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Introducción
Los enfoques lingüísticos y antropológicos que se han ocupado del chisme, han centrado su atención fundamentalmente en los aspectos discursivos y el aspecto funcional dentro de los grupos socio culturales analizados (Besnier 1989; Hall 1993; Gluckmann 1963 y 1968; Paine 1967; Wilson 1974; Goldsmith 1989; Ghosh 1996). De manera general podemos señalar que sobresalen los argumentos que giran en torno a la competencia lingüística de quien genera el chisme, así como de su posición social o grado de detención de poder en su círculo social. El chisme es identificado como una acción que juega un papel central en el mantenimiento de los grupos, ya que actúa como elemento central de comunicación a través del cual fluyen los sentidos compartidos de los miembros de un grupo. Visto desde la perspectiva funcional, el chisme permite, a través de esos flujos, no solamente un intercambio fortuito de ideas, sino una regulación de acciones y valores que clasifican desde una perspectiva moralizante las intenciones y las conductas de quienes participan en esta práctica. Indudablemente, el chisme, como toda acción social debe ser analizado en su contexto socio cultural y su dimensión correspondiente con el carácter social que tiene. Es decir, de acuerdo con la literatura revisada, es posible afirmar que, aunque con diversos matices, el chisme es un evento que se presenta prácticamente en todo tipo de culturas y sociedades, como lo señalan los trabajos antropológicos que se han ocupado de él como objeto de estudio. De la misma manera, el chisme se percibe como un fenómeno que, aunque usualmente se considera potencialmente peligroso, es algo prácticamente inevitable o una práctica profundamente arraigada a las formas cotidianas de comunicación. En este sentido, el chisme sobresale como una práctica social cuyo sentido se encuentra en el significado que esta acción tiene para los miembros de un grupo social (Weber 1971). El chisme permite identificar una acción que, de acuerdo con Weber (1971), muestra una serie de regularidades visibles que responden a un cierto orden hegemónico que le autoriza sancionar las conductas que sobrepasan lo establecido, pero que también genera, en relación con ese mismo orden, conflictos y respuestas diversas. De manera general, las evidencias sobre el chisme indican que pese a que esta actividad se define como una cuestión tonta, disparatada u ociosa, siempre juega un papel importante en la interacción de los miembros de los grupos, ya sea como parámetro de comportamiento o como iniciador de conflictos o rupturas al interior de los grupos sociales involucrados. Estas regularidades visibles, se objetivan en la percepción que la gente tiene acerca del sentido y significado del chisme. En el caso de los estudiantes que conformaron nuestro universo de estudio, resultó interesante que prevalece en ellos la idea de que el chisme es una conducta dañina que debe ser corregida debido a los efectos negativos que puede traer; pero al mismo tiempo, como lo señala Goldsmith (1898), se le considera una actividad inocua e incluso positiva en la medida que puede contribuir con el manejo de conflictos y que surge, como parte de la convivencia y la ociosidad en el espacio escolar. Esto permite ver que en su definición y en su práctica está presente una ambigüedad que finalmente coloca al chime como una práctica cotidiana de función comunicativa muy importante. El éxito de la pervivencia de una cultura o de los diversos grupos sociales, está en concordancia con los logros que los procesos de socialización han tenido sobre los individuos. Esto supone una internalización de significados socialmente compartidos que lleva a una comprensión a través de mensajes explícitos o implícitos que dan sentido a la comunicación de los individuos (Berger y Luckmann 1991). Muchos códigos de comunicación, son creados con propósitos específicos de intercambio y muchas veces son tomados del lenguaje común, pero con sentidos ocultos que a veces sólo pueden ser identificados por los miembros de cierta "comunidad" que los utiliza con fines de intercambio. Muchos de estos códigos, en el caso del chisme, pueden tener connotaciones subterráneas que aluden a diversos aspectos de la conducta de los otros, especialmente si se hace referencia a lo sexual. En su análisis sobre La invención de lo cotidiano, De Certeau (1999: 24-25) señala que: Cuando se trata de una alusión sexual, el registro lingüístico cambia inmediatamente: se habla en torno al sexo, de manera lejana, a través de una manipulación muy fina, sutil, del lenguaje, cuya función ya no es dilucidar, sino "dar a entender" (…) El habla sobre sexo es, de cierta manera, la intrusión de la turbulencia en la claridad del lenguaje cotidiano…Esto último se muestra a través de los testimonios escritos y orales que los estudiantes proporcionaron y en los cuales se destacan juicios y referencias hacia los comportamientos de los otros en relación con la forma de vestir, de su desempeño académico o de la reputación y conductas sexuales, especialmente cuando se mencionan adjetivos que contienen sentidos diversos para hombres o mujeres, como cuando se señala a alguien por ser fácil, en cuyo caso, el adjetivo connota sentidos opuestos para hombres y mujeres. En este documento analizamos los resultados de un trabajo de investigación que se realizó entre estudiantes adolescentes de bachillerato de la Universidad Autónoma Chapingo. Partimos de que el chisme es una práctica que repercute de maneras diversas en las interacciones entre estos estudiantes, quienes, por la peculiaridad de la institución de referencia, se ven en la necesidad de convivencia intensa en tiempo y actividades dentro del campus, ya que la mayoría de ellos viven en los dormitorios de la universidad. Por otro lado, la condición de adolescentes de los sujetos estudiados, supone una etapa importante de la socialización en la cual las personas están pasando por un proceso definitorio de identidad genérica y de afirmación o cuestionamiento de valores y normas; situaciones que tienen lugar en un ambiente de convivencia y comunicación permanentes. Por
