Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2010, 26 (1), recensión 03 · http://hdl.handle.net/10481/6806 Versión HTML · Versión PDF 

Publicado: 2010-04
Javier Marcos Arévalo:
Objetos, sujetos e ideas. Bienes etnológicos y memoria social.
Badajoz, Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento, 2008 (374 páginas).

Por: Ismael Sánchez Expósito, Oficina de Patrimonio Etnológico, Extremadura
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El profesor Javier Marcos, referencia fundamental para la antropología en Extremadura, nos ha proporcionado con esta obra una doble oportunidad, la primera, la posibilidad de acercarnos al complejo armazón conceptual del patrimonio etnológico, a fin de clarificar las a menudo confusas ideas que se ciernen en torno al mismo, y la segunda, el poder realizar un recorrido propiamente extremeño a la hora de hablar de ámbitos recurrentes para esta temática como los museos etnográficos, la arquitectura vernácula, la ardua cuestión de la tradición y la importancia del discurso anexo a los objetos.

En ese sentido, son interesantes las observaciones iniciales del autor en relación a la necesidad de superar las viejas y obsoletas definiciones de lo que implica el término "patrimonio", incidiendo en cómo la consideración de la acepción solamente vinculada a "objetos" o a todo aquello que se custodia en archivos y museos, supone una sesgada idea de lo patrimonial limitada sólo a los bienes materiales. Se produce, siguiendo al profesor Marcos, una cosificación del patrimonio, con lo cual, y reproduciendo sus propias palabras, "instalados los objetos en las vitrinas de los templos-museos pierden parte de aquella significación, porque se abandonan las prácticas de uso y consecuentemente su potencial de significatividad".

Otra concepción restrictiva de lo patrimonial criticada desde estas páginas radica en la idea de que sólo lo "antiguo" tendría valor como tal, por tanto, lo "antiguo", reseña Marcos Arévalo, al ser una selección de lo viejo, puede sacralizarse o relegarse al olvido en función de que se exhiba en la vitrina de un museo o se oculte en un "doblao".

Refiere el libro a una institución supraestatal como la UNESCO para dar cuenta de cómo en los últimos quince años está empezando a superarse las viejas concepciones respecto al patrimonio, de modo que se está trasladando el interés de lo material a lo intangible y de los objetos a los bienes culturales, partiendo, por tanto, de la idea de que la cultura es algo simbólico y mental. A partir de 1992, prosigue Marcos, la UNESCO acepta la necesidad de reconocer las tradiciones vivas e intangibles. Se valora igualmente, por parte del autor, el hecho de que dicho organismo entienda una concepción del patrimonio donde haya una imbricación entre  lo tangible y lo intangible, de forma que se produzca una resignificación del mismo que nos conduzca de los objetos a los sujetos, y de estos a las ideas. En ese sentido, Javier Marcos refiere una reflexión de Matsuura según la cual "todo patrimonio material tiene incorporados componentes inmateriales, tales como valores, símbolos, saberes, conocimientos técnicos, etc." Y el doctor Marcos señala al respecto que "la primera propiedad de los objetos, las cosas físicas, son la materia y sus formas; y éstas no hablan por sí, tan sólo transmiten un nivel de información. Los sujetos, en cambio, quienes crean los objetos tangibles e intangibles, pueden proporcionar a quien investiga sobre el patrimonio etnológico información sobre el contexto y las funciones, por ejemplo sobre prácticas sociales o las expresiones rituales vivas".

Entre los caracteres definidores del patrimonio que reseñan la obra destaca la cuestión de la atemporalidad. En la memoria, señala el profesor Marcos, existen un tiempo individual (una o dos generaciones) y un tiempo social (la memoria colectiva) que a veces se inventa, mitifica o idealiza. Patrimonio y memoria son, pues, fenómenos interrelacionados. En conexión con todo ello, el autor recupera a Bourdieu cuando dice que el patrimonio es un capital simbólico vinculado a la noción de identidad, siendo la puesta en valor del mismo siempre selectiva, puesto que cada época y cultura, según los contextos históricos, sociales y políticos, escoge y destaca diferentes referentes patrimoniales.

