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1. Introducción Las interrogantes que flotan alrededor de las "tradicionales" políticas financieras bilaterales y multilaterales de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) no son pocas, y dadas las controversias generadas por los créditos de Fondo de Ayuda al Desarrollo (1) (FAD), resulta a primera lectura poco sorprendente que todo a nuestro alrededor mediático se está extendiendo y popularizando un optimismo (2) acerca del vocablo "microcrédito". Se podría incluso afirmar que esta notoriedad alcanzó su paroxismo en estos últimos años con el Año del Microcrédito (3) proclamado en 2005 por la asamblea de las Naciones Unidas y con el reciente Premio Nobel de la Paz otorgado en 2006 al Grameen Bank (4) de Muhammad Yunus. Denominados también micropréstamos o microfinanzas, las realidades de estos programas (micro)financieros son pletóricas y heterogéneas, lo que enriquece la cuestión al tiempo que la complejiza. Sus definiciones suelen decantarse y colapsarse bajo formas tautológicas y economicistas de un "conjunto de operaciones de préstamo personal que una entidad financiera concede como créditos de muy pequeña cuantía y, generalmente, a plazos cortos (5)". Por su parte, las retóricas emergentes que legitiman estos programas se cimentan principalmente en un recordatorio de lo que no son los micropréstamos: no son donaciones, subsidios u otras limosnas. Antítesis nomológica oficialmente expresada y apoyada por una parte de la Comunidad Internacional (6) (CI): "Pongamos algo en claro: la microfinanciación no es caridad (7)". Conceptualmente y simbólicamente, se da una revuelta generalizada contra las políticas financieras subsidiarias y sus paradigmas asociados, llamados -peyorativamente- "asistenciales" o "paternalistas" que estructuran desde décadas los axiomas de las políticas de ayuda al desarrollo y ocupan, mayoritariamente en la praxis, el panorama financiero de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) mundial actual (8). Este desajuste de relativa distancia entre la relevancia mediática, y por antonomasia, las hipertrofias simbólicas de las retóricas asociadas a los programas de microcréditos, y su peso real en las aplicaciones políticas, dejan entrever índoles de paradoja (es decir una contradicción más aparente que real) con una cierta sensación de déjà vu en el ámbito de la cooperación internacional al desarrollo. El objeto de esta reflexión se articula en evidenciar que esta contradicción, no debe analizarse como una paradoja, sino más bien como el reflejo de la automatización de una potente doxa económica, entendida como un conjunto de creencias y de prácticas sociales que son consideradas "normales" en este contexto y aceptadas sin cuestionamientos (Bourdieu 2003). Esta doxa resituada en los parámetros de la cooperación internacional contemporánea, hace pareja con la idea de disembedding (9) (Polanyi 1983), porque participa en automatizar un orden de la realidad social, el orden económico, lugar de creencias asimismo autonomizadas. El acercamiento que pretendemos hacer, desde las ciencias sociales, consiste en determinar en qué circunstancias y bajo qué condiciones, las retoricas legitimadoras asociadas a los microcréditos (lo inmediatamente aprehensible) con sus principios de producción que lo estructuran (lo invisible) mantienen erguida un paradigma reductor al identificar la(s) realidad(es) cultural(es) de la(s) pobreza(s) con un número muy reducido de variables cuantificables y economicistas ignorando todo aquello. 2. Los orígenes de los microcréditos: entre alegorías e inflación simbólica A. Una genealogía construida con tres sustantivos cardinales: universalista, etnodesarrollista y novedoso Pocos conceptos tienen tan localizada su fecha y lugar de nacimiento en el ámbito de la cooperación internacional como los programas de micropréstamos. Las principales publicaciones sobre el tema tienen como admitido que los micropréstamos surgieron en 1976 en Asia con el Grameen Bank de Muhammad Yunus. De ahí, la literatura especializada y los medios de comunicación de masa recibieron como verdad y utilizaron con abundancia la historia del banco Grameen cuyo fundador empezó en el pueblo de Jobra (Bangladesh) a conceder préstamos con dinero de su propio bolsillo, en plena hambruna, a una pequeña población rural que vivían cerca de la universidad donde daba clase (Yunus 1998: 17). Con dichas referencias históricas muy precisas -en apariencia- y empreñadas de tópicos emocionales, se construyó en el imaginario colectivo una herramienta de la cooperación que ostentaba claramente un sello novedoso, cuando no revolucionario (Lacalle Calderón 2002: 27): Su "naturaleza" endógena profundamente arraigada en las culturas locales y regionales de las personas que viven de forma paupérrima (Vázquez Barquero 2007). Así se nos presentó, por lo menos tácitamente, "el" microcrédito como un concepto teórico valido y una herramienta eficaz tanta novedosa por sus orígenes históricos y geográficos como por su lógica endógena con una aplicabilidad universal, pero siendo al mismo tiempo lo suficientemente relativo para permitir una especificidad en cada país (Muñoz 1995). Sin gran dificultad, disponemos de toda una letanía de ilustraciones que reflejan este muy generalizado énfasis: "Esta facultad aglutinadora e integradora ha sido posible porque la filosofía del microcrédito desarrolla prioritariamente el concepto de la dignidad y la propia autoestima del ser humano, virtudes presentes y altamente valoradas en cualquier tipo de civilización o sociedad (10)" (Su Majestad la Reina de España 2000). "Después de observar estas experiencias y el camino recorrido por las ideas del Grameen en África, Asia, Europa y Norteamérica, llegué a la conclusión de que las condiciones culturales, geográficas y climáticas pueden variar, pero los pobres tienen los mismos problemas en todos los rincones del planeta. La cultura de la pobreza, esa prisión donde la sociedad encierra a la gente, transciende la diferencia de lenguas, razas y tradiciones. Por esta razón el microcrédito puede tener una aplicación casi universal. Me he convencido de que el crédito es una herramienta universal que desbloquea las capacidades humanas. Nuestra experiencia, desde el Ártico a los Andes, desde Chicago a China, demuestra que el éxito del modelo Grameen no se sustenta exclusivamente en la cultura de Bangladesh" (Yunus 1998: 224). De acuerdo a como se nos presentan estos microprestamos emana claramente un paradigma desarrollista en términos (reflexivos) de auto-desarrollo. Llamados también desarrollos con autoconfianza (Stavenhagen 1972), de abajo hacia arriba (Omo-Fadaka 1982) o participativos (Fals Borda 1992), las tesis que vertebran este auto-desarrollo aluden a un axioma principalmente etnodesarrollista, entendido como el ejercicio de la capacidad social de un pueblo para construir su futuro, aprovechando para ello las enseñanzas de sus experiencias históricas y los recursos reales y potenciales de su cultura, de acuerdo con un proyecto que se defina según sus propios valores y aspiraciones (Bonfil Batalla en Rojas Aravena 1982: 133). En oposición a lo que suponen ciertos discursos neorousseaunianos, no se pretende que los pueblos llamados "subdesarrollados" vivan aislados del exterior, sino que por lo contrario, la base teórica sobre la cual se apoya este paradigma incorpora selectivamente, determinadas aportaciones de la tecnología o de la sociedad occidental, siempre y cuando no representen una amenaza para su estilo de vida o se conviertan en un factor adicional de dependencia. Dichos planteamientos etnodesarrollistas que critican indirectamente la hipótesis del desarrollo por estadios o etapas de Rostow (1960), no son como aparentan, tan novedosos o revolucionarios. En cierta medida, si existiera un rasgo novedoso que sirva para caracterizar los programas de micropréstamos, no se encontraría en modo alguno en su patrón categorizado como etnodesarrollista sino en el hecho de que los pobres aléjanos desde años de los bancos y habitualmente fuera de los créditos, se han convertido en clientes bancarios (Castelló 1995). Parecidas teorías ganaron aceptación dentro las políticas de cooperación de las agencias nacionales e