otra parte, nos interesa analizar el chisme
a partir de las representaciones sociales, en tanto que lo concebimos
como
una práctica que objetiva, a través de la oralidad, una
concepción
específica de ser hombre y de ser mujer en un contexto en el
cual
dominan los modelos masculinos de ser y actuar. El chisme, en todo caso
y en relación con el uso de las formas de expresión turbulentas,
aparece como una práctica trasgresora en sí misma en
tanto
que se permite incluir en su discurso el registro de la
trasgresión
a que alude (De Certeau 1999), es decir, se permite incluir los
comportamientos
y actos censurados por quienes elaboran y comparten el chisme. Representaciones sociales, sentido común y chisme La percepción y conocimiento que los sujetos tienen de su realidad inmediata, es producto de un aprendizaje social que se va sedimentando a lo largo de su vida, especialmente en las primeras etapas o durante experiencias eventuales de significación extraordinaria (Berger y Luckmann 1991), de manera que la forma por excelencia en que un individuo se convierte en ser social, es ese proceso a través del cual se interiorizan las formas que rigen tanto sus actos individuales, como sus acciones sociales. Dentro de la teoría social existen varios acercamientos que explican estos procesos de internalización del mundo social en los individuos: la perspectiva clásica de Durkheim (1970) define a la socialización como un proceso de aprendizaje que determina la primera fase de conformación y establecimiento de normas y reglas a seguir en sociedad; Bourdieu (1988), por ejemplo, partiendo de un análisis poco heterodoxo de la teoría social, retoma el concepto de hábitus para entender algunos comportamientos culturales y de clase; la sociología del conocimiento de Berger y Luckmann, nutrida de Durkheim, Weber y algunas posiciones marxistas, analiza el papel que el conocimiento de sentido común juega en la definición de la identidad así como de la institucionalización y legitimación de las formas de ser y hacer en sociedad. Cualquiera de estos ejercicios teóricos ha llamado profundamente la atención sobre el conocimiento de sentido común y la importancia que éste tiene en el análisis de las acciones sociales y de la realidad. Teóricamente, el conocimiento de sentido común resulta esencial como objeto de las ciencias sociales y humanas toda vez que, entender cómo se construye y cómo se sedimenta en las personas y los grupos sociales, resulta indispensable para la comprensión de las interacciones sociales y las diversas prácticas que se dan al interior de los grupos. De manera general, es posible aseverar que la teoría de las representaciones sociales parte de que el sentido común es una forma de conocimiento social que ha sido elaborado en colectivo y que permite organizar significativamente la realidad de la que los sujetos forman parte (Abric 2001). Y si bien estamos de acuerdo con Bruner (1986: 6) que hay una brecha notable entre "la vida como es vivida (la realidad), la vida como es experimentada (la experiencia) y como es contada (expresión)", también es cierto que reconocemos que "todo acto humano esta impregnado con significado [el cual] surge cuando tratamos de conjugar lo que la cultura y el lenguaje han cristalizado del pasado con lo que sentimos, deseamos y pensamos sobre nuestro presente" (Turner 1986: 33). Directamente rescatada de la psicología social de Moscovici (1986), se han realizado reflexiones teóricas y estudios empíricos que intentan desentrañar diversos significados sociales que los miembros de un grupo, población o sociedad tienen respecto de su concepto de mundo y las prácticas correspondientes en sus vidas cotidianas (Abric 2001; Jodelet 1986: Falmbert 2001). La particularidad de la disciplina no obsta, sin embargo, a abordar un objeto específico de estudio, como las relaciones de género o el chisme, ya que antropológica y sociológicamente se da una convergencia epistemológica que busca la comprensión del sentido de las acciones. Considerando el interés de la teoría de las representaciones sociales sobre el sentido común y sobre las conversaciones cotidianas y reflexionando sobre una extensa gama de posibilidades contenidas en los procesos de comunicación fundamentados en la oralidad, ¿por qué no elegir los chismes y los rumores como objeto privilegiado de investigación? (Araujo 2005: 71).El análisis con base en las representaciones sociales posibilita pasar de un nivel escuetamente explicativo causal de las acciones humanas a un nivel de comprensión del sentido de esas acciones. Es decir, intentamos identificar por qué se actúa de tal manera y no de otra en un contexto específico, basándonos en las declaraciones escritas y orales de un grupo de jóvenes estudiantes que a través de la palabra permiten acercarnos a su forma de ver, entender y experimentar su mundo inmediato. De acuerdo con lo anterior, las representaciones sociales pueden identificarse como una herramienta de interpretación de la realidad y nunca como la realidad misma, toda vez que están cargadas de significados socialmente atribuidos que los individuos elaboran mentalmente a partir del sentido compartido en un grupo. De esta manera, de acuerdo con Abric (2001: 13) asumimos que: La representación funciona como un sistema de interpretación de la realidad que rige las relaciones de los individuos con su entorno físico y social, ya que determinará sus comportamientos y sus prácticas. Es una guía para la acción, orienta las acciones y las relaciones sociales. Es un sistema de pre-decodificación de la realidad puesto que determina un conjunto de anticipaciones y expectativas.Al ser la representación, la esencia de la comunicación y la cultura humanas (Goody 1999), entonces, una representación social puede permitir un conocimiento de las elaboraciones subjetivas