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Salvador
Rodríguez Becerra:
La religión de los
andaluces.
Málaga, Editorial Sarriá, 2006 (230 páginas). |
Por: José Luis
Solana,
Universidad de Jaén
Salvador
Rodríguez Becerra, Catedrático de Antropología
Social en la Universidad de Sevilla, ha
dedicado la mayor parte de su vida académica al estudio antropológico e
histórico de las formas,
los contenidos y las instituciones de la religión, en especial en
Andalucía. Ese sostenido esfuerzo
investigador ha dado excelentes frutos. Él ha sido autor o compilador
de obras fundamentales
sobre las manifestaciones religiosas populares, como La
religiosidad popular (3 vols.,
Anthropos, 1989), Religión y cultura (2 vols.,
Fundación Machado/Junta de Andalucía, 1999) y Religión
y fiesta. Antropología de las creencias y rituales en Andalucía
(Signatura, 2000).
A ese
granado conjunto se suma la obra que aquí
reseñamos, La religión de los andaluces,
continuación de su programa de trabajo e investigación. El libro,
resultado de una profunda
reelaboración y actualización de textos escritos por su autor en
distintos momentos de su carrera
profesional, está compuesto por seis capítulos, coherentes y
complementarios entre sí.
El
primero consiste en una síntesis de los rasgos
principales que presenta en la actualidad la
religiosidad de los andaluces. Al hilo de su exposición, Salvador
Rodríguez se pregunta sobre
cómo afecta la religión a los andaluces de nuestro tiempo y sobre cuál
es el peso específico de la
misma en los procesos de cambio de Andalucía. Tras señalar la
devaluación del magisterio
eclesiástico en su vida, consecuencia en parte del proceso de
secularización (lo que no les impide
vivir y participar intensamente en distintas expresiones religiosas:
fiestas, hermandades, etc.),
concluye que la vida de los andaluces está sobre todo condicionada por
elementos culturales y
materiales propios de la modernidad, más que por principios religiosos
emanados del
cristianismo. Muchos de entre quienes se consideran cristianos o
católicos no siguen las normas
dictadas por las instituciones eclesiales, algo que se pone claramente
de relieve en los
comportamientos sexuales.
Los
cuatro siguientes capítulos se ocupan de distintas
manifestaciones específicas de la religión
de los andaluces.
El
segundo aborda la construcción de identidades con
símbolos religiosos. Como ejemplo de
ello, muestra cómo la ciudad de Andújar (en Jaén) se ha servido de
elementos religiosos para
construir su identidad ciudadana, la identificación colectiva de sus
habitantes con la ciudad. Para
su análisis se basa en varias crónicas e historias locales y
episcopales, publicadas en el siglo
XVII, en las que se construye de manera ficticia los orígenes
fundacionales de Andújar (en
algunas de ellas se establece que San Eufrasio fue el primer obispo de
la ciudad y trajo a ella la
imagen de la Virgen de la Cabeza). Salvador Rodríguez contrasta esos
relatos, esas ficciones,
con la verdadera historia de la ciudad jiennense, mostrando un profundo
conocimiento de la
historia local de Andújar.
El
tercero de los textos que componen la obra se ocupa
de los milagros, los santuarios, las
devociones, las promesas y las ofrendas (los exvotos entre ellas).
Estudia también los hechizos,
los encantamientos y los exorcismos. De todas esas manifestaciones
religiosas Salvador
Rodríguez nos ofrece claras definiciones, al igual que ocurre con todas
las que aparecen en la
obra. Y es que nuestro autor tiene la buena costumbre (y el saber para
ello) de comenzar siempre
delimitando y caracterizando, aunque sea de modo somero, pero siempre
de manera precisa, su
campo o materia de estudio (lo cual es, sin duda, una de las bases del
rigor que encontramos
luego en sus análisis). Considera a la creencia en la curación de
enfermedades epicentro del
milagro. Para ilustrarlo, pone el caso del Santuario de la Cabeza en
Andújar. Con respecto a las
devociones, se ocupa del proceso histórico de creación, difusión y
retroceso del culto a la imagen
del Cristo de San Agustín (en Sevilla), como caso para indagar en el
modo como las devociones
a las imágenes están sujetas a los avatares del tiempo.
