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Introducción Uno de los aspectos menos tratado cuando se aborda la historia de las poblaciones rurales de España es el de los orígenes, distribución y estructura de sus tramas urbanas, elemento que, lejos de ofrecernos escasa información, aporta toda una serie de datos que completan a los ofrecidos por las fuentes documentales. En este sentido es reveladora la afirmación de Mar Lozano Bartolozzi cuando señala: «Me gusta entender la historia de la ciudad como una lectura de tejidos urbanos interconectados con un sistema natural, social y cultural, constituyente de valores que inciden en mayor o menor medida en la dinámica urbana: valores, a veces, ideológicos e intelectuales de naturaleza intangible, basados en la función antropológica de lo construido o del espacio orgánico del medio urbano» (Lozano Bartolozzi 1998: 101). El análisis de estos elementos, aplicado a un ámbito territorial concreto como en este caso vamos a realizar, centrándonos en la provincia de Granada, se debe realizar sobre la base espacial del territorio, entendido éste como el ámbito espacial, resultado de un devenir histórico, caracterizado por las relaciones entre el hombre y el medio en el que se encuentra inmerso, llevando a cabo una transformación del mismo hasta la actualidad. Esa transformación, fruto de una evolución en la que intervienen diversos factores de distinta índole, los propiamente históricos, los geográficos, los culturales, etc., es otro de los aspectos a tener en cuenta, por cuanto una correcta interpretación de los mismos ayudará a entender su estado actual. Nuestra
intención será, por
tanto, ofrecer una breve revisión de estos aspectos en los
diversos
espacios territoriales en los que podemos dividir la provincia de
Granada,
estudiando el origen de sus poblaciones, su distribución sobre
ellos
y analizando algunas de sus estructuras en las que se pueden observar
el
reflejo de los procesos históricos por los que han pasado. En
definitiva,
una reflexión sobre los procesos que intervienen en el
surgimiento,
consolidación y desarrollo de un asentamiento hasta convertirse
en lugar estable de habitación, de control y explotación
de un determinado territorio.
Fuentes para el estudio de las morfologías urbanas Adentrarnos en el análisis de las estructuras urbanas o viarias de las poblaciones de nuestra provincia supone una revisión de las fuentes a partir de las cuales se pueden extraer una serie de datos que nos permitan poner las bases para iniciar nuestro análisis. No es éste el momento para establecer el límite a partir del cual vamos a considerar a una población como ente urbano o rural, en base a condicionantes económicos, sea o no la agricultura la base primordial de su economía, o poblacionales, respecto a partir de qué número de habitantes consideraremos a tal o cual población urbana o rural, y sobre todo cuando los autores que han estudiado el tema, apenas si se ponen de acuerdo en definir dichos conceptos (Montero Vallejo 1996: 29). Nuestro interés se centrará en aquellas poblaciones menores, en las que la base agrícola domina su economía y alejadas de los casos considerados hoy ciudades, tales como los de Granada, Guadix, Baza, Loja, Motril, etc. Si se quiere, lo que hoy denominamos con el término genérico de pueblos, dejando para otro lugar la discusión sobre su carácter de concentración urbana. Las especiales condiciones del devenir histórico del conjunto de la provincia, ya nos plantea una primera división entre las fuentes musulmanas y las castellanas, dualidad que conlleva una serie de diferenciaciones y sobre todo que no pueden pasar desapercibidas, pues como ya se señalará más adelante, se trata de los dos períodos fundamentales para comprender la consolidación de gran parte de las localidades que hoy integran el territorio granadino. Respecto a las primeras, de todos es conocida la falta de concreción a la hora de describir las poblaciones de Al-Ándalus durante el medievo, obligando a una interpretación de los datos aportados y que de una u otra manera están mediatizando la información con la que habremos de trabajar. A partir de finales del siglo XV, la atracción que genera Granada, como último reducto musulmán de occidente que pasa a manos cristianas, la convierte en un foco de atracción de viajeros de toda Europa, que llegan a la ciudad, aportando las primeras descripciones tanto desde el punto de vista de los componentes urbanos como de los arquitectónicos. Éstas serán tanto literarias como dibujadas, con lo que la complementación de ambas permite una aproximación lo suficientemente veraz a la realidad de las mismas.. No podremos por tanto olvidar aportaciones como las de Jerónimo Münzer o las vistas de ciudades de Hoefnagel. Y si bien las
descripciones con las que contamos
corresponden a poblaciones que no entran dentro del ámbito de
este
trabajo, su lectura permite extraer una serie de datos aplicables a
otras
