleccionista de objetos que una vez
des-colocados,
se agotan en sí mismos, dejan de existir en su afuncionalidad.
La libertad del ciudadano queda reducida
a
la libertad del consumidor en la dictadura del consumo. La
libertad
de elección de opciones múltiples no puede ser considerada
como la libertad de acción necesaria para afrontar las transformaciones
socioeconómicas y políticas a las que nos vemos sometidos.
La ilusión democrática está centrada ahora en la posibilidad
de elegir diferentes canales de TV. Los medios de comunicación
de la posmodemidad nos han elaborado una imagen de la sociedad como una
sociedad del riesgo, ya sea ecológico, el desastre nuclear o el
miedo a la pandemia del sida. La cuestión que hay que responder
sería: ¿cómo crea y configura una sociedad su propio
y diferenciado riesgo?
Pero de cara al futuro es importante
contestar
otras preguntas: ¿Dónde ubicar la posmodernidad?, ¿cúal
es la postura adecuada que debemos adoptar respecto de la
modernidad?
Lyon concluye, en su libro Posmodemidad, que la situación
actual es el resultado de la compleja interacción entre la aceptación
de la posmodemidad, la reafirmación de la modernidad y la vuelta
a la premodernidad.
La profundidad con que aborda el tema,
la
sencillez del planteamiento y la sutileza de los comentarios y
reflexiones
hacen de su lectura un inmejorable libro de iniciación a un tema
atractivo y que, a menudo, suele presentarse de forma abstracta y
árida.
Además Lyon nos ofrece las claves necesarias para poder comprender
la mayoría de la producción actual en el mundo de la historia
de las ideas y de la filosofía, por lo que su lectura se hace muy
recomendable para todos los universitarios.
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Recensión
05
Joan Bestard:
Parentesco y modernidad.
Barcelona, Paidós, 1998 (255 págs.).
Por José Luis Solana
Ruiz
La modernidad ha sido reiteradamente
objeto
de dilucidación por parte de las ciencias sociales. A esta dilucidación
se ha contribuido también desde el ámbito de la antropología
social. Las aportaciones que se han hecho desde ésta (recuérdese,
sin ir más lejos, los debatidos estudios de Louis Dumont) han resultado
casi siempre dignos de consideración, entre otras razones, por el
enfoque holista, etnográfico y comparativo, propio de la disciplina,
utilizado. El libro que aquí reseñamos entronca con esta
problemática y lo hace, como apunta su título, desde una
perspectiva inusual y no carente de originalidad: mediante la relación
de las ideas sobre el parentesco con las formas de conceptualizar la
sociedad,
el individuo y la naturaleza, Bestard nos permite profundizar en el
conocimiento
de la modernidad a través de la antropología del parentesco.
El autor, profesor de Antropología Social en la Universidad de
Barcelona,
se opone a aquellas concepciones de la modernidad que, al presuponer
durante
ésta un tránsito desde una familia extensa a una familia
nuclear y con este paso el decrecimiento, en favor de otras
instituciones,
de las funciones del parentesco en la estructura social, relegan el
parentesco
de la comprensión de las sociedades complejas.
Diversos autores (La Play, Durkheim,
Weber,
Ariés, Shorter, Stone, entre otros) establecieron la tesis de que,
con el tránsito de la sociedad preindustrial campesina a la sociedad
industrial moderna, se produjo parejamente un paso desde la familia
tradicional
precapitalista (familia extensa, «familismo», matrimonio por
interés, relaciones de parentesco instrumentales) a la familia moderna
capitalista (familia nuclear, individualismo, matrimonio por amor,
relaciones
de mutua obligación). Pero durante los años setenta y ochenta
varios trabajos, realizados fundamentalmente en Inglaterra (Laslett y
el
Cambridge Group for the History of Population and Social Structure),
han
obligado a replantear este esquema unilineal y dicotómico de evolución
de la familia. Estos trabajos ponen de manifiesto cómo en Inglaterra
la dependencia de la gente con respecto a sus parientes no disminuyó,
sino que aumentó, durante la primera industrialización; cómo
durante el período preindustrial el tipo de familia era nuclear;
y cómo los conceptos de propiedad privada e individuo autónomo,
una economía de mercado, el trabajo asalariado, el matrimonio entendido
como una elección individual, y la vinculación entre amor
y matrimonio se habían desarrollado ya durante el siglo XIV. Además,
Bestard muestra cómo el modelo familiar europeo, tradicionalmente
asociado al capitalismo, precede a éste cronológicamente
pudiéndose rastrear sus raíces hasta Tácito y la doctrina
de la Iglesia en los albores del siglo XII.
