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En recuerdo de un viaje por
Breiz,
lugar
hermano de Galicia en sombras, recuerdos y esperanzas.
Tres puertas cerradas niegan el acceso. Una de ellas es muda y habla solo a los ojos que no ven. En medio, El Sentado y sobre Él, viginti quatuor. Abajo, a la izquierda, un Devorador, algo extraño en sus fauces, manos desaparecidas. A la derecha, un Salvador, beatífico su rostro enfrentado al Otro. Más, tampoco se sabe. La del Sur,
abierta
solo
para los Hermanos o sus Iguales. Arriba, arquivoltas con la
geometría
del Mundo. En medio, El que Abraza y Bendice diciendo: mira al otro
lado
de lo que ves. Abajo, aviso de que morirás y serás
engullido.
El izquierdo, solo deja fuera pierna derecha. Andar el laberinto a la
pata
coja sobre la pierna derecha. El izquierdo come mano y pie
diestros,
ambos dentro de la boca. El resto, fuera. Hay que ocultarlos. Actuar
únicamente con miembros contrarios. Sino, gran peligro.
También gran peligro por
lo incompleto del aviso: ha sido cambiado el lugar de asiento y el
orden
de los Devoradores colocados en las bases. I Concibiendo la organización y la distribución del espacio como un lenguaje o como un texto, la hermenéutica y el análisis antropológico pueden decir muchas cosas acerca de las relaciones expresadas a través del diálogo que se mantiene entre una cultura dada y su entorno físico. En ese diálogo está contenido el resumen de la convivencia de las gentes, el sedimento de sus anhelos, pasiones, secretos y misterios, el poso de sus odios y amores, la huella de sus vidas y de sus muertes; se trata de una materia trabajada y modelada por los seres humanos que, al convertirse en significante y portadora de un mensaje, completará su ciclo una vez sea recibido y entendido aquél por el observador, cuando menos en alguno de sus aspectos esenciales. Sin embargo, al hablar de un mensaje nos referimos también implícitamente a su código, con arreglo al cual dicho mensaje puede revelar un sentido (1). Es decir, esperamos que en este caso un conjunto de signos manifestados en los artefactos distribuidos sobre el paisaje por elementos de una cultura, alberguen significados y obedezcan en la disposición presentada a razones que sean accesibles a nuestra investigación y, por tanto, sujetos de una interpretación posible y coherente. Muchas veces estas cuestiones pueden parecer obvias, de manera que se considere una pérdida innecesaria de tiempo y de energía emprender un estudio detallado de las mismas. No obstante, la experiencia y la observación atenta muestran que siempre son trascendentes los motivos que impulsan, por ejemplo, a levantar un poblado o una vivienda en un determinado lugar, a distribuir de una forma concreta los establos, graneros o herrerías, a situar aquí o allá la iglesia, la plaza común o el cementerio. Existen desde luego razones económicas, laborales, de índole práctica, que influyen en la decisión; conviene colocarse cuando sea posible en un terreno abrigado de los fríos y vientos, en la vecindad de la costa o cerca de un río que facilite las comunicaciones, el transporte o los trabajos mecánicos, en una cumbre de fácil defensa y posición estratégica o sobre tierras fértiles y productivas. Pero hay algo, aparte de esos u otros motivos, que justifica la proliferación de variedades y sistemas expresivos por parte de una colectividad ante la presión del entorno físico y humano, de modo que sus respuestas puntuales sean representativas, características, de maneras propias de organizar la vida y de reproducir la cultura. Ese algo, para el que resulta difícil hallar una denominación o establecer una clasificación que lo contenga adecuada y satisfactoriamente, es lo que se oculta tras los símbolos y rituales, es aquello que, según Geertz, constituye los modelos de la realidad y los modelos para la realidad, capaces de ofrecer conocimientos y guía adecuados para organizarla (2). Esto es quizá más evidente cuando examinamos los santuarios, las ermitas, los lugares de culto o los puntos de un territorio señalados por la actuación de fuerzas sobrenaturales, los cuales han gozado en ocasiones de un carisma especial desde las edades más remotas, levantándose en ellos o en su proximidad los monumentos de religiones sucesivas y siendo protagonistas de leyendas y tradiciones que se conservaron más o menos transformadas, a lo largo de siglos. Cada pueblo justifica con su práctica diaria los méritos de un recinto o de un territorio para recibir en ellos -o a través de ellos- las manifestaciones de lo Sagrado, para celebrar fiestas, para guardar y proteger el ganado o para estructurar y desarrollar la propia existencia. Con tales actividades, separadas en unas ocasiones por límites imprecisos y vagos y en otras por fronteras perfectamente definidas, los individuos expresan sentimientos, piensan como seres sociales y como seres simbólicos, partes de un grupo al que no pueden renunciar sin abandonar con ello los aspectos más importantes de su