Por: Óscar Barroso
Fernández, Universidad de Granada.
Como
el propio título indica, en este libro el profesor Brisset analiza las
festividades de la península ibérica (más adecuadamente habría que
decir de España y, en especial, las festividades propias de la
provincia de Granada), remontándose al periodo medieval e incluso
buscando sus orígenes más allá, en épocas anteriores a la instauración
del cristianismo. Su óptica atiende, especialmente, a los componentes
rebeldes respecto al sistema de poder establecido (político,
eclesiástico y económico). Por lo demás, muchos de los análisis de
casos aquí expuestos, han sido previamente publicados en Gazeta de Antropología, Historia 16 y La aventura de la historia.
El
fenómeno festivo constituye, a juicio de muchos antropólogos
culturales, un ingrediente de primer orden para la comprensión de una
cultura determinada; una herramienta fundamental para arrojar luz sobre
la sociedad presente, ya que los ritos festivos tienen, como una de sus
funciones fundamentales, la transmisión cultural y la conservación de
la memoria histórica.
A todo esto hay que sumar
la especial relevancia que el asunto tiene en la cultura hispánica. El
propio autor considera que hoy "se valora a España como territorio reserva festiva de Occidente"
(p. 13). Por ello, se entiende la inmensa cantidad bibliográfica
que en los últimos decenios se ha producido al respecto. Aún así,
creemos que el texto de Brisset (producto de muchos años de trabajo y
abrumador en la cantidad de eventos festivos recogidos, en la erudición
mostrada en su dimensión histórica y en la originalidad de la tesis
sobre la rebeldía festiva) está llamado a convertirse en un referente
al respecto. Es de agradecer, por lo demás, que el autor, sin abandonar
en ningún momento la rigurosidad exigida a una investigación
científica, no haga uso excesivo de tecnicismo, con la intención de
permitir el acceso a la obra a personas no especializadas en la
materia.
La importancia de lo festivo en
España, asociado al poder turístico del país, ha hecho que en los
últimos decenios aumenten y se transformen increíblemente las
festividades populares. También afecta a esto el aumento del tiempo
libre, la tolerancia social y el consumismo, por los que "se amplía el
ansia de placeres, adueñándose del espacio público la liberadora fuerza
de la diversión creativa" (p. 13).
La
metodología seguida parte, por un lado, del rastreo bibliográfico en lo
que a la perspectiva histórica se refiere y, por el otro, del trabajo
de campo a través de la observación participante, entrevistas, tomas
fotográficas, grabaciones tanto sonoras como videográficas y el diario
de campo, todo ello aplicado al estudio de más de mil fiestas desde
mediados de los años setenta.
La perspectiva
histórica resulta fundamental desde el momento en que descubrimos que
los ritos festivos están sometidos a una continua evolución en sus
formas y significados, así que sólo atendiendo al aspecto
histórico-evolutivo podemos tomar conciencia de las contaminaciones que
distorsionan el sentido originario y que impiden descifrar las claves
interpretativas de la simbología festiva. El método histórico también
resulta fundamental para detectar los "desplazamientos", por los que
determinados componentes del rito festivo "consiguen persistir al
escapar de la prohibición de la fiesta en la que se integraban" (p. 35).
Desde
este punto de vista histórico, lo primero que salta a la vista es que
el sistema de fiestas del cristianismo se construyó sobre las fiestas
profanas que tenían su origen ancestral en el culto a los fenómenos
naturales, en los que los ciclos naturales tenían un peso fundamental.
De ahí que Brisset decida clasificar las fiestas de acuerdo con las
estaciones primavera-verano y otoño-invierno. Aparte de este método de
clasificación general, el autor (partiendo del supuesto de que los
poderes religiosos y civiles nunca lograron completamente su cometido,
y por lo tanto siempre pervivieron las fiestas profanas o al menos
persistieron mezcladas con los tiempos sagrados), distingue también
entre fiestas profanas, estrictamente religiosas y religioso-profanas.
Quedarían aparte las fiestas residuales o rurales, "en cuanto son los
escasos restos festivos de aquel remoto conglomerado que jalonaba el
año y la vida agrícola" (p. 479), tan difícil de erradicar
históricamente por los poderes religiosos, pero al borde de la
extinción en la sociedad contemporánea. Brisset deja fuera lo que
considera fiestas secundarías promovidas por el consumismo de nuestra
época, como la fiesta de los enamorados.
