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Introducción La noción de cultura ha generado abundantes y contradictorios trabajos en ciencias sociales. Este término designa tanto una serie de grandes obras clásicas como unas maneras de vivir, de sentir y de pensar propias a un grupo social (Cuche 1996). La idea de cultura legítima implica una oposición entre el museo y el fútbol, entre las obras consagradas y la cultura de masas producida por las industrias culturales. La manera de reflexionar sobre las culturas y de articularlas está directamente vinculada a las tradiciones nacionales. Francia ha intentado convertir su cultura letrada y los trabajos que lo han teorizado en una contribución universal. La aportación alemana ha conocido igualmente una amplia difusión, que se trate, en el siglo XIX, de Humboldt o de Herder, o, en el siglo XX, de la Escuela de Frankfurt. En el ámbito de la socio-antropología, la contribución de los investigadores americanos, desde Margaret Mead hasta Clifford Geertz, pasando por la Escuela de Chicago, es también notable. Curiosamente, si la contribución británica a la producción de obras legítimas es incuestionable, las reflexiones originarias del Reino Unido que se fijan en el estatus de cultura y en su significado son relativamente desconocidos en España. Esta ignorancia es paradójica en un periodo en la cual los cultural studies inspiran una cantidad considerables de investigaciones y de teorías sobre la cultura contemporánea. Esta corriente encuentra sus antecedentes en el siglo XIX. A menudo asociados a un pragmatismo alérgico a los planteamientos teóricos, la Inglaterra industrial ha desarrollado un debate original sobre la cultura, pensado como un instrumento de reorganización de la sociedad afectada por el maquinismo, y la civilización de los grupos sociales emergentes, como cemento de un conciencia nacional. Este debate, que encuentra su equivalente en el mundo intelectual de la mayoría de los países europeos, dará lugar a una corriente original después de la Segunda Guerra mundial. En este sentido, las cultural studies aparecen como un paradigma y un planteamiento teórico coherente. Es cuestión de considerar la cultura en un sentido amplio y de pasar de una reflexión centrada en el vínculo cultura-nación a una visión de la cultura de los grupos sociales. Si sigue teniendo una dimensión política, la cuestión central consiste en comprender en qué medida la cultura de un grupo social, y en primer lugar la de las clases populares, cuestiona el orden social o, por el contrario, adhiere a las relaciones de poder. Los años 1970 asisten al desarrollo de estas temáticas. La Escuela de Birmingham explora las culturas jóvenes y obreras, así como los contenidos y la recepción de los medios de comunicación. Por ejemplo, algunos historiadores analizan las manifestaciones de las múltiples resistencias populares. Estas investigaciones tienen un carácter precursor. Lo que constituye inicialmente un foco marginal de investigación, situado entre el mundo académico y las redes de la nueva izquierda británica, conoce una expansión considerable a partir de los años 1980. Les trabajos se extienden gradualmente a los componentes culturales vinculados al género, a la etnicidad y a las prácticas de consumo. Consiguen una difusión planetaria. Pero, esta expansión se acompaña de ciertas rupturas, ya que los oponentes de ayer acceden a cargos de responsabilidad en el mundo académico. Su inspiración teórica debe hacer frente a la desvaloración del marxismo y al auge de nuevas ideologías y teorías así como a los efectos de los cambios sociales: revalorización del sujeto, rehabilitación del placer vinculado al consumo de los medios de comunicación, fortalecimiento de las visiones neo-liberales o aceleración de la circulación mundial de los bienes culturales. Si los cultural studies siguen siendo un paradigma, poco tienen que ver con sus inicios. Poco a poco, ponen el énfasis en la capacidad crítica de los consumidores, cuestionan el rol central de la clase social como factor explicativo y valoran nuevas variables: la edad, el género e la identidad étnica. Llevados por la dinámica de su éxito, que se traduce especialmente por la multiplicación de las revistas, de los libros y de los manuales, y por la creación en numerosos países de departamentos de cultural studies, conocen nuevas inflexiones. Estas se traducen por la expansión constante de su territorio que engloba unos objetos descuidados hasta entonces por las ciencias sociales: consumo, moda, identidades sexuales, museos, turismo o literatura. Los planteamientos más radicales de estas investigaciones reivindican a partir de entonces un estatus de "anti-disciplina". El término marca el rechazo de las separaciones disciplinares y de las especializaciones y la voluntad de combinar las contribuciones y los cuestionamientos provenientes de los saberes mestizados, la convicción de que lo que está en juego en el mundo contemporáneo necesita ser cuestionado a partir del enfoque cultural. No obstante, esta iniciativa genera un debate puesto que el término de disciplina es también sinónimo de seriedad, de control y de respeto de las reglas. Más precisamente, el objetivo de este artículo consiste en situar las investigaciones y los debates entorno a los cultural studies. En este sentido, si los trabajos que provienen de esta tradición deben ser debatidos y a veces criticados, su conocimiento es indispensable tanto por sus contribuciones como porque constituyen los soportes de una parte esencial de los debates científicos contemporáneos sobre la cultura. Los orígenes de las cultural studies A lo largo del siglo XIX, una tradición conocida como Culture and Society emerge en Gran-Bretaña creada por las figuras intelectuales del humanismo romántico. Más allá de sus diferencias ideológicas, denuncian los daños provocados por la "vida mecanizada" bajo el efecto de la civilización moderna. La identidad nacional se enfrenta entonces al triunfo de la clase media que descalifica el arte considerado como un adorno no rentable, en un contexto de pérdida de influencia de la aristocracia hereditaria y de irrupción de las clases populares. El concepto de cultura se convierte en la piedra angular de una filosofía moral y política, cuyo símbolo y vector es la literatura. El contacto con las obras tiene que modificar el horizonte de sensibilidades de una sociedad encadenada a la ideología de los hechos. Hacia el final del siglo, la creencia en el poder purificador de la creación imaginaria a la hora de transmitir los valores cívicos a las clases emergentes encuentra su campo de aplicación privilegiado en la puesta en marcha de unos estudios sobre la literatura inglesa: los English Studies. Las controversias sobre los públicos a los que son susceptibles de dirigirse acompañan la lenta gestación de una concepción socio-histórica de la idea de cultura que conduce a la creación de los cultural studies. 'Culture and Society' en la Inglaterra del siglo XIX A lo largo del siglo XIX, el desarrollo de una cantidad suficiente de textos en la lengua nacional confiere a la literatura su acepción moderna. Simultáneamente se produce una nueva definición nacional de los universos literarios. Las literaturas nacionales movilizan unos mitos y emociones a favor de unos procesos de constitución y de reactivación de las identidades nacionales (Thiesse 1999). La noción de "clásico nacional" se refiere a la legitimidad literaria a partir de la cual se reconoce La literatura. Vinculado de manera indisoluble al destino de la lengua, el "capital literario", formado por un conjunto de textos considerados como nacionales e incorporados a la historia nacional, se convierte en un recurso político (Casanova 1999). El siglo XIX es a la vez nacionalista y sinónimo de una internacionalización del sentimiento y de la intensidad. El valor literario se convierte en lo que está en juego en los intercambios y en las relaciones de fuerza que enfrentan las culturas. Goethe y Fichte aparecen como las figuras del hombre de letras moderno y la filosofía de la historia de la que se reclama Carlyle se inspira de la filosofía trascendentalista de Fichte. La fascinación del pensador británico hacia el espíritu germánico tiene como contrapartida su posicionamiento a propósito del espíritu francés y de su culto de la lógica. El pathos contra el logos, la vivencia frente a la concepción. Las dos vertientes antagónicas del pensamiento alemán y de la Revolución francesa dividen la literatura entre los que asocian todo a un gran principio organizador y los que invitan a una representación contradictoria del mundo. Para Carlyle, el pensamiento demasiado claro anula cualquier forma de actividad espontánea y limita la expresión de las órdenes ciegas e instintivas de la vida. El movimiento de nacionalización de la cultura en Inglaterra se opone abiertamente a la influencia del universalismo galo y a la supremacía de su lengua. Este rasgo deja adivinar de manera más precisa el reto estratégico