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Aprendizaje por Ensayo y Error: Las cajas del problema de Thorndike

 

Este americano pensó, de acuerdo con la idea original de Darwin, que sería bueno elaborar una teoría de la inteligencia animal; y entendió que la inteligencia debía ser estimada mediante la capacidad de los animales para resolver problemas, pero problemas planteados de forma objetiva.

 

Decidió empezar (y terminar) estudiando la inteligencia de los gatos enfrentándolos a lo que él llamó “cajas problema”; en realidad, eran cajas de fruta modificadas por el propio Thorndike, que disponían en su interior de una serie de cuerdas y pestillos que era necesario activar para poder salir de ellas.

 

Midió entonces el tiempo que los felinos tardaban en escapar de esas cajas, y así consiguió, Thorndike decía que por primera vez, una medida objetiva de la inteligencia animal. Thorndike construyó unos tres o cuatro modelos con diferentes mecanismos de apertura y, ¡oh sorpresa!,  ninguno fue activado de manera inteligente por ninguno de los gatos.

 

Los dispositivos de apertura, repito que ideados por él mismo, eran muy complejos: cualquiera que los observe dirá que fueron pensados para dejar al gato como un tonto: objetivamente, eran problemas muy difíciles; repito: ningún gato supo cómo abrir aquellas puñeteras cajas (los más listos fueron aquellos que, vistas las dificultades, se echaban una buena siestecita durante los ensayos). Cualquiera con dos dedos de frente habría hecho un poco de autocrítica y reconocería que esas cajas no eran apropiadas para medir la inteligencia de un gato.

 

Pero Thorndike, el pobre, no tenía ni un dedo siquiera de frente, y concluyó que la estupidez no era de él ¡sino de los gatos! Y no sólo ellos: así por las buenas Thorndike extendió sus estudios con gatos ¡a todo el reino animal! Pero lo peor de todo no es eso: este ejemplo de estupidez humana, se reprodujo como un virus entre casi todos los psicólogos estadounidenses, y la mayoría de ellos dio por buenas y válidas las observaciones y conclusiones de aquel estúpido en aquella estúpida situación; veamos en detalle cuáles fueron las conclusiones de Thorndike… merece la pena para saber lo que es una mala investigación.

 

Según él los gatos mostraban un comportamiento en la caja completamente azaroso, pues ni cuando, por casualidad, lograban activar los dispositivos de apertura, veían la lógica del mecanismo: tras desactivar de forma correcta los cierres en un ensayo, en el siguiente se mostraban igual de tontos.

 

No había rastro de reflexión ni de pensamiento en esos animales, aunque como con los sucesivos ensayos el tiempo que empleaban para escapar era menor, Thorndike decía que los gatos, aunque carentes de inteligencia, sí parecían tener algo de memoria. Esa memoria eran asociaciones de lo más simple, asociaciones entre representaciones de estímulos y respuestas (E-R). ¿Podía haber alguna explicación más simple, más parsimoniosa, y más “científica”, que reducir toda la psicología de un animal a una memoria de asociaciones E-R?

 

Thorndike se anduvo comiendo la cabeza con su estúpida teoría, y dio respuestas a algunas preguntas que él mismo se planteaba, como por ejemplo: ¿por qué algunas de esas asociaciones eran parte de nuestra memoria y otras desaparecían? Él se respondía a sí mismo aludiendo al tercer componente de su teoría (el primero era el estímulo y el segundo la respuesta): el refuerzo. Hay algo que no hemos comentado de sus experimentos: cuando el gato lograba salir de la caja podía comer de un plato situado afuera (por cierto creo que en esto acertó y puso pescado, aunque cuentan las malas lenguas que inicialmente había intentado usar como refuerzo espinacas cocidas en agua con sal).

 

Esta comida, el refuerzo, fijaba las conexiones entre los estímulos (Es) que el animal percibía y las Rs (respuestas) azarosas que emitía; o dicho de otra forma: si una R emitida ante el E “de turno” (siempre hay alguno) proporcionaba alguna consecuencia placentera para el animal, esto es, tenía un efecto positivo, la asociación entre ese E y esa R se fortalecería en la memoria, de forma que en el futuro el animal emitiría esa R cuando se topase con ese E. Por esto llamó a su teoría Ley del efecto.

 

Nuestro protagonista hizo otros experimentos realmente muy poco cuidadosos (ya lo sé: parece increíble que hiciera peores estudios, pero así fue), en los que trataba de evaluar si esos gatos podían aprender mediante imitación. ¡Oh! sorpresa, sus resultados fueron de nuevo negativos. Los primeros trabajos demostraban que los gatos no tienen inteligencia aunque sí memoria de asociaciones E-R, y los de ahora le demostraban que los gatos no tenían tampoco capacidad para aprender por observación.

 

En estos últimos estudios un gato “experto” servía como  modelo a otro que simplemente estaba fuera de la caja; como “el aprendiz” no parecía salir de la caja más rápido que otros gatos no expuestos al modelo, Thorndike concluyó que en esa especie no había aprendizaje por imitación. Tampoco aquí estuvo muy sembrado nuestro amigo que digamos. Estos experimentos sobre aprendizaje vicario eran doblemente nefastos: primero porque seguían usando las mismas cajas problema, y segundo porque en ningún momento Thorndike hizo nada para sostener la atención del gato aprendiz sobre su modelo: si no observaban al modelo, y en realidad no tenían ningún motivo para hacerlo, ¡¿cómo es posible decir que los gatos no aprenden por observación?!