internacionales a lo largo de los años cincuenta (UNESCO 1977). Estos enfoques condujeron a un callejón sin salida en las praxis mismas del desarrollo que tenían contradicción en sus propios términos: "Si el impulso era verdaderamente endógeno, es decir, si las iniciativas brotaban realmente de las diversas culturas y de sus distintos sistemas de valores, nada nos conducía a creer que, de estás, habrá que surgir necesariamente el desarrollo, independientemente de cómo se lo quiera definir, ni siquiera un impulso en su dirección" (Bonfil Batalla en Rojas Aravena 1982: 134). Los mismos expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) que impulsaron este proyecto, tras darse cuenta de las contradicciones teóricas y la casi imposibilidad de imponer en la praxis un modelo cultural endógeno de manera universal, reconocieron la inaplicable de parecido paradigma en una conferencia internacional celebrada en el año 1977 (Unesco 1977: 84). Sin embargo, en la interpretación dominante contemporánea se (re)conciben explícitamente estos programas de microfinanzas con un fundamento novedoso y eficaz (Naciones Unidas 1998), lo que ha contribuido a levantar un interés y una euforia inusual dentro y fuera del mundo de la cooperación, de lo que hacen uso de manera pomposa medios de comunicación y personas públicas de todas las áreas sociales (11). B. Una red de símbolos y una sintaxis metafórica poderosa En este contexto mediático se insufló en gran parte un carácter de leyenda y transformó la historia de los microcréditos del Banco Grameen en una alegoría de referencia sobrecargada de un halo de simbolismo. En el habla común, Muhammad Yunus en particular, se ha convertido en el fundador de este instrumento financiero. Y los programas de microcréditos en general, ocupan el centro de una constelación semántica muy poderosa que estructuran simbólicamente, no solo una parte de los discursos populares vinculados a este instrumento, sino también unas resonancias de cuentos aludidos e infantilizantes que participan indirectamente en edulcorar los datos objetivos y erosionar las realidades históricas. Esta relevancia simbólica se ha acentuado a medida que proliferaron los usos metafóricos en nuestro cotidiano para presentar los microcréditos como un paradigma peculiar: "Abandonar el punto de visto del ave por tratar de adquirir la perspectiva del gusano" (Yunus 2006: 6), para presentar el propio Muhammad Yunus como el "banquero de los pobres (12)" o para referirse a los pobres hablando de árboles bonsáis: "Para mí la gente pobre es como árboles bonsáis. Cuando ustedes plantan la mejor semilla del árbol más alto en una maceta, consiguen una réplica de este árbol, de solo unas pulgadas de alto. No hay nada malo en sus semillas. Simplemente, la sociedad nunca les dio una base sobre la cual crecer. Todo lo que se necesita para sacar a los pobres de la pobreza es crear un ambiente facilitador para ellos. Una vez el pobre pueda liberar su energía y creatividad, la pobreza desaparecerá rápidamente (13)" (Yunus durante la entrega de su Premio Nobel de la Paz 2006). A través de estas retóricas metafóricas (que podrían refletar en sociolingüística un rasgo cultural del idioma Bengalí o un aspecto de elocuencia individual de Muhammad Yunus) y perspectivas alegóricas que se encuentran reutilizadas de manera pletórica tanto en los medios de comunicación de masas occidentales como en los editoriales de la literatura especializada, por más superficiales o anecdóticas que puedan parecer, producen de manera sibilina una codificación de las realidades que encaja perfectamente con los esquemas legitimadores de esta herramienta, que parecen ofrecer una medida alternativa que implica, un cambio del punto de vista del foráneo por una perspectiva vernácula. Las personas que utilizan la palabra microcrédito se encuentran irremediablemente atrapadas dentro esta red de símbolos y esta sintaxis metafórica, siendo consecuentemente absorbidas en el lenguaje corriente, son recibidas como "evidencias" y se manifiestan capaces de transformar las percepciones populares cambiando el prisma histórico y asunciones previas (Rist 1996). El vocablo microcrédito con todo el peso histórico y la carga de mitología que conlleva, triunfa tanto en el léxico común del gran público como en el de los expertos de la cooperación, siendo paralelamente legitimado socialmente (y retroalimentado simbólicamente) a nivel internacional, no solo a través de algunas experiencias mediatizadas consideradas (desde las ciencias económicas y administrativas esencialmente) como exitosas en la praxis, sino también a través de medidas simbólicas como por ejemplo el Año del Microcrédito de las Naciones Unidas (véase recuadro), el Premio Nobel de la Paz otorgado al Grameen Bank o los Objetivos del Desarrollo del Milenio (14) (ODM). Una parte de la Comunidad Internacional (CI), de los ministerios de cooperación y desarrollo de los países "subdesarrollos" y "desarrollados", y un conjunto de entidades de la sociedad civil como las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), adoptaron acríticamente una postura oficial a priori -en el sentido kantiano- optimista acerca de estos programas de microcréditos, sin disponer de suficiente distancia temporal y teórica para evaluar de manera objetiva la eficiencia real de este instrumento de la cooperación. El término propaganda, por más excesivo que pueda parecer, se impone como obvio cuando se percibe que los datos como los anteriormente enumerados dejan entrever que la legitimidad de estas microfinanzas descansa no sobre una base fiable de eficacia demostrada, sino en la capacidad de poder presentar un paradigma elaborado para -y por- los países en vía de desarrollo y por consiguiente percibido per se como respetuoso con los patrones culturales locales y valores tradicionales de las comunidades destinatarias. Los orígenes históricos de los microcréditos en sí, los países en vía de desarrollo, muy especialmente Bangladesh en los años 1970, son en efecto el fruto de todo un trabajo social de construcción simbólico, sobre todo en su dimensión exitosa y pionera. Nuestra propuesta de deconstrucción del concepto de microcrédito y de su episteme próxima a la filosofía foucaultiana (Foucault 1999, 2001), no es sustancialmente muy diferente de la "evidencia" incuestionada del término desarrollo (Escobart 1996: 501). C. Aproximaciones, confusiones y exclusiones históricas Defensores y detractores de los microcréditos, han venido utilizando esencialmente el mismo recurso histórico, el ejemplo del banco Grameen, para apoyar sus respectivos postulados. Sin embargo, se olvida a menudos que algo muy similar a los microcréditos era conocido en América Latina en 1961 con la organización no gubernamental Acción Internacional, fundada por Joseph Blatchford (Lacalle Calderón 2002: 42). Se observaron algunos pequeños préstamos de mutuas populares de ahorro y crédito detalladamente en Perú y en Brasil en los años 1970 por ciertas organizaciones comprometidas con la mejora de la vida de los pobres. En el continente Europeo de los años 1930 aparecieron también los embriones de las cajas de ahorro, tales como el Círculo Católico de Ahorro o con el Monte de Piedad (Vieites en Gómez Gil 2005: 95). Otras investigaciones (Attali 2005, Hollis 1998) contradicen aun más de frente las creencias históricas populares sobre el referente histórico Grameen Bank, demostrando la existencia de una forma de microcrédito en el mundo rural europeo del siglo XIX bajo el funcionamiento de cajas de ahorros. Correlativamente, semejantes amnesias históricas dejan totalmente fuera de las ecuaciones a las políticas financieras dirigidas hacia el desarrollo el cuestionamiento sobre otros hipotéticos orígenes de los micropréstamos, y desprecia históricamente la existencia de organizaciones de ahorro y solidaridad consideradas como "tradicionales" o "informales" muy extendidas en Asia, África y Europa desde siglos, como las llamadas tontinas (15). En África por ejemplo, reciben cientos de apelaciones distintas (ver recuadro), cada idioma del continente tiene una o varias palabras para denominarlas y muy a menudo su nombre se refiere directamente a los propios miembros, a un día de la semana o a la función principal de la organización.