que comparten las personas porque ellas demuestran las visiones del mundo que los sujetos han construido en su vida social. Los expertos en representaciones sociales también señalan que éstas tienen dos niveles: el nivel cognitivo y el nivel social (Abric 2001) o el nivel mental y público (Sperber 1996). El primero -cognitivo o mental- tiene que ver con la cristalización que una representación social supone de un conocimiento social y culturalmente compartido y que existe en la mente sujeto a los procesos cognitivos de cada individuo; el segundo -social o público-, es ese conocimiento expresado en prácticas cotidianas a través del habla o de creencias y, que establece el medio de comunicación entre los miembros de un grupo social o cultural. De esta manera, ya sea cognitiva, interna, pública o colectiva, las representaciones sociales son, como ya lo señalamos, una posibilidad de análisis interpretativo de la realidad. Las representaciones internas significan, a menudo, aquello a lo que nos referimos como la expresión del pensamiento, habitualmente mediante palabras expresadas oralmente o por escrito (Goody 1999: 49).El chisme, como práctica y objetivación de conocimientos socialmente compartidos y expresados a partir del sentido común, resulta un objeto importante para las representaciones sociales ya que, en el caso de esta investigación, nos ha permitido identificar un sistema de creencias compartidas en torno a los roles de género y las conductas socialmente aceptadas y no aceptadas. Como señalamos al inicio de este documento, esta práctica ha sido estudiada desde diversas disciplinas, especialmente como un elemento de comunicación e intercambio de sentidos y significados culturales que permiten reconocer, cuestionar y reafirmar, según sea el caso, las reglas sociales de convivencia, exclusión, rechazo o aceptación y además, como elemento que sugiere un ejercicio de poder a partir de la competencia lingüística por parte de quien lo genera o inicia. Efectivamente, el chisme puede contener todos los elementos funcionales señalados y una eficacia real sobre el control de conductas y mantenimiento de jerarquías (Gluckmann 1963), pero sobretodo, es una manera óptima para conocer las expresiones más espontáneas del sentido común que fluyen horizontal y verticalmente entre los miembros de un grupo, comunidad o cultura. En este caso, en el que interesa conocer las relaciones entre estudiantes adolescentes de ambos sexos, es pertinente señalar que el chisme y los rumores ejercen en esta población una presión particular, debido a que es una etapa de conformación identitaria que exige figuras en quien confiar por medio de la aceptación y condescendencia (Erikson 1992). Como resultado de la convivencia forzosa de tiempo completo entre adolescentes, el chisme se vuelve, como señalamos arriba, una forma de ejercicio de poder que sanciona moralmente los comportamientos y los califica a través de parámetros estereotipados de conductas buenas y malas, aceptadas y no aceptadas, mediante los juicios de los mismos adolescentes, los cuales expresan las representaciones sociales propias de su mundo inmediato. Generalmente, los chismes en Chapingo giran en torno a las representaciones sociales de género: apariencia, reputación sexual, embarazos, noviazgos, alcoholismo, desempeño académico y en menor medida asuntos de carácter político institucional (Vázquez et al. 2006). Los autores que lo han estudiado caracterizan al chisme como un fenómeno cultural y social, pero sobre todo, a partir de las experiencias y definiciones propias de los actores, se ha podido señalar como una acción ociosa, que se realiza para hablar de otros en su ausencia con el fin de degradarles o sancionar sus conductas, que puede contener también una intención de venganza o de sacar provecho de una situación determinada. Se realiza generalmente entre personas que tienen una relación cercana y supone, en muchos casos, una forma de pertenencia grupal. En suma, es una plática evaluativa de los ausentes (Goldsmith 1989; (Gluckmann 1963; Hall 1993; Besnier 1989). Por
último, es preciso señalar
que hemos caracterizado al chisme como una práctica en el
sentido
de un acción que se realiza como parte de un hacer
cotidiano
por medio del cual los sujetos ponen en acción artimañas,
en este caso, de comunicación e interacción para sortear
la convivencia diaria y la adaptación al ambiente escolar que
les
rodea (De Certeau 1999). Metodología El planteamiento de esta investigación partió de una concepción interpretativa comprensiva de los eventos sociales, por lo que fue fundamental acudir a una serie de técnicas tanto de corte cuantitativo como cualitativo que permitieran tener un acercamiento amplio y lo más riguroso posible al fenómeno de nuestro interés. Por esta razón, decidimos trabajar con la generación de segundo año de la Preparatoria Agrícola, ya que estos estudiantes han pasado un año y medio en la institución, tiempo en el cual han adquirido una serie de experiencias suficientes, personales y de grupo para tener un arraigo más o menos fuerte en la institución y un conocimiento profundo de las prácticas académicas y de convivencia. Esta población de estudiantes (2do. Año) constituyó el universo de estudio. La generación estaba conformada por 18 grupos y un total de 655 estudiantes, 247 mujeres y 408 hombres, cuyo promedio de edad fue 16 años. El trabajo de recopilación de datos e información se llevó a cabo en tres etapas: En la primera se diseñó y aplicó un cuestionario escrito, corto, de preguntas cerradas y abiertas para poder identificar la percepción general de los estudiantes sobre la existencia, causas y tipos de chismes más recurrentes y la razón por la cuál ellos suponían que se daban. Este cuestionario se aplicó a 180 estudiantes de seis grupos: 58 mujeres y 122 hombres. En la segunda etapa, se aplicó a 212 estudiantes de seis grupos más, otro cuestionario elaborado a partir del análisis de las respuestas obtenidas en el primer instrumento