Recensión 01
Pedro Gómez García (coord.):
Las ilusiones de la identidad.
Madrid, Cátedra, 2001, 308 págs.
Por Martín de la
Rosa
Esta obra colectiva
aborda la problemática tan actual de nuestras identidades desde un
punto de vista normativo, pero que a la vez pretende articularse con un
análisis
a fondo de la realidad en la que a ese respecto nos movemos. La
compleja
realidad humana se teje tensionalmente yendo y viniendo entre la
facticidad
y la idealidad, y en ese trasiego de ida y vuelta los hechos pueden
revelarse
muy tozudos y los ideales pueden terminar en no más que falsas
ilusiones.
Es lo que con frecuencia ocurre en
torno a los problemas identitarios, que tantas veces devienen agudos
conflictos entre humanos. Mucho nos jugamos en el escabroso terreno de
nuestras identidades. Necesitamos pertenencias, marcos de orientación,
valores compartidos..., sentido, en una palabra. Muchas veces,
sin embargo, el camino
para afrontar lo ineludible se tuerce hacia las vías perversas de
la exclusión del otro y la afirmación irrestricta de lo propio. Es el
momento en que el encubrimiento ideológico, cabalgando sobre la
mixtificación conceptual, opera de manera sofisticada hasta conducir
«las ilusiones de la identidad» a peligrosas mitificaciones, que
demasiadas veces alientan nuevas formas de barbarie.
El objetivo de la primera parte del
libro es acercarnos teórica y prácticamente a los ambiguos
procesos actuales de construcción de las identidades, penetrando con
el análisis en el enmarañado «laberinto de las diferencias».
La segunda parte retoma la problemática desde la
historia de la filosofía, poniendo de relieve cómo «el espejo de la
alteridad» es en todos los casos indispensable en la construcción de la
propia identidad. No es posible el yo/nosotros sin los otros, pero eso
no ha impedido que en el largo trayecto del pensamiento occidental la
diferencia se haya visto marginada y la alteridad encubierta, lo cual
ha servido de continuo para legitimar el dominio desde las posiciones
seudouniversalistas de Uno mismo (personal o colectivo) que impone su
medida a la igualdad y anula al otro bajo diferentes formas de
servidumbre.
SUMARIO
PARTE I. EL LABERINTO DE LAS
DIFERENCIAS
1. Identidad
nacional y ciudadanía. Edgar Morin.
2. Las
desilusiones
de la «identidad». La etnia como seudoconcepto. Pedro
Gómez García.
3. ¿Identidades
sin fronteras?
Identidades particulares y derechos humanos universales . José
A. Pérez Tapias.
4. Identidad
cultural, racismo y
antirracismo. José Luis Solana Ruiz.
5. Las
experiencias
simbólicas del catolicismo y la identificación de los andaluces . Rafael
Briones Gómez.
PARTE II. EL ESPEJO
DE LA ALTERIDAD
6. El
marco de la
identidad, o las herencias de Parménides. Jesús José
Nebreda.
7. Del
primado del
cosmos al descubrimiento de la subjetividad interior. Juan A.
Estrada
Díaz.
8. Identidad,
alteridad, autenticidad. Remedios Ávila Crespo.
9. La
crisis del
ideal de verdad y la búsqueda de la identidad en la filosofía
de Nietzsche. Encarnación Ruiz Callejón.
10. Hermenéutica
de sí mismo y
narratividad. El problema de la identidad en Paul Ricoeur . José
María Rubio Ferreres.
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Recensión
02
Rafael Briones Gómez:
Prieguenses y nazarenos. Ritual e identidad
social y cultural
Priego (Córdoba), Ayuntamiento de
Priego de Córdoba / Ministerio de Educación y Cultura / CajaSur,
1999.
Por María
López-Carceller
Martínez
Antes de comenzar a redactar este
artículo,
fui a buscar entre los cds, "La pasión según San Mateo" de
Johan Sebastian Bach, a fin de ambientar y crear un clima adecuado para
escribir. Hace años visité Sevilla durante la Semana Santa,
y recuerdo que sonaba bastante a menudo esta pieza de música
sacra-religiosa.
Escuchando estos fragmentos del compositor alemán, me viene a la
memoria esta festividad religiosa que percibí como un acontecimiento
brutal, no muy lejano al fanatismo. Sería poco sincero no reconocer
que sentí cierto susto al recoger el libro que debía reseñar.
Al comprobar que se trataba de más de trescientas páginas
sobre la Semana Santa de una pequeña comunidad, pensé;"...¡Menuda
cruz me ha caído!...". Este temor a sucumbir en el aburrimiento,
no duró más allá de los primeros apartados del libro.
Enseguida surtió efecto la estructura
de círculos concéntricos, que dice el autor utilizar
en la redacción del libro. A costa de volver una y otra vez sobre
el mismo tema, éste se va fijando, y tal y como avanzas en la lectura,
sientes que poco a poco se van integrando ciertos aspectos del ritual
descrito
sin esfuerzo, simplemente a causa de la repetición. A pesar de que
en un principio esta estructura parece que vaya a dar como fruto un
texto
aburrido y pesado, favorece sin embargo la comprensión y asimilación
del tema propuesto a base de hablar de lo mismo desde los más diversos
ángulos. Éste continuo retorno, no impedirá que en
cada nuevo capítulo, el autor nos revele diferentes matices de lo
mismo. Así pues, lo que al inicio se presenta como una cantidad
de datos imposibles de asimilar en una primera lectura, en pocas
páginas
se va transformando en ideas perfectamente integradas.
La redacción del libro favorece la
recreación en imágenes del tema investigado. El autor realza
el aspecto plástico de la fiesta, las escenas, los colores...A partir
del momento en que empiezas a visualizar la festividad prieguense, la
lectura
del libro deviene más intensa. Es entonces cuando logras entrar
y comprender las interpretaciones y relaciones propuestas por el
investigador.
La gracia de Rafael Briones, o la riqueza del texto, reside en su
capacidad
de evocar en el lector una experiencia que jamás ha vivido. Ahora
comprendo cuando Joan Prat se refería a la pasión que trasmitía
el texto. A pesar de su extensión, tal y como se avanza en la lectura,
el interés y la curiosidad van in crescendo, alcanzando su
punto culminante al final del ensayo, momento en que consigues enlazar
todos los datos que hasta entonces parecían aislados.
El libro comienza con un prólogo en
el que aclara posibles desfases cronológicos, a causa de los veinte
años de diferencia entre el trabajo de campo y la publicación
de la monografía. Ya en la introducción se adentra
en el tema de la Semana Santa de Priego, objeto del estudio, que
completará
detalladamente en el primer capítulo. A partir del primer capítulo,
exclusivamente descriptivo, los siguientes apartados tienen un carácter
más interpretativo, que dinamizará la lectura, cobrando vida
los datos etnográficos tal y como el autor les va dotando de
significado.
Al final del todo, incluye cinco apéndices con una información
más precisa; una recopilación de coplas, una descripción
detallada de las cofradías... apunte que permite al lector curioso
matizar un poco más.
La hipótesis interpretativa de la que
se parte es que la vida social y la vida cofradiera de Priego van en
paralelo;
"Si la Semana Santa va bien, Priego va bien". Con este ensayo, Rafael
Briones
trata de explicar la "devoción", la "emoción" y la "entrega"
con que los prieguenses viven la Semana Santa, en uno tiempo en el que
el pensamiento moderno viene marcado por la lógica racional. A lo
largo del texto tratará de buscar las claves, de un fervor religioso
popular, aparentemente descontextualizado y caduco, y que sin embargo
cada
año alcanza mayor importancia.
A través de la observación,
las entrevistas, e incluso la participación (pues el autor llega
a transportar las andas de Jesús Nazareno), recoge información
que le irá confirmando las diferentes funciones del proceso ritual.
Entre éstas destacará la función política,
reconocible en las luchas de poder entre las cofradías; la función
económico-social, reflejada en la composición de las cofradías
espejo de la realidad y el cambio social en Priego. Como es el caso del
nacimiento en los últimos tiempos, de la cofradía de los
Dolores, integrada por gente de clase obrera. En el trato que el texto
hace del aspecto social se desprende cierto maniqueísmo. Es el único
aspecto que deja ver que han transcurrido veinte años desde que
se llevó a cabo el trabajo de campo. En este sentido, desde los
años setenta hasta nuestros días, la estructura social ha
sufrido importantes modificaciones, quedando el discurso de obrero-
pobre-bueno
y voluntarioso un poco caduco. Lafunción identitariadel ritual,
se haráevidente en la participación masiva en los actos de
la Semana Santa. Implicación que generará en el prieguense
un sentimiento de pertenencia al grupo, que le permitirá trascender,
por unos instantes, el aislamiento al que conduce la sociedad moderna.
El autor se centra fundamentalmente en
dos
grupos sociales, a los que la semana santa afecta de una forma especial
en la cuestión identitaria. Por un lado los emigrantes prieguenses
que trabajan en otras regiones de España o en el extranjero y hacen
por volver a Priego por esta festividad. Y por otro, los jóvenes
que cumplen ese año con el servicio militar. Los primeros, por la
situación de desarraigo que sufren, al vivir durante todo el año
lejos de la familia y de la calidez que aporta el lugar de origen. De
ahí
que necesiten especialmente afirmar y fortalecer su identidad a través
del ritual. En el caso de los segundos, a caballo entre la inmadurez y
la vida adulta, su participación e implicación en la Semana
Santa, impulsará el paso de reintegración en la sociedad.
Por último el aspecto psicológico de la Semana Santa,
se evidenciará en tanto ésta canaliza los miedos y las frustraciones
cotidianas a través de la identificación simbólica
de los prieguenses con el drama de Jesús en el Calvario.
Antes de continuar, anotar que a partir
del
segundo capítulo, tras la descripción del programa completo
de la semana santa, el autor, al igual que cualquier prieguense,
identificará
semana santa con Viernes Santo o subida de Jesús al Calvario. Toda
interpretación se relacionará con algún aspecto de
esta jornada, quedando bastante al margen el resto de la programación
de la Semana Santa.
El análisis girará en torno
a dos ideas que irán repitiéndose a lo largo del texto; la
idea de oposición y la deintercambio. Ambas se erigen
como notas distintivas del ritual prieguense, independientemente desde
la perspectiva que éste se mire.
La oposición en el ritual, hace
referencia a la confrontación y convivencia de opuestos al mismo
tiempo. En la Semana Santa de Priego se vive este conflicto en todos
los
campos, generando en el espectador que observa (y no participa),
confusión
e incomprensión. Sólo cuando se forma parte del proceso ritual,
puede comprenderse este funcionamiento contradictorio. "Celebramos
con
alegría un acontecimiento triste"(pag. 315). Fiesta religiosa
o pagana, jolgorio o drama. Posición liminal que integra todas las
facetas de una misma realidad, con toda la incoherencia e
irracionalidad
que esto implica.
El intercambio simbólico del
ritual, hace referencia a la relación de reciprocidad que los
prieguenses
mantienen con la imagen de Jesús. Concretamente, Rafael Briones
alude a la cuestión de las promesas. Un prieguense nunca pedirá
ayuda a Jesús Nazareno sin ofrecerle una promesa a cambio. Hay una
contraprestación, si Jesús ayuda a salir de una situación
conflictiva determinada, el que acude en busca de ayuda, promete
realizar
alguna penitencia. Es cierto, que la curiosidad por conocer los motivos
de las promesas como cargar una cruz, andar descalzo o ir bajo las
andas,
debe resultar bastante morbosa para los espectadores de la procesión
del Viernes Santo.
Considero que en el texto se presta
especial
atención a la emoción en el ritual. La gente que llora al
ver su imagen o la de Jesús Nazareno, los niños que gritan Vivas,
los emigrantes que llaman para escuchar el paso de Jesús por línea
telefónica... Emoción que culmina en el momento de la bendición
de los hornazos en el Calvario. No hay más que ver las fotos
que ilustran el libro. Especialmente las de la página 142, en las
que se ven los rostros sufrientes de los que cargan con las andas del
Nazareno.