En definitiva, el trascender el objeto, para incidir en lo que implica el mismo para una colectividad en forma de culturas del trabajo, formas de organización social y valor simbólico, significa conceder valor a los aspectos inmateriales del patrimonio cultural, una idea básica que se desarrolla a lo largo de toda la obra y que resulta crucial, desde nuestra óptica, para investigadores y gestores. El trascender los objetos para incidir en los sujetos incide, pues, en una cuestión fundamental que no debe pasarse por alto en los criterios metodológicos y de gestión en un ámbito tan importante como el de los museos: el hecho de que la separación entre patrimonio material e inmaterial no debe olvidar que el soporte físico sin la contextualización y sin decir nada de quien lo produce, no sitúa al patrimonio etnológico ni a los criterios de musealización del mismo, en el caso de los bienes muebles, a la altura de un concepción superadora de las erradas tesis del pasado.

Los riesgos de la puesta en valor del patrimonio para la sociedad, especialmente desde una perspectiva productivista con su consecuente mercantilización, son especialmente reseñados por el autor. En concordancia con las tesis defendidas por Prat i Canals, considera erróneo el hecho de que turismo e identidad tengan necesariamente que excluirse. Pone como ejemplo a Badajoz y a una de sus fiestas, el carnaval, que ha pasado casi de no existir a erigirse en un símbolo de identidad para la ciudad. Por ello, señala el profesor Marcos, "una apuesta por la rentabilidad del patrimonio, como producto susceptible de comercialización turística, no tiene por qué afectar negativamente a la identidad". Esta idea nos parece interesante ya que, si bien en Extremadura contamos con ejemplos de la negativa influencia de la introducción de la economía de mercado en ciertas fiestas, convertidas en rituales espectáculo- como ejemplo paradigmático está el Via Crucis de Los Empalaos de Valverde de La Vera, donde bastantes penitentes trasladan la "manda" del Jueves Santo al sábado para huir de la marea humana que ocupa las calles de Valverde e incluso los lugares de privacidad del propio penitente-, también es cierto que la difusión de cara al turismo ha tenido como consecuencia la reactivación de celebraciones que estaban en trance de desaparición, con lo cual, la comunidad que las organiza ha ganado en autoestima colectiva. Es más, con la recuperación de los rituales y su puesta en valor, se contribuye a concienciar y a rescatar la memoria colectiva. Por ello, Javier Marcos muestra que el valor simbólico del patrimonio, derivado de su capacidad para representar dicha memoria, se atestigua con la polémica que actualmene se vive en nuestra Comunidad Autónoma en relación a proyectos que afectan a lugares emblemáticos como la Alcazaba de Badajoz, el castillo de Alburquerque o el casco histórico de Cáceres.
 
Y en relación a los temas específicos que trata la obra, destacamos, en primer lugar, la recuperación de unas tempranas reflexiones del autor a través de la inclusión de un artículo de primeros de los ochenta, donde se habla de un campo tan importante en el ámbito del patrimonio cultural como es el de la arquitectura tradicional. El texto tiene el interés de adelantar una serie de problemáticas de definición y metodología de estudio de la arquitectura vernácula que incluye varias cuestiones y aportaciones, entre ellas la consideración de la arquitectura popular como el reflejo de todos los grupos sociales; el mostrar escepticismo a la hora de plantear la existencia de una arquitectura popular genuinamente extremeña, apelando, justamente, al carácter polimórfico de la misma; la necesidad de la realización de trabajo de campo etnográfico, mediante el método comparativo, para establecer tipologías según espacios ecológicos, productivos y sociales y la necesidad de realizar trabajos de tipo extensivo (inventarios) e intensivos (monografías) para el conocimiento pormenorizado de los inmuebles vernáculos de la región. Por último, no deja de apelar a la necesidad del estudio de este tipo de arquitectura adelantándose al planteamiento actual que defiende la recuperación de los inmuebles con el fin de la preservación para la memoria.