y en el que se intentó profundizar en el concepto del chisme, las intenciones y efectos que este traía en su vida diaria. Este cuestionario incluyó XX reactivos, algunos de los cuales fueron preguntas abiertas. En este caso fueron 99 mujeres y 113 hombres. La tercera etapa, consistió en la realización de cuatro grupos focales, con el fin de discutir algunos de los resultados obtenidos en los instrumentos anteriores y conocer su percepción sobre aspectos tales como, el tipo de chismes que se dan, quienes tienen mayor proclividad al chisme, las intenciones de los chismes, los efectos de éste y sus percepciones en relación con su propio género o el género opuesto, entre otros. Los dos primeros grupos focales se realizaron con hombres y mujeres por separado y los dos últimos fueron de participación mixta, es decir, hombres y mujeres compartieron las discusiones. En esta tercera etapa participaron 66 estudiantes: 24 mujeres y 42 hombres. El número de estudiantes que participaron en total, al contestar los cuestionario y en los grupos focales, fue de 458 estudiantes, que corresponden al 69.9% del total de la generación elegida, en la cual resultaron 181 mujeres y 277 hombres. Las
respuestas cerradas de ambos cuestionarios,
se capturaron en una base de datos simple a partir de la cual obtuvimos
sumatorias y porcentajes de los datos generales de los estudiantes y de
sus respuestas en relación con el tema tratado. Las respuestas
abiertas
de los cuestionarios, así como las discusiones surgidas de los
grupos
focales, se transcribieron completas con objeto de un análisis
cualitativo. Sobre la Universidad Autónoma Chapingo (UACH) La UACH es una institución pública de educación media y superior que orienta su actividad académica de docencia e investigación a la formación de ingenieros agrónomos en diversas especialidades. Se localiza en el oriente del Estado de México, entidad del centro del país. Una de sus características sobresalientes es que la mayoría de sus estudiantes gozan de apoyo económico para la realización de sus estudios a través de dos tipos de becas: el primer tipo consiste en que algunos estudiantes viven en el internado de la universidad y su complemento de beca es una cantidad en efectivo que les permite sostener gastos personales; el otro tipo de beca es para aquéllos que viven fuera de la institución y su beca es completa. Ambos, tipos de estudiantes gozan de servicio de comedor en la escuela y otros apoyos académicos como fotocopias y lavandería. Hay un grupo menor de estudiantes que por su clasificación socio económica, es decir, que comprobaron tener posibilidades materiales de sostener sus estudios, no gozan de ningún tipo de beca. La UACH tiene una cobertura nacional en el sentido de que su convocatoria se difunde en toda la república y recibe estudiantes de todas partes del país, privilegiando a los de escasos recursos y buen aprovechamiento. Sin embargo, en los últimos siete años, ha prevalecido la población estudiantil del Estado de México, que es la zona de influencia de la UACH, así como la de algunos estados del centro y sur. De acuerdo con una clasificación propuesta por Avila (1993) (1), las regiones Centro y Sur conforman, en 2005, 92% del total de la población estudiantil, distribuida así: 1016 estudiantes del centro, 519 del sur y, únicamente 128 del norte. Tradicionalmente, la agronomía se ha considerado una profesión masculina, es decir, para hombres, cosa que a pesar de la apertura y aumento en el número de mujeres que han ingresado en los últimos años a la UACH, sigue prevaleciendo en el imaginario de la gente y, por supuesto se refleja, en el número de mujeres que han ingresado a realizar estudios de agronomía en esta universidad. Durante las cinco últimas promociones de ingreso, el promedio de aspirantes mujeres aceptadas ha sido de 46,8 %, lo cual no supone necesariamente que haya habido un incremento sostenido en el ingreso femenino, pues éste fluctúa año con año. En este
contexto, altamente masculinizado,
las relaciones entre hombres y mujeres son muy complejas y han generado
eventos de agresión física y diversos tipos de violencia
entre estudiantes. Eventos a los cuales, tanto hombres como mujeres se
enfrentan en la cotidianidad escolar a partir de sus propios recursos
personales
y culturales adquiridos por medio de sus experiencias de vida. Las representaciones sociales de género, la sexualidad y el chisme La institucionalización de los comportamientos que restringen las acciones humanas, por lo general dejan espacios que siempre han de generar conductas soterradas, marginales, que terminan siendo clasificadas dentro de lo anómico o que se asocian con lo malo y lo que no se debe hacer. El ejercicio de la sexualidad es un tema sobre el que abundan los juicios morales y es sobre ella que muchas de las representaciones ancladas en la sociedad se manifiestan en la visión del mundo de los sujetos en cuestión. La sexualidad, como cualquier otra acción, es una construcción social que responde a una serie de elementos culturales, económicos e incluso políticos, que ha de reflejar una concepción de mundo, de vida e incluso de muerte. Está inmersa en una cosmovisión y, como tal, corresponde con una serie de disposiciones de ánimo, de estilos morales y estéticos, reflejando -al igual que otras manifestaciones humanas- caracteres y calidad de vida (Geertz 1987). Las prácticas de la sexualidad son, en sí mismas, una cristalización de valores. Si pensamos en la sexualidad, siguiendo a Foucault (1987), como una invención de la sociedad moderna para controlar a las poblaciones en el espacio y el tiempo, quizá resulte menos complicado comprender el sentido social que el concepto connota en la actualidad, especialmente en relación con los prejuicios que le son propios. La sexualidad es inherente a los seres humanos y, las manifestaciones o prácticas que sobre ella resultan corresponden a situaciones culturales específicas. De acuerdo con Foucault (1987), antes de que las sociedades