Por: Ismael
Sánchez Expósito, Oficina de Patrimonio Etnológico, Extremadura.
El
profesor
Javier
Marcos, referencia
fundamental para la antropología en Extremadura, nos ha proporcionado
con esta
obra una doble oportunidad, la primera, la posibilidad de acercarnos al
complejo armazón conceptual del patrimonio etnológico, a fin de
clarificar las
a menudo confusas ideas que se ciernen en torno al mismo, y la segunda,
el
poder realizar un recorrido propiamente extremeño a la hora de hablar
de
ámbitos recurrentes para esta temática como los museos etnográficos, la
arquitectura vernácula, la ardua cuestión de la tradición y la
importancia del
discurso anexo a los objetos.
En
ese sentido, son
interesantes las
observaciones iniciales del autor en relación a la necesidad de superar
las
viejas y obsoletas definiciones de lo que implica el término
"patrimonio", incidiendo en cómo la consideración de la acepción
solamente
vinculada a "objetos" o a todo aquello que se custodia en archivos y
museos, supone una sesgada idea de lo patrimonial limitada sólo a los
bienes
materiales. Se produce, siguiendo al profesor Marcos, una cosificación
del
patrimonio, con lo cual, y reproduciendo sus propias palabras,
"instalados
los objetos en las vitrinas de los templos-museos pierden parte de
aquella
significación, porque se abandonan las prácticas de uso y
consecuentemente su
potencial de significatividad".
Otra
concepción
restrictiva de lo
patrimonial criticada desde estas páginas radica en la idea de que sólo
lo
"antiguo" tendría valor como tal, por tanto, lo "antiguo",
reseña Marcos Arévalo, al ser una selección de lo viejo, puede
sacralizarse o
relegarse al olvido en función de que se exhiba en la vitrina de un
museo o se
oculte en un "doblao".
Refiere
el libro a una
institución
supraestatal como la UNESCO para dar cuenta de cómo en los últimos
quince años
está empezando a superarse las viejas concepciones respecto al
patrimonio, de
modo que se está trasladando el interés de lo material a lo intangible
y de los
objetos a los bienes culturales, partiendo, por tanto, de la idea de
que la
cultura es algo simbólico y mental. A partir de 1992, prosigue Marcos,
la
UNESCO acepta la necesidad de reconocer las tradiciones vivas e
intangibles. Se
valora igualmente, por parte del autor, el hecho de que dicho organismo
entienda una concepción del patrimonio donde haya una imbricación
entre lo
tangible y lo intangible, de forma que se produzca una resignificación
del
mismo que nos conduzca de los objetos a los sujetos, y
de estos a
las ideas. En ese sentido, Javier Marcos refiere una reflexión
de
Matsuura según la cual "todo patrimonio material tiene incorporados
componentes inmateriales, tales como valores, símbolos, saberes,
conocimientos
técnicos, etc." Y el doctor Marcos señala al respecto que "la primera
propiedad de los objetos, las cosas físicas, son la materia y sus
formas; y
éstas no hablan por sí, tan sólo transmiten un nivel de información.
Los
sujetos, en cambio, quienes crean los objetos tangibles e intangibles,
pueden
proporcionar a quien investiga sobre el patrimonio etnológico
información sobre
el contexto y las funciones, por ejemplo sobre prácticas sociales o las
expresiones rituales vivas".
Entre
los caracteres
definidores del
patrimonio que reseñan la obra destaca la cuestión de la atemporalidad.
En la memoria, señala el profesor Marcos, existen un tiempo
individual
(una o dos generaciones) y un tiempo social (la memoria
colectiva) que a
veces se inventa, mitifica o idealiza. Patrimonio y memoria son, pues,
fenómenos interrelacionados. En conexión con todo ello, el autor
recupera a
Bourdieu cuando dice que el patrimonio es un capital simbólico
vinculado a la
noción de identidad, siendo la puesta en valor del mismo siempre
selectiva,
puesto que cada época y cultura, según los contextos históricos,
sociales y
políticos, escoge y destaca diferentes referentes patrimoniales.
