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Quien
haya visto al río
Mantaro doblar bruscamente hacia el sur, rumbo al departamento de
Huancavelica,
se habrá dado cuenta de que el cambio no es solo físico;
al curso ahora encajonado, le sucede una mutación en su
escenario
socio-económico.
En efecto, se pasa de una de las regiones más dinámicas de la sierra peruana a otra, reputada casi siempre como tradicional, en la que cierta rigidez social y su lenta diversificación económica, cincelaron una relación señorial entre haciendas y comunidades, entre mestizos y campesinos indígenas. El
propósito de este artículo
es proponer un balance provisorio sobre la modernización y
verdadera
revolución que experimentaron las comunidades del valle del
Mantaro
casi en la segunda mitad del siglo XX, a través de la
reevaluación
de tres influyentes estudios (Arguedas 1957, Adams 1959 y
Alers-Montalvo
1967), ratificando de este modo el arraigo que tuvieron muchas de las
monografías
de las ciencias sociales peruanas con el valle (Horton 1984: 34) que,
sin
lugar a dudas, es un escenario privilegiado por el cual puede
verificarse
la naturaleza desigual y dependiente del desarrollo capitalista en los
Andes. El escenario El valle del Mantaro es una ancha planicie, la de mayor extensión de la sierra peruana y que ocupa la parte meridional del departamento de Junín en el Perú central. A 350 km, de la capital de la República, es también uno de los más fértiles y el más poblado, pues contiene las más importantes ciudades de la región como Huancayo, Jauja y Concepción. De unos 60 km, de largo y de 2 a 4 de ancho; está flanqueado por dos cordilleras montañosas. La ladera occidental es generalmente de mayor extensión, posee una mayor superficie agrícola y es relativamente más baja pero seca. La ladera oriental, en cambio, posee menor superficie, aunque experimenta un mayor declive ambiental, pues rápidamente se pasa de las zonas intermedias a la zona de puna. Es más alta que la otra cordillera y sobre todo, es más húmeda. Dos escotaduras entre sus montañas (Comas y Pariahuanca) nos conducen hacia las tierras bajas y subtropicales. Estas características mencionadas han hecho que las tierras de cultivo de la ladera oriental estén dispersas en distintas zonas ecológicas y que el cultivo predominante sea la papa, favorecida tanto por las cotas más altas de cultivo -debido a la humedad- como por las condiciones del mercado. No
olvidemos que el piso de valle (3.000-3.500
msnm) ha sido favorecido con un mejor manejo del riego, de la
fertilización
y la mecanización, además de una eficiente red vial hacia
los principales centros de acopio y de consumo. Las bases históricas Dos hechos primordiales fundan la diversificación económica de la sierra central. Por un lado, su especial importancia geo-económica y, por otro, los singulares cambios sociales y políticos que corrieron en dirección contraria a lo sucedido en el resto de los Andes centrales. Su gran extensión, que la hacía limitar casi con el Brasil, fue heredera de los límites de la antigua Intendencia de Tarma (que comprendía también a Pasco y Huarochirí), y que permitió albergar una gran variedad de climas y recursos. A esto se suma su estratégica ubicación: a medio camino del litoral costeño, las montañas tropicales y de la antigua ruta hacia el Cusco. Esta privilegiada situación hizo que el historiador Waldemar Espinoza, haya hecho este retrato de la región en momentos previos a la independencia: "El valle del Mantaro, cuando la llegada de Bolívar, presentaba una ingrata desolación, debido al largo tiempo que el Ejército realista estuvo acampado aquí. Pero así y todo, estuvo considerado como un punto estratégico de primer orden. Su excelente posición lo había hecho recomendable para defender Lima y amenazar al Cuzco. La amplitud y la fertilidad de sus campos proveían de grandiosos medios de subsistencias; y la copiosidad de su material humano permitía un constante y eficaz reclutamiento para el Ejército. Los generales victoriosos de Junín, consideraron al Valle del Mantaro como a la llave del Perú. Lo estimaron así debido a su riqueza agropecuaria, a