Enrique
Baltanás:
Las
columnas de Hércules.
Realidad o invención de Andalucía.
Sevilla, Signatura Ediciones,
1999.
Por:
José Díaz
Diego
El libro, que recibe el nombre
de uno de sus apartados, se aventura en la deconstrucción de los
mitos, preconcepciones y tópicos que rodean la idea de Andalucía,
su historia e identidad. A través de temas dispares como el flamenco,
la unidad y vertebración regionales, la literatura, el lenguaje,
los emigrantes, etc... va tejiendo una maraña de ensayos y reflexiones
que, más que adoctrinar, siembran la génesis del derrumbe,
ésta es, la duda.
El libro se entiende dentro
de un marco histórico y sociopolítico, los años 90,
donde empieza a ser problemática la articulación de algunas
comunidades autónomas dentro del Estado-nación español,
nacidas al amparo de la constitución democrática de 1978 y
complejas por la confluencia de las fuerzas centrífugas y centrípetas
de su foro interno y externo.
Nuestro autor, filólogo
hispanista, investigador, ensayista y poeta, plantea una serie de
inquietudes
deconstructivas o aclarativas, allá quien lo interprete, de realidades
sociales, políticas e ideológicas.
Con una visión relativamente
holística trata la idea de Andalucía, como él mismo
deja entrever a lo largo de la obra, desde un posicionamiento escapista
del marxismo trasnochado en clave de nacionalismo regional o el
romanticismo
bucólico e ideático del Volkgeist alemán. Parece
más bien perseguir una especie de pragmatismo
neoestructural-constructivista
donde la realidad formal reflejada en la estructura como marco político
actual y la agencia en la acción individual, generadora de sentido,
han ido moldeando una verdad, entre lo dialógico y lo empírico,
llamada Andalucía que, como tal, nace el 21 de octubre de 1982 con
la firma del Estatuto de Autonomía.
Por la estructuración
del texto, es interesante hacer un abordaje de reseña a caballo
entre lo temático y el tratamiento global. Eso sí, con cierta
inclinación por lo primero.
Ya a base de ensayos, ya
reflexiones o críticas, ya más extensos, ya más reducidos,
ya en artículo, ya en diálogo, organiza el libro en apartados
sin un índice aclaratorio. Comenzando por una Andalucía como
unidad vertebrada, ... en realidad, sobre la vertebración de Andalucía
versa todo el libro, propone nuestro autor la importancia de la
interpretación,
del enfoque, como elemento imprescindible para el entendimiento de esta
tierra. Ya sea una o varias, histórica o geográfica, ideológica
o identitaria, conflictiva múltiple o polar, provincial o regional,
nacional o nacionalista, iluminada o ilustrada, real o interesada,
ibérica
o transcontinental, tartésica o estatutaria... todo depende del
prisma con el que se mire.
Baltanás se declina
por una Andalucía estatutaria y autonómica, real desde la
firma del Estatuto y diferente a cualquier otra cosa anterior a la
nacida
en aquel octubre del 82. Para nuestro autor, las ideas de Blas Infante
sobre una Andalucía arábiga y anfictionada, diálogo
armónico entre las orillas de las columnas de Hércules; la
Andalucía de la pandereta y el tambor, del estereotipo desvirtuado
del viajante extranjero o el foráneo en el viaje de la emigración;
la Andalucía del poeta romántico, heliocéntrica, voluptuosa
y cándida, primus inter pares; la Andalucía del ideólogo
nacionalista que con anteojeras escoge la porción de historia y
verdad que responde a sus intereses... todas, una construcción
ideológica
que no responden, según Baltanás, a la realidad de Andalucía,
no Al-Andalus ni la nación andaluza sino a Andalucía, la
de la Comunidad Autónoma, la del Estatuto, la constitucionalista,
la de hoy.
En su recorrido por la vertebración
de Andalucía aborda cuestiones geográficas que dividen a
Andalucía en dos unas veces, oriental y occidental, tres en otras,
la del valle del Guadalquivir, la bética y la de Sierra Morena.
La Andalucía más
encontrada es la polar, la de Granada y Sevilla, la enfrentada
geográfica,
social y políticamente, la Andalucía reminiscencia de los
cuatro grandes reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada.