Fundamentales en la obra son las reflexiones en relación a los museos etnográficos regionales, los cuales han de convertirse, siguiendo al autor, en instrumentos válidos para la generación de identidad, por un lado, y en la superación de los clásicos errores metodológicos en los que incurren la mayoría de los centros repartidos por nuestra geografía. En esa línea, desde la obra se recalca que lo más importante de un museo etnográfico no es su dimensión conservadora, expositora, científica y pedagógica, sino el "servir de memoria y homenaje a los grupos y las personas que nos antecedieron" y cuya cultura y maneras de ser se encuentran en proceso acelerado de transformación. El museo debe mostrar lo más representativo de los distintos grupos en función de las clases económicas y sociales por medio de los objetos, útiles, instrumentos, aperos, tecnologías y maquinaria, así como todos aquellos enseres que se relacionen con las ideas y el sistema de representación de cada grupo social, donde tendrán relevancia desde los juegos populares hasta la propia religiosidad.

A partir de aquí, se muestran una serie de textos donde se reflexiona acerca de la metodología de los museos etnológicos, junto con las observaciones críticas acerca de los centros de corte etnográfico de la región, que son de especial interés de cara a la propia gestión futura en relación con la musealización del patrimonio mueble etnológico en Extremadura; cuestión crucial, a nuestro modo de ver, a partir de la creación, desde la Dirección General de Patrimonio Cultural, de la Red de Museos de Extremadura en 1996 y el proyecto Museos de Identidad, comenzando su andadura este último en 2002. Nos parecen interesantes las reflexiones críticas acerca de los museos etnográficos de Extremadura. Y son de especial interés ante la necesidad de no reproducir en el futuro los errores metodológicos que pueden dilucidarse en gran parte de las colecciones y exposiciones museográficas de corte etnográfico repartidas por toda la geografía regional. La obra señala tres razones por las cuales se motivó la creación de los museos de etnografía en Extremadura; razones, según Marcos Arévalo, que son fenómenos convergentes o interrelacionados, y que refieren a cuestiones políticas (la Autonomía), económicas (el turismo rural) y la propia sensibilización que entraña el patrimonio en su versión integral (tanto material como inmaterial). El autor se muestra contrario a la potenciación de museos locales por ser centros donde se repiten de forma descontextualizada las mismas piezas. Esto es de especial importancia de cara a la futura gestión, considerando el doctor Marcos que no parece razonable "el hecho de que en torno al medio centenar de poblaciones en Extremadura se hayan manifestado, o tengan intención de crear museos de etnografía local. Y si jurídicamente un pleno municipal legitima su creación, parece una idea estéril permitir que con dinero público se multipliquen pródigamente museos o colecciones que exhiban la típica cocina campesina, el torno de alfarero, el arado de palo o el tan manido telar".

En Extremadura, prosigue el autor, en líneas generales los museos existentes como los que están en vías de apertura no han surgido tanto a partir de una lógica planificación, estimulada/regulada por el gobierno autonómico, sino más bien de una forma espontánea y anárquica. Muestra, sin embargo, que algunas instituciones con fuerte peso social como la "Semana de Extremadura en la Escuela" han colaborado con el proyecto de creación de museos de corte etnográfico en la región. En relación a los propios criterios de definición, se considera desde esta publicación que algunos museos, si nos atenemos a lo expuesto en las definiciones establecidas por el ICOM en 1974 y las propias leyes españolas, debieran etiquetarse como colecciones, con lo cual, sería más correcto denominar a este tipo de centros como museos de historia local y no tanto como etnográficos, dado que, con relativa frecuencia, estas colecciones albergan, aparte de materiales etnográficos, otros de naturaleza arqueológica, religiosa o relacionados con las bellas artes. Por otra parte, según el autor de Objetos, sujetos e ideas..., da la impresión de que algunos museos locales justifican su existencia forzando una supuesta identidad de la que se toma conciencia tras el cambio social que se experimenta en el medio rural en las últimas décadas, reconstruyéndose fragmentos aislados de una cultura tradicional, a veces más espejismo que realidad, provocando una valoración aséptica del patrimonio que estimula el etnocentrismo y una superestima de lo particular que llega a idealizarse mediante un proceso desenfocado de ensimismamiento y una omisión consciente de otras formas culturales. En ese sentido, nos gustaría incidir en una observación: estando de acuerdo con el profesor Marcos en el hecho de que la superestima que desemboca en etnocentrismo flaco favor hace a la hora de comprender el patrimonio etnológico mueble en su contexto ecológico, socioeconómico y en relación con lo sujetos que lo producen, ello no implica, empero, que la valorización de lo local como elemento contestatario a la marea globalizadora, tenga necesariamente como consecuencia el chovinismo que no mira más allá del humo de la propia chimenea. Por ello, consideramos que centros como los Museos de Identidad (Cereza, Pimentón, Turrón, Empalao, Carnaval...) contribuyen al conocimiento de una realidad concreta, exhibida en el propio marco donde se desarrolla, ya sea un ritual o un proceso de trabajo, sin caer en la clásica repetición en la que incurren las típicas colecciones etnográficas a las que estamos acostumbrados. Del mismo modo, se lleva a cabo un adecuada contextualización desde una óptica diacrónica, acompañándose los objetos de un discurso hermenéutico, con lo cual, se supera el mero afán coleccionista y la simple yuxtaposición característica de muchos museos apodados de etnográficos.

