|
|||||
|
|||||
A la familia Gómez Quintero, que me acogió en Medellín como un miembro más. A Luciana Betancur, pese a haber renunciado a su nombre más hermoso. I. De cuantos fueron a las Américas, según indican sus trazados cartográficos Antes de comenzar a hollar suelo virgen, querido lector que luego serás autor, será menester aprovisionarse, y, de ser posible, llevar consigo mapa trazado con líneas inteligibles, puesto que, de ir desprovisto de cosas y atavíos propios (pensamientos y temores, si se quiere mejor) a tierras ignotas, podemos sufrir grandes fatigas y trabajos que podrían haberse previsto o evitado. Tengo para mí que siempre existen caminos viejos (reales veredas en las costas de Acandí y Unguía, que antes fueran señaladas por pasos indígenas) que nos son desconocidos, bien por los estragos del olvido, por ignorancia otras veces, por desdén, o a causa del afán del descubrimiento y la apropiación de lo que no puede ser nuestro sino enajenándolo, ejerciendo violencia si ha menester. Esta virginidad de las tierras nuevas, claro es, no es virgen sino para mí, que las digo puras por ser desconocidas a los míos, y desveladas por mí. Las fundaciones de nuevas ciudades, como es sabido, no acontecen en yermo, sino sobre las ruinas de poblado destruido. Porque tú eres oriundo de allí y guardas memoria ajena a la mía, compitamos amistosamente, entonces, lector, si has de ser, más tarde, autor. Antes de partir, antes de preparar el morral con sobras que jamás utilizaremos, y lamentar las ausencias de objetos que, por falta de previsión, nos habrían servido de mucho, digamos algo de los expedicionarios, de los audaces, de los orgullosos conquistadores, de los indianos que trajeron sus fortunas a nuestra pobre España, de cuantos fueron a las Américas a buscar la Tierra de la Resurrección, el lugar donde resucitar, donde volver a ser renovadamente. Digamos algo de mí, después, epígono humildísimo, lanzadera postrera de antiquísima intención. ¿Es siempre el mismo deseo, que parece no cambiar, el que nos impulsa a los hombres a lo largo de la historia? ¿Se repiten las circunstancias por lo angosto de la existencia, y respondemos siempre del mismo o parecido modo a causa de nuestra misma filiación? ¿O somos acaso los mismos hombres, en pos de las mismas metas? Vanas preguntas, pero idénticos propósitos. Así pues, saber las intenciones que empujaron a ciertos hombres hasta las tierras aquellas, podrá arrojar luz, por un acaso, sobre la duda que ahora nos embarga: ¿por qué motivo fuimos nosotros -el autor, para ser luego lector- a América y, en este lugar, a las tierras colombianas? ¿Por qué razón, más tarde, nos adentramos -fue el autor quien se adentró- en las selvas chocoanas, pese a advertencias sobre peligros sin cuento: mordeduras de serpiente venenosa, enfermedades tropicales, secuestro o muerte en medio de acciones bélicas…? Se hace menester, por tanto, la reunión de experiencias y motivos. Hablamos de esta manera, en plural, como nosotros, pese a ser el autor -que luego será lector-, más ajeno si cabe, ubicado en otro tiempo narrativo (pretérito, para conceder al personaje presencia potencial, futura, como ficción narrativa prometida: de la experiencia pasada del autor que es ahora, a la vivencia próxima del lector de más tarde). Así será cómo, además, este autor, al contar su experiencia pasada, se permite acompañamiento, puesto que no va solo, puesto que se adentró en las bocas del Atrato como testigo (con la asunción de la autoría), en compañía virtual del lector: en efecto, el lector que esto lee se verá así arrastrado, como en la ficción novelesca, a lo largo de la experiencia narrada por el autor, en esa recreación idílica u horrísona (de amenazas y peligros sin cuento) que el autor hila para él. Este camino imaginario, rememorado, reimaginado por el autor, y por el que hace discurrir al lector, va siendo, cada vez más, y de manera inefable (todo viaje lo es), simbólico, moral, ejemplo de vida: se trata, por tanto, de un sendero de enseñanza, de un camino pedagógico que, sin acabar jamás de llevar ideal y rectamente al final de la paz anhelada, redime al caminante de sus torpezas -que son más bien tropiezos- en un aprendizaje perpetuo, pues jamás se llega al destino definitivo con premura si no es en la muerte. ¿No es esto así, acaso, lo que alimenta el afán del caminante que luego abandonará la Vía Láctea para ser indiano? Así fue la vida de Juan el tamborilero, soldado de los Tercios de Italia en Flandes, que por el temor de sufrir una enfermedad -«buen castigo por haber dejado la enseñanza de los cantos que se destinan a la gloria de Nuestro Señor, para meterse a tambor de tropa»- se plegó a la promesa de seguir el camino del santo apóstol (2). Y esto por dos veces, tras haberse caído y levantado de nuevo, para volverse a caer una vez más. Su desidia moral lo apartó del camino para embarcarlo hacia las tierras regaladas de Jauja. Ir allí para experimentar la angustiosa necesidad de regresar aquí… Tal nos aconteció a nosotros; tal le acontecerá al lector que luego habrá de ser autor. Juan el tamborilero, Juan el romero, Juan de Amberes y Juan el proscrito, cimarrón, Juan el estudiante de Alcalá, Juan el indiano, embaucador…, Juan de juanes… Muchos y uno solo. Y, de todo punto, cualquier episodio o vida novelada en torno a los descubrimientos y conquistas de América alcanza valor moral, como fuente didáctica (3). Podríamos haber llegado a las selvas chocoanas, nosotros, insisto, llegados a ellas como tragados por las bocas del Atrato, rodando a través de sus infinitas gargantas, como lo hiciera, quizá, Karl Rossmann cuando entrara -«muchacho de dieciséis años de edad a quien sus pobres padres enviaron a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de él un hijo»- en el puerto de Nueva York en busca de fortuna (4). Expulsados por vergüenza social y deshonra de la casa paterna, como le aconteciera a Rossmann por haber sido seducido por la cocinera; pero, del mismo modo, y en otros casos, huidos, perseguidos por agudas penas de amores o las constricciones sociales, o aguijoneados por la necesidad y la pobreza (la manutención de la prole requiere la separación física del inmigrante, para trabar en la lejanía y convertir el afecto en símbolo crematístico: ese dinero extranjero que llega desde ignotas partes del mundo, hecho llegar en sacrificio por el padre, para engorde y regalo de la mujer y el hijo). Quizá, en parte. Pero no, más fragmentada es nuestra duda. Otras razones más, también en parte… De otro modo, ¿llevaríamos a tierras ignotas versos de libertad; o terrores hegemónicos? (5) Todavía recuerdo los cuentos de un amigo colombiano, antropólogo y guarda forestal, subido a una barca vuelta, varada en las playas de Capurganá: Lope de Aguirre, el Vasco, como me llamaba, atravesando las selvas del Urabá acosado y perseguido por las azagayas envenenadas de los urabaes, por las enfermedades inverosímiles y los monstruos selváticos… Pero, ¿acaso estuvo Lope por aquestos lugares, que no están aún hoy en la mano de Dios? Poco importa si anduvo por otros lugares, acosado por otras gentes y enemigos, buscando otros tesoros. Es el mismo afán, y el mismo cuento. Para qué seguir. Todos estos
motivos,
propósitos y,
finalmente, razones -las que justifican y excusan a los
primeros-,
nos han sido sugeridas, como lectores, por diversos autores. Unas veces
encontradamente, otras tantas complementarias unas de otras, pero
siempre
de manera fragmentada y discontinua. Se explican unas mediante
necesidades
o voluntades, otras por medio de caprichos y avatares afortunados…
Pero,
puesto que nos propusimos ser autores, hora va siendo de reconocer
nuestra
última intención (acaso la más desafortunada),
esta
de ser autor, deseosos de aleccionar a un nutrido
público
lector, para contar, aquí y allá, nuestros riesgos,
nuestras
advertencias finales. Sin embargo, puesto que decidimos, en nuestra
confusión,
doblegarnos a las necesidades de la ciencia, nos dispondremos por
último,
después de agotar nuestra oportunidad de ser autor/es (concedida
en el siguiente epígrafe), a ser lector/es, sometiéndonos
a la réplica autorizada de quien (quienes) ahora nos lee
(leen). II. Navío de equívocos e ilusión cartográfica Llegar a
Bogotá y esperar el tránsito
siguiente, cuyo destino era Medellín; llamar a casa y apaciguar
el miedo de nuestros familiares: Colombia está durmiendo; leer
la
prensa y descubrir nuestra mentira: epidemia de dengue, matanzas y
desplazamientos
campesinos... (6)
Los estudiantes españoles
decidimos agruparnos. «¿Suspendemos el juicio?»
Nuestra
cartografía parecía correcta, extremadamente precisa:
horror,
violencia y enfermedad, pobreza, y, digámoslo también,
como
resumen último, pleno de significado didáctico,subdesarrollo.
La información de viaje, las advertencias del Ministerio de
Asuntos
Exteriores español y del Departamento de Estado norteamericano,
la cruda descripción de la prensa y los noticieros, etc.