Las
apariciones marianas son el objeto del cuarto
capítulo de la obra. Para su estudio, establece
una pertinente distinción entre apariciones históricamente datadas y
apariciones legendarias.
Explora los recursos en los que se apoya el discurso erudito a partir
de cuya racionalización se
construyen las leyendas populares sobre imágenes (identificación con
modelos extraídos de los
relatos bíblicos, apropiación de las imágenes como símbolos sagrados).
Sintetiza el proceso de
surgimiento en Europa, España y Andalucía, desde el siglo XII, de la
devoción a las imágenes de
María. Muestra, además, los altibajos que ha experimentado la actitud
de la Iglesia hacia las
apariciones desde mediados del siglo XIX.
Las
fiestas religiosas son el tema del quinto capítulo
del libro. Nuestro autor las considera como
la expresión más importante de la religiosidad de los andaluces, y a
ellas ha dedicado la mayor
parte de sus investigaciones socioantropológicas (por citar algunas
referencias, recuérdese su Guía de Fiestas populares de Andalucía
y sus
obras Las fiestas de Andalucía y Religión
y
fiesta). En el capítulo que nos ocupa indaga, ilumina e
ilustra diversos aspectos de las fiestas
religiosas, entre ellos el hecho de que constituyan momentos de
exaltación de los sentidos, de las
emociones, de los sentimientos de amistad, del vivir emociones intensas
de goce estético, de
ruptura de la cotidianidad, de fomento de la sociabilidad. En sus
análisis se sirve de los
conceptos clásicos de liminaridad y communitas
de Van Gennep y Turner. Por otra parte,
muestra la transformación del significado de la fiesta en el contexto
del tiempo de ocio; la
incidencia que han tenido en las festividades religiosas la sociedad
del consumo, el turismo, la
publicidad y la mercantilización de las actividades culturales. Para
ilustrar sus análisis, recurre
sobre todo a la fiesta del Corpus y a las romerías.
El
capítulo final, el sexto, es una reflexión de
carácter teórico y metodológico sobre el papel de
las religiones en el seno de las culturas, así como sobre las
estrategias más adecuadas para el
estudio y la comprensión del fenómeno religioso.
En
relación a lo primero, pone de relieve varios
fenómenos que denotan la importancia de la
religión en nuestro tiempo. Un tiempo que, como bien señala Salvador
Rodríguez, es de
secularización creciente, pero no de desacralización, pues en él nuevos
elementos son
sacralizados. Por otra parte, señala los límites al diálogo de
civilizaciones que ponen las
dogmáticas y la pretensión a única religión verdadera propias de
determinadas religiones, las
monoteístas en especial. Se trata, a mi parecer, de una indicación que
convendría tener muy en
cuenta en estos tiempos de vagas propuestas de "diálogo de
civilizaciones" (quizás
bienintencionadas, pero no exentas de retórica hueca y muy faltas de
compromiso con la
necesaria profundización del proceso de secularización).
Con
respecto a lo segundo, vale la pena detenerse en los
principios teóricos y metodológicos que
han guiado el trabajo de investigación de nuestro autor y su concepción
del fenómeno religioso.
En
primer lugar, Salvador Rodríguez evita la confusión,
que a veces se produce y fomenta de
manera interesada, entre religión, religiosidad e Iglesias. Para ello,
articula una serie de
pertinentes y clarificadoras distinciones. Discierne entre religión
popular (pone el énfasis en las
creencias) y religiosidad popular (refiere fundamentalmente a la
praxis), así como entre religión
eclesiástica (modelos ideales) y religión practicada y vivida
(religiosidad popular). Insiste en no
confundir religiosidad o religión con instituciones eclesiásticas y
cuerpo de doctrina. La
religiosidad, esto es, la praxis religiosa real de las personas, sería
el objeto de estudio prioritario
de la Antropología de la religión.