condición humana (3). Recoger e interpretar los signos y señales que el uso social del espacio o la simple y cotidiana acción de vivir de los seres humanos han ido depositando en el entorno es una tarea importante en el análisis cultural, considerando la forma, distribución y utilización de los edificios y construcciones, averiguando su destino y finalidad originaria o posterior, toda vez que esas cualidades no suelen concurrir por azar, sino obedeciendo a propósitos e impulsos definidos al igual que sucede con las restantes manifestaciones culturales. Así, por ejemplo, es relativamente frecuente que iglesias y monasterios hayan sido utilizados en ciertas épocas como prisiones o lugares de reclusión; en ello seguramente influyeron el carácter cerrado, el tipo de construcción y el aislamiento que suelen ostentar tales edificaciones. Pero tal vez tuvo que ver también en ese empleo secundario o coyuntural el ambiente relacionado con lo Numinoso que en algún momento de su historia mantuvieron aquellas construcciones y por el cual estaban todavía revestidas de unos atributos de liminaridad y separación con los que se reforzaría luego la sensación de lejanía, de tránsito y de extrañamiento social impuestos a los detenidos (4). Conviene
recordar
por
tanto la importancia que poseen los análisis detallados y
minuciosos
en torno a las maneras de edificar, acerca del número,
tamaño,
frecuencia o decoración de puertas, ventanas, aberturas,
recintos,
caminos, lindes, marcos y otras disposiciones arquitectónicas
plenas
de contenido simbólico y de expresividad ritual, como
representaciones
genuinas de la personalidad social de sus artífices e
inspiradores.
Tal vez trabajando en este ámbito cultural sea posible obtener
un
diseño sobre el que disponer y en el que integrar algunos
significados
de dichos signos, organizándolos para ello en conjuntos
coherentes
y accesibles a la interpretación. II Con este
propósito
me voy a referir a un tipo concreto de edificación que he
visitado
en un viaje reciente por Bretaña: las Chapelles de Cap-Sizun y
Pointe
du Raz, entornos geográficos situados en el extremo costero
occidental
de dicha península.
Son, desde luego, santuarios, es decir, recintos que en una clasificación elemental de la realidad suelen identificarse genéricamente con el ámbito de lo Sagrado. En esas Chapelles se celebran hoy día ceremonias y conmemoraciones religiosas, se veneran santas y santos, estando todas ellas abiertas al culto católico, mayoritario en Bretaña. No obstante, si estos recintos han de ser catalogados por las complejas funciones que se les atribuyen -más allá del simple ceremonial de culto- o por las relaciones que parecen mostrar al observador consciente, es preciso describirlos como establecimientos ubicados intencionadamente en terrenos fronterizos, como puntos defensivos de una frontera no siempre visible, en los cuales se desarrollan de forma especializada y controlada socialmente ciertos contactos entre polos conflictivos de la existencia, entre lo sometido a la norma y lo excluido o alejado de ella. Esa cualidad de marca, de zona extrema y limítrofe, puede detectarse a veces nítidamente en los rasgos propios del lugar en que se alzan, allá donde la Tierra se enfrenta al Océano, o donde los cultivos son frenados por los pantanos, el bosque o el terreno estéril. En los signos y símbolos que presentan se manifiestan lo femenino y lo masculino, lo interior y lo exterior, la seguridad y el peligro, lo cristiano y lo pagano, la Vida y la Muerte. El impulso de clasificar, propio de los sistemas culturales, se superpone en estos lugares a la desestructuración que caracteriza a lo fronterizo y no sorprenderá por tanto que en ellos -o en su proximidad- se produzca el cuestionamiento e incluso la suspensión temporal de las leyes grupales en alguna de sus partes o en su totalidad. En Bretaña gozan de justa fama los llamados santos curadores, los cuales, a través de una auténtica y pormenorizada especialización, son capaces de remediar los más diversos males de cuerpo y espíritu, prevenir ataques por parte de las bestias y animales salvajes o proteger a sus devotos contra los distintos tipos de rabias e iras. La mayoría poseen santuarios propios, o los comparten con otros personajes célebres de la hagiografía. Casi siempre tienen bajo su especial patronazgo alguna fuente de aguas prodigiosas mediante cuyo concurso se expresan poderes sobrenaturales o se gobiernan y dirigen con acciones extraordinarias el control de las cosechas y la fuerza desatada de los elementos (5). Desde el Saint-Corentin de Quimper con un pez siempre fresco, renovado, dispuesto a ofrecerse como alimento perpetuo para satisfacer el hambre del Santo, hasta el sastre Saint-Gwian, artífice de una eficacísima túnica atrapa-diablos, todos ellos representan de alguna manera, por sí mismos y mediante el aura o fuerza que imponen sobre sus respectivos recintos mágicos, el sentido de la vida y la organización existencial del país bretón. Las Chapelles a que