que representa para la sociedad inglesa la self-national definition del espacio literario. La concepción voluntarista del saludo por la cultura y, más precisamente, por el texto se formaliza bajo la era victoriana con Matthew Arnold (1822-1888) que inventa la filosofía de la educación. Crítico literario y social, analiza la cultura de las nuevas clases ascendentes. Autor de numerosos ensayos sobre la igualdad y la democracia, Arnold reflexiona en términos de anarquía, de desorden y de desintegración de la totalidad orgánica. No obstante, no esconde su admiración por los logros de la Revolución francesa: la participación de la intelectualidad en la vida social y el papel central del Estado así como la inteligencia colectiva que transciende las voluntades individuales y defienden las ideas de lo público y de lo nacional. Se interesa sobre todo por el sistema educativo desarrollado en Francia por Guizot. Inspector del sistema educativo durante 35 años y, accesoriamente, profesor de poesía en Harvard, emprende en 1859 un viaje de estudios de cinco meses en el continente que desemboca, dos años más tarde, en un informe. Este informe es un alegato para que la administración pública británica instaure un sistema nacional de educación obligatorio, universal y laico. Dando en ejemplo el caso francés, Arnold intenta demostrar la necesidad de una alianza entre un Estado racional y activo y las instituciones democráticas. Considera que las escuelas públicas son las únicas capaces de enseñar "la mejor cultura nacional, la que enseña la grandeza del alma y la nobleza del espíritu". Sin semejante política, Inglaterra corre el peligro de "americanizarse", privándose de una "inteligencia general". Haciendo el impasse sobre el pensamiento y la cultura, deja el camino libre a la religión sectaria y al puritanismo. Arnold cuestiona la sociedad elizabethana y su figura principal: Shakespeare. Este referente fortalece su fe en la capacidad humanizadora de la alta literatura a difundir en las nuevas categorías sociales el "espíritu de sociedad". La atención de la Culture and Anarchy se centra en la clase media, que califica de "filistea", para la cual la grandeza se confunde con la riqueza. Todo su comportamiento indica una falta de refinamiento: su modo de vida, sus costumbres, sus maneras, su tono de voz, la literatura que lee, las cosas que le procuran cierto placer, las palabras que salen de su boca y los pensamientos que nutren su espíritu. Según él, es incapaz de definirse como un referente cultural, puesto que busca la dominación comercial. Fascinada por la maquinaria erigida como un fin en sí, los "filisteos" son a la vez los enemigos de las ideas y de la intervención del Estado. Como lo filisteo está asociado al espíritu de parroquia, la educación literaria debería inyectar en esta clase un espíritu cosmopolita, es decir abrirla a las ideas y a las perspectivas europeas. Porque si la revolución industrial del final del siglo XVIII ha consagrado su ascenso social, este se ha preparado desde el siglo XVII. Es precisamente el momento en el cual se ha iniciado el divorcio entre el Reino Unido y el mainstream de la vida cultural del continente europeo. Por los valores culturales y las normas estéticas e intelectuales que generan, las grandes obras artísticas y literarias son los hijos de la Ilustración. "Los hombres de cultura son los verdaderos apóstoles de la igualdad. Los grandes hombres de cultura son aquellos que están apasionados por la difusión, para hacer prevalecer, para propagar de un extremo a otro de la sociedad, el mejor saber, las mejores ideas de nuestro tiempo; que han trabajado para quitar a este saber todo lo que le era áspero, difícil, abstracto, profesional, exclusivo; para humanizarlo, para convertirlo en eficaz fuera del núcleo de la gente cultivada y sabedora, aún siendo el mejor saber y el mejor pensamiento del tiempo, y una verdadera fuente, por lo tanto, de la suavización de la luz" (Arnold 1993: 79). Para Arnold, el sistema educativo debería servir para disciplinar los obreros e inculcarles el "espíritu público". Es significativo que sea inicialmente en las escuelas técnicas, en los colegios profesionales y en las clases de educación permanente, donde se imparten los programas de enseñanza de esta literatura humanística. Ignorada por la élite académica de Oxford y Cambridge, que le prefiere la filosofía clásica, el estudio de la literatura inglesa entra por la pequeña puerta. Antes de aplicarlo a la metrópoli, el Reino Unido ha podido experimentarlo en las colonias. Desde 1813, los estudios literarios ingleses estructuran una estrategia de contención de los colonizados en una parte del imperio, especialmente en la India. A través de ellas, se construye y se propaga la representación de un tipo ideal del inglés. Se trata de un ejemplo moral que constituye el contrapunto a la imagen negativa que los autóctonos podían tener del colonizador observando directamente sus hechos y sus gestos. La política del Englishness se impone a la política del orientalismo: esta estrategia de la integración fundamentada en la toma en consideración de unos elementos de la cultura india que la administración colonial ha inventado hacia el final del siglo XVIII para facilitar la indigenización de sus élites (Viswanathan 1990). La metáfora colonial expresa perfectamente la colonización interior de las clases populares de la metrópoli, como lo demuestra el vocabulario misionero y civilizador utilizado (Steele 1997). Los editores, por su parte, no han esperado la entrada de las English Studies en las aulas para aventurarse en el mercado de la nacionalización de la literatura. En la segunda mitad del siglo XIX, ciertas antologías dirigidas a un amplio público han puesto de manifiesto el genius of the English lenguage. De estos debates característicos del siglo XIX inglés, conviene recordar tres elementos. El primero se refiere a la centralidad de la reflexión relativa al impacto de la revolución industrial sobre la cultura nacional y a las amenazas que hace pesar tanto sobre la cohesión social como sobre la preservación de una vida intelectual y de creación no sometida al cálculo utilitarista. El segundo concierne la responsabilidad que, más allá de sus contradicciones, estos autores conceden a los intelectuales, productores y difusores culturales como educadores de una cultura nacional. El tercero se refiere a las contradicciones de esta referencia a la cultura y a lo que está en juego desde un punto de vista cultural. Incluso entre los más conservadores, se observa una forma de sensibilidad moderna hacia lo cultural, que integra los estilos de vida y la estética de la vida cotidiana. Simultáneamente, las humanidades y especialmente la literatura nacional aparecen como los instrumentos privilegiados de la civilización y de la comprensión del mundo, mientras que la ciencia es mirada con cierta suspicacia (Lepennies 1985). Estos tropismos intelectuales se perpetúan más allá del siglo XIX. La consagración académica de los 'English studies' La entronización de los Estudios Ingleses en el curriculum ordinario de las universidades solo se produce realmente entre las dos guerras mundiales. La experiencia acumulada en la formación de los adultos está puesta a contribución. Surgen varias preguntas: ¿Es necesaria una pedagogía centrada exclusivamente en el análisis de los textos de la literatura inglesa? O ¿Es preferible intentar sustraer la enseñanza literaria del aislamiento textual y conectarlo de nuevo con las realidades sociales? Estos son los términos en los cuales se plantean lo que está en juego de manera subyacente en los ámbitos intelectuales y políticos a la hora de definir los programas y los públicos a los que se dirige. La corriente que domina el mundo académico opta por la primera formula. Esta elección se corresponde con el informe gubernamental, redactado en 1921, que fija las grandes líneas del pensamiento de Matthew Arnold sobre "el hombre de cultura". Uno de los discípulos de Arnold desarrolla las tesis de este último y su libro titulado Culture and Environment se convierte en la Biblia de la nueva disciplina. La lectura metódica de los textos ingleses se convierte en el antídoto estético-moral ante el riesgo que representa la sociedad mercantil. El contexto político favorece la aparición de un proyecto cultural mesiánico. La Primera Guerra mundial pone al orden del día la necesidad de un cultural revival de la nación inglesa. Esta restauración cultural aparece como urgente a ciertos sectores de la intelectualidad que agita el espectro de la revolución bolchevique. La "crisis del espíritu", el estremecimiento de los valores de la alta cultura heredada de la Ilustración y la irrupción de una cultura de masas producida industrialmente adquieren una resonancia especial en Inglaterra, en vía de ceder a Estado Unidos el liderazgo de la economía mundial que ocupaba desde el inicio de la revolución industrial. En 1932, Leavis crea la revista Scrutiny que se convierte en la tribuna de una cruzada