"La emoción sería la prueba de que lo que viven el grupo
y los individuos tiene un sentido. La emoción es una experiencia
positiva de vida, de paz y de plenitud y todo esto en medio de la
muerte
y de la violencia. La emoción pertenece al dominio del inconsciente
y no de la pura razón"(pag. 318). Otro pilar fundamental del
dispositivo
simbólico, sería la tradición, "Por medio de la tradición
se tocaría la totalidad del grupo en la diacronía, igual
que la emoción que unifica a todo el grupo en la vida y en la paz
aseguraría la totalidad en la sincronía. Esto explica que
se recurra a ella y que se dejen conducir por ella: ella es la garantía
de la continuidad y la permanencia"(pag. 319). Todo el mecanismo
simbólico
vendrá a activarse por la religión y el folklore, aspectos
culturales muy ligados a pesar de que su unión genere ciertas
contradicciones.
La atención del autor a pequeños
detalles; como el movimiento de la cabellera de Jesús cuando lo
van subiendo al Calvario que le hace parecer vivo, o el redoble
específico
de los tambores, o las conversaciones de la gente que observa la
procesión
y los gritos de los que transportan las andas... tiene el poder de
recrear
un ambiente específico de exaltación.
Tanto lo grande como lo pequeño reluce
en esta monografía. Lo pensado como lo sentido, lo observado como
lo vivido aparecen por igual en el texto. Rafael Briones integra
elementos
aparentemente contradictorios sin caer en la incoherencia, habla de la
emoción sin enfriarla. Este juego de contrarios dota a la monografía
de ritmo y de una perspectiva más total, resultando su lectura fluida
y agradable. Desde el inicio hasta el final te va cautivando con su
estudio.
Su falta de pretensión y la ligereza de la redacción dan
como resultado una monografía de gran interés científico
sin que se renuncie a un tono espontáneo y creativo.
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Recensión
03
Eduardo Moyano Estrada
y Manuel Pérez Yruela (coord.):
Informe social de Andalucía (1978-98).
Dos décadas de cambio social
Córdoba, IESA, 1999.
Por José Luis Solana
Ruiz
A nadie se le escapa que en los últimos
veinte años Andalucía, como el resto de España, ha
experimentado relevantes procesos de cambio social, económico y
político. El Informe social de Andalucía (1978-98). Dos
décadas de cambio social que aquí reseñamos, realizado
y publicado bajo los auspicios del Instituto de Estudios Sociales
Avanzados
de Andalucía (IESA), da buen testimonio de ello.
El Informe está dividido en
nueve bloques temáticos dedicados a: 1) cambio social y opinión
pública; 2) población y familia; 3) territorio; 4) educación
e investigación y desarrollo; 5) el sistema sanitario; 6) el sistema
de Servicios Sociales; 7) mercado de trabajo y estructura ocupacional;
8) renta, estructura económica y desigualdad; y 9) calidad de vida.
Cada uno de los bloques está integrado
por dos tipos de contribuciones: unas tienen el carácter de estudios
que exponen datos y los analizan; y otras, de menor extensión, son
ensayos o artículos de opinión donde se intenta reflexionar
u opinar sobre los cambios constatados. Se produce, así, una cierta
separación en modo alguno radical, desde luego entre lo descriptivo
y lo analítico, entre lo expositivo y lo reflexivo.
El primer bloque está formado por un
sólo artículo, «Dos décadas de opinión
pública en Andalucía» a cargo de los coordinadores
de la obra.
El segundo lo conforman dos
contribuciones
sobre la población andaluza («Evolución de la población
en Andalucía», escrita conjuntamente por Andrés Arroyo,
Juan del Ojo y Francisco Viciana; y «La población andaluza
a las puertas del siglo XXI», de Juan Antonio Fernández Cordón)
y una sobre «La familia en Andalucía», de Julio Iglesias
de Ussel y Diego Ruiz Becerril.
«El territorio en la evolución
de Andalucía», a cargo del Equipo redactor del IDTA, y «Contrastes
y dualidades en la estructura territorial de Andalucía», de
Carmen Ocaña, son también las dos contribuciones que constituyen
el tercero de los bloques.
El cuarto bloque incluye artículos
sobre dos temáticas. Unos se ocupan del sistema de educación
y enseñanza, desde la educación primaria y secundaria (Custodio
Delgado) hasta el sistema andaluz de universidades (Margarita Latiesa,
Antonio Trinidad y Miguel Valcárcel). Otros, abordan el sistema
de I+D en Andalucía (José Luis Huertas, Elías Ferreres).
Los bloques quinto y sexto están
dedicados
al sistema sanitario y al sistema de servicios sociales,
respectivamente.
«Salud y sistema sanitario en Andalucía», de Luis Gavira;
«Presente y futuro del sistema sanitario en Andalucía»,
de Juan Irigoyen; «El sistema andaluz de Servicios Sociales»,
a cargo de Carmen Alemán y Margarita Pérez; y «Logros
y limitaciones de la política social en Andalucía»,
realizado por Fernando Aguiar e Hilario Sáez, son los capítulos
que los componen.
En los bloques séptimo y octavo se
estudian las principales dimensiones económicas de las dos décadas
de cambio social, con capítulos que versan sobre la economía
andaluza (Francisco J. Ferraro, Juan Torres); el mercado de trabajo, la
estructura ocupacional, las relaciones laborales y las políticas
de empleo (Lina Gavira, Rafael Gobernado, Manuel Ramón Alarcón);
y la renta y la desigualdad social (Antonio García Lizana, José
Cazorla).
Finalmente, el último bloque lo
conforman
dos contribuciones: «Condiciones de vida en Andalucía. La
perspectiva de los ciudadanos», de Eduardo Moyano y Manuel Pérez
Yruela; y «Calidad de vida y cambio social en Andalucía»,
a cargo este último junto a Clemente J. Navarro.
Con la ayuda de profesores e
investigadores
universitarios de reconocido prestigio y merced a la sabia coordinación
de su director y vicedirector, el IESA nos ha proporcionado un Informe
que recopila y conjunta un acervo de datos sobre distintos ámbitos
sociales; datos que, aunque eran accesibles a través de otras fuentes,
se presentan aquí compilados, bien ordenados y expuestos con claridad,
lo que permite una ágil consulta de ellos en función de las
necesidades de cada lector.
Pero lo que constituye la mayor virtud
de
la obra, quizás sea también, paradójicamente, signo
de sus déficit. El presente Informe social muestra un claro
y marcado carácter sociográfico, echándose en falta
análisis sociohistóricos de los datos recogidos (datos que
constatan procesos y realidades, pero cuyas causas apenas se indagan),
y, en especial, un análisis de conjunto, estructural o sistémico,
que relacionase de modo explicativo las distintas dimensiones sociales
abordadas. Los artículos de ensayo u opinión, que a la postre
resultan los más interesantes, son por desgracia los más
cortos.
Se echa igualmente en falta análisis
más críticos del «profundo cambio político,
económico y social» experimentado por Andalucía en
los últimos veinte años y del que el Informe quiere
dar, en parte, testimonio. A veces, algunos de los redactores intentan,
de manera más o menos larvada y sutil, desvincular las instituciones
de gobierno autonómicas del «modelo liberal dominante en la
mayor parte del período», contribuyendo, así, consciente
o inconscientemente, a la mistificación embaucadora y electoralista
sistemáticamente practicada por la fuerza política que, tanto
a nivel nacional como autonómico, precisamente más ha impulsado
y asentado el neoliberalismo en las últimas décadas.
Tras la lectura de este completo, claro
y
bien estructurado Informe, muy útil como obra de consulta
de datos y cifras, queda (al menos así ha sido en mi caso) un regusto
a oportunidad perdida: la de no haber avanzado hacia la realización
de un estudio no sólo sociográfico y estadístico,
sino también sistémico, mucho más analítico
y explicativo, y, sobre todo, crítico, de los procesos de cambio
social acontecidos durante las dos décadas abordadas.
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Recensión
04
Marvin Harris:
Teorías sobre la cultura en la
era posmoderna
Barcelona, Crítica, 2000. 217 páginas.
Por Enrique Anrubia
Aparici
A la vez que uno no puede sino dejarse
llevar
por el afán de curiosidad bajo un título tan sugerente, también
a la par a uno se le cae algo cuando, acabado el libro, contempla que,
desde luego, se ha hablado de todo menos de posmodernidad, o mejor
dicho,
sobre antropología posmoderna.
Es de suyo aclarativo al por qué de
este libro el prefacio de Harris, en el que dice, poco más o menos,
que este libro se presenta como el “sustituto” de una tarea más
ambiciosa, pero demasiado ardua, consistente en la nueva redacción
de su famoso –en la introducción se le tacha de “clásico
de las ciencias sociales”– libro El desarrollo de la teoría
antropológica.
Dicho prefacio es una pura declaración principial de lo que será
el libro. Al posmodernismo se le ve como un lastre enemigo cuya
“victoria
dista de ser absoluta y en modo alguno permanente. Se multiplican los
indicios
de que el interpretacionismo, la etnopoética y otros enfoques
«crítico-literarios»
de la cultura han tocado techo” (p.11), así que no es tan importante
saber lo que los posmodernos dicen sino debatir unos temas “que debemos
despejar antes de poder comenzar a reconstruir una ciencia viable de la
cultura de entre las ruinas” (p. 13). Por supuesto, la ansiada nova
scienzia y los ansiados temas-puente, son los que tocan de lleno al
materialismo cultural. Valga decir que esos temas coinciden,
milagrosamente,
con algunos de los artículos y conferencias que Harris ha hecho
durante estos últimos años.
De las cuatro partes que consta el
libro,
la primera, “Clasificación de la cultura”, trata el asunto de la
definición de cultura, o mejor, de saber qué se entiende
por cultura, en cuanto que esta cuestión es situada por Harris,
en un primer momento, entorno al debate de si la cultura es, en mayor
medida,
un componente ideacional, o bien se trata de conductas aprendidas y
comportamientos
establecidos. “Mi postura personal, dice Harris, es que una cultura es
el modo socialmente aprendido de vida que se encuentra en las
sociedades
humanas y que abarca todos los aspectos de la vida social, incluidos el
pensamiento y el comportamiento” (p. 17), el problema, al parecer,
reside
en la creencia, de moda en estos tiempos que corren, de que la cultura
posee estrictamente un componente mental, por los menos en cuanto a su
estudio –la antropología interpretativa, según Harris–. De
ahí que la cuestión estriba no tanto en saber qué
es ese “todo complejo” que es la cultura sino en qué discurso hay
que hacer cuando se habla de cultura. Harris enmarca esto en la
discusión
etic-emic, pues, bajo ciertas matizaciones, el nudo gordiano que
paraliza
el avance de la antropología ha sido la fusión entre el observador
y el observado y la mezcolanza de sus discursos. La posición emic
es, desde luego, no menospreciada pero sí secundaria respecto al
aporte de “autentico” conocimiento del alegato etic. El criterio de
verdad
de éste último es la existencia de una “comunidad de observadores
científicos” (p. 31). El observador puede, efectivamente, ofrecer
un discurso emic –entiéndase términos “mentalistas” o acerca
de lo “mental”–pero “debe distinguirse categóricamente del punto
de vista de los participantes” (p. 31). Por tanto, y bajo cierto
seudopragmatismo
teórico, los discursos de la ciencia antropológica están
adecuadamente enfocados si quedan auspiciados bajo los baremos de esa
comunidad
científica, a saber: replicabilidad, comprobabilidad, economía
y acotación del campo de estudio, etc.. A grandes rasgos, lo etic
es lo observable en tanto que comportamental, donde el juego malabar de
Harris para no obviar el discurso emic, consiste en apuntillar –no sin
muchas preguntas en el tintero– que se puede hablar de “hechos
mentales”
sólo en tanto que estos son observados a través de la conducta,
de lo contrario, sería tanto como ofrecer validez científica
a lo que los nativos dicen de sí mismos, mientras que en verdad
son pruebas de validez que la comunidad de científicos debe decidir.