localidades de entidad menor, ya que desde nuestro punto de vista, toda
población a lo largo de su evolución pasa por una serie
de
fases, con una serie de características, perfectamente
localizables
en otras. De este momento tendremos descripciones de las villas y ciudades más importantes del Reino de Granada, dejando a un lado otras de menos entidad. Para el caso concreto de las poblaciones rurales que se reparten por toda la provincia habremos de esperar al setecientos para encontrar las primeras referencias que serán de interés para nuestro trabajo, además de por repartirse cada una por siglo desde el XVII hasta el XIX. Obras como la de Henríquez de Jorquera en el siglo XVII, la del catastro del Marqués de la Ensenada en el XVIII y el diccionario de Pascual Madoz en el XIX, funcionarán como hitos que nos permitirán presenciar la evolución de algunos de estos núcleos, a partir de las descripciones y de la información que en algunos casos, de un modo gráfico aportan. A ellas habremos de unir otras que ayudan a interpretar otros aspectos ya sean los propios de las poblaciones o referidos a elementos del paisaje. En este sentido son destacables las obras que describen tanto a las distintas poblaciones de la provincia como a la propia ciudad de Granada, además de aquellos territorios por los que pasan camino hacia ella como las de los viajeros ingleses del siglo XIX (López Burgos 1997). En la
actualidad, se
está produciendo
una proliferación de obras locales que están cubriendo
una
laguna hasta ahora existente, gracias al desarrollo que están
conociendo
el estudio y protección de los patrimonios locales de estas
poblaciones,
que se ven apoyados en un conocimiento de su desarrollo
histórico.
Por último, desde el punto de vista legal, los documentos que
regulan
el crecimiento urbano, sean Ordenanzas Municipales o Normas
Subsidiarias
de planeamiento, aportan, en los estudios urbanos que llevan
incorporados
otra serie de datos interesantes para el conocimiento del desarrollo de
las mismas.
Orígenes de los asentamientos Determinar de un modo concreto las causas que dan origen al nacimiento y consolidación de un núcleo habitado no resulta de ninguna de las maneras fácil, en la medida del gran número de factores que intervienen en ello (Caro Baroja 1995: 220). La diversidad de pueblos que han circulado por el territorio de la actual provincia de Granada -no olvidemos su condición desde el punto de vista geográfico e histórico de cruce de caminos- originó el que cada uno de ellos plasmara sus maneras de entender las relaciones sociales, la conformación de sus ciudades y su relación con el medio. Un recorrido por la geografía de la provincia, permite observar esa variedad en el origen de sus poblaciones, que, a pesar del alto grado de transformación que en la actualidad puedan ofrecer, aún permiten descubrir sus inicios en sus toponimias y en los numerosos yacimientos arqueológicos que corroboran su antiguo pasado, salpicando el territorio y que en diversas campañas han sido y son estudiados por diversos departamentos de la Universidad de Granada, contribuyendo con ello a un mayor conocimiento de la realidad histórica de la provincia. Así, y
siguiendo un hilo diacrónico
de la temporalidad, se conoce o al menos reconoce el origen
ibérico
de poblaciones como Galera, Baza, Pinos Puente etc.; romano, de Guadix,
Armilla, Belicena, Maracena, Caparacena, Deifontes, Graena, Purullena,
etc.,; mozárabe, de Ferreira, Lanteira, Capileira, Pampaneira,
etc.;
musulmán, de la inmensa mayoría: Loja, Alhama,
Huétor
Tájar, Illora, Moclín; cristiano, de Santa Fe, Pedro
Martínez,
Moreda, Huélago, Villanueva de las Torres, Alamedilla, Puebla de
Don Fadrique, Castilléjar, etc. O de creación más
reciente, motivada por diversas causas, como la destrucción de
algunos
núcleos por motivos naturales, como terremotos o guerras
civiles,
casos de Jayena, Guevéjar, Arenas del Rey o Santa Cruz del
Comercio
para el primero de los casos; o de Pitres, El Chaparral, Cacín,
Agrón, etc., para el segundo. Pero en ninguno de los casos
podemos
ser categóricos a la hora de determinar dicho origen, por el
carácter
de solapamiento que dicha circunstancia tiene en la formación de
los núcleos y por la determinación que en el posterior
desarrollo
de los mismos tienen estructuras anteriores que determinaban su
posterior
evolución. Habremos por tanto de trabajar con el concepto de la
estabilización del poblamiento de una determinada área,
que
permita hablar de una realidad inicial poblacional, a partir de la cual
podamos considerar la existencia de los orígenes de una
población
concreta. Teniendo presente tal aseveración, marcaremos un período concreto que podemos considerar como de consolidación como núcleos estables de asentamiento y, a partir de ese momento, una serie de períodos de expansión o regresión que han marcado sus características estructurales. De todos es
conocido
que, durante el período
ibero-romano, ya existían una serie de núcleos que
permiten
