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Diálogo Iberoamericano
Núm. 15 / mayo-junio 1998. Pág.
19
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Puerto Rico: El desconocido 98
Miguel A. Salgado Pérez
Historiador. Bilbao (España)
Recientemente, el Congreso norteamericano se ha planteado
admitir a Puerto Rico como el 51§ estado de la Unión a
cambio del retorno de la co-oficialidad del idioma inglés
en la isla, abolido en 1991. Esta circunstancia no es más
que el, de momento, último eslabón de la
dialéctica política que viene teniendo lugar en la
antigua Boriquem desde hace exactamente un siglo.
En efecto, la vieja colonia española se
mantenía como uno de los últimos vestigios del
imperio de ultramar cuando estalló, inopinadamente para
Puerto Rico, la guerra hispano-norteamericana. Esta era una
consecuencia directa de la lucha independentista que
mantenían los cubanos desde 1895, que para ellos era la
tercera guerra de independencia en menos de treinta años.
En cambio, el nacionalismo puertorriqueño era
prácticamente inexistente, sí había un
marcado movimiento autonomista, pero la última intentona
de rebelión se remontaba a 1867. No obstante, los intentos
conciliadores del gobierno español a partir de 1897
culminaron con la concesión de sendos estatutos de
autonomía para ambas islas. Pero ya era demasiado tarde:
sólo dos meses antes de la declaración de guerra
a los Estados Unidos quedó constituido el primer gobierno
puertorriqueño, las elecciones parlamentarias, previstas
para el 27 de marzo de 1898, se retrasaron a causa del inminente
conflicto y su resultado fue una asamblea completamente
inoperante, ya que se reunió por primera vez la
antevíspera de la invasión norteamericana (25 de
julio).
Como demuestra esta última fecha, el desarrollo de
la guerra en Puerto Rico fue tardío y marginal. El 10 de
mayo se produjo un duelo artillero sin importancia entre las
baterías costeras y un buque norteamericano. Dos
días después, la escuadra del almirante Sampson
cañoneó San Juan durante sus operaciones de
búsqueda de la flota de Cervera, a la que acabaría
destruyendo en Santiago de Cuba. Pero lo cierto es que los
norteamericanos no se plantearon en serio invadir Puerto Rico
hasta que tuvieron asegurada Cuba, por la que oficialmente
habían ido a la guerra. El interés hacia Puerto
Rico era menor, por razones económicas y
estratégicas, amén de que la ausencia de
sentimiento independentista destacado les quitaba toda
legitimación para "liberar" la isla. Sin embargo, con la
rendición de Santiago de Cuba, donde se encontraban
concentradas la mayor parte de la tropas españolas en la
isla, Estados Unidos ya disponía de las manos libres para
actuar en Puerto Rico. La legitimación buscada se la dio
la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario
Cubano, que desde su periódico "Boriquem" (publicado en
el exilio neoyorquino) azuzaba los sentimientos nacionalistas de
Puerto rico para justificar una intervención yanqui que
les convenía más a ellos que a los
puertorriqueños; de esta forma, la liberación de
otra isla se convertía en un factor más para
declarar la guerra a España.
Controlada ya Cuba a mediados de julio, el desembarco de
17.000 soldados al mando de Nelson Miles, veterano de la Guerra
de Secesión y de las campañas contra los indios,
se produjo en Guánica el día 25. Contra esta fuerza
ya victoriosa, las tropas españolas, desmoralizadas por
los resultados bélicos en otros teatros de operaciones
(por aquellas fechas ya se buscaba un armisticio), no pudieron
más que oponer una simbólica resistencia.
Más interesante es la actitud de los habitantes de la
isla: en su mayoría jugaron un papel pasivo, considerando
que el resultado de la contienda estaba ya decidido y
desconfiando de las intenciones de sus "libertadores". Ello no
obsta, para que el resto tomara partido, enrolándose
algunos como auxiliares del ejército norteamericano y
otros como miliacianos leales a España. En todo caso, las
operaciones militares en la isla apenas duraron tres semanas (la
paz se firmó el 12 de agosto) y fueron muy poco
sangrientas (los norteamericanos sólo reconocieron cuatro
muertos entre sus filas).