Dividida además bajo la misma lógica polar por las características
del habla andaluza (paradójicamente, o quizás no tanto, una
occidental y otra oriental) además de por los cultivos tropicales,
intensivos e minifundistas de una y de los de secano, extensivos y
latifundistas
de la otra.
Vertebración es también
su constitución provincial, pues al fin y al cabo nació como
la unión de ocho provincias que, pudiendo haber sido más,
menos o diferentes, tenían una entidad administrativa real anterior
a la Andalucía actual, exactamente desde su configuración
por Javier de Burgos en 1833.
La unión provincial
plantea para Andalucía el problema de la comarcalidad, del
enfrentamiento
entre los núcleos urbanos con vocación frustrada de capitalidad
así como la de la capital establecida como centro provincial con
la propia Diputación. Además, la configuración provincial
de la Comunidad Autónoma hace resurgir una nueva confrontación,
la de la capital de la comunidad con el resto de capitales provinciales
y viceversa, amalgama de enfrentamientos que él llama de "vértebras
y huesecillos".
Vertebración vuelve
a ser la Andalucía que pensemos, que creamos poseer; el sentimiento
andaluz que tengamos o hagamos ver que tenemos. Así, en su lectura
nos encontramos el apartado titulado "El universalismo andaluz o la
paradoja de un nacionalismos no nacionalista" en el que, de la mano
criticada, por su parecer y ubicuidad, de Luis García Montero, intenta
poner de manifiesto, entre lo histórico y lo social, cómo
las ideas nacionalistas comienzan universalistas para terminar siendo
universalmente
excluyentes; y cómo este nacionalismo regional se convierte en una
verdadera bomba del s. XXI presente en el marco común europeo.
Atacando a cualquier intento
de explicación ontológica de la identidad de los andaluces,
más cerca de la elucubración que de lo constatable, hace
una crítica del texto de Nicolás María López
Calera, El ser granadino. Ensayo de una ontología débil,
y de la trilogía de la identidad andaluza de Isidoro Moreno, antropocentrismo-ideología
igualitaria-relativismo y su ideario político de la diferenciación
étnico-cultural. A este respecto, Baltanás afirma que la
trilogía no es ni exclusiva ni original de Andalucía, como
tampoco es original la idea de la etnicidad cultural, sino que
más
bien remite al lavado de cara de la Antropología física insostenible
del s. XIX de Antonio Machado y Núñez para quien el andaluz
respondía a la descripción de homo sapiens, varietas caucásica,
forma baetica.
Para terminar con la vertebración
hace un pequeño puente sincrónico centrado en Lebrija, como
símbolo de la Andalucía y España profundas y personalizado
en un viaje de Azorín a ésta. Habla de una situación
dantesca, de miseria, paro, hambre y desesperación para apuntar,
personalizando en un viaje del autor a la misma Lebrija casi cien años
después, una Andalucía radicalmente diferente, una realidad
evolucionada, moderna, distinta a aquella folklórica de la irónica
Bienvenido Mister Marshall en la madrileña Guadix de la Sierra.
Andalucía es una realidad nueva, no preexistente aunque sí
heredera.
Ya en el presente, nos invita
a analizar nuestro ser comunitario examinando nuestra capacidad de
comunicación
a través del sistema de carreteras. En especial del que une Huelva
con Almería, Almería con Huelva, dice:
"se ha marcado el espacio:
puesto que somos comunidad, queremos comunicarnos. Puesto que
noscomunicamos,
ya formamos comunidad" (Baltanás 1999:122).
Aborda igualmente otros elementos
estereotipados de nuestra identidad como el flamenco. Elemento éste
defendido por intereses de lo diferenciable y genético andaluz,
como refleja la aportación de Carmen Calvo:
"¡No nos irás
a decir que el flamenco no es una creación genuinamente andaluza,
nuestra más clara seña de identidad!" (2003).
Baltanás desmonta
cualquier tipo de planteamiento exclusivista, acaparador o interesado
del
flamenco como estilo artístico, desde la defensa de sus orígenes
en la convivencia de los desgarradores cantos judíos con las
melismáticas
llamadas a la oración del musulmán hasta la creencia en el
duende del cante, sólo mecenas del nacido en esta tierra. A éstas
tesis enfrenta Baltanás las de Lavaur en su libro Teoría
romántica del cante flamenco, de 1976, en el que traza
un relación con el contexto histórico-musical donde nace
el flamenco, contexto europeo apasionado, en todas sus clases sociales,
por el bel canto del barroco musical.