La revisión de las teorías clásicas
sobre el origen del modelo de familia occidental ha conducido a
insistir
en la distribución y combinación geográficas de las
diferentes formas familiares europeas del pasado. El autor expone,
discute
y valora algunas de estas geografías (las de Hajnal, Laslett,
Macfarlane).
Los problemas planteados por las tipologías geográficas de
las formas familiares europeas condujeron a algunos historiadores
(Todd,
Bourguière) al establecimiento de tipologías basadas en los
elementos significativos de la estructura familiar. En esta revisión
el orden de las premisas ha llegado incluso a invertirse. No es ya que
ni el capitalismo ni la revolución industrial no hayan sido la causa
del sistema familiar y matrimonial noroccidental, sino que autores como
Wrigley apuntan la hipótesis de que el sistema familiar incidiese
en la producción de los cambios conducentes a la revolución
industrial. Además, la revisión de los orígenes de
la familia del noroeste europeo condujo, a su vez, a una revisión
del modelo de sociedad campesina preindustrial establecido.
Ahora bien, el descubrimiento y
establecimiento
de continuidad y semejanzas entre determinados rasgos de la familia
preindustrial
y la moderna no deben predisponer a pensar que su sistema de
significados
sea el mismo. Bestard resalta la importancia de la perspectiva
simbólica
(Geertz, Sahlins) a este respecto y plantea, con acierto a mi modesto
parecer,
que la consideración de los sistemas de símbolos y significados
culturales obliga a plantearse cuestiones radicales tales como qué
se entiende por «familia», «matrimonio» u «hogar»
en ámbitos culturales disímiles. Es decir, obliga a preguntarse
por la definición del dominio del parentesco, en tanto que sistema
simbólico, en cada cultura, sin presuponer la universalidad de una
base genealógica del parentesco, presuposición propia de
nuestra cultura. Lo que nos remite a la crítica de los presupuestos
culturales implícitos en los estudios de parentesco. Las teorías
antropológicas sobre el parentesco han pecado de etnocentrismo al
presentar como natural y universal el modelo cultural de relaciones de
parentesco conceptuado para la sociedad moderna.
En nuestras sociedades contemporáneas,
«posmodernas», los lazos de parentesco supuestamente naturales
dejan de ser la base para establecer y mantener vínculos personales
(piensesé en fenómenos tales como la «familia homosexual»
y las tecnologías de procreación). Estos resultan ahora de
procesos de negociación y convención cultural. En este contexto
los antropólogos han llevado a cabo una deconstrucción de
la concepción del parentesco propia de la modernidad teorizada por
la antropología clásica. Para ésta, los diversos sistemas
de parentesco eran considerados como elaboraciones culturales de unos
hechos
bionaturales universales (la reproducción humana). Esta consideración
presupone la dicotomía naturaleza/cultura propia de la modernidad.
Pero no hay hechos naturales al margen de la representación
cultural-simbólica
que cada cultura elabora, presuntos hechos naturales que puedan
funcionar
como hechos fundacionales de un modelo de parentesco que fuese
universal.
Como Schneider y Strathern han puesto de
manifiesto,
la afirmación de que el parentesco es construcción social
de los hechos naturales de la procreación constituye una proyección
de las bases del parentesco occidental sobre otras sociedades.
Proyección
basada en la dicotomía naturaleza/sociedad propia de la modernidad
occidental, pero inexistente en otras culturas. La crítica a la
supuestamente universal referencia genealógica del parentesco
ha conducido a los estudios antropológicos a abandonar la idea de
que los hechos de la reproducción humana son los referentes universales
del parentesco y a prestar mayor atención a sus elaboraciones
culturales.
Los sistemas de parentesco no se constituyen a partir de relaciones
naturales,
sino a través de símbolos sociales, de procesos socioculturales.