Desde los países denominados "desarrollados", el interés hacia este sistema de ahorro empezó a demostrarse en torno a los años 1970, cuando se asignó a las tontinas una denominación más "formalizada" llamándolas "asociaciones rotativas de ahorro y de crédito" (Bouman 1979). El Banco Mundial (BM) por su parte definió la tontina como una "asociación de personas que, unidas por lazos familiares, de amistad, profesión, clan o región, se encuentran en intervalos de tiempo variables con el fin de poner en común sus ahorros para solucionar problemas particulares o colectivos" (BM 1989). Actualmente sin embargo, en los principales medios de comunicación, el terminó microcrédito se representa con una sola cara de la moneda: la del modernismo y progresismo. Como corolario de esta características atribuidas a los programas de microfinanzas, el simple hecho de asociar estas tontinas -categorizadas en sistemas "tradicionales", de "sobrevivencia" o "buhoneristas"- con el (auto)desarrollo tiende a anular esta "modernidad" y a contradecirla, lo que aflora la idea de crisis del modelo occidental de civilización (Abdel-Malek 1985: 63). Este ejemplo de subordinación y de extravío inducido, de discriminación y de subyugación, entraña unos componentes universalistas, aquellos que permiten instalar implícitamente una concentración hegemónica y una monopolización del estilo de vida legítimo, y por consiguiente, descreditan y simplifican las artes de vivir diferentes, próximo al proceso de civilización mostrado por Norbert Élias (1987) o rozando el canibalismo intelectual de Claude Lévi-Strauss (1962: 341). Los discursos e imágenes asociadas a las microfinanzas, son signo de modernidad "incuestionable" (y poco cuestionada) y sesgan totalmente el debate en torno de las posibles correlaciones (o no) con sistemas de ahorro diferentes, como las tontinas, que se interpretan de manera redundante como una imperante desviación a la "modernidad" definida en términos occidentales. 3. De la simplificación y distorsión de las realidades culturales A. Las percepciones de los pobres: entre prejuicios culturales y "buenas intenciones sociales" La actitud hacia los pobres y excluidos, y los programas de microcréditos como consecuencia de esta, en gran medidas están relacionados, o a lo menos fuertemente relacionados, con la idea que se tengan sobre los origines de la pobreza y desigualdades. Históricamente, bajo las poor laws (leyes de los pobres) de la Época Victoriana de Gran Bretaña del Siglo XIX, el hecho de ser pobre podía merecer la cárcel y quienes pensaban que la pobreza se originaba en fallos (considerados como tal) del comportamiento del individuo (como por ejemplo, la abulia, la vagancia, el vicio o la pasividad) solían tener una actitud hacia los pobres muy diferente de quienes consideraban que ésta se debía a fallos estructurales (políticos, económicos o sociales por ejemplo). Estas percepciones maniqueas del siglo XIX que flotan todavía esporádicamente (16) alrededor del mundo de la cooperación, van clásicamente asociadas con la tipología anglosajona de undeserving poor (los pobres "no merecedores") y deserving poor (los pobres "merecedores"). Dentro esta rigidez clasificadora bipolar que englobada los pobres bajo el binomio "merecedor/no merecedor", los pobres considerados como "merecedores" se percibían y recibían un trato totalmente diferente a los de sus antagonistas. En concordancia con lo anterior dicho, las retóricas oficiales vinculadas a los programas de microcréditos para el desarrollo son semánticamente construidas para demoler la tesis de los pobres pasivos y asistidos, asociando el "cambio de actitud de los más pobres" (Vázquez Barquero en Lacalle Calderón 2002: 17) y la necesidad de "convertirse en actores del proceso de globalización y no ser sus víctimas pasivas" (Yunus 2005: 223). Así, las microfinanzas como mero contraejemplo de las teorías heraldas de los prismas maniqueos "merecedor/no merecedor", genera una percepción simbólica de "uno mismo" y "del otro" que intenta (re)organizar la realidad de la acción de las políticas (micro)financieras. Partiendo de la constatación de que la cooperación al desarrollo no depende tan solo de lo que aporten la Comunidad Internacional (CI), sino muy especialmente de la disposición (económica, institucional, administrativa, política, democrática, cultural, medioambiental etc.) de los países en vía de desarrollo (González Guardiola en Viola Recasen 2000: 219) y del esfuerzo de las propias personas pobres (Echart 2005 Escobar 1996 Muñoz 1995), la lógica motriz de los programas de microcréditos se apoyaría conceptualmente sobre este esfuerzo -secular- de los pobres para intentar cambiar y transformar su vida. No es casual si en el paisaje mediático abundan declaraciones de este tipo: "Siempre que alguien me pregunta si Grameen puede funcionar en otros países, yo afirmo categóricamente que puede funcionar allí donde haya pobreza, incluso en los propios países ricos. Las personas pobres son solventes (y, por tanto, merecedora de créditos) en todo el mundo" (Yunus 2006: 159). En cambio, una de las principales vituperaciones contra los pequeños créditos, se basa en su reducida validez en la praxis, debido a que las poblaciones que viven -o que se considera que viven- en situación de extrema pobreza están incapacitadas para realizar cualquier tipo de actividad económica "formal" (entendido según los patrones hegemónicos de la economía internacional contemporánea), particularmente porque carecen de formación empresarial e incluso de motivación para los negocios (Lacalle Calderón 2002: 162). Por otra parte, las propias Instituciones Micro Financieras (IMF) no se orientarían tampoco precisamente a los más pobres, o a quienes tienen más dificultad de acceso a los préstamos (Gómez Gil 2005: 14) para disminuir los riesgos relacionados con las características particulares de su clientela y no poner demasiado en riesgo su integridad financiera (Lacalle Calderón 2002: 157). A la luz de lo argumentado, aunque tal vez sea demasiado osado afirmar que la ideología de estos préstamos de pequeña cantidad favorece un darwinismo social (Gómez Gil 2005: 13), bajo el cual aquellos que estén en situación más precaria y vulnerable lo están porque no han querido o podido endeudarse, no cabe duda de que las condiciones de acceso (17), las formas de selección e influencia que se tejen sobre la población solicitante de dichos créditos invita a la reflexión (véase recuadro). En este contexto, la "evidencia estándar" que impregna las condiciones de acceso a los microcréditos va pareja con un sobreentendido economista referido a una aptitud "económica racional occidental" de los (futuros) destinarios, soslayando con ello las condiciones históricas, políticas, culturales y sociales específicas del acceso a dicha aptitud, así constituida en norma (Bourdieu 2003: 18). Consecuentemente, estas condiciones de acceso se cargan de insospechadas formas de (antiguos) prejuicios etnocentristas y universalistas educacionales (Césaire 1989: 84) que se pueden formular detrás de un mero léxico empresarial de "asesoramiento técnico", "programas de capacitación para emprendedores" o "inversiones en formación".