me refiero aquí se extienden por la costa como un cinturón protector contra la fuerza de lo que está más allá, es decir, contra el mar terrible, hostil, sin límites, siempre acechando tras el horizonte oscuro de turbonadas, corrientes y tormentas. Los isleños de Sein expresan ese temor ancestral de los humanos ante el poder incontrolado de las aguas, cuando tienen que cruzar el peligroso Raz, diciendo: Mon Dieu, secourez-moi quand je pasee le Raz, car ma barque est petite et la mer si grande. A pesar de tan conmovedora llamada a la divinidad, las gentes saben que si bien Dios, como el Océano, es muy grande, también casi siempre se halla muy lejos y es necesario acudir a mediadores más inmediatos; de ahí el papel que desempeñan los Santos y Santas en sus templos costeros, uniendo a la colectividad organizada, estructurada por las normas sociales, frente al otro orden ajeno de lo extracultural. En las leyendas que desde hace siglos conservan relatos de las vidas de estos personajes, se pone de relieve su carácter extraordinario, ambivalente y paradójico. Cerca de Audierne, en la desembocadura del río Goyen, se levanta la capilla dedicada a Sainte-Evette, nacida en Gran Bretaña durante el siglo IV y que vino hasta Armórica en compañía de su hermano Saint-Demet. Ambos naufragaron en los acantilados de Plozovet y allí mismo construyeron una ermita. Sin embargo, a Saint-Demet le fue advertido en sueños que no debía conservar a su hermana junto a él (6) y obedeciendo fielmente a lo indicado, la mandó de vuelta a su país de origen. Sainte-Evette embarcó de nuevo, pero esta vez lo hizo en una artesa de piedra que, flotando y gracias a la corriente, la condujo hasta la entrada del Goyen, donde levantó la capilla que lleva su nombre y que todavía se conserva. Esta santa realizó muchos prodigios a lo largo de la historia, entre ellos el mudarse de sexo y de nombre, denominándose en ocasiones Saint-Evet. Hoy es la protectora de los navegantes y, en su iglesia, junto al mar rumoroso y terrible, se dice la misa de los ahogados y muertos en los naufragios, para rogar que sus cuerpos sean devueltos algún día por las aguas. El Cap-Sizun
posee
en
sus entrañas graníticas un carácter trascendental
y
mistérico bien patente desde la Antigüedad, expresado
mediante
la etimología probable de su propio nombre en idioma
celto-irlandés,
que significa el paraje o lugar de las magas, o a través del
testimonio
de Pomponio Mela, cuando habla de que allí existieron Colegios
de
druidesas. Me interesa analizar cómo este carácter se
mantiene
y perpetúa no solo en las leyendas y tradiciones, sino
también
en la distribución de los recintos sagrados allí donde se
dan
-o se esperan al menos- ciertos fenómenos de contacto entre dos
universos,
magnificados por esos sectores física y psíquicamente
marginales
que se insertan sobre el paisaje real; para ello tomaré de
ejemplo
una de las Chapelles a las que me he referido: aquella que, en Pointe
du
Van, está dedicada a Saint-They.
III La Pointe du Van, uno de los finisterres de Bretaña, es célebre por la violencia que allí alcanza el mar y por la frecuencia y número de naufragios ocurridos en su proximidad; corrientes, bajos, olas gigantescas y peñas desnudas configuran la zona, dandole un aspecto desolado, bello y solemne al tiempo. El edificio de la pequeña iglesia de Saint-They (Sant Teï, en bretón) se alza al borde de los acantilados, dentro de un terreno rodeado por un muro de piedra de forma aproximadamente cuadrangular y dispuesto, en sus lados mayores, de Este a Oeste, orientación que también sigue según suele ser costumbre la capilla misma. El borde occidental del recinto se enfrenta directamente al Océano, de manera que a escasos metros de esa parte del muro, el suelo se desploma bruscamente hacia las aguas. Allí se experimenta la sensación de que nos encontramos en uno de los límites del mundo real y de que en cualquier momento podemos deslizarnos hacia las profundidades misteriosas y sorprendentes de lo mágico, debido a la presencia constante, captada por todos nuestros sentidos corporales, del mar inmenso y poderoso que se estrella contra las rocas. Ese sentimiento que convierte al Océano en un lugar de incertidumbres, ajeno y extraño a los humanos, situado fuera de la acción de las normas estructurantes de la Cultura, se halla recogido profusa y detalladamente en muchas tradiciones bretonas. Entre sus olas penan los difuntos -el Ankhou marino-, navegan buques fantasmales anunciadores de galernas, y por su revuelta superficie marchan las ánimas camino del Ultramundo (7). No muy lejos de
donde
nos encontramos ahora, entre la Pointe du Van y la temible Pointe du
Raz,
se extiende la Baie des Trépassés, con una playa de
blanquísima
arena formada, según dicen, por los huesos pulverizados de los
muertos, transeúntes en su último viaje (son sable
pâle est fait
des ossements broyés... canta Brizeux, el poeta). Las leyendas
bretonas
hablan del pescador de Cap-Sizun que, por la noche, siente llamar a su
puerta.