(narcotráfico,
guerra encubierta, paramilitarismo e insurgencia, secuestros,
enfermedades
tropicales e infecto-contagiosas, accidentes, delincuencia, ausencia
del
Estado…) configuraban los arrecifes (miedo y persecución como
vientos
volubles) de nuestras nutridas cartas de marear, mil veces dobladas,
dos
mil veces desdobladas. 1. Imagen previa de tierra extraña y prevenciones de viaje Veamos las consideraciones experimentadas en esta arribada a puerto desprotegido. El presente texto está escrito en dos momentos vitales del autor: el cuerpo central, con motivo académico, a su vuelta a España; y las críticas al cuerpo principal lo están al hilo del discurso: a pie de página, en nota, como añadido entre paréntesis, apostillas y anotaciones críticas. Entre agosto y septiembre de 1998 el que suscribe -ahora, momentáneamente autor-, fue beneficiario de una beca de cooperación interuniversitaria (promovida por la Agencia Española de Cooperación Internacional) en la ciudad de Medellín. Por motivos ajenos a su voluntad, el programa concedido fue anulado: al parecer la universidad de destino (que no cito) deseaba impulsar las disciplinas humanísticas y sociales de las que estaba desposeída por estar centrada exclusivamente en ámbitos económicos, técnicos e industriales. Finalmente, la plaza fue desestimada, y el alumno remitido al departamento correspondiente de otra universidad (que tampoco cito) en la misma ciudad. En ésta última realizaría una investigación antropológica en una expedición de campo a lo largo de todo el departamento del Chocó y la zona del Urabá chocoano (posteriormente conocería también el Urabá antioqueño, esta vez solo y sin equipo de apoyo, aunque acogido por una ONG local con vínculos internacionales). Con motivo de la concesión de la beca, y el inminente viaje a Colombia, el autor dispuso para su viaje bibliografía técnica acerca del programa primero (que, como dejamos dicho, fue anulado, aconteciendo un traslado de universidad). No obstante, añadiremos que versaba sobre jóvenes y ancianos en comunas urbanas), así como acerca del país en general, y de Antioquia y Medellín en particular. Además, dio con un vídeo de Cáritas diocesana sobre la intervención social que promueve en los barrios de invasión de Medellín. Del mismo modo, siguió por la prensa y la televisión los avatares del país, etc. Por todo lo cual, estuvo prevenido en todo momento sobre la pretendida realidad colombiana. Esta prevención, dada la rapidez de la concesión de la beca y su traslado a Colombia, y otras dificultades de índole documental o informativa (7), condicionaron profundamente su estancia en el país, así como su labor antropológica, a la que se pudiera achacar, salvo por estos impedimentos, la insana consecuencia de una mayor preparación previa (condicionando aún más su perspectiva previa) (8). Pero, sin duda, puede entenderse mejor la evolución anímica del autor a la luz del ensayo que ahora presentamos, en el que se narra su mejora y adaptación -horrible palabra- al país y sus circunstancias, en cuanto, si se quiere, pueden considerarse aquéllas como ritual de paso académico, el mismo bautismo al que llega el antropólogo cuando reflexiona y se observa a sí mismo y a los suyos. Porque, ¿fue éste a Colombia, a pesar de todas las alarmas y amenazas virtuales, por mor del mérito académico, asumiendo un riesgo necesario? ¿Qué impulsó, si no, al estudiante, a entrar sin tener la certeza de salir? (9) Como veremos más adelante, cuando el autor tome la decisión de incorporarse -aun temerariamente- a un grupo expedicionario por las conflictivas tierras del Chocó, el impulso vital que lo lleva a experimentar estas vivencias -aventuras, gusto bohemio, patente corsaria, buhonerismo, etc., como serían calificadas por algunos según lo que se persiga en el viaje y en el trato con las gentes del país: venta literaria de la aventura, negocios neocolonialistas, evolucionismo espiritual o personal, medrar académicamente, etc. (10)- no es otro que el tenido en cuenta por los colonizadores de almas contemporáneos: no el impulso de la evangelización, sino compartir el sufrimiento con las gentes de allá, que viven y sufren allá y así. En fin, entre todas estas consideraciones de principio, vamos a entresacar, brevemente, aquellas ideas y prejuicios que conformarían una imagen de Colombia que, confirmada reiteradamente en sus tópicos más negativos, vendría a determinar la afectividad del ahora autor -en aquel momento, si no lector, valga la analogía, sí público; y si no autor, sí actor- en su estancia en Medellín, para, posteriormente, deshacer estos prejuicios en el campo, a lo largo de la expedición antropológica a zonas de conflicto sociopolítico: el departamento del Chocó y la zona del Urabá (11). El escaso tiempo de que dispuso el estudiante para preparar su viaje (la notificación se produjo el día 11 de junio, y su llegada a Colombia el 1 de agosto), así como otras dificultades personales (por motivos laborales), impidió la documentación adecuada. A esto se sumó la circunstancia adversa del error en la plaza concedida, por lo que el estudiante consultó una bibliografía concreta (sobre jóvenes y ancianos, sobre representaciones e imaginarios colectivos, etc.) que luego no habría de servir -al menos no específicamente- a sus intereses. Así pues, la primera fuente de documentación genérica fue la aportada por la institución promotora de la beca. Esta institución oficial, junto a la información acerca de las características propias del viaje y sus preparativos (billete, alojamiento, fechas de estancia, seguros médicos, vacunas profilácticas, pasaportes y visados, etc.), adjuntó una documentación básica sobre el país de destino. En ella se incluyó información tenida por práctica: 1. Direcciones de interés (embajada en Bogotá, viceconsulados, etc.); 2. Datos generales del país (geográficos, climatológicos, de población, económicos, político-administrativos, sociopolíticos); 3. Llegada y formalidades (pasaporte y visado, vacunas, aduanas, etc.); 4. Vida cotidiana (moneda y pagos, transporte, vestido, alimentación, seguridad ciudadana); 5. Sanidad; y 6. Datos relativos a las diferentes universidades. Así, en esta documentación, con el crédito que merece (acrecentando su valor al ser, precisamente, institucional u oficial), se advierte, recomienda y previene al estudiante de ciertas cosas y costumbres que ha de tolerar o de las que debe guardarse para conservar su seguridad e integridad física (12). Respecto a las cuestiones económicas, se indicaba el perjuicio causado por la violencia imperante en el país, así como los estragos del narcotráfico y el tráfico de armas, etc.; la situación sociopolítica se describía en forma de amenaza de colapso del estado de derecho por los fenómenos mencionados antes: narcotráfico y tráfico armamentístico, acciones bélicas, insurgentes y paramilitares, inseguridad ciudadana, corrupción, violación de los derechos humanos, desprotección y abuso de la infancia, pobreza… (13); se mencionaban todos estos actores sociales, los años del narcoterrorismo, los cárteles de Medellín y Cali, la ineficaz resolución del conflicto armado por la vía militar, la crisis gubernamental debida a la financiación ilícita de la campaña electoral del presidente Samper, etc. Además, se daban consejos para mantener la seguridad personal, la cual depende, en última instancia, de la suerte, aunque se apele a la prevención atenta y al sentido común:
Hagamos un aparte momentáneo para comentar este texto. Claro es, la amenaza es permanente, y el peligro existe, aunque su desenlace (bueno o funesto) no sólo es una cuestión de suerte. En relación con la expedición de campo al Chocó, los temores de los responsables del equipo eran fundados. Se estaba a la expectativa para ponerla en marcha (siguiendo los noticiarios, pues días antes se tuvieron inquietantes noticias sobre combates armados en la zona). Además, la incertidumbre creció con la incorporación de un extranjero (el autor) al equipo, por voluntad propia (véase más adelante), máxime cuando los responsables de la investigación no podían garantizar la seguridad del estudiante extranjero. Así se lo hicieron ver, no escondiendo su nerviosismo y preocupación (al parecer, llegaron a plantearse esta incorporación). Finalmente, cuando la expedición regresó sin novedad (enriqueciéndose con las humildes aportaciones de quien esto escribe, y estimando éste esa colaboración, a su vez, como una oportunidad única para el aprendizaje), los responsables de la misma concluyeron que sí era posible marchar allí (al Chocó) y realizar una investigación de campo. Desde luego, ninguna precaución especial pareció tomarse más allá de las ordinarias y de sentido común, además de la previsión en una expedición de campo (las entrevistas fueron realizadas mediante talleres concertados por medio de entidades locales, lo cual se debió más bien a economía de trabajo y a requerimientos metodológicos). No obstante, los miembros del equipo llevaron a término pequeñas intervenciones sociales, muchas veces soterrada o subrepticiamente, y manejaron y recopilaron información de primera mano que, sin duda, podría interpretarse como delicada o comprometida. Desde luego, de ningún modo inocua sociopolíticamente, como tenemos así por cierto en toda investigación de índole social, por lo que no nos incomodó en ningún momento ni nos vimos en peligro por ello (al menos no en la conciencia de quien esto escribe). Con todo esto queremos decir que la acción, conscientemente o no, de los actores sociales, sobrepasan las cualidades conferidas a la suerte en la explicación de los episodios violentos o lesivos (por cierto, que ignoramos el grado de amenaza y peligro al que se debieron ver sometidos los actores contrarios a nosotros ante nuestra presencia y nuestras actividades de indagación: autoridades civiles locales, potentados o incluso campesinos -no olvidemos las represalias a las que se ven sometidos por parte de unos u otros bandos; o también, no debemos pensar que los campesinos iban a ser claros beneficiarios de nuestra investigación, pese a nuestra buena voluntad, a veces ingenua-, facciones militares y paramilitares, insurgentes, etc. La amenaza y el peligro a que se ven sometidos quienes luego, precisamente por este terror, son los que violentan a los más débiles o los que ejercen la violencia sobre los indefensos, son a menudo facetas de la amenaza y el temor poco tenidas en cuenta, puesto que siempre dedicamos la atención sobre estos aspectos en la expresión del sufrimiento de las víctimas, y nunca de los atacantes, que acaso agredan por un mismo miedo) (18). Prosiguiendo con las recomendaciones preparatorias del viaje a Colombia, asunto en el que estábamos, digamos que «aun considerando la buena voluntad que guía a éstas, y reconociendo también que el viajero debe conocerlas (bajo la idea común del viajero avisado y del viajero científico (19)), no dejan de colaborar, junto con otras recomendaciones que reinciden en subrayar esta imagen amenazante del país, dejando todas una huella indeleble en la mente del viajero: siempre y en todo momento en guardia. Se hace ver en ellas, a pesar de las supuestas pero escasas bondades del país (tanta amenaza las eclipsa), los horrores comunes, siempre señalados bajo valoraciones morales absolutas, pues el prejuicio se adelanta en ellas, subrepticiamente si se quiere. Como señalamos antes, no se da explicación comprensiva, sino por definitiva realidad de la que es necesario y urgente prevenirse. Pero continuemos con el resto de la documentación preparatoria. El estudiante se haría, posteriormente, con una guía de viaje (20). Entre tantas, se decidió por una conocidísima guía de corte juvenil, desenfadada y sin excesiva carga erudita, crítica con el fenómeno turístico de élite (21). No obstante, esta guía, como tal, incidirá sobre aspectos turísticos y culturales, además de proporcionar al viajero recomendaciones tenidas por prácticas. En general, viene a dar cuenta de los mismos asuntos que la información institucional antes citada, si bien con algo más de detalle. Incluye breves capítulos históricos y culturales, y, de vez en cuando, alude a la situación sociopolítica del país. Sobre la peligrosidad ciudadana anota la imposibilidad de seguir al pie de la letra las recomendaciones del Departamento de Estado de los Estados Unidos (lo que supondría prácticamente abandonar la idea de viajar por Colombia); del mismo modo, subraya el ataque propagandístico de ese país contra Colombia (país hermano nuestro), lo que crea en el viajero un miedo escénico; para acabar afirmando que, aunque existan problemas, el turista puede gozar de la maravilla de ese país y sus gentes siendo mínimamente prudente (op. cit.: 49 y 52). Aquí vuelve a aludirse, por tanto, al sentido común y la precaución, siendo cuestión de mala suerte sufrir alguna desgracia. Sin embargo, en este texto se comprende, como en ningún otro, la dificultad de dar cuenta de un país y unas gentes maravillosas -que es menester defender, como hermanos, de la perfidia norteamericana- pero que sufren dolorosos problemas. Los autores de esta guía, por tanto, hace comunidad fraterna frente al imperialismo extranjero, que dice combatir esos fenómenos, pero que también los crea y perpetúa bajo supuestos intereses, reconocidos o velados. Entre minimizar (como intentan hacer