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Diálogo Iberoamericano
Núm. 15 / mayo-junio 1998. Pág.
11
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Globalización y discontinuidad
Francisco A. Catalá Oliveras
Universidad de Puerto Rico
Cuando se hace referencia al "fenómeno" de la
globalización suele significarse el dominio de lo global
sobre lo nacional: la intensificación de una red de
relaciones sociales a nivel mundial que provoca que la
dimensión local sea más reflejo que luz. En el
ámbito de la economía, que es el que nos ocupa en
este apunte, la globalización se vincula al desarrollo de
un capitalismo sin fronteras inscrito en un mercado global. Esta
hipótesis presume un cambio profundo en las relaciones
económicas internacionales hasta el extremo de que las
estrategias de los estados se juzgan inefectivas ante la fuerza
avasalladora de lo que se denomina "economía global". Y
ante tal poder solamente se puede responder con la famosa "TINA"
de Margaret Thatcher: "There is no alternative".
Junto a la hipótesis de la globalización se
postula, como corolario, la dinámica de la convergencia.
Esta proposición está recogida en el paradigma
neoclásico en el que la integración mercantil
conduce a la convergencia de los precios factoriales. ahora,
aunque sin la seducción formal de los viejos modelos
neoclásicos, se plantea la convergencia desde otra
óptica cuando se afirma que "la distribución global
de los bienes y de la información permite que en el
consumo los países centrales y periféricos se
acerquen" (Néstor García Canclini, "Consumidores
y Ciudadanos").
A pesar del entusiasmo, sea apologeta o crítico, con
la globalización no nos parece que ésta sea un
hecho o una "condición". Tampoco luce como un fin
inexorable. Podría también colocarse en entredicho,
o en duda, la visión de la misma como algo radicalmente
novedoso que hace palidecer todo precedente o cualquier propuesta
alterna. Quizás, más cautelosamente, pueda
caracterizarse como proceso y como posibilidad: como proceso
sujeto a vaivenes; y como posibilidad encajada en un abanico de
futuros contradictorios.
Inclusive, podría arg&uumil;irse que la
globalización ha pasado por mejores momentos. Esta
apreciación la sugiere el economista Juan Lara al
referirse a la época de la macroeconomía global
montada en el patrón oro. De hecho, antes de la Primera
Guerra Mundial los flujos netos de capital entre fronteras eran,
en relación al tamaño de las economías,
considerablemente mayores de lo que son ahora.
El "resultado" de la globalización, la convergencia,
también ha conocido mejores momentos. El Informe sobre e:
desarrollo mundial (1995) que publica el Banco Mundial comienza
confesando que durante los últimos cien años la
desigualdad en ingresos ha aumentado. En un estudio reciente, con
una muestra de 56 países de todos los continentes, se
consigna que la diferencia entre el Producto Interno Bruto per
cápita más alto y el más bajo era de tres
a uno en el año 1820 y de setenta a uno a principios de
la década de 1990 (Angus Maddison, "Monitoring the World
Economy", OECD, 1995). Si nos apartáramos de la muestra
encontraríamos diferencias más abismales.
Valga destacar que no se trata únicamente de diferencias
relativas. El número de personas que viven en la pobreza
absoluta (con menos del equivalente de un dólar diario)
aumentó, según el Banco Mundial, de 1.000 a 1.300
millones de 1990 a 1995.
No se puede pasar por alto que, paradójicamente, la
globalización no es mundial. Más de dos terceras
partes de la población mundial no cuenta en las
estrategias de inversión extranjera. Los Estados Unidos,
Japón y Europa dominan, tanto como origen así como
destino, la inversión internacional. Y todavía la
producción industrial propiamente "transnacional"
constituye un subconjunto minoritario (alrededor del 15 por
ciento) de la producción industrial total.
Tampoco se puede presumir la desaparición de las
fronteras. Desde la óptica de la economía puede
definirse a la frontera como una discontinuidad en donde cambia
el grado de movilidad de los factores de producción y de
los bienes económicos. Los tratados de libre comercio no
han eliminado las discontinuidades. Las han redefinido.
Tanto en su dimensión multilateral como en el espacio
bilateral, estos tratados constituyen cuerpos de
reglamentación producto de complejas negociaciones entre
los gobiernos participantes. La gestión estatal, puesto
que no se trata ni del crudo proteccionismo a ultranza ni de
comercio estrictamente libre sino de la negociación y
administración de múltiples y complejas reglas,
está más presente que nunca antes.