lo bien poblado, a su fertilidad y a su buen clima" (Espinoza 1967: 10).Su diversidad se expresó en tres de los rubros más importantes de la historia económica de la región: las haciendas ganaderas en la parte alta del valle, la minería y la agricultura en el sur. Esta última actividad tuvo especial importancia, pues a diferencia de los hatos de ovejas o la minería, estaba en manos de las comunidades aventajadas por su desarrollo mercantil (1). Aquí otra vez, en relación a la gran propiedad ganadera, los fenómenos ocurrieron como en un espejo de Próspero, al revés de lo acontecido en el resto de los Andes. Mientras que en el Cusco, gracias a la alianza entre incas nobles y los primeros conquistadores, las haciendas se formaron en la parte baja de los valles, más fértiles e irrigados como el Vilcanota o Yucay, y en sus punas se ubicaron las comunidades de indígenas, en la sierra central en cambio, las haciendas prosperaron en los pastizales altoandinos -como Tucle, Laive o Cónsac- y las ricas tierras del valle fueron controlados por los pertinaces aíllus huancas. Además, la alta densidad demográfica del valle permitió que hasta muy entrada la segunda mitad del siglo XIX, la gran propiedad tuviera acceso a mano de obra relativamente abundante, pero adscrita a las comunidades y que trajera como consecuencia un permanente y angustioso trato con los aíllus. Esto permitió sólo un limitado cambio tecnológico, y en las haciendas adyacentes a la región generó una parcial autarquía, a la que Burga ha llamado "dinamismo dentro del aislamiento", anterior a 1879 (Burga 1983: 106). Los cambios sociopolíticos más importantes fueron, para decirlo en pocas palabras, el fracaso de la penetración española y criolla en el valle del Mantaro durante el siglo XVIII. Esto se debió básicamente a la crisis minera huancavelicana y a la debacle agrícola costeña de fines del siglo XVIII, que estranguló importantes mercados cercanos a la región. Este fracaso, conjugado con una rápida e inédita asimilación de peninsulares y criollos a los linajes huancas, relativiza en cierto modo, la conocida tesis de la alianza hispano-huanca sustentada por Espinoza (1972). Carlos Samaniego (1980), a través del estudio del pueblo de Chupaca -situado en la margen derecha del valle y capital del antiguo repartimiento de Ananhuanca-, nos muestra los mecanismos internos que impidieron la concentración de la propiedad agraria y la resolución de las nuevas comunidades que entraron en la posesión de tierras de los antiguos aíllus. Este singular proceso histórico es analizado claramente en su tesis doctoral Local, social and economic differentiation and peasant movements in the Central Sierra of Perupresentada en Manchester, el año 1974, y lamentablemente aún no traducida al castellano. Samaniego señala tres momentos cruciales para la región, ilustrados elocuentemente a través de la sinuosa historia de los caciques Apoalaya del Ananahuanca (2). Un primer momento es el de la propia fundación de ricos linajes en que: "el español no tenía más que un camino para tener acceso a los recursos: entran en compromiso con los Caciques. Un español para entrar en posesión de una superficie de tierra, sobre todo de gran tamaño, debió comprarla, arrendarla u obtenerla a través del matrimonio. La usurpación de tierras por lo general se realizó a partir de la tierra adquirida a través de esas formas mencionadas" (1980: 47).Con la crisis minera de Huancavelica y la fragmentación de sus patrimonios, es cuando los terratenientes indígenas empiezan a perder su rol dirigente, proceso que se inicia, según el autor, en el decenio de 1760, cuando ya nadie reclama el cacicazgo. Un segundo momento es la presión de arrendatarios y de la población local por nuevas tierras que trae consigo el dominio de la agricultura campesina hasta las primeras dos décadas del siglo XX. Este proceso de individualización productiva, también podría ser llamado de "segmentación"; por la creciente independencia de nuevas unidades sociales respecto de sus antiguas doctrinas. Ello definirá el perfil que tomará el valle en su tercer momento, fijadas ya las bases de un proceso de desigualdad dentro de las familias de los aíllus. Un