hablar de una estabilidad en el poblamiento de la provincia (Montero
Vallejo
1996: 19). Hasta tal punto es así que, con apenas una
variación
en el lugar de localización de unos centenares de metros,
podemos
decir que se trata de lugares que fueron consolidados durante el
período
romano. Ilurco, Iliberri, Tútugi o Basti nos hablan de centros
de
control del territorio, repartidos por la actual provincia, que en
cierta
medida habían heredado unos patrones de asentamiento de
poblaciones
anteriores, mejorando en la medida de lo posible sus condiciones,
adaptadas
a las exigencias históricas de cada período, no
sólo
desde el punto de vista urbano, sino también
arquitectónico
(Graciani García 1998). Durante la dominación romana, se reconocen el origen de otras, como el caso de la colonia Giulia Gemella, la actual Guadix, controlando un cruce natural de caminos y el surgimiento de otros lugares a partir de villas repartidas por los terrenos fértiles de las vegas o las grandes extensiones de cultivos cerealísticos, que irían conformando el origen de otras tantas, a partir de villas como Armilla, Belicena, Caparacena, etc. Será, sin
duda alguna, durante el período
musulmán, cuando la inmensa mayoría de las poblaciones
que
en la actualidad componen la provincia de Granada surgen, en unos casos
de la evolución de asentamientos anteriores y en otros por
nuevas
motivaciones. Éstas serán las que en uno u otro caso se
ocupen
a partir del siglo XV, produciéndose a partir de este momento,
de
un modo muy puntual, el desarrollo de nuevos núcleos,
asignándoles
causas concretas de aparición, como en el caso de Santa Fe.
Otros
ejemplos los encontramos en aquellas poblaciones que surgen de
cortijadas,
las que a finales del XIX hay que reconstruir tras los terremotos que
se
producen en ese período y que eran una causa que
históricamente
había supuesto la destrucción de poblaciones (Espinar
Moreno
1994: 40), o las de nueva fundación por el Instituto Nacional de
Colonización, ya en este siglo, a partir del reparto de las
tierras
de grandes propiedades nobiliarias, caso de Fuente Vaqueros o
Láchar,
en la Vega de Granada.
Distribución de los asentamientos Muy distinto es el aspecto de la distribución de los asentamientos por el territorio. Si bien es cierto que dicha ubicación está en relación directa con su origen, éste acaba, desde el punto de vista histórico, convirtiéndose en un elemento condicionante, ya que lo frecuente es que los asentamientos cambien en función de las necesidades dominantes en cada período histórico. Si bien, desde
la
Prehistoria, estos condicionantes
han ido evolucionando y hemos pasado de unas necesidades alimenticias
que
hacían que un asentamiento fuera más o menos estable, por
un período de tiempo no muy largo, como lo corroboran los
hallazgos
de Venta Micena, en Orce, a otros períodos en los que la
necesidad
de disponer de yacimientos materiales y de una fuente de agua
permanente,
como durante la Edad de los Metales, momento en el que podemos
considerar
que aparecen asentamientos con un carácter verdaderamente
estable
en la provincia. A éstos se irían sumando otros de
carácter
defensivo, durante el período ibérico, para pasar a los
controladores
de vías de comunicación, cuando la cultura que los
ejercía
era lo suficientemente fuerte como para extender de una manera
sólida
su dominio, como en la época romana. Será también
en este momento cuando, las necesidades de una explotación
agrícola
del territorio hagan que aparezcan asentamientos de menor entidad,
dispersos
por el territorio, pero que a nosotros nos interesan, porque se
convertirán
en el germen de futuras poblaciones en períodos posteriores. Durante la dominación musulmana, las necesidades de controlar el territorio militar, política y económicamente provocará la aparición de una variedad de asentamientos que van desde las alquerías, que en las proximidades de las grandes ciudades o de algún elemento defensivo explotaban el territorio, en la mayoría de los casos aprovechando asentamientos de villas anteriores, hasta los que controlaban pasillos naturales de comunicación, como Moclín, Zújar, Freila, Castril, pasando por los eminentemente políticos, como Granada, Baza o Guadix. Todos en definitiva inmersos en una estructuración del territorio jerarquizada. Tras la llegada
castellana, los elementos
que regirán la distribución de las nuevas poblaciones que
surgen estarán más determinados por la explotación
del territorio, llevándose a cabo un claro desarrollo de
entidades
menores ya existentes, caso de cortijadas asentadas sobre
alquerías
o villas romanas y en menor medida fundaciones de nueva planta, de un
marcado
carácter político-militar caso de Santa Fe. En este
momento
tampoco podemos olvidar el desarrollo de aquellas que se convierten en
el centro de los señoríos, que son repartidos por los
Reyes
Católicos entre las familias nobles que participan en la guerra
de Granada, y que también condicionarán el posterior
desarrollo
de poblaciones.
