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Fonemas

Como dice Marvin Harris la capacidad lingüística del hombre es un negocio redondo: partiendo de un material de deshecho, el anhídrido carbónico, producimos un grupo reducido de elementos (los fonemas) con el que podemos comunicar infinitos mensajes sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestra experiencia. Con un número limitado de elementos podemos generar infinitos mensajes. La lengua con un menor número de fonemas que se conoce es el hawaiano con 13, el inglés, dependiendo del autor que se consulte, tiene entre 35 y 40. Para que os hagáis una idea, con 10 fonemas seríamos capaces de formar 10.000 palabras diferentes compuestas cada una por 4 fonemas. En principio con tan sólo 2 (como por ejemplo el código binario de 1 / 0 que usan los programadores – que no los ordenadores – en Informática) podríamos formar también un número ilimitado de mensajes, pero cada palabra debería ser muy larga para diferenciarse de las demás.

Los fonemas sólo deben cumplir una condición: que sean diferentes para los hablantes de esa lengua, esto es, que los hablantes nativos puedan percibirlos como diferentes. Nosotros, castellano hablantes, hablamos de los fonemas /b/, /c/ o /p/ porque nos permiten diferenciar, por ejemplo, [bola] de [cola], o [pata] de [bata]. La pregunta entonces es la siguiente: ¿cómo somos capaces de diferenciar los fonemas? Una respuesta obvia es que los fonemas se distinguen de forma “natural”, que de la misma manera que diferenciamos el rosa y el rojo, o el azul y el violeta, distinguimos los sonidos [p] y [b]. Según algunos autores, nuestro sistema auditivo podía haber evolucionado de una forma muy específica para poder desarrollar nuestro sistema lingüístico; concretamente podríamos suponer la existencia de  una especie de “detector de fonemas” controlado por uno de esos genes “fantasma” de los que siempre hablan pero que nunca nos han mostrado. Sin embargo esta teoría no parece ser cierta. En primer lugar porque al  igual que los humanos, roedores, monos e incluso algunas aves, también pueden diferenciarlos; en segundo lugar por el efecto McGurk-McDonald

Nosotros no podemos conocer los fonemas de un idioma grabando el habla de dicho idioma y analizando después los rasgos físicos contenidos en esa grabación: necesitamos conocer cuáles de las muchas, infinitas, diferencias que existen entre dos fonemas son las que en ese idioma sirven para distinguir dos palabras, es decir, es imprescindible conocer cómo usan los fonemas los hablantes de esa lengua para conocer cuáles de las muchas diferencias que aparecen en el análisis espectrográfico son las que en esa lengua definen a un fonema. Este hecho es el que lleva a muchos lingüistas y psicólogos a caracterizar a los fonemas como “representaciones mentales” de una “onda física”, sin embargo eso es como no decir nada, es comprometerse con un acto de fe pues, en el fondo, decir eso, que el hombre escucha fonemas porque tiene mente, es lo mismo que decir, por  ejemplo, que el hombre es moral porque tiene alma. Nadie ha visto ni verá jamás ni la mente ni el alma.

La selección de los fonemas no se puede explicar atendiendo a criterios únicamente anatómicos, o dicho de otra forma, no existe una forma natural de seleccionar fonemas. Al comparar diferentes lenguas en sus rasgos fonéticos o acústicos (mediante un espectrógrafo), vemos cosas que no somos capaces de percibir por el oído, pero que los hablantes nativos sí, y lo  mismo les sucede a ellos con nosotros. Por ejemplo, para un chino es imposible diferenciar el sonido [r] del sonido [l] de forma que para ellos no existe diferencia entre [rata] y [lata]. De la misma forma nosotros somos incapaces de percibir diferencias entre muchos de los fonemas chinos. Cuando un rasgo fonético sirve para diferenciar dos palabras de un mismo idioma es un fonema, de tal forma que de los muchos rasgos fonéticos que diferencian a un fonema de otro, sólo uno es un rasgo fonémico. Por ejemplo, acústicamente [p] se diferencia de [b] en que la primera es sorda y la segunda sonora, ese es el rasgo fonémico que diferencia [paso] y [vaso] pero además, cuando pronunciamos [p] en [paso] soltamos también un pequeño golpe de aire que podemos notar si acercamos la manos a la boca en el momento de pronunciarla, y eso no ocurre con b. Ese rasgo fonético se llama aspiración y sin embargo no tiene naturaleza fonémica, pues ni en el ingles ni en el castellano existen dos palabras que se diferencien usando ese rasgo de la p. Esas variaciones fonéticas que se encuadran dentro de una misma categoría fonémica (en nuestro caso dentro del fonema [p]) se llaman alófonos.

Si nos preguntamos cómo es que hay diferentes fonemas según la lengua, debemos responder que, de forma arbitraria, cada lengua establece su propio conjunto de fonemas (y recordad que decir “arbitraria” es reconocer en el fondo que no sabemos porqué). Cada uno de nosotros, como ya sabemos, podríamos haber adquirido cualquiera de esos conjuntos fonémicos, pues nadie viene a este mundo preparado exclusivamente para adquirir los fonemas de la lengua de sus padres: si hubiésemos nacido en China habríamos adquirido los fonemas chinos de la misma manera que tenemos los del castellano por haber nacido en España. Así pues debemos pensar que si ahora no somos capaces de distinguir muchos de los fonemas de las lenguas extranjeras, es porque “perdemos” facultades a lo largo de la vida; esa capacidad para discriminar fonemas, cualquier fonema, ha de estar presente en algún momento temprano de nuestra vida (pues repito, basta con nacer en un determinado lugar para hablar la lengua de ese sitio) y evidentemente con el paso del tiempo perdemos esa habilidad. Los bebés efectivamente pueden captar todas esas diferencias que se reflejan en el espectrógrafo: mediante la técnica de SNN  sabemos que al menos durante los 3 primeros meses de vida los bebés distinguen los fonemas de cualquier lengua, pero a partir del cuarto empiezan a especializarse y sólo captan ya los de su lengua concreta.

 

Keywords: fonemas, lenguaje, palabras.