moral y cultural contra el "embrutecimiento" practicado por los medios de comunicación y la publicidad. Para interrumpir la "degeneración de la cultura", Scrutiny privilegia una solución idealista. El equipo de Scrutiny propone someter la enseñanza y la opinión pública a la gran tradición de la ficción inglesa. Esta representación del anglicismo determina una elección selectiva de los autores que supuestamente encarnan dicha tradición. La publicación de Scrutiny se interrumpe en 1953, es decir un cuarto de siglo después de la desaparición de Leavis. El humanismo moral de este defensor de la gran literatura se ha transformado en un rechazo obsesivo de la sociedad técnica, considerada como "cretina", y acaba manteniendo posiciones conservadoras: "una gran hostilidad hacia la educación popular, una oposición implacable ante la radio y una profunda desconfianza frente la apertura de la enseñanza superior a los estudiantes embrutecidos por la televisión" (Eagleton 1994: 42-43). Más allá de las derivas elitistas y nacionalistas de la ideología leaviniana, una de las realizaciones más duraderas de los English Studies entre las dos guerras mundiales es su crítica de los textos literarios. No obstante, la predominancia académica de la corriente leaviniana no debe ocultar el debate que se produce en la prensa especializada entre los formadores que trabajan para la formación de los adultos de los barrios populares sobre las visiones contradictorias de la pedagogía que conviene elegir (Steele 1997). Los primeros son partidarios de una modernización de la educación popular vinculada al estilo universitario y centrada en las artes y letras. Los segundos, más preocupados por las realidades regionales, valoran las tradiciones puritanas del movimiento obrero y militan a favor de un enfoque sociológico, basado en la economía, la filosofía y la política, y que intenta movilizar las personas más avanzadas de la clase obrera. La oposición entre una democracia de los trabajadores contra una aristocracia de letrados es recurrente en el debate. Los partidarios de las letras reprochan a la visión sociológica de no ver las formas de los mensajes y de la cultura. Más allá de sus contradicciones, Carlyle, Arnold y Leavis comparten una interrogación sobre el rol de la cultura como instrumento de reconstitución de una comunidad y de una nación ante las fuerzas disolventes del desarrollo capitalista. Las cultural studies participan en este cuestionamiento, pero, tras Morris, se centran en las clases populares. Los fundadores de las 'cultural studies' La etapa de cristalización que constituye el reconocimiento institucional de las cultural studies en los años 1960 sería incomprensible sin tomar en consideración el trabajo de maduración que se inicia diez años antes y que es simbolizado por tres figuras principales. En primer lugar, Richard Hoggart publica en 1957 un libro considerado como fundador de los Estudios Culturales. Esta obra se titula The Uses of Literacy: Aspects of Working-Class Life with Special References to Publications and Entertainments. El autor estudia la influencia de la cultura difundida en la clase obrera a través de los medios de comunicación modernos. Tras describir con una gran finura etnográfica el paisaje cotidiano de la vida popular, este profesor de literatura inglesa analiza la manera según la cual las publicaciones destinadas a este público se integran en este contexto. Su idea central es que se tiene cierta tendencia a sobrevalorar la influencia de los productos de la industria cultural sobre las clases populares. "No conviene olvidar nunca que estas influencias culturales inciden de manera muy lenta sobre la transformación de las actitudes y que están neutralizadas a menudo por unas fuerzas más antiguas". Los ciudadanos de a pie no tienen una vida tan pobre como su lectura de la literatura dejaría pensar. Es difícil demostrar rigurosamente semejante afirmación, pero un contacto continuo con la vida de las clases populares es suficiente para favorecer una toma de conciencia. Incluso si las formas modernas de ocio fomentan entre la gente de a pie unas actitudes consideradas como nefastas, es cierto que varias dimensiones de la vida cotidiana siguen estando protegidas ante estos cambios" (Hoggart 1970: 378). La atención prestada por los análisis de Hoggart a los receptores no impide que estas hipótesis sigan estando profundamente marcadas por su desconfianza hacia la industrialización de la cultura. La idea misma de resistencia de las clases populares que subtiende su enfoque de las prácticas culturales se refiere a esta creencia. La idea de resistencia al orden cultural es consustancial a la multiplicidad de los objetos de investigación que han caracterizado los dominios explorados por las cultural studies durante más de dos décadas. Hace referencia a la convicción de que es imposible abstraer la cultura de las relaciones de poder y de las estrategias de cambio social. Este axioma explica la influencia ejercida sobre el movimiento por los trabajos de inspiración marxista de dos otras figuras británicas en ruptura con las teorías mecanicistas: Raymond Williams (1921-1988) y Edward P. Thompson (1924-1993). Ambos están vinculados a la formación permanente de las clases populares y están en contacto directo con la New Left, cuya emergencia en los años 1960 significa un renacimiento de los análisis marxistas. Thompson es uno de los fundadores de la New Left Review. Con Williams comparte sobre todo el deseo de superar los análisis que han convertido la cultura en una variable dependiente de la economía. Como lo afirma Thompson en 1976, "mi preocupación principal a lo largo de mi obra ha sido abordar el silencio de Marx sobre el sistema de valores. Un silencio con respecto a las mediaciones de tipo cultural y moral". El trabajo de Thompson puede describirse como una historia centrada en la vida y las prácticas de resistencia de las clases populares. Su obra más conocida, titulada The Making of the English Working Class (1963), constituye un clásico de la historia social y de la reflexión sobre la socio-historia de un grupo social. Cinco años antes, Raymond Williams publica Culture and Society (1958) que constituye una genealogía del concepto de cultura en la sociedad industrial, desde los románticos hasta Orwell. Explorando el inconsciente cultural presente en los términos de cultura, de masas, de muchedumbre o de arte, fundamenta la historia de las ideas en una historia del trabajo social de producción ideológica. Las nociones, las prácticas y las formas culturales cristalizan unas visiones y actitudes que expresan regímenes así como sistemas de percepción y de sensibilidad. Esta obra esboza una problemática, desarrollada en The Long Revolution (1961), en la que subraya el rol de los sistemas de educación y de comunicación así como el papel de los procesos de alfabetización en la dinámica de cambio social. Contribuye así a dibujar un programa de reforma democrática de las instituciones culturales. Tanto Williams como Thompson comparten la visión de una historia construida a partir de las luchas sociales y de la interacción entre cultura y economía en la cual la noción de resistencia al orden capitalista aparece como central. Esta época está dominada, entre los intelectuales de izquierda, por el debate que opone la base material de la economía a la cultura, convirtiendo esta última en un mero reflejo de la primera. Las cultural studies pretenden salir de este dilema considerado como imposible y reductor. Este esfuerzo de superación desemboca en el nuevo descubrimiento de las formas específicas que han tomado el movimiento social y el pensamiento socialista en Gran Bretaña. Ello explica que Thompson haya hecho una nueva lectura de William Morris en la cual ve uno de los primeros críticos de un determinismo estricto que ha conducido al empobrecimiento de la sensibilidad, a la primacía de unas categorías que niegan la existencia efectiva de una conciencia moral y la exclusión de la pasión imaginaria. Esta idea central es defendida por Williams en su trabajo de columnista cultural en el Guardian. A su vez, manifiesta un interés creciente a propósito de los medios de comunicación. A partir de 1962, en su libro Comunicaciones, participa en el debate político, formulando propuestas para un control democrático de los medios de comunicación como medios de influencia y de agitación. Al trío de los fundadores de las cultural studies se añade un cuarto hombre: Stuart Hall. Este pertenece a una nueva generación que no ha participado directamente en la Segunda Guerra mundial. Elemento central de las revistas de la nueva izquierda intelectual, la producción científica de Hall solo llega a su madurez al inicio de los años 1970. No obstante, la aparición y el posterior desarrollo de las cultural studies no se explican únicamente por la acción de algunas personalidades. Más allá de su contribución teórica, los founding fathers han construido igualmente unas redes que han posibilitado la consolidación de nuevas problemáticas, tales como las encarnaciones de las dinámicas sociales que afectan a amplios sectores de las generaciones nacidas entre el final de los años 1930 y la mitad de los años 1950. Conviene recordar el contexto político de los años 1950. 