Conexo con estas problemáticas
nucleares,
en la obra se exponen y estudian diversas cuestiones de antropología
del parentesco. Se estudia el problema del «paso» a las estructuras
complejas del parentesco, los matrimonios dentro de la parentela, la
lógica
social de los matrimonios cercanos y los cambios que originaron la
familia
europea. Se exponen las características de las parentelas en las
sociedades con sistemas de parentesco cognaticio. Se indaga en el
sentido
de las prohibiciones matrimoniales de las sociedades cognaticias,
mostrando
la evolución histórica de la postura de la Iglesia al respecto.
Se analizan las diferencias en la forma en que se constituyen las
parentelas
(centradas en torno a una casa o centradas en torno a un individuo) y
los
grupos domésticos según la herencia (única o divisible).
El autor muestra la centralidad de la «casa» para la continuidad
de una línea patrimonial en los sistemas de heredero único
y contrasta dos formas de matrimonio que en el pasado se daban en
Formentera
(matrimonios consanguíneos bajo el control de las casas y matrimonios
tras la fuga al margen de los intereses familiares) para mostrar cómo
el parentesco y el matrimonio pueden estar relacionados tanto con la
comunidad,
la continuidad y la identidad sociales como con la individualidad, la
diversidad
y el cambio. Expone cómo se fue constituyendo, y a través
de qué autores (Morgan, Murdock, Rivers, Kroeber, Radcliffe-Brown,
Malinowski, Lévi-Strauss, etc.), el papel privilegiado del parentesco
en la antropología, para recalar en la polémica sobre la
referencia, biogenealógica o social, del parentesco, en la revisión
crítica del papel central del parentesco en la antropología
y en el cuestionamiento del concepto mismo de «parentesco».
Al ocuparse de todos estos temas Bestard ofrece una buena síntesis
de las teorías de diversos autores (por citar algunos: Héritier,
Goody, Fox, Segalen, Zonabend, etc.) y sus análisis aparecen
concretizados
mediante estudios etnográficos referidos a distintos lugares.
El último capítulo de Parentesco
y modernidad aborda, de modo general, las cuestiones que el desarrollo
de las tecnologías de procreación asistida plantean a las
ideas del parentesco desarrolladas durante la modernidad y, en
concreto,
los problemas y las paradojas que plantean las definiciones de la
paternidad
y la maternidad en el actual contexto de las tecnologías de procreación
asistidas. Estos problemas de definición no pueden clarificarse
ni solventarse apelando a la naturaleza, a genealogías supuestamente
naturales, pues con las nuevas tecnologías reproductivas hay una
devaluación de la gestación (naturaleza) en favor de la crianza
(cultura) como elemento central de la maternidad. Las nuevas
tecnologías
de procreación obligan a repensar los supuestos en los que se han
venido basando nuestras relaciones de parentesco. Con la manipulación
técnico-cultural se eliminan límites naturales de la reproducción
y ésta aparece como sujeta a elección individual; el deseo
individual se convierte en instancia de justificación del uso de
las tecnologías de reproducción. Es el deseo de paternidad
lo que ahora se percibe como natural y se reconoce socialmente. Las
nuevas
tecnologías de procreación disuelven la idea de que la reproducción
es un proceso natural; dividen y fragmentan el proceso de reproducción,
fraccionan funciones que en la naturaleza se dan conjuntamente en un
único
cuerpo y reconstruyen culturalmente el proceso de reproducción.
De este modo problematizan el establecimiento de la paternidad (padre
«social»,
padre donante) y la maternidad (escisión de la identidad materna
en mater y genetrix; madre biológica y genética, uterina
y sustituta, madre social) introducen incertidumbre en su
establecimiento.
Como hemos señalado, tanto la concepción
popular del mundo occidental como las concepciones de los antropólogos
han considerado el hecho natural de la consanguinidad como la base
universal
a partir de la cual se construyen culturalmente los diversos sistemas
de
parentesco. Esta suposición ha sido correctamente tachada de
etnocéntrica
en sus pretensiones de universalidad. Con las nuevas tecnologías
reproductivas la dicotomía naturaleza/cultura en la que se sustenta
el modelo occidental clásico del parentesco (así como la
dicotomía sociedad/individuo, que es, junto a la dicotomía
anterior, el otro eje sobre el que el parentesco se sustentaba) entra
en
colapso. Con la aplicación de la tecnociencia a la reproducción
lo social prima sobre lo natural. Pero no por ello toda convención
social es posible. Hay límites. «Las categorías del
parentesco escribe Bestard en la pág. 234 son precisamente
el elemento de lo social que permiten pensar unos límites para las
nuevas tecnologías. En última instancia, lo posible es lo
pensable socialmente desde las categorías de parentesco.»