último momento es la articulación
definitiva con la economía capitalista a través de la
asalarización
en los centros mineros. Una etapa en la que se sanciona un "proyecto
parcelario"
no incompatible con la comunidad, es decir, la defensa colectiva del
acceso
individual al principal medio de producción: la tierra. El desarrollo del capitalismo La Guerra del Pacífico (1879-1883) constituyó una catástrofe para la región central, pues no sólo en ella se definió la resistencia nacional que comprometió a sus hombres y sus recursos, sino que al colapso productivo le siguió una abierta rebelión campesina que acabaría de ser reprimida sólo en 1902. Este periodo de inestabilidad social le costaría a la élite local su derrota frente a la fracción limeña. En ese sentido, Manrique señala que: "La clase dominante de la sierra central, desplazada de la minería, gran ganadería y de la agricultura de la caña (la producción de panllevar era controlada por las comunidades propietarias de las tierras agrícolas del valle del Mantaro), se replegó, finalmente al comercio, consolidando su posición como burguesía comercial. Pero el fortalecimiento de la burguesía capitalina y la apertura del mercado regional, facilitada en gran medida por la culminación del ferrocarril que unió Huancayo y Lima (1908), también le impidieron controlar este último reducto" (Manrique 1987: 267-268).Hasta entonces, la minería había ayudado a la recuperación de la zona durante la post-guerra, pues no sólo fue una fuente de acumulación, sino que, además, los bienes demandados por esta actividad eran provistos por la producción regional, a través de un flujo de bienes y servicios, medianamente articulado. Sin embargo, a inicios del siglo XX se suceden tres hechos importantes que alteran ese equilibrio: la formación de la Cerro de Pasco Corporation en 1902, enmarcada en una extensa red de monopolización que los sociólogos gustan denominar de "enclave"; la gestación de grandes sociedades ganaderas entre 1905 y 1910; y finalmente la llegada del ferrocarril central a Huancayo en 1908. Desde
ese momento la fuente más importante
de ingresos para la población campesina del valle del Mantaro lo
constituye el mercado laboral en las minas. Con ello se abría un
capítulo más, aunque esta vez irreversible: el abierto
empleo
asalariado que impulsará la diferenciación interna en las
comunidades. 1. Arguedas, la pequeña propiedad y el mestizaje cultural El escritor peruano José María Arguedas (1911-1969) (3) le dedicaría al valle del Mantaro y a la ciudad de Huancayo sus estudios etnológicos, mientras que al sur feudalizado que conoció en su infancia, como Apurímac, Ayacucho y el Cusco; lo mejor de su obra narrativa. Esta aparente escisión entre el etnólogo y el novelista no sólo refleja una división en la geografía social de su obra, sino también en sus ideas acerca del futuro de la sociedad y la cultura andina. En un ensayo publicado en el diario La Prensa de Lima, en 1952, escribía: "La vitalidad de la cultura prehispánica ha quedado comprobada en su capacidad de cambio, de asimilación de elementos ajenos."Sin duda esta aseveración emergía de su propia vivencia en la región (4). Su tesis de bachiller en etnología defendida en 1957, resume en 73 páginas su juicio acerca de esa vitalidad. Empieza con un categórico estudio etnohistórico del valle del Mantaro. Desliza la hipótesis de la alianza hispano-huanca. A ella le atribuye la ausencia de haciendas y por lo tanto, de una cultura de la servidumbre tan cara a Arguedas. Es clara la relación que establece entre el predominio de la pequeña propiedad y el arraigo del mestizaje cultural (5), es decir, la incorporación de un modo de vida campesino a la "civilización moderna" sin haber perdido su personalidad indígena. Esta es su tesis central y también su optimismo. La inexistencia de instituciones que fundasen estatus rígidos y por lo tanto, la imposibilidad de considerar irreductibles los conceptos de superioridad cultural o racial. Sin embargo el mestizaje ha "tenido desigual suerte y encontrados usos" en el Perú. El