Ha de levantarse y coger su barca cargada de almas invisibles,
navegando
luego con ellas hasta la isla de los Muertos (la Île-de-Sein)
para
dejarlas allí. El denominativo Tremener (el barquero)
designa
aún hoy a ciertas familias en las que este terrible encargo se
transmite
de padres a hijos. La Baie des Trépassés (bwe an Anaon,
en
idioma bretón) donde las tempestades suelen arrojar con
frecuencia
los cuerpos de los ahogados, se considera así como el punto de
partida
para el Otro Mundo, tradición que vendría tal vez de la
costumbre
de embarcar aquí los restos de los druidas muertos para
conducirlos
hasta su sepultura en la isla de Sein. Las tradiciones locales siempre
han
considerado estos lugares como un punto de paso entre nuestro mundo y
un
continente misterioso, llamado por los celtas Tierra de los
Jóvenes,
la Isla Lejana, la Isla de Avalon, la Tierra de promisión de los
Santos,
el Palacio de Cristal más allá del mar, o bien,
simplemente,
la Bretaña del otro lado del Océano. En todo el Cap
Sizun,
pueden encontrarse -según las leyendas- seres fantasmales que
recorren
las soledades de la tierra y del mar. Pueden ser fuegos sobre el
Océano,
luces inexplicables que señalan la presencia de ánimas
peligrosas
(los krierien, que con sus gritos atraen a los incautos para
arrebatarlos
al Más Allá) o de otras más pacíficas (las
Anaon,
que van en cortejo hasta cualquier iglesia o capilla de las
proximidades).
En cualquier caso, en estas tierras fronterizas con el mar abundan los
testimonios
de esos influjos sobrenaturales, cuya expresión en leyendas,
tradiciones
o consejas resaltan el carácter paradójico y ambiguo de
tales
ámbitos (8).
Esta significación del Océano como lugar donde moran las almas de los muertos parece muy antigua y surge constantemente en la mitología céltica, aún cuando no sea exclusivo de ella. Por ejemplo, las tradiciones irlandesas nos hablan del dios marino Manannán Mac Lir que con su poder arrastraba al Más Allá en una embarcación mágica a los héroes fallecidos en combate. Un sentido análogo tienen el relato clásico del barquero Caronte o la tradición egipcia sobre la barca solar de Re, en la que subían los difuntos para ganar la eternidad, así como muchas otras referencias que pueden extraerse de los anales de lo mitología universal. Sea como fuere
cabe
suponer que existe una justificación, aparte de la generada por
las
experiencias cotidianas de los marinos de todas las épocas, o
precisamente
a causa de ellas, para experimentar temor hacia el Océano y sus
fuerzas
misteriosas e incontroladas, contraponiendo a ese miedo la
sensación
de estabilidad y firmeza que suele producir la tierra, e intercalando
entre
ambos polos afectivos un recinto físico que desempeñe el
papel
de enlace y dispositivo reductor de las diferencias cualitativas
mantenidas
por uno y otra. Con el emplazamiento de un área sagrada en la
orilla
misma de la costa, el espacio puede considerarse dividido en dos zonas:
la
asimilada a la tierra y la seguridad, y la oceánica, reputada
como
azarosa e insegura, separadas ambas por un recinto de conexión
cuya
naturaleza es predominantemente ambigua, paradójica y dual.
A la capilla se
llega
desde el punto donde termina la carretera que viene de Douarnenez, por
un
corto camino de tierra, en cuyo margen una cruz indica la proximidad
del
lugar sagrado. Penetrando en el recinto a través de la puerta
Este,
encontramos a la derecha un sencillo monumento de piedra constituido
por
escalinata, columna y, en la parte superior una imagen doble en la que
se
funden espalda contra espalda una figura femenina y otra masculina.
Es frecuente
hallar
tal
tipo de representaciones en los calvarios e iglesias de Bretaña,
y
casi siempre aparecen orientadas en una determinada dirección (9). Aquí, en
Saint-They, la parte femenina mira
hacia
el naciente, hacia tierra, y la parte masculina mira directamente al
poniente,
hacia el Océano. Sus rasgos iconográficos sugieren varias
ideas
que parecen haberse querido dejar expresadas a la entrada del
ámbito
sagrado.