los autores de esta guía), acrecentar (como se les achaca a los estadounidenses), y la justa realidad (22) (lo que hay que decir o silenciar, lo que se debe decir o callar para la información y prevención del viajero), se debaten los argumentos de todas estas perspectivas. A continuación, los autores de esta guía determinan mejor cuáles son esos problemas, los que, para advertencia del lector, son presentados en forma de riesgos o peligrosidad, pero siempre relativa (en comparación, por ejemplo, con los países de origen del turista), y perfectamente evitables mediante la información detallada y sobre el lugar, preguntando a la gente o las agencias autorizadas (autoridades locales, prensa y noticieros, agencias de transporte, etc.) qué zonas pueden visitarse y cuales otras no por ser escenario de combates (loc. cit.: 52). Otras recomendaciones, en fin, siguen la tradición que ya vimos anteriormente (sobre la ostentación de joyas y artículos diversos (23), sobre el dinero, sobre la conducción vial y los transportes, el asalto en los semáforos, etc.), para acabar dando al viajero la comprensión de su fortuna o desventura allí: la peligrosidad es cuestión de suerte, por lo que no conviene exagerarla; los asaltos a turistas no son muy frecuentes; de todas formas no hay que abandonar la precaución; y, por último, se debe entender que la inseguridad deriva de la miseria (ibídem: 52). Esta última explicación, de corte socioeconómico, relativiza o aminora más la incomprensión del viajero ante la posibilidad de un ataque a su integridad física o a su capital. Sin embargo, aumenta su temor (24). Ciertamente, comprender todas estas recomendaciones da cierta confianza al viajero, confianza sutil en su buena fortuna, en ese tradicional y recurrido pensamiento «esto no va a sucederme a mí». Claro es, se añade, en el caso de que si me pasara a mí, deberíase a la pobreza, lo que exculparía a los agresores y, por generalización, a ciertos estratos sociales, además de hacerme a mí una víctima casual (aunque, alcanzado el estatuto de víctima, sería acreedor de ciertos derechos de reparación). Todo esto, pues, descarnaría la violencia de la agresión -la cual, bajo esta comprensión, sería necesaria-, pero, en cualquier caso, impersonal y coyuntural, fortuita, sin intencionalidad, cuestión de suerte, por último. Y esta idea está en la mente de estos autores al comparar, conscientemente, este riesgo potencial en una ciudad colombiana con la suerte que podría correr un viajero -pensemos, además, en un inmigrante sudamericano- en Madrid, pongamos por caso (cfr. loc. cit.: 52 y 73 y ss.). Otras fuentes documentales, en fin, se emplearon para la preparación del viaje. Fuentes tales como un vídeo (grabado en la televisión) de Cáritas diocesana acerca de la labor social y misional que esta organización lleva a cabo en los arrabales de Medellín (25). En él se ilustra la situación de los desplazados por la violencia sociopolítica, su asentamiento en la ciudad (barrios de invasión), la situación de pobreza y abandono en la que viven estas gentes, excluidos de los planes urbanísticos de la ciudad, etc. Este vídeo fue visto por todos los familiares del estudiante, provocando en ellos cierto desasosiego. En él se contemplaron las primeras imágenes de Colombia, con todo el impacto visual y las concepciones sobre la situación del país y sus gentes que acarrea: así, la primera presentación visual de Colombia, para el estudiante y su familia, fue la de los barrios de invasión de Medellín (26). Se consultaron también algunas bibliotecas, públicas o privadas, así como librerías, generales o especializadas, en las que se encontraron dificultades para obtener información rápida, actual y veraz sobre el país. La bibliografía sobre Colombia no está muy presente en nuestro país, y es de difícil adquisición o consulta (sobre todo en tan poco tiempo), a no ser en lo concerniente a la violencia sociopolítica (siempre desde perspectivas sociales y políticas), lo cual vino a agudizar esta desazón general. También es posible que, dadas las circunstancias descritas, no se acertara a realizar una búsqueda bibliográfica en los lugares y condiciones mejores (faltó la asesoría de la embajada y otras entidades). Por todo lo cual, se dispuso exclusivamente de información extractada en estos aspectos: una única fuente documental de índole antropológica sobre las etnias autóctonas del territorio colombiano (27); algunos estudios sociales sobre la niñez y la mujer en Colombia (28); y alguna guía turística local (29). Se dirá que no es poco, pero dada la complejidad de un país, y la parcialidad de los estudios, escasa información nos pareció. Por lo demás, también es necesario mencionar las diferentes actividades y acciones políticas acontecidas en Navarra (residencia española del estudiante) en torno a las fechas anteriores al viaje (abril-julio de 1998), y encaminadas a la consecución de la paz en Colombia. Citemos, entre otros, los actos promovidos por diversas instituciones no gubernamentales, así como por el Gobierno de Navarra, recogidos en el Dossier informativo del Encuentro Internacional por la Paz en Colombia, 23, 24 y 25 de abril, Gobierno de Navarra, Mugarik Gabe, IPES, Sodepaz, Pamplona, 1998. Este documento es el que, de todo punto, se acerca más críticamente a la actualidad del país, recogiendo artículos de diversa procedencia y distintos autores (nacionales colombianos y extranjeros), y dirigidos a temas políticos, económicos y sociales y, especialmente, en relación con los derechos humanos s (30). Todas las iniciativas de paz y reconciliación nacional que se iniciaron en esta época y que han llevado al relevo presidencial y al inicio de las actuales conversaciones de paz, fueron seguidas a través de la prensa y la televisión, de difícil análisis en este ensayo. Ni que decir tiene que todas estas informaciones fueron entrelazadas con las de mayor impacto y afectividad, cuales fueron las obtenidas vía vox populi. Los rumores acerca de la catastrófica situación del país, traídos por viajeros comerciantes, estudiantes o misioneros locales, y magnificados luego en el pueblo de origen del estudiante, alimentaban la inquietud. Especial carácter tuvieron las recomendaciones y despedidas de los familiares y amigos. Por lo cual, el viajero llevó a Colombia una idea e imagen del país que condicionaría su labor posterior. Esta idea o imagen provocaría en él un temor permanente, una sensación de ataque posible a su integridad física y a sus bienes, de persecución, a la que no fue ajena, como decimos, ni la acción de los medios de comunicación (incluida la bibliografía más técnica), ni las advertencias, protecciones rituales (31) y despedidas familiares, ni, por qué no decirlo también, el pensamiento íntimo del viajero, quien debió elaborar su temor a tenor de esto y aquello, de lo que atendía o no quería atender, etc. La protección social de un miembro de la comunidad de origen que sale de ella para integrarse en otra, más amenazante por cuanto más desconocida o, mejor aún, más amenazante por cuanto más conocida en los términos que confirman y alimentan ese temor (tópicos de peligrosidad de lo extraño, confirmados por las noticias que llegan de lejos sobre ellos), viene a ser un recurso familiar y comunitario que, no pudiendo impedir la salida (voluntaria o necesaria) de uno de sus miembros, lo protege proyectivamente por medio de rituales y prácticas propiciatorias y profilácticas. Pero prosigamos. Para acabar con la cuestión del temor generalizado en el viaje, qué mejor que añadir las opiniones y advertencias de gentes del lugar, recurso pedagógico que aprovecharían algunas fuentes documentales. Así -escribimos-, es pertinente, según nos parece, la referencia a Fernando Cortés, cuando escribió con gran acierto acerca del miedo creado en Bogotá por la acción de los medios de comunicación, la voz volante del me han contado o mediante las asunciones que hacemos en las inferencias propias del prejuicio:
Porque, en efecto:
Estos miedos a cosas impersonales o inmateriales (toda amenaza lo son así), pues, en definitiva es tan indeterminado el miedo a ser agredido por un delincuente como por un espíritu, son, en efecto, creados, pensados, imaginados, ante la incertidumbre del quién y cuándo, con una terrible sensación de inminencia y persecución. Prevenir es recrear antes el suceso para protegerse después, sin duda, pero ni la recreación del ataque ni la protección o defensa de la víctima pueden corresponder a un evento real, siempre indeterminado. Ensayamos la contestación que le daremos al agresor, imaginamos cómo será (recurriendo a patrones caracterizadores de personajes de miseria), soñamos con detenerlo, etc., con un miedo que, merced a la potencia de la imaginación, queda atenuado; o bien, al contrario, el miedo imaginado, acrecentado, nos hace vernos irremediablemente secuestrados, heridos, o aun muertos. Pero el efecto común del terror, además de propiciar también el acto heroico, es bien conocido: la parálisis, que se constituye general y antecedente (como extrema prevención). Y así concluye Cortés:
2. Testimonio. Navío de equívocos e ilusión cartográfica La navegación errante no iba a deberse metafóricamente, como se verá de cierto, sino al desconocimiento en la corrección de la declinación de la brújula. No obstante, afanes llevados a término, a pesar de circunvalaciones erróneas, pueden conducir a nuevos puertos (como así aconteciera, por ejemplo, a Hernando de Magallanes). Con esta imagen de Colombia, tras el rito de pasaje contemporáneo que supone el vuelo aéreo (12 horas de túnel en movimiento amenazador, más las horas y pasos consumidos en los aeropuertos, traslados, etc.; y cambios horarios, ambientales, alimenticios, etc.) (33), arribó el estudiante el 1 de agosto, como traído por el mismo navío de pestes en que viajara Juan el tamborilero, a Santafé de Bogotá, para trasladarse el mismo día, mediante el puente aéreo, a la definitiva ciudad de Medellín (tras otras cuatro o cinco horas de espera y media hora de vuelo). El estudiante, como se insinuó antes, se vio acompañado por otros compañeros de distintas universidades españolas, que realizaban parecido trayecto, con destino similar. Entre ellos, por cierto, se habló de la situación de Colombia, surgiendo una suerte de hermanamiento o agrupación que se mantendría luego con ciertas intermitencias, según las necesidades y separaciones de alojamiento, duración de la estancia, actividades y universidades. En el aeropuerto de Bogotá, un estudiante español adquirió El Colombiano, diario editado en Medellín. En primera página se daba noticia de una epidemia de dengue (clásico y hemorrágico) en la ciudad de Medellín, así como de la violencia sociopolítica por todo el país, todo lo cual acrecentaría nuestra incertidumbre. Las primeras críticas sobre el estado del país, los primeros epítetos de menosprecio hacia el país de acogida…, se escucharon en el grupo. En fin, en el aeropuerto de Río Negro (Medellín), la responsable del departamento de relaciones internacionales de la universidad de destino (que no citaré) (34), nos aguardaba junto con los familiares que habrían de acogernos en sus hogares durante la estancia en el país. Finalmente, distribuidos los estudiantes entre las respectivas familias (según un criterio de disponibilidad y afinidad de la carrera académica cursada por cada estudiante con la de algún otro estudiante colombiano de cada familia de acogida), o en residencias u hoteles, el autor quedó alojado en la casa de un estudiante de sociología. Hechas las presentaciones comunes y demás actos de cortesía (enseñar la casa, los animales o mascotas, los alrededores, incluso la ciudad y algo de sus encantos turísticos, la familia extensa más tarde, los amigos, etc., incluyendo al estudiante en algunas actividades habituales de la familia, como ir a misa o de excursión a la casa de campo, etc.), el estudiante iniciaría una tímida exploración de todos estos lugares, cosas y personas (vínculos, reglas, límites sociales…). Una vez instalado, se estableció la correspondiente comunicación con su país natal, es decir, con su familia de origen: vía telefónica (que ya utilizara con este fin desde el aeropuerto de Bogotá),y, más tarde, vía postal. Tranquilizada la familia propia, puesto que de esto se trataba, el estudiante, en los días siguientes, fue recibido, junto con algunos de sus compañeros (el resto estaban distribuidos en otras universidades), en la universidad de destino, en cuyas dependencias se procedió a celebrar la recepción institucional (presentación de personas, profesores, alumnos, recursos, materias y programas…; instalaciones y servicios académicos y extra-académicos, etc.; vías de comunicación y accesos, etc.) (35). Así pues, con todo, el estudiante experimentó dos fuentes de socialización: 1. La familia de acogida, a través de todos sus miembros: compuesta por el cabeza de familia (juez de profesión), su mujer (ama de casa), sus cuatro hijos (uno de los cuales era el sociólogo, con quien se pretendía, desde la universidad, un intercambio cultural y científico o profesional, como, por cierto, así ocurrió; los demás hijos eran estudiantes o trabajaban), y, esporádicamente, la señora de servicio y las novias y amigos de los diferentes hijos. También algunos familiares y amigos del matrimonio. 