Estado y en cierto modo los intelectuales han tenido la tentación ilustrada de exaltar el mestizaje como productor de sujetos de una supuesta identidad nacional. Personalmente la invalido como realidad sociológica por tres razones: porque niega que los grupos que son objeto de mayor prejuicio étnico y racial son también los más discriminados en el acceso a los recursos de nuestra sociedad, porque permite la captación simbólica del indio al Estado, limándole las aristas de insubordinación e impide, finalmente, la reformulación de identidades. Algo similar ha mencionado Agustín Basave (6) sobre la lucha de razas que se libraba dentro del mexicano Andrés Molina, lucha que oscilaba entre la preferencia racional por el criollo y su inclinación sentimental por el indio. Basave llama deliciosamente a este ideario mestizo como una suerte de "nacionalismo teórico y malinchismo político". Es decir, la aspiración subjetiva de nuestras naciones a la homogeneidad étnica precisamente por la existencia objetiva de una heterogeneidad cultural irreductible. La incapacidad de esa resolución al soterrar la desigualdad es lo que me convence de considerar al mestizaje como una elaboración ideológica, antes que una categoría útil para las ciencias sociales. El
llamado mestizaje en la sierra central
tuvo su real sedimentación en el mercado interno regional que
configuró
una cultura homogénea, cuyos rasgos diacríticos -para
emplear
los términos de Barth (1976)- fueron suficientes para forjar una
identidad en cierto modo delineada: el quechua huanca, su folklore, su
vestimenta, sus viviendas; en suma, su cultura rural. Lo importante es que a su paulatina mercantilización -llamada por Arguedas "modernización"- le sucedía un vital robustecimiento, aunque a costa de singulares cambios. En un artículo suyo aparecido en la revista Fanal (1956) menciona como ejemplos del cambio cultural a la confección familiar de zapatos y de ropa. Así, el hecho que en 1953 las tres cuartas partes de la producción fonográfica de la casa Odeón de Lima, haya provenido de músicos de la sierra central (Jauja y Huancayo) mostraba un panorama alentador. Otro capítulo de su tesis, lo dedica a Huancayo, ciudad emblemática, "foco perturbador de la vieja estructura colonial" escribe. En efecto, una ciudad hija del desarrollo mercantil, sin Plaza de Armas, "sin blasones ni apellidos crecida a la vera del camino" dirá unos de sus hijos predilectos (7). Obviamente lo que seduce a Arguedas, es que sean comuneros modernos y prósperos. Y que esa ciudad acoja a emigrantes del sur: ex -colonos huancavelicanos que se volvían mestizos no por fusión, sino por fuga, estableciendo con ello un paralelo con cierta literatura norteamericana; la fuga del blackman sureño hacia las grandes urbes industriales del norte en busca de su libertad. Libertad concedida por el salario, la muchedumbre y la movilidad social. Es decir, casi un argumento de Ralph Ellison (1984) o de algún sociólogo de la Escuela de Chicago. Cuando Arguedas escribe sobre Huancayo, ya era una de las ciudades más pobladas de la sierra peruana y que desarrollaba además, una rápida urbanización a nivel provincial. Entre
1940 y 1960, se estrechan los vínculos
entre la ciudad y el campo, causada por flujos migratorios crecientes
gracias
a la difusión de los medios de transporte y el óptimo
equipamiento
urbano que iba adquiriendo Huancayo (Roberts 1973, Tapia 1976 y
Arguedas
1984). Tal como puede apreciarse en el cuadro siguiente:
HUANCAYO
Sin embargo, a medida que se robustecía su articulación con la capital, se debilitaba la integración que existía entre los espacios de la región. Algunos factores contribuyeron al declinamiento de su actividad mercantil y de su incipiente industria: 1) el comportamiento errático de los monopolios comerciales y la fuga de capitales hacia Lima, 2) el progresivo aislamiento con la selva central por la apertura de nuevas carreteras que obviaron a Huancayo y 3) el modelo económico que a partir de los años 70 consolidaron el centralismo. En conclusión, lo que Arguedas describió fue la forma peculiar que adoptó el desarrollo del capitalismo en el valle del Mantaro, que permitió la supervivencia de las comunidades campesinas, reorientadas ya sus jerarquías internas en función del dinero y el mercado. En su novela póstuma El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, en cambio, cunde el desaliento: el capitalismo engulle almas y mentes; la industria y la ciudad ya no se presentan como una posibilidad, sino como un horror. Era