1956 es a la vez el año de Budapest y el de Suez, el de la decepción hacia el comunismo y el de una intervención militar que relanza la movilización "anti-imperialista" entre los intelectuales británicos. La pérdida de atracción del laborismo y del comunismo, el potencial movilizador de las luchas anticoloniales, la desconfianza ante las promesas de un consenso social que acontece gracias a la abundancia, hacen surgir un conjunto de movimientos de reacción en los núcleos intelectuales. En un contexto de desarrollo del empleo terciario, unos jóvenes de las clases media y popular encuentran en el sistema educativo un trampolín para ascender socialmente. Este deshielo relativo de las estructuras sociales, que se produce bajo diversas formas en numerosos países europeos durante los "treinta gloriosos", estimula una actitud crítica en los dominios de las artes, de la política y de la vida intelectual. El mundo literario británico de los años 1950 está marcado en particular por la irrupción de los autores de teatro John Osborne y Arnold Wesker y los escritores Alan Sillitoe y Kingsley Amis. Sus obras y personajes expresan una rebelión contra lo que perciben como el peso de las tradiciones y de las jerarquías sociales, las rutinas "hipócritas" de su sociedad. También ponen de manifiesto su malestar y su frustración ante su movilidad social ascendente. Esta corriente, que se descompone en los años 1960, introduce en la literatura una pintura realista de la vida cotidiana de las clases populares. En política, la efervescencia de la New Left refleja estos cambios (Kenny 1995). Esto explica en parte el impacto creciente de las cultural studies. Es cuestión de convertir las culturas populares y los estilos de vida de las nuevas clases en objetos dignos de investigar, acompañando así una movilidad social inconfortable para las nuevas generaciones de intelectuales y poniendo un punto de honor a continuar la lucha política en el terreno académico. Como lo subraya Hall, "ha aparecido en un periodo determinado de los años 1960 donde se produce una evolución en la formación de las clases. Había un conjunto de personas en transición entre las clases tradicionales. Había gente con orígenes populares, escolarizados por primera vez en colegios o en escuelas de arte, que accedían a altos cargos o se convertían en profesores de universidad. La New Left era un punto de encuentro entre personas que oscilaban entre las clases. Una serie de clubes se hallaban en nuevas ciudades en las cuales sus padres habían podido ser trabajadores manuales. Ellos, sin embargo, habían tenido una mejor educación, al acceder a la universidad, y se convertían en profesores" (Morley y Kuan-Hsing 1996: 494). En el ámbito académico, dos formas de marginalidad marcan las figuras fundadoras de las cultural studies. Se trata para Williams y Hoggart de un origen popular que los convierte en unos personajes a contra-empleo en el mundo universitario británico. En el caso de Hall y Thompson interviene una dimensión cosmopolita y una experiencia de la diversidad cultural, que crea un perfil específico del intelectual y crea una forma de sensibilidad hacia las diferencias culturales. Estas trayectorias sociales atípicas o improbables se enfrentan a la dimensión socialmente cerrada del sistema universitario británico y condenan los "intrusos" a integrar este sistema o a permanecer en su exterior. Los fundadores son nombrados en los centros pequeños y recientes, en las instituciones situadas al margen de la Universidad y entre forman parte de los componentes extra-territoriales del mundo universitario. Esta dinámica centrífuga habría podido representar un hándicap para la consolidación de las cultural studies. Pero, otra característica de los padres fundadores, es decir su compromiso más allá del laborismo, va a constituir un recurso para evitar su marginación. Hall y Charles Taylor animan la University and Left Review, creada en 1956. La pareja Thompson juega un papel relevante en el funcionamiento de la New Reasoner, revista creada este mismo año y que expresa una sensibilidad humanística de izquierda o de disidentes del Partido comunista británico. La fusión de estas dos publicaciones dará lugar en 1960 a la New Left Review. Tres años más tarde, Perry Anderson y nuevos jóvenes intelectuales de Oxford no tardan en tomar el poder para orientar la revista hacia un perfil más universitario y con el objetivo de presentar las investigaciones llevadas a cabo en el extranjero (Davies 1995). Esta revista se organiza en torno a una cuarentena de New Left clubs donde Hall y Davies juegan un papel importante. Contribuye a estructurar una red de conexiones entre los militantes de la Nueva izquierda y las instituciones de educación popular. En el seno del mundo universitario, los investigadores que estudian unos objetos poco reconocidos, elegidos en función de sus compromisos políticos, consiguen igualmente constituir unas redes de intercambio intelectual. Este será el rol de las revistas Past and Present o de la History Workshops (Brantlinger 1990). Los historiadores sociales valoran especialmente la oralidad y la herencia de las culturas no escritas en el trabajo del historiador. Los heréticos y marginales del final de los años 1950 han sabido a la vez integrar el mundo político para procurarse unos medios de coordinación y dotarse de sólidas redes de aliados jugando sobre su posición intermedia entre el campo político y académico y creando una revista que contribuye a difundir unos nuevos autores y objetos de estudio. Sin olvidar el peso de las personalidades del mundo cultural, como Doris Lessing, que gravitan en entornos próximos a los padres fundadores. La ocupación de las periferias universitarias se hace rentable cuando, a lo largo de los años 1970, el desarrollo del sistema universitario británico se realiza a través de sus suburbios que constituyen la preservación de los santuarios académicos contra la democratización gracias a la creación de las Open University. Esta doble red política y universitaria se traduce en los años 1970 por la aparición de editores de izquierda et incluso de editores feministas. El verdadero inicio de las cultural studies El Center for Contemporary Cultural Studies (CCCS) nace en 1964 en la Universidad de Birmingham. La historia del centro ha sido un ejemplo de tensiones y de debates y tolo lo que ha sido publicado en sus working papers no merece pasar a la posteridad. Momificar quince años de investigación en una decena de autores y de libros canonizados sería olvidar el desorden, la pasión y la efervescencia creadora que caracterizan los "estados nacientes". La inteligencia emprendedora de los directores sucesivos del centro ha consistido en saber hacer colaborar en unos programas compartidos unos investigadores cuyas preocupaciones y referencias eran diferentes. Del marxismo althuseriano hasta la semiología, los miembros del centro han compartido una atracción común por lo que el establishment universitario llamaba entonces un "vanguardismo pintoresco". Esta atención prestada a la renovación de los instrumentos del pensamiento crítico no ha caído nunca en la ortodoxia. El centro ha sido un caldo de cultivo formado por importaciones teóricas y bricolajes innovadores sobre objetos considerados hasta entonces como indignos de un trabajo académico. Este centro de investigación constituye una combinación original de compromiso social y de ambición intelectual que ha producido durante más de una década una cantidad considerable de trabajos. El invento de las 'cultural studies' La puesta en marcha del CCCS se hace lentamente. Formulado por Hoggart en una conferencia de 1964, el proyecto del centro es claro. Se reclama explícitamente de la herencia de Leavis. Quiere utilizar los métodos e instrumentos de la crítica textual y literaria, desplazando la aplicación de las obras clásicas y legítimas hacia las producciones de la cultura de masas y el universo de las prácticas populares. Pero, incluso vinculado a la universidad, el centro está marcado en sus inicios por la marginalidad institucional vivida por la generación de los padres fundadores. Los recursos financieros del equipo son tan limitados que Hoggart debe solicitar el patrocinio de la editorial Penguin para realizar algunas inversiones y contratar a Stuart Hall que será su sucesor a partir de 1968. El reto es también conseguir el reconocimiento de los componentes próximos a la Universidad. Los sociólogos desconfían de estos nuevos compañeros que practican la caza furtiva sobre su territorio. Los especialistas de estudios literarios desconfían igualmente de los enfoques que parecen descarriar su saber sobre unos objetos subalternos. El primer desafío al que se enfrenta Hoggart es de legitimar académicamente