B. Ser microemprendedor(a): ¿Un valor y/o una condición? Dejando a un lado los microcréditos bajo forma de becas dedicadas a los estudiantes universitarios (Yunus 2006) que forman parte, al día de hoy, únicamente de imprecisos proyectos futuros, no se puede desvincular de la palabra microcréditos con las que se asoció conceptualmente: las (micro)empresas. Sobre la base de esta asociación es fácil encontrar definiciones que no dejan lugar a duda: "Los microcréditos son programas de concesión de pequeños créditos a los más necesitados de entre los pobres para que éstos puedan poner en marcha pequeños negocios que generen ingresos con los que mejorar su nivel de vida y el de sus familias (18)". Y la literatura especializada está llena de sugestivos epígrafes: "Microcréditos: de pobres a microempresarios" o "Emprendedores, microempresas y microcréditos: una propuesta para el desarrollo de Perú (19)" que participan a avivar una parte de la familia lexical empresarial. La forma no se disocia del fondo conceptual de estos programas financieros que pretenden avizorar la posibilidad de emplear el potencial emprendedor de cada persona pobre y legitimar una forma de aptitud empresarial, presuntamente más eficaz en términos de desarrollo que otras aptitudes o alternativas existentes. Para concebir la posibilidad de escaparse de una condición socioeconómica dada, las retóricas microfinancieras tratan de convencer que una (micro)empresa se impone como "la mejor inversión" para salir de la llamada "economía informal" de los países en vía de desarrollo. Este êthos empresarial (Bourdieu 1997), esta visión moral del desarrollo, suele difundir una falsa comprensión de las pletóricas y complejas causas de los desequilibrios económicos y laborales en términos de oportunidades, expectativas y posibilidades. Convirtiendo simbólicamente unas condiciones de trabajo (como ser emprendedor) en valores concretos, percibidas como positivas, asociadas a esta condición de trabajo como "ser valiente", "ser su propio jefe" o "crear su propio futuro (20)". Intentar promover la conversión de las personas en situación precaria y vulnerable en emprendedores (según criterios preestablecidos y cimentados desde una posición de preeminencia) y sacar las empresas pequeñas de las economías en crisis o depauperadas, participa a inducir y redefinir, un poco más, el término proteiforme de solidaridad dentro del cuadro de las lógicas de la economía contemporánea (Picas Contreras 2003, 2006). Así, presentar la lucha individual o de un colectivo muy reducido, como destino necesario e inevitable para (sobre)vivir frente a los mecanismos de la libre concurrencia, sostiene una situación imaginaria (inspirada en las teorías económicas denominadas "neoliberales") bajo la cual, toda aquella persona que quiera, puede salir adelante y prosperar en una economía de libre mercado y estructurada para los emprendedores y valientes (Gómez Gil 2005: 13). Contrariamente a algunas ideologías de influencias marxistas del siglo XIX que ponen en el centro del análisis la propiedad de los medios de producción como indicador para medir indirectamente la pobreza: ser (micro)emprendedor(a) y pobre, no son antinómicos. Esta tesis muy difundida es similar a sostener que todo aquel que entra en un hospital deja de estar enfermo por el solo hecho de acceder al mismo. Esta metáfora, podría ser aplicada a otra de las mitologías sobre el tema que consideran que la persona que solicita un micropréstamo, y la persona que gestiona la economía familiar, es automáticamente la misma. C. ¿"Microcrédito" es nombre de mujer? "He conocido a tantas de estas mujeres cuyas vidas fueron literalmente transformadas gracias al microcrédito. En Chile recuerdo cuando conocí a una costurera que pudo comprar una máquina de coser de alta velocidad con un pequeño préstamo para empezar un negocio de ropa. Ella me dijo que la máquina de coser significó tanto para ella que no podía parar de besarla. Y dijo, y estas son sus palabras, que se sintió "como un pájaro en una jaula al que habían dejado en libertad". Sólo podemos pensar en todos los pájaros enjaulados en todo el mundo que también de forma parecida pueden ser puestos en libertad (21)" (Hillary Rodham Clinton 2000). Actualmente, las mujeres representan aproximadamente la mitad de la población mundial, sin embargo, sólo aportan una tercera parte de la fuerza laboral oficial registrada. Se subrayan además importantes disparidades entre género en materia de alfabetización, salud y acceso a un trabajo digno y remunerado (Naciones Unidas 1995). Frente a este diagnostico, una proporción muy alta de microprestamos se conceden prioritariamente a madres de familia. Por ejemplo, 68,5 % de los beneficiarios de los programas de microcréditos para la ayuda al desarrollo a nivel mundial serían mujeres (Lacalle Calderón 2002: 140), 97% de los préstamos del Grameen Bank (Yunus 2006) y 85 % de los préstamos de la Institución Micro Financiera (IMF) Pronafim se concederían a madres (Attali 2005). Unos de los fundamentos teóricos sobre los que se extienden y legitiman políticamente los programas de microcréditos son el rechazo de los planteamientos androcéntricos y la eficacia para desmantelar las desigualdades en términos económicos y laborales entre género. Algunos responsables de Instituciones Micro Financieras (IMF) coinciden en afirmar que en la práctica las mujeres evitan que los hombres dilapiden las rentas familiares y tienen una mayor "capacidad" para rentabilizar el dinero y distribuirlo de tal forma que todos los miembros de la unidad familiar se vean beneficiados (Nowak 2005). Parecidas experiencias no deben hacer olvidar que si muy a menudo las solicitantes de micropréstamos son mujeres, se ha estudiado con poca exactitud el papel real de las mujeres en su gestión financiera doméstica dentro del núcleo familia (22), sometida en muchos casos, a sofisticadas formas cotidianas de dominaciones masculinas (Bourdieu 1974, 1995). Los resultados de algunas investigaciones (Goetz 1996) subrayan que únicamente en el 37% de los casos las mujeres mantendrían un control efectivo sobre el uso del dinero recibido, y el 63% restante son los hombres los que administrarían, decidirían y emplearían los recursos, habiendo utilizado a las mujeres como prestatarias por su facilidad para el acceso al crédito. Además, en las estadísticas y estudios oficiales se tiende todavía a contabilizar solamente el trabajo remunerado y a tener únicamente en cuenta la actividad principal de una persona. El hecho de que las mujeres de las zonas rurales en los países en vía de desarrollo suelan desempeñar diversas funciones y realizar distintas actividades a la vez, dificulta la labor de definir y medir el trabajo que hacen realmente. En un mismo día, la división tradicional del trabajo en la mayoría de sociedades tradicionales asigna a la mujer una doble responsabilidad, la principal de realizar las tareas domésticas (como la limpieza, la cocina, la educación de los hijos, el cuidado de los enfermos y de las personas mayores por ejemplo) y la segunda de dedicarse, de manera remunerada o no, a la agricultura o pesca tanto para el consumo familiar como para la venta. En una jornada la sobrecarga de trabajo de una mujer en un país en vía de desarrollo llega, como mínimo, a 16 horas diarias y pueden trabajar, por términos medio, 26 horas más a la semana que los hombres (Naciones Unidas 1995, 1998). Teniendo en cuentas estas cifras, asumir la deuda de un (micro)préstamo podría producir un efecto contrario a lo deseado, aumentando significativamente el peso total de responsabilidades que deben sujetar las espaldas de las mujeres, convirtiéndolas (simbólicamente) en responsables últimas de la situación de su familia. Otro punto importante, está ilustrado en las investigaciones del Centro de Estudios Sociológicos del colegio de México (CES) sobre los microchangarros mexicanos financiados por micropréstamos, que concluyen que una mayoría de los proyectos microfinancieros puestos en marchas para las mujeres Mexicanas, a pesar de aumentar sus responsabilidades, son programas esencialmente vinculados a áreas muy especificas y exclusivas como la cocina, la costura y las labores de hogar (Boltvinik en Gómez Gil 2005: 17). Los programas de micropréstamos con sus prejuicios culturales, sus sobreentendidos igualitarios y sus simplificaciones estadísticas, no serían en absoluto ajenos a innumerables contradicciones y efectos perversos cosechados alrededor del protagonismo real de las mujeres en los países en vía de desarrollo. 