Una de las más primitivas
características de este forma vocal presente en las primeras óperas
italianas de la Camerata Florentina era el canto recitado, una especie
de canción hablada en la que la improvisación jugaba un papel
fundamental. Con los años y el perfeccionamiento de las técnicas
de canto así como del lenguaje musical, la improvisación
comienza a estar mal vista por los compositores que ven en mucho
alteradas
sus obras, si bien está ya irremediablemente instaurada en el gusto
estético del público que, deseoso de demostraciones vocales
imposibles, no puede sino acostumbrarse a escuchar lo que el autor
compone,
sin cambios, pero... no pasa así a nivel popular. Lavaur propone
que es precisamente este gusto por las cadenas improvisadas de melismas
en cualquier tipo de melodía uno de lo más posibles gérmenes
del flamenco que, permaneciendo entre las gentes distanciadas de
prerrogativas
y obligaciones formales de los escenarios operísticos, tiene una
excelente acogida-nacimiento y trato en Andalucía.
En cuanto al duende que bautiza
con su arte para el flamenco sólo al andaluz, Baltanás enumera
una larga lista de cantantes, cataores, guitarristas, bailaores y
bailaoras
de cuna bien distinta a la nuestra, como Carmen Amaya, Vicente Escudero
o Manolo Vargas.
Eso sí, Baltanás
reconoce que si bien el flamenco no nos pertenece como invento original
de suelo patrio, sí que en algo o mucho hemos ayudado los andaluces
a su existencia, que es parte integrante de Andalucía, parte de
nuestra identidad comunitaria y parte de nuestro "somos".
Habla igualmente del poder
del lenguaje, no sólo como vehículo de comunicación
sino como símbolo de identidad y diferenciación, como herramienta
política de construcción cultural. Aboga por la destrucción
metonímica entre lenguaje e identidad cultural así como agradece
el sensato acierto de las autoridades competentes al no decidir
normativizar
algo que nunca ha existido, el habla andaluza.
Aclara que si bien a nivel
superestructural se ha fomentado, incluso en Andalucía, la norma
castellana o vallisoletana del español y ridiculizado en el personaje
humorístico del cateto las características de la variante
lingüística que representa el andaluz, es un avance no articular
artificialmente un dialecto o lengua, como en el caso gallego, donde
existe
una elaborada variedad de "formas dialectales" dentro de la misma
modalidad
lingüística. Cabría así más correctamente
hablar de las "hablas andaluzas", como más acertado sería
mantenerlas a nivel autonómico no procurando la homogeneización
de una única e institucional habla andaluza. En definitiva, ni hay
una sola habla andaluza ni los elementos de ésta son exclusivos
y excluyentes de Andalucía, ni hay que descuidar el lenguaje bajo
la etiqueta recurrente de ...es que hablo andaluz, delatora de
lagunas
expresivas.
Bajo el mismo prisma de la
lengua no es la identidad, Baltanás aborda la literatura andaluza
como parte integrante de la castellana. Sólo cabría adjetivar
sobre lo escrito por los autores andaluces en castellano a fin de
encontrar
el espíritu o esencia inocua y verdadera del andaluz literario,
por otro lado, empresa ardua difícil si comparamos a Góngora
con Lorca o a Bécquer con Gala.
A modo de conclusión,
citar un par de ideas críticas de las varias de ellas que podría
suscitar el texto. En primer lugar, y permítaseme parafrasear a
Salvador Rodríguez Becerra:
"...No hay que sentir complejo
por producir turismo y no acero" (2001).
A lo que en este caso de Las
Columnasde Hércules añadiría: ¿Qué
problema hay con construir mitos, leyendas, estereotipos, espejismos,
sueños...
que en definitiva se traduzcan en hordas de guiris que alojándose
en un hotel granadino o sevillano, en una casa rural del Andévalo,
en un bungalow marbellí o en una tienda de campaña en Cabo
de Gata sean acicate esencial de uno de los sectores más importantes
de nuestro tejido socioeconómico? ¿Qué problema hay
en producir turismo?