En
definitiva, el
trascender el objeto,
para incidir en lo que implica el mismo para una colectividad en forma
de
culturas del trabajo, formas de organización social y valor simbólico,
significa conceder valor a los aspectos inmateriales del patrimonio
cultural,
una idea básica que se desarrolla a lo largo de toda la obra y que
resulta
crucial, desde nuestra óptica, para investigadores y gestores. El
trascender
los objetos para incidir en los sujetos incide, pues, en una cuestión
fundamental que no debe pasarse por alto en los criterios metodológicos
y de
gestión en un ámbito tan importante como el de los museos: el hecho de
que la
separación entre patrimonio material e inmaterial no debe olvidar que
el
soporte físico sin la contextualización y sin decir nada de quien lo
produce,
no sitúa al patrimonio etnológico ni a los criterios de musealización
del
mismo, en el caso de los bienes muebles, a la altura de un concepción
superadora de las erradas tesis del pasado.
Los
riesgos de la puesta
en valor del
patrimonio para la sociedad, especialmente desde una perspectiva
productivista
con su consecuente mercantilización, son especialmente reseñados por el
autor.
En concordancia con las tesis defendidas por Prat i Canals, considera
erróneo
el hecho de que turismo e identidad tengan necesariamente que
excluirse. Pone
como ejemplo a Badajoz y a una de sus fiestas, el carnaval, que ha
pasado casi
de no existir a erigirse en un símbolo de identidad para la ciudad. Por
ello,
señala el profesor Marcos, "una apuesta por la rentabilidad del
patrimonio,
como producto susceptible de comercialización turística, no tiene por
qué
afectar negativamente a la identidad". Esta idea nos parece interesante
ya
que, si bien en Extremadura contamos con ejemplos de la negativa
influencia de
la introducción de la economía de mercado en ciertas fiestas,
convertidas en
rituales espectáculo- como ejemplo paradigmático está el Via Crucis de
Los
Empalaos de Valverde de La Vera, donde bastantes penitentes trasladan
la
"manda" del Jueves Santo al sábado para huir de la marea humana que
ocupa las calles de Valverde e incluso los lugares de privacidad del
propio
penitente-, también es cierto que la difusión de cara al turismo ha
tenido como
consecuencia la reactivación de celebraciones que estaban en trance de
desaparición, con lo cual, la comunidad que las organiza ha ganado en
autoestima colectiva. Es más, con la recuperación de los rituales y su
puesta
en valor, se contribuye a concienciar y a rescatar la memoria
colectiva. Por
ello, Javier Marcos muestra que el valor simbólico del patrimonio,
derivado de
su capacidad para representar dicha memoria, se atestigua con la
polémica que
actualmene se vive en nuestra Comunidad Autónoma en relación a
proyectos que
afectan a lugares emblemáticos como la Alcazaba de Badajoz, el castillo
de Alburquerque
o el casco histórico de Cáceres.
Y
en relación a los
temas específicos que
trata la obra, destacamos, en primer lugar, la recuperación de unas
tempranas
reflexiones del autor a través de la inclusión de un artículo de
primeros de
los ochenta, donde se habla de un campo tan importante en el ámbito del
patrimonio cultural como es el de la arquitectura tradicional. El texto
tiene
el interés de adelantar una serie de problemáticas de definición y
metodología
de estudio de la arquitectura vernácula que incluye varias cuestiones y
aportaciones, entre ellas la consideración de la arquitectura popular
como el
reflejo de todos los grupos sociales; el mostrar escepticismo a la hora
de
plantear la existencia de una arquitectura popular genuinamente
extremeña,
apelando, justamente, al carácter polimórfico de la misma; la necesidad
de la
realización de trabajo de campo etnográfico, mediante el método
comparativo,
para establecer tipologías según espacios ecológicos, productivos y
sociales y
la necesidad de realizar trabajos de tipo extensivo (inventarios) e
intensivos
(monografías) para el conocimiento pormenorizado de los inmuebles
vernáculos de
la región. Por último, no deja de apelar a la necesidad del estudio de
este
tipo de arquitectura adelantándose al planteamiento actual que defiende
la
recuperación de los inmuebles con el fin de la preservación para la
memoria.
Fundamentales
en la obra
son las
reflexiones en relación a los museos etnográficos regionales, los
cuales han de
convertirse, siguiendo al autor, en instrumentos válidos para la
generación de
identidad, por un lado, y en la superación de los clásicos errores
metodológicos en los que incurren la mayoría de los centros repartidos
por
nuestra geografía. En esa línea, desde la obra se recalca que lo más
importante
de un museo etnográfico no es su dimensión conservadora, expositora,
científica
y pedagógica, sino el "servir de memoria y homenaje a los grupos y las
personas que nos antecedieron" y cuya cultura y maneras de ser se
encuentran en proceso acelerado de transformación. El museo debe
mostrar lo más
representativo de los distintos grupos en función de las clases
económicas y
sociales por medio de los objetos, útiles, instrumentos, aperos,
tecnologías y
maquinaria, así como todos aquellos enseres que se relacionen con las
ideas y
el sistema de representación de cada grupo social, donde tendrán
relevancia
desde los juegos populares hasta la propia religiosidad.