De tal manera, que la preeminencia de un discurso sobre otro es obvia,
llegando a decir que en los hechos culturales “pueden las consecuencias
indeseadas, o las consecuencias deseadas pero dependientes de
diferentes
parcelas de poder, predecirse o justificarse a posteriori ” (p.
46), por supuesto, en las explicaciones etics.
Desde ese punto de vista, en la
explicación
de un acontecimiento cultural cobra una especial importancia la
interrelación
de acción que hay entre la sociedad y el individuo. Se trata del
viejo problema del todo y la parte en los modelos de interpretación,
que llevan como consecuencia la elucidación de la asunción
–o no–de la responsabilidad en los hechos sociales por parte del
individuo
concreto. El holismo metodológico fuerte es tildado de una suerte
de metafísica arreferencial, mientras que el individualismo estricto
se vislumbra insuficiente como explicación plausible de muchos actos.
Para Harris “la respuesta reside en aceptar y combinar ambos puntos de
vista, remontándonos del individuo a las abstracciones de orden
superior y volviendo a descender luego al individuo” (p. 55-6), es
decir,
cierto tipo de eclecticismo que en ningún momento desarrolla, ni
explica.
El último capítulo de esta primera
parte –breve apunte sobre un debate abierto entorno a las consecuencias
de asumir discursos posmodernistas– se centra en el reproche que los
posmodernos
han hecho a la antropología sociocultural “clásica” respecto
al olvido de la moralidad en los hechos estudiados –y por ende, el
compromiso,
la antropología crítica, etc.– en favor de la comprobabilidad
y veracidad de éstos. Algo así como el intento de suplantar
el modelo objetivo-científico por el subjetivo-moral. Sin embargo,
para Harris, estas dicotomías “resultan engañosas” (p. 57),
puesto que “es la escasez de conocimientos científicos lo que pone
jaque nuestras decisiones político-morales “ (p. 60), llegando incluso
a decir que “los antropólogos de cariz científico pueden
proclamar que su postura no es sólo moral, sino moralmente superior
a la de quienes rechazan la ciencia como fundamento” (p. 60). De suerte
que la idea de Harris es cierto tipo de intelectualismo ético, donde
decir que la ciencia se limita a “decirnos que los hechos y
acontecimientos
tienen significados diversos carece de utilidad” (p.63). Obviamente,
esta
es la visión, según Harris, de “la etnopoesía, el
interpretacionismo, la hermenéutica y la fenomenología”,
(p. 61) y, por consiguiente, al “no conocer” o divulgar que es
imposible
conocer la realidad bajo los “difamados conceptos ilustrados de la
razón
y la verdad” (p. 63), no podrán tener nunca un correcto juicio moral.
Algo así como quien no sabe juzgar científicamente tampoco
sabe juzgar moralmente.
La segunda parte del libro –“Biología
y cultura”– se centra en cuatro temas fundamentalmente. El primero de
ellos
es el del siempre espinoso inconveniente del término “raza”. Los
anclajes históricos son situados en las dicotomías teóricas
entre Spencer, Galton, Davenport, y el movimiento eugenésico, y
la reacción –mayoritariamente apoyada después de la 2ª
Guerra Mundial– de Boas y sus discípulos más directos –Benedict,
Mead– que mostraron que los factores biológicos tenían menos
peso “a la hora de determinar el comportamiento que los factores
culturales”
(P. 70). La idea una “raza” fue rápidamente tachada de políticamente
incorrecta, y condenada al ostracismo de la antropología. Ceños
y murmullos se pronuncian ante su nombre escrito en un libro académico.
Harris pretende aclarar errores de uno y otro bando que oscurecen más
que aclaran; por ejemplo, no es cierto que raza sea igual a cultura, ni
que científicamente no estén descritas –el problema aquí
reside en la cantidad de estas, pues según los científicos
varían de cuatro a treinta y dos, o los criterios de clasificación–,
o la idea, muy americana, de “la norma de que «basta una sola gota
de sangre»” (p. 75) para, por un lado, creer que se pertenecer
racialmente
a una tipología, y, por otro, creerse descendiente de una identidad
racial siendo ésta adquirida o asumida directamente. Sin embargo,
alrededor de cuestiones biológicas o “científicas”, las
discriminaciones
raciales han cobrado nuevos nombres bajo nuevas teorías. Es el caso
del elitismo y la diferenciación de clases que propugnan Herrnstein
y Murray en base a la biologización hereditaria del coeficiente
de inteligencia, mostrado por los consiguientes tests. Harris hace un
buen
esfuerzo por desmantelar las aporías –véase la idea fuerte
de la discusión en el siguiente título “Un coeficiente intelectual
bajo causa patologías sociales versus las patologías
sociales causan un coeficiente intelectual bajo” (p. 83)–. De fondo
están
las famosas tesis de la menor puntuación de los afroamericanos en
dichos tests. Posiblemente, la mejor idea de Harris, que por supuesto
no
desarrolla, se describe bajo un simple “preguntarse si los resultados
de
los test de inteligencia miden algo más que la capacidad de superar
test de inteligencia” (p. 93), que conlleva la sencilla pregunta de qué
es eso de la inteligencia, o eso otro de “las formas de la
inteligencia”.
Los otros dos temas de esta parte son,
por
una lado, la crítica al neodarwinismo –Wilson sobre todo– y los
problemas que acarrea la tesis del éxito reproductivo y la selección
cultural, y, por otro, la “modalidad especialmente agresiva y virulenta
del etnocentrismo” (p. 112) que acarrea EE.UU con los términos
raciales.
A esto Harris lo llama “etnomanía”, y su tema se centrará
sobre todo en la interrelación de la descendencia biológica
y la social –África, las tesis de la melanina, etc.–.
“Principios explicativos” es la tercera
parte,
y tres son las corrientes que examina: holismo, materialismo y
posmodernismo.
En cuanto al primero, distingue otros
tres:
el funcionalista –con la reescrita réplica de que no explica el
cambio sociocultural–, el omnicomprensivo –una suerte de “todo está
relacionado con todo” en el que no se explicitan “por qué un artículo
figura en la lista [de la omniinterrelación] y otros no” (p. 136)–,
y el procesual, al que se adscribe Harris –una especie de “enfoque
participativo
y multidisciplinario” (p. 137) que enlaza el holismo con los procesos
histórico-evolutivos–.
La parte del materialismo es una
respuesta
a objeciones, donde se subraya dos ideas claves: la primacía de
la infraestructura –modelos de producción y reproducción
como conjunción de variables demográficas, económicas,
tecnológicas y ambientales– y la importancia del componente ideacional
de la superestructura. Harris advierte la confusión que ha habido
con la tesis que lanzó en su momento de “principio del determinismo
infraestructural” (p.142). Para ello, aboga por dar más laxitud
a dicho principio con otro nombre “principio de la primacía de la
infraestructura”, a la vez que le da mayor importancia al significado y
las ideas –para Harris el componente mental es condición sine
qua non–. El problema, y pese a decir Harris que el materialismo no
opera bajo los cánones de la mecánica del XIX, reside en
que uno no sabe como conjugar algunas afirmaciones que están aquejadas
de ser más una declaración gratuita que unos argumentos:
“Sin dejar de insistir en que determinados procesos causales operan en
la historia, y en que la voluntad y conciencia humanas están dominadas
por las condiciones infraestructurales, el materialismo cultural se
declara
compatible con los intentos conscientes de los individuos de controlar
sus destinos personales” (p. 152).
En cuanto al posmodernismo le confiere
el
arte de atacar “la totalidad de la empresa científica” (p. 154),
con el consabido sabor de boca francés (Lyotard, Derrida, etc.,).
Allende de la etnoliteratura, y del condicionamiento –y lastre
epistemológico–
sociocultural al que está sometido la propia ciencia, dos tesis
les marca Harris en sus ropas: la interconexión que hacen entre
poder dominador y ciencia, y los modos de discurso embarullados que
hacen
afines con sus teorías sobre la cultura. Al caso se cita un texto
de Geertz de Los usos de la diversidad, cuya traducción da,
efectivamente, una visión de “no-decir-nada”, junto a una construcción
sintáctica irreconocible. Ahora bien, en nada tiene que ver dicha
traducción con la que hace Nicolás Sánchez Durá
en la edición de Paidós. Por último, uno tampoco se
hace cargo de si Harris advierte lo que es el posmodernismo –aparte de
una serie de seres que por no creer en la ciencia en sentido moderno
caen
en el “subjetivismo, relativismo, particularismo, nihilismo” (p.156)–
puesto
que a Geertz, aparte de llamarle posmoderno y mentalista, lo cita sólo
cuatro veces en todo el libro, a Marcus, tres, y a otros como Clifford,
Tyler, Rabinow, etc., ni los nombra.
“Macroevolución”, la última
parte, explica el origen del capitalismo y del desmoronamiento del
bloque
soviético. La controversia actual está en función
de las similitudes y diferencias que pudieron haber entre Europa y
Japón
para que ambos, pese a no tener contacto, desarrollasen sistemas
capitalistas.
Harris propone “una nueva teoría, que explica tanto los orígenes
del feudalismo y el capitalismo como sus variaciones de acuerdo con el
principio de la primacía de la infraestructura” (p. 163). Poco más
o menos, dicho principio sirve para explicar la caída de los países
del Este, debido sobre todo a desajustes “estructurales”. A la vez,
esta
última parte le sirve a Harris para puntualizar diversas
interpretaciones
comunistas de Marx, así como aclarar la suya propia.
Sin duda el libro de Harris es uno de
esos
libros en los que, sin saberlo o sabiéndolo, los argumentos dados,
las razones y las interpretaciones históricas y antropológicas
cobran vigencia y fuerza dentro de su contexto y su paradigma –portada
y contraportada– , esto es, dentro de lo que Harris dice que la
realidad
es. En este sentido, a sus seguidores les ha llovido una gotas de oro,
pues es el Harris más genuino; eso sí, los otros sentidos
quedan excluidos per se.
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Recensión
05
Ulf Hannerz:
Conexiones transnacionales. Cultura, gente,
lugares
Madrid, Cátedra, 1998.
Por José Luis Solana
Ruiz
Ulf Hannerz es conocido entre nosotros
fundamentalmente
por sus aportaciones a la antropología urbana (su obra Exploración
de la ciudad, traducida al castellano en FCE, constituye un clásico
de esta subdisciplina). El libro que reseñamos es muestra de la
evolución que, de alguna manera, se está produciendo en sus
trabajos antropológicos, que están pasando desde una antropología
de lo urbano hacia una antropología de las conexiones transnacionales
(Hannerz prefiere el término «transnacional» al de «globalización»);
conexiones en las que, no obstante, algunas grandes ciudades juegan,
ciertamente,
un papel esencial. El tema general de la obra es cómo las conexiones
transnacionales, cada vez más variadas y penetrantes, están
afectando a la cultura, los lugares y las gentes (Cultura, Lugares,
Gentes
son los tres grandes apartados bajo los cuales se agrupan los distintos
capítulos del libro).
Tras el primer capítulo, de carácter
introductorio, el segundo, «Lo local y lo global: continuidad y
cambio»,
intenta clarificar algunas de las hipótesis formuladas acerca de
«lo local» como fuente de continuidad cultural y de «lo
global» como fuente de cambio.
Bajo el epígrafe de «Cuando la
cultura está en todas partes: reflexiones sobre un concepto favorito»,
el capítulo tercero aborda algunos de los debates recientes en torno
al concepto de cultura. Tras examinar las críticas actuales a este
concepto, sopesando su validez, aboga, no por desestimar y mandar al
baúl
de los recuerdos al concepto de cultura, sino por reformarlo y seguir
utilizándolo
manteniendo hacia él un espíritu crítico. Aboga, además,
por «un sentido de la complejidad en nuestra forma de concebir la
adquisición de la cultura.» (pág. 72).
En el capítulo cuarto, «El ecumene
global como un paisaje de modernidad», a partir de una visión
teórica actual de la modernidad, entendida ésta como un tipo
de civilización (una ecumene) que se expande por el planeta, y previa
ilustración de las desigualdades presentes en dicho proceso de
expansión,
examina la relación entre el concepto de modernidad y los supuestos
de semejanza, así como entre el concepto de cultura y los supuestos
de diferencia.