4. Los microcréditos como nexo coordinante y subordinante A. "El" microcrédito como prenoción Hoy en día, existirían más de 7.000 Instituciones Micro Financieras (IMF) en todo el mundo sirviendo a millones de familias de pobres (Lacalle Calderón 2002: 23) y sería poco conveniente indagar e incurrir en una visión excesivamente uniforme y generalizadora frente a la gran diversidad de estas instituciones. Tanto su tipología (las ONG, las instituciones financieras graduadas, las cooperativas de ahorro y créditos, las instituciones financieras filiales de un banco comercial y los bancos comerciales) como el modus operandi (los grupos solidarios, los bancos comunales, las uniones de crédito, los prestamos individuales, los fondos rotatorios, los fondos de garantía, los bancos de ONG y las inversiones de capital privado en instituciones microfinancieras), las fuentes de financiación (públicas, privadas o mixtas), las formas políticas de cooperación elegidas (bilaterales (23) o multilaterales, centralizadas o descentralizadas) y la existencia (o no) de marcos legales específicos que balizan estos programas (véase recuadro) responden a realidades microfinancieras muy heterogéneas. No todas las microfinanzas de la cooperación son iguales y por ello, la utilización abundante en nuestro cotidiano del vocablo microcrédito (en singular) como categoría coherente y predefinida parece no ser más que una representación de la utilización acrítica que se está generalizando en el uso de este concepto cargado de matices y sujeto a una compleja variedad de connotaciones. "El" microcrédito que ocupa el centro de una confusión semántica increíblemente poderosa, no es sustancialmente muy diferentes de las nociones vulgares o prenociones defendido por Émile Durkheim (1985). Pero sí la prenoción de microcrédito ha llegado a convertirse en una palabra-fetiche (Viola Recasens 2000: 11), no es solo porque tiene una carga histórica llena de simbolismos y leyendas, sino porque, siendo uno de los conceptos del desarrollo más densamente imbuidos de una eficacia técnica presentada implícitamente como la panacea, ha venido paralelamente actuando como un eufemismo que filtra intelectualmente unas lógicas económicas muy condicionantes en la práctica, cuando no excluyentes, para las Instituciones Micro Financieras (IMF) y sus (futuros) destinarios llamados "beneficiadores". B. Un denominador común: los interrogantes económicos y financieros Un rasgo importante de lo anteriormente argumentado, consiste en evidenciar que el denominador común a todas las metodologías e instituciones microfinancieras, reposa sobre interrogantes económicos y gestiónales como la evaluación del riesgo, la reducción de los costes, la escala, la importancia del ahorro, la investigación de mercado o la autosuficiencia financiera. Es cierto que no se trata de un hecho novedoso, la ayuda al desarrollo desde el simbólico discurso del presidente Truman en 1949, ha sido condicionada tanto políticamente como económicamente (Esteva en Viola Recasens 2000: 68). En la actualidad, lo pone de manifiesto el ministro de asuntos exteriores y europeos francés, y fundador de la ONG Médecin Sans Frontières, Bernard Kouchner a través de estas palabras: "Si alguien desea alcanzar algo en este área ha de llegar a ser un hombre de negocios y tener un sentido para la publicidad y el marketing (...) Si no se acepta que la ley del mercado también sostiene verdades para la industria de la caridad, no conseguirás nada" (Picas Contreras 2005). En cambio, resulta difícil no encontrar declaraciones que atribuyen a los programas de microfinanzas determinantes características de nexo coordinante, de sincretismo entre los mecanismos de la economía mundial contemporánea y los objetivos sociales vinculantes al desarrollo: "La experiencia del Grameen me llevó a pensar que la codicia no es el único resorte del liberalismo. Puede dejar espacio para verdaderos objetivos sociales. Si lo hacemos bien, las empresas dirigidas con esta perspectiva pueden competir con las que sólo buscan ganancias, y podemos construir una sociedad mejor" (Yunus 1998: 254). Afirmaciones que de hecho forman parte del núcleo duro de dogmas sobre los cuales se construyó una parte de la legitimidad de los microcréditos. Las consecuencias prácticas de este núcleo de creencias pueden ser de obligado cumplimiento: la primacía de la estabilidad y la rentabilidad de la Instituciones Micro Financieras (IMF) sobre las iniciativas de la economía popular, la primacía de la lógica bancaria sobre la lógica del (auto)desarrollo local, la primacía de la capacidad de empleo de los clientes sobre las dificultades del mercado, o la implantación de competencia tanto entre las Instituciones Micro Financieras (IMF) que prestan un capital económico a su clientela como entre las personas humildes que acceden -o intentan acceder- a esos microcréditos (Vieites en Gómez Gil 2005: 100). En consecuencia las microfinanzas como nexo coordinante se revelan más bien como un nexo subordinante de los imperativos económicos y financieros de las instituciones prestatarias sobre el objetivo principal de cooperación al desarrollo: luchar contra la pobreza y exclusiones. Estos imperativos económicos como condiciones necesarias pero no suficientes para luchar contra la pobreza, no incurren en contradicción alguna con las ecuaciones financieras y económicas de los prestatarios. Prestar dinero a las personas empobrecidas resulta costoso a nivel de la asesoría administrativa y técnica, de la formación del personal y del marketing (Attali 2005, García Alonso 2004, Gómez Gil 2005, Lacalle Calderón 2002, Veredera del Abril 2001), sin embargo estos principios de actuación financieros y económicos, comprensibles desde una lógica económica y empresarial, aparecen más criticables en el nivel antropológico y sociológico. Primero, porque subordinan totalmente las necesidades de los "beneficiadores" a los factores gestiónales de los prestatarios y relegan (cuando no excluyen) las particularidades culturales e históricas de estos destinatarios a un segundo plano. Hecho que dentro de esta propia lógica económica y financiera, resultaría además ser menos exitoso económicamente para los destinarios y prestatarios que si fuese culturalmente compatible, es decir más respetuoso con los patrones locales (o por lo menos que no se opondría a ellos) basándose por ejemplo, en instituciones preexistentes que incorporarían prácticas y valores "tradicionales" en su funcionamiento (Kottak en Viola Recasens 2000: 106). Sobre ello, nos acercamos conceptualmente a las dialécticas que