2. El profesor tutor de la universidad de acogida y, por extensión, todo el personal institucional (incluimos los alumnos con los que hubo trato). Además, en ella se encontraba el estudiante con sus compatriotas, siendo estos encuentros, además de alguno nocturno, referente importante en las confrontaciones de las ideas e imágenes traídas desde España con respecto al país de acogida; imágenes e ideas que, en estas ocasiones, se veían confirmar y realimentábanse, a la par que se ensalzaba, por lo común, y sin mucha auto-crítica, la patria originaria (36). A continuación aprovecharemos, brevemente por lo demás, el diario íntimo que el autor vino redactando en su primera estancia en Medellín, y en el cual da cuenta, principalmente, de estas fuentes de socialización para, posteriormente, en el epígrafe final, comprobar el cambio experimentado a través de ellas (esencialmente afectivo y actitudinal). Al paso, comentaremos estas reflexiones aprovechando también las anotaciones del diario de campo elaborado en la expedición al Chocó, si bien no se tratará especialmente este diario, por ser más técnico, y ajeno, en lo fundamental, a cuanto ahora nos ocupa. El diario íntimo, pues, o Diario colombiano (agosto y septiembre de 1998), como pomposamente fuera denominado por el autor, se escribió sobre un cuaderno regalado por una persona significativa, por lo que, evidentemente, está cargado de emotividad, tal y como sugiere la dedicatoria dedicada al autor: «Una parte de tu sueño se está haciendo realidad y comparto tu alegría. Ahora estará más cerca del secreto de la vida. Comparte con nosotros, a la vuelta, tu experiencia. Buena suerte. Un abrazo (firma y fecha)». Por este motivo, fue este cuaderno, y no otro, escogido para servir a los propósitos de anotar las experiencias vividas en el viaje. No parecen ser vanas las cosas que entresacamos de esta dedicatoria: primeramente, su uso como apoyo y recuerdo afectivo que, por razones personales, quedó en España; luego la mención al sueño del autor, del cual debemos dar alguna explicación: éste siempre tuvo la intención y la esperanza de conocer países de culturas diferentes, y así lo hacía saber en sus círculos íntimos; y, por último, en lo que estábamos, la referencia (como un nuevo recurso de garantía comunitaria) al regreso obligado, debido, del autor, compromiso del «ve pero vuelve», para compartir con nosotros tu experiencia vivida (37). El deseo de buena suerte, en fin, está en la línea del riesgo y la protección comunitaria comentadas más arriba. El primer conocimiento de la ciudad de Medellín le sería dado al estudiante por la familia de acogida, entendiendo que esta ciudad, única en Latinoamérica por su distribución urbana:
Este distingo es de importancia, por cuanto se me indicó que la universidad de acogida pertenecía o estaba ubicaba en la zona donde se asientan los habitantes de los estratos más altos. Así, también, la familia de acogida «me interrogó sobre el estrato en el que se sitúan. No he tenido tiempo de estudiar el mapa de la ciudad, pero por la casa y la forma de vida les contesto que en el estrato 4 (pensé en el 3, pero dije el 4 por alabarles). Acerté. Luego será menester estudiar su ubicación en el mapa» (ibídem) (39). Las dudas acerca de esta distribución social en el espacio urbano quedarían contestadas más tarde: al parecer, por ley estatal, los estratos sociales más ricos pagan más ¿por los mismos servicios? (como correspondería a la justicia social), aunque, sospechosamente, suele coincidir que las zonas urbanas donde se asientan familias de estos altos estratos sociales poseen los mejores servicios (mejores pavimentos, alcantarillados, etc.; evidentemente, los barrios de invasión periurbana apenas poseen estos servicios, o no los poseen en absoluto, ni siquiera los más elementales, creándose entornos de pobreza de manera radial); esta suerte de identidad territorial y agrupaciones o comunidades urbanas por barrios se hace equiparable al estrato social (por poder adquisitivo y símbolos sociales). Al día siguiente, el profesor tutor añadiría aspectos relevantes que iban a iluminar al estudiante en su comprensión de la ciudad y su entramado social. Además, acontecería el episodio del traslado universitario del estudiante, debido a un error administrativo, lo cual iba a interpretarse por el grupo de compañeros españoles como un índice más de la desastrosa administración colombiana:
Además, acrecentaría la angustia del autor:
La prensa fue seguida exhaustivamente -también por indicación del profesor tutor- durante las primeras semanas (del 1 al 9 de agosto). Luego, el autor se desinteresó y dejó de comprarla, leyéndola circunstancialmente. El día 5 de agosto, escribió:
Así fue. El dengue hemorrágico se extendía por la ciudad de Medellín, y los periódicos avisaban de los síntomas y la prevención; síntomas, por cierto, extraños al conocimiento del estudiante, tales como sangrado en diferentes partes del cuerpo, inflamación y enrojecimiento de la cara, dificultad respiratoria, vómito o diarrea, alteraciones de la presión arterial, inapetencia, sudoración, palidez y sueño, además de fiebre repentina (cfr. El Colombiano, a partir del 1 de agosto). Esta, por tanto, era una de las causas posibles de muerte (de nueva muerte, o nueva amenaza), lo que debido a lo extraño de la enfermedad (44), transmitida por un mosquito, llevó al estudiante a la incertidumbre. Por otra parte, el 3 de agosto explosionó un carro-bomba en la sede de la IV Brigada, en la misma ciudad de Medellín, a cuya deflagración alude el diario del autor (que fue escuchada por él a su llegada). La prensa de los días siguientes se hizo eco de este atentado, la cual, además de recoger los diferentes combates entre guerrillas y ejército o paramilitares (en 17 departamentos del país), titulaba el 5 de agosto estos sucesos: «¡Ay, país…!» (así El Colombiano). Las fotografías eran bien elocuentes, así como las imágenes de los reportajes de los noticieros televisivos. Por lo tanto, otra fuente de incertidumbre para el autor: la posibilidad de muerte en el conflicto armado, generalizado por todo el país». La psicosis de guerra que se vive en todo el país (sobre todo en las zonas urbanas más desprotegidas) es manifiesta. En el trabajo de campo en Riosucio se comprobó el temblor de los campesinos negros ante la inminente posibilidad de las incursiones de la guerrilla. En Unguía, el ambiente bélico, la angustia causada por la inminencia de un encuentro armado entre paramilitares e insurgentes hacía insostenible la residencia allí. Los médicos consultados en estos y otros lugares confirmaron las psicosis colectivas de terror a la guerra: ante masacres y mutilaciones, desplazamientos y desarraigo y ruina, etc. Es menester advertir que en estas fechas aconteció el cambio de poder presidencial, oportunidad en la que las guerrillas respondieron con atentados y combates generalizados para despedir al deshonrado gobierno saliente (de E. Samper), y tomar posiciones de fuerza para negociar ventajosamente con el nuevo gobierno (de A. Pastrana). Así, concluye el autor:
El propio autor fue consciente de cómo era adoctrinado, o socializado, si se quiere, por los compañeros colombianos acerca de las causas de la violencia en su país (ibídem, 5 de agosto), llegando a preguntarse por qué todo el mundo le hablaba, espontáneamente, de la violencia, y no de otras cosas de las que, sin duda, podían presumir o enorgullecerse. Su condición de europeo parecía tener algo que ver frente a la infravaloración sudamericana. Por ejemplo, su profesor tutor sugirió al estudiante el análisis de la prensa y los noticieros locales en su tratamiento y presentación de los actos de violencia sociopolítica, pero también de la delincuencia en la ciudad de Medellín, entendida por medio de dos calificativos de diferencia social: los habitantes de la zona norte (depauperada, de estratos bajos) calificaban a los de la zona sur (ricos, de estratos altos) comopeligrosos, mientras que éstos llamaban indeseables a aquéllos (ídem). Este profesor prometería llevar al estudiante a la zona norte, depauperada y conflictiva, advirtiéndole la proxémica adecuada para caminar sin excesivo riesgo por esos lugares. Del mismo modo, en los diversos contactos con España, vía telefónica o postal, preferentemente con la familia, la cual estaba al corriente de los sucesos sociopolíticos (todo parece en Colombia suceso) de este país (a través de la prensa y televisión españolas), el estudiante tubo a bien tranquilizarla mediante un recurso comparativo eficaz, aunque tremendamente inexacto (inexactitud buscada a conciencia, aprovechando el saldo comparativo favorable en lo que toca a la violencia terrorista en España, de menor magnitud que la generalizada y perpetua observada en Colombia): el suceso del carro-bomba en Medellín, de repercusión internacional, se comparó a la violencia esporádica e intermitente de ETA en España (ibídem, 5 de agosto y ss.). Esta comparación fue permitida también por el uso de un recurso bélico similar: el atentado con coche-bomba. Además, daba a la familia la oportunidad de comprender la violencia colombiana, en parte (aunque ficticiamente), mediante la extrapolación comparativa con la violencia etarra (las vinculaciones entre las guerrillas latinoamericanas y ETA no fueron supuestas). Además, el estudiante, en la expedición al Chocó, sugirió el ejemplo de las manifestaciones y movilizaciones sociales españolas contra la violencia etarra, como prototipo de reacción social extrapolable, mutatis mutandis, al caso colombiano. El prestigio internacional de la transición española quedaba en la mente de muchos. Al tiempo, leídas en las carteleras y pizarrones de la universidad pública, el autor iba anotando noticias en su diario, las que, comúnmente, se referían a la violencia: asesinato con cianuro de una conocida indigente (le fue proporcionado un vaso de jugo, ¿caritativamente?, envenenado, a la puerta de un hospital, donde mendigaba asiduamente); apariciones nocturnas, en la universidad, de grupos de encapuchados, armados, cerrando, por ejemplo, el consultorio médico y la droguería, reteniendo trabajadores, etc. (47) Como muestra, reproducimos lo siguiente:
En fin, todo esto llevaría al autor a un estado de nerviosismo, y a una sensación de persecución (en el recuerdo, también, los secuestros de extranjeros, de los que se tenían noticias esporádicas):
Posteriormente, debido a las labores académicas, el estudiante debió preparar una expedición antropológica -como se ha dicho ya por doquier- al departamento del Chocó y a la zona de Urabá, escenarios ambos de máxima conflictividad sociopolítica por esas fechas. Los peligros, naturales o sociales,reales o imaginados (¿es real un peligro, sobre todo cuando no ocurre de facto el destino que señala el miedo; no es una entidad ficticia, pese a mediaciones y ponderaciones?), fueron incidiendo más sobre el estado de ánimo del estudiante: imposibilidad de prevención de las mordeduras de culebras (por falta de presupuesto) y de varias enfermedades (paludismo, cuya profilaxis es ineficaz; dengue y cólera, para las que no se estaba vacunado…); desprotección frente a toda clase de violencia, etc. Del mismo modo, la sobreprotección de la familia de acogida (que me recomendó y pidió no viajar a dichas zonas, e, incluso, protestar ante el decano para que me desvincularan de ese proyecto de investigación); la propia inquietud de los responsables del departamento de Antropología, etc. Todo lo cual hizo que el estudiante, aquejado de malestar y dolores abdominales, acudiera al médico, previa interpretación personal de este malestar generalizado:
Así, el día 20 de agosto, próximo al viaje,
3. El corazón, lejos de la boca. Necesidad de corrección de la declinación de la brújula y ruptura de las antiguas cartas de marear Mucho antes, el 17 de agosto, el autor tomó la decisión de ir en esa expedición al Chocó (posteriormente, y ya solo, sin compañía, viajó al Urabá). Aquí es donde se daría la transformación en la actitud anterior, tornando el miedo en una calma decidida:
Esta conversión, este obstáculo (escrúpulo) removido, este misticismo, esta claudicación querida a la propia suerte (sabidamente protegido, o de buena suerte), hace concluir el rito de paso del antropólogo neófito, fundamentado o excusado en esta misión, en esta unción, en esa certeza de tener algo que hacer (evidentemente, el compromiso y la obligación profesional se ponían en juego en esta iniciación. La valentía ante el peligro del bautismo, en un nuevo nacimiento, requería la muerte simbólica). En el campo escribiría dos diarios más (sobre antropología médica), que no comentaremos. Finalmente, en el Chocó y el Urabá, el autor experimentó diversas situaciones de riesgo (natural y social, que ya comentamos anecdóticamente), llegando a mantener la calma decidida que antes mencionamos. De hecho, recibió las felicitaciones de sus compañeros de campo por su comportamiento durante la expedición (incluso atravesó la selva montaraz a lomos de caballo, sin saber montar, asumiendo riesgos considerables (54)). El estatus profesional, por tanto, fue adquirido y conservado. De hecho, es muy posible que las anotaciones en el diario fueran conducidas, a pesar y por encima de los embates circunstanciales, hacia la obtención definitiva de este logro que, de toda suerte, debía llegar tras el sufrimiento ordinario que sobrellevara al triunfo heroico. Quizá no se buscara otra cosa que la confirmación experimental de la teoría estatutaria del antropólogo. Pero acabemos. Para concluir este pequeño ensayo, bueno será citar la parte del Diario en la que se da cuenta de toda la experiencia atravesada, es decir, de todo el cambio de actitud que, como venimos diciendo, condicionó, afectivamente, su posterior trabajo de campo:
Por tanto, autopersecución, de un sí mismo inaceptable (alteridad o sombra de sí), o persecución querida de un encuentro con el otro, siempre imaginado, adelantado, preconcebido, en forma, persona y suceso. Este es, a mi juicio, el problema que trata de desvelar, con mayor o menor fortuna, la antropología (Tudela de Navarra, España, octubre de 1998)». Aquí acaba
esa primera narración,
sobrecomentada de la manera antedicha. Quizá parezca al lector
que
el autor ha magnificado demasiado esta breve experiencia, que, de toda
suerte, es común y ordinaria (un viaje más, con mayor o
menor
interés). Sin embargo, es precisamente este efecto el que se ha
perseguido, no, por cierto, mediante la exageración
hiperbólica
o la falsedad, sino que, didácticamente, se ha detenido el autor
en todos aquellos minúsculos detalles que ordinariamente no se
toman
en consideración, tomando este proceder con el único fin
de poner en evidencia que tanta magnificación es previa y
estéril,
de raíz sociocultural en el país de origen. Nada
más. 4. Regreso y recuerdo asombrado. Ecuación de corrección y nueva carta de marear para postreros viajes Evidentemente, cuanto antes aludimos a la descripción por la prensa del estado calamitoso de Colombia, leíamos aquello que más nos importaba a los estudiantes españoles recién llegados con nuestras certeras cartas de marear. Sin embargo, los diarios daban otras noticias de interés que, de toda suerte, se nos antojaba curiosidad, folclore, exotismo… «¡Mirá que linda es Medellín, la ciudad más bella del mundo!» Ciertamente. Pero recuerdo que tuve una discusión en un carro, mientras subíamos a no sé donde, a lo alto de Medellín, al lugar turístico por excelencia, al lugar que yo no quería ver, precisamente por esto, pero al que era preciso que fuese, al que era arrastrado por mis amigos colombianos. ¿Para qué, con qué fin? Para comprobarlo, para afirmarlo, para contemplar ese Medellín hermoso. Me enojé. Sin duda lo era. Medellín era hermoso, por la noche, por el día, pero no solo desde lo alto, también desde el recuerdo que guardo de él, porque Medellín no sólo se ha de contemplar desde las alturas del cerro Nutibara, sino, también, desde la miseria del fondo de su cauce, siempre removido por las incesantes aguas de su río. Medellín es, pues, agridulce. Desde luego, tanto más agrio cuanto más dulce. Mi enojo estaba justificado, y acabó en una suerte de arenga patriótica (de una patria que no es la mía, pero acaso pudiera ser Tierra de Resurrección para muchos de los míos): «Amigos colombianos, nativos y primeros navegantes, vosotros afirmáis las líneas trazadas en mi cartografía. ¿Fueron trazadas, entonces, sobre la certeza?». Pero una línea sobre otra línea acaba por emborronar el cartón, y se hace menester trazarlas nuevas, en otro papel, rebuscar y defender excelencias aquí, desde acá, desde Medellín, desde Colombia y América. Se hace menester, ya, descubrir a nuestro(s) lector(es) que luego será(n) autores: «Ahora, estimados lectores, compañeros extranjeros que estudiáis en España, ahora que estáis también en Tierra de Resurrección, en nuestra querida España (la que para mí no es sino la Tierra del penar), os sentís profundamente latinoamericanos o patriotas de vuestros respectivos países, y os dais cuenta, como yo en vuestros mundos, que la Tierra de Resurrección no es la ajena, sino la propia, no sólo contemplada desde lejos, que apenas se sufre -o se sufre más-, sino también desde cerca, desde la intimidad, tan apegadamente próximo que se oye regurgitar el asco, como se escucha llorar de felicidad. No se trata de un alarde de patriotismo, ni de dejarse atrapar por las cosas de la identidad (nacional o cultural), tantas veces criticadas por nosotros (científicos sociales, tan pedantes). ¿Se trata entonces, más bien, de conocerse a sí mismo a través del conocimiento del otro? No abandonemos la sociología para ubicarnos en la antropología, pues ambas exhiben las mismas pretensiones, igualmente vanas, el universalismo científico, el afán pancientífico. Se trata, simplemente, de ir allí para volver aquí, de transportarse allá desde acá, para regresar aquí desde allá. Aumentará nuestra confusión, sin duda, pero trazaremos nuevos rumbos, sobre la exploración de viejas rutas. Bástenos con corregir el desvío de la brújula, si no la estropea antes la furia de la tempestad, y viajar intuitivamente, gobernados por el corazón. Es la vieja aspiración de siempre, romántica y desafortunada. Sin embargo, a nuestro juicio, el corazón no carece de razón, y su disciplina es cosa de importancia. Muchas gracias. Ahora es tu (vuestro) turno, lector(es) que ya eres autor (o sois autores). «Vete de acá para allá, y regresa para contárnoslo», tal como así, a mí me dijeron. Lamentablemente, nadie se interesó, nadie preguntó ni deseaba escuchar otra cosa que aquello que tenía por cierto: lo manido, el tópico, el lugar común…, ¿para qué saber otra cosa distinta de lo que ya se sabe y se tiene por cierto? Colombia es así, de esta manera, raída, siempre igual, imperecederamente monstruosa… No es preciso ser testigo de nada, pues todo está testimoniado. «Si acaso, cuéntenos alguna anécdota exótica: indígena, coca, guerrilla y cacheo…». Pero yo, amigo(s), ahora que estoy dispuesto a ser lector (avisado pero callado), te escucho (os escucho) atentamente. Tudela de Navarra (España), a mediados de marzo de 2000, cuando Cristóbal Colón, en unos mismos días de otra época dejó hecho y dicho: Diario
del Primer Viaje [Miércoles,
13 de
Março] Oy a las ocho oras, con la marea de ingente y el viento
Nor-norueste,
lebantó las anclas y dio la vela para ir a Sevilla. [Jueves,
14 de Março]
Ayer, después del sol puesto, siguió su camino al Sur y
antes
del sol salido se halló sobre el cabo de San Viceinte, que es en
Portugal. Después navegó al Leste para ir a
Saltés,
y anduvo todo el día con poco viento hasta agora, qu'está
sobre Faro. [Viernes,
15 de Março]
Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino hasta el
día con poco viento, y al salir del sol se halló sobre
Saltés,
y a ora de mediodía, con la marea de montante, entró por
la barra de Saltés hasta dentro del puerto de donde avía
partido a tres de Agosto del año pasado. Y así dize
él
que acabava agora esta escriptura, salvo qu'estava de propósito
de ir a Barçelona por la mar, en la cual ciudad le davan nuevas
que Sus Altezas estavan, y esto para les hazer relaçión
de
todo su viaje que Nuestro Señor le avía dexado hazer y le
quiso alumbrar en él. Porque ciertamente, allende qu'él
sabía
y tenía firme y fuerte sin escrúpulo que Su Alta Magestad
haze todas las cosas buenas y que todo es bueno salvo el pecado y que
no
se puede abalar ni pensar cosa que no sea con su consentimiento, "esto
d'este viaje cognosco", dize el Almirante, "que milagrosamente lo a
mostrado(s),
así como se puede comprehender por esta escriptura, por muchos
milagros
señalados amostrado(s) en el viaje, y de mí, que a tanto
tiempo qu'estoy en la Corte de Vuestras Altezas con oppósito y
contra
sentençia de tantas personas priçipales de vuestra casa,
los cuales todos eran contra mí, poniendo este hecho que era
burla,
el cual espero en Nuestro señor que será la mayor honra
de
la Cristiandad que así ligeramente aya jamás
acaeçido". Estas son finales palabras del Almirante don
Cristóbal
Colón,
de su primer viaje a las Indias y al descubrimiento d'ellas».
1. El autor es licenciado en Psicología por la Universidad de Valencia (España), y, en la actualidad, está doctorándose en el departamento de Antropología Social de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Madrid, España. Obtuvo la suficiencia de investigación recientemente con trabajo etnohistórico en comunidades y territorios del norte de España (Navarra) y su tesis va a centrarse en la religiosidad popular y la identidad cultural. Del mismo modo, posee experiencia profesional y de campo en instituciones sociosanitarias (geriátricas y hogares de infancia desprotegida). Fue becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España (AECI) para participar en la cooperación interuniversitaria con América Latina, siendo merecedor de una plaza en Colombia, donde formó parte de una expedición multidisciplinaria al Chocó (Universidad de Antioquia, departamento de Antropología Social). Asimismo, conoce las intervenciones sociales sustentadas por organismos europeos en el Urabá. Ha publicado, o tiene en prensa, varios artículos en relación con la antropología médica. 2. En la obra de Alejo Carpentier «El Camino de Santiago», en Guerra del tiempo y otros relatos (1958), Madrid, Alianza Editorial, 1987. 3. Tenemos a la vista un librito didáctico novelado por José Escofet titulado Vasco Núñez de Balboa o el descubrimiento del Pacífico (en la colección de Seix-Barral «Los grandes exploradores españoles», vol. I, 1923). Baste una breve exposición de su introducción: «Muy pocas palabras han de bastarle al lector para comprender la intención de quien ha escrito este libro… Difícilmente podrá ofrecérsele a un escritor español, amante de las glorias de su patria, un tema histórico más propicio a despertar el interés de la juventud… Ni antes ni después de la exploración y conquista del continente americano, han realizado los hombres de España ni los de ningún otro país, hechos que, por su ejemplaridad heroica, superen los que hicieron, por verdadero milagro de fe, los Vasco Núñez de Balboa, etc… Y aquí hallará el lector la razón por la cual hemos querido escribir estos libros. Nos parece que nada puede servir de estímulo a la juventud española e hispano-americana, como el ejemplo incomparable de los exploradores castellanos del siglo XVI… (H)oy como siempre, se necesita, si se quiere salir victorioso de la lucha por la vida, tener una voluntad firme y una constancia capaz de resistir a las pruebas más duras y crueles. Y es por demás conveniente que los jóvenes de España y de la América española, busquen en su misma raza los antecedentes históricos que puedan enseñarles a ser hombres de fe inquebrantable, de tesón inflexible y de valor sereno, como fueron nuestros gloriosos antepasados… (págs. 5-7)». La novela se fundamenta, verídicamente, en los cronicones de la conquista de América; las costumbres de los indios se documentan, como no podía ser de otro modo, además de en las apreciaciones testimoniales del autor, en las descripciones de nuestros primeros etnógrafos: Gonzalo Hernández de Oviedo en su Historia Natural de las Indias. En fin, este tan alto propósito, por lo demás, es declarado como de «buena intención» (pág. 8). Poco más podemos añadir. Sin embargo, no tengamos esto por una errónea cuestión de otra época. Debemos pensar en las intervenciones contemporáneas de las ONG, las injerencias y políticas postcoloniales y de desarrollo, las nuevas colonizaciones de mercado y de pensamiento, etc. (ver más abajo). Una cosa más: respecto a la educación de la juventud hispanoamericana (y no sólo española) con estos medios didácticos metropolitanos, tenemos experiencias sobre el terreno que luego detallaremos. 4. En Amerika (1927, póstuma), de Franz Kafka (una edición se halla en Madrid, Alianza Editorial, 1986). 5. Nos vienen a la memoria los propósitos de redención política que llevara a las Antillas Víctor Hughes (con la Declaración de los Derechos del Hombre y la guillotina a bordo), novelado por Alejo Carpentier en El siglo de las luces (1962), Madrid, Cátedra, 1982. 6. Lamentablemente, cualquier diario contemporáneo, de cualquier tiempo, podría servir para estas descripciones. No obstante, nosotros adquirimos El Colombiano, los días 1 de agosto de 1998 y siguientes. El dengue se declaraba incluso en las ciudades, el ejército aparecía implicado en ciertos actos paramilitares, el fuego de la insurgencia se mantenía ininterrumpido, etc. 7. Conseguir bibliografía de calidad sobre Colombia y sus diversos aspectos de interés (especialmente el sociopolítico, académico y antropológico), no fue nada fácil, y la búsqueda, de todas maneras, fue siempre pobre e infructuosa. La documentación acerca de los conflictos sociopolíticos del país es, no obstante, considerable, recopilada y facilitada por las ONG o institutos de estudios sociopolíticos o similares. Los demás aspectos son más difíciles, a no ser que se entre en diálogo transnacional desde las universidades o entidades académicas e institucionales. Lo cierto es que la información disponible es escasa y parcial, no haciendo justicia, a mi parecer, al desarrollo de la investigación autóctona que luego se encuentra el estudiante. Por otra parte, desde España se hallan con mucha más facilidad fuentes documentales de países latinoamericanos como México, Cuba, Argentina y Chile, especialmente. 