En «Siete argumentos para la
diversidad»,
quinto capítulo del libro, plantea la cuestión de las diferencias
culturales en una ecumene global donde hay activadas y en proceso
potentes
lógicas de homogeneización cultural, indagando sobre las
posibilidades y necesidades de mantener la variedad multicultural. Se
plantea
cuáles son las ventajas o las desventajas de la diversidad cultural
e identifica siete argumentos a favor de ésta: 1) valor de la
diversidad
cultural en sí misma, como manifestación de la creatividad
de la humanidad; 2) defensa de la diversidad cultural derivada del
derecho
a la propia cultura y de los principios de equidad y autodeterminación;
3) la diversidad cultural beneficia la adaptación de la humanidad
a los limitados recursos ambientales; 4) contrarresta las relaciones de
dependencia política y económica; 5) placeres estéticos
que proporciona la diversidad cultural; 6) estimula el intelecto; 7)
proporciona
un fondo de conocimientos sólidos para enfrentarse a los problemas.
Hannerz muestra la validez de estos argumentos, la porción de razón
que portan, pero revela también, a la par, las dificultades de las
que, no obstante, ninguno de ellos está totalmente exento.
Las anteriores indagaciones en torno a
la
homogeneidad y la variedad cultural en los actuales procesos de
globalización
conducen inevitablemente a la cuestión del mestizaje cultural, de
la formación de formas culturales híbridas. Este tema es
abordado en el capítulo sexto, «El regreso de Kokoschka»,
donde el autor defiende la capacidad de las metáforas procedentes
de la sociolingüística, frente a las procedentes de otros ámbitos,
como la biología o el arte, para comprender el mestizaje cultural;
y, además, insiste en la necesidad de atender a la interacción
entre Estado, mercado y formas de vida para comprender los sistemas
culturales
que se están configurando.
Ya en la segunda parte (Personas
),
donde la perspectiva se desplaza en algún modo hacia la dimensión
social, el capítulo séptimo, «¿El declive final
de la nación?», muestra y analiza las modificaciones que,
con respecto a la identificación nacional, han experimentado un
creciente número de determinados grupos de personas. En el capítulo
octavo, «Un Papa polaco entre los mayas: sobre comunidad y globalidad»,
estudia la clásica noción de comunidad contrastándola
con los procesos de globalización. En el noveno, «Cosmopolitas
y locales en la cultura mundial», retrata y analiza la visión
que de la experiencia de la diversidad cultural, considerada como un
valor
en sí misma, tiene un cosmopolita. Y en el décimo, «Problemas
en la aldea global: el mundo según los corresponsales extranjeros»,
explora la cultura de trabajo de los corresponsales extranjeros,
estableciendo
algunas comparaciones con la de los antropólogos y profundizando
en el papel que desempeñan al ejercer su función de describir
e interpretar el mundo para el público en general.
Como apuntamos, las ciudades ocupan un
lugar
clave en las conexiones transnacionales; de aquí que los cuatro
capítulos siguientes, y que conforman la tercera parte de la obra
(Lugares), tengan que ver con los núcleos urbanos. «El
papel cultural de las ciudades mundiales» (capítulo 11) muestra
cómo un conjunto de ciudades se han convertido en centros de la
ecumene global y los procesos comunes que lo han hecho posible. En
«Amsterdam:
ventanas abiertas al mundo en Bijlmermeer» (capítulo 12) dibuja
un retrato impresionista de la ciudad holandesa. En «Estocolmo: doble
mestizaje» (capítulo 13) describe y analiza determinadas lógicas
globales (conexiones con otros centros mundiales con los que comparte
formas
culturales transnacionales) y locales (diversidad cultural resultante
de
la presencia de inmigrantes de otros países y continentes) existentes
en la capital sueca, así como la intersección entre ambas
lógicas. Finalmente, en «Sophiatown: una visión a distancia»
(capítulo 14) se ocupa de la cultura mixta, nueva, vital e influyente
en otros lugares del mundo, que, a pesar del apartheid, surge
en
el legendario suburbio sudafricano.
Las temáticas que se abordan en este
libro son de interés y Hannerz contribuye a superar los planteamientos
simplificadores, por acríticos y maniqueos, que suelen copar el
debate sobre el fenómeno de la mundialización. Así
-por citar algún ejemplo-, por lo común se entiende la globalización
como homogeneización cultural, pero se olvida -lo que Hannerz se
encarga de recordarnos- que la globalización puede suponer y
posibilitar
también acceso a diversidades culturales antes inaccesibles o de
difícil acceso. Si ello es positivo, no obstante Hannerz pone de
relieve el carácter desigual (zonas que más bien se desglobalizan),
fragmentario (movimientos antiglobalización) y diverso (globalizaciones
diferentes) de las conexiones transnacionales.
Pero las cuestiones que estudia no las
plantea
bien y, luego, las acomete y desarrolla de manera muy superficial, con
un estilo y un enfoque más propios de la revista cultural que del
ensayo académico. Además, la obra padece una posmoderna lacra
que a quien modestamente reseña le resulta insufrible. El autor
dice, en la pág. 13 del libro, que los capítulos de éste
se han generado en un espacio autobiográfico. El problema es que
no se ve muy bien el interés de este espacio y que se extiende más
de lo aconsejable. El autor se empeña en hablar de él, de
su vida, de sus estudios, en un ejercicio de exhibicionismo posmoderno
en el que termina importando más el yo que el objeto de estudio.
Y lo peor no es que carezca de interés lo que nos cuenta, sino que
tanto protagonismo de las experiencias personales al final no conduce a
nada ni sirve para mucho. El libro se excede en anécdotas (de hecho
así las califica el autor), más de lo deseable y soportable
(al menos para quienes, como quien reseña, no sientan el más
mínimo interés por el chascarrillo etnográfico ni
por los viajes turísticos como modalidad de trabajo de campo), algunas
de ellas extraídas de contextos vacacionales y veraniegos (que algunos
tienen el sano privilegio de disfrutar durante algún período
del año), que no pasan de la superficialidad y la divagación
trivial y que en un ensayo antropológico quedan como impúdica
y vacua exposición de un yo, un contexto familiar y unas experiencias
de vida a la postre tan poco interesantes como poco ilustrativas. A mi
modesto parecer, Conexiones transnacionales es una obra dispar
que
no ofrece demasiado.
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Recensión
06
Salvador Rodríguez
Becerra:
Religión y fiesta. Antropología
de las creencias y rituales en Andalucía
Sevilla, Signatura, 2000, 295 págs.
Por José Luis Solana
Ruiz
El presente libro reúne -revisados,
modificados, refundidos y coherentemente organizados- un conjunto de
ensayos
publicados por su autor entre los años ochenta y mediados de los
noventa, cuyas referencias aparecen en la bibliografía. Ofrece una
visión de la religión y de la fiesta novedosa y libre de
tópicos, resultado de los trabajos de campo puntuales e intensivos
que el autor ha ido realizando a lo largo de su dilatada y feraz
trayectoria
profesional, y de una mirada distante y libre de prejuicios
ideológicos,
pero apasionada, sobre los fenómenos referidos.
Estudio distanciado, que no
desapasionado,
en el que, además, los fenómenos estudiados lo son en su
profundidad histórica; perspectiva ésta, la histórica,
imprescindible para una correcta y suficientemente significativa
comprensión
de la religiosidad popular.
Consta de una introducción, cinco
capítulos
y una bibliografía.
En la Introducción, tras mostrar cómo
la fiesta es una de las ocasiones privilegiadas, evidentemente no la
única,
en la que la religión se expresa más claramente, realiza
un recorrido histórico por los estudios antropológicos sobre
las fiestas religiosas en Andalucía, al final del cual sugiere nuevas
vías para su estudio.
En el capítulo primero, comienza
abordando
el concepto de religiosidad popular (sintetiza en diez puntos las
características
definitorias de ésta), para ocuparse, luego, de las creencias y
supersticiones, destacando aquí la importancia de la devoción
a la Virgen en la religiosidad popular andaluza, y la Semana Santa y
las
romerías como expresiones fundamentales de la religiosidad popular
andaluza. Finalmente, señala presupuestos metodológicos y
técnicas de investigación para el estudio de la religiosidad
popular, ofreciendo (págs.55-61) en forma de esquema una elaborada
y útil guía básica tanto para la investigación
de la religiosidad popular como para la recogida y organización
de los datos y materiales en relación a ésta.
Rodríguez Becerra entiende la relación
con el ámbito de lo sagrado, de los seres sobrenaturales, como «el
centro de la religiosidad» (pág.53), lo que en modo alguno
le hace obviar la interacción del subsistema religioso con el resto
de subsistemas socioculturales (economía, sistema político,
medio ecológico, etc.) y las influencias que éstos ejercen
sobre aquél.
En el segundo capítulo («Formas
de la religiosidad popular»), dedica, en primer lugar, un bloque
a la curación mágico-religiosa (la creencia en la intervención
de los seres sobrenaturales en el curso de las enfermedades). Luego,
otro
a las promesas y los exvotos, donde valora estos últimos como fuente
histórica y cultural, a cuyos efectos agrupa los exvotos en narrativos
(cuadros y documentos) y simbólicos (aquellos que en razón
de su objeto material representan o simbolizan toda una acción
milagrosa
o portentosa). Finaliza con un conjunto de planteamientos metodológicos
para un análisis comparativo de los exvotos, en los que apunta la
necesidad de prestar atención a las actitudes ante los exvotos,
así como a los significados y las funciones de éstos, en
las distintas culturas. Lo anterior conlleva la necesidad de recurrir
al
método comparativo y para guiar esas posibles comparaciones
proporciona,
sin pretensión de exhaustividad, un esquema (págs.93-95)
que sin duda nos permite afinar la observación y precisar el análisis.
Bajo la rúbrica «Las fiestas
en la religiosidad popular», el capítulo tercero describe
distintas fiestas (como la del Corpus, las cruces de mayo, las fiestas
taurinas, el carnaval), la mayoría de ellas relacionadas con la
religiosidad popular, narra su evolución histórica, analiza
sus significados, expone las distintas actitudes hacia ellas y debate
distintas
interpretaciones que de ellas se han realizado, expone sus funciones y
objetivos. Atiende a la evolución histórica del significado
de las distintas fiestas estudiadas, evitando incurrir en el error,
cometido
con frecuencia, de establecer ahistóricamente un significado permanente
e invariable en el tiempo.
«Toda religión -escribe Salvador
Rodríguez- es fundamentalmente una relación entre los hombres
que buscan protección y satisfacción para sus necesidades
y los seres y fuerzas sobrenaturales.» (pág.163). Partiendo
de esta constatación, el capítulo cuarto se ocupa de distintos
rituales y fenómenos religiosos concernientes a las relaciones que
las comunidades establecen con sus protectores sagrados. Los
santuarios,
los milagros (como el del toro de San Marcos, en relación al cual
indaga los orígenes, la evolución y la geografía de
su ritual, y los mecanismos de difusión del culto), las devociones
(como la devoción a la Virgen de Gracia) y las romerías (como
las de la Virgen de la Cabeza en Andújar y la del Rocío,
sobre la que indaga qué ha motivado el crecimiento continuado de
hermandades y ha disparado la afluencia masiva de visitantes), son los
fenómenos religiosos que estudia.
Una panorámica de los rituales andaluces
en torno a la muerte existentes hace un siglo y una explicación
de sus sentidos y funciones, es lo que se nos ofrece en el capítulo
quinto y último del libro. Para ello utiliza como fuente documental
información proveniente de las respuestas dadas a la conocida como Encuesta
del Ateneo de Madrid (1901-1902). Describe y analiza los rituales
mortuorios
en Andalucía, agrupados en fases cronológicas y consecutivas
(agonía, mortaja, velatorio, entierro, cementerio extramuros, pésame).
Es de agradecer los útiles Índices
que, tras la Bibliografía, incluye el libro, una muestra más
del cuidado y la esmerada edición con la que Signatura presenta
sus libros, en especial los de la colección Demos, a la que
pertenece la obra que aquí reseñamos.
