DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2001, 21, 487-559.

Martha Eugenia RODRÍGUEZ. Contaminación e insalubridad en la ciudad de México en el siglo XVIII, México, Facultad de Medicina/UNAM [Serie Monografías de Historia y Filosofía de la Medicina, nº 3], 2000, 209 pp. ISBN: 968-36-7271-X.


Nos encontramos ante una obra que abarca el estudio del saneamiento ambiental en la ciudad de México durante el periodo de la Ilustración. La autora analiza el medio ambiente, la contaminación y los factores que la producen (basureros, lodazales, inmundicias, aguas estancadas, muladares, cementerios, etcétera). Paralelamente realiza un exhaustivo estudio de las políticas establecidas por las autoridades virreinales en materia de salud públi-ca: los propios virreyes, el Ayuntamiento a través de la Junta de Policía, el Real Tribunal del Protomedicato, los médicos, y una parte ilustrada de la elite colonial. Todos ellos fueron conscientes del problema de la insalubridad, como se deduce del abundante material recogido en bandos y reglamentos. En su conjunto se trató de una pequeña comunidad científica que analizó y trató de solucionar los problemas que afectaban a un alto porcentaje de la población, por no decir la población mexicana en su totalidad. Ello bajo el paradig-ma de la teoría miasmática, aerista y circulacionista, precedente de la teoría microbiológica. 

Utilizando una gran cantidad de fuentes primarias proveniente de los principales archivos mexicanos (Archivo General de la Nación, Archivo Histó-rico del Distrito Federal, Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, Archivo Histórico de la Facultad de Medicina) y extranjeros (Archivo General de Indias, American Collection del Wellcome Institute) la autora analiza pormenoriza-damente la problemática que existía en la ciudad y las soluciones propuestas para su mejora por los distintos organismos mencionados. El texto nos deja ver la importancia que alcanzó la higiene a finales de la centuria ilustrada produc-to de las ideas innovadoras de buena parte de la elite culta mexicana. 

Los capítulos abarcan todos los vectores susceptibles de contaminar la ciudad: el aire viciado, la insalubridad de las calles, la recolección de basura, la ubicación de los cementerios, las letrinas y el abastecimiento de agua, haciendo una mención especial a los lugares de uso común como mercados, puestos callejeros, carnicerías, tocinerías, panaderías, baños, lavaderos y boticas. 

La autora destaca la contradicción existente en la actitud de aquellos que cuanto mas sufrían la insalubridad menos dispuestos estaban a colaborar con las medidas establecidas por las autoridades. 

La interacción entre saber y poder, entre el conocimiento científico y la acción política posibilitó la adopción de medidas de saneamiento eficaces (no debemos olvidar la fe en el progreso y en las denominadas «ciencias útiles» además de la vertiente estética embellecedora de la ciudad, actitud claramente ilustrada). 

No obstante se reseñan, también, las claras desigualdades sociales en los temas sanitarios con la restrictiva aplicación de las medidas propuestas al centro de la capital novohispana —ocupada por españoles y criollos adinera-dos—, y que olvidaba y marginaba los arrabales y barrios habitados por pobla-ción indígena (caso de las parroquias de San Juan de Tenochtitlán y Santiago Tlatelolco). La periferia quedó exenta de las medidas tomadas e incluso llegó a servir de zona de almacenaje de los desperdicios y suciedades extraídos de la zona centro. Esta marginación indígena y su consecuente conflicto todavía se mantiene irresoluto, como hemos podido constatar recientemente, en la sociedad mexicana de hoy. 

El contacto personal, el agua contaminada y el aire viciado configuraban el hábitat de los denominados miasmas. La creencia en su existencia y el desarrollo de la teoría miasmática explicaban satisfactoriamente el que las enfermedades se cebaran con los habitantes de los lugares más sucios. La idea no era nueva, el ambientalismo hipocrático volvía a estar en boga en los círculos de discusión de las ideas médicas ilustradas. 

