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Diálogo Iberoamericano
Núm. 15 / mayo-junio 1998. Pág.
20
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Puerto Rico: La carretera central en la Guerra de 1898
Luis Pumarada O'Neill
Universidad de Puerto Rico
La Carretera Central fue tanto objetivo estratégico
como escenario de acción de la Guerra de 1898 en Puerto
Rico. Tras haber efectuado el bombardeo naval de San Juan como
su primera acción de guerra, la atención
estadounidense se concentró en el suroeste de la isla, la
región más rica y la menos defendida. El 25 de
julio se escenificó la invasión del puerto de
Guánica. Dos días después salieron de
Guánica tres cruceros que, a las 3 PM del día 27,
entraron al puerto de Ponce. Buscaban desembarcar allí con
el propósito de usar la Carretera Central para conquistar
terreno y llegar hasta la capital.
Los cruceros apuntaron sus cañones amenazadoramente
contra la ciudad y la Playa, y enviaron a tierra a un teniente
para negociar la rendición. El estadounidense envió
aviso al vicecónsul inglés al efecto de que
-tenían órdenes de exigir la rendición
inmediata de la ciudad, o que, de lo contrario, sería
bombardeada por los buques.
El comandante español de Ponce contestó al
mensaje recibido por vía del vicecónsul Toro, -que
nada podía hacer sin autorización del
capitán general.. Enseguida dirigió el siguiente
telegrama al capitán general Macías: "Escuadra
americana, fondeada en el puerto, amenaza bombardear playa y
ciudad. Descontadas fuerzas enviadas a Guánica y Tallaboa,
sólo tengo tres compañías de Patria,
voluntarios y guerrilleros. Ruégole remita instrucciones.
Me he negado recibir parlamentario que ha desembarcado". La
contestación de Macías fue: "Cumpla usted con su
deber". Poco después, Toro y los demás
vicecónsules que se habían añadido a la
negociación recibieron un telegrama de Macías
lamentando -como amante de Puerto Rico los destrozos que el
enemigo pueda hacer en una guerra que nosotros no hemos buscado.
Después que los cónsules habían pedido
más tiempo a los estadounidenses, el comandante
mostró a Toro otro telegrama de Macías que le
instruía a evacuar la ciudad.
Sin embargo, antes de que se hubiera actuado sobre ese
mensaje, Macías anuló su contenido y dio
órdenes de resistir. Los cónsules apelaron entonces
a la palabra de honor recibida poco antes de parte del comandante
de Ponce para pedir a Macías que reconsiderara esta
última decisión. La respuesta del último fue
que, en vista de la palabra de honor empeñada por el jefe
y para no hacer quedar mal al cuerpo consular, ordenaba que se
cumpliera lo antes pactado.
A las cinco y treinta de la mañana del 28 de julio,
mientras las fuerzas españolas se retiraban por la
Carretera Central, desembarcaba un pelotón de marinos
estadounidenses en la Playa de Ponce.
La retirada española de Ponce a Aibonito tomó
dos días, pasando una noche en Coamo. Quedaron
allí, al mando del comandante Rafael Martínez
Illescas para defender la retirada, dos compañías
del Batallón de Cazadores de la Patria y algunos guardias
civiles y guerrilleros puertorriqueños. En total, eran 248
infantes y 42 caballeros, pero ni un solo cañón.
Una guerrilla anti-española, al mando de Pedro
María Descartes, atacó más de una vez las
posiciones de Martínez y llegó a herir de muerte
a un guardia civil. Mientras tanto, parte de la tropa invasora
acampó su primera noche a ambos lados de la Carretera
Central entre Ponce y la Playa.
Desde que se había iniciado el avance estadounidense
por la Carretera, el alto mando español había
resuelto cerrar el paso a los invasores en un punto del interior
en el cual no pudiesen ser auxiliados por sus fuerzas navales.
El lugar elegido distaba dos millas y media de Aibonito. Desde
dicho sector, ubicado al lado sur de la cúspide de la
cordillera y llamada Asomante, se dominan algunas millas de la
sinuosa carretera pertenecientes al tramo conocido por "Cuesta
del Asomante". Había en la meseta y en las laderas unos
1.280 infantes, 70 hombres a caballo y dos cañones. Se
excavaron algunas trincheras para la infantería, mientras
que en lo más alto del Asomante los artilleros
construyeron una ligera batería de campaña.