Las críticas generales que se vierten desde las páginas de esta obra (críticas que compartimos) hacia los museos etnográficos que aparecen en muchas poblaciones extremeñas, pretenden resaltar la falta de una visión de conjunto de la cultura y la interrelación de los distintos aspectos que conforman el sistema sociocultural (tecnoeconómico, sociopolítico, ideológico-simbólico). Según Marcos Arévalo, se olvidan de mostrar asimismo el nexo de unión entre tradición/progreso, es decir, no muestran ni la evolución de la cultura ni el cambio social que constantemente experimenta el sistema sociocultural. Por otra parte, se resalta el excesivo barroquismo que dejan entrever ciertos museos, dando la impresión de que a base de recargar las estéticas reconstrucciones se quiere conseguir un mayor realismo. Todo ello se debe, principalmente, a que muchos de estos museos son obra de coleccionistas, con lo cual, la carencia de personal técnico experto en teoría sobre la cultura, conocedores de los métodos y técnicas antropológicas y de museografía etnográfica, son deficiencias comunes en bastantes de las exposiciones de corte etnográfico dispersas por nuestra tierra. Por otro lado, el autor señala cómo el autodidactismo y el amateurismo son en este terreno moneda de uso común, cuestiones que, siendo bienintencionadas, resultan inaceptables profesionalmente. Ante todo, reseña el profesor que lo más importante a la hora de concebir una adecuada metodología es que "los objetos no importan tanto por su interés formal, como por ser elementos significativos de las culturas representadas". También se echa en falta la componente investigadora que han de contemplar los museos, indicándose el hecho de que "una de sus funciones principales es la de documentar la cultura, y no sólo realizar prolijos inventarios y rellenar gruesos y sesudos catálogos descriptivos".

Concluimos esta reseña valorando, igualmente, las reflexiones vertidas en la obra acerca del término tradición, las cuales serían de obligada lectura, no ya para los gestores e investigadores del patrimonio, sino para todo aquel o aquella que desee comprender las propias tradiciones en las que participa como actor social para valorarlas como fenómenos vivos, no fosilizados. Por ello, Javier Marcos aclara que términos como "tradición" o "tradicional" son conceptos usados alegremente sin tener en cuenta el mar de confusión que existe en torno a los mismos. En ese sentido, se señalan tres aspectos fundamentales que no pueden pasarse por alto a la hora de hablar de "lo tradicional": la forma, la función y el significado. En ese sentido, aunque la tradición contenga elementos, iconos, emblemas y rituales que apenas se transformen en su forma, las funciones y el significado podrán cambiar con el devenir de los tiempos. De ese modo, se expone la idea según la cual la esencia de la tradición no es el pasado, sino la imbricación entre presente y pasado. Del mismo modo, la tradición no representa algo obsoleto e inamovible, ya que posee resortes para innovar, inventar y reinventar, reflexiones estas que el profesor rescata de un autor referencial como Eric Hobsbawn. Por último, el doctor Marcos también advierte de la errónea idea, extendida incluso entre profesionales de las ciencias sociales, según la cual sólo los sectores sociales subalternos tendrían tradición, siendo, por el contrario, algo que también se reproduce en ámbitos urbanos y en sectores socioeconómicos dominantes.

En definitiva, con esta obra, se dispone de una publicación referencial con la cual investigadores y gestores, pero también todo aquel que anhele entender la realidad cultural extremeña, podrán acercarse a lo que llamamos Extremadura de mano de quien ha sido pionero en los estudios de la cultura en nuestra tierra.

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