Nos encontramos ante un libro rico,
tanto
desde la perspectiva teórico-metodológica, como desde el
punto de vista etnográfico (descripciones vívidas y precisas
de las fiestas y de los fenómenos de religiosidad popular estudiados).
Un libro apto y muy aconsejable tanto para especialistas (que tendrán
a su disposición los resultados de una de las trayectorias de
investigación
en religiosidad popular más ricas y serias del panorama antropológico
nacional), como para estudiantes (que tienen en este libro una
introducción
clara y precisa a la religiosidad popular) y para el público en
general, para quienes deseen aprender y comprender las fiestas
religiosas
más importantes en las cuales muchos de los potenciales y disfrutadores
lectores de esta obra a buen seguro participan anualmente. Para lograr
este «tres en uno», al que tantos escritores aspiran o aspiramos,
hace falta mucho saber y mucho oficio, saber y oficio de los que,
precisamente
y como es sabido, la maestría de Salvador Rodríguez está
bien repleta.
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Recensión
07
Isidoro Moreno:
Las hermandades andaluzas. Una aproximación
desde la antropología
Sevilla, Universidad de Sevilla, 1999 (2ª
ed. ampliada), 195 págs.
Por José Luis Solana
Ruiz
La Universidad de Sevilla ha tenido a
bien
reeditar Las hermandades andaluzas de Isidoro Moreno. El libro
se
reedita con ligeras correcciones y ampliaciones, sobre todo en las
notas
a pie de página, para su puesta al día y con un epílogo
donde se intenta explicar el porqué de la vitalidad actual en Andalucía
de las hermandades y las manifestaciones festivas populares que se
desarrollan
en torno a celebraciones religiosas.
Hasta la publicación de este libro
hace aproximadamente veinticinco años (en 1974) el tema de las
hermandades
andaluzas había sido desatendido, por considerarlo un tema «menor»,
por el análisis y la investigación académica, siendo
abordado solamente por historiadores, eruditos y literatos.
El libro fue descalificado tanto desde
la
izquierda dogmática como desde los ámbitos conservadores
y tuvo algunas dificultades para ser publicado por la Universidad de
Sevilla.
Tanto los sectores conservadores como los progresistas habían rehuido
el análisis y la investigación social de las hermandades
y cofradías. En el primer caso, por considerarlo sin más
un asunto religioso sobre el que lo que hubiese que decir se juzgaba
competencia
exclusiva de la autoridad eclesiástica. En el segundo, porque, a
partir de la consideración marxista de la religión como opio
del pueblo, las hermandades, como fenómeno religioso, sólo
podían tener una significación y una función reaccionarias.
Isidoro Moreno desestimó críticamente
esos dos ideologizados posicionamientos y se situó más allá
de ellos para indagar las funciones y los significados profundos y
estructurales
de las hermandades y, de modo más concreto, la relación de
éstas con las estructuras sociales y los sistemas simbólicos
de las sociedades locales y de la propia Andalucía.
A diferencia de lo que ha sucedido en
otras
regiones españolas, en Andalucía siguen existiendo un importante
conjunto de hermandades o cofradías. Estas asociaciones de carácter
religioso no constituyen meras supervivencias de otros tiempos ni
carecen
hoy de significación social importante, sino que poseen una serie
de funciones y significados decisivos para entender la estructura
social
y la cultura andaluzas. Conforman un conjunto de experiencias
simbólicas
relacionadas, de diversas maneras, con la estructura social; expresan a
nivel simbólico los conflictos y mecanismos de integración
existentes entre las clases y los grupos sociales en Andalucía.
Siguiendo a Lévi-Strauss, Isidoro Moreno
parte de la distinción entre modelos explicativos conscientes e
inconscientes, que aplica a las hermandades. Además de esta distinción
(que lleva aparejada la diferenciación entre funciones estructurales
y manifiestas), cree necesario atender a la distinción entre enfoque etic
o estructural y enfoque emic o más bien subjetivo, y
privilegiar
el primero sobre el segundo. Define, luego, el campo semántico de
los términos hermandades y cofradía .
Los fines religiosos explícitos de
las hermandades son sentidos por los cofrades (a nivel emic,
subjetivo)
como las principales -e incluso las únicas- funciones de esas
instituciones.
Pero desde un enfoque estructural las funciones manifiestas no son
esenciales,
sino adjetivas. Desde «una óptica socio-antropológica»
lo relevante son las funciones latentes de las hermandades, a partir de
las cuales el estudio de las cofradías permite acercarnos a la
estructura
social.
Para acceder al modelo inconsciente del
sistema
de hermandades, a partir del cual puedan entenderse las funciones
profundas
de cada una de las hermandades, utiliza tres criterios fundamentales
(el
grado de apertura o exclusivismo de la asociación, el tipo de
integración
de los componentes de la hermandad y el nivel de identificación
simbólica que la hermandad representa para el colectivo en ella
integrado) a partir de cuya combinación propone una tipología
de las hermandades: abiertas/cerradas, horizontales/verticales y
grupales,
semicomunales, comunales y supracomunales.
La combinación, tomando como base el
nivel de identificación simbólica que represente una hermandad,
de los tres criterios anteriores da lugar a 16 tipos de hermandad (se
trata
de tipos teóricos ideales algunos de los cuales no se dan efectivamente
en la realidad): hermandades gremiales, étnicas (como las de negros,
estudiadas por Isidoro en su magnífico La antigua hermandad de
los negros de Sevilla. Etnicidad, poder y sociedad en 600 años de
Historia), patrimoniales y de socorros, de clase, de barrios, de
centro,
semicomunales, comunales, supracomunales (como la de la Virgen del
Rocío
y la de la Virgen de la Cabeza en Andújar).
Isidoro Moreno estudia y describe todos
estos
tipos de hermandades, atendiendo sobre todo (lo que es el objetivo
principal
de su análisis) a sus relaciones con la estructura social. Es realmente
fascinante el modo como va revelando el reflejo de la estructura social
en los distintos tipos de hermandades.
Tras la elaboración de una tipología
de hermandades, Isidoro Moreno se enfrasca (a partir de la pág.
142) en descubrir y caracterizar sistemas de hermandades. Es
decir,
pasa del análisis de cada hermandad en sí misma al análisis
de los sistemas que pueden componer en cada pueblo o ciudad concretos
las
hermandades existentes.
Este estudio lo aborda relacionando los
sistemas
de hermandades con la estructura social, relación que en modo alguno
plantea como determinista o mecanicista (conviene subrayar esto, pues
ha
sido una de las desacertadas críticas que algunos autores han realizado
al libro): «el sistema de hermandades existente en cada sociedad
local no responde mecánicamente a sus condiciones económico-sociales
ni cambia automáticamente en la misma dirección y con igual
velocidad que éstas. Como perteneciente a los niveles social y
simbólico,
el sistema de hermandades en su conjunto, o algunas (o varias) de sus
hermandades
componentes, pueden responder a situaciones infraestructurales ya
periclitadas,
ser fruto de condiciones históricas que ya no son hoy operativas»
(pág. 143).
Seis son los sistemas locales de
hermandades
que establece y estudia: de hermandad comunal única, dual estricto,
dual con hermandad comunal, dual con hermandades grupales y/o
supranacionales,
con/sin hermandad patronal, grupal estricto y grupal con hermandad
comunal,
con/sin hermandad supracomunal.
Como dijimos al comienzo, la reedición
de la obra que nos ocupa incluye un Epílogo (págs. 151 ss.)
donde Isidoro Moreno, tras exponer una serie de planteamientos
teórico-metodológicos,
acomete la cuestión de cómo puede explicarse el actual e
importante auge en Andalucía de las hermandades y los rituales
religiosos
populares, cuando la participación de los andaluces en los rituales
religiosos oficiales es más bien baja y cuando en Andalucía
se han establecido con suficiencia los procesos de secularización
e incluso de laicismo propios de la modernidad.
Para responder a esta cuestión, comienza
rechazando, con contundentes críticas, la tesis de que la vigencia
y popularidad de las hermandades, las procesiones, romerías y otras
fiestas se deban a «la fuerza de la tradición». Para
Isidoro Moreno, los procesos rituales festivos populares existentes hoy
en Andalucía -la Semana Santa entre ellos- no pueden ser explicados
mediante su oposición a la modernidad (por sus supuestos rasgos
«tradicionales»), sino que sólo pueden ser explicados en
la modernidad: es «el tipo específico de modernidad existente
en la Andalucía de nuestros días, y no su ausencia o la supuesta
pervivencia del mundo "tradicional", lo que está en la base del
actual auge de las hermandades y de los rituales religiosos populares»
(pág. 159).
Muchos estudios de los fenómenos
socioculturales
de la contemporaneidad y, de modo más concreto, de los temas estudiados
en la obra que reseñamos, se encuentran lastrados por dos falsas
presuposiciones que desenfocan su análisis. El primero, la
consideración
de que la modernidad equivale necesariamente a homogeneización
cultural.
El segundo, la creencia de que existe una relación directa entre
modernidad y secularización.
Con respecto a la primera presuposición,
no cabe duda de que con la modernidad y el proceso de mundialización
a ella ligado se ha producido una cierta homogeneización en diversos
aspectos de la vida social y cultural. Pero Isidoro Moreno llama con
tino
la atención sobre cómo junto a estos procesos de homogeneización,
y en gran parte como reacción a los mismos, han acontecido y acontecen
también dinámicas de aparición, reconstrucción
y acentuación de las identidades étnicas y de las identificaciones
colectivas a través, por ejemplo, de referentes religiosos.
Por lo que a la segunda de las dos
anteriores
presuposiciones se refiere, según el autor no es cierto que la
modernización
suponga necesariamente secularización. Lo que, según Isidoro
Moreno, caracteriza a la modernidad no es la pérdida de lo sagrado,
sino más bien una fragmentación de lo sagrado que se ha descompuesto
en una pluralidad de sacralidades. Lo que durante la modernidad se ha
ido
produciendo no es un proceso de secularización, sino más
bien un proceso de laicismo, esto es, de debilitamiento del papel
social
central de la religión como instancia de reproducción social.
Quienes equiparan secularización y
laicismo -señala Isidoro Moreno- parten de una falsa equivalencia,
de una confusión conceptual, entre lo religioso y lo sagrado, a
partir de la cual deducen erróneamente que la crisis de la religión
en muchas conciencias individuales y su pérdida de centralidad en
la reproducción social significan una desacralización (secularización)
de lo social.
Lo que ha ocurrido en realidad es una
progresiva
penetración en el ámbito de lo sagrado, es decir, de los
Absolutos Sociales, de elementos (ideas, valores, objetivos, normas) no
religiosos, pertenecientes al ámbito laico, y que de este modo se
sacralizan. Constituye un grave error equiparar lo religioso y lo
sagrado,
oponiéndoles lo secular o laico, del mismo y erróneo modo
también equiparados. Frente a estos solapamientos confundentes,
considera necesario diferenciar lo sagrado de lo religioso y,
paralelamente,
lo secular y lo laico; es decir, «establecer un doble eje de
coordenadas:
el eje sacralidad versus secularidad y el eje religión versus
laicismo» (pág. 164).
En línea con Durkheim, Isidoro Moreno
entiende el ámbito de lo sacralizado como el de los absolutos
sociales. En términos de realidad social, se sacralizan las ideas,
los valores, las normas y los objetivos que funcionan como pilares de
la
reproducción social y que confieren sentido último a la existencia
social de los individuos, movilizándolos emocionalmente. En las
sociedades occidentales, con el proceso de modernización se ha ido
debilitando la función sacralizadora de la religión, y otras
instancias como el Estado, la Razón o la Historia han ocupado o
intentado ocupar la centralidad de lo sagrado, se han sacralizado, se
han
convertido en absolutos sociales. En nuestros días, y con el
neoliberalismo
como doctrina socioeconómica imperante, es el Mercado lo que ocupa
esa centralidad sagrado.
A partir de todos estos planteamientos
conceptuales
y metodológicos sobre las identidades e identificaciones colectivas
y sobre el ámbito de lo Absoluto, de lo sagrado, aborda la respuesta
a la cuestión de por qué en Andalucía, en contraste
con lo que sucede en casi todo es resto de Europa, las hermandades y
los
rituales religiosos se han mantenido e, incluso, han prosperado.