8. Un exceso de documentación parcializada aún hubiera sido más perjudicial, claro está. Sería menester más información, pero, evidentemente, menos parcializada, más veraz. Quizá, incluso, menos oficial. La ausencia de información no hubiera dejado incólume la perspectiva de prejuicio anterior al viaje, a causa de los datos previos obtenidos y acumulados por la tradición viajera, la ubicuidad de los mass media, los añadidos de la imaginación colectiva y personal, etc. Además, alimentaría una improductiva y acaso peligrosa ingenuidad imprudente, no necesariamente imparcial e inicua. Por otro lado, en sentido contrario, a pesar de sobreinformación, el trabajo de discernimiento quedaría, como así fue, para la vuelta, a cuyo orden corresponde este ensayo. 9. Ni que decir tiene que, con la información en la mano, el autor se debatió entre la renuncia y la aceptación de la beca, plaza y país que, por otra parte, había solicitado conscientemente. Se trató de un pacto laboral con su actual empresa: una ONG que sustenta hogares de día infantiles en el Urabá antioqueño. Sopesar la ganancia frente al riesgo fue tarea inevitable: la posibilidad de hallar la enfermedad incapacitante o la muerte es mayor en Colombia que en España, si nos dejamos guiar por las comparaciones estadísticas socioeconómicas, índices a los que, como es sabido, somos aficionados para medir y definir escalarmente las competencias internacionales en occidente. 10. Motivos todos estos que se repiten en otros hombres y otras épocas, siempre alimentados por sueños que luego resultan embustes, pero que, al regreso, el mismo viajero los explica mintiendo, recreando, imaginando, como en justa venganza. Esto es lo que, recordemos, aconteció a Juan el tamborilero: que de romero se distrajo con las fábulas del indiano embustero, para llegar a sustituirle y ser, a su vez, después de indiano engañado, aquél indiano primero que le embaucara a él, prometiendo ahora tierras de feliz desgobierno (ya que no oro, sí buhonerías del Potosí; si no orden, sí aventura y libertad) a nuevos romeros que luego serán indianos, por desengaño, engañadores: porque, en efecto, el oro queda en buhonería, y la libertad en proscripción. 11. Nótese la forma de hablar: ¡Cómo si Medellín no fuera una zona conflictiva! Los conflictos sociopolíticos afectan a las grandes ciudades de forma dramática (con las peculiaridades nefastas de las grandes urbes), y no son ajenas a los conflictos acontecidos en la ruralía (recuérdese los barrios de invasión periurbanos). Precisamente, en su estancia en Medellín, tuvo lugar una acción insurgente: la explosión de una bomba en un acuartelamiento urbano. Respecto a la expresión «deshacer el prejuicio» (como si la experiencia de campo fuera sanadora de la ceguera o iluminadora de la verdad, precisamente por su horror, por ser terrible, lo que confiere verdad y realidad a lo que no puede ni debe ser idílico o bueno) no podemos dejar de anotar, críticamente, «para añadir un prejuicio nuevo, el del campo, el de la experiencia antropológica». En efecto, si en la ciudad se estaba a salvo, protegido por amigos y compañeros (véase más adelante), en el campo, estando en peligro y desprotegido, se vio y comprobó personalmente, en calidad de testigo, la miseria y el horror de una realidad supuesta pero escamoteada. El asunto, por tanto, no es de lugar (según el grado de conflictividad), sino de riesgo y verdad, de actitud. El horror y la miseria son uno y el mismo, en Medellín, Unguía o Mutatá, en una remota vereda o donde se quiera: querer hallarlas y contemplarlas es una cuestión de actitud y deseo, o de necesidad. Pero del mismo modo que se desea o necesita ser testigo de su existencia, para íntima conmoción y escándalo público -al fin y al cabo, goces una y otro-, dando al fin con la verdad y pudiendo narrar esta realidad, de la misma manera, como decimos, deberíamos necesitar y desear hallar y contemplar la bondad de todo aquello que no está en nuestro espíritu, pero no sucede a nuestro redor, por doquier, en este o en aquel lugar. Sigue siendo, pues, una cuestión de actitud y amor. Si queremos vivir en la guerra, para comprobar su horror, por qué no deseamos contemplar en ella la paz. Porque si la guerra y la paz son antitéticas, qué será de un país como Colombia, cuyo conflicto es antiguo y perpetuo. La cooperación y la concordia no pueden esperar la desaparición de la miseria y la discordia, sino que deberán medrar a su pesar. Si pensamos así, por tanto, no podemos dejar de afirmar ese añadido: «nuevos prejuicios». Cierto, pero en «nuevos deseos». 12. Una de las paradojas que sobre esta cuestión experimentó, en forma de dilema, el autor, recae sobre aspectos de terror médico: en plena selva chocoana unas veces, otras en llano o en pequeña ciudad, se le ofreció al estudiante la posibilidad de bañarse en pozas o ríos, simplemente, y más que por higiene, por refresco. Éste, embadurnado de toda clase de repelentes de zancudos y demás insectos (además de otra suerte de profilaxis antipalúdica), no dejaba de recordar las advertencias médicas de su país: no bañarse en ríos ante la posibilidad de adquirir enfermedades infecciosas. Más tarde se reafirmaría en sus precauciones cuando comprobaría la existencia de cólera en el agua del río Atrato. En una entrevista de campo, sobre temas de salud local (los niños de Riosucio se bañan en el agua infecta), escuchó algo así: «Los negros enferman menos porque son más fuertes y están más acostumbrados al agua». Así pues, la precaución del extranjero ante tanta amenaza insalubre constituye un alejamiento, una prevención algo más que meramente física: la tecnología médica se pone al servicio de un escrúpulo higiénico que conduce a un dilema moral: poner en peligro la salud es arriesgarse a algo más que a perder la sanidad. El dilema moral consiste en aceptar que los que viven allí viven así (despojados de rigurosas profilaxis). Compartir su vida supondría compartir también -más que sus riesgos- sus instituciones (pues no carecen de instituciones médicas: sanadores de toda índole, farmacopea, prevención, etc.). Uno de los directores de la expedición, para calmar al estudiante ante el temor de ser picado por una serpiente en la selva, concluyó (excusándose al prescindir del suero antiofídico, capítulo presupuestario excesivo y superfluo, frente, por ejemplo, al dedicado a sobornos o pagos): «No hay que preocuparse, si te muerde una serpiente venenosa ellos (los autóctonos) allí mismo te entierran y te rezan». Verdad humorística, ciertamente. 13. Evidentemente, no se dan explicaciones de índole social, política o antropológica acerca de estos problemas. Todos ellos se dan por males supuestos e intrínsecos ante una situación general en la que el Estado de Derecho se ve constantemente amenazado. Toda injerencia (pensemos en las ONG y las ONGD) se ve justificada en cuanto se presenta con los criterios de defensa de unos derechos fundamentales del hombre, tenidos por universales. Aunque no vamos a entrar aquí en la crítica pormenorizada de estos propósitos generales, amparados, como decimos, en los Derechos Humanos (haciéndolos homogéneos y universales, pese a que recogen derechos de individuación y diversidad), sí mencionaremos alguna bibliografía fundamental, sobre los problemas que ya se plantearan, en torno a estas cuestiones, autores clásicos. Sabemos así que estos derechos generales se imponen hegemónicamente sobre la pluralidad y diversidad de derechos (sobre todo los orales y consuetudinarios, derechos indígenas, etc.) o, en su intento de esquematismo y universalidad, acaban por reducirlos a cuestiones meramente abstractas y filosóficas: conceptos ejemplares y moralizantes, tales como voluntad y libertad (lo que somete o reduce la efectiva interpretación y aplicación a los códigos respectivos de cada país). Autores como Malthus, Durkheim y Lévi-Strauss, entre muchos otros, se debatieron y advirtieron sobre los problemas de estas consideraciones. Sobre Malthus, véase el cap. VI, «Efectos del conocimiento de la principal causa de la pobreza sobre la libertad civil» en su Ensayo sobre el principio de la población, México, FCE, 1986; Durkheim se planteó estas cuestiones en varias ocasiones: mencionemos, en relación con la universalidad de la educación y los valores educativos, su obra Educación y sociología, Barcelona, Península, 1990, cap. I; de Lévi-Strauss citaremos solamente el importantísimo artículo «Reflexiones sobre la Libertad», en Mirando a lo lejos, Emecé, págs. 339-349; una obra moderna sobre la relatividad del maltrato infantil es la de N. Scheper-Hughes (ed.), Child Survival: anthropological perspectives on the treatment and maltreatment of children, Dordrecht, Reidel, 1989. En fin, bástenos. 14. Posteriormente, en Apartadó (Urabá antioqueño), el autor se vio en la necesidad de cambiar dólares en la calle, confiando en una persona del lugar para tal menester. A ésta no le fue fácil consumar el cambio de moneda, llegando al nerviosismo ante la tardanza y complicación de la operación. Finalmente, se tranquilizó ante la seriedad del cambista en sus asuntos. Por lo tanto, bien se haría necesario concluir que, en algunas ocasiones al menos, estas advertencias no pueden seguirse, debiéndose asumir ciertos riesgos. 15. El autor lamenta no haber llevado cámara fotográfica, sobre todo en la expedición al Chocó. Las razones de no disponer de este equipo fueron otras, ajenas a esas advertencias. Pero lo cierto es que, a su llegada a España, la ausencia de los documentos fotográficos (que simbólicamente parecen ser elementos de confirmación empírica en el campo de la ciencia, y documentos testimoniales en la explicación de la experiencia vital), mermó la potencia explicativa de la narración o el comentario en ese viaje ficticio que se propone recorrer al oyente o el lector. El lector confiesa que ha intentado, sin éxito, hacerse con material fotográfico de la expedición (puesto que el equipo de investigadores sí dispuso de algunas cámaras, realizando un interesante documental fotográfico sobre el terreno: potrerización y explotación forestal a costa de la extensión de la selva, modos de vida de las diferentes comunidades, etc.). 16. En otros casos, como en éste, el autor incumplió la advertencia, bien por desidia, bien por confiar en su habilidad para ocultar el pasaporte original y confiar en su cédula de identificación (DNI). Lo cierto es que en dos ocasiones (en el embarcadero de Turbo y en Unguía) le fue pedido el pasaporte por la autoridad militar. No lo llevaba, presentando en cambio el DNI. La autoridad se conformaría con este documento en ambas ocasiones. 17. Evidentemente, estas amenazas en relación con las drogas son riesgos característicos del país. La Burundanga resulta una amenaza similar a la de las extrañas enfermedades tropicales, de síntomas desconocidos o poco conocidos en España y en el entorno común de los ciudadanos de a pie (sin muchos conocimientos médicos especializados). Por otra parte, este tópico de las drogas (sobre todo en relación a la cocaína), sería una de las cuestiones que más interés despertarían entre las amistades del autor a su vuelta a España. Lo cierto es que la curiosidad del autor por el tema fue muy escasa (salvo en la expedición al Chocó, en la que entraría en contacto con campesinos cultivadores de coca y amapola, etc., siendo éste un asunto de índole económica en la investigación, y dichos campesinos reacios a abordarlo, dándolo más bien por supuesto, a veces irónicamente). Cuando el autor era preguntado en España por esta cuestión respondía con la verdad, aunque anecdótica: que, acaso ingenuamente, no conocía la hoja de coca sino por haberla visto en un museo (por cierto, el de la Universidad de Antioquia), expuesta junto al pororo indígena. Evidentemente, el autor es consciente de que esta tribialización no desmerece la existencia problemática de los cultivos de coca, etc., de las movilizaciones y recursos socioeconómicos, políticos y sanitarios que impele, etc. Lo mismo podría decirse de la violencia: el autor, pese a adentrase en zonas de documentada violencia sociopolítica (a lo largo del departamento del Chocó: Acandí, Unguía, Riosucio y Juradó, y no sólo en los entornos urbanos, sino en veredas del interior; y luego en el Urabá antioqueño: Apartadó, Mutatá, Turbo, etc.), vio, más que nada, los productos de la violencia (desplazamientos e invasiones suburbanas, relatos de violencia extrema en boca de las víctimas, etc.). Sin embargo, fue testigo directo de dos actos de violencia menor: en Apartadó contempló cómo un alcohólico empuñaba una pistola, apuntando a la gentes sentadas plácidamente en las terrazas de los bares (todo acabó en un susto); en Apartadó también, el autor fue víctima de las relaciones (pues no puede decirse ataque) de niños huérfanos víctimas de la violencia sociopolítica (educados por sus madres, jóvenes viudas). El autor y una compañera del centro de atención de menores en el que realizaban ciertos estudios sobre la infancia, se vieron golpeados y apedreados por varios cabecillas de no más de diez años. En fin, estas acciones se relativizan dentro del contexto adecuado (especialmente la última, dentro de la infancia maltratada y desprotegida o, mejor aún y más críticamente, dentro de la infancia socializada mediante recursos y maneras comparativamente más violentos). Del mismo modo que concluimos antes en relación con las drogas, diremos ahora que no obstante esta perspectiva, la violencia en Colombia es un asunto de comprobada existencia y honda preocupación. 