A
partir de aquí, se
muestran una serie
de textos donde se reflexiona acerca de la metodología de los museos
etnológicos, junto con las observaciones críticas acerca de los centros
de
corte etnográfico de la región, que son de especial interés de cara a
la propia
gestión futura en relación con la musealización del patrimonio mueble
etnológico en Extremadura; cuestión crucial, a nuestro modo de ver, a
partir de
la creación, desde la Dirección General de Patrimonio Cultural, de la
Red de
Museos de Extremadura en 1996 y el proyecto Museos de Identidad,
comenzando su
andadura este último en 2002. Nos parecen interesantes las reflexiones
críticas
acerca de los museos etnográficos de Extremadura. Y son de especial
interés
ante la necesidad de no reproducir en el futuro los errores
metodológicos que
pueden dilucidarse en gran parte de las colecciones y exposiciones
museográficas de corte etnográfico repartidas por toda la geografía
regional.
La obra señala tres razones por las cuales se motivó la creación de los
museos
de etnografía en Extremadura; razones, según Marcos Arévalo, que son
fenómenos
convergentes o interrelacionados, y que refieren a cuestiones políticas
(la
Autonomía), económicas (el turismo rural) y la propia sensibilización
que
entraña el patrimonio en su versión integral (tanto material como
inmaterial).
El autor se muestra contrario a la potenciación de museos locales por
ser
centros donde se repiten de forma descontextualizada las mismas piezas.
Esto es
de especial importancia de cara a la futura gestión, considerando el
doctor
Marcos que no parece razonable "el hecho de que en torno al medio
centenar
de poblaciones en Extremadura se hayan manifestado, o tengan intención
de crear
museos de etnografía local. Y si jurídicamente un pleno municipal
legitima su
creación, parece una idea estéril permitir que con dinero público se
multipliquen pródigamente museos o colecciones que exhiban la típica
cocina
campesina, el torno de alfarero, el arado de palo o el tan manido
telar".
En
Extremadura, prosigue
el autor, en
líneas generales los museos existentes como los que están en vías de
apertura
no han surgido tanto a partir de una lógica planificación,
estimulada/regulada
por el gobierno autonómico, sino más bien de una forma espontánea y
anárquica.
Muestra, sin embargo, que algunas instituciones con fuerte peso social
como la
"Semana de Extremadura en la Escuela" han colaborado con el proyecto
de creación de museos de corte etnográfico en la región. En relación a
los
propios criterios de definición, se considera desde esta publicación
que algunos
museos, si nos atenemos a lo expuesto en las definiciones establecidas
por el
ICOM en 1974 y las propias leyes españolas, debieran etiquetarse como
colecciones, con lo cual, sería más correcto denominar a este tipo de
centros
como museos de historia local y no tanto como etnográficos, dado que,
con
relativa frecuencia, estas colecciones albergan, aparte de materiales
etnográficos, otros de naturaleza arqueológica, religiosa o
relacionados con
las bellas artes. Por otra parte, según el autor de Objetos,
sujetos e
ideas..., da la impresión de que algunos museos locales justifican
su
existencia forzando una supuesta identidad de la que se toma conciencia
tras el
cambio social que se experimenta en el medio rural en las últimas
décadas,
reconstruyéndose fragmentos aislados de una cultura tradicional, a
veces más
espejismo que realidad, provocando una valoración aséptica del
patrimonio que
estimula el etnocentrismo y una superestima de lo particular que llega
a
idealizarse mediante un proceso desenfocado de ensimismamiento y una
omisión
consciente de otras formas culturales. En ese sentido, nos gustaría
incidir en
una observación: estando de acuerdo con el profesor Marcos en el hecho
de que
la superestima que desemboca en etnocentrismo flaco favor hace a la
hora de
comprender el patrimonio etnológico mueble en su contexto ecológico,
socioeconómico y en relación con lo sujetos que lo producen, ello no
implica,
empero, que la valorización de lo local como elemento contestatario a
la marea
globalizadora, tenga necesariamente como consecuencia el chovinismo que
no mira
más allá del humo de la propia chimenea. Por ello, consideramos que
centros
como los Museos de Identidad (Cereza, Pimentón, Turrón, Empalao,
Carnaval...)