Estructuras urbanas La estrecha relación que existe entre el territorio y la topografía, con la forma de un asentamiento (Lozano Bartolozzi 1998: 102), obliga a tener ambos presentes a la hora de analizar la morfología de un conjunto de poblaciones que, como ya se ha visto, cuentan con un variado origen. La topografía condicionará y determinará el trazado de las calles, su anchura y orientación, el tamaño de los solares en los que se construirá, así como el tamaño y morfología de las viviendas. El carácter de organizado que tiene este tipo de urbanismo, por su adaptación a las condiciones naturales que el terreno ofrece, facilitará en un primer momento una clasificación en función de la intervención humana en la distribución viaria y de viviendas de la localidad, diferenciando en este sentido aquellos núcleos de creación espontánea de aquellos otros de planificación ex novo. Unas y otras
girarán en torno a una
serie de elementos que a continuación enumeraremos y que
determinarán
una gradación urbana y arquitectónica desde los lugares
más
importantes, en los que se concentran los núcleos de poder,
civil
y religioso, hasta aquellos alejados de los anteriores en los que
predominarán
usos habitacionales de marcado carácter civil y en los que
predominarán
las funciones de explotación del territorio, todo en base al uso
que se haga de esos espacios, que se convertirá en otro
elementos
a tener en cuenta (Bonet Correa 1991: 150). Pero a este
condicionante físico del
emplazamiento de los asentamientos hemos de unirle otros de tipo
histórico,
económico, etc., que han predominado en otros. En efecto, como
hemos
visto anteriormente, las condiciones que intervenían a la hora
de
decidir el asentamiento de una población variaron desde los
tradicionales
asentamientos en altura de los íberos, a los romanos en los que
primaba el control o la ubicación de la población junto a
vías de comunicación o en el centro de grandes
explotaciones
agropecuarias, con unos desarrollos internos tendentes a la
regularidad,
en base a dos ejes conformados por el cardus y el decumanus.
Con el período musulmán, en el que se suceden las fases de tranquilidad con las de conflictos bélicos, se produce una alternancia en la ubicación de los mismos pasando de la llanura a lugares fácilmente defensivos, según la época, siendo de este momento característico un tipo de asentamiento denominado en hisn [fortaleza]. Desde el punto de vista de las estructuras internas, se produce un giro hacia un urbanismo orgánico, que contradecía el anterior planificado romano. La adaptación de las viviendas y vías de comunicación a las curvas de nivel. Las vías que de tales condiciones resultaban, estrechas y quebradizas, pero con una clara jerarquización desde las que comunicaban los puntos más importantes de la ciudad, de una marcado carácter público, hasta las que acababan sin salida, los adarves, organizando la vida doméstica. La presencia de espacios abiertos y de reunión se solventaba con el ensanchamiento de estas estructuras en pequeñas plazoletas que venían a coincidir en algunos casos con la presencia de alguna mezquita o fuente pública (Torres Balbás 1982b: 46). Será con la llegada castellana cuando estemos en un momento en el que los condicionantes defensivos ya no predominarán sobre los otros. La ocasión en la que la ubicación de los nuevos núcleos que van a surgir respondan más a condicionantes de tipo político y económico y así encontraremos núcleos desarrollados a partir de cortijadas anteriores, con el fin de explotar la tierra y sólo un caso en el que el condicionante político prevalecerá, como en Santa Fe. De especial importancia para la comprensión de la configuración de los núcleos de población en este período es lo que denominamos urbanismo mudéjar, como claro exponente de un período de interrelaciones culturales y de transformación de las localidades a lo largo del quinientos. Se trata de un momento en el que se mantendrán las estructuras, produciéndose un solapamiento sobre las preexistentes nazaríes y entre las que comenzaban a destacar los edificios cristianos de mayor volumen (Henares Cuéllar y López Guzmán 1989: 26-31). Desde el punto de vista interno, se conocerá el inicio de un proceso de transformación de las estructuras urbanas musulmanas, pasando de un primer período de intervenciones puntuales a otro en el que las mismas forman parte de programas más complejos de intervención, dentro de verdaderos planeamientos urbanos. En uno u otro
caso,
hemos de hablar de unas
lógicas internas en sus estructuras, que reflejan unas maneras
de
entender las tramas viarias, acordes con unas interpretaciones
culturales
de la vida en comunidad. Frente a la aparente anarquía y
desorganización
de los asentamientos musulmanes, hemos de contraponer la regularidad de
los castellanos, desarrollados en base a unos ejes claramente
alineados,
que se solapan a las estructuras anteriores o se desarrollan partiendo
de cero. En este sentido es significativa la disyuntiva que se plantea
cuando encontramos un urbanismo claramente de origen musulmán,
que
debemos considerar orgánico, por cuanto no somete al medio en el
que se encuentra sino que se adapta al mismo, y el regular y
previamente
trazado que hemos de considerar como inorgánico, ya que somete,
adaptándolo a una regularidad inexistente en la naturaleza, al
medio
en el que se encuentra.