En primer lugar, el establecimiento de la dualidad, de la desestructuración e índole paradójica de la zona a la que se llega: lo masculino y lo femenino fundidos, aunque todavía reconocibles, pero ya no individualizados según correspondería al orden normal de las cosas. En segundo término, la disposición con la que subrayan la división del espacio exterior al recinto: la imagen femenina, con sus manos unidas a la altura del pecho, parece simbolizar la estabilidad y permanencia de la tierra; la imagen masculina, con atavíos y báculo de peregrino, expresa por su parte el tránsito, lo mudable e incierto del mar al que se enfrenta. El edificio
eclesial
en
sí está ligeramente desplazado hacia el lado Norte del
recinto;
es de planta cuadrangular y se ingresa a él por la puerta Sur.
El
interior se muestra prácticamente vacío; un modesto
altar,
algunos modelos de barcos como exvotos, unos cuantos bancos de madera y
un
coro desvencijado, apenas logran disimular las manchas de humedad que
trepan
por las paredes encaladas. Existen otras dos vías de acceso, una
mirando
al septentrión y la que sería tal vez, en el plan de los
constructores,
la entrada mayor, dispuesta en la fachada principal que da al
Océano,
pero que permanece cerrada.
Al exterior, dos
contrafuertes
enmarcan esta puerta y sobre cada uno de ellos se alzan sendas
imágenes
masculinas. Más arriba, sobre el extremo occidental del filo del
tejado,
un pequeño campanario y un nicho sin ocupante.
Según ya he señalado, la capilla está rodeada por un muro de piedra de mediana altura; el desnivel del terreno determina que en la porción enfrentada al Océano, ésta muralla sea bastante más elevada que en el resto de los lados; en esa parte no hay pasos ni aberturas, presentando un ángulo o chaflán apuntado hacia fuera que le confiere aspecto de baluarte. Tal hecho adquiere un especial significado si se une al resto de las características exhibidas por la construcción. En los lados Norte y Sur del muro existen sendos accesos bloqueados parcialmente por unas losas transversales, de manera que es preciso saltar por encima de ellas sorteando así el obstáculo que ofrecen a la marcha, mientras que por el Este, es paso es franco y está señalado mediante dos columnas de flanqueo. Tenemos por tanto un sentido de acceso favorecido por la estructuración arquitectónica dada al conjunto, que otras señales se encargan de indicar y reforzar. -
El área que
acabo
de describir tan someramente y cuyo aspecto se puede ver en las
fotografías
y plano que acompañan a estas líneas, se completa con
varias
referencias externas y un tanto alejadas del recinto. Son éstas,
de
un lado, la llamada Roca de Morgane, sobre la cual se estrella la
marejada
y que por su nombre recuerda a Morgana, la Gran Reina alrededor de
quien
se agrupan las Señoras de Avalon en la Ínsula Pomorum de
las
leyendas artúricas o la Emain Ablach de las tradiciones
irlandesas
y que, en todo caso, simboliza el Ultramundo. Por otro, la fuente de
Saint-They, pequeña construcción de piedra próxima
también a la costa y a las rompientes, restaurada en 1680, que
alberga un estanque de aguas cuyo sobrante se dirige al mar.
Con respecto
al
propio
patrón del edificio, Saint-They, diremos que se trata al parecer
de
un monje del siglo VI de la abadía de Landévennec, al que
se
invoca en diversas enfermedades pero sobre el que no existen
referencias
demasiado explícitas (10).
Como en todos
estos
casos, parece mucho más importante el lugar en sí que su
espiritual
encomendero. En nuestro caso, esto se confirma con la leyenda: la
Chapelle
vela sobre el mar y su campana suena cuando algún barco se halla
en
peligro. Es el recinto el que actúa por sí mismo, aunque
sea
bajo la cobertura oficial de un personaje sagrado colocado allí
con
un claro propósito sincrético respecto a cultos
anteriores (11).