Por otro
lado, el método comparativo también resulta fundamental a fin de
desvelar la composición de la estructura festiva y abordar,
consecuentemente, su clasificación. El autor utilizará una ficha-modelo
elaborada por él mismo en 1986 y cuya operatividad pudo comprobar en
trabajos de campo con comunidades indígenas de México y Guatemala.
Respecto
a los estudios y perspectivas en los que el texto se apoya, hay que
destacar a Geertz en lo que a su definición de cultura se refiere, como
"un patrón históricamente transmitido de significados expresados en
formas simbólicas mediante el cual los hombres se comunican, perpetúan
y desarrollan su conocimiento de, y sus actitudes frente a, la vida".
Se entiende la relevancia que adquiere el estudio de los ritos festivos
desde una definición tal. Grimes también resultará fundamental a la
hora de enfrentar el carácter evolutivo de estos ritos. Hay que
destacar, por último, el trabajo de José Luis García y Honorio M.
Velasco, Rituales y procesos vitales,
como estudio comparativo de los rituales en España.
Como
afirma Agustín García Calvo en el prólogo, la tesis de Brisset respecto
al potencial rebelde de las fiestas, resulta cuanto menos paradójica:
"Mucho hay que decir y dudar acerca de ese parecer o esperanza, y al
mismo autor no se le oculta que los festejos, en cuanto entretenimiento
o diversión, han sido siempre una argucia o recurso del Poder para
desviar las fuerzas de la rebeldía o protesta popular del destino al
que podían dirigirse, que era el Poder mismo, y así siguen Estado y
Capital promocionando con el mayor empeño cualesquiera celebraciones
multitudinarias" (p. 9). A este respecto han de destacar, como
especialmente interesantes, los capítulos 3º y 46º, dedicados,
respectivamente, a analizar los sistemas de organización de las fiestas
y la renovación festiva tras la muerte de Franco. Respecto a este
último aspecto, se puede constatar como desde el final de la dictadura
el mapa de las festividades ha cambiado significativamente. Si
observamos la historia de España, desde el Concilio de Trento hasta la
consolidación de nuestra democracia, dejando aparte sólo los años de la
II República, las autoridades religiosas y civiles consiguieron regular
en la práctica los tiempos festivos. En la época de Franco, incluso los
carnavales fueron prohibidos, pero a partir de su muerte, observamos un
auge inaudito de los fenómenos festivos profanos, fomentados no sólo
por los nuevos aires de libertad, sino también por su potencial
turístico. Aunque al mismo tiempo, y en aparente contradicción, se
puede observar un auge también de los fenómenos festivos religiosos,
que el autor explica por la perdida de apoyo institucional de estas
festividades y el consecuente espíritu militante de los fieles.
Que
el poder ha buscado continuamente hacerse con el poder organizativo de
los eventos festivos, es una constante que se descubre inmediatamente
en una perspectiva histórica rigurosa y que también salta a la vista en
el oportunismo manifestado en la mera observación empírica de las
fiestas. Y es que, para Brisset, la misma tendencia del poder
establecido, bien a prohibir muchos fenómenos festivos cuando en ellos
se veía un potencial peligro, bien a apoderarse de la organización de
los mismos, cuando no era posible derrotarlos o cuando se creía poder
sacar partido de ellos, ha de entenderse como muestra de dicho
potencial rebelde. A este respecto hay que destacar el empeño de los
poderes religiosos para acaparar organizativamente los festejos: "desde
finales del siglo VI, se intenta equiparar fiesta con fiesta religiosa decorosa, y la
lucha de los ordenadores
contra el pueblo poco piadoso, casi pagano y obsceno, emprenderá una
feroz dinámica: sólo se permitiría lo que a los gobernantes pareciera
adecuado, sin respetar los derechos de usos y costumbres" (pp.
48-49). El autor llega a mantener que los templos eran en su
origen verdaderas "casa de fiesta", cuyo control resultó fundamental
para la casta sacerdotal.
La revolución
tecnológica de la era digital también desempeña, en este sentido, un
papel ambivalente respecto a las festividades: si por un lado deja más
espacio al ocio, incidiendo así en el aumento de la importancia de lo
festivo, por otro, no dejan de estar "sometidas a una doble presión:
mercantilista por un lado, con tendencia al derroche al emular adornos
y banquetes, reforzando el instinto competitivo; y por otro lado su
conversión en espectáculo, y por tanto, de consumo pasivo" (p. 23). Aún
así, Brisset no renuncia a destacar, quizás utópicamente, el aspecto
libertario y creativo de las festividades.
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