lógico, la novela esta ambientada
en una ciudad del litoral peruano, considerada por los indigenistas
como
una región discriminadora y anti-andina. 2. La pequeña Rusia y la diferenciación campesina "La pequeña Rusia" fue el apelativo que se ganaría Muquiyauyo por su reputación de "progresista" y por los logros visibles que le conferían su comunalidad. También porque quizás las tempranas migraciones hacia las minas, trajeron aparejadas nuevas ideas y actitudes. Por ejemplo el antropólogo Richard Adams hablaría de un "club Atlético Lenin" iniciado por los jóvenes de la comunidad. Esta notoriedad, atrajo la atención de numerosos estudios sociales y por lo tanto la convirtió en depositaria de célebres monografías (8). En ese sentido, el estudio de Adams (1959) explica los cambios que se producen al interior de la comunidad, fundamentalmente, el paso de un sistema de castas a uno de clases; es decir, cómo una diferencia estamental entre indios y mestizos es resuelta a través de una pacífica integración propiciada por el mercado. Hasta 1880 sólo los indígenas poseían el usufructo de las tierras de Muquiyauyo. En 1904 las autoridades acordaron el reparto de dichas tierras, este hecho desterraba un símbolo importante de distinción de su condición de indígenas. Esta actitud desencadenaría una "gran transformación": se generaliza la castellanización, los matrimonios intergrupales se hacen frecuentes y los rasgos que diferenciaban a una y otra casta, otrora importantes en la asignación de estatus, se vuelven confusos. Hay más: en 1920 aproximadamente, aparece el protestantismo vinculado al sector indígena, permitiendo en general, el incremento de la movilidad social y de la actuación personal, emancipado de los rituales católicos, muchos de ellos atados a las jerarquías comunales. El aporte de Adams es el de haber reconocido las contradicciones de una comunidad, es decir, las fuerzas que aceleraron el cambio: "dentro del pueblo había un esfuerzo evidente y definido para destruirlo, y debido a las facilidades provenientes de fuera, se produjeron nuevos estatus que ya no alcanzaban en la vieja alineación de castas".Dos apreciaciones más: el término "casta" es problemático, algunos sociólogos han señalado su exclusividad para los sistemas de estratificación propios de la India, otros lo han extrapolado hacia diversas latitudes como el sur de los Estados Unidos o la América colonial. Pitt-Rivers (1976) ha llamado la atención sobre el peligro de usar el término para otro tipo de sociedades. Pues mientras en la India, las castas se definían por la ascendencia, la endogamia y la pureza simbólica, en la América colonial era todo lo contrario, pues como sociedad abierta, las llamadas castas se nombraban precisamente por su mezcla, en la que el concepto de descendencia se tornaba importante. Es decir, la misma gente que estaría fuera del sistema en la India. En el caso del deep South de los Estados Unidos, era más una cuestión de clase. Obviamente Adams, al igual que Melvin Tumin (1952) -ambos utilizarán el término de casta en Mesoamérica-, no cede a la influencia de la sociología norteamericana preocupada por el racismo sureño. Respecto a la movilidad social, se ha sostenido que en el caso de los Estados Unidos, cada oleada migratoria servía para reemplazar a aquellos que ocupaban lugar en los estratos más bajos de las ciudades, ofreciendo de este modo, un espejismo de progreso ocupacional y de "oportunidad para todos"; igual pudo haber sucedido en Muquiyauyo. Veinte años después, otro antropólogo, miembro de un proyecto de largo alcance, alejado de los típicos estudios de comunidad y embarcado en la comparación regional, reexamina a Muquiyauyo (Grondin 1978). Esta vez el enfoque es distinto; privilegia