IV El análisis que es posible realizar sobre la disposición de los elementos estáticos en este recinto sagrado, da como resultado el que se revelen varios sistemas de oposiciones, constituidos por conceptos que se hallan expresados en la propia estructura espacial del área en cuestión, así como en los signos y símbolos que la acompañan. La comunicación y la significación tendrían lugar a base de oposiciones organizadas en sistemas, como ocurre, según indica Eco, en el paradigma de los fonemas (12). A continuación, detallo someramente dichos sistemas. Podemos considerar que la Chapelle de Saint-They es una edificación concebida para desarrollar y ejercer desde ella un control de tipo simbólico sobre las manifestaciones de las fuerzas peligrosas, desestabilizadoras del orden normativo o sobrenaturales en sentido amplio. Ya hemos visto de que manera se condicionan el acercamiento al recinto y el ingreso en su ámbito. Lo mismo que sucede con un texto literario, es factible aquí emprender la lectura, intentar el descifre de su código, de varias maneras, pero solo con una llegaremos a entender el mensaje transmitido por los artífices, aún cuando sea posible obtener otros significados mediante diversas combinaciones de las unidades sígnicas implicadas. En el presente
caso,
podría tratarse de algo como esto: Si deseas rogar por las almas
de
los desaparecidos en un naufragio (o implorar la protección de
lo
sobrenatural sobre los seres queridos que se hallan en el mar),
dirígete
al Santuario -cuya presencia está señalada con una cruz-
entra
por la puerta indicada, toma nota de que te encuentras en un lugar
dotado
de características especiales (según advierte la doble
imagen
situada en lo alto de la columna), entra en la capilla por el acceso
inmediato
(puerta Sur), efectúa las ceremonias pertinentes, sal de nuevo
al
recinto por donde has entrado, dirígete hacia la fuente del
Santo
para recoger sus favores y piensa que durante ese trayecto ya no
estás
protegido por los poderes contenidos en el lugar sagrado. El esquema de
actuación descrito recoge las actitudes básicas exhibidas
por los fieles que acuden a una ceremonia religiosa como la que puede
celebrarse en este entorno, y en dicho esquema se manifiestan varias
etapas:
Naturalmente, existen alternativas y variaciones a la sucesión marcada (a1, a2, a3, b1, b2, b3, c1, c2), pero si se las quiere utilizar es preciso salvar ciertas dificultades, aunque no sean penosas en modo alguno -solo se trata de indicaciones simbólicas dinámicas- y con ello, no se recogerán adecuadamente las indicaciones plasmadas en el orden estructural del recinto. Estas indicaciones, para los seguidores de la pauta que hemos detallado, son: - a 1 (Cruz
inicial):
aviso de que se accede al lugar sagrado. Ante cada una de las indicaciones citadas, se puede tomar el sentido que hemos sugerido, o bien el sentido contrario, o el transversal, pero será muy difícil no tomar alguno de ellos. Si no se toma el sentido sugerido por las señales y signos presentes, no se estará leyendo el texto (por ejemplo, en el caso de un paseante que llegue hasta el lugar y no se fije en el recinto) o bien se leerá un texto distinto (el curioso que vaya en busca de insectos, de flores, de excursión, etc.). Es decir, el recinto -como cualquier texto- necesita de un lector atento, competente o interesado, para poder actuar en su papel de resonador de lo numinoso o de lo sobrenatural; pero, en cualquier caso, cuando actúe, lo hará integrándose en un conjunto muy especializado de conocimientos de orden social y cultural, cual es el de ese apartado concreto de la cultura bretona. Las indicaciones habrán de ser entendidas por tanto como oposiciones articuladas en un sistema al que habrá de considerarse como globalidad. Si las personas que llegan hasta allí están socializadas en el modelo cultural cristiano propio del país bretón o en los de países de cultura análoga, traducirán inmediatamente el significado de los signos establecidos en el recinto. Así, la cruz del camino revestirá un carácter religioso ligado a los santuarios, o cuando menos, a lo sagrado genéricamente considerado, y a muy pocos se les ocurriría interpretarla como un símbolo publicitario o como un signo político, aun cuando tales asociaciones pudieran surgir seguidamente a procesos cognitivos secundarios. La doble imagen será entendida como representación de personajes vinculados a lo sagrado (santo, santa), es decir, dotados de una simbología densa y compleja de múltiples matices, en relación con la historia sagrada; incluso pueden ser objeto de un culto particular, relacionado con la fecundidad o con el carácter de unión simbólica de contrarios que dicha imagen parece indicar. La Chapelle en sí se identificará preferentemente como lugar de culto -ya desde su misma connotación denominativa- y no como sala de reuniones cívicas o escuela, aun cuando pueda ser utilizada perfectamente en un momento dado para esos u otros fines. Sin embargo, existen complejos de significación -como el camino, las puertas y ventanas abiertas o cerradas, el muro del recinto y la fuente- que solo adquieren un sentido coherente dentro del texto o esquema general