Una vez establecidas las posiciones de ocupación
estadounidenses en Ponce y Juana Díaz, un regimiento
estadounidense fue enviado a rodear a Coamo por el norte, usando
"caminos de herradura" a través de las montañas.
Su objetivo era alcanzar la Carretera Central a milla y media al
este de Coamo, debiendo llegar a dicho punto a las 7 AM del
día 9 de agosto. Simultáneamente, a las seis de la
mañana de ese mismo día, se iniciaba un ataque
frontal a Coamo por ambos lados de la ciudad. Cuatro
cañones tomaron posición al sur de la Carretera
Central en la Hacienda Carmen de Clotilde Santiago. A las siete,
los cañones rompieron fuego sobre un cuartelillo de madera
que guardaba el camino a los Baños de Coamo. Un
pelotón vadeó el río Coamo y tomó el
camino de los Baños. Un batallón que avanzaba por
la Carretera tuvo que detenerse frente al puente Méndez
Vigo, que había sido volado por la retirada
española, para buscar un punto dónde vadear el
río. La batería de cañones se movió
entonces unos 1.000 metros más al frente, a un punto desde
el cual era visible el pueblo de Coamo a una distancia de dos
millas. Desde ese sitio se dispararon tres cañonazos. El
general Ernst presenció toda la operación desde la
Casa Grande de la Hacienda Carmen, donde fue muy bien recibido
y obsequiado por su propietario.
Mientras tanto, al amanecer de ese 9 de agosto, el
comandante español Martínez Illescas, alojado en
la casa del alcalde de Coamo, Florencio Santiago, hijo de
Clotilde, se disponía a tomar su desayuno cuando
llegó la noticia de que fuerzas americanas avanzaban sobre
Coamo en gran número. Martínez Illescas
ordenó reunir a su fuerza y marchar en dirección
a Aibonito. Cuando sonaron los primeros cañonazos de esa
mañana, la columna de soldados salía hacia el
Puente Padre Iñigo cargando sus pertenencias y municiones
en carretones de bueyes y en mulas.
Al llegar a la casilla de caminero del otro lado del puente,
mientras se les unían varios soldados que se habían
quedado atrás, el comandante desplegó la fuerza que
quedaría como retaguardia en la retirada. Martínez
permaneció al mando de esos hombres, que buscaron el
abrigo de una cuneta profunda que había a la izquierda de
la Carretera, bastante resguardada por frondosos árboles.
El resto de su tropa, con el convoy al frente, pudo seguir sin
obstáculo alguno hacia Aibonito.
Algunos minutos antes de las ocho, el regimiento
estadounidense que avanzaba por las montañas hizo contacto
con esa retaguardia. El fuego comenzó casi a un mismo
tiempo por ambas partes. Martínez iba y venía a
caballo, recorriendo la línea una y otra vez,
exponiéndose al fuego enemigo y empujando hacia
retaguardia a los rezagados que seguían llegando por el
puente.
Al cabo de una hora, las tropas atacantes lograron escalar
una loma que dominaba las posiciones españolas y
comenzaron desde allí un fuego mortífero, Cerca de
las 9 AM, Rafael Martínez Illescas cayó del
caballo, muerto. El capitán Frutos López, segundo
en el mando, al ver en tierra a su jefe, salió de la
sombra de un corpulento árbol de flamboyán y
corrió en su auxilio. Pero anduvo muy pocos pasos cuando
rodó sin vida. Con otros tres soldados también
muertos y varios cayendo heridos, el capitán Hita, en
quien había recalado toda la autoridad, ordenó la
rendición. Cinco oficiales y 162 soldados españoles
fueron hechos prisioneros. Cinco españoles quedaron
muertos. Varios suboficiales y soldados no se rindieron y
prefirieron retirarse por la vereda de Palmarejo. Horas
más tarde, alcanzaron la Carretera cerca del Asomante.
Mientras tanto, la caballería estadounidense, habiendo
llegado hasta el propio hotel de los Baños de Coamo sin
hallar resistencia, se dirigió al pueblo tras haber
consumido sus comandantes algunos refrescos en el bar del hotel.