occidentales entraran en la modernidad, las prácticas sexuales simplemente no eran un tema relevante para la sociedad. La sexualidad entra en escena pública, de acuerdo con este autor, con la aparición del estado moderno y sus instituciones, las cuales se consolidan para garantizar el control de su gente y separan lo bueno de lo malo, lo digno de lo indigno, lo sano de lo enfermo. Aparece entonces lo que Giddens (1998) llama el secuestro de la sexualidad que queda, al menos desde la esfera pública, irremediablemente conectada con la reproducción y, en consecuencia, con los roles de género. El reconocimiento de la sexualidad como construcción social es importante porque más allá de la naturaleza biológica de los seres como entes sexuados, es posible sostener que de una u otra manera la mayor parte de las experiencias humanas están mediadas por la socialización de que han sido objeto. Sin dejar de lado la experiencia cognitiva particular, es importante subrayar que el hecho de que éstas formen parte de lo público, son también objeto de su representación colectiva y quedan sujetas a sanción. Esta proclividad evaluadora de los comportamientos de los demás queda mostrada en el estudio realizado, cuando resulta que los principales temas sobre los que se chismea tienen que ver con la apariencia física, los comportamientos sexuales, los noviazgos, embarazos, abortos, orientación sexual y otros menos socorridos, pero que se dan en relación estrecha con los papeles genéricos socialmente esperados, tales como que las mujeres cuidan más la apariencia tanto por gusto como por presión social, o el hecho de justificar la existencia de comportamientos diferenciados para chicos y para chicas. Esta construcción de roles refleja de manera clara los estereotipos de género que permiten señalar por qué una mujer es bien o mal vista y un hombre es o no respetado como tal. La masculinidad y la feminidad se han erigido como parámetros excluyentes que no permiten medias tintas, ni conductas ambiguas, de tal suerte que la organización social del comportamiento sexual y de género son fácilmente expresados e identificables para una diversidad de conductas, tal como lo confirman algunos testimonios (2) de los y las estudiantes: Es la naturaleza, el hombre es un animal polígamo, mas de un 90 % de los animales son polígamos entonces el hombre por naturaleza busca mas aunque hay hombres que llegan a controlar sus impulsos y los que no, los que inmediatamente andan buscando algo más.Sobresale de estas citas la representación que se tiene de lo que deben ser las mujeres y los hombres. Una mujer debe ser femenina en su apariencia: vestir de acuerdo con su sexo para llamar la atención y ser seguida por los muchachos. Una chica también debe ser de difícil acceso para quien desea tener una relación seria, por tanto, las chicas que han tenido muchos novios o que conviven con amigos, pueden ser asediadas y populares, pero no contempladas para una relación seria. Por otro lado, el concepto de ser hombre o de masculinidad tienen que ver con conductas sexuales más disipadas y con la idea de que un hombre significa fuerza física y aspecto rudo, como el caso de los estudiantes norteños, llamados "vaqueros", quienes por su vestimenta y actitud ejercen un atractivo especial entre las mujeres. De esta manera, es posible aseverar que el ejercicio de la sexualidad, su control y sus manifestaciones están necesariamente ligadas a la construcción social de los roles de género, cuya internalización se manifiesta abiertamente a través de las expresiones e intercambios de sentido común, derivados de la experiencia de los adolescentes. Conductas
como el consumo de drogas o alcohol
son más propias de los hombres que de las mujeres y de acuerdo
con
los datos obtenidos, ocupan el mismo nivel de importancia como chisme
sobre
ambos. Sin embargo, podríamos señalar que, de manera
general,
existe una referencia constante al tipo de conductas asociadas al
género,
de tal manera que podríamos esquematizar algunos estereotipos de
la siguiente manera:
Representaciones sobre las conductas de mujeres y hombres
Acá por ejemplo, por cultura ya, se ve mal o se cataloga como que se ve mal que las mujeres tomen porque se supone que el hombre sí se ve bien tomando, bueno así se tiene catalogado.En el marco general de una sociedad y una cultura escolar altamente masculinizadas, los efectos que causan los chismes en torno a los temas que los estudiantes declararon como preferidos, son analizados en la parte siguiente. Sobre el daño que causan los chismes De acuerdo con la experiencia de los estudiantes que participaron en este ejercicio de investigación, la mayoría de ellos considera que los chismes son acciones que repercuten negativamente en la vida escolar y personal de quien se ve involucrado en ellos. En conjunto, los alumnos tienen una percepción clara sobre el daño que se causa con los chismes, resulta interesante destacar que, aunque con poca diferencia, el número de mujeres que opinan que sí se daña con los chismes, es ligeramente menor que el número de hombres que opinan sobre lo mismo. Esta situación puede ser concordante con la idea declarada por parte de las mujeres al señalar que resuelven los problemas a partir de las aclaraciones verbales. Esta última idea, sobre el hecho de que se resuelven los problemas generados por los chismes o rumores después de aclarados, queda poco soportada en el momento en que los testimonios obtenidos mediante los grupos de discusión nos permiten identificar que no se da exactamente de esa manera. La mayoría de las mujeres aceptaron que, aunque intentan aclarar las cosas, esto no resulta en una verdadera solución del conflicto, sino que la mayoría de las veces y en el mejor de los casos, dejan de ser objeto de rumores, burlas o agresiones, pero pierden la relación con sus amigas o amigos. Sí, dijeron que yo hablé mal de unos compañeros y ellos se enojaron y me dejaron de hablar…Paradójicamente, la respuesta directa a la pregunta de que si les