contribuyen al conocimiento de una realidad concreta, exhibida en el
propio
marco donde se desarrolla, ya sea un ritual o un proceso de trabajo,
sin caer
en la clásica repetición en la que incurren las típicas colecciones
etnográficas a las que estamos acostumbrados. Del mismo modo, se lleva
a cabo un
adecuada contextualización desde una óptica diacrónica, acompañándose
los
objetos de un discurso hermenéutico, con lo cual, se supera el mero
afán
coleccionista y la simple yuxtaposición característica de muchos museos
apodados de etnográficos.
Las
críticas generales
que se vierten
desde las páginas de esta obra (críticas que compartimos) hacia los
museos
etnográficos que aparecen en muchas poblaciones extremeñas, pretenden
resaltar
la falta de una visión de conjunto de la cultura y la interrelación de
los
distintos aspectos que conforman el sistema sociocultural
(tecnoeconómico,
sociopolítico, ideológico-simbólico). Según Marcos Arévalo, se olvidan
de
mostrar asimismo el nexo de unión entre tradición/progreso, es decir,
no
muestran ni la evolución de la cultura ni el cambio social que
constantemente
experimenta el sistema sociocultural. Por otra parte, se resalta el
excesivo
barroquismo que dejan entrever ciertos museos, dando la impresión de
que a base
de recargar las estéticas reconstrucciones se quiere conseguir un mayor
realismo. Todo ello se debe, principalmente, a que muchos de estos
museos son
obra de coleccionistas, con lo cual, la carencia de personal técnico
experto en
teoría sobre la cultura, conocedores de los métodos y técnicas
antropológicas y
de museografía etnográfica, son deficiencias comunes en bastantes de
las
exposiciones de corte etnográfico dispersas por nuestra tierra. Por
otro lado,
el autor señala cómo el autodidactismo y el amateurismo son en este
terreno
moneda de uso común, cuestiones que, siendo bienintencionadas, resultan
inaceptables profesionalmente. Ante todo, reseña el profesor que lo más
importante a la hora de concebir una adecuada metodología es que "los
objetos no importan tanto por su interés formal, como por ser elementos
significativos de las culturas representadas". También se echa en falta
la
componente investigadora que han de contemplar los museos, indicándose
el hecho
de que "una de sus funciones principales es la de documentar la
cultura, y
no sólo realizar prolijos inventarios y rellenar gruesos y sesudos
catálogos
descriptivos".
Concluimos
esta reseña
valorando,
igualmente, las reflexiones vertidas en la obra acerca del término
tradición,
las cuales serían de obligada lectura, no ya para los gestores e
investigadores
del patrimonio, sino para todo aquel o aquella que desee comprender las
propias
tradiciones en las que participa como actor social para valorarlas como
fenómenos vivos, no fosilizados. Por ello, Javier Marcos aclara que
términos
como "tradición" o "tradicional" son conceptos usados
alegremente sin tener en cuenta el mar de confusión que existe en torno
a los
mismos. En ese sentido, se señalan tres aspectos fundamentales que no
pueden
pasarse por alto a la hora de hablar de "lo tradicional": la forma,
la función y el significado. En ese sentido, aunque la tradición
contenga
elementos, iconos, emblemas y rituales que apenas se transformen en su
forma,
las funciones y el significado podrán cambiar con el devenir de los
tiempos. De
ese modo, se expone la idea según la cual la esencia de la tradición no
es el
pasado, sino la imbricación entre presente y pasado. Del mismo modo, la
tradición no representa algo obsoleto e inamovible, ya que posee
resortes para
innovar, inventar y reinventar, reflexiones estas que el profesor
rescata de un
autor referencial como Eric Hobsbawn. Por último, el doctor Marcos
también
advierte de la errónea idea, extendida incluso entre profesionales de
las
ciencias sociales, según la cual sólo los sectores sociales subalternos
tendrían tradición, siendo, por el contrario, algo que también se
reproduce en
ámbitos urbanos y en sectores socioeconómicos dominantes.
En
definitiva, con esta
obra, se dispone
de una publicación referencial con la cual investigadores y gestores,
pero
también todo aquel que anhele entender la realidad cultural extremeña,
podrán
acercarse a lo que llamamos Extremadura de mano de quien ha sido
pionero en los
estudios de la cultura en nuestra tierra.
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