una carrera original dedicada a la cultura y de convencer los compañeros dubitativos. Una de estas tácticas ha consistido en integrar en los tribunales del departamento de las cultural studies unos compañeros más tradicionalistas, incluso los que gozaban de una fama de exigentes, con el fin de atestiguar ante la profesión de la seriedad de su formación. Por lo tanto, conviene situar el despegue científico del centro en la víspera de los años 1970, una vez sobrepasado el obstáculo de su incorporación en la Universidad y de la formación de las primeras promociones. Constituyen la segunda generación de las cultural studies que constan de: Charlotte Brunsdon, Phil Cohen, Cas Critcher, Somin Frith, Paul Gilroy, Dick Hebdige, Dorothy Hobson, Tony Jefferson, Andrew Lowe, Angela McRobbie, David Morley o Paul Willis. La visibilidad científica creciente del CCCS debe, especialmente, a la circulación a partir de 1972 de working papers. Una parte de estos textos será posteriormente reunida en libros que condensan lo mejor de la producción del equipo. La investigación en el CCCS se fundamenta inicialmente en los trabajos de Hoggart y la sensibilidad reflexiva ante todas las vivencias de la vida cotidiana de la clase obrera. Lo ha explorado de manera original y profunda gracias a la auto-etnografía (Passeron 1999). Pero, uno de los rasgos del trabajo de Hoggart consiste en hablar de un mundo que se erosiona. Aborda una secuencia decisiva de dichas mutaciones en el mismo momento en el cual elabora su descripción y teorización. En un texto publicado menos de cinco años después de la edición de La cultura del pobre, subraya hasta qué punto estas descripciones pueden ser desusadas por el incremento de la movilidad espacial, del bienestar material creciente, del impacto inédito del coche y de la televisión sobre la sociabilidad obrera (Hoggart 1973). El proyecto inicial de una etnografía comprensiva de la cultura de las clases populares supone, por lo tanto, volver una y otra vez al campo. En The Uses of Literacy trata de estudiar las nuevas formas de literacy, es decir de competencias escolares y culturales. Hoggart cuestiona los efectos del equipamiento en televisores y del alargamiento de la escolarización. Teoriza las capacidades de resistencia ante los mensajes de los medios de comunicación por la simple inercia que representa un estilo popular de "consumo indolente". Volver al mundo obrero es enfrentarse al impacto de las operaciones de renovación urbana del East End y al nacimiento de las nuevas ciudades de las que Phil Cohen muestra los efectos destructurantes sobre la sociabilidad popular. Rompe los espacios de convivencia (calles, pubs, jardines) y trastorna las relaciones de vecindario, de parentesco y de generación. Sin constituir un eje principal de las cultural studies, el urbanismo y la arquitectura, pensados como dispositivos organizativos de la sociabilidad y de la cristalización de las identidades colectivas, forman parte de sus objetos de estudio. Este interés no se desmiente como lo demuestran, veinte años más tarde, los dos textos dedicados en New Times (Hall y Jacques 1989) a las ciudades simbólicas del neoliberalismo thatcheriano como puede ser Basingstoke. El retorno a las formas de la sociabilidad obrera nos conduce también a prestar cierta atención a una dimensión secundaria en la obra de Hoggart: las relaciones entre las generaciones, las formas identitarias y las subculturas específicas que crean los jóvenes de los barrios populares. Múltiples factores ponen esta cuestión en el orden del día. La transición hacia un urbanismo de grandes conjuntos debilita los mecanismos de control social que contribuían a la reproducción del grupo obrero. La escolarización prolongada de una parte de la juventud de las clases populares afecta a sus propios puntos de referencia culturales y redefine el espacio de lo posible en el cual pueden inscribir sus proyectos profesionales. Más globalmente, el mundo obrero se ve afectado por múltiples cambios que suscitan un debate sobre "el obrero de la abundancia" (Goldthorpe y Lockwood 1968). La crisis económica y la desindustrialización masiva de los años 1980 constituirán otro traumatismo social e identitario. Las subculturas jóvenes son uno de los campos en los cuales los investigadores del centro se han mostrado a la vez los más productivos, los más creativos y los más próximos a las dinámicas sociales (Hebdige 1979). Si estos trabajos se caracterizan a veces por una relación de fascinación con sus objetos, dos elementos convierten su lectura en estimulante, aunque parezcan abordar unos temas que pertenecen al pasado. En primer lugar, su fuerza viene de la capacidad de estos textos a dar cuenta de unos verdaderos periodos de vida, nutridos por la observación y la preocupación por el detalle, que no caen nunca en el exotismo social (Willis 1978). Esta calidad es visible en los estudios de Hebdige sobre la vida cotidiana de los punks o mods (1979), sobre el valor simbólico que confieren al scooter italiano (1988) o en la atención minuciosa que Corrigan dedica a describir y comprender lo que puede ser la ociosidad ordinaria de unos adolescentes condenados a permanecer en su barrio sin hacer nada (Hall y Jefferson 1993). El interés de estos análisis estriba en su densidad teórica. Numerosos textos se fijan en la manera según la cual las autoridades intervienen en las subculturas para estigmatizar unos componentes y sus autores. El carácter desviante no releva de sus componentes objetivos (pelo largo, piercing), sino de la acción de las instituciones (iglesias, medios de comunicación, legislador) que consideran como indeseables. El pánico moral que, en la mitad de los años 1960, transforma las luchas entre los mods y los rockers del Kent en síntomas de una crisis de la juventud y de la autoridad (Cohen 1972). El análisis de las subculturas pretende, por lo tanto, comprender lo que está en juego políticamente. ¿Se trata de resistir a través de unos rituales? ¿Conviene darles un valor subversivo? ¿Es cuestión de sugerir más modestamente que contiene una crítica latente de los valores instituidos? ¿Solo se trata de recreaciones sin consecuencias autorizadas por el capitalismo fuera del tiempo escolar y profesional? Expansión y coherencia de las problemáticas La reflexión sobre la cultura en la vida cotidiana se extiende según la lógica de los círculos concéntricos. La primera extensión de las investigaciones aborda la relación que mantienen los jóvenes de las categorías populares con la institución escolar. En un enfoque etnográfico de una gran riqueza, Paul Willis (1977) aclara la tensión en el seno de la escuela popular entre el comportamiento rebelde de los "tíos" y el de los "pelotas" marcado por diversas formas de sumisión y de buena voluntad hacia el sistema educativo. El subtitulo del libro (Cómo los hijos de la clase obrera encuentran empleos de obreros) resume los impasses de esta resistencia. Expresando en la escuela un estilo rebelde, una masculinidad agresiva, un rechazo del compromiso con los valores intelectuales y la docilidad requerida por la institución, los "tíos" resisten ante estos intentos socializadores y reivindican unos valores obreros. Simultáneamente, hacen vislumbrar el destino más probable cerrando las puertas ante una posible movilidad social ofrecida por la escuela. El interés manifestado a propósito de las prácticas culturales, definidas independientemente de su prestigio social, conduce los investigadores del centro a tomar en consideración la diversidad de los productos culturales consumidos por las clases populares. Birmingham será uno de los primeros equipos en movilizar las ciencias sociales sobre unos bienes tan profanos como la publicidad o la música rock (Frith 1983). Poco a poco, la atención se centra en los medios de comunicación audiovisuales y sus informativos así como en los programas de diversión. En "Codificación-descodificación", Hall elabora un marco teórico que subraya que el funcionamiento de un medio de comunicación puede limitarse a una transmisión mecánica (emisión-recepción), aunque suponga una puesta en forma del material discursivo (discurso, imagen, sonido), en la cual influyen los datos técnicos así como las coacciones de producción y los modelos cognitivos. En aquel momento, este marco analítico implica tomar en consideración todas las situaciones de desfase y de malentendido entre los códigos culturales, las gramáticas mediáticas que presiden a la producción del mensaje, por una parte, y las referencias culturales de los receptores, por otra parte. Esta visión cuestiona las rutinas de la sociología empírico-funcionalista de los medios de comunicación, poco interesada por las condiciones de producción de los mensajes. La noción de descodificación invita a tomar en serio el hecho que los receptores tienen estatus y culturas determinados y que ver y oír un mismo programa no implica una misma interpretación y comprensión. Este movimiento de extensión conoce dos círculos adicionales cuyas consecuencias