ha afectado algún chisme de manera personal, es afirmativa por parte de ambos sexos, con una ligeramente mayor diferencia para las mujeres (59,6%) sobre los hombres (49,6%). Además, el daño que sigue al hecho de haber sido objeto de un chisme parece que sí deja una secuela mayor en las mujeres que en los hombres ya que, debido a la representación estereotipada que se tiene de los modelos de feminidad y masculinidad, como de las acciones deseables y aceptadas para cada caso, las mujeres son mucho más vulnerables ante las críticas y juicios de sus compañeras y compañeros en general. Yo creo que si afectan [los chismes] porque las mujeres tienden mas a ser difamadas, los hombres como quiera les da igual lo que digan hasta cierto punto.La reputación sexual, la autoestima y las relaciones personales son cuestiones que reiteradamente preocupan a las y los estudiantes en relación con la imagen que proyectan o que se genera a partir de los chimes. A estos tres aspectos, los estudiantes les asignan la mayor importancia en relación con los efectos negativos del chisme. Y por tanto, el significado que cada uno de los daños tiene para mujeres y para hombres, es distinto. En el caso de las mujeres, 81% de ellas señala en primer lugar que el efecto más dañino recae sobre la reputación y el 61% lo consideran el daño más grave en segundo lugar. Si consideramos que uno de los aspectos que se toca permanentemente, ya sea de manera directa o tangencial, es lo referente a la sexualidad, resulta explicable que suceda de esta manera, en el entendido de que uno de los principales mecanismos de control político, social y moral se ejerce a través de la sexualidad (Foucault 1987). En el caso de los hombres, 81% de ellos perciben que las relaciones con los demás, son lo que más se daña en primer lugar y el 67% considera que es el segundo daño más importante. Esto responde fundamentalmente a que los compañeros o compañeras suelen dejarse llevar por rumores, pero sobretodo, porque el daño se llega a convertir en resentimiento. Curiosamente, la autoestima es un aspecto que afecta más a los hombres, aunque sólo 67% ellos la mencionan en tercer lugar: Me afectó a tal grado, que perdí a varios amigos, me dolió y espero que la persona que me difamó no caiga en las mismas circunstancias que yo.Los jóvenes expresan y refuerzan el proceso de socialización que delinea los roles de género a través de la aprobación y desaprobación del "cumplimiento" del rol socialmente esperado y deseado, en este sentido, el chisme es un regulador de conductas individuales y de relaciones sociales. ¿Por qué? Porque provoca burlas y exclusiones, la gente se "cuida" de lo que los demás dicen o piensan. [Hay que hacerle] como lo que hacen los políticos con sus chistecitos, no hacerles caso, lo que pasa es que el hombre tiene una actitud más de valemadrismo, ¡no qué eso me vale madres! y los hombres que llegan a tener problemas con esto es porque les afectó seriamente no solo un mal entendido o un rumor mal infundado, es lo que pasa.Pero el chisme también es un generador de conflictos en la medida que puede dar lugar a reclamos, rupturas, desprestigio o exclusiones del círculo social inmediato, como es el caso del grupo de amigos en la escuela. Esta última situación puede causar que la víctima del chisme se vea forzada a hacerse a un lado del grupo, ya sea por decisión propia o de otros o en su caso a adoptar distintos tipos de conducta para complacer a la comunidad. Conductas de adaptación y conductas de resistencia ante los chismes. ¿Fingir y aparentar? La mayoría de los estudiantes, tanto mujeres como hombres, aunque reconocen que sí les afectó de alguna forma un chisme, declaran que no cambiaron su conducta a pesar de haberse visto involucrados. Poco mas de la mitad de las estudiantes dijeron que sí les afectó de manera personal un chisme (59,6%), en tanto que únicamente 49,6% de los estudiantes lo aceptó. Comparativamente, con más frecuencia las mujeres tienden a responder con un cambio de conducta a diferencia de los hombres: Mientras que 32,7% de hombres aceptan haber cambiado después de un chisme, las mujeres lo aceptan en 41,4%. Ya sea como regulador y custodio de valores socialmente aceptados o como generador de conflictos, el chisme genera al menos dos tipos de conductas: las de adaptación o las de resistencia. Las primeras de ellas se refieren a las respuestas adoptadas por las víctimas del chisme para evitar ser juzgadas, rechazadas o para recuperar una imagen positiva. Las conductas de resistencia se refieren a las respuesta que ofrecen las víctimas del chisme a manera de desafío, acentuando las conductas criticadas: formas de vestir, formas de hablar y en general actitudes retadoras ante el chisme. Con
base en la información proporcionada
en los cuestionarios y los grupos de discusión, sobresale que
hay
una mayor tendencia hacia un cambio de comportamiento adaptativo
con el objeto de ser señaladas o señalados, pero
también
sobresale que son las mujeres quienes asumen con más frecuencia
que han cambiado como resultado de haberse visto involucradas en
chismes
e incluso con la intención de no ser criticadas, antes de ser
víctimas
de los rumores: por temor a que hablen, para ser aceptadas o como
medida
de corrección a comportamientos probadamente rechazados. De esta
manera, tenemos que entre los cambios de comportamiento más
recurrentes
están los siguientes:
Me hice más cínica, valemadres (TMC2).Aceptar o no aceptar una crítica surgida como chisme sobre las preferencias sexuales es algo que responde directamente con los estereotipos establecido y los roles de género socialmente aceptados, como lo demuestran las declaraciones anteriores. Y aunque para las mujeres estas críticas parecen mejor afrontadas, en el caso de los hombres, el hecho de que puedan ser etiquetados como homosexuales ejerce un efecto mayor y la respuesta es menos retadora Me alejé de una amistad masculina, por temor a que pensaran que había entre ambos algo más que amistad (THC2).