el conflicto, el poder y la manipulación de los individuos, es decir, el paulatino debilitamiento de los obstáculos institucionales para "una completa mercantilización de la tierra". Mientras Adams (1959) otorgaba importancia a la "unión" de indios y mestizos, Grondin sostiene que la propia organización comunal ha servido de mecanismo de explotación de los campesinos más pobres. Este sector no manifestará ninguna objeción por una razón sencilla: la existencia de una comunión ideológica profunda, esto es, la reputación de su progresismo. Pero este complejo cuadro, que nos recuerda quizás la "descampesinización" de las aldeas rusas, sólo fue posible cuando la Cerro de Pasco Corporation ingresa a una estrategia netamente industrial. Ello
traerá como consecuencia la disposición
individual de las tierras, que permitió por primera vez en la
historia
de la comunidad, la separación total de la tierra entre algunos
comuneros, haciéndose más necesario aún el trabajo
en las minas y la diversificación de sus ingresos rurales:
MUQUIYAUYO
En general, la migración se volvería un recurso importante (Long y Roberts 2001) convirtiendo a la economía familiar en heterogénea (9). La ausencia importante de jefes de familia trajo consigo cambios en los sistemas de trabajo de la tierra, así como el surgimiento de nuevos grupos de control, como por ejemplo, el debilitamiento del "corpus" comunal con el subsiguiente liderazgo de los barrios o cuarteles, que tradujo la creciente importancia de las unidades domésticas. Se verificó también que el dinero obtenido del trabajo en las minas, ayudó muy poco a la economía del pueblo, pues el 76.2% de los emigrantes no invirtieron en la agricultura (Grondin 1978: 103). Esto explica por qué los comuneros ricos oscilaron permanentemente entre la sociedad regional y sus paisanos más pobres, elaborando delicadas estrategias que el equipo de Manchester, al cual perteneció Grondin, denominó red. En
conclusión, el trabajo externo no
solucionó los problemas de la economía familiar, ni
robusteció
la actividad agropecuaria; es por ello que cada vez más, a
partir
de los años 50, el dinero y la profesión fueron
más
importantes que el trabajo de la tierra. Uno de los hijos de la
comunidad
(también, para variar, antropólogo) dirá: "En
Muquiyauyo
casi siempre triunfó la vocación externa, hacia fuera"
(Álvarez
1998: 76). 3. El cambio tecnológico Las comunidades de la región demostraron en general, una mayor aptitud para la integración de nuevas técnicas en la agricultura (10). La migración y la demanda de ciudades como Huancayo y Lima, acicatearon la necesidad de introducir nuevos cultivos. Un buen ejemplo es el cultivo de la papa y su rápida difusión en la sierra central. Producto importante no sólo por la superficie cultivada, sino también por su productividad. Por otro lado, la excesiva minifundización que hoy experimenta la zona no sólo se contradice con los crecientes volúmenes para el mercado, sino también con un sesgo alarmante: la brecha tecnológica; aspecto al que volveremos más adelante. Pucará, situada a 13 kilómetros de Huancayo, en el extremo sur del valle, es también una comunidad "progresista". Ha experimentado desde los años 40, modelos de desarrollo gubernamentales y uno "espontáneo": el cultivo de hortalizas. Manuel Alers-Montalvo, sociólogo rural del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA), elaboró un estimulante estudio acerca de los factores socio-culturales del cambio técnico (1967). Realizó el trabajo de campo en 1954, luego visitó Pucará por breves periodos entre 1957 y 1962. Su estudio es conciso: el 90% de los varones ha emigrado a Lima, en su mayoría como peones en las haciendas, el 77% aún está dedicado a la agricultura. De su experiencia migratoria, los pucarinos llevaron a su comunidad las técnicas de cultivo de las hortalizas. El 74% cultivaban más de seis especies y no más de doce. Esta espectacular innovación fue facilitada quizás por el hecho de que el 95% de las tierras eran conducidas individualmente. Pucará había experimentado hacia 1941, momentos de intenso conflicto por recuperar algunas tierras de la iglesia (Alberti