Para entender el mantenimiento y el auge
de
los rituales festivos en Andalucía, Isidoro Moreno juzga imprescindible
atender en especial a su inserción en el ámbito identitario,
percatándose de cómo estos rituales «representan, sobre
todo, contextos y ocasiones donde se afirman, reproducen y redefinen
identidades
e identificaciones colectivas.» (pág. 177). El actual auge
de las hermandades y los rituales festivos religiosos populares en
Andalucía
no se explica en función del grado de profundidad y de adscripción
de los andaluces a las creencias y prácticas religiosas, sino en
virtud del «juego dinámico de la producción-reproducción
de identidades e identificaciones colectivas» (pág. 180).
Las imágenes religiosas y los rituales
festivos populares de carácter religioso han pasado por un proceso
de secularización y desacralización y han sido resignificados
como símbolos de identificación, como referentes de identificación
de colectivos diversos (barrios, pueblos, comarcas, etc.) que, a través
de ellos, se constituyen en «comunidades imaginadas». Para
la mayoría de los andaluces, las vivencias y la participación
en hermandades, en la Semana Santa o en otras fiestas en torno a
imágenes
y otros referentes religiosos tienen como principal motivación o
"utilidad" la de reproducir y experimentar el «sentimiento de formar
parte de un determinado nosotros colectivo -de una comunidad
imaginada -» (pág. 185). El hecho de que en el mundo occidental
de hoy la religión funcione como una «religión a la
carta», en la que hay una adhesión selectiva a las doctrinas
y dogmas religiosos, así como una observación igualmente
selectiva de las prácticas religiosas, favorece la redefinición
de los significados de las imágenes religiosas y la refuncionalización
de instituciones y asociaciones religiosas, como las hermandades, que
se
han convertido en referentes y contextos de identificación colectiva
para individuos y grupos sociales para los cuales la dimensión
religiosa
no es fundamental o especialmente significativa. Además, la pertenencia
a hermandades, cofradías y otras asociaciones semanasanteras es
un modo de contrapesar el aislamiento individualista que conlleva el
proceso
de modernización.
En conclusión: feliz y necesaria
reedición
de todo un clásico de la antropología andaluza, en el que
su autor dio y da buenas y ejemplares muestras de su capacidad para
gestar
un aparataje conceptual con el que analizar y explicar los fenómenos
socioculturales estudiados (las hermandades andaluzas en este caso);
para
resignificar operativamente conceptos heurísticos (modelo estructural,
etic/emic, entre otros: interesantísima su lograda integración
entre el estructuralismo lévi-straussiano y el materialismo cultural);
y para conjuntar descripción etnográfica con teoría
antropológica.
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Recensión
08
Carmelo Lisón
Tolosana (ed.):
Antropología: Horizontes interpretativos
Granada, Universidad de Granada, 2000, 233
págs.
Por Enrique Anrubia
En mayo de 1999 se reunieron en el Centro
de Investigaciones Etnológicas Ángel Ganivet de Granada
una serie de seleccionados académicos y estudiosos de la antropología
con el fin de mostrar y aclarar cuál era el momento actual de la
antropología en relación con su posible talante interpretativo
de ciencia social. Uno de los resultados de esas discusiones o
seminarios
es este libro -otro, anterior a éste, sería la edición
de Antropología: horizontes teóricos editado por la
misma casa-.
Desde la materialidad literaria son diez
los
artículos incluidos, desde el criterio autorial son diez, también,
los autores, y, a grandes rasgos, desde la más estricta taxonomía
gnoseológica, son dos las partes del libro. A muy grandes rasgos,
pero con bastante tino, los artículos pueden distinguirse entre
los que reflexionan sobre la idea de "interpretación" -con sus
ancestros
y su progenie- y los que se inician con un acto interpretativo que
versa
sobre objetos de estudio en el campo, sobre la aplicación de la
"interpretación" a subdisciplinas antropológicas, etc.
En el segundo grupo se encuentran los
capítulos
de Fernández de Rota -"Interpretación antropológica
y economía"-, González Alcantud - "Interpretar y deconstruir
el sentido y la acción política- , el de Andrés Barrera-
"Identidades, lenguas, ideologías. Una interpretación desde
la antropología"-, o el del británico Benthall -"Interpretando
el movimiento islámico actual..."-. Éste último pone
de manifiesto la inexactitud de la conveniencia de su inclusión
en un libro con semejante título; dice Benthall: "El profesor Carmelo
Lisón Tolosana me pidió que hablara del fundamentalismo islámico
dentro del marco de un simposio sobre interpretación. Algo bastante
incongruente ya que los fundamentalistas por definición, no creen
en la interpretación. No obstante, he tratado de combinar lo dos
términos" (p. 59). Efectivamente, es en este sentido cuando se le
pueden achacar dos cuestiones a estos cuatro artículos dentro del
marco teórico del libro. En primer lugar, estos cuatro artículos
no se presentan como estudios hermenéuticos, sino como acciones
interpretativas, rozando casi la incomprensión por parte del lector
cuando se pregunta qué aportan de novedoso a la cuestión
interpretativa. En el mismo plano, y en el mismo "sentido" -palabra muy
hermenéutica ella-, pueden resultar artículos interesantes
para los lectores que, más que querer saber sobre hermenéutica,
estén interesados en los temas tratados. El problema metodológico
visible, y esta es la segunda puntualización, es que denotan un
esquema teórico más bien exiguo de qué se entiende
por Hermenéutica, justificado, claro está, por la elección
del contenido. La importancia del tema tratado, (economía, identidad
colectiva, islamismo, etc.), convierte a la noción bascular de
interpretación
en un subtema o en una mera adición que incluso a autores como Benthall
no dejan cuanto menos de sorprenderle en un primer momento. A pesar de
todo, los subtemas gozan de interés en ciertos aspectos.
Respecto a los otros seis artículos:
En "Narratividad, comprensión e
Interpretación"
Ana Rivas muestra algunos planteamientos de la obra de Ricoeur para
aplicarlos
a objetos narrativos que, según su parecer, el filósofo francés,
se ha olvidado explicar o subsumir bajo sus tesis. Así su finalidad
no es otra que "explorar y localizar las posibilidades y niveles
narrativos
de textos que aparentemente nada tienen de narrativos como fragmentos
de
conversaciones, inscripciones murales, pintadas o graffitis, a
partir
de su comparación con aquellos relatos, como leyendas religiosas,
que mejor se ajustan a los cánones de la narrativa" (pp. 76-7).
En el mayor o menor logro de su comparación, siempre amena en cuatro
o cinco líneas, quizás Ana Rivas se olvida de un pequeño
famoso artículo de Ricoeur sobre "La acción como texto" de
finales de 1960 respecto a qué entiende Ricoeur por texto.
Decididamente,
texto no desconocido para el padre de la hermenéutica cultural,
Geertz para más señas, que lo "re-cita" en sus dos artículos
más conocidos, "descripción densa" y "juego profundo". Seguramente
un pequeño desliz, que no desautoriza el artículo del todo.
Gaspar Mairal, inicia un periplo teórico
a partir del la idea de Geertz del "estar allí" del etnógrafo
para recalcar el papel fundamental que juega la memoria en el acto
literario
del antropólogo en su "estar aquí" -término este último
que se le olvida mencionar a Mairal-.
"Trabajo de campo, emociones e
interpretación"
de Isabel Jociles, es una reduplicación, que no plagio, de los famosos
temas posmodernos de la influencia del factor afectivo en el trabajo de
campo. Así, vuelven a escena -después de más de treinta
años- los novedosos cuadernos de Rabinow y la saga posmoderna, en
la actitud de lo que se ha venido a llamar los hijos de Malinowski.
Jociles
viene a resaltar la importancia de los afectos desde distintos puntos
de
vista -todos ellos también muy novedosos, en la década de
los 70-: del actor, del antropólogo, de los "observados", etc. y
sus "efectos interpretativos".
Álvarez Munárriz hace pivotar
su artículo sobre dos tesis. La primera, las más extensa
del artículo, es la cartografía de algunos de los distintos
"sentidos de 'sentido'" apelando siempre a un "sentido de la vida"
desde
varios enfoques -metafísico, vital, social, religioso, lingüístico,
etc.-. La segunda es el intento mínimo de una articulación
entre las nociones a-históricas, estructurales y universalistas
del ser humano y las de corte más historicista o variable.
El artículo de Ricardo Sanmartín,
"Valer y conocer", merece una mención aparte. A grandes rasgos el
autor pretende mostrar como los valores no son meramente un objeto de
estudio,
sino también una forma de conocimiento, incluso por parte del
investigador.
O dicho de otro modo, que no hay conocimiento sin valor o valor sin
conocimiento.
Dejando de lado muchos detalles muy interesantes y dignos de mayor
diálogo,
la parte más atrayente resulta la manera no estrictamente dialéctica
en la que el autor muestra la posibilidad del conocimiento del Nosotros
respecto de los Otros en el ámbito axiológico, y no
al revés. Quizás se eche de menos algunas referencias, tanto
en la parte de la jerarquía de los valores como en la parte de su
estatuto social y "ontológico", una lectura de la escuela
fenomenológica
alemana de principios del XX, autores como Scheler o Hartmann, que dan
una visión distinta a la sociología de los valores de Weber
o de Schutz, posteriormente.
Cierra el libro, como también lo abre,
un artículo de Lisón Tolosana, quizás más con
un afán de justificar el libro que de explicar algo concreto. Su
estilo literario es digno de ser caracterizado. A este respecto, cabe
reprobar
a Lisón, como editor del libro, la cantidad de erratas que hay en
el libro -incluso en su artículo Velázquez queda cercenado
en un "Velázque" (p. 218)-, así como la arbitrariedad del
forma de citar, libre en cada capítulo, o citas de libros que no
aparecen en la bibliografía (p.154), o páginas entre paréntesis
que no se sabe muy bien a quien están citando por ausencia de año
o autor, o al revés autor y año detrás de una cita
pero sin la página (p. 13). Como editor, responsable es. Quede pues
dicho.
A modo de resumen, este libro se
presenta
como la última novedad de lo que los antropólogos socioculturales
saben sobre la noción de "interpretación" o sobre cómo
se "interpretan" distintos aspectos de la realidad social. En este
sentido
se presenta como un libro altamente especializado y recomendado a todo
alumno que esté a punto de iniciar su andadura por la licenciatura
en antropología.
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Recensión
09
José Saramago:
La caverna
Madrid, Alfaguara, 2001.
Por José Luis
Rodríguez
Regueira
Hoy llueve en París, pero Julio y
Mahanmed
siguen ensimismados en lo suyo, ya que hoy, como desde siempre, creen
estar
muy cerca de llevar a buen puerto ese ansioso retorno desde el Centro.