a largo plazo serán esenciales. La primera conduce a la cuestión del género. Este esquema interpretativo estructura el libro Women Take Issue (Women's Studies Group/CCCS 1978). La utilización del género permite realizar trabajos empíricos que ponen de manifiesto las diferencias de consumo y de valoración entre los hombres y las mujeres en materia de televisión y de bienes culturales. Viene también de la sensibilidad feminista de los investigadores: Charlotte Brunsdon y Dorothy Hobson. Observan que los personajes y comportamientos analizados por la literatura sobre las subculturas son casi siempre masculinos, lo que supone preguntarse sobre una forma de connivencia machista en algunas descripciones de la cultura obrera. La segunda, presente en los trabajos iniciales por Hebdige, se centra en la otra alteridad simbolizada por las comunidades inmigrantes y la cuestión del racismo que toma un lugar preponderante en The Empire Back (CCCS 1982). La presencia de importantes comunidades de inmigrantes y las reacciones de atracción y de rechazo que suscitan despiertan el interés ante estas variables. Esta sensibilidad es debida también a la presencia de inmigrantes o de hijos de inmigrantes entre los investigadores del centro, empezando por Stuart Hall o Paul Golroy. Si Birmingham representa el motor de las , el auge de estas perspectivas no se limita a dicha universidad. Williams, contratado por la Universidad de Cambridge, primero como profesor de inglés y posteriormente como catedrático de dramaturgia, desarrolla sus investigaciones. La contribución del componente histórico de las cultural studies ilustra la coherencia de las problemáticas que conciernen tanto el pasado como el presente. Thompson saca provecho de la creación de una nueva universidad en Warwick para integrarla en 1964. Crea un centro de investigación especializado en historia social. Tras la publicación de su libro de referencia sobre la formación de la clase obrera británica (1963), desarrolla un programa de investigación sobre el universo de las costumbres y de las culturas populares inglesas desde el siglo XVIII. Si pueden fijarse en los comportamientos folklóricos como las cencerradas, estas contribuciones desean sobre todo comprender de qué manera las potencialidades contradictorias de la cultura popular, hechas de deferencia ante la autoridad y de espíritu rebelde, de anclaje en la tradición y de una dimensión picaresca de búsqueda del movimiento, interactúan con los poderes sociales. Es cuestión de pensar la "economía moral" del mundo popular, que considera la tierra y sus productos como elementos que sirven para atender a las necesidades de la comunidad lugareña ante el auge de la economía monetarizada, de comprender las fricciones entre las representaciones tradicionales de la sociabilidad y las exigencias de una disciplina de producción en la industria naciente. Uno de los mejores resultados de este enfoque es Whigs and Hunters (1975) donde Thompson intenta elucidar la implacable dureza de la ley de 1723 que reprime la caza furtiva. La movilización de los archivos judiciales da vida a un mundo de los cazadores furtivos, de los recogedores, de los guardias forestales y de las grandes aristócratas cazadores. Muestra de qué manera la caza furtiva, el sabotaje de las pisciculturas de los ricos y los robos de madera pueden interpretarse como un registro de protesta y un modo de acción popular. Opone en actos la representación del bosque como un bien sobre el cual cualquier miembro de la comunidad dispone de modestos derechos, a su privatización por una evolución jurídica que no reconoce los derechos exclusivos del propietario. En todos los casos se trata de estudiar lo social desde abajo y de observar la vida cotidiana de las clases populares. Las cultural studies nacen de un rechazo del legitimismo y de las jerarquías académicas. Se fijan en la banalidad aparente de la publicidad, de los programas de distracción y de las modas en el vestir. El estudio del mundo popular se centra menos en las figuras heroicas de los dirigentes como en la sociabilidad cotidiana de los grupos, el detalle de los decorados, de las prácticas y de las costumbres. Esta apuesta implica privilegiar unos métodos de investigación capaces de dar cuenta, de la manera más precisa, de las vidas ordinarias: etnografía, historia oral, búsqueda de escritos que dejan vislumbrar lo popular (archivos judiciales, industriales, parroquiales) y no solamente la gesta de los poderosos. Por último, estos trabajos relevan de un análisis "ideológico" o externo de la cultura. No intentan simplemente cartografiar unas culturas, comprender su coherencia, mostrar la manera según la cual la frecuentación de los bares, de los partidos de futbol o de las ferias pueden constituir un conjunto de prácticas coherentes. Las actividades culturales de las clases populares están analizadas para cuestionar "las funciones que asumen con respecto a la dominación social" (Grigtnon y Passeron 1989: 29). Si la cultura se encuentra en el centro de esta perspectiva, constituye el punto de partida de un cuestionamiento sobre lo que está en juego ideológicamente y políticamente. ¿De qué manera las clases populares se dotan de sistemas de valores y de universos de sentido? ¿Cómo se articulan en las identidades colectivas de los grupos dominados las dimensiones de la resistencia y de una aceptación de la subordinación? La circulación de la teoría En la medida en que la cultura es pensada desde una problemática del poder, un conjunto de adaptaciones teóricas y conceptuales se imponen. Cuatro de ellas merecen una atención específica. 1. La noción de ideología forma parte del legado marxista del que se inspiran la mayoría de los investigadores que se reclaman de esta corriente. Pensar los contenidos ideológicos de una cultura consiste en considerar, en un contexto determinado: ¿en qué medida los sistemas de valores y las representaciones que recelan estimulan los procesos de resistencia o de aceptación del status quo? ¿cuáles son los discursos y símbolos que propician la toma de conciencia de los grupos populares sobre su identidad y su fuerza o aquellos que participan en el registro alienante de la aceptación de las ideas dominantes? 2. La referencia a la ideología conduce a la temática de la hegemonía formulada por el teórico marxista italiano Antonio Gramsci en los años 1930. Si adhiere a la idea según la cual "las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante", Gramsci cuestiona también las mediaciones a través las cuales esta autoridad y esta jerarquía funcionan. Integra el papel de las ideas y de las creencias como soportes de las alianzas entre los grupos sociales. La hegemonía es fundamentalmente una construcción del poder para el asentimiento de los dominados a los valores del orden social y la producción de una voluntad general consensual. Por lo cual, la noción gramsciana conduce a interesarse por los medios de comunicación. Ian Connell muestra de qué manera las rutinas del periodismo audiovisual conducen a poner de relieve el punto de vista patronal en la presentación del debate sobre la política salarial (Hall y otros 1980). 3. El uso frecuente del término de resistencia hace referencia a un tercer concepto y cuestiona la especificidad del poder cultural que pueden ejercer las clases populares. La noción de resistencia sugiere más un espacio de debate que un sistema cerrado. Por un lado, lejos de ser unos consumidores pasivos y unos "idiotas culturales", las clases populares movilizan un repertorio de obstáculos para enfrentarse a la dominación. Se trata de un conflicto social así como de una indiferencia práctica ante el discurso del "consumo indolente". Pueden ser también unos efectos de la desrazón, de un mal espíritu, de la creación de micro-espacios de autonomía y de fiesta (Cohen y Taylor 1976). El problema subyacente a la noción de resistencia es el que plantea, en el ámbito de los movimientos sociales, la cuestión de las armas de los débiles (Neveu 2002). ¿Solo son armas débiles o atestiguan del potencial de acción autónoma? ¿Están condenadas a una postura puramente defensiva, a unos éxitos parciales y provisionales, sin poder invertir la relación de fuerzas? Hebdige expresa esta ambivalencia cuando observa que las subculturas no son "ni simple afirmación, ni rechazo, ni explotación comercial, ni revuelta autentica. Es cuestión a la vez de una declaración de independencia, de alteridad, de intención de cambio, de rechazo del anonimato y de un estatus subordinado. Es una insubordinación. Y se trata simultáneamente de la confirmación de la privación del poder, de una celebración de la impotencia" (Hebdige 1988: 35). 