establecen el valor económico como proceso que puede desvalorar o inhibir las demás formas de existencia social (Illich en Viola Recasens 2000: 88). Segundo, se crea una abstracción técnica y teórica alrededor de los objetivos perseguidos y de los problemas tratados, hasta inducir a confusión sobre los verdaderos beneficiadores, en términos económicos y simbólicos, de estos programas. Parafraseando a Serge Latouche (2004) y a Karl Polanyi (2003), las lógicas del sistema de mercado que vertebran estos programas de microcréditos distorsionan parcialmente nuestra visión sobre el "Hombre" y la "Sociedad". C. El debate sobre los tipos de interés. Perogrullada versus lucha simbólica El desfase que se produce entre los discursos con fuerte componente social que legitiman los microcréditos y sus aplicaciones tributarias de algoritmos económicos, se ilustra claramente en las polémicas en torno a los tipos de interés que las Instituciones Micro Financieras (IMF) deben cobrar (y los "beneficiadores" pagar) por la prestación de sus servicios. Uno de los resultados importantes de las investigaciones sobre las microfinanzas (véase recuadros) consiste en evidenciar que los intereses no parecen ser subsidiados y aparecen de manera significativa superiores (en términos relativos y absolutos) a los del mercado del préstamo "tradicional".
Frente a las críticas panfletarias -y a veces diatribas- de los detractores de los micropréstamos sobre este punto, algunos especialistas de la economía microcrediticia aplicada al desarrollo defienden y consolidan por mayoría sus posturas bajo argumentos de tecnicidad económica o "efectos motivadores" (24). Estas declaraciones son unas de las más explicitas: "No está bien prestar a los pobres con tasas de intereses más elevado que las de los ricos es una frase llena de buenas intenciones pero que no sirve para nada. Da buena conciencia, pero no resuelve el problema del acceso al crédito, el cual, dentro de una economía de mercado tiene, ineluctablemente, un precio (25)" (Nowak 2005: 60). "Si alguien puede poner en marcha un banco para los pobres gravando tipos más bajos, por favor, que me enseñen cómo hacerlo y lo copiaré. Mi deseo es operar con los tipos de interés más reducidos posibles, pero uno de los principios fundamentales que no se pueden olvidar es la búsqueda de la autosuficiencia" (Yunus en Lacalle Calderón 2005: 128). "Irónicamente, una política de tasa subsidiada no solamente condena al programa a desaparecer por su falta de viabilidad a largo plazo, sino que resulta ser una irresponsabilidad con aquel empresario pobre a quien se pretende ayudar" (Castelló 1995: 91). Las realidades sociológicas contenidos en esta afirmaciones han llevado a proliferar que la idea de una especie de equilibrio entre las prioridades de la lógica intrínsecamente económica y monetaria del funcionamiento de los microcréditos y la consideración de las especificidades culturales y sociales de los destinarios, se convirtió en un desideratum teórico utopista mezclado con un empirismo naïf. Lo que conceptualmente contrasta y pone a dialogar los discursos oficiales auto-desarrollistas, atenidos tanto al aspecto cultural como a las necesidades económicas, utilizados para justificar y legitimar (y legalizar) estos mismos instrumentos de cooperación. Así, los microprestamos en la praxis tienden a representar un espejo invertido de sus propias retóricas legitimadoras, ilustrando hasta qué punto el capital simbólico asociado a estos programas no es más que un caso particular de inversión superficial en el juego social de la cooperación cuyas reglas son profundamente establecidas ante todo bajo criterios económicos y financieros de los agentes dominantes, en este caso, las Instituciones Micro Financieras (IMF) con el apoyo de una parte de los meta-Estados (Bourdieu 1997, 2003). D. Un micropréstamo cultural como oxímoron La eficacia de los microcréditos -entendida presuntamente bajo un paradigma económico y financiero- se sustenta principalmente en el "índice de devolución del préstamo" de los prestatarios. Si bien es cierto que las tasas de intereses elevados de los micropréstamos no impiden su devolución (la mayoría de las Instituciones Micro Financieras (IMF) tiene tasa de retorno (26) cercana al 100%), no significa, como se suele afirmar de manera espontánea que los prestatarios hayan mejorado su situación económica o satisfecho sus necesidades básicas vitales (en términos de derechos humanos, de alimentación, de salud, de educación, de acceso a la vivienda…) durante su periodo de deudor y sobre todo después de su periodo de devolución. Contrariamente a estas ideas popularizadas formuladas bajo silogismos, asumir y cumplir la obligación de un deudor no está vinculado de manera fiable y/o directa a la superación o mejora de su situación de pobreza y exclusión. Dicho de otra forma, la correlación estrecha entre el alto "índice de devolución" del préstamo y el (auto)desarrollo (entendido como capacidad de transformación social) de las mismas personas no ha sido demostrada hasta fecha de forma objetiva y empírica sobre amplias capas de poblaciones. Esta ausencia de estadísticas y evaluaciones rigurosas sobre las microfinanzas podrían explicarse para algunos especialistas porque "primero, muchos donantes y practicantes argumentan que mientras los programas logran cubrir sus costos y asistir a las familias pobres, las evaluación detalladas son una pérdida de tiempo y dinero (…) Segundo, las evaluaciones detalladas proporcionan serias dificultades estadísticas" (Morduch 1999). Además de esta escasez de datos objetivos, se añade en filigrana un contraste metodológico entre la evaluación cuantitativa en términos financieros y la evaluación cualitativa en términos de impacto social de los proyectos para el desarrollo que dividen de manera excluyente y superficial el mundo de la cooperación, produciendo percepciones de "lo social" y de "lo económico" como realidades distintas, cuando deberían plantearse como un "hecho social total" (Mauss 1979). A pesar de esta gran escasez de estudios científicos sobre el tema (no sólo en el ámbito etnográfico) y la confusión generalizada entre crecimiento económico y desarrollo, algunas estimaciones pocas divulgadas sobre el ejemplo del banco Grameen sitúan, que solo un 5% de sus clientes receptores serían capaces de superar su situación de pobreza a pesar de haber concedido un microcrédito (Gómez Gil 2005: 28), lo que contrastaría de frente y transformaría las retóricas tradicionalmente asociadas a este referente histórico en soflamas. E. Del juego simbólico de los bancos comerciales en el mercado de los microcréditos Parece importante recordar que cuando se habla de Instituciones Micro Financieras (IMF) dentro del contexto de la cooperación internacional, no se debe cometer el error de pensar que son los bancos comerciales (entidades por definición con ánimo de lucro (27)) los que estructuran este mercado de la -no- caridad (Picas Contreras 2005). Indubitablemente, a pesar de un volumen en términos absolutos que sería comparable a los recursos de los microcréditos ofrecidos por organizaciones no gubernamentales y por las cooperativas de créditos (Banco Interamericano de Desarrollo 1994), un dato a tener en cuenta es que los recursos destinados por estos bancos comerciales al sector de las microfinanzas tienen un peso secundario dentro de sus propias carteras (Lacalle Calderón 2002: 179) y su presencia aparece muy reducida (relativamente a otros entidades) en los programas de microprestamos para el desarrollo (véase recuadro).