Elementos En base a lo
anteriormente señalado,
los elementos que condicionarán los desarrollos urbanos de estas
poblaciones nunca serán los mismos, ya que según la
época
en que nos movamos unos prevalecerán sobre otros. Así, en
época de conflictos bélicos, la preponderancia de la
fortaleza
o del elemento defensivo será el dominante, tendencia que se
verá
alterada en momentos de calma en los que las poblaciones se desarrollen
hacia el llano, dando lugar a estructuras totalmente distintas a los
primeras
y en los que el elemento estructurante y organizativo cambia,
sustituyéndose
por otras en los que edificios de marcado carácter religioso o
civil
funcionarán con ejes en torno a los cuales se planificará
la población. De la misma manera y refiriéndonos al período musulmán, la unión del poder civil y el religioso convertía a la mezquita principal en un foco de reunión entorno al cual se disponían otra serie de elementos, como el zoco o la alcaicería, si nos referimos en niveles más complejos del desarrollo urbano. En el ámbito en el que nos estamos moviendo, las mezquitas funcionarán como aglutinadores de gente, junto a las pequeñas placetas que descongestionaban la trama urbana, de la misma manera que aquellos otros edificios que surgían junto a éstos, como los baños, elementos que se encuentran a unos niveles de mayor desarrollo urbano pero de los que también participan estas poblaciones (Torres Balbás 1982b). Con la llegada de la población cristiana, las estructuras apenas si conocerán una leve variación, manteniéndose el solar de la antigua mezquita como elemento atrayente y dinamizador, ahora sustituido por la iglesia y apareciendo nuevos puntos de atracción, como ermitas y espacios conventuales, dentro de una clara política sustitutoria, que encuentra en ámbitos rurales el reflejo de lo que estaba ocurriendo a niveles urbanos. En este sentido es significativa la aparición en unos casos y la compartición en otros del espacio destinado a la nueva figura creada, el ayuntamiento, como elemento regidor de la nueva política, produciéndose una clara separación entre el centro civil y el religioso de las poblaciones. Por último, no podemos dejar de mencionar el elemento natural al que tan estrechamente se encuentran ligadas estas localidades y del que dependen en un grado mayor que otras entidades totalmente urbanas. Una rambla, un río, un simple montículo condicionarán, como ya se ha comprobado, el desarrollo orgánico que determina la acomodación de las estructuras al relieve. Así pues, podemos señalar como elementos que determinan el desarrollo de estas poblaciones, un castillo, el edificio de la iglesia, la plaza que se puede desarrollar junto a ésta o el edificio del ayuntamiento, una fuente, o cualquier elemento que permita su recogida a abastecimiento y por último, elementos naturales como un río, una montaña, un barranco, etc. Frente a estos
elementos, tenemos otros que
podemos considerar como condicionantes que de una u otra forma no
llegaron
o llegan a incidir de una manera tan decisiva en el desarrollo de estas
estructuras. Así, podríamos señalar una ermita,
edificios
públicos como los antiguos baños, posadas, lavaderos,
etc.,
y edificios señoriales que rompen, en la medida en que se trata
de construcciones de mayor tamaño, con los volúmenes y
las
tramas tradicionales.
Ámbitos territoriales y tipologías La necesidad de ordenar la información que aporta el desarrollo de un trabajo de campo a lo largo del territorio de la provincia de Granada nos obliga a dividir éste en varias zonas, que nos proporcionen claridad a la hora de la exposición. En ningún caso se trata de divisiones taxativas, sino de meras demarcaciones que faciliten dicha reflexión, en base a las divisiones políticas, pero que permiten delimitar una serie de zonas en base a las que trabajaremos y que entrarían dentro de ese concepto de territorio que anteriormente señalábamos. En este sentido consideraríamos los siguientes ámbitos territoriales: El noriente granadino, abarcando las comarcas de Guadix, Baza y Huéscar; el Marquesado del Zenete, como una zona singular dentro de esta área; Los Montes; La Vega, desde Granada hasta Loja, incorporando todo el anillo de poblaciones que rodean a la capital de la provincia; El Temple y Alhama; La Costa y la Alpujarra. Siete ámbitos que de una u otra manera engloban bajo parámetros histórico-geográficos a la totalidad de las poblaciones de la provincia y todo el territorio de ésta. Respecto a su
tipología, si bien es
cierto, como ya se señalaba anteriormente, que los
orígenes
de cada una de las poblaciones es diverso, los momentos en los que se
consolidan
como núcleos estables hemos de retrasarlos al período
comprendido
entre los siglos X y XVI, testimoniándose a partir de
éste
último transformaciones y ampliaciones en torno a los enclaves
primitivos,
solapándose sin solución de continuidad. Desde entonces
las
nuevas transformaciones que se conocen se van a realizar en base a los
núcleos existentes y muy puntualmente en base a nuevas
poblaciones.