Un
segundo planteamiento metodológico que me parece
digno de referencia tiene que ver con
los clásicos debates sobre cómo abordar el estudio (análisis,
explicación, comprensión) de las
manifestaciones culturales, que en muchos casos (más de los deseables)
han estado
históricamente lastrados por el enfrentamiento entre propuestas
epistemológicas planteadas
como dicotómicas e inconciliables (materialistas contra
interpretativistas, análisis etic contra
comprensiones emic, reduccionismos de una u otra
ralea contra culturalismos con claros o
implícitos supuestos espiritualistas, modernos contra posmodernos,
neopositivistas contra
hermenéuticos). Salvador Rodríguez encuentra caminos para superar esas
manidas e infructuosas
oposiciones. Su sabiduría antropológica, su ecuanimidad intelectual y
su sensibilidad humana
(conocidas y reconocidas por sus colegas de profesión, entre quienes me
encuentro) son
excelentes guías para trazarlos. Su capacidad de trabajo (prueba de la
cual es su numerosa y rica
producción bibliográfica), impulso y garantía para recorrerlos, por
epistemológicamente
abruptos o zigzagueantes que resultar pudiesen.
Nuestro
autor no aísla las manifestaciones religiosas
del contexto sociocultural en que se
producen, mantienen y transforman; sino que las estudia relacionándolas
con sus condiciones
ambientales, socioeconómicas e históricas. Ahora bien, a diferencia de
otros analistas, no deriva
por ello hacia reducción alguna, no reduce la religión a la estructura
social y económica, ni se
limita a utilizarla como un medio privilegiado para poner de relieve
aspectos de esa estructura.
Muy al contrario, critica la consideración de la religión como un mero
epifenómeno de lo
económico, lo político o lo social, que, como tal, sería reducible a
esas esferas. A ese
reduccionismo, contrapone una concepción de la religión en la que ésta
se contempla y analiza
en sus relaciones con otros aspectos de la cultura (por ejemplo, las
cofradías como fuentes de
poder y presión social), pero también en su especificidad propia e
independiente. La religión
tiene una autonomía fenoménica irreductible a epifenómeno de lo social
o lo económico.
Y es
que Salvador Rodríguez ha sido siempre capaz de esa
doble mirada imprescindible para la
comprensión de los fenómenos culturales: percibe las manifestaciones
religiosas en conexión
con la estructura social de la que forman parte y con el sistema
cultural del que dependen, pero
capta también a la par lo que tienen de específicamente religioso. Así,
por ejemplo, las fiestas
religiosas cumplen, sin duda, la función social de renovar lazos
familiares y de sociabilidad, pero
no por ello debe olvidarse que son también ocasiones en las que los
fieles renuevan su relación
cognitiva y emotiva con los seres sobrenaturales en los que creen. De
ahí que defienda la
perspectiva emic (el punto de vista de los
participantes) como un recurso necesario a la hora de
considerar los fenómenos religiosos.
El
reconocimiento de autonomía a los fenómenos
culturales, la religiosidad entre ellos, no aboca
a nuestro autor hacia derivas esencialistas (no incurrir en ellas es
otro de sus logros). No lo aboca
porque, entre otras razones, en sus análisis conjuga la Antropología
con la Historia, convencido
como está de la "necesidad de dar profundidad histórica a los estudios
antropológicos". Ese
enfoque histórico, en virtud del cual le otorga centralidad a la
diacronía con el fin de mostrar las
transformaciones que se han producido y se generan en los fenómenos
religiosos, es una eficaz
vacuna contra el esencialismo.
Guiado
por esos principios teórico-metodológicos y con
un estilo literario límpido y sobrio, que
ha tiempo alcanzó ya sobrada madurez, Salvador Rodríguez nos vuelve a
proporcionar una obra
que nos permite adquirir un conocimiento fundado y profundo de la
religiosidad popular y de
muchas de sus manifestaciones concretas.
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