Por estos datos la utilización de las expresiones "monetarización" o "bancariosfera" de la pobreza en la sociología del desarrollo (Gómez Gil 2005: 13) deben utilizarse con precaución y mucha distancia. Estos neologismos contrariamente a lo que en un principio se podría afirmar, en el caso de los microcréditos para el desarrollo, no permiten inferir que se haya iniciado una tendencia significativa al downscaling (creación de departamentos de microfinanciación de un banco comercial) o al upscaling (transformación de unas ONG en microbanco comercial). Un ejemplo muy significativo se encuentra con el banco comercial Santander, el cual tiene una presencia bancaria "tradicional" muy extendida en América Latina, pero interviene con poca frecuencia en operaciones de microcréditos. Y este ejemplo podría extenderse en muchos otros países como Francia o España (Attali 2005). Conceptualmente, esta aclaración provoca una revuelta generalizada contra la camisa de fuerza de las principales críticas que atribuyen a los bancos comerciales o otras entidades con fines lucrativas, la responsabilidad directa de la difusión y generalización de estas técnicas gestiónales que condicionan los programas de microcréditos, bajo la lógica (comercial) de los mercados económicos y financieros. En el panorama actual de la cooperación internacional son las entidades sin ánimo de lucro como las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que se especializan y aplican técnicas de los bancos comerciales para llevar a cabo estos programas de microfinanzas (Banco Interamericano de Desarrollo 1994). En el fondo de lo que se trata es de una forma de libido dominandi que produce la idea de que existe un único modelo a seguir para los actores de la cooperación (reduciendo parcialmente algunas diferencias de gestión existentes entre ONG y bancos comerciales por ejemplo), una forma de estrategias de dominación simbólica en consonancia con una fuerte illusio económica (Bourdieu 2003). Estas metodologías (la contabilidad financiera, el marketing, la publicidad, la evaluación de competencia y otras herramientas de gestión) que se asocian "tradicionalmente" al sector comercial, intentan asegurar las autosuficiencias económicas (más que la maximización del beneficio económico) de las Instituciones Micro Financieras (IMF) y la viabilidad económica de sus programas. Estas técnicas que construyen un sentido común económico, relacionadas, en tanto que tal, con las estructuras sociales y las estructuras cognitivas de un orden social particular (Bourdieu 2003: 24), son legitimadas principalmente desde arriba a través de diversos Organismos Internacionales (OI). Estos organismos como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) o unos gobiernos que impulsan, directamente o indirectamente, un sistema de creencias y de valores (George 1994, Latouche 2004, Stiglitz 2002), estructuran y respaldan administrativamente, económicamente y simbólicamente estos programas de microcréditos desde los años noventa hasta hoy en día (Gómez Gil 2005). Así, una parte de las políticas de la Comunidad Internacional (CI), a través de medidas tanto concretas como simbólicas cumplen una función de justificación del orden establecido, de sociodicea, incomparablemente más importante que cualquier otra forma de propaganda. 5. Palabras finales Para finalizar, cada uno de los programas de microcréditos designa un abanico de medidas tan diversas en principios, objetivos, lugares y momentos de aplicación y expansión que cada uno de estos programas y de sus actores poseen características propias y generan problemáticas muy específicas. Conviene recordar que en modo alguno hemos pretendido poner de relieve la eficacia o esterilidad de los programas de microcréditos en el desarrollo -en su sentido amplio- de los países de origen y de acogida (28), ni analizar el papel que desempeñan estas (micro)deudas en los intercambios (29) domésticos de las familias que (sobre)viven de forma paupérrima. Sino indagar en la utilización ideológica y simbólica indiscriminada que se viene haciendo en torno a este instrumento que parte de una concepción bastante obsoleta de las realidades sociales contemporáneas y, paralelamente, desvirtúa las dimensiones culturales e históricas de los "receptores". De acuerdo con la literatura revisada, la matriz cuestionadora hermenéutica que atrapa a cualquiera que se acerca al tema tratado se plantea así: ¿Al final no sería mejor para las familias pobres disponer de un micropréstamo que no disponer de uno? La negatividad de esta pregunta es isomorfa con la negativa de perspectiva cultural de estos programas. Un (micro)economista podría afirmar que todos estos problemas brotan de análisis económicos erróneos, más que por falta de perspectiva cultural. Sin embargo, dicha afirmación surge desde una visión no antropológica de la economía, en tanto que esfera separada, más que parte del sistema cultural local. Desde las ciencias sociales, responder a parecida pregunta no tiene apenas sentido. No obstante, dentro de una pequeña heterodoxia académica, y a la luz de todos los matices y contradicciones expuestos en la presente reflexión, parece ab initio más estimable dejarse caer a favor de una respuesta a medio camino, condicionada ante todo, por las características particulares y multicausales de cada grupo y zona geográfica. Las tradiciones e Historias locales desempeñan un papel como mínimo tan importante como el de la "lógica novedosa" de los micropréstamos en cada caso. No se trata de encontrar una postura intelectual equilibrada entre este optimismo y triunfalismo colectivamente impuesto y un nihilismo precavido, pero más bien de una rotunda crítica hacia la hegemonía de esta illusio económica, donde los microcréditos no son más que un reflejo. Esta illusio como formulación teórica y técnica de las políticas de cooperación al desarrollo limita a los posibles en la praxis e inhibe los cuestionamientos teóricos sobre su propio status ontológico. De ahí a considerar los programas de microcréditos, únicamente, como una extensión o una verbigracia, con nuevos matices y epítetos, de las vicisitudes de los mecanismos de la económica internacional contemporánea, sólo hay un paso. No daremos el paso hacia parecida argumentación de índole grandilocuente, porque sería bastante obtuso en el análisis cargarlo todo implícitamente sobre las espaldas de los indubitables apuros del sistema económico mundial actual y, consecuentemente, limitarían la responsabilidad de los protagonistas de la cooperación al desarrollo nominalmente especializados en la materia y a este fin. Notas 1. Los créditos de Fondo de Ayuda al Desarrollo (FAD) son créditos que, en muchos casos, obligan los países "receptores" a contratar bienes y servicios de los países "prestatarios". 2. Este
optimismo generalizado no está
compartido con algunos responsables de la cooperación española
que se han pronunciado con mucha cautela en relación con estos
instrumentos financieros. Por ejemplo,
Juan Pablo de Laiglesia, Secretario General de la Agencia Española de
Cooperación Internacional para el
Desarrollo (AECID), declaró en 2004 durante la celebración de un
seminario sobre "pobreza,
microcréditos y desarrollo" en el fórum de Barcelona: "Es peligroso
tener excesivas expectativas sobre los
microcréditos" afirmando que "la desilusión puede provocar que los
donantes no inviertan, y eso sería
muy negativo".Fuente: 3. Véase
la página web oficial del Año Internacional del Microcréditos
(2005) de las Naciones Unidas.