Nuestra historia se remonta muy atrás en el tiempo, posiblemente
al tiempo mismo, y nos habla siempre de lo mismo, de poder y de
imaginación,
de grandes dioses y de simples hombres. Hace mucho, muchísimo tiempo
un héroe partió de Itaca en busca del conocimiento, dejando
atrás su familia y todo aquello que le ligaba al Centro, llegando
hasta los mismísimos confines del mundo. Ahí a lo lejos,
al margen de las reglas del juego que marcaba su civilización, el
magnetismo del Centro al que pertenecía apenas tenía fuerza
y, por ello, debía ingeniárselas en descubrir nuevos modos
de superar la pruebas que el destino ponía en su camino. Y es así
como, lleno del conocimiento que le había procurado lo desconocido,
inicia su viaje de vuelta al mismo Centro del que partió, equipado
con nuevas experiencias que hacian de su mundo conocido de siempre algo
diferente. La historia está plagada de viajes que unas veces buscan
hallar ese Centro y otras veces simplemente escapar a él. Al igual
que Ulises, en algunos casos haremos uso de la imaginación para
acercarnos a él y en otros para no rendirnos a su fuerza. En su
búsqueda partieron Santa Teresa de Jesús, o San Juan de la
Cruz, y todos los místicos que desoyendo las voces de la ley que
prohibían ese acceso solitario al Centro osaron arriesgarse y preñarse
de su presencia. Siendo San Agustín posiblemente el más pesimista
de toda una remesa de autores que creen que el Centro es la Ley, un
principio
que nos atraviesa también a los hombres en lo profundo de nuestro
ser y nos somete al mismo principio por el que está regido el resto
del universo. Bien es cierto que siempre hubo aventureros que
intentaron
escapar a ese principio de mismidad al que había quedado reducido
el mundo y los hombres que lo habitaban, pero entonces, como rezan
nuestros
abuelos, eran otros tiempos, y nuestros aspirantes a Ulises, con toda
la
parafernalia castrense con que les había imbuido la tradición
romana, participaban de una concepción diferente del espacio público
-no abierto a la retórica- que ya no les permitían tutearse
con los Dioses, quedando atrapados en una versión monoteísta
del mundo. Pero Dios deja paso a la razón, o al menos a las razones
de dios con las que el protestantismo reta a la institución. Muestra
de ello es ese gran clásico de la literatura de viajes que es
Frankenstein,
y que nos relata como un médico se encierra en su laboratorio en
busca de las profundidades de la moral, debatiéndose entre la vida
y la muerte en su reto a la Ley de Dios. Nuestro Dr. Frankenstein llega
a poner tanto empeño en el tema que encuentra lo que buscaba, no
sólo eso, sino que acaba por destruirse él mismo en dicho
descubrimiento, pues si su punto de partida era la búsqueda de la
vida y por ello retó a su contrario, la muerte, lo que había
encontrado era ese sin sentido que escapaba a la ciencia, la moral como
límite a la vanidad del hombre, como espacio sagrado que establecía
el monoteísmo para fijar los límites a esas pretensiones
de verdad de la humanidad. Decir que la autora de tan apasionante
relato
era protestante, y que de libre-interpretaciones y de límites a
las mismas seguramente debía saber lo suyo. Al tomar conciencia
de los que había hecho, Frankenstein intenta conciliar el sueño
como si nada hubiese ocurrido, esperando que al despertar nada quedará
de sus pretenciosos planes y menos de la ejecución de su proyecto.
Pero ahí estaba ese monstruo al que había concebido, ese
pedazo de carne mal cosida a la que él irónicamente quiso
llamar vida tan sólo hacía unas horas.
Retazos, nada más que retazos sin genio,
como las novelas de Lucía Echevarria y las películas de Amenabar
según la crítica de la razón. Fragmentos de otras
vidas, o de otros autores, utilizados oportunistamente con un fin
vanidoso.
Y es que, Sr. Amenabar, donde está el alma en sus películas
le acusa Sergi Sánchez, crítico del Cultural. Sin duda, como
nuestro Frankenstein, señores con oficio pero sin genio, pues tal
está en la relación, en la conexión entre lo que uno
hace y su legal re-conocimiento por el monoteísmo, de su participación,
de su soplo divino, ahora convertido en aires altaneros de
intelectualidad.
Aunque, y es que igual soy demasiado inexperto para hacer de guía,
creo que hemos tenido un cortocircuito, pero no desconfíen de mí,
ya que les puedo asegurar que todos los monoteísmos son iguales,
y el de la razón no tiene porqué ser diferente. Pues bien,
resulta, según Frankenstein, que al Centro hay que dejarlo como
está, ¡que las reglas que ha sancionado Dios no las rompa
el hombre!, y como un matrimonio más el hombre debe dejarse guiar
por ese farero de lo social llamado institución. Pero claro, nuestra
Mary Shelly, tuviera o no una aventura con Lord Bayron, y lo que menos
importa es la tendencia sexual de este último, vivía en un
tiempo en el que se estaban consolidando los límites de los nacientes
Estados-nación, confinando dentro de sus fronteras a la razón
y a la institución como armazón sobre el que unificar y regir
estos nuevos entes -naciones-, y así cada cual con lo suyo, con
"su" historia, "su" paisaje y hasta con "su" culto. Muy bien Mery, su
ensayo
es un perfecto equilibrio entre la imaginación y la fe en la razón,
en que además su participación en esa creencia en el progreso
no evita que tema esa ambición del protagonista de su novela, quien
deslumbrado ante tanto optimismo se olvida en última instancia que
una nación también fija fronteras a su territorio. Posiblemente
lo que usted no tenía en cuenta, en tanto que señorita de
clase acomodada, es que dentro de ese espacio publico dentro del cual
la
razón y Dios podían convivir, también estaban amamantando
un monstruo llamado capitalismo que a medida que creciera pediría
más. Ya en su día Adam Smith dio sus vueltas para que dejaran
hacer al bichillo, que a diferencia de lo que proponían quienes
le ganaron en esta polémica, considerando posiblemente a la criatura
como a uno de esos "Emilios" a los que alude Rousseau -de hecho el más
rojo de los que ganaron- y a los que había que dejar hacer, según
él, para que fueran llegando por sí mismo a la razón,
pues Rousseau, aunque más creativo que el resto de sus colegas
ilustrados,
sabía que verdad no podía haber más que una y ésta
lo podría todo. Así que Mery Shelly, y los que creían
en el racionalismo ilustrado podían estar tranquilos, ya que habían
encontrado la solución: a Dios le llamarían sociedad, pues
quienes mandaban ahora habían decidido que no tenía mucho
sentido mantener el culto al mismo Dios al que lo habían hecho quienes
les precedían, aunque, y por eso Mary puede respirar aliviada, habían
plagiado sus mitos y sus rituales, poniendo en lugar de las Sagradas
Escrituras
a las Cartas Magnas, y en lugar de la fe en Dios la confianza en la
razón
y en el Estado como espacio institucional que los ilumina con su
sapiencia
y fija sobre ellos un pedacito de su Ser, pues el alma ahora reside en
la ciudadanía y en la educación.. Pero, y a pesar del optimismo
inicial, el bichito se haría grande y no tendría bastante,
y algo así resume la primera guerra Mundial, y como consecuencia
de ésta lo que ocurrió en la segunda, incluidos a los japoneses
que criaron de manera tan asombrosa a su criatura que en cuatro días
quiso darle guerra a sus hermanos mayores. Y es así, y dado que
un padre es capaz de dar la vida por su hijo, como recuperamos nuestro
enunciado inicial, sometiendo a prueba nuestra paternidad, ¿la razón
y la imaginación deben someterse a los caprichos de la criatura
o bien volvemos a los dichosos límites?. Así, mientras el
mundo progre vuelve y se deja llevar por esa educación roussoniana
puesta de moda por Erich From en la que hay ir más allá de
la frontera, otros bombardean con Nepal y gas mostaza a las pobres
desgraciados
que se resisten a ser pasto del Capitalismo. Y así tiene suceso
ese eterno retorno sobre lo mismo, la cuestión del poder. El viaje
de Ulises no había enseñado nada a la civilización
intelectual, no les había hecho ver que sólo si los dioses
quieren puedes jugar, y los dioses no estaban para juegos y por eso se
hicieron monoteístas.. Que más allá de los límites
todo debe acabar en tragedia, como enseñan con sus mitos ejemplares
los clásicos. No hay lugar para los héroes solitarios. Mary
Shelly tenía razón y toda una generación observa estupefacta
lo que sus padres son capaces de hacer para mantener el imperio de la
razón,
ahora mucho más brutales que nunca el Argelia y Vietnam, como quien
sabe que esto se acaba y hay que tirar el último cartucho, y como
bien retrata Francis Ford Coppola en Apocalipsis Now se abre fuego
sobre
todo, apelando a la razón con música Wagneriana para destruir
al mundo, pues sólo sobre el desierto podrá la razón
volver a retomar su posesión y control. Pero ya nada será
como antes, los jóvenes han perdido la fe en la religión
de sus padres y buscan sus Utopías en la imaginación, si
bien recibiendo en el camino hacia ella los palos con los que la
autoridad,
en el 68 la gendarmerie y en la Plaza de Cataluña la policía
Nacional, al servicio del orden y de la razón les obsequia en su
empeño de negarse a perder el Control. La vida, Mery, ya no puede
estar sometida a los límites de una moral institucionalizada, pues
ésta y el mundo racionalista que sostiene nos aporrean y nos matan
con gas mostaza. Así que para muchos Dios ha muerto. Y lo han matado
con sus pistolas, con sus fuerzas de contención y por eso nos
abandonamos
a la transgresión, al pecado por el pecado, al ir tirando y no depender
de ese soplo divino, convirtiéndonos así en Frankensteins
o monstruos para el sistema, y es que si nuestra fragmentariedad y
estilo
de vivir no tiene alma, quizás es porque ustedes con sus razones
y sus maneras de hacérnosla entrar a palos han acabado con nuestra
fe. Y es que como nos enseña Mary Shelly la creación vuelve
sobre sí misma, y lo que fue concebido en el terror y el odio pasará
factura a su creador para hacerle revivir en sus carnes esa misma
relación
que le une a él. Así que nos abandonamos al pecado de la
inconsistencia. Y así, desa-r-l-mado, cualquier día uno de
nosotros, yo mismo, me convierto en un Marcial cualquiera, en uno de
esos
guardias de seguridad que trabajan para las empresas privadas, ya que
al
menos la autoridad allí viste de neón y no te llama con silbatos
para luego arrearte porrazos, y si así hemos creado otro Dios, un
dios hueco o vacía, ese al que llaman consumo, ustedes dirán,
ya que por algo fueron sus tutores, porqué ese bicho al que alimentaron
con muerte y al que ahora adoran muchos jóvenes ya no se somete
a sus razones. Quizás por eso ahora Cipriano lleva a su nieto hacia
el Centro, y quizás porque no ha leído nuestra historia no
sabe que ahora ese Centro es el Dios de la desilusión, un mundo
que nos seduce porque no atiende a razones ni a palos y comercializa
con
esas ansias de vida de las que nos privaron nuestros padres
racionalistas.
Y a quienes quieren volver "a lo de antes"; o a quienes no quieren
mirar
y seguir fijando fronteras en un mundo en el que muchos jóvenes
ya no creemos en ellas, como ocurre en el caso de la Plaza de Catalunya
y la vergonzosa impunidad con la que ha trascendido el hecho, les diré
que apestan a muerto, y cada día más mientras el estrecho
no sea un puente. El Capitalismo ciertamente genera injusticias, pero
la
razón, y el espacio público y político con ella, está
ejerciendo como una madre frustrada a la que no le importa hacerle
sufrir
a sus hijos con tal de que siga sintiendo el poder que ejerce sobre
ellos,
aunque éste no sea más que miedo. Bueno, y así, distendidamente
en la furgoneta de Cipriano, mi imaginación viaja con ellos hacia
el Centro, hacia el núcleo mismo del Capitalismo, quizás
con las esperanza en que también tome conciencia de que el diablo
sabe vestirse de ángel, y que la belleza está manchada de
sangre, pues el poder de la seducción puede ser más embaucador
que el de la autoridad de la razón, pero como poder que es necesita
de sus víctimas para reproducirse. Y así, quizás dejando
al muerto, acercándonos al vanidoso de su hijo y mirándole
bien a los ojos pueda decir yo también que quiero irme, no sé
a donde, pero si la vida de la razón es muerte y la del mercado
sucedáneo, quizás no deba tener que preocuparme más
que en ir tirando. Y bien, dirán ustedes, y de la novela qué,
pues como decía ese antropólogo de Borges, yo la leí
y disfruté con ella, y creo que por eso aprendí algo, así
que quien quiera viajar tendrá que ir a la librería y comprarla,
ya que el conocimiento, como dijimos al inicio, si bien no es empeño
de paranoicos tampoco es empresa para perezosos. Por lo que respecta a
Ud. Sr. Saramago, usted disculpará, pero es que como uno cualquiera
de sus personajes, me perdí con la ilusión de quien sigue
teniendo ganas de vivir, y si bien no he hecho justicia a su novela, me
ha hecho viajar y sólo espero a la próxima para volver a
hacerlo. Gracias por hacerme de abuelo, y no se lo tome a mal, ya que
dicen
que entre estos y los nietos suele haber mayor complicidad ya que
siempre
tienen tiempo para enseñar a quienes les escuchan a valorar el tiempo
y usted sabe mejor de eso que nadie, pues tiene una de las miradas más
jóvenes dentro de las que he podido disfrutar, así que otra
vez mil gracias por dejarme compartirla, pues en el orfanato en el que
vivo la antropología ya no tiene ni la imaginación ni la
magia con la que usted sabe trasmitir su manera de mirar.