El Noriente (Tierras de Huéscar, Hoya de Baza y Guadix) En las tres poblaciones han conocido un fuerte proceso de transformación sobre unas estructuras originarias de carácter musulmán, llevado a cabo por la presencia castellana. Aunque la combinación de ambas está presente en algunas, así como el predominio de la una sobre la otra, de estas comarcas lo que nos interesa más es ese tipo de urbanismo que origina un hábitat muy concreto, el excavado o el de cuevas que en la provincia de Granada es exclusivo de esta zona, y a nivel nacional se constituyen como uno de los conjuntos de mayor tamaño de este tipo de hábitat. No obstante, en este área es donde se han testimoniado los restos humanos de mayor antigüedad, tanto de la provincia como de la Península Ibérica, lo que, unido a la continuidad del poblamiento de las mismas, las convierten en un laboratorio ideal en el que poder analizar la evolución de aquellas, no ya desde el punto de vista urbano exclusivamente, sino del arquitectónico. La incidencia musulmana aún está presente en la distribución de las mismas, pudiéndose ver una distribución de un modo jerárquico, a partir de dos núcleos centrales, Guadix y Baza, con un círculo de poblaciones que controlan los accesos, dominando caminos naturales como Zújar, Castril, Freila, Bácor, Gorafe, La Peza , etc., y una serie de atalayas intermedias que vigilaban los puntos en los que el territorio era más quebradizo y se necesitaba poner en contacto las distintas poblaciones (Malpica Cuello 1996: 251-288). En cuanto a sus
estructuras, presentan una
variedad clara que va desde los asentamientos tipo hisn, caso
de
Baza, Guadix, Gor, Castril, etc., a aquellas que presentan un
predominio
de las formas orgánicas, determinado por una mayor presencia del
elemento cueva en sus estructuras, casos de Benalúa, Fonelas,
Benamaurel,
etc., pasando por los tipos que podríamos denominar mixtos, en
los
que se combinan desarrollos orgánicos con expansiones trazadas,
casos de Galera, Caniles, etc., aunque en razón de la verdad
ésta
sería la tipología predominante en la comarca.
Marquesado del Zenete El caso del
Marquesado es, junto con el de
la vecina Alpujarra, uno de los más significativos en cuanto al
mantenimiento de una estructuras claramente musulmanas en sus
poblaciones
en las que se pueden encontrar aún todos aquellos elementos
característicos
de su urbanismo, como adarves, sobraos, etc. La presencia de yacimientos de la época de El Argar nos habla de una antigüedad en el poblamiento de la zona evidente, aunque la consolidación del mismo hemos de retrasarla al menos al siglo X-XI, con el surgimiento de luchas internas en Al-Ándalus. En la actualidad, la distribución de los asentamientos responde a las necesidades de defensa de la población, emplazada a la sombra de una serie de elementos defensivos que delatan de nuevo una jerarquización en base a dos fortalezas principales, las de Aldeire y Lanteira, que controlan las dos vías principales de acceso y salida a la región por la Alpujarra y otra serie de fortalezas menores que, en línea, salpican el antiguo camino que unía Guadix con Almería por el interior y que se distribuyen desde Huéneja a Jérez del Marquesado. Las poblaciones de Cogollos y Albuñán delatan un asentamiento en llano, dedicado a la explotación del territorio, sin ningún fín defensivo, y la vecina localidad de Charches se desarrolla controlando el inicio del camino entre Guadix y Baza por el interior de la Sierra de este mismo nombre. En cuanto a las
estructuras, responden en
la inmensa mayoría de los casos al modelo en hisn,
exceptuando
otros en los que el desarrollo se ha llevado a cabo en torno a caminos
vecinales de comunicación, determinando unas estructuras
más
claras en su desarrollo. Contarían a escala menor con una
alcazaba,
la mezquita y un casería que se desarrollaría en torno a
ésta y que se consideraría como la medina.