Fuente: 4. El Grameen Bank (el banco Grameen) que significa banco rural en bengalí, fue fundado en Bangladesh en 1976 por Muhammad Yunus y constituye actualmente una de las organizaciones microfinancieras más conocida a escala mundial. Suele ser considerada como un punto de referencia para todos aquellos que quieren acercarse al campo de los microcréditos. 5. Definición de Luis Espinoza. Economista. Ex-Secretario General de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). (Espinoza 1999 : 140) 6. El término Comunidad Internacional (CI) es muy ambiguo, lo utilizaremos aquí como sinónimo de Organismo Internacional (OI) o de meta-Estado como por ejemplo: el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización Mundial del Comercio (OMC), etc. 7. Discurso del ex-Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan (2004). Fuente: http://www.un.org/spanish/events/microcredit/sgmessage.html 8. Las políticas subsidiarias representan los dos tercios del panorama financiero de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) mundial actual (Echart 2005: 199). 9. Traducido en la literatura castellana como "desencastramiento". 10. Su Majestad la Reina de España tuvo estas palabras en la inauguración del Primer Foro Internacional del Microcrédito celebrado en Madrid en 2000. Fuente: Fundación Telefónica, Manual de Microcréditos 2000 (el cuál recopila las conclusiones del I Foro Internacional de Microcréditos). 11. Hillary
Rodham Clinton en aquella época Primera Dama de Estados Unidos, fue la
principal
promotora de la Cuarta Cumbre Mundial del Microcrédito
(1997). Fuente: Base de datos de La
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
Fuente: Su Majestad la Reina de España en la inauguración de la reunión regional de consejos de América Latina y el Caribe en la Cumbre del Microcrédito, celebrada en la ciudad de Puebla en México (2001) declaró: "Poco nos queda por decir sobre tan genial recurso de la solidaridad" (Gómez Gil 2005: 9). 12. Apodo que se encuentra generalmente como epígrafe dentro los medios de comunicación y la literatura especializada, por ejemplo el título de uno de los libros de Muhammad Yunus: "El banquero de los pobres, los microcréditos y la batalla contra la pobreza en el mundo". 13. Conclusión del discurso de Muhammad Yunus durante la entrega de su Premio Nobel de la Paz (10 de Diciembre 2006, Oslo, Noruega).Traducción personal del inglés al castellano. Fuente: http://Nobelprize.org/Nobel_prizes/peace/laureates/2006/yunus-lecture-en.html 14. Véase declaraciones de Mark Malloch Brown. Administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): "La microfinanciación es mucho más que un simple instrumento de generación de ingreso. Al potenciar directamente el papel de los pobres, particularmente las mujeres, se ha convertido en uno de los principales mecanismos para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), específicamente el objetivo primordial de reducir la pobreza extrema a la mitad para 2015". Fuente: http://www.un.org/spanish/events/microcredit/MDGS_SP_Layout1.pdf 15. El termino ROSCA (Rotating Savings and Credit Associations) suele ser utilizado en el mundo anglosajón. 16. "Durante muchos años, las ideas predominantes sostenían que el mundo pobre necesitaba de manera especial consejo y asistencia" (Hicks 1965: 11). 17. Preocupaciones sobre estas condiciones de acceso a los micropréstamos bien aclaradas por el Estado Español: "España considera que el problema de los pobres no es el coste del crédito sino el acceso al mismo y, por ello, concede créditos a los beneficiarios al tipo de mercado". (OCDE 2002: 28) 18. Definición adoptada en la Primera Conferencia Internacional sobre los Microcréditos. (Febrero 1997, Washington, Estados Unidos). 19. Por orden de citación: (Lacalle Calderón 2002) y (Vereda del Abril 2001). Véase bibliografía. 20. Las expresiones en cursivas han sida extractas de la literatura revisada. 21. Discurso
disponible en la página web oficial de la Campaña de la Cumbre del
Microcrédito de
Beijín (2000). Fuente: 22. Sobre este tema véase las investigaciones de Mokhtar Mohatar Marzok en etnocontabilidad, École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), París, Francia. 23. Por
ejemplo, las políticas públicas españolas de cooperación internacional,
la Agencia
Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) acaban
de conceder en 2008,
un préstamo de 15 millones de Euros a Marruecos en materia de
microcréditos. Fuente: Página
web del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación
Español. 24. Cabe añadir que Antonio-Claret García García, Presidente de Caja Granada (cuya Fundación desarrolla programas de microcréditos con intereses muy bajos a 4 % anuales) respondiendo a una pregunta nuestra, desarrollo un argumento de "efecto psicológico negativo" de prestar microprestamos sin intereses a los destinarios. Subrayando la "importancia de reconocer el precio de un préstamo, aun mínimo porque no es un regalo, para motivar los futuros emprendedores" (sic). Fuente: Curso sobre los "Microcréditos y la cooperación al desarrollo" en la Fundación Euroárabe de Altos Estudios, Granada, 02/2005. 25. Traducción personal del francés al castellano: "Il n'est pas moral de prêter aux pauvres à un taux plus élevé est une phrase pleines d'excellentes intentions mais qui n'engage a rien. Elle donne bonne conscience, mais ne résout pas le problème d'accès au crédit, qui, dans une économie de marché à forcément un prix" (Nowak 2005: 60). 26. Dos ejemplos: el Grameen Bank tiene una tasa de retorno que oscila entre los 75% (Jolis 1996) y los 98,5% (Yunus 2005) y la fundación de la caja de ahorro Caja Granada aproxima los 98% (fuente: Antonio-Claret García García, Presidente de Caja Granada). 27. Definición del banco comercial español: "Ejercen el comercio de Banca las personas naturales o jurídicas que, con habitualidad y ánimo de lucro, reciben del público, en forma de depósito irregular o en otras análogas, fondos que aplican por cuenta propia a operaciones activas de crédito y a otras inversiones, con arreglo a las Leyes y a los usos mercantiles, prestando, además, por regla general, a su clientela servicios de giro, transferencia, custodia, mediación y otros en relación con los anteriores, propios de la comisión mercantil" (Ley Española de Ordenación Bancaria de 1946. Sección segunda. Título II. Artículo 37). 28. Forma de cooperación que podemos resumir en "codesarrollo". 29. Este tema ha sido tratado ampliamente desde las ciencias sociales, como los trabajos etnográficos de Boltanski, Malinowski, Mauss, Nicolas, Shalins etc., siendo considerados como "clásicos" en la literatura antropológica. Véase artículo de Picas Contreras (2006).
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Barquero, A. Veredera
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Recasens, A. Yunus,
M. |
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