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Recensión
10
Alberto Valín
(dir.):
La sociabilidad en la historia contemporánea:
Reflexiones teóricas y ejercicios de análisis
Orense, Duen de Bux SL, 2001, 236 páginas.
Por Francisco López
Casimiro
Aunque los estudios sobre la
sociabilidad
en la historia tienen entre nosotros escasamente tres lustros, desde
finales
de los 90 del pasado siglo, goza ya de una notable acogida entre los
historiadores,
que han hecho importantes aportaciones. Significativo ejemplo es el
libro
colectivo que comento. Lo componen ocho trabajos que, amén de iniciar
al lector en la historiografía de la sociabilidad y glosar la vida
y la obra de Maurice Agulhon, su más importante mentor, presenta
una serie de estudios en los que se analizan diferentes aspectos de la
sociabilidad contemporánea. Como ya reza el propio título,
en el libro hay una parte de reflexión teórica sobre la sociabilidad
en la historia, y parte analítica sobre distintos aspectos y espacios
de interrelación social, ideológica, política y cultural.
Jean-Louis Guereña, en "Notas sobre
la historiografía de la sociabilidad", analiza los orígenes
de ésta desde los primeros trabajos en la Francia de finales de
los 60, con la publicación de Penitentes y masones, de M. Agulhon,
"inventor" de la noción histórica de sociabilidad; explica
en qué consiste esta corriente historiográfica así
como a qué aspectos dirige su atención.
Precisamente a Maurice Agulhon, al
estudio
de la vida y de la obra del historiador francés, con el subtítulo
de "Historia y compromiso republicano", dedica el prof. Jordi Canal el
más extenso de los trabajos del libro. Profundo conocedor del tema,
Canal, con un asombroso y riguroso aparato crítico estudia la formación
académica, la biografía política y la producción
científica del "padre" de la historiografía de la sociabilidad.
Para J. Canal, la política vertebra todas las investigaciones de
M. Agulhon; pero una historia de la política indisoluble de la historia
sociocultural, de la antropología histórica o de la historia
de las mentalidades. Lo que le lleva a afirmar que se trata de la "obra
de un historiador que conjuga los terrenos social, de la política
y de la cultura, si bien con lo político actuando como espina dorsal".
Siente, además J. Canal admiración por el maestro, por la
coherencia del historiador y la proyección de su obra en su actitud
y en su compromiso, modelo del papel del historiador en la vida
pública.
"La masonería, una discreta forma de
sociabilidad democrática" es título del trabajo del prof.
Alberto Valín. Por tratarse de un tema al que he dedicado varias
monografías y ser objeto de una parte considerable de mis
investigaciones,
he leído con sumo interés este capítulo. Su autor
ha publicado varios libros en los que ha estudiado con extensión
y profundidad la masonería gallega y la proyección sociopolítica
y cultural de sus miembros. El trabajo contenido en este libro, como su
mismo título indica, lo dedica su autor a explicar la forma de
sociabilidad
masónica. Se muestra muy crítico con los historiadores afiliados
a la Orden del Gran Arquitecto del Universo. Coincido con él en
la variedad de ésta, que trasciende a la logia -aunque tenga allí
su germen y levadura- porque abarca desde una tenida blanca a las
ceremonias
de adopción de un "lobetón" o una tenida fúnebre.
Las relaciones entre hermanos están por encima, son más fuertes,
que las profesionales e ideológicas. Se refiere A. Valín
a aspectos muy diversos de la sociabilidad masónica como la imbricación
política, la utilización de la institución en las
revoluciones liberales, el laicismo, el movimiento obrero y el
feminismo,
que trata de un modo riguroso y sugerente. Buen trabajo, apretado y
conciso.
Quizás su responsabilidad de director de los trabajos le haya llevado
a resumir incluso a guillotinar el suyo propio. Certero creo el
análisis
de la especificidad de la sociabilidad masónica formalmente urbana,
"con múltiples funciones: interacción social, entretenimiento,
formación ideológica y práctica democrática,
apoyo mutuo y beneficencia, etc."; pero fundamentalmente democrática
por la elección anual de los cargos así como por la participación
de todos los miembros de la logia en la admisión de nuevos miembros
por el método de bolas blancas y negras. Sin duda el trabajo del
prof. Valín abre el camino de una parcela que los masonólogos
españoles, hasta ahora, hemos cultivado poco.
De "Sociabilidad obrera y prácticas
teatrales en Galicia" se ocupa el prof. Gérard Brey. Estudia cómo
socialistas y anarquistas gallegos utilizaron el teatro para lanzar sus
mensajes de transformación social en las veladas de centros de
sociabilidad
obrera, la actitud y las actividades de los militantes obreros gallegos
ante el teatro social; cómo lo descubren y popularizan mediante
su prensa; cómo algunos militantes aficionados crean pequeños
montajes destinados a familias trabajadoras, incluso da a conocer
obritas
de militantes y simpatizantes representadas por estos grupos. Analiza
cómo
el teatro fue instrumento de propaganda en la velada obrera. Hace
también
una sucinta exposición de algunas obras representadas y sus mensajes
de transformación social así como su contribución
a imponer una imagen modelo de militante obrero, "generoso, honrado,
irreprochable,
buen hijo y buen compañero".
"Sociabilidad y vida cotidiana en la
clase
obrera gallega" lleva de subtítulo el capítulo del prof.
Óscar Freán. Como acertadamente señala, para la formación
de la identidad colectiva obrera se han estudiado sindicatos, partidos
políticos, huelgas, propaganda, mítines incluso la prensa
difusora de su ideología; propone, sin embargo, él un análisis
más profundo que tenga en cuenta la realidad cotidiana en la que
se desenvolvía la vida de los obreros, desde sus condiciones de
trabajo hasta los ámbitos de ocio y diversión, sin olvidar
el ambiente familiar y las relaciones entre amigos y compañeros.
Analiza para ello, desde las condiciones de vida de los barrios obreros
gallegos hasta la sociabilidad laboral, pasando por los espacios de
convivencia
como la taberna y el café. La institucionalización del ocio
proletario condujo a la clase obrera a la constitución de entidades
recreativas e instructivas como la "Antorcha Galaica del
Librepensamiento",
de A Coruña, que promovió la enseñanza laica a través
de la fundación de escuelas y colegios. También en A Coruña
se constituyó el "Centro de Estudios Sociales Germinal", donde
funcionaron
secciones de declamación teatral, coro y orfeón. Ya entrado
el siglo XX se constituyeron el "Centro Obrero de Cultura y
Beneficencia",
de Ferrol, y el ateneo "Humanidad Libre" y la "Escuela Racionalista",
de
Lugo. Debe sorprenderse el lector de las numerosas entidades, de las
actividades
y dinamismo de la sociabilidad obrera en una región considerada
atrasada, muy levítica y dominada por caciques de la derecha más
reaccionaria.
El prof. Pere Solà Gussinyer estudia
las funciones de las redes asociativas en Cuba antes y durante la
crisis
finisecular. Ciertamente "la sociedad colonial dispuso de una libertad
de asociación política limitada a los intereses de la oligarquía,
y muy mediatizada por el miedo del gobierno metropolitano a la
subversión
independentista". La oligarquía dispuso de un importante medio como
era el Casino Español, fundado primero en La Habana, proliferando
después por toda la isla. Medio también de españolización
fueron las Reales Sociedades de Amigos del País. Centra, sin embargo,
su atención el prof. Solà en el análisis de las redes
societarias y el movimiento por la independencia. A mí me ha
interesado,
además del estudio de la escuela y la iglesia insular, el papel
de las logias masónicas,. En cuanto el papel atribuido a la masonería,
tema muy polémico en su día y sobre el que el "Centro de
Estudios de la Masonería Española" ha organizado tres symposia,
en Cáceres, Zaragoza y Barcelona, sobre todo éste último
"La Masonería española y la crisis colonial del 98", han
arrojado mucha luz. Me sorprende que el prof. Solà no cite ninguno
de los trabajos, algunos de ellos, fundamentales al respecto.
Particularmente interesante me ha
parecido
el trabajo de la profesora Evangelina Sierra sobre la sociabilidad
protestante
de las comunidades "La Familia de la Fe" en la Galicia contemporánea.
Centra su estudio en el ritual cúltico y en los mecanismos de
solidaridad
mutua. El desarraigo y la marginación así como las campañas
de desprestigio que sufrieron sus fieles por abandonar el catolicismo y
abrazar la nueva fe, reforzaron las señas de identidad del grupo.
Las Asambleas de Hermanos a las que pertenecían las comunidades
protestantes gallegas pretendían desarrollar una comunión
entre sus miembros lo más parecida a las primeras comunidades
cristianas.
Fomentaban las reuniones en las casas de los creyentes, en las que se
leía
y comentaba la Biblia. Celebraban también juntos la Santa Cena,
de una forma sencilla y entrañable, no como Eucaristía, sino
como recordatorio de la muerte expiatoria de Cristo. El ritual cúltico
-muy libre e igualitario- se celebraba de forma participativa, de modo
que el creyente no podía considerarse un mero espectador. El llamarse
hermanos entre sí y considerarse como tales incitaba a todos los
miembros de la comunidad a ayudarse solidariamente en sus necesidades,
ya que tenían la convicción de que formaban parte de un mismo
cuerpo, en cualquier lugar del mundo, todos los que tuvieran la misma
fe
evangélica. Los actos de culto eran también ocasión
para estrechar relaciones. La organización de la solidaridad de
las Asambleas de Hermanos recuerda el llamado "tronco de la viuda" de
los
talleres masónicos, aunque la profesora Sierra no habla de posibles
vinculaciones de estas comunidades con círculos masónicos.
Podría cotejarse para ello nombres de miembros de las comunidades
con los listados de masones gallegos estudiados por el prof. Alberto
Valín.
Entre la sociología y la historia,
más sociológico que histórico, es el trabajo de la
profesora Ève Brenel. Muy interesante, una aportación para
un mejor conocimiento del mundo que rodea el flamenco, útil para
los aficionados, sobre todo para los extranjeros. Realmente aunque
cante
uno solo, el cantaor nunca está solo. Los lazos sociales que se
establecen en la expresión del cante flamenco, en contextos tan
diferentes como la práctica profesional en el mundo del espectáculo
y la desarrollada en la intimidad de reuniones de familiares y amigos.
Los dos ámbitos de manifestación son distintos: público
el primero, con una lógica societaria, íntimo, el segundo,
con una lógica comunitaria. Los lazos que se establecen entre los
participantes son también distintos. Sin embargo, como analiza Ève
Brenel, los lazos de sangre, vecindad o de amistad están presentes
también en el marco profesional del flamenco y "las formas de relación
fraternal y de amistad, de apoyo y de complicidad, se manifiestan
también
en los contextos públicos".
El libro está bien articulado. Su
director
ha tenido sumo cuidado, no sólo en la estructuración de los
trabajos, sino en la elección de los autores, todos ellos especialistas
consumados en los temas y en la metodología. El resultado es un
fresco de las diversas y ricas formas de la sociabilidad en la historia
contemporánea. Aunque el libro está editado en Orense, hay
un cierto equilibrio en las aproximaciones analíticas no sólo
gallegas. Echamos de menos, sin embargo, un trabajo sobre la
sociabilidad
clerical, fundamental para comprender la historia de una región
tan levítica como la gallega.
Creo que se trata de un libro útil,
que puede llenar un vacío en la abundante producción de nuestra
historiografía contemporánea. La lectura de los trabajos
ayudará - no sólo a los historiadores en formación-
sino también a los ya formados a interesarse en los distintas formas
de la sociabilidad desde los círculos elitistas de la burguesía
como los casinos, hasta los orfeones populares. |
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