Resultó muy difícil identificar hasta qué punto este tipo de agresión (chismes y rumores), ha ocasionado que alguien deje la universidad, sin embargo, los casos de los que tuvimos conocimiento a través de algunos testimonios, coinciden con el tipo de daños que ya se han mencionado, los cuales ejercieron presiones excesivas en quienes decidieron o se vieron forzados a abandonar la escuela. Entre los casos sobresalientes, tenemos los de chicos que a causa de sus preferencias sexuales no pudieron sobrellevar la presión; así como casos de mujeres cuyos padres no les permitieron continuar a causa de chismes o rumores fundados o infundados sobre su comportamiento sexual en Chapingo. En este sentido el efecto más impactante es en realidad el conflicto que se genera a raíz de la sanción ejercida a través del chisme. En el cuestionario de la segunda etapa, también preguntamos sí habían conocido a alguien que hubiera dejado la universidad a causa de algún chisme y las respuestas fueron las siguientes: Sobre mujeres: -
Porque a una chava le hicieron mala reputación,
pues ya que según tenía un buen de novios y la trataban
de
'puta'… Por eso ya no soportó más y dejó la
escuela. Sobre hombres: - Que
era gay. Chisme y violencia Las reacciones que las y los estudiantes tuvieron que afrontar cuando fueron objeto de chismes fueron principalmente burlas y exclusiones, por lo que recibieron las sanciones correspondientes y trataron de solucionar el problema, ya hablando, ya cambiando de actitud. Los hombres sufrieron más de burlas (40%) y las mujeres perdieron sus amistades (195). Aunque un porcentaje importante de estudiantes señalaron haber resuelto el problema a través de su intento de aclararlo (38%), ésta podría ser una percepción imprecisa ya que muchas mujeres aceptaron que, de cualquier manera, no sostuvieron sus relaciones amistosas. Cuando la rigidez de los estereotipos resulta tan evidentemente internalizada y se ve reforzada de manera permanente a través de actitudes profundamente diferenciadas y excluyentes, la violencia no aparece como un elemento evidente ni importante. La violencia, en el imaginario de mucha gente está únicamente asociada a los golpes. Sin embargo, el ejercicio del poder acude a un sin número de mecanismos que sancionan de diversas formas. La violencia física es sólo una expresión objetiva de este poder que toma formas extremas de manifestación con el objeto de ejercer el control. Uno de aspectos que mayor control requiere una sociedad, donde el modelo patriarcal y de masculinidad hegemónica son los pilares de su continuidad, es la sexualidad, la cual supone una vigilancia permanente para su buen manejo. Pero ese manejo es diferenciado en el caso de mujeres y de hombres. Todas las sociedades ponen en práctica acciones instituidas a través de rituales que refuerzan la división sexual del trabajo y la jerarquía de los sexos, en cuya base, usualmente se encuentran las mujeres. Independientemente de las posiciones sociales y económicas alcanzadas por las mujeres, el control sobre sus comportamientos femeninos es una realidad y corresponden a una parte del imaginario que no sólo define las creencias de los hombres, sino que son compartidas, custodiadas y aun defendidas por las mujeres. Como señala Godelier (1986: 274): ...más allá de toda relación personal entre los individuos de ambos sexos (…) la sexualidad en toda sociedad se halla subordinada a las condiciones de reproducción de las relaciones sociales, que no les perteneces, y por ello se ve obligada a sostener con sus propios medios un discurso que en lo esencial no proviene de ella y va mucho más allá de ella, ya que justifica un orden social al que se debe someter (...) Se impone la tarea de en la sexualidad los efectos de subordinación a tales o cuales relaciones sociales, y sobre todo, lo que es evidente, en la reproducción de tales o cuales relaciones de parentesco.La forma en que cada sociedad garantiza esta reproducción de relaciones sociales es diversa, pero no menos organizada. A través del control de la sexualidad se perpetúan estados de cosas que garantizan el dominio de una vida social adecuada para su funcionamiento. Los mecanismos de control más efectivos resultan ser aquéllos que no son físicamente violentos y se instituyen por medio de prácticas cotidianas que se distribuyen como un conocimiento de sentido común que pone en escena sus formas más sutiles: comportamientos adecuados. En este sentido es posible afirmar que la violencia que no se ve, es la violencia más exitosa. La que surte efecto a nivel del control de uno mismo y obedece lo establecido porque así debe ser. En el caso de los chismes como reguladores y evaluadores de conductas, puede considerarse que esta práctica encierra una alta dosis de violencia simbólica que somete las voluntades y los deseos más íntimos. A su vez, el chisme provoca reacciones de los otros. Reacciones que pueden generar también comportamientos violentos, físicos o psicológicos que hacen reaccionar a los que se saltan las normas. Foucault (1981: 183) identifica muy claramente -aunque desde una perspectiva distinta a Godelier en su análisis de la sexualidad y los castigos- cómo se imponen los límites a las conductas no deseables a través de mecanismos sutiles. En el taller, en la escuela, en el ejército, reina una verdadera micropenalidad del tiempo (retrasos, ausencias, interrupciones de tareas), de la actividad (falta de atención, descuido, falta de celo), de la manera de ser (descortesía, desobediencia), de la palabra (charla, insolencia), del cuerpo (actitudes "incorrectas", gestos impertinentes, suciedad) de la sexualidad (falta de recato, indecencia). Al mismo tiempo se utiliza, a título de castigos, una serie de procedimientos sutiles, que van desde el castigo físico leve, a privaciones menores y a pequeñas humillaciones.Como se anota arriba, entre las reacciones más violentas que identificamos son las que atentan contra la autoestima y la seguridad de las víctimas del chisme, quienes se convierten en objeto de burlas o se