4. Se perfila en filigrana la problemática de la identidad. A medida que la dinámica de los trabajos se desarrolla se imponen unas nuevas variables como la generación, el género, la etnicidad o la sexualidad. Es un cuestionamiento sobre el modo de constitución de los colectivos y se presta una atención creciente a la manera según la cual los individuos estructuran subjetivamente su identidad. Hebdige subraya en Hiding in the Light que: "muchos puntos de referencia críticos y teóricos que dan su orientación básica a este libro son franceses, mientras que algunos son italianos o alemanes. Muy pocos son identificables como británicos. He intentado huir de la tradición inglesa para encontrar mi propio camino" (Hebdige 1988: 11). Esta postura es la regla en aquel momento. Los primeros working papers son soportes de divulgación de autores continentales no traducidos en inglés. La atracción por las teorías continentales es una forma de reacción ante las orientaciones dominantes de las ciencias sociales anglosajonas, criticadas por Weight Mills en Estados Unidos (1958). A pesar de sus virtudes objetivadoras, la investigación administrativa o aplicada, basada en financiaciones contractuales o en el tratamiento cuantitativo de los datos, no es propicia para los enfoques cualitativos y para la elaboración de unos planteamientos críticos. En cuanto al funcionalismo, todo poderoso por aquel entonces, las enormes maquinarias teóricas de Talcott Parsons laminan los campos y disuelven las cuestiones del poder y de la dominación. La mayoría de los usos de esta teoría defienden un mundo en el que todo, empezando por la desigualdad, es funcional. La búsqueda de instrumentos teóricos nuevos está igualmente vinculada a los retos a los que se enfrentan los investigadores. Las cultural studies proceden de un deslizamiento fundador que moviliza hacia la cultura profana los instrumentos teóricos provenientes de los estudios literarios. No obstante, si los modelos de análisis son fecundos para analizar Dickens, pueden aclarar unos textos menos canónicos. Su rentabilidad deviene menos dudosa cuando se trata de interesarse por los mods o los campos scouts. Por lo cual, hacer su mercado teórico en las investigaciones más criticas, que vengan de Europa continental o de los oponentes oficiales a la sociología americana, aparece como coherente. El dominio de la sociología es un buen ejemplo de ello. Si Hall se refiere a lectura critica de Weber, está claro que, identificado con el funcionalismo, esta disciplina no es el centro de inspiración principal del equipo. Esta distancia solo puede fortalecer la falta de interés de la Asociación británica de sociología por la cultura. Pero, el campo de las subculturas, la atención prestada a la desviación, la voluntad de observar de la manera más precisa posible las interacciones sociales en la vida cotidiana acaban despertando el interés del grupo por las contribuciones del interaccionismo simbólico y la apuesta etnográfica de la Escuela de Chicago. Becker (1963) constituye rápidamente un referente. La calidad de su observación de la calle convertirá igualmente al Street Corner Society de White en un punto de apoyo. Estas incursiones en los enfoques sociológicos que permiten estudiar las experiencias sociales se confunden con su interés por el método biográfico. La noción de marxismo sociologizado da cuenta de las lógicas de importación conceptual del CCCS. Sugiere un itinerario que sociologiza la perspectiva de crítica literaria a través de un marxismo crítico. Se ha visto hasta qué punto la atención prestada a Althusser y a Gramsci respondía a una voluntad de prestar más atención al espesor y a la complejidad de las mediaciones e interacciones entre la cultura y el cambio social. El atractivo del estructuralismo y el lugar creciente ocupado por los medios de comunicación entre los objetos de estudio de las cultural studies explican, por último, la importancia considerable tomada por las importaciones francesas. Barthes será el principal y el primer beneficiario de este interés, pronto acompañado por autores como Christian Maretz o Julia Kristeva que participan entonces en la aventura semiológica en torno a las revistas Communications o Tel Quel. Este momento vanguardista de la importación no debe hacernos olvidar los préstamos anteriores por parte de una comunidad cuya territorio inicial es el de la crítica literaria. Estas importaciones han suscitado importantes polémicas que se cristalizan al rededor de la muy althuseriana revista de análisis cinematográfico Screen (Robins 1979). Hipotecas y éxitos Poner en perspectiva las aportaciones y las contribuciones del CCCS no impide poner de manifiesto sus carencias. Son visibles a través del bagaje sociológico limitado de numerosos investigadores del centro. Si Cohen y Hebdige se refieren a las aportaciones de la Escuela de Chicago, muchos investigadores provenientes de las humanidades no están familiarizados con la sociología, incluso de la cultura. Esta laguna representa un inconveniente a la hora de llevar a cabo un programa muy vinculado con la sociología de la cultura. Lo que está en juego no es una ortodoxia disciplinar sino los efectos prácticos del desconocimiento de los fundamentos de las ciencias sociales. El desafío epistemológico planteado por el estudio de las culturas populares lo ilustra. Ciertamente Hoggart o Thompson han prestado una atención minuciosa, respetuosa y comprensiva a las culturas dominadas, sin caer el la adhesión acrítica, pero todas los estudios de Birmingham no han escapado al miserabilismo y al populismo. Ciertos análisis de la dislocación de la identidad obrera sobrepujan a veces sobre la erosión simbólica y estatutaria del grupo. Si no ignoran la ambigüedad de las subculturas, los análisis de Hebdige sobre los mods no son exentos de una celebración de su objeto. Es precisamente hacia esa vertiente populista que se expresa la mayor atracción, especialmente en la concesión a veces generosa del label de resistencia ante prácticas que pueden también interpretarse como espacios de autonomía susceptibles de cuestionar las relaciones sociales. Subrayar estas tensiones plantea notables dificultades relacionadas con las contradicciones mismas de los objetos analizados. Un punto de vista más construido permite pensar la creación cultural como un espacio de competencia y de interdependencia entre productores, lo que expresa la noción de campo. Al no recurrir a este concepto, se corre el riesgo de sobrevalorar la visión de una producción cultural que aparece como una respuesta explicita a las expectativas claras de las clases sociales y de los grupos de consumidores. Esta laguna particular puede estar vinculada al hecho de que las importaciones francesas apenas conciernen a la obra de Pierre Bourdieu. Esta ignorancia prolongada resulta parcialmente de la percepción británica de Bourdieu como un sociólogo de la educación, en detrimento de sus trabajos sobre la cultura y las clases populares. Nicholas Garnham y Raymond Williams han puesto el énfasis en el coste de este desconocimiento: "el valor potencial del trabajo de Bourdieu en este momento específico que atraviesan los medios de comunicación y los estudios culturales británicos estriba en el hecho que, en un movimiento de crítica, enfrenta y sobrepasa dialécticamente unas posiciones parciales y opuestas. Desarrolla una teoría de la ideología basada, a la vez, en una investigación histórica concreta y en el uso de las técnicas clásicas de la sociología empírica como el análisis estadístico de datos de las encuestas, especialmente del estructuralismo marxista y de las tendencias al formalismo que le están asociadas" (Garnham y Williams 1980: 210). Más fundamentalmente, el pecado original de las cultural studies consiste en la escasa atención prestada a la historia y a la economía. La toma en consideración reflexiva de las herencias históricas y del largo plazo en lo cultural es evidente en Thompson y sensible en Williams. Para Thompson, no se trata tanto de un silencio sobre la historia como de los efectos del materialismo de Althusser, que no se interesa por las tensiones internas de una sociedad así como al tejido de las resistencias y al funcionamiento material de lo social. Por lo cual, el pensamiento histórico es considerado como "sin valor, no solamente científicamente sino también políticamente". El escaso interés prestado a las aportaciones de la economía constituye otra de las debilidades que hipotecan el proyecto de un materialismo cultural que integra la producción y la circulación de los bienes culturales. A pesar de no estar preparado a esta apertura por la formación recibida en las clases de Leavis durante los años 1930, Williams es uno de los únicos en intentar la integración de manera consecuente de la dimensión económica de la cultura y de los medios de comunicación. El lugar que toman las estadísticas económicas o la referencia a los trabajos de los economistas, tanto en Communications como en sus libros posteriores sobre la televisión lo indican bien. Esta laguna es el objeto de enfrentamientos intelectuales esporádicos entre las cultural studies y una corriente de investigadores británicos, franceses e italianos que defiende la idea según la cual una perspectiva interdisciplinar de la cultura no puede hacer el impasse sobre su economía política. La creación en 1979 