Los Montes En la comarca de los Montes podemos encontrar básicamente dos tipos de asentamiento en función de su origen, enmarcable entre el período musulmán, en el que se convierte en zona fronteriza respecto al vecino Reino de Jaén, y el posterior reparto de sus tierras entre los vencedores, que determinó la aparición de nuevas poblaciones creadas ex novo, a partir de pequeñas cortijadas que conocieron un desarrollo urbano posterior o sin ningún núcleo precedente (Gautier Dalché 1989: 299-324). Respecto de las primeras, se puede observar que se disponen estratégicamente en el territorio, controlando pasos naturales de ingreso a lo que fue el antiguo Reino de Granada, existiendo entre ellas una comunicación visual y en las que predominan estructuras con una clara herencia musulmana. En este sentido, la distribución de poblaciones como Montefrío, Íllora, Moclín, Colomera, Montejícar, Iznalloz, Píñar, etc., son el testimonio de un pasado bélico. En cambio, respecto a las otras, su surgimiento es paralelo a la conversión de la zona en el granero de la ciudad, tras la conquista con las siete villas asentadas en esta región. La necesidad de poner en explotación grandes extensiones de terreno supuso una ocupación del territorio programada en base a núcleos existentes, generalmente cortijadas o alquerías. Esta condición se refleja en el trazado de los mismos, en el que prevalece la regularidad frente al organicismo musulmán, ocupando el centro de las explotaciones cerealísticas. Gobernador, Huélago, Villanueva de las Torres, Moreda, Pedro Martínez, etc. serían algunos de los ejemplos. En cuanto a sus estructuras, las primeras mantienen una influencia de lo musulmán clara, con calles adaptadas a las curvas de nivel, estrechas y quebradizas, en las que la presencia castellana se testimonia de una manera puntual en determinados edificios y en sectores urbanos que delatan una regularidad que se contrapone a la tipología anterior. Las segundas,
presentan un urbanismo más
estructurado, a partir de una plaza en la que se encuentran los
edificios
más importantes, ayuntamiento e iglesia y desde la que parten
las
vías principales que organizan el resto de la trama.
La Vega El fuerte proceso ocupacional que ha conocido la Vega ha originado una fuerte transformación de sus poblaciones. Y no ya solo por la propia influencia que ejerce sobre ellas la ciudad de Granada, sino por tratarse de una de las comarcas más desarrolladas de la provincia, lo que ha originado que las posibilidades constructivas sean mayores que en otras. Son numerosos los restos de la ocupación romana en la comarca, sobre todo en lo que respecta a un tipo de hábitat disperso, conformado por villas, que explotaban la fértil tierra que le proporcionaba el fondo de esta depresión. La propia estructura del regadío, originada en este momento, determinaría la posterior dispersión de la población por este territorio, dependiente de los turnos y controles que había que ejercer sobre el agua. En época musulmana, la dispersión se mantiene, sostenida por innumerables propiedades o alquerías que continuaban con la explotación del territorio, apoyadas en el mejoramiento y expansión del regadío. Muchas de las actuales poblaciones, sobre todo las de los márgenes de la misma, asentadas en las faldas de las estribaciones montañosas que la rodean, tienen origen en este período, conociendo una segunda fase tras la llegada castellana, en la que se comienzan a desarrollar núcleos a partir de antiguas cortijadas dispersas ya en el interior, caso de Cijuela, Ambroz, Chauchina, Belicena, etc. Varias son las salvedades que hay que realizar a la hora de hablar del origen de las poblaciones de la Vega. Nos referimos al caso de Santa Fe, en el siglo XV, y al de Fuente Vaqueros en el XIX, dos ejemplos de desarrollos ex novo, pero con distintas significaciones. Una circunstancia que evidencia la distinción de las poblaciones más antiguas asentadas en los márgenes de la Vega y de las de posterior desarrollo, a partir del siglo XVI, ya en el interior de la misma. En este sentido,
si
bien la dispersión
estaba en función de las explotaciones de la vega, dependientes
de la estructura del regadío desarrollada en ella, las del
interior
tendrán un fuerte condicionante en anteriores núcleos o
alquerías
musulmanas a partir de las cuales se desarrollarían.