18. Más adelante, con respecto a la delincuencia, citamos la opinión de F. Cortés, autor que reconoce este temor de doble sentido: también en los agresores. 19. Con estos conceptos nos referimos al fenómeno del viajero turístico moderno, ilustrado de antemano acerca de lo que va a ver, urbano y hombre de mundo, desenvuelto y que trata de contemplar y disfrutar del campo (y del paisaje humano) con un sentido lúdico, naturalístico y artístico. Este viajero no trabaja la tierra (o lo hace por capricho y esporádicamente, con método científico), sino que la disfruta (como naturaleza originaria y paisaje estético), como contempla un monumento. 20. Guía turística, y aunque a su pesar, fuente que proporcionaba grandes datos de interés e información general (no sólo práctica), dadas las dificultades que tuvo el autor, como se dijo, para reunir documentación más detallada y esmerada en torno al país y a los aspectos más importantes. Estas guías, por lo demás, y según qué ediciones, pueden estar bien documentadas y puestas al día. La selección de qué cosas ver, las descripciones costumbristas e itinerarios, etc., son asuntos parciales que bien criticamos, claro es (aunque no pueda esperarse más, ni otra cosa distinta, de una guía de viaje). Por otra parte, y dada la cualidad del viaje (beca de estudios de corta duración), el estudiante decidió aprovechar el tiempo y aplicarse en sus estudios y experiencias, por lo que el turismo le pareció poco aleccionador, interesándose más por la vida cotidiana de las gentes del país en sus diferentes estratos sociales y comunidades étnicas (diferenciadas o en mestizaje), como hizo en lo posible. 21. «Colombia», de La guía del trotamundos, Madrid, Ediciones Gaesa, 1998. 22. A través de los noticiarios colombianos se pudo comprobar cómo los partidarios de la resolución militar al conflicto insistían en considerar el enfrentamiento y la situación del país con términos bélicos: Guerra (¿civil?) declarada, cuando la población civil, en realidad, se defiende como puede de unos y otros. La situación es difícil: «El campesino colombiano está jodido», se dice popularmente al encontrarse éste entre los bandos armados (diferentes guerrillas, el ejército y los paramilitares) que, a su vez, cambian o intercambian sus efectivos, en fenómenos de coyuntura, débito o mercenariado. 23. Ya en España, y toda vez que el autor había recibido en su casa al lector que luego será autor (estudiante colombiano en España, véase más abajo), éste le comentó a aquél con motivo de una compra de un computador que transportaban ellos mismos en la mano y por la calle (siendo que su costo era muy considerable): «Transportar este computador, tan costoso, por la calle sería peligroso en Medellín». De modo similar, el autor recuerda los ardides que tuvo que inventar para guardar su dinero en caso de ser atracado, cosa que no ocurrió. Cuando hubo de sacar del banco una suma considerable para costear los gastos de la expedición al Chocó, fue debidamente acompañado por un compañero estudiante, el cual no permitió, ante el asombro del que esto escribe, tomar la plata al estudiante español, escondiéndola él mismo (el estudiante colombiano) entre sus ropas, y trasladándola hasta la universidad. La diferencia entre estos temores, en un país y otro bien merecen ciertas consideraciones que van más allá de meras explicaciones estadísticas delictivas. El grado subjetivo por el que se mide el riesgo será una cuestión sobre la que luego diremos algo más. No vamos a entrar aquí a realizar análisis sociológicos en torno a estas cuestiones y conceptos. La bibliografía sobre el riesgo es hoy considerable y está en boga. Aquí vamos a limitarnos a relacionar estas ideas, de una manera sencilla y poco erudita, con la experiencia estudiantil narrada. 24. En la misma guía se advierte al lector que no se asombre si le abordan diversas gentes en un comedor o lo llevan a él, y se convidan a comer a su costa. Es más, recomienda que el viajero sea generoso y partan de su ser estas invitaciones (ibídem, pág. 57). El autor sí experimentó las necesidades económicas de varias personas, las que, en forma de préstamos, pedían plata, de continuo, al estudiante. Sin embargo, éste no se vio amenazado en ningún momento por ellos (algunos incluso eran compañeros de facultad), y prestó el dinero espontáneamente, sin esperar su devolución, pero tampoco sin temor ninguno. En otra ocasión, en el campo (en el Coliseo de Turbo, donde se ubicaba gran cantidad de población campesina desplazada), hubo de pagar una considerable suma de dinero a cambio de preciosa y comprometida información. El autor, de nuevo, superó el montante previsto en el presupuesto de la expedición, y añadió dinero propio en el pago, de manera voluntaria, favoreciendo acaso la compra-venta de información, lo que luego supondría reparos metodológicos y de conciencia. En fin, en todas estas conductas, de una y otra parte, descansan ideas tales como la bonanza económica de los europeos, o la menesterosidad urgente de ciertos sectores de población colombiana, la caridad mal entendida, Primer y Tercer Mundo, etc. Las relaciones crematísticas, de todas maneras, entre unos y otros, son complejas. 25. Sobre las críticas a las ONG, que aquí no procede, ya dijimos algo en otra nota anterior. 26. Frente a las imágenes estáticamente idílicas de las fotografías de las guías de viaje o las enciclopedias: monumentos y naturaleza virgen principalmente. 27. A. Chaves Mendoza, J. Morales Gómez y H. Calle Restrepo, Los indios de Colombia, Madrid, Mapfre, 1992. 28. C. Turbay y A. Rico de Alonso, Construyendo ídentidades: niñas, jóvenes y mujeres en Colombia. Reflexiones sobre socialización de roles de género, Santafé de Bogotá, Fundación para la Libertad Friedrich Naumann Stiftung, Consejería Presidencial para la Juventud, la Mujer y la Familia, y UNICEF, 1994; R. Mojica y M. Y. Quintero, «Niñez y violencia. El caso de Colombia», Seminario Taller Nacional sobre Niños y Jóvenes en Condiciones de Violencia en Zonas Urbanas: Metodologías y estrategias de trabajo, Save the Children Fund (UK), y CINDE (Bogotá), 1993. 29. Antioquia. Mundo de encantos, CNT, 2ª. Ed., corregida y aumentada, s. l. de ed. (posiblemente Medellín), 1996. Por tanto, no actualizada. 30. Recordemos lo dicho en notas anteriores respecto a este punto. 31. Cierta persona significativa, de su entorno familiar inmediato, le proporcionó subrepticiamente una estampa de la Virgen local, con una oración al dorso. 32. Añadamos nosotros que, evidentemente, el peatón es reconocible como un señor: va bien vestido, no está ocioso, etc. Por cierto, estas situaciones embarazosas también acontecen en cualquier ciudad española (así en la experiencia del autor). 33. J. Pitt-Rivers, «Un rite de passage de la société moderne: Le voyage aérien», en Les rites de passage aujour'hui, Actes du Colloque de Neuchatel 1981, P. Centlivres y J. Hainard (dir.), Lausanne, L'Age d'Homme, 1981, págs. 115-130. 34. Si bien no cito las universidades de las que se trataba, el motivo es proteger su nombre de las críticas vertidas más adelante según los diferentes proyectos en los que participó el autor. Se tiene este cuidado, especialmente, para guardar las identidades de todas aquellas personas que, con buena voluntad y probada competencia, fueron responsables, impulsores y partícipes de todos estos proyectos e instituciones. Por lo demás, no debe entenderse que las críticas vertidas en este ensayo desmerece la labor de estas personas. Al contrario, el autor les tiene en alta estima y un afecto imborrable, y les estará eternamente agradecido, en deuda perpetua, tanto por todo lo que aprendió junto a ellas como por el cariño con el que fue tratado en aquel país. A todos ellos, pues, gracias: familia de acogida en Medellín, responsables y estudiantes universitarios, equipo expedicionario, gentes del Chocó y el Urabá. 35. Señalemos una anécdota que queremos hacer significativa. En las actividades extraacadémicas propuestas, se insistió en que los estudiantes españoles debían aprender a bailar los bailes habituales (merengue, vallenato, cumbia, porro…), lo cual sugiere la idea que los colombianos poseen de los europeos en general (que no saben bailar), pero que, además, confirma el tópico que éstos tienen de los colombianos o, generalizando, de los latinoamericanos (que éstos no hacen otra cosa que bailar). Evidentemente, estamos subrayando excesivamente -didácticamente, si se nos disculpa- el prejuicio que se alimenta con doble sentido. Estos cursos de iniciación al baile se presentaron como diversión e introducción cultural (el baile y la música son de gran importancia en la socialización infantil y juvenil de Colombia), pero ésta y aquélla, en cuanto indican la variaciones en las formas de disfrutar el ocio, también confirman estereotipos y relaciones comunes. Justo es decir que junto a estas actividades lúdicas se ofrecieron cursos de cerámica, talleres literarios, deportes, etc., acaso de gustos más europeos. Precisamente, ni que decirse tiene que los cursos de baile tuvieron gran aceptación entre los estudiantes españoles. 36. Existe la duda, en relación a recuerdos y recreaciones de la patria mediante, por ejemplo, la elaboración de platos típicos españoles (paellas y tortillas de patata, etc.), de si su presentación (enseñando ufanamente a los colombianos a hacer estos platos) significaba algo más que un mero intercambio cultural (mostrando España) más o menos equilibrado (pues aunque así se presentara a los amigos colombianos, en las ocasiones en que nos reuníamos los españoles parecía ensalzarse la comida española por desprecio de la colombiana, con la que, por cierto, se tuvieron algunos problemas gástricos). 37. Curiosamente, en las cartas postales que el autor enviaba a su familia y amigos en España, después de apaciguar la intranquilidad de estas personas, minimizando los problemas del país de acogida y asegurando el autor su bienestar y seguridad, solía concluir éste con frases similares: «Tened la seguridad de que volveré para contaros todo lo que he visto». El autor, por tanto, asumía su compromiso de vuelta, pese a todo obstáculo posible. De modo relacionado, los vínculos sociales se mantenían fuertemente en la distancia: así, el autor recibió en Medellín la invitación de boda (a la que, evidentemente no pudo asistir) de unos amigos (los que, por supuesto, sabían de la imposibilidad de asistir el autor a la ceremonia por encontrarse en Colombia por esas fechas). 38. La fuente informativa de estas apreciaciones fue la familia de acogida, por boca de varios de sus miembros. Se respeta el tono candoroso y subjetivo (ciudadano) de tales presentaciones de la ciudad propia, sin entrar en exactitudes más técnicas (urbanísticas y sociológicas en este caso). De cualquier forma, no nos cabe duda de que estas representaciones de la ciudad estaban fundamentadas en conocimientos ciertamente especializados, al menos en parte, como corresponde a la formación académica de varios miembros de la familia de acogida (recordemos que contaba con un sociólogo). 39. Ya se comentó el cariño que el autor tiene por esta familia. Las apreciaciones que nos ocupan, de cualquier modo, tienen índole sociológica. La pujanza y el orgullo social no están ausentes en estas auto-consideraciones (estima y presentación social). 40. Nótese el contraste: una persona proveniente (y habitante) de la zona de bajo estrato, estudiante de la universidad pública, ejerce su profesión de profesor de antropología en una universidad privada (de carácter técnico y económico, con un exiguo departamento de humanidades, el cual, por cierto, según tengo entendido, está siendo desarrollado hoy para dotar a esta universidad de una dimensión más social y humanística), universidad ubicada en una zona correspondiente a un mayor estrato, y cuyos alumnos pertenecen a estos estratos altos. Según este profesor, su caso no es extraño (y no puede considerarse sin más como un ejemplo de ascenso en la escala social, puesto que vive en su lugar de origen y ante la gran existencia de universidades, principalmente privadas, en Colombia), siendo que se han sustentando tesis sociológicas que demuestran estas relaciones de prestación de servicios por clases de estratos bajos a clases altas. El centro (espacial y comercial) de la ciudad se ha perdido para las clases de estratos altos, y ha sido tomado por las de bajos estratos, desplazando a las primeras. En fin, la dificultad de estas consideraciones nos es, ahora, indiferente. Añadamos algo más respecto a la diferencia entre la universidad privada y la pública: confirmamos los estudiantes españoles, a través de varias fuentes, que las mujeres estudiantes de la universidad privada eran valoradas, por los propios colombianos, como poseedoras de mayor belleza física, merced a la cirugía estética a la que recurrían con mucha frecuencia por podérselo permitir económicamente (debido, claro es, al origen social). Acaso las ortodoncias eran símbolo de poder (exhibición). En la universidad pública no se daban estos casos. Además, el machismo latinoamericano es un viejo tópico que incide en estas cuestiones estéticas. Las mujeres de la universidad pública, además de tener menos dinero, se rebelaban frente a estas bellezas artificiales, menos queridas también por los europeos, aunque no quitaran el ojo a las muchachas ricas (no se sabe si por su belleza canónica o por su dinero). 