En mi modesta opinión, no se termina al menos yo no termino
de saber qué quiere decir el autor con esta tesis. Con ella parece
referirse a que, dado que el modelo de parentesco propio de la
modernidad
rota sobre las dicotomías naturaleza/cultura e individuo/sociedad,
la discusión en torno a los límites de las nuevas tecnologías
reproductivas se establece en relación a estos pares (al permitir
«pensar separadamente» cada uno de los elementos de los dos
pares las tecnologías de procreación llevan a cabo distintas
«subversiones» de las relaciones entre los elementos de los
pares). Pero no veo cómo a partir de aquí pueden pensarse
los límites de las nuevas tecnologías reproductivas. Creo
que, al ubicar los límites en el plano de «lo pensable»,
incurre en cierto idealismo, pues obvia las relaciones de poder y los
intereses
del sistema científico-médico.
La obra, que finaliza un tanto
abruptamente
y a la que se le echa en falta un capítulo final de conclusiones,
resulta sorpresiva en algunas de sus partes, por ejemplo cuando, en el
capítulo cuarto, el autor va mostrando el aspecto simbólico
de los elementos del parentesco moderno a los que se le ha solido
suponer
un referente natural-biológico. Señalaré algunos.
El matrimonio, la unitas carnis, ha sido entendido (así lo concibió
san Agustín) como establecimiento de una vida fraternal en común.
La paternidad fue concebida como una analogía de la creación
divina, de modo que la autoridad paterna derivaba de Dios y no de la
procreación
humana. En algunos contextos con modelos de procreación distintos
al moderno, por ejemplo en determinadas sociedades campesinas, el
símbolo
central del parentesco no ha sido el hecho bionatural de la cópula
sexual resultado de la pasión, el deseo y el amor, sino la unión
residencial de un hombre y una mujer con el fin de procrear y perpetuar
la casa entendida como una asociación de personas a una propiedad
y unas costumbres. En el sistema de parentesco cognaticio occidental,
en
la antigüedad clásica y durante la Edad Media, la sangre se
entendió como el soporte de las relaciones de filiación,
pero se pensaba que la sangre generativa sólo provenía del
padre a través del semen concebido, como recogió san Isidoro
en sus Etimologías, como «espuma de sangre». Sólo
con la fractura entre naturaleza y cultura introducida por la
modernidad
los hechos naturales de la procreación pasaron a instituirse como
símbolos centrales del parentesco, pero no antes.
Nos hallamos, pues, ante una obra
erudita
y especializada (su lectura requiere conocimientos sobre parentesco y
exige
atención), que permitirá a los interesados en el parentesco
obtener información sobre algunos de los debates y desarrollos actuales
más interesantes de la disciplina, que suministrará a los
interesados en la comprensión de la modernidad una original perspectiva
para su dilucidación y que aportará reflexiones interesantes
a los inquietados por los desarrollos de las nuevas tecnologías
reproductivas.
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Recensión 06
Jordi
Roca:
Antropología industrial y
de la
empresa.
Barcelona,
Ariel, 1998.
Por Carmen
Rodríguez Guzmán
La
antropología industrial es
una subdisciplina poco conocida. Sin embargo, sus orígenes se remontan
a los años veinte de este siglo. Jordi Roca se sirve del libro para
reivindicar un espacio para la antropología. Ejercicio éste
un tanto reiterativo, aunque comprensible vista la indiferencia y el
desconocimiento
existente en torno a la antropología industrial.
La
división del trabajo científico
dentro de las ciencias sociales, que se produjo bajo la lógica y
el contexto político-ideológico del capitalismo, otorgó
a la antropología Social el papel de estudiar las culturas primitivas,
que una vez integradas en el sistema productivo internacional serán
«el Tercer Mundo». Para la Sociología quedó el
estudio de las sociedades industriales modernas -«el primer mundo»-.
Una vez acabado el estudio de las sociedades primitivas, la
antropología
busca nuevos campos de actuación en las llamadas sociedades complejas,
pero funcionando con la misma lógica: se estudian a los últimos
primitivos que encarnan el mito esencializado del buen salvaje
incontaminado,
rural, alejado del progreso. Es el auge de los estudios sobre el
campesinado.