Las discontinuidades siguen siendo cruciales aún en
formas tan acabadas de integración como la de la Comunidad
Europea. Por ejemplo, el mercado laboral y los arreglos
institucionales que cobijan al mismo (salarios mínimos,
vacaciones, días libres, licencias, seguros de desempleo,
seguros médicos, derechos de participación en la
gestión empresarial) varían significativamente
entre los países que conforman la Comunidad. Y
éstas y otras diferencias actúan como factores de
alteración fronteriza o discontinuidad en la
relación económica entre distintas unidades
políticas.
Nada de lo dicho niega cómo los avances en la
tecnología de la transportación y de la
comunicación están rompiendo la barrera de la
distancia, es decir, del espacio y del tiempo. Esto le abre
posibilidades extraordinarias al proceso de la
globalización en todas las dimensiones imaginables. No
obstante, lo que resulta sorprendente es como, a pesar de tales
avances tecnológicos y de la retórica
política favorable a la globalización, la
integración económica no sea aún mayor. Por
ejemplo, es ahora, en la década de 1990, que los
países industriales están llegando al nivel de
comercio internacional (medido por la suma de exportaciones e
importaciones como razón del Producto Interno Bruto) que
prevalecía antes de la Primera Guerra Mundial.
¿Cómo está cerrando el siglo?
Ciertamente, hay tendencias y posibilidades de mayor
globalización o integración económica. Pero
ésta es todavía limitada. Y está
acompañada de políticas de "comercio administrado"
o manejo de discontinuidades. El corolario de la convergencia se
nos presenta aún más limitado. La divergencia y la
marginación acompañan dialécticamente a las
fuerzas supuestamente convergentes de la globalización.
El autor es catedrático de Economía
en el Recinto de Río Piedras, consultor y
asiduo colaborador de Diálogo (Revista de la
Universidad de Puerto Rico).
Qué nos está dejando el Prograda ALFA
Dr. Julio Castro Lamas
Instituto Superior Politécnico J. E.
Echeverría (Cuba)
Existen opiniones encontradas sobre el programa Alfa de la
Unión Europea. Sus opositores critican sobre todo la
imposibilidad de desarrollar proyectos científicos y
acceder a equipamientos para los mismos. Otros señalan que
el programa ha exigido un gran esfuerzo por parte de las
universidades que coordinan las redes para lograr la
obtención de muy exiguos resultados.
Nunca Alfa planteó ser un programa de fomento a la
investigación y sí de intercambio académico
y sus propios organizadores reconocen que llevar uno de sus
proyectos representa una carga burocrática pesada.
¿Qué decimos los que apoyamos la idea de
Programas como Alfa? Los objetivos de fomentar la
cooperación entre instituciones de enseñanza
superior de América Latina y Europa y el de promover la
cooperación mediante redes de instituciones de ambos
continentes se han cumplido con creces. Alfa ha logrado que
cientos de universitarios de las dos regiones se conozcan,
intercambien sus experiencias y se tracen proyectos conjuntos.
Se ha logrado además un marco de intercambio que ha
permitido plantearse proyectos de investigación para otros
programas, intercambio de profesores y estudiantes,
edición de libros y artículos científicos
y muchos otros logros que no formaron parte de los objetivos
iniciales del programa. Todo esto es un resultado del
cumplimiento de su propósito fundamental: que se
conocieran los especialistas de muchas ramas del conocimiento de
América Latina y Europa, que han comenzado a formar redes
que se salen de los lazos formales de cualquier programa y tienen
una vida propia.
Se ha generado conciencia de la necesidad del intercambio
internacional en muchas universidades latinoamericanas y se ha
logrado que muchos científicos europeos vean con otros
ojos a sus colegas del otro lado del océano. Se
perfilarán mejor las redes conformadas, se formarán
redes dentro de los propios países y regiones, en fin se
perfeccionará lo ya comenzado, ... y Alfa marca el punto
cero donde comenzó casi todo.
Recientemente, la Organización Universitaria
Interamericana ha lanzado un programa de colaboración
multilateral denominado "Colegio de las Américas", que
puede marcar el inicio del establecimiento de redes en el marco
de las dos américas, pero cuyo soporte económico
es muy débil comparado con el del Programa Alfa.
En los pasillos de la Unión Europea se habla de la
posible convocatoria al Programa Alfa II, aunque no se sabe casi
nada sobre él. Nada ha llegado aquí sobre sus
propósitos, podemos imaginar que serán similares,
quizás con una mejor
estructuración, que los del primer Alfa. Creo expresar el
sentimiento de muchísimos académicos
latinoamericanos si termino afirmando que en América
Latina trabajaremos también por el éxito de Alfa
II.
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