41. Repárese en que esta confesión o explicación de la situación del país, como ocurriera antes en la crítica a la universidad privada (que se hizo en las cafeterías de la universidad pública), se llevó a cabo, no sin misterio, en las grandes dependencias de la biblioteca central de la universidad pública, lejos pues (especialmente) de la universidad privada. Sin embargo, contra lo que pudiera pensarse, el autor fue testigo de críticas y acaloradas discusiones sobre la situación del país en la universidad privada. Así, la generalización que relaciona la manera de pensar (conservadurismo o progresismo, derechismo o izquierdismo) con cada estrato o condición social nos parece, evidentemente, simplificadora. No obstante, sí es posible hallar comunidades de gustos, estilos de vida y pensamiento; comunidades, de cualquier forma, siempre fragmentadas y parciales, y en movilidad, en las cuales un miembro puede dejar de compartir aspectos, o abandonar la comunidad para adscribirse a otras (libremente, a causa de crisis personales y sociales, por condicionamiento o lo que se quiera), en competencia con las primeras, superpuestas o compatibles (la juventud, por ejemplo, por condicionamientos o fuerzas generacionales, puede compartir gustos, etc., trans-socialmente, a través de todos los estratos sociales. Los mass media y la mercadotecnia pueden crear comunidades o fragmentos de mercado que acaban siendo simbólicos, como segmentos de identidad grupal. Y aunque este ejemplo agrupe a estas personas bajo criterios económicos, otras comunidades potenciales y simbólicas, acaso no tan ligadas a la cuestión económica, pueden hallar sentido aquí. Además, la industria de menor entidad, mediante recursos de imitación y falsificación, etc., puede hacer asequible a cualquier persona, indiferentemente de su procedencia social, la incorporación a una determinada comunidad virtual. La cultura popular, en la era tardomoderna, sugiere estas precisiones. No será menester citar aquí fuentes bibliográficas, por ser este tema un lugar común en la investigación contemporánea. Recordemos, por ejemplo, las indagaciones de Néstor García Canclini). 42. Decimos esto porque esa fue la impresión: la conversación se llevó a cabo privadamente, al abrigo de una sala separada por mamparas de la sala general, más poblada; asimismo fue una conversación susurrada, o una lección dictada sotto voce; mirando el profesor, receloso, a diestro y siniestro, interrumpiendo la conversación si se acercaba alguien; escribiendo o dibujando éste en un papel las explicaciones pertinentes, hoja que luego, acabada la conversación, tuvo el cuidado de recoger escrupulosamente (acaso para no comprometerse), lo que inhibió al estudiante, que pensaba pedírsela, etc. Daba la impresión de que era una confesión de la verdad, o de algunas verdades que no se podían decir en alta voz (pensamientos poco ortodoxos y comprometidos políticamente, y sometidos al silencio del miedo), como si de una confabulación se tratase. La delicada situación sociopolítica del país, donde se permite el señalamiento con el dedo o la estigmatización pública que puede colocar a uno como objetivo militar, explicaría estas necesidades preventivas sobre la integridad personal y del estudiante extranjero, dado éste, por su curiosidad e inocencia, a comprometerse o comprometer a amigos del país. El propio profesor aludiría a la presencia de escuchas y denunciantes, etc. La sensación de persecución y riesgo inminente fue acrecentada. Esta expresión de recelo y cautela, pero mostrando ganas de hablar, sería hallada por el estudiante en sus entrevistas a líderes locales en la posterior expedición al Chocó. 43. Quiso escribirse: el joven encuentra la muerte de manera súbita, viviendo en general incertidumbre. Es decir, el riesgo de muerte es elevado y constante, pero escasamente previsible y fuera de control. Aunque esto es así en toda muerte, para todos en todo lugar, se refería a que difícilmente puede preverse no ya el momento, sino la circunstancia, forma y lugar (lo que también sería común a toda muerte). La diferencia estribaría, a mi juicio, en que no se sabe la identidad del muerto, ni el agente de la muerte o el motivo («¿De quién es este muerto, por quién fue muerto, y por qué murió?»). La inminencia, el constante peligro, la persecución, la suerte nefasta, son elementos que acaso no corresponderían a una edad joven y aún no comprometida políticamente. La persecución, implacable (aun por enemigos imaginados); el ataque, inminente. 44. Volvemos a encontrar aquí la idea de la buena muerte, deseada. Evidentemente, morir en un país extranjero, a causa de una extraña enfermedad, y, por tanto, de muerte horrorosa, sería considerado como mala muerte. Posteriormente, entre el grupo de españoles se supo de la urgente repatriación de un estudiante español indeterminado, enfermado gravemente por una enfermedad no especificada. Según se dijo, estuvo muy grave, y fue necesario pedir información adecuada, desde la sanidad española, a la portuguesa y a la colombiana. No he podido confirmar estos extremos, ni sé si hubo algo cierto o fue un rumor infundado o exagerado. Sea como fuere, colaboró a acrecentar el temor general. 45. Expresión popular que ya adelantamos. 46. Expresiones populares, aunque lo fueran o vinieran a formar parte de ciertos libros sobre el sicariato. El autor las utiliza como recurso alegórico. 47. El estudiante fue informado, con aires de romanticismo estudiantil, de estas incursiones reivindicativas de comandos estudiantiles armados. De manera indirecta se le sugirió que no se quedara en la universidad hasta muy tarde, evitando el transporte por la noche. A su regreso a España, recibió la triste noticia del asesinato de un benemérito profesor en su propio despacho de la misma universidad. Reproducimos un extracto de la misiva informativa: «(L)a situación en la Universidad está complicada. La Universidad pública de Colombia está levantada en términos generales contra el gobierno…, por los recortes presupuestales… (y la) privatización velada por la necesidad de auto-sostenimiento, pero sobre todo por la presión de las fuerzas de extrema (sic) que quieren apoderarse de ella. La última manifestación fue dolorosa, cruel y nos dejó llenos de tristeza y perplejidad, pues fue asesinado en su propia oficina del bloque 9, el que tú transitaste tanto (aquí se refiere al estudiante, quien hizo su pasantía en ese bloque, el de Antropología social), el profesor H. H. … Fue un golpe rudo de los violentos contra los investigadores sociales; de la fuerza contra la razón; de las armas frente a la dialéctica. Seguimos pues, mi estimado amigo, en esta espiral de violencia que parece no tener fin, consumiendo nuestros mejores esfuerzos, hombres e ideas (25 de mayo de 1999)». Respecto a los lugares y las personas entrevistadas en la expedición al Chocó y el Urabá, el autor es consciente de que han debido sufrir episodios de violencia, con algunas víctimas entre las personas allí conocidas. 48. Este es otro de los elementos de incertidumbre del autor. La gran cantidad de armas, perros de presa, uniformados, etc. que están presenten en calles y lugares diversos, públicos o privados. En una ocasión, el estudiante pasó junto a un guarda de una casa. El guarda estaba colocando una bicicleta en la acera cuando se vio sorprendido por la aparición súbita del estudiante al doblar la esquina. En ese instante, dejó bruscamente la bicicleta y puso su dedo en el gatillo del arma, aunque apuntara al suelo con disimulo, y esperó impaciente a que el estudiante, con más temor que él, pasara de largo. Esta acción preparatoria, de precaución y defensa, como es lógico, buscaba la intimidación de un posible agresor. Podría pensarse si esta observación no estuvo mediada por el miedo del estudiante, siendo la acción del guarda un mero reflejo o una acción preparatoria rutinaria, adquirida en su entrenamiento. No obstante, la descripción del estudiante, en la narración de la escena, precisa suponer el temor del guarda para dar buena explicación de sus sensaciones. Por otro lado, y en otra experiencia (esta vez en el Urabá), el autor se vio envuelto en una desagradable situación de riesgo: estando tomando un trago en una terraza de una ciudad populosa, en compañía de amigos (colombianos y españoles), y por la noche en fin de semana, apareció delante de ellos, súbitamente, una persona (aparentemente en estado de embriaguez) empuñando un arma, y apuntado a unos y a otros, asustado ante la situación embarazosa de haber circulado con su automóvil por una calle en dirección contraria a la permitida. Abandonó el coche ante los vocinazos e improperios de los demás conductores, y portando el arma se defendió amedrentando a la gente, hasta que logró huir de allí. Hubo que retirarle el automóvil. La situación fue de cierto pánico. 49. Evidentemente, los colombianos no son ajenos a esta violencia que les rodea, o que ellos mismos ejercen y sufren. En diversas conversaciones sobre este tema suelen concluir con sentencias en términos similares a estos: «debemos seguir viviendo, a pesar de la violencia». La violencia es así generalizada, tomada en singular. De cualquier forma, en un análisis mínimo y superficial, no parecen existir movimientos cívicos que denuncien y den protesta de esta violencia, o que exhiban acciones firmes para contrarrestarla o erradicarla. Los movimientos pro derechos humanos parecen combatirse desde las ONG de origen extranjero, lo que puede considerarse una injerencia. Los colombianos por lo general, contestan a estos asuntos con que en su país no existe la sociedad civil, como tampoco está presente la autoridad estatal en muchos ámbitos y regiones del país. Frente a unos únicos y homogéneos (universales) derechos humanos, ya dijimos algo antes, así como en referencia a la actividad de las ONG. Añadamos una anécdota que ilustra la importancia de la relativización y la penetración económica mundial en países con serios problemas de convivencia: uno de los miembros de la familia de acogida del estudiante en Medellín enseñó a éste un videojuego sobre asesinatos, persecuciones criminales y policiacas, etc. Este juego, evidentemente, asombró al estudiante por su violencia (atropellos, disparos, etc.). Pensó y dijo ingenuamente que en su país (España), un juego así estaría prohibido. Irónicamente, el videojuego en cuestión era de fabricación española (concretamente en Barcelona, como también la revista que lo distribuía). La sorpresa, claro es, fue mayúscula. Por lo demás, aunque en Colombia la violencia se torne en muchas y diversas violencias, y en violencias de distinta época, lugar y circunstancia, impulsada por uno u otro motivo, pero todo, al fin, violencia, más o menos consentida, sufrida como sobrellevarse pueda, no puede dejar de ser menos cierto que los colombianos protestan y se remueven vigorosamente. 50. Alude a la sobreprotección por parte de la familia de acogida, al ser extranjero. Se decía también que si antes los extranjeros (dependiendo también de qué país se tratase) eran respetados en los secuestros, últimamente habían perdido su protección, siendo objetivo militar de los insurgentes, o de los delincuentes. En la expedición al Chocó, por otra parte, se le recomendó al estudiante modificar su acento y vocabulario, empleando, por ejemplo, la coletilla pues con profusión, de uso regional. 51. Lo cierto es que, después de dos años, esto no ha sucedido. Los amigos y la familia no han querido saber mucho más allá de la imagen previa y manida que se tiene de Colombia: narcotráfico, guerrilla, selva e indígenas, anécdotas sobre la violencia… Lo demás se torna ininteligible y lejano. 52. Pese a la generalidad de estas aseveraciones, y como venimos insistiendo, la conciencia de la muerte en Colombia es más intensa, y su recuerdo, permanente. 53. Esta misma idea es la que inspiraría las cartas a familiares y amigos: ir para ver y regresar, porque la misión es contarles lo visto (recuérdese la cita afectiva del cuaderno que le fue regalado al autor), aunque luego, en efecto, nadie quiera escuchar más allá de lo que ya tiene por sabido y cierto. Por lo demás, esta decisión sustenta su firmeza, como se ha hecho notar en cursiva, en una especie de conciencia misional (acaso científica más que guiada por la fe religiosa o el afán político-mesiánico). 54. De hecho, la mayoría de los riesgos físicos (cuyo desenlace sería atribuido a la causa accidental) fueron debidos a las diferentes formas de transporte: avioneta, caballo, a pie por la selva y de noche, chingo, lancha (por ejemplo, en la peligrosa desembocadura del río Juradó al Pacífico), etc. 55. Aparte de estos temores, la experiencia de campo promovería en el autor otros nuevos, de otra índole. Unos ajenos (la preocupación por las condiciones de vida de las poblaciones negras, más que la de las indígenas); otros propios (cierta sensación de incapacidad intelectual o práctica en el campo, lo que hacía urgente y necesaria la confirmación profesional en la superación de la prueba de campo; dispersión, excesivo racionalismo, etc.). 56. De todos
estos
posibles agresores, sólo
vio el estudiante, por doquier, a los soldados y la policía, y,
especialmente, a los paramilitares. No tuvo ocasión de entrar en
relación con guerrilleros (aunque anduvo en zonas de dominio
insurgente),
ni tampoco con delincuentes comunes. |
|||||
|