de Media, Culture and Society, primera revista británica dedicada a estos temas, permite abrir el debate. Lanzado por unos investigadores de Leicester y del Polytechnic of Central London, se opone a las demás corrientes de las cultural studies. Garnham subraya especialmente que el rechazo legítimo del reduccionismo económico no puede justificar el error contrario. La autonomización idealista del nivel ideológico conduce a pensar los bienes culturales como puros vectores de mensajes, descuidando la existencia y el funcionamiento de las industrias culturales, de un mundo social organizado por sus productores (Garnham 1983). La dureza de la crítica de Garnham no pretende ni descalificar las cultural studies ni incitar a elegir un método binario que oscila entre la economía de los bienes culturales y el análisis de sus significados. Designa ante todo una serie de tensiones que afectan desde su inicio a las cultural studies. Estas contradicciones aparecen en la relación a Marx que mantienen los padres fundadores y la generación de Birmingham. La manera de solicitar Marx y sus intérpretes se fundamenta en una doble ocultación. Los textos del Marx historiador-sociólogo y del Marx economista son el objeto de un uso poco intensivo, mientras que el marxismo valorado por el CCCS se orienta hacia la filosofía y el análisis de las ideologías. Una tensión similar aparece entre el proyecto presentado y las disposiciones de buena parte de sus promotores. Detrás de la idea de un materialismo cultural se halla un enfrentamiento total con los hechos culturales. Esta oposición es total porque toma en consideración todas las culturas, piensa la cultura como un universo de sentido, como una realidad sometida a unos procesos de producción o de circulación y como una realidad capaz de ejercer unos efectos en las relaciones de fuerzas. No obstante, en una parte de la generación de Birmingham, este proyecto materialista es ante todo teórico y está vinculado a unos saberes provenientes de las tradiciones literarias y de la semiología así como de un marxismo teórico. Tiene una cierta disposición a textualizar incluso las culturas profanas, sin beneficiarse de esta forma de materialismo prosaico que aportaban a los padres fundadores su experiencia de una larga inmersión en la práctica de la formación permanente de adultos de las clases populares. Poner de manifiesto los límites del centro de Birmingham no supone desvalorar su contribución. Sus aportaciones han sido de tres tipos. 1. La renovación de los objetos y de las interrogaciones. La cultura deja de ser el objeto de una devoción o de una erudición para ser analizada en su relación con el poder. 2. La combinación singular entre la investigación y el compromiso. La herencia del centro, es su aspecto más novedoso y duradero científicamente, no se explica a pesar del compromiso de sus promotores sino gracias a él. Dos generaciones de investigadores se han implicado en el trabajo intelectual movilizando múltiples formas de pasión, de rabia y de compromiso en contra del orden social que consideraban como injusto y que pretendían cambiar. El compromiso no es la condición necesaria y suficiente para una ciencia social de calidad, pero el centro ha encarnado uno de estos poco momentos de la vida intelectual donde el compromiso de los investigadores no se esteriliza en la ortodoxia, sino que se fundamenta en una fuerte sensibilidad acerca de los problemas sociales que limita el efecto de gueto del mundo académico. Concentrando en su sede central la mayor parte de la segunda generación de investigadores, el centro ha producido una cantidad considerable de trabajos. Los lógicas de competencia propias al mundo intelectual inducen unos efectos virtuosos que obligan los investigadores a gestionar sus rivalidades a través de unas reflexiones teóricas y de unos protocolos de investigación novedosos. 3. Su rechazo de los marcos disciplinares. Birmingham no ha hecho desaparecer las divisiones instituidas por las especialidades universitarias. Pero, el rechazo de las fronteras entre el análisis literario, la sociología de la desviación, la etnografía o el análisis de los medios de comunicación ha generado una fecunda interdisciplinariedad. Por lo tanto, las cultural studies simbolizan una triple superación: 1) el del estructuralismo limitado a unos herméticos ejercicios de descodificación de los textos, 2) a través de Gramsci, el de las versiones mecanicistas de la ideología marxista y 3) el de la sociología funcionalista de los medios de comunicación norte-americana. En contra del mecanicismo del modelo estímulo-respuesta se dibuja una atención prestada a las repercusiones ideológicas de los medios de comunicación y a las respuestas dinámicas de las audiencias. Conclusión Si la reivindicación de la mirada cultural podía ser todavía la exclusividad de una visión crítica de la sociedad durante el periodo de oro de las cultural studies, no sucede lo mismo en este inicio del siglo XXI. La atención prestada a la dimensión cultural del proceso de integración mundial y de los fenómenos de disociación que constituyen lo contrario, es el hecho de actores tan diversos que el significado de la cultura como instrumento del pensamiento libre, como técnica de defensa contra todas las formas de presión y de abuso del poder simbólico, se convierte en secundaria. Se ha impuesto poco a poco la noción de cultura instrumental, funcional con respecto a la necesidad de regulación social del nuevo orden mundial como consecuencia de los nuevos imperativos de la gestión simbólica de los ciudadanos y de los consumidores por los Estados y por las grandes empresas. Este enfrentamiento permanente del sentido convierte a cualquier enfoque de la cultura, de las culturas y de su diversidad en profundamente ambiguo. Pasando de la UNESCO a la Organización Mundial del Comercio (OMC), los debates sobre la cultura y la legitimidad de las políticas culturales se han orientado hacia los servicios. La cuestión del estatus de las mercancías culturales entra en el ámbito de la geopolítica y de la geoeconomía. En este trayecto, la noción de diversidad cultural se ha transformado en una pluralidad de productos y de servicios en un mercado mundial competitivo, técnicamente capaz de producir cierta diversidad. Las redes e industrias de la cultura y de la comunicación están en el principio de nuevas formas de construcción de la hegemonía. Es la razón por la cual los conflictos en torno a la excepción cultural, del derecho de autor o de la gobernanza del ciberespacio han adquirido semejante importancia estratégica. Esta nueva centralidad de la cultura está ratificada por la noción de soft power, ya que cualquier forma de poder no recurre a la fuerza y participa en la capacidad que tiene la potencia dominante de fijar el orden del día, de tal modo que moldea las preferencias de los demás países. Inconcebible sin la potencia creciente del arma cultural, informativa y lingüística, el soft power se ve asignado la tarea de cultivar el deseo de un orden planetario estructurado según los valores de la global democratic marketplace. El control de las nuevas redes permite rentabilizar las inversiones en materia de representaciones del mundo. Se han extendido a través de todo el mundo, alfabetizando los consumidores y socializándolos a un modo de vida global. Que la difusión constante de estos valores orientados haya generado unos antídotos, unas respuestas y unas aculturaciones contradictorias no quita nada a la instauración de una mentalidad colectiva, de un horizonte de expectativas y de unas frustraciones crecientes. En el lado opuesto, las luchas sociales y políticas inauguradas por los movimientos antiglobalización han puesto también la cultura y la diversidad cultural en el centro de sus reivindicaciones. Como la cultura no es un producto como los demás, estos protagonistas a vocación planetaria pero anclados en un espacio sociohistórico determinado, exigen que sea considerada como un bien publico común, a la imagen de la educación, del medio ambiente, del agua o de la sanidad. Es significativo que tanto la cultura como la agricultura se hayan convertido en sectores altamente sensibles en el ciclo de negociaciones lanzado en 1999 en la OMC. Más allá de lo que está en juego económicamente, la soberanía o la seguridad alimenticia y la excepción o la diversidad cultural afectan directamente a la organización de las sociedades. En este sentido se consideran como unas luchas culturales. Abren unos espacios de reflexión y de intervención que habían sido apartadas por las concepciones economistas de la cultura y del cambio social. Las movilizaciones políticas contra la globalización neoliberal y los fracasos a los que se enfrenta esta última han afectado también a las condiciones de trabajo de los investigadores, sometiéndoles a nuevas interrogaciones y reabriendo la posibilidad de una articulación entre el trabajo intelectual y el compromiso social. Bibliografía Arnold,
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