y Sánchez 1974), este hecho no sólo permitió remover a los líderes locales, sino que también benefició a los comuneros más pudientes, aquellos que Alers-Montalvo denomina estrato I, es decir los más castellanizados y quienes poseían por lo general, más de tres hectáreas. En 1945 se forma una granja comunal de ovinos, la primera de su tipo en el valle del Mantaro. En 1953 se funda al Sociedad Agrícola La Pucarina (SAP). No utilizaron el nombre de "cooperativa" porque el partido aprista, a quien se le asociaba el término, estaba por entonces, casi en la ilegalidad. En 1955 se funda la granja de caprinos. Paralelamente la comunidad se encargará de inaugurar un reservorio piscícola en la laguna de Yauricocha. Todos estos proyectos contaron con el apoyo técnico y crediticio de agencias gubernamentales y de cooperación que operaban en la región. Aunque la empresa comunal de transportes fue creada simultáneamente por los socios de estas cooperativas, con el transcurso de los años, quedaría en manos de una familia local. En resumen, el autor reconoce los factores que afectaron la viabilidad de esos planes: la atomización de la tierra, el desinterés de los técnicos y sobre todo, la desconfianza e intriga entre los mismos pobladores. Alers-Montalvo, formado en los Estados Unidos, era por supuesto tributario de la "imagen del bien limitado", en las que los campesinos eran con frecuencia renuentes al cambio técnico y al que se les asociaba una suerte de fatalismo. Hoy, nada de esos planes quedan, lo único que internalizó la comunidad, fue la venta de sus hortalizas. El mercado es actualmente el eje de las actividades de la población y el vehículo de su "descomunalización" (11). Además, la literatura sobre la región ha demostrado que sólo un sector de los campesinos eleva sus ingresos y adopta tecnología. O mejor dicho, hay tecnologías diferentes de acuerdo al tipo de productores. En el caso de la papa, sólo los grandes productores (los llamados semilleristas) son los que utilizan tecnología intensiva y están vinculados al mercado. En cambio, los pequeños productores autoconsumen más de la mitad de su producción (Flores 1981). Es por eso que los semilleristas no necesitan controlar la propiedad, sino que a través del arriendo y otras formas de acceso indirecto, se hacen de suficientes tierras para lograr rentabilidad. Esta disparidad se vincula a las dos etapas del cambio tecnológico en la producción de papa: de los años 50 al 70, es un cambio gradual en el uso de los insumos y el manejo de la producción. De los años 70 a la actualidad, es un cambio en la escala de la producción. Esta última etapa ha estado condicionada por el crecimiento de la demanda urbana. Las políticas de incentivo incrementaron la producción sólo entre los agricultores más eficientes y en las áreas más cercanas al mercado urbano, por los menores costos del transporte. De este modo, se produjo una desigual distribución espacial del cultivo, conformando en su geografía regional una suerte de "archipiélagos productivos", como lo son Comas, Sicaya-Orcotuna, Acolla al norte de Jauja y Pazos, en el extremo sur del valle (Mayer 1981). De ahí la excepcional diversidad de la región en cuanto a disponibilidad de riego, uso de la tierra, costos de producción, rendimientos, ecología y niveles de vida, que cuestionan severamente la homogeneidad de la sierra central (Ortiz y Robinson 1983). La brecha tecnológica sería, entonces, la trayectoria e impacto desiguales, asociada estrechamente a los procesos de diferenciación social: "En la agricultura del valle del Mantaro, después de treinta años de cambio tecnológico, resulta evidente que existen grandes brechas de productividad entre zonas agroecológicas (…) pero también nos ha permitido ver como el mercado impacta diferencialmente en los distintos estratos. Para una buena parte de ellos, los costos de la producción obtenida no retribuyen los costos de los insumos" (Gómez 1988: 118-119).Esta marcada diferencia hace que las recomendaciones técnicas no sean adoptadas integralmente y que muchas de las tecnologías campesinas sean, en muchos casos, mejores a las recomendadas.