 

Thorndike daba explicaciones verdaderamente parsimoniosas del comportamiento de los organismos, pero en realidad más que parsimoniosa su teoría era simplista, pues trataba de reducir todo el comportamiento a un mismo esquema, con lo que ya no se podían establecer comparaciones entre las posibilidades intelectuales de los animales: todos aprendían bajo los mismos principios. De esta forma el proyecto de Darwin tomaba un camino muy diferente al que él había pensado, y continuando el tiempo llegó a ser completamente olvidado, pues finalmente los conductistas (Watson, Skinner) terminaron por decir que la psicología no tenía nada que ver con el proceso evolutivo: que una cosa era la biología y otra la psicología.

 

Las ideas de Thorndike fueron recogidas por Watson y los restantes conductistas: lo único que hicieron fue eliminar la idea de que esas asociaciones E-R eran mentales. El conductismo encontró los vientos favorables de la filosofía de la ciencia dominante en aquella época: el Positivismo lógico del círculo de Viena (también llamado Operacionalismo). Según esta filosofía las ciencias debían tomar como referente a las matemáticas y la física, esto es, ciencias que trabajan con hechos objetivos que pueden ser operacionalizados, esto es, formulables en términos matemáticos (símbolos). De esta forma se rechazaba todo concepto que no pudiese ser observado y representado mediante un número o una letra: la mente, la intención, el placer, el dolor, no eran científicos.

 

Pero aunque los conductistas terminaran por traicionar el proyecto inicial de hacer una psicología que explicara el proceso de formación de las especies, y aunque fuese el conductismo la psicología dominante hasta mediados del siglo XX, no toda la psicología fue conductista. Aunque ahora ya no se les nombre, muchos psicólogos que se dieron en llamar “funcionalistas” siguieron trabajando bajo la idea de situar los procesos psicológicos dentro del marco evolutivo. A diferencia de Watson, que impresionado por los trabajos de Pavlov y Thorndike quería dejar por inútiles e incomprensibles aspectos psicológicos como la intencionalidad o la conciencia, hubo muchos otros que trataron de entender estos conceptos tomando como base su función en la adaptación al medio.

 

Personajes como Yerkes, que escribió un libro titulado Psicología Comparada, William James, Jhon Dewey, o James Mark Baldwin, que fue el que inspiró toda la teoría de Piaget, permanecieron fieles al principio evolucionista, según el cual la inteligencia no es otra cosa que adaptación. La figura de Dewey fue decisiva para el sistema educativo americano y en su haber cuenta también con importantes artículos teóricos para la Psicología en los que se critica el concepto de arco reflejo: E-R.

 

Por mi parte, y aún a riesgo de ser etiquetado como antropomórfico por mis colegas, si yo tuviera que juzgar la tesis de Thorndike (1898), diría lo siguiente. En primer lugar que es imposible pensar en ningún comportamiento azaroso, ni tan siquiera los movimientos del gato en una situación tan difícil: todos esos movimientos iban dirigidos a una meta: salir de la caja. Esto se ve claramente al COMPARAR a los gatos que intentaban salir con los que intentaban dormir: para unos estar ahí era un problema mientras que para otros no: son, como siempre, los sujetos los que definen sus propios problemas.

 

Por otro lado el supuesto azar no era tal, más bien podríamos decir que el gato alcanzó a dar con el mecanismo de apertura mediante un movimiento cuya intención no era activar un dispositivo que no podía entender y que por tanto no podía entrar en sus planes, pero desde luego podemos pensar que su intención era la de salir (por eso arañaba y mordía la caja en lugar de, por ejemplo, lamerse, rascarse o dormir). Me gustaría encerrar a Thorndike en una habitación y observarle a través de un espejo como los de los interrogatorios policiales en las pelis (o verle como uno de los protagonistas de Cube).

 

Apuesto a que un vago como él sería de los que se queda dormido, me da igual: si él duerme yo también, ya le despertaría el hambre… entonces empezarían mis observaciones. Es como si lo viera. Empezaría por ir hacia la puerta, agarraría el pomo e intentaría forzarlo… Frío, frío, Thorndike.

 

Después quizás cogiera impulso para intentar derribar la puerta con su hombro… Ja, ja ¡no das ni una tío! Me he gastado una fortuna en esa habitación, he renunciado a vacaciones para ahorrar lo suficiente y comprar una puerta blindada. El sistema de apertura consta de tres pasos: en primer lugar has de arañar la puerta: sólo cuando empiece a desprenderse la pintura entenderé que la respuesta es correcta; después has de dar 4 vueltas, alternando derecha e izquierda, por ese orden, sobre la baldosa que hace esquina frente a la puerta; y finalmente, tocar con el pulgar izquierdo el borde superior del marco de la ventana. ¡No me iba a reír nada!

 

Es posible que tras 8 o 10 horas hubiera realizado las tres respuestas correctas; sólo entonces le abriría la puerta para dejarle entrar en otra habitación donde pudiera comer algo. Un poco de descanso y venga, a por el siguiente ensayo: ¡a ver si ahora estás un poco más inteligente tío! No creo que fuera consciente de esas tres respuestas aunque sí descartaría algunas, como por ejemplo tratar de derribar la puerta o de forzar el pomo (lo cual también me hace pensar que ¡se tiene memoria de las conexiones que no han logrado llevar al éxito!). Quizás esta vez empleara menos tiempo, pero de nuevo sin comprender nada de lo que yo había dispuesto… Y así hasta que tras 90 o 100 ensayos aprendiera lo que yo había tramado.

 

Moraleja: cualquiera de nosotros puede quedar como un inepto si quien ha de evaluar su inteligencia es un tonto.