17

VALS DE MEFISTO

Sergio Pitol

 

Al abrir el bolso de mano para buscar sus cremas, el pijama de seda azul que su hermana Beatriz le compró en la India y en cuyo interior tan a gusto se sentía, las pantuflas y el frasco de somníferos, cayó a sus pies la revista (¡habría podido jurar que la tenía guardada en la maleta negra!) para nuevamente perturbarla y hacerle difícil ya el reposo. Volvió a pensar en la coincidencia que hizo que esa misma mañana, cuando trataba por enésima vez de persuadir a Beatriz del desgaste de su vida matrimonial y de la certidumbre que Guillermo opinase lo mismo, e insistía en que esa tregua les había hecho conocer el sobrio placer de vivir separados, llegara su cuñado a entregarle la revista donde aparecía ese Mephisto-Waltzer que oblicuamente parecía corroborar sus argumentos y de cuyo eco no había logrado desprenderse en todo el día. Había pensado no volver a leerlo sino hasta que estuviera debidamente instalada en su casa, después del baño, el desayuno y un poco de reposo. Pero ¿Cómo resistir a la tentación cuando la revista había vuelto a caer en sus manos? Así que una vez tendida en la litera, el pelo cepillado, envuelta en su querido pijama azul, el sedante ingerido, volvió a leerlo, y esa lectura ya no solo la molesto sino que le produjo una angustia desmedida cuando entre el chirrido reiterado de las ruedas reencontró la voz de Guillermo, su ritmo y su dicción, el jadeo respiratorio, y llego hasta a percibir las pausas producidas por la aspiración o la expulsión del humo de un cigarrillo. Lo leyó sin interrupciones, era un texto breve. Una mezcla de cólera y despecho se le fue acercando para insinuarle que asida a esos sentimientos ásperos podría escapar de la angustia. Volvió a repetirse que lo natural hubiera sido recibir ese cuento, para, como siempre, ser ella quien lo pasara a la redacción; hasta donde recuerda en los años que llevaban de conocerse, aún antes del matrimonio, cuando eran ese par de estudiantes alegres y un tanto truculentos que asistían a la Facultad de Filosofía que a ella tanto le gusta evocar, él no había publicado nada que antes no hubiera sido leído por ella, comentado y discutido por ella. Sí, era posible que en Viena el hubiese llegado a las mismas conclusiones que esa mañana había tratado de hacerle comprender a su hermana, y que la publicación de ese ``Vals´´ sin advertencia alguna fuera el modo de anunciárselo. ¿Un desafío? Tal vez no, sino una manera cortes de indicarle que entre ellos las cosas eran ya de otra manera.

 

El contenido de esta página requiere una versión más reciente de Adobe Flash Player.

Obtener Adobe Flash Player