ven segregados del círculo de amigos o compañeros. Por esta razón, el cambio de comportamiento obedece a la necesidad de ser aceptado o no criticado por como se quiere ser, optando por ser como se debe ser. El chisme provoca reacciones que tienen los tintes de "pequeñas humillaciones" difíciles de ignorar. Conclusiones El trabajo realizado no se agota en las representaciones sociales, de hecho, ésta es sólo una parte de las muchas vetas que aún hay por explorar en relación con el chisme como objeto de investigación. Sin embargo, es importante señalar que en este caso, ha resultado un indicador muy elocuente de lo que significan las relaciones de poder y el control sexual como reguladores de los roles de género y mantenedores de la dominación social. Así como del papel central que juega en la comunicación intersubjetiva de los conocimientos sociales. El chisme como práctica social pone en escena, a través de la oralidad, quizá más que otras prácticas sociales, una serie de conceptos, valores y creencias compartidas que se anclan en la conciencia individual de cada uno de los miembros de una comunidad o una sociedad. Deja entrever, como apunta Schütz (1974), la reciprocidad de perspectivas que identifica a la gente en una sociedad específica. Esta reciprocidad de perspectivas que permite la comunicación y comprensión del sentido de las acciones humanas, se ve reflejada en los conceptos dominantes de los roles de género. Las mujeres y los hombres juzgan y sancionan por igual las conductas que de una u otra parte se consideran inaceptables y, que en muchas ocasiones, sólo es posible expresarlas de manera oculta o indirectamente a través de los chismes. La ambigüedad subyacente que califica a los chismes como dañinos pero necesarios o divertidos, no deja fuera lo peligroso que éstos pueden ser para el buen funcionamiento de los grupos cercanos. Enfrentarse a los chismes o reconocer que se ha participado directa o indirectamente en ellos, implica necesariamente la revisión acuciosa de los comportamientos sociales propios y ajenos, para lo cual existe siempre un parámetro de lo que se deber ser y de lo que los demás esperan de alguien. Si los chismes actúan como reguladores e integradores, es precisamente por su carácter evaluador que impone la sanción de estar en boca de los conocidos, especialmente de aquellos a quienes se les debe cierto respeto y condescendencia como los padres, maestros, novios, novias o compañeros de escuela. El comportamiento sancionado por un chisme se refiere usualmente a conductas agresoras a las buenas costumbres, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad. Este último, aspecto trasgresor de los mecanismos de dominación patriarcal, sobretodo si es ejercido libremente por las mujeres, exalta la permisión masculina de conductas que en las mujeres resultan faltas de recato y arriesgan la posibilidad de ser tratadas con respeto, como en el hecho de que un hombre es bien visto por sus iguales cuando tiene muchas amigas o mujeres con quienes potencialmente tendrá un encuentro sexual. No así las mujeres a quienes se prefieren difíciles para tener una relación seria. O al hecho de sobrevalorar los comportamientos machistas en detrimento de todo aquello que pudiera poner en entredicho su masculinidad. El
chisme puede identificarse como un acto
de violencia que, sin implicar agresión física, ejerce
una
presión moral de mayor peso, de la que no es fácil
apartarse,
ya que daña profundamente la reputación, las relaciones
personales
y la autoestima, especialmente en la adolescencia, etapa durante la
cual,
se dan permanentes cuestionamientos de los valores aprendidos en las
fases
tempranas de la socialización. La mayoría de las chicas y
chicos de esta institución escolar, convergen en un ambiente
nuevo
al iniciar sus estudios en ella, porque muchos dejan a sus familias
para
vivir con los compañeros en la escuela y son depositarios de una
serie de significados culturales que, si bien son ampliamente
compartidos,
también están construidos sobre la base de experiencias
muy
particulares. Su situación biográfica les proporciona
herramientas
diversas para enfrentar la convivencia y afrontar las críticas y
las sanciones consecuentes. Es esta parte de la experiencia particular,
lo que hace que cada una de ellas y de ellos, pese a la homogeneidad de
los conocimientos de sentido común que comparten, pongan en
práctica
las artimañas o acciones que les permitirán
continuar
su vida de manera exitosa, en lo que se refiere a la convivencia e
identificación
de la comunidad escolar.
1. Las regiones están conformadas de la siguiente manera: centro: Aguascalientes, Estado de México, Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Morelos, Tlaxcala, Puebla y Colima; sur: Veracruz, Tabasco, Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Quintana Roo, Campeche y Yucatán. 2. En
adelante, las referencias
de los testimonio utilizados en este documentos se clasifican de la
siguiente
manera:
TMC1: Testimonios escritos de mujeres en el cuestionario de la primera etapa. THC1: Testimonios escritos de hombres en el cuestionario de la primera etapa. TMC2: Testimonios escritos de mujeres en el segundo cuestionario. THC2: Testimonios escritos de hombres en el segundo cuestionario. GFM: Testimonios de mujeres obtenidos en los grupos focales. GFH: Testimonios de hombres obtenidos en los grupos focales.
Abric, Jean-Claude Araujo Trindade, Zeudi Avila, Héctor (comp.) Berger, Peter (y Thomas
Luckmann) Besnier, Niko Bourdieu, Pierre Bruner, Edward M. De Certeau, Michel (y otros) Durkheim, Émile Erikson, Eric H. Flambert, Claude Foucault, Michel Geertz, Clifford Ghosh, Anjan Giddens, Anthony Giddens, Anthony Gluckmann, Max Godelier, Maurice Goldsmith, Daena Goody, Jack Hall, Joan K. Jodelet, Denise Moscovici, Serge Paine, Robert Schütz, Alfred Sperber, Dan Turner, S. Bryan Turner, Victor W. (y Edward M.
Bruner) Vázquez G., Verónica
(María
Eugenia Chávez y Aurelia de la Rosa) Weber, Max Wilson, Peter J. |
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