El Temple y Alhama Son varias las tipologías de asentamientos que nos podemos encontrar en esta comarca, en cuanto a su origen, aunque en relación a su consolidación y desarrollo hemos de centrarlo durante el medievo y la Edad Moderna. En relación a las de origen romano contamos con el ejemplo de la Malahá, de la que ya se explotaban sus salinas en este período. De origen musulmán podemos contar con Alhama, aunque sus baños ya fueran conocidos durante el período romano, como lo atestiguan los restos de la calzada romana y del puente que pasan cerca de ellos. También hemos de incluir en este grupo a Escúzar o Zafarraya. Ya de aparición o desarrollo castellano tenemos el caso de Ventas de Huelma y, en el siglo XIX y XX, localidades como Arenas del Rey, Jayena, Santa Cruz del Comercio, Agrón y Cacín. Sus estructuras
de
la misma manera varían,
y encontramos algunas en que el condicionante musulmán
está
presente, caso de Alhama; en otros casos la planificación
sustituye
al desarrollo orgánico, encontrando estructuras trazadas a
cordel
organizadas en torno a una plaza central.
La Costa Muy estudiada por el profesor Malpica Cuello respecto al período medieval de la comarca, las poblaciones de la costa dependen tipológicamente de los rasgos adquiridos en el medievo, momento en el que se constituyeron como núcleos poblacionales, no sólo tipológicamente sino desde el punto de vista de sus emplazamientos, encontrándose algunos característicos de estas zonas, situados a media ladera en las sierras próximas a la costa, en un claro ejemplo de lugares defensivos, desde los que se controla el mar vecino y cualquier peligro que se aproxime. Ejemplo de esto que estamos diciendo son Gualchos, Albondón, Molvízar, Jete, Otívar, o el propio Motril, entre otros. Pero junto a éstos encontramos núcleos de costa que cuentan con importantes fortalezas que los protegen, intercalando entre ellos una serie de atalayas que, como puntos visuales, servían para controlar el territorio, dándose una clara jerarquización entre ellas. Almuñécar o Salobreña serían casos de esto que estamos hablando, y Castell de Ferro, La Herradura, la Rábita, etc., del segundo, surgidos a la sombra de la protección de uno de estos elementos defensivos. En cuanto a sus
estructuras, el predominio
es el de tramas desarrolladas en función de las líneas de
desnivel, adaptándose las viviendas a los espacios entre ellas.
Destacan los desarrollos de Almuñécar y Salobreña,
a partir de sus castillos y presentando de nuevo una
articulación
clara en hisn.
La Alpujarra La incidencia de lo musulmán, que comentábamos para la comarca del Marquesado, encuentra en la Alpujarra el segundo ejemplo de la provincia. Aunque sus núcleos conocieron un fuerte proceso de aglutinación a partir de 1568, tras la revuelta morisca, el paisaje y las estructuras hidráulicas han ayudado a conservar su imagen tradicional. El desarrollo en barrios de estas localidades está muy en relación con la propia estructura económica y social, quedando de alguna manera reflejada en la ubicación de los pastores, siempre en los barrios altos, próximos a los pastos y haciendo de esta manera innecesaria la travesía por la localidad, frente a los barrios bajos, habitados por los agricultores, próximos a las tierras de cultivo y controlando el riego. Sus tramas se
organizan en base a espacios
abiertos, dominados por edificios como el de la iglesia o
públicos,
adaptándose el resto del caserío a las condiciones del
terreno.
Conclusiones No cabe la menor duda de que la ubicación de la provincia de Granada en el cruce de las vías de comunicación que unían amplias zonas de la Península, como el sureste con el interior manchego, o el Levante con la Baja Andalucía, ha contribuido a una mayor y más antigua presencia humana en su territorio. La diversidad de pueblos que han cruzado sus tierras se ha plasmado en una riqueza de restos que se han ido solapando en el tiempo, permitiendo poder establecer unos arcos diacrónicos de dicha presencia desde la prehistoria y de un modo continuado hasta la actualidad. Desde el punto
de
vista de los asentamientos,
el solapamiento de cada una de las culturas ha dado origen a unas
poblaciones
ricas en restos y complejas en sus estructuras, reflejo de esa riqueza
cultural, cuya lectura permitirá una mejor comprensión
del
desarrollo de las mismas y una mejor interpretación de
determinadas
zonas de las ciudades más importantes, en las que se pueden
encontrara
restos de esta presencia. Bibliografía Asenjo Sedano, J. 1992 Pueblos e iglesias de Granada. Siglo XVI. La Tierra de Guadix. Granada, Universidad. Bonet Correa, A. Caro Baroja, Julio Carrascosa Salas, M. Espinar Moreno, M. (J. J.
Quesada
Gómez
y J. D. Morcillo Puga) Flor, Fernando R. de la Graciani, Amparo (ed.) Henares Cuéllar, Ignacio (y
Rafael
López Guzmán) Guatier Dalché, J. López Burgos, María
Antonia Lozano Bartolozzi, Mar Malpica Cuello, Antonio Montero Vallejo, Manuel Ocaña Ocaña, Carmen Sorroche Cuerva, Miguel Ángel Torres Balbás, L. |
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