Otra línea importante de trabajo, abordó la investigación
sobre marginados, desfavorecidos y grupos ocultos (bandas juveniles,
pobres,
drogadictos, trabajo sumergido, minorías étnicas, ocupaciones
artesanales, etc.). Algunos de estos trabajos reprodujeron los errores
de los anteriores «estudios de comunidades» al establecer unos
límites muy acotados entre el grupo estudiado y su contexto,
proyectando
la idea de comunidades autoestructuradas, sin conexiones con el
conjunto
de la sociedad, en definitiva, desvinculadas de los procesos globales.
Jordi Roca cree que el camino fructífero para la antropología
viene dado a través de una constante incorporación de «nuevos»
objetos y problemáticas.
Varias son
las denominaciones para el mismo
objeto de estudio: antropología industrial, es la denominación
más antigua y de mayor uso en el mundo anglosajón; antropología
del trabajo, se centra en el análisis de todas las actividades humanas
constituidas con motivo del trabajo; antropología de la empresa
o de los negocios, se ocupa de los problemas organizacionales en el
sector
privado. Esta última acepción tiene unos contenidos más
restringidos que las dos primeras. El autor, durante gran parte del
desarrollo
del libro, pone de relieve la necesidad de convencer de los aportes
sustantivos
de la antropología industrial y de que ésta tiene un espacio
«propio» dentro de su objeto de estudio. Por otro lado, también
expone su vocación de interdisciplinariedad, reconociendo la validez
del conocimiento procedente de otras disciplinas con el mismo interés
de estudio. Sin embargo, a mi parecer subrayar lo primero resta
credibilidad
a lo segundo.
El
recorrido que Roca hace por la historia
de la antropología industrial y de la empresa es el apartado más
relevante de este libro. Como en el resto de las ciencias sociales, la
disciplina tiene como antecedentes a los clásicos que reflexionaron
sobre el nacimiento de una nueva sociedad basada en la producción
industrial. El pensamiento de Comte, y previamente su maestro
Saint-Simon,
no contemplaba los conflictos entre empresarios y trabajadores, ya que
todos formaban una comunidad de intereses que giraban en torno a la
producción.
Marx llevó a cabo los análisis más profundos y detallados
sobre el modo de producción capitalista. Weber, por su parte, puso
el énfasis en los procesos de burocratización y racionalización
ligados a la expansión del capitalismo. En la nueva división
del trabajo Durkheim buscó un nuevo vínculo común
fuente de cohesión social. Las aportaciones de todos estos pensadores
ayudaron a comprender la sociedad industrial.
El
desarrollo del capitalismo como sistema
de organización demandó aportaciones más específicas
con objeto de maximizar los resultados a través de la organización
empresarial y de la producción. La organización científica
del trabajo de Taylor fue una de las respuestas más exitosas. Buscaba
el mejor modo de realizar las actividades mediante una concepción
mecanicista de la organización, adoptando el punto de vista de los
directivos.
La
Universidad de Harvard creó, con
fondos de la fundación Rockefeller, el Comité de Psicología
Industrial que, desde 1927 a 1932, realizó el proyecto Hawthorne
(nombre de una planta industrial de Chicago y de Cicero, Illinois, que
contaba con treinta mil empleados de sesenta nacionalidades). El
proyecto
fue dirigido por Elton Mayo, psiquiatra australiano y amigo de
Malinowski
quien era el principal asesor en asuntos antropológicos de la fundación
Rockefeller . Dado que la descripción de este proyecto me parece
una de las partes más interesantes del libro, me permitiré
extenderme en su exposición. La investigación de Hawthorne
comienza en un período de incertidumbre económica, en pleno
«capitalismo de bienestar» surgido tras la Primera Guerra Mundial
para enfrentarse al movimiento sindical. Mayo pretendía evaluar
el trabajo de Taylor; más concretamente, explorar los efectos que
producían los cambios en las condiciones de trabajo y comprobar
la relación existente entre fatiga y monotonía, así
como la satisfacción-insatisfacción del trabajo. Algunos
experimentos derivaron en lo que se denominó efecto Hawthorne: la
productividad de los pequeños grupos de trabajadores variaba
independientemente
de algunas condiciones físicas o atributos psicológicos.