¿Acaso alguien cree
que Nueva York es la tierra de la libertad porque haya en su bahía
una enorme imagen femenina en cuyos pies rece Freedom Statue? ¿
O acaso alguien piensa que por pasar su noche de bodas en París
va a ser más romántico que si lo hiciera en Rabat, porque
la capital francesa sea la "cité de l´amour"? ¿
O será porque alguien pueda creer sentir más emoción
escuchando el fado mágoas en la voz de Dulce Pontes en un
café a los pies del castillo lisboeta de San Jorge que yo, que mientras
elaboro este esbozo de recensión lo oigo en mi equipo de música...?
Pues sí, es precisamente fruto del éxito de los procesos
de elaboración semántica, de dotación de significado
que, con base material y simbólica, consiguen erigir representaciones
y construcciones sociales de realidades culturales atravesándolas
de lógicas emocionales y afectivas que ayudan a su vez, ejerciendo
en el cuerpo una obnubilación somática, a fijar un sustrato
ideático a modo de imagen ideal de los espacios socioculturales.
Es por ello que el sueño
de Nueva York como la ciudad de la libertad y las oportunidades
funciona
y a ella llegan cientos de inmigrantes cada año. Es por ello que
la pareja que consiga pasar su noche de bodas en un hotel parisino crea
estar envuelta de un romanticismo embriagador que no encontrarían
en ningún otro lugar del mundo, y seguro que emociona muchísimo
más Dulce Pontes en vivo, en la Lisboa de Amália Rodrigues,
Camões y Eça de Queirós, que no en mi equipo de música.
Y seguramente como estudiosos de la sociedad debamos interesarnos por
saber
qué es mito y qué no lo es, qué es realidad y qué
ficción, así como intentar averiguar qué función
cumple y qué significado tiene, no quedándonos puramente
en la forma exterior. Si Baltanás comprendiese la importancia de
la exaltación de lo propio en oposición al otro como mecanismo
de afirmación identitaria y el papel importantísimo que juega
dentro de esta afirmación la existencia de estereotipos mitológicos
cuyas raíces se pierdan en el tiempo, quedando naturalizados (Bourdieu
1998), vería que si bien es cierto que existen "falsas verdades"
en cuanto a la vehemencia de lo dicho y lo hecho, que no de lo que
significan
y generan, no es menos cierto que criticar estas herramientas de
construcción
del "nosotros" es tan disparatado como criticar que el hombre necesite
respirar para vivir. Pienso más bien que la función del científico
social está en desvelar estas realidades, comprender el sentido
lógico que juegan dentro del sistema cultural donde se hallen inmersas
y explicarlas.
La Andalucía del Estatuto
no es más que otra construcción ideológica, marco
epistemológico de nuestro tablero sociopolítico. En el fondo,
el mito y el estereotipo tienen una función y significado lógicos
dentro de la cultura como unificadores, dadores de sentido y creadores
de identidad. ¿Alguien quiere derribar los panteones de Atenas porque
Apolo o Atenea no existieran nunca? ¿O son de distinta consideración
el patrimonio material y el intangible? Sabemos que Andalucía no
es igual que flamenco, ni que las raíces de éste estén
tan claras como piensan muchos pero hoy es parte del atractivo
referencial
andaluz para todos los que sentimos que el conocimiento de distintos
lugares
es una experiencia vivificante.
Baltanás se posiciona
ideológicamente, jugando con el diálogo de dos amigos (él
y él) que si bien tratan de buscar la desmitificación de
realidades deja al texto sin un análisis profundo que pase de la
provocación. En relación a ello podríamos hacernos
eco nosotros de un pensamiento del Marx tardío, el ateísmo
radical es una forma más de religión.
¿Dónde está
por tanto la verdad?¿Dónde la demostración de qué
es Andalucía?¿Dónde la demostración empírica
de la identidad andaluza?¿Dónde los límites de las
construcciones ideológicas?
Andalucía
es como
España una realidad que se reconstruye cada día, producto
hábilmente armonizado entre lo impuesto y lo buscado, la sumisión
del credo y lo incorporado. Es, en mayor o menor grado, como cualquier
realidad social, un producto del diálogo.
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