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Texto del Mes
Bertrand Russell (Trelleck, 1872 - Plas Penrhyn, 1970) destacó como filósofo y matemático. Escritor delicado y agudo, a quien el racionalismo y la elegante ironía inducían a soluciones con frecuencia paradójicas, pero siempre muy estimulantes. Pacifista intransigente, lo cual le valió cuatro meses de cárcel en 1916, al comienzo de la Gran Guerra. En 1955 dio a la imprenta el testamento espiritual de Albert Einstein, y se manifestó abiertamente en favor de la prohibición de la guerra atómica y de los conflictos bélicos en general. En 1940 su cargo en el City College de Nueva York dio lugar a una polémica extremadamente áspera, y provocó apasionadas protestas en algunos ambientes: se le reprochaba la exposición en forma singularmente cruda de sus opiniones acerca de la vida sexual.
Russell consideraba misión del intelectual la difusión de una cultura que habitúe a los hombres a la revisión de sus propias ideas y a la tolerancia mutua; la ciencia, en calidad de tal, no basta para la felicidad de los seres humanos, quienes, en la consecución de tal objetivo, deben acudir al arte, al amor y al respeto recíproco. No fue un ejemplo de convencionalismo ni de adhesión a los valores establecidos. Buena parte de su obra es de contenido social y moral, en una vena inconformista muy poco apta para mentes esquemáticas.
En 1950 recibió el premio Nobel de Literatura. Algunas de sus obras más destacadas son: Principles of Mathematics (1903), Principia mathematica (1910, en colaboración con el filósofo A. N. Whitehead), Introduction to Mathematical Philosophy (1919), Analysis of Mind (1921), Analysis of Matter (1927), Marriage and Morale (1929), The Conquest of Happiness (1930), Education and the Social Order (1932), Satan in the Suburbs and Other Stories (1953), etc.
No nos ocuparemos aquí de sus aportaciones matemáticas, por ejemplo en
la teoría de conjuntos con su "teoría de tipos" o con su "teoría de
descripciones"; tampoco nos ocuparemos de su filosofía de las
matemáticas. Ni siquiera haremos el ejercicio de psicología que nos
llevara a analizar la
sui géneris
fuente de
creatividad que halló en su vida personal. Nos ocuparemos de
resumir su explicación sobre la naturaleza del método científico,
vertida en un librito salido de su pluma en 1949 con el título "The
Scientific Outlook". Dice allí Bertrand Russell:
"El método
científico ha sido descrito muchas veces, y no es posible, a
estas alturas, decir nada muy nuevo sobre el mismo. Sin embargo,
necesitamos describirlo una vez más, para luego hallarnos en
situación de considerar si existe algún otro
método de adquirir un conocimiento general. Para llegar a establecer una ley científica existen tres
etapas principales: la primera consiste en observar los hechos
significativos; la segunda, en sentar hipótesis que, si son
verdaderas, expliquen aquellos hechos; la tercera, en deducir de estas
hipótesis consecuencias que puedan ser puestas a prueba por la
observación. Si las consecuencias son verificadas se acepta
provisionalmente la hipótesis como verdadera, aunque
requerirá ordinariamente modificación posterior, como
resultado del descubrimiento de hechos ulteriores.
En el estado actual de la ciencia, ni los hechos ni las
hipótesis están aislados: existen dentro del cuerpo
general del conocimiento científico. El significado de un hecho
es relativo a dicho conocimiento. Decir que un hecho es significativo,
en ciencia, es decir que ayuda a establecer o a refutar alguna ley
general; pues la ciencia, aunque arranca de la observación de
lo particular, no está ligada esencialmente a lo particular,
sino a lo general. Un hecho en ciencia no es un mero hecho, sino un
caso. En esto difiere el científico del artista, quien, cuando
se digna observar los hechos, es probable que se fije en ellos en
todos sus detalles. La ciencia, en su último ideal, consiste en
una serie de proposiciones dispuestas en orden jerárquico;
refiérense las del nivel más bajo en la jerarquía
a los hechos particulares, y las del más alto, a alguna ley
general que lo gobierna todo en el universo. Los distintos niveles en
la jerarquía tienen una doble conexión lógica:
una hacia arriba y la otra hacia abajo. La conexión ascendente
procede por inducción; la descendente, por
deducción. Con otras palabras, en una ciencia perfeccionada
procederíamos como sigue: los hechos particulares A, B, C, D,
etc., sugieren como probable una determinada ley general, de la que,
si es verdadera, todos son casos. Otra serie de hechos sugiere otra
ley general, y así sucesivamente. Todas estas leyes generales
sugieren, por inducción, una ley de un mayor grado de
generalidad, de la cual, si es verdadera, son casos aquellas otras
leyes. Habrá muchas otras etapas al pasar de los hechos
particulares observados a la ley más general que se ha
descubierto. De esta ley general procederemos, en cambio,
deductivamente, hasta llegar a los hechos particulares de los que ha
arrancado nuestra inducción anterior. En los libros de texto se
adopta el orden deductivo; el inductivo se sigue en el laboratorio.
La única ciencia que hasta ahora se ha aproximado, en
cierto modo, a esta perfección es la física. El
análisis de ésta nos ayudará a concretar la
noción abstracta que acabamos de exponer sobre el método
científico.
Galileo, como sabemos, descubrió la ley de caída
libre de los cuerpos en la proximidad de la superficie
terrestre. Descubrió que, prescindiendo de la resistencia del
aire, caen con una aceleración constante, que es la misma para
todos. Ésta fue una generalización deducida de un
número de hechos relativamente pequeños, a saber: de los
casos de los cuerpos que caían, cronometrados por Galileo; pero
su generalización fue confirmada por todos los experimentos
subsiguientes de índole análoga. Lo obtenido por Galileo
fue una ley del orden más ínfimo de generalidad, una ley
lo menos apartada posible de los hechos en sí. Mientras tanto,
Kepler había observado el movimiento de los planetas y
formulado sus tres leyes relativas a sus órbitas.
Éstas, también, eran leyes del más ínfimo
grado de generalidad. Newton reunió las leyes de Kepler, la ley
de Galileo de caída libre, las leyes de las mareas y lo que era
conocido acerca de los movimientos de los cometas, y estableció
una ley general, a saber: la ley de gravitación que las
abarcaba a todas. Esta ley, además, como sucede ordinariamente
con una generalización afortunada, demostró, no
sólo por qué las anteriores leyes son verdaderas, sino
también lo que tenían de incorrectas. Los cuerpos en la
proximidad de la superficie terrestre no caen con una
aceleración enteramente constante; a medida que se acercan a la
tierra, la aceleración aumenta ligeramente. Los planetas no se
mueven exactamente en elipses: cuando se aproximan a otros planetas,
son arrancados un poco de sus órbitas. Así, la ley de
Newton reemplazó a las antiguas generalizaciones. Pero no se
habría podido llegar a ella si no hubiera sido por las
anteriores. Durante más de doscientos años no
apareció ninguna nueva generalización que absorbiese la
ley de gravitación de Newton, como ésta había
absorbido las leyes de Kepler. Cuando, por fin, Einstein
encontró dicha generalización, colocó a la ley de
gravitación en la compañía más
inesperada. Con sorpresa de todos, resultó ser esta ley una ley
de geometría más que de física, en el antiguo
sentido. La proposición con la que tiene más afinidad es
el teorema de Pitágoras, que dice que el cuadrado de la
hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. Todo
estudiante aprende la demostración de esta proposición;
pero sólo los que leen a Einstein se enteran de su
refutación ..."
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