El binomio progreso-contaminación ha permanecido inseparable desde las primeras acciones humanas. La contaminación del aire como problema de salud pública, la capacidad diferenciadora entre suciedad y limpieza son cues-tiones que se enfatizaban en la sociedad del setecientos. Entender la suciedad como amenaza (malos olores, aguas estancadas, materias fecales, cadáveres, orines, lodazales y basuras) fue una de las grandes apuestas de las elites ilustradas y el inicio de las campañas de saneamiento ambiental. Se trataba de evitar retener y concentrar las sustancias en proceso de desecho y descompo-sición; esto es, ayudar al mantenimiento de la circulación continua del aire y del agua. La idea del movimiento como purificación y, en última instancia, la desinfección fueron las medidas rectoras de esta política. Eliminar aquello que estorbara la circulación del aire era el objetivo y para ello era necesario ventilar iglesias, mercados y hospitales. Los miasmas eran producidos por los seres humanos y por los animales pero también por los pantanos y por el propio suelo terrestre y circulaban libremente por el aire. 

No será hasta la aceptación de la teoría microbiológica y el surgimiento de la bacteriología en la segunda mitad del XIX cuando se desterraron las ideas del aerismo. 

En cuanto a los protagonistas de las acciones salubristas destacan las instituciones ilustradas, dentro de una establecida jerarquía piramidal de po-der, desde el virrey hasta el último funcionario: asentistas, jueces, intelectuales, arquitectos, curas y médicos. Se implicaron entidades públicas y personas privadas, ayuntamiento, Real Tribunal del Protomedicato, la Iglesia y algunos habitantes sensibles con la problemática. No obstante el grueso de la pobla-ción permaneció ajena a la discusión y aceptó de mala gana las medidas adoptadas por su incomodidad. 

El saber médico, junto al avance de los conocimientos técnicos en materia de obras públicas, se adquiría en instituciones de la corona. La Real y Pontificia Universidad que formó al grupo de médicos que ejercitaban el poder en el Tribunal del Protomedicato y la Academia de San Carlos (1781), donde se formaron de manera especial los arquitectos y donde se cultivaron algunas de las ciencias denominadas modernas. 

La conciencia de la salud pública y la limpieza como un bien se rastrea en la multiplicidad de bandos y ordenanzas de policía médica. El reto era enorme: la basura existente, el lodo, los excrementos humanos y animales, todo tipo de desperdicios, lo desigual del pavimento, los desechos abandonados fuera de las tocinerías y rastros, los criaderos de moscas formados en ellos y en las caballe-rizas, las aguas estancadas y las sepulturas mal hechas. Todo ello contribuía a mantener un estado de permanente actividad miasmática. 

Frente a ello, el protomedicato denunciaba que los miasmas eran la causa principal de la aparición de enfermedades, incluida la enfermedad de la viruela. 

En el centro se barrían, se empedraban y se alumbraban las calles, circu-laban los carros recolectores de basura y se instalaron fuentes de agua. Los arrabales no existieron en estas políticas municipales o, mejor dicho, sí existie-ron para ser los depositarios de la basura recogida en el centro. No obstante el ambiente insalubre persistió y las ordenanzas y bandos se multiplicaban, en igual proporción, muestra la autora, que los innumerables vericuetos burocrá-ticos que afectaban a las denuncias. 

El programa de salud pública fue más completo en el discurso teórico que en la práctica y sí llevó aparejado un progresivo cambio en el campo de la higiene, no obstante las deficiencias que se observan en las obras de sanea-miento, la frecuente falta de cooperación de los habitantes y, en ocasiones, la nula efectividad de la inspección sanitaria oficial, fueron soluciones parciales, localizadas en el centro de la ciudad de México, como la creación del sistema de desagüe subterráneo. 

Nos encontramos, pues, ante un excelente libro que nos acerca a la ciudad de México en el último periodo virreinal, y a un atento análisis de la proble-mática ambiental urbana, cuestión que está siendo atendida especialmente por la historiografía de la ciencia de carácter multidisciplinar recientemente. Qui-zás se echa de menos un aparato iconográfico más rico, que obviamente tendrá más que ver con las políticas editoriales. La autora, doctora en historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM desempeña tareas docentes e investigadoras en el Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores mexicano. 

MIKEL ASTRAIN GALLART Universidad de Granada