Análisis posteriores de estos experimentos evidenciaron variables
mal controladas, como que el laboratorio no reproducía las condiciones
de su lugar habitual de trabajo. Las trabajadoras con las que se
realizó
el experimento llegaron a formar una fuerte unidad grupal. Se resaltó
la importancia de los factores sociales (la situación social de
los empleados, sus costumbres, actitudes y relaciones interpersonales).
Las relaciones humanas pasaron a ser el elemento explicativo central.
Tras
los errores metodológicos de la primera fase, se abordó una
segunda donde se entrevistaron a veinte mil trabajadores. El análisis
de estas entrevistas reveló que los grupos sociales en el taller
eran capaces de ejercer un control muy fuerte sobre la conducta laboral
de los individuos. La tercera fase del proyecto se hizo basándose
principalmente en la observación antropológica. Para esta
parte Mayo contrató al antropólogo W. Lloyd Warner que abordó
el estudio del taller como una pequeña sociedad en la que todos
sus aspectos están sistémicamente interconectados. Las variaciones
y discrepancias en la producción de los trabajadores fueron explicadas
a través de las posiciones individuales de éstos dentro de
la organización social informal. Según los investigadores,
los trabajadores mantenían, de común acuerdo, una producción
constante, y esto era interpretado como un sentimiento irracional. Para
Mayo la irracional falta de cooperación de los trabajadores con
la dirección se debía al deseo frustrado de colaborar. Los
investigadores no consideraron que los intereses de los trabajadores no
estaban en producir más, ya que si los índices de producción
aumentan se reduce el precio pagado por unidad de trabajo, con lo que
se
trabajaría más cobrando lo mismo. Con el proyecto Hawthorne,
la Escuela de Relaciones Humanas hizo su gran aportación con el
concepto de organización informal, además legó un
sistemático conjunto de datos sobre la conducta de los grupos de
trabajo. El objetivo implícito de estas investigaciones era recrear
viejos vínculos preindustriales dentro de la fábrica. La
condición previa era la desarticulación y el desprestigio
del movimiento sindical. La Escuela de Relaciones Humanas adoptó
la perspectiva de la dirección, ofreciendo una imagen de ésta
como un grupo cohesionado sin divisiones internas.
Jordi Roca
nos presenta la historia de la
antropología industrial dirigida por la «ley del péndulo»:
de los factores técnicos de Taylor a los factores sociales de Mayo.
El período de crecimiento inicial se produce en las décadas
de los cuarenta y los cincuenta. Los estudios de Warner sobre la
sociedad
americana identifican la fuente del conflicto industrial en la
progresiva
pérdida de control sobre el proceso de producción experimentada
por los trabajadores durante la década de los años veinte,
durante la cual la destrucción de las habilidades de los operarios
y la concentración de capital contribuyeron a aumentar la diferencia
entre el trabajo manual y el mental. En esta época de crecimiento
inicial se publica la revista Applied Anthropology (1941). La Escuela
de
Relaciones Humanas se escindió en dos líneas: por un lado,
los psicólogos industriales, que utilizan métodos experimentales;
y, por otro, los antropólogos industriales, que focalizan sus intereses
en dos ámbitos fundamentalmente: los estudios sobre interrelaciones
(Chapple) y los estudios sobre estratificación (Warner).
La Escuela
Británica de Manchester
intentó suplir las carencias de la Escuela de Relaciones Humanas.
A la perspectiva armónica, consensuada y de búsqueda del
equilibrio de ésta, opuso un planteamiento crítico que subraya
el conflicto y los problemas del contexto. En los estudios de
Manchester
la observación participante fue la técnica clave en la investigación.
Los investigadores se involucraban plenamente en el lugar de trabajo
para
entender cómo se realizaba. Aunque el conflicto era una parte muy
importante de las problemáticas analizadas, se prestó atención,
inspirados en las teorías de Gluckman, al fenómeno de las
alianzas inesperadas dentro de un sistema que, aunque en permanente
conflicto,
producía momentos de equilibrio.
La ley del
péndulo vuelve a funcionar
y en los estudios industriales las corrientes más economicistas
toman el relevo. Los años sesenta y setenta suponen una etapa de
retraimiento tras el desprestigio de la Escuela de Relaciones Humanas.
Las becas que se ofrecen a los antropólogos americanos los orientan
de nuevo hacia temas tradicionalmente antropológicos. Quizás
hubo el intento deliberado de desviar la atención de la realidad
interna norteamericana (racismo, explotación de indígenas
americanos, quiebra de los sindicatos, etc.). En un período de fuerte
expansión internacional de las empresas estadounidenses, fueron
los fondos públicos los que sufragaron la mayor parte del trabajo
de campo antropológico internacional para fines político-militares.