al que nos referimos, considerándolos vinculados a los signos maestros o indicadores anteriormente citados, si bien es posible que mantengan ese sentido asimismo en otros contextos e incluso aisladamente. El argumento es que en la costa tienen contacto, se enfrentan, dos universos opuestos, antagónicos, cuya coexistencia hay que potenciar y asumir: la tierra firme (seguridad, estabilidad, lugar de asentamiento de las colectividades humanas, sociedad, CULTURA), y el Océano (peligro, mudanza o cambio sin control humano, inestabilidad, mundo de los muertos, lugar donde sucede lo extraordinario y se manifiesta lo sobrenatural, lo no sometido a la norma social, NATURALEZA). Esta bipolaridad multifuncional entre distintos aspectos de una oposición amplia y básica, aparece simbolizada en nuestro caso por la doble imagen que figura en la entrada principal y que, al mismo tiempo, advierte, según ya se indicó antes, del carácter dual, paradójico y ambiguo que ostenta el propio recinto. La condición paradójica y ambigua es predicable de personajes mediadores, de los profetas, santos e intérpretes de la divinidad; también puede atribuirse a los neófitos y sujetos de las ceremonias iniciáticas o ritos de paso (13). Análogamente gozan de ella los recintos fronterizos que han de reducir o suavizar la distancia mantenida por aspectos contradictorios y aparentemente inconciliables de un sistema simbólico: por ejemplo, vida-muerte, seguridad-peligro, cristiano-pagano. Los márgenes diseñados culturalmente entre esos polos suelen ser conflictivos, difíciles de definir y de aprehender. Quizá por tal motivo los seres humanos han hecho cristalizar aquella lucha simbólica en recintos como los cementerios o los santuarios, que no son exactamente ni una cosa ni otra, ni de este mundo ni del otro, pero que son las dos, o de los dos, simultáneamente. El lugar que
ahora
analizamos
ha de mantener por tanto dicha cualidad paradójica y ambigua, lo
cual,
si por una parte supone la desestructuración de los elementos
fundamentales del orden normativo característico de un grupo
social dado, por otra
garantiza una articulación posterior, nueva y más
adecuada para
entablar relaciones con el ámbito de lo sobrenatural ejerciendo
sobre
él un control socialmente acordado y colectivamente
justificable. Añadiremos
entonces a los conceptos ya manifestados, los siguientes:
-
Completando
así
la gama de oposiciones expresadas por la estructura
arquitectónica,
en una red global de sistemas, cuyos términos serán:
Si representamos con los signos + y - las relaciones mantenidas entre los significantes y los significados observables en el complejo arquitectónico dado, obtenemos el conjunto: -
Se manifiestan por tanto dos sistemas independientes: el que opone, por ejemplo los pares Santa - Santo, Puerta Este recinto - Puerta Sur recinto, o Puerta Sur Chapelle - Puerta Oeste Chapelle, y aquél otro que opone Seguridad -Peligro, Tierra - Mar o Femenino - Masculino, mientras el código asocia semánticamente los valores del primer sistema con valores del segundo: Puerta Este recinto - Seguridad, Santa - Tierra, Santo - Mar, Fuente - Peligro. Siendo las entradas y salidas de capilla y recinto complejos de significación numerosos e importantes en el conjunto global, conviene reflexionar brevemente sobre ellos. Sabemos que es posible utilizar una puerta dada indiferentemente como entrada o como salida, aun cuando se describen situaciones de distinto significado si está abierta, cerrada, bloqueada parcialmente, al entrar o al salir. La existencia, colocación y estado de una puerta constituyen un sistema semiótico complicado, según es posible experimentar cuando aguardamos en la consulta del médico o para poder realizar una entrevista importante para nosotros. Una simple y frágil cinta tendida en su vano indica la prohibición de acceso e impide el paso, aunque en ocasiones la cinta se sustituye por una señal, por un letrero o por una interdicción; en ciertos cuentos y relatos míticos se describen las calamidades que surgen cuando se abre una puerta que debería permanecer cerrada o se cierra ante alguien que habría de tener entrada libre e inmediata. En el caso de
Saint-They,
existen tres puertas en el recinto y otras tantas en la capilla.
Únicamente
permanecen plenamente francas la puerta Este del recinto y la puerta
Sur
de la capilla, como ya sabemos, de manera que si consideramos puerta
abierta
o de acceso pleno equivalente a paso fácil, y puerta cerrada o
parcialmente bloqueada como paso difícil, encontraremos otros
dos sistemas entre cuyos términos es posible asociar valores:
-
