Harding, Sandra (2008). Sciences from Below: Feminisms, Postcolonialities, and Modernities, Durham, London: Duke University Press; pp. 296.
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Como es bien sabido los Estudios Críticos de la Ciencia – o estudios CTS Ciencia, Tecnología y Sociedad– no suelen considerarse una parte central (mainstream) de la Investigación por la Paz. Sin embargo, en nuestros días muchas de las llamadas “teorías críticas” convergen en iluminar aspectos del mundo que trascienden las fronteras disciplinares que heredamos del siglo XIX. Estas teorías se han convertido en auténticos alminares para el adhan, la llamada a trascender diariamente los órdenes establecidos de nuestros, muchas veces confortables, saberes.
Valga este preámbulo para anunciar que el libro de Sandra Harding, Ciencias desde abajo, es una prueba de la utilidad de cruzar tradiciones críticas, en este caso la teoría postcolonial y la teoría feminista y de el interés que plantea este cruce a la hora de mirar a la ciencia. Sorprende desde luego que hasta la fecha sea este, quizá, el primer intento global de cruzar ambos campos y profundizar en una visión reflexiva sobre el papel de la ciencia y la tecnología en nuestras sociedades. Para Harding, el punto en común en estas teorías es su propuesta para desestabilizar la modernidad, para dejar de entenderla de una manera unívoca, homogénea, casi inevitable, si queremos ser algo en el mundo, dicho de otro modo, para no ser designados como primitivos y/o femeninos.
Que la ciencia forma parte inseparable de nuestro mundo contemporáneo (y de otros mundos del pasado también), no requiere hoy en día mayor prueba que la de vivir nuestras vidas cotidianas. Desde Nairobi a Hiroshima, de El Cairo a Veracruz, todas las personas vivimos atravesadas, medidas, transportadas, o heridas por tecno-ciencias. Nuestros tiempos, nuestros deseos o nuestros ideales, sino nuestra sexualidad o nuestras emociones, cuentan con elementos científico-tecnológicos que nos permiten comprendernos e imaginarnos. Basta vivir para saber que se está en un tecno-mundo, aún más que somos (de manera individual o colectiva) un tecno-mundo.
Lo que no vivimos de manera tan evidente es la otra dirección del vector en la interacción entre tecno-ciencia y seres humanos. Es decir, que no percibimos con la misma nitidez que todo proceso de científico-tecnológico está impregnado por el mundo en el que se gesta, que toda pregunta o hipótesis pertenece a ese mundo y que la tecnociencia resultante de ello contribuye a producir y modificar ese mundo. Lo que nos cuenta Harding es que la falta de neutralidad de la ciencia – ese estar embebida en valores mundanos –, la desplaza de ese territorio llamado modernidad que la proclama libre de valores y sólo construida por datos neutrales extraídos con manos limpias de la realidad y la acerca, más bien, a ese otro lugar llamado “tradición” que usualmente consideramos como una práctica “inferior” a la ciencia, de carácter “femenino” y del que conviene alejarse para lograr la tan ansiada modernidad.
Sandra Harding ha dividido el libro en tres secciones cuya estructura transparenta con claridad la argumentación general. En “Problemas con la ciencia y la política de la modernidad, perspectivas desde los estudios de la ciencia del norte” repasa las contribuciones críticas de Latour (autor de Nunca fuimos modernos), Beck (conocido por su obra La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad) y el grupo de Gibbons, Nowotny y Scott (autores de Re-thinking science : knowledge and the public in an age of uncertainty). En “Visiones desde las periferias occidentales de la modernidad”, hace una puesta al día del andamiaje crítico con la ciencia que han proporcionado tanto el feminismo como los estudios postcoloniales. La última sección, Sondeando a la tradición, retos y posibilidades, es de la que cabe esperar en el futuro un mayor desarrollo.
En su exhaustiva síntesis Harding recoge un amplio espectro de obras teóricas y estudios empíricos sobre la tecnociencia y, con un inglés asequible, hace acopio de un número suficiente de pruebas para tomarnos en serio la tarea de promover una ciencia y una tecnología para todas (y todos), centrada más en los hogares (hoy con la emigración estos hogares tienen ya repercusiones transnacionales) y en las comunidades, es decir, en lo que contribuye a sostener la humanidad. En definitiva lo que nos plantea es la necesidad de plantearnos que si lo que queremos es llevar una tecno-modernidad eurocéntrica y patriarcal a todas partes, nuestro camino está francamente equivocado. Una ciencia para la gente y, sobre todo, para la gente menos favorecida. Pero, también, una ciencia que cuente y conviva con nuevas maneras de ver la modernidad, que parta de la existencia de múltiples modernidades, que no confunda modernización con occidentalización y que, sobre todo, no la considere ajena a “la tradición” pues ambas son mutuamente necesarias para comprender el mundo actual.
Creo que para cualquier persona interesada por los Estudios de Paz y Conflictos –un campo cuyas aportaciones me gustaría ver incluidas como parte de la teoría crítica contemporánea– , lo que el libro de Harding también nos muestra es que la preocupación crítica por la tecno-ciencia –uno de los principales componentes del ideal hegemónico de modernidad– debería de incluirse en el centro de la agenda de la investigación por la paz pues es uno de los bastiones de la modernidad febril que abruma al planeta y trata de occidentalizarlo. Pero, quizá aún más importante, su obra nos reta a reflexionar sobre cómo nuestros propios equipos intelectuales, están con frecuencia cargados, aunque sin dejarse notar, de modernidad eurocéntrica y androcéntrica, afectando incluso a nuestras epistemologías y metodologías de la investigación por las paces-conflictos (no, no es una errata sino una inscripción para subsanar un planteamiento de la modernidad tradicional, es decir, la creencia en que ambos procesos sean separables y que la paz consiste en una única fórmula, escrita en occidente para su exportación y para una deseable modernización = occidentalización del planeta).
Rosa María Medina Doménech, Instituto Paz y Conflictos, Universidad de Granada
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