1. De casi cien mil hectáreas que comprendía el valle, sólo mil pertenecían a las haciendas. Puede verse también el opúsculo de Vizcardo (1980). 2. A Dumbar Temple le debemos el seguimiento del linaje Apoalaya, en un estudio publicado originalmente en la Revista del Museo Nacional en 1942. Fue reimpreso por los Cuadernos Universitarios de la Universidad Nacional del Centro. en 1978. 3. José María Arguedas, notable escritor peruano. Huérfano de madre, se refugia en el cariño de los sirvientes indios. Estudió antropología y literatura en la Universidad de San Marcos. Superó el indigenismo literario al volcarnos su percepción de la cultura andina desde adentro. 4. Arguedas estuvo vinculado a la sierra central por muchas razones. Estudió en El Colegio Santa Isabel de Huancayo, donde inició sus escarceos literarios. En 1952 publicó un extenso estudio sobre su folklore, con la colaboración de maestros de la región. Entre 1954 y 1955 recorrió el valle del Mantaro, donde probablemente fue feliz, tal como lo ha asegurado Manuel Moreno Jimeno (1977). 5. De acuerdo a Gordillo y Jackson (1983), en el valle de Cochabamba, en contraste con las comunidades del altiplano sofocadas por el latifundio, el predominio de la pequeña propiedad trajo aparejada el arraigo del mestizaje cultural. 6. No objetamos el mestizaje cultural, llamado por los antropólogos "aculturación", sino su injusta asimetría. Veáse, Agustín Basave Benítez, México mestizo: análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Henríquez..México, FCE, 1992. 7. Octavio Meza Ordóñez propone una hermosa alegoría de Huancayo al referirla como la "ciudad ataviada de feria", en las páginas de El Maestro de esa ciudad, en septiembre de 1943. 8. Mariátegui y Castro Pozo escriben entusiasmados de ella. Incluso hay un texto que registra la atención que recibió la comunidad: C. P. Flores Muquiyauyo en la bibliografía nacional y extranjera. Jauja,1970 (citado por Grondin 1978: 275).
10. En 1952, existían 74 tractores en el valle del Mantaro, en 1962 habían 291. Sin embargo, acorde con la agresiva acción del Estado, el incremento de variedades mejoradas de papa se da entre 1972 y 1974 y que registra también, la mayor superficie cosechada. 11. Veáse
Shejtman
(1999), sobre la necesidad de reconsiderar el papel de las migraciones
rural-urbanas.
Adams, Richard N. Alberti Giorgio y Sánchez
Rodrigo Alers-Montalvo, Manuel Álvarez Ramos, Augusto Arguedas, José María Barth, Fredrick Burga, Manuel Ellison, Ralph Espinoza, Waldemar Flores Sáenz, Otto Gómez, Vilma Gordillo, José (y Robert
Jackson) Grondin, Marcelo Horton, Douglas Long, Norman (y Bryan Roberts) (eds.) Manrique, Nelson Mayer, Enrique Moreno Jimeno, Manuel Ortiz, Álvaro (y David
Robinson) Pitt-Rivers, Julian Roberts, Bryan Samaniego, Carlos Shejtman, Alexander Tapia Takey, María Isabel Tumin, Melvin Vizcardo Arce, Rodolfo |
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