Igual que en el caso anterior se establecen oposiciones entre distintos términos de uno de los sistemas (Puertas de recinto y de la Chapelle) y los del segundo (paso fácil o paso difícil). De la misma forma el código asocia semánticamente los valores de ambos (Puerta Oeste Chapelle - Paso difícil o Puerta Sur Chapelle - Paso fácil) y, junto a valores de un sistema simbólico o ritual asociado (procesiones, circunambulación), puede deslizarse con toda facilidad hacia una prescripción de comportamientos (paso fácil - permitido, paso difícil - prohibido) conectable a su vez con los aspectos correspondientes de la cosmovisión o manera de ver, entender y clasificar el mundo, del grupo social. El sentido contenido en el recinto, como texto que interacciona con el grupo social, vendrá proporcionado por la confluencia de los diversos sistemas en presencia (14). Como se puede deducir de lo señalado hasta aquí, el recinto de Saint-They alberga una significación que, entre las varias posibles lecturas de su mensaje, resulta ser acorde con el supuesto cometido que se le encomienda, es decir, manifestar la capacidad para conectar polos multifuncionales e incluso antagónicos de la realidad culturalmente expresada, reduciendo así la magnitud cualitativa que los separa en un principio y permitiendo al observador una hermenéutica del texto que allí permanece expresado. Bro Goz Ma Zadou
1. Ver Umberto Eco, La estructura ausente. Barcelona, Lumen, 1989: 62 y s. 2. Clifford Geertz, en Rossi y O´Higgins, Teorías de la cultura y métodos antropológicos, Barcelona, Anagrama, pág. 50. 3. Ver "El espacio y sus símbolos: Antropología de la casa andaluza", de Francisco Sánchez Pérez, en R.E.I.S. nº 52. Octubre-Diciembre 1990: 47-63. 4. Desde esta perspectiva habría que considerar también la colocación de cárceles, cementerios, asilos e incluso hospitales y estaciones de ferrocarril o autobuses (ejemplos paradigmáticos de lugares ambiguos, paradójicos, transicionales) en el extrarradio de las grandes aglomeraciones urbanas, tanto antiguas como recientes. No me cabe duda de que, aún manifestandose de manera predominante sobre la cuestión criterios utilitaristas y economicistas, pesan mucho en la elección de tales ubicaciones los aspectos simbólicos a los que me he referido. Que puedan hacerlo de manera inconsciente no les priva de su trascendencia, sino al contrario. 5. Se trata, probablemente, de la supervivencia de los antiguos cultos de las fuentes sagradas. En estas fuentes, las fórmulas mágicas conferían a las aguas sus virtudes terapéuticas. Sus primitivas virtudes fueron cristianizadas asignándoles santos protectores cuyas imágenes se ubicaban frecuentemente en la misma fuente en un pequeño templete o nicho de piedra. Beber el agua de la fuente sagrada sigue siendo un complemento indispensable de la peregrinación a la Chapelle o iglesia del santo. Curación de enfermedades, fecundidad, protección e incluso la adivinación del futuro son fenómenos asociados a estas fuentes. 6. Tal vez sea esta advertencia misteriosa la imagen que adopta el recordatorio por parte del grupo social destinado a evitar convivencias no aceptadas socialmente (hermana-hermano viviendo solos y aislados bajo el mismo techo). Los relatos y cuentos populares están llenos de ejemplos similares. 7. Estos y muchos otros ejemplos del papel que el océano juega en la mitología y en el folclore de Bretaña pueden encontrarse en Anatole Le Braz, Magies de la Bretagne, Paris, Éditions Robert Laffont, 1994. 8. Gwenc'hlan Le Scouëzec, Le guide de la Bretagne, Éditions Beltan - Breizh, 1989: 444. 9. Por ejemplo, en la Chapelle dedicada a Saint-Tugen, que en este lugar es invocado contra todas las rabias, furores y males de dientes. Esta capilla está también próxima a la costa, en Primelin, Cap Sizún, y posee una fuente milagrosa con una imagen del Santo. Las figuras dobles a que me refiero aparecen en un crucero o calvario próximo a la entrada meridional al recinto de la Chapelle. Son dos dobles figuras orientadas al noreste y sureste, a ambos lados de una Virgen con su hijo muerto en brazos, que mira hacia el Este. 10. Apóstol del cristianismo recién implantado en aquellas tierras del finisterre europeo, Saint-They fue compañero de Saint Clair, primer obispo de Nantes, según algunos, y un abad llegado del otro lado del Canal de la Mancha y discípulo de Saint Gwénolé, fundador en el siglo VI de la abadía de Landévennec, según otras versiones. También se cree que pudo ser un hermano mítico de Saint Trémeur y víctima, como él, de un padre cruel llamado Conomor. Para los hagiógrafos, Saint-They permanece como un misterio. Se ha reseñado su culto en Inglaterra (condado de Cornwall) como Saint-Day. El primer domingo de agosto se celebra su pardon o romería, a la que acuden multitud de peregrinos de todo el Cap Sizun. En esa ocasión se produce la ceremonia solemne de la bendición de la mar. Un detalle curioso: a causa de los continuos derrumbes al borde de los acantilados, no se puede llevar a cabo la procesión tradicional rodeando el santuario. 11. El edificio actual fue construido en el siglo XVII, sobre las ruinas de una capilla primitiva. La tradición indica que esa capilla anterior reemplazó a un antiguo oratorio amenazado por los corrimientos de tierras, fenómeno al parecer bastante habitual en las proximidades de aquella costa. 12. Umberto Eco, Signo, Barcelona, Editorial Labor, 1988: 79. 13. Véase Victor Turner, La selva de los símbolos, Madrid, Siglo XXI, 1990, 1ª parte, Capítulo 4: 193 y ss. 14.
Tal como apunta Umberfto Eco, Signo, o.c.. He seguido el
capítulo
3 de dicho trabajo para obtener las aplicaciones anteriores;
especialmente
los apartados 3.3 a 3.5. |
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