Encontrando que el enemigo había evacuado las trincheras
levantadas a la entrada de Coamo. la caballería
atravesó a todo galope la población y siguió
al este por la Carretera en persecución de la retirada
española. Pero cuando alcanzó a los soldados que
no se habían rendido en Coamo, ya estos se encontraban
dentro del alcance protector de los fusiles de sus
compañeros atrincherados en las laderas del Asomante. Tan
pronto las tropas españolas, que ocupaban cunetas de la
Cuesta del Asomante o se parapetaban detrás de los
árboles que le dan sombra, avistaron a la
caballería enemiga rompieron fuego. La caballería,
al apreciar la fortaleza de la posición española,
abandonó la persecución y se escondió
detrás de una loma para contestar el fuego. Al llegar
más tropas estadounidenses, se les recibió a
cañonazos por las baterías situadas en la meseta
del Asomante y los invasores optaron por la retirada. Así
terminaron, antes del medio día, los sangrientos eventos
del nueve de agosto.
En total murieron ese día 13 personas, entre ellas
dos guardias civiles, cinco soldados y un músico;
además una mujer y un muchacho. Las pérdidas
estadounidenses fueron seis heridos, sólo uno de ellos de
gravedad. Esa noche, los generales Wilson y Ernst se alojaron en
la casa del alcalde de Coamo, la misma donde horas antes
había quedado intacto el desayuno del fenecido
Martínez Illescas. Florencio Santiago, quien se
había educado en Estados Unidos, fue prontamente
confirmado en su puesto de alcalde por los militares.
Los invasores, auxiliados por asistentes
puertorriqueños, emplearon los días 10 y 11 en
hacer reconocimientos de esa fuerte posición
española. Se decidió entonces simular un ataque
frontal casi exclusivamente con artillería, mientras que
el verdadero ataque pretendería sorprender a los
defensores por detrás. El grueso de las fuerzas
estadounidenses iría hacia Barranquitas por un camino de
herradura y, bajando desde esta población, llegaría
a la Carretera Central detrás del Asomante para efectuar
un ataque de sorpresa.
El día 12 a las diez y treinta de la mañana
salieron por la Carretera Central a iniciar su ataque una
batería de cañones halados por fuerza animal y una
compañía del tercer regimiento de
infantería. A la una de la tarde avistaron las posiciones
españolas, pero fueron recibidos con cañonazos
desde antes que tuvieran oportunidad de desacoplar los animales
para emplazar los cañones. Bajo fuego, situaron a estos
últimos poco más arriba de la casilla de caminero
que está al norte del Puente de las Calabazas, Los
defensores del Asomante reanudaron con mayor brío su fuego
de cañón, acompañado ahora con descargas de
fusil, de forma que obligaron a retirarse a los estadounidenses.
En esa acción murieron dos soldados estadounidenses y hubo
dos oficiales y tres soldados heridos. De las fuerzas
españolas, sólo un artillero resultó
levemente herido.
Esa noche, un teniente coronel estadounidense subió
al Asomante con bandera blanca y le propuso al comandante
español que se rindiera "para evitar más
derramamiento de sangre". Al amanecer del día siguiente,
un oficial español con bandera blanca llegó al
campamento estadounidense portando un telegrama de Macías
negándose. A pesar de esa negativa, las fuerzas
estadounidenses no reanudaron el combate. Tenían, desde
la noche anterior, un telegrama del Presidente McKinley pidiendo
la suspensión de todas las operaciones de guerra por
estarse a punto de acordar los términos de la paz. El
movimiento de franqueo por Barranquitas se había
suspendido en el momento en que la fuerza se ponía en
marcha.
Cuando al día siguiente a los españoles les
llegaron instrucciones similares, en los límites de ambos
campos militares se plantaron banderas blancas. Había
terminado el combate. Durante el resto del mes de agosto se
allegaban hasta las posiciones españolas grupos de
soldados estadounidenses sin armas ofreciendo cigarrillos y
comida a cambio de botones de uniformes y otros recuerdos
militares de los soldados españoles.
Antes de que se retirasen los españoles y se hiciera
oficial el cambio de soberanía, un capitán
estadounidense le envió una carta a la viuda de
Martínez Illescas. En ésta le ofreció su
más honda simpatía y le expresó su profunda
admiración al valor de su esposo. Le contaba en la carta
cómo, durante el combate de Coamo, Martínez se
paseó a caballo frente a sus tropas por lo menos seis
veces, exponiéndose a los disparos que sin
interrupción le hicieron por espacio de una hora, hasta
caer muerto. Le dio a entender que Martínez, viendo que
la derrota era inevitable y encontrando la rendición
personalmente inaceptable, vio en su propia muerte la
salvación de la vida de sus hombres y no la evitó.
Concluyó el capitán enemigo: "Su muerte fue la de
un héroe".
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