No obstante, la posición contraria también existió.
Muchos antropólogos tomaron partido por las culturas sometidas,
principalmente desde la teoría marxista y de la dependencia. Es
sobre todo desde la antropología británica, en sus estudios
sobre el Tercer Mundo, desde donde se cuestiona el presupuesto
etnocéntrico
en virtud del cual el desarrollo industrial iba acompañado de
transformaciones
similares a las acontecidas en las sociedades occidentales. De los años
setenta en adelante se inicia un período de resurgimiento de la
antropología industrial. Buen ejemplo de ello es la antropología
industrial mejicana. Sin embargo, buena parte de los trabajos en esta
subdisciplina
adolecen de los males de «la ciencia comprometida». A saber:
buscan al obrero puro, urbano; ven en todos los conflictos gérmenes
de la lucha obrera para demostrar la existencia de una verdadera
conciencia
obrera.
El
capítulo tercero está dedicado
a la relación entre lo teórico y lo práctico. Basándose
en su experiencia, el autor describe las tensas relaciones entre los
científicos
teóricos y los científicos aplicados, entre disciplina y
profesión. El antropólogo aplicado es el mediador entre el
conocimiento y sus usos, y es una vertiente de la profesión que
hay que potenciar dada la escasez de empleo en la academia y la
dificultad
de conseguir becas en el extranjero. El antropólogo aplicado debe
ser consciente y vigilar, si cabe, en mayor medida, las implicaciones
éticas
de su trabajo porque los usos de la información que pueda suministrar
no son neutrales. En opinión de Roca no hay fórmulas mágicas,
el único camino es aceptar las propias responsabilidades.
Siguiendo
con las reflexiones en torno a la
antropología aplicada, el autor sistematiza los conceptos y técnicas
que la antropología social aplicada ofrece en el campo de la industria
y de la empresa (el concepto de cultura, el conocimiento de la
dimensión
emic para conocer las causas encubiertas de los problemas, la
adaptación
flexible a cambios rápidos, etc.). El valor de la antropología
industrial no proviene tanto del tratamiento de algunos aspectos
concretos
del mundo laboral, sino más bien de su capacidad para afrontar de
forma «global» la realidad del trabajo en una sociedad industrial.
Roca
discierne tres grandes áreas de
investigación de la antropología industrial: el marketing
y la conducta de consumo, la investigación organizacional y la ayuda
a empresas o negocios internacionales. Seguidamente, Roca nos presenta
brevemente algunas casos reales estudiados por antropólogos al servicio
de empresas u organismos (la conducta del consumidor, el diseño
de productos, el interior de una organización, la adaptación
a nuevos entornos culturales y la dirección de empresas
internacionales,
entre otros). El autor apuesta por potenciar las colaboraciones entre
la
Universidad, el sector privado y la Administración para establecer
actividades de educación continuada y formación empresarial,
contratos de investigación, institutos de investigación independientes
y consultorías, centros de innovación y servicios de extensión
industrial.
En mi
opinión, el mayor peligro que
encierra el libro proviene del deseo, por otra parte muy comprensible,
de buscar nuevos horizontes a la antropología social, resaltando
sus potencialidades prácticas. Su autor quiere «hacer vendible»
el conocimiento y, para ello, muestra al antropólogo como un experto
capaz de ofrecer recetas «neutrales» (claro que previa asunción
de los intereses de quienes pagan). El libro se halla un tanto saturado
de clasificaciones y diferenciaciones de escaso interés, y obvia
acometer cuestiones que, a mi modesto parecer, tienen una importancia
decisiva.
El autor se centra sobre todo en cuestiones metodológicas y aspectos
técnicos, ámbito donde parece sentirse más cómodo,
prestando escasa atención al análisis de los presupuestos
teóricos asumidos por los estudios y las corrientes de la antropología
industrial. Además, Roca se empeña en fijar fronteras entre
las distintas ciencias sociales con criterios que, hoy en día, no
tienen fundamento, pues el uso de las distintas técnicas de
investigación,
tanto cuantitativas como cualitativas, se halla extendido por las
difusas
fronteras de las ciencias sociales. |
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