Sin embargo, en los meses que mediaron entre la retirada de
las autoridades españolas y la implantación de las
norteamericanas (hasta el mes de diciembre no se firmó el
Tratado de París, que transfería la isla a los
Estados Unidos sin más argumentos de peso que el
"botín de guerra") sí que se produjeron acciones
muy violentas que no se cobraron víctimas españolas
o norteamericanas, sino puertorriqueñas. Sin autoridades
policiales o judiciales de peso en aquellos momentos de
transición (la policía municipal y la guardia civil
se disolvieron nada más producirse la derrota
española), las bandas armadas estuvieron a su anchas para
delinquir. Lo dudoso es determinar las motivaciones y objetivos
de estos grupos; en algunos casos se tomaban venganza sobre los
puertorriqueños que habían colaborado con los
españoles, aprovechado ahora la victoria yanqui y
radicalizando sus sentimientos políticos a causa de la
guerra. En otras ocasiones, sus intenciones eran el saqueo puro
y simple, para superar una situación de pobreza que se
había agravado por la crisis bélica y la inmediata
emigración a España de los que movían la
maquinaria económica. No obstante, lo común era el
impulso de revancha política y el puramente
económico se mezclasen.
La nueva administración norteamericana, establecida
definitivamente en 1900 con el nombramiento del primer gobernador
a través de la Ley Foraker, combatió con dureza a
estas bandas, aplicando sin contemplaciones la pena de muerte,
lo que disgustó a muchos puertorriqueños, que
empezaron a comprender que simplemente pasaban de un colonialismo
a otro. Sin embargo, el minoritario nacionalismo en la isla hizo
que su oposición a la ocupación norteamericana
fuera mucho menor que en Cuba, y no digamos en Filipinas, donde
se organizó una guerrilla que no pudo ser sofocada hasta
1903. Es más, a la violencia de las partidas de
revanchistas y saqueadores que hemos citado, sucedió
otras, de carácter eminentemente político,
protagonizada por las llamadas "turbas"; éstas eran
agrupaciones paramilitares defensoras del partido "republicano",
partidario de la anexión con Estados Unidos por razones
más económicas que nacionalistas. Mediante las
amenazas y el terror, retrajeron el voto en las primeras
elecciones municipales del siglo XX en contra del partido
"federal", sucesor del autonomista y celoso defensor de la
libertad y de la identidad puertorriqueñas. En efecto, por
aquellos días, el gobierno de Washington estaba realizando
una fuerte campaña educativa e incluso religiosa en contra
de los tradicionales valores culturales hispanos. Asimismo, la
inversión acelerada de capital yanqui en el azúcar
y café isleños hacía presagiar una
dependencia económica tan estrecha como la
política.
Con el conflicto de las "turbas" se inicia una
dialéctica nacional que se prolonga hasta hoy:
¿anexión, autonomía o independencia? Las
opciones de todos se han visto condicionadas a su vez por la
actitud de las sucesivas administraciones norteamericanas. Por
ejemplo, la concesión de la ciudadanía
estadounidense a los ciudadanos puertorriqueños en 1917
(Ley Jones) y la consiguiente facilidad para emigrar al
continente, fomentaron el sentimiento anexionista, representado
por el Partido Nuevo Progresista, que actualmente atrae las
simpatías de casi un tercio del electorado. No obstante,
hay que subrayar que esta ideología no se debe tanto a una
identidad con lo estadounidense como a las ventajas
económicas y de prestigio internacional que supone unirse
a la gran potencia mundial. Por otra parte, el sentimiento
mayoritario del pueblo ha venido siendo, al menos en el
último medio siglo, dejar las cosas como están,
respetar la situación de Estado Libre Asociado que
decretaron los EE.UU. en julio de 1950. Con esta fórmula,
se contentaban los particularismos locales y se mantenían
las ventajas económicas para ambas naciones. Por su parte,
el sentimiento independentista es muy minoritario actualmente
(menos del 10%) y no se organizó como partido
político hasta los años veinte, bajo la
dirección de Albizu. No obstante, su carácter
clandestino hasta 1980 radicalizó sobremanera sus
actuaciones, recurriendo a las acciones armadas en los
años treinta (enfrentamiento de Río Piedras, con
la muerte de un coronel de la policía, represalias con la
muerte de tres activistas y la "masacre Ponce", donde murieron
22 nacionalistas), sesenta (en que contaron con el apoyo cubano)
y setenta (para lograr publicidad con vistas al reconocimiento
de su derechos de autodeterminación por parte del
Comité de Descolonización de Naciones Unidas, lo
que se logró en 1972).
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