La utilidad del texto reside, de una parte, en su actualización del debate científico racial adentrándose, por primera vez, en la ciencia posterior a los años sesenta. Por otra, Kohn rompe con la creencia de muchos científicos antirracistas en que las investigaciones raciales son pueriles y que lo mejor para minimizarlas es no entrar en ellas. Como demuestra el autor, el racismo científico no ha desaparecido y cuenta en la actualidad con aportaciones numerosas desde áreas científicas diferentes: psicología, paleontología, antro-pología física, etc. Pero no sólo esto, la complejidad y ambigüedad de muchos discursos científicos raciales deterministas hace necesario un acercamiento frontal y transparente al tema y un amplio debate social pues, parafraseando la ironía de Roland Barthes, el discurso racista es como el demonio que siempre pretende hacernos creer que no existe.
La historia de la ciencia ha argumentado sólidamente dos reflexiones esenciales en nuestras sociedades contemporáneas multirraciales. De una par-te, que el racismo científico no es una ejemplo de mal uso de la ciencia (apropiación o corrupción racista de conceptos científicos neutrales) sino que las ideologías racistas han producido conocimiento científico racista. Pero otra cuestión clave, como señala Kohn, es que la ciencia no es un discurso unívoco y uniformemente consensuado, no tiene una única voz, sino que en diversos contextos coetáneos la biología de la raza adquiere significados diferentes.
Kohn comienza mostrando como la simpatía por las teorías raciales de la Sociedad Antropológica de Viena, que ha mantenido abierta una galería dedi-cada a las razas aún a mitad de los años noventa, se ha extendido a otras sociedades de influencia germana donde los conflictos raciales se han actuali-zado a raíz de los conflictos de identidad nacional de la antigua Yugoslavia.
A lo largo del siglo XIX, el cráneo fue para los científicos el marcador biológico de la superioridad racial de los blancos y, también es de finales de ese siglo la idea romántica de raza atribuida a Joachim Gottfried Herder. Esta concepción romántica, fundamento de las teorías de la diferencia racial, de- fiende que cada raza tendría su Volksgeist o alma inmanente peculiar. La fundamentación anatómica de las jerarquías raciales encontró sustitución en la genética de poblaciones desarrollada a partir de la década de los treinta de nuestro siglo. Hasta 1950 dominaron, sin embargo, formas tipológicas de pensar en lugar de poblacionales, que alimentaron (y se generaron en) las fuertes tensiones raciales de la época, sobre todo en EE.UU. El informe UNESCO de 1950, en el contexto de la descolonización y de las políticas antisegregacionistas, vino a declarar la insostenibilidad científica de la diferen-cias raciales, aunque el consenso mayoritario entre genetistas y antropólogos físicos aún no se ha logrado. Como señala Kohn, siguen publicándose artículos científicos prorraciales en revistas bien conocidas (Current Anthropology y Mankind Quaterly) y, aún, se sostiene oficialmente la inferioridad intelectual de los africanos, incluso por representantes de la Oficina de Población alemana, en un foro internacional como la reciente conferencia de El Cairo. A las ideas científicas recientes sobre la debilidad del concepto de raza contribuyó, de forma decisiva, una concepción de evolución basada en la capacidad mental en lugar de las influencias medioambientales. Ideas, como señala Kohn, bastante convenientes en el nuevo contexto de las sociedades postcoloniales interesadas en la flexibilidad económica y el logro individual. De este capítulo dos se extrae una conclusión clara que fundamenta la advertencia de Kohn a los científicos progresistas: la vieja tradición de ciencia racial ha tenido la habili-dad de pervivir y consolidarse institucionalmente en una segunda generación de profesionales. Por tanto, estas ideas racistas, y los científicos que las produ-cen, no están enquistadas en lo que podríamos llamar pseudociencia sino que se desarrollan en el seno mismo de la ciencia.
En el capítulo cuatro profundiza Kohn en las relaciones entre teorías evolucionistas, genética de poblaciones (orígenes de la humanidad) y raza. Es difícil hacer asociaciones simplistas aunque, en general, quienes defienden las teorías raciales parecen alinearse con las teorías del origen multirregional de la humanidad (Milford Wolpoff, Unviersidad de Michigan) mientras que quie-nes defienden el origen africano del ser humano (Chris Stringer, Museo de Historia Natural de Londres) suelen pertenecer a la nueva generación de los teóricos evolucionistas de la raza. Otras cuestiones, como la interpretación de los rasgos primitivos (plesiomorfy) como signos de inferioridad, encierran serios peligros de inferencias racistas. A mi entender, más grave, también desde una perspectiva de género, es la otra cuestión que señala Kohn: la sociedad occi-dental aún considera la cultura en su conjunto sólo como cultura material (tecnológica) olvidando que, como describió Lévi-Strauss, la consideración de otros aspectos de la cultura, como la organización familiar, mostraba, por ejemplo, la superioridad de los aborígenes australianos en su capacidad de articulación con el grupo social. En el capítulo cinco Kohn revisa los funda-mentos científicos de otro espacio de debate racista habitual: la discusión sobre las marcas atléticas en los deportes de elite que, con frecuencia, ponen el énfasis, exclusivamente, en las diferencias fisiológicas olvidando los compo-nentes culturales del deporte. En este tipo de argumentación es habitual la reaparición de ideas raciales, herederas del romanticismo, que contribuyen a destacar la primacía mental de blancos y la física de los negros.
Si la craneometría fue la tecnología racial por excelencia en el siglo XIX, el test de inteligencia es la del siglo XX y su icono el llamado factor g (capítulo cinco). El determinismo genético de la inteligencia se encuentra fundamenta-do en los experimentos en gemelos que, sorprendentemente, tanta difusión y acogida han tenido en medios populares. Sin embargo, no hay que olvidar que la heredabilidad de un rasgo dentro de un grupo no explica las diferencias entre grupos. Pero la critica más nítida a los test es la confusión entre corre-lación y causa. Kohn relata algunas de las pruebas científicas acumuladas que indican como, realmente, no está claro qué mide el factor g. En el siguiente capítulo, Kohn estudia dos contribuciones recientes, en revistas de solvencia internacional (Personality and Individual Diferences y Mankind Quaterly), que defienden una jerarquización racial en función de la inteligencia aunque no sitúan a los blancos en la cúpula.
El capítulo siete, Cave men with attitude, se centra en la polémica cuestión del afrocentrismo («a consciousness of the African origin of New World black people, an embracing of African cultural symbols, an assertion of kinship, and a belief that European bias has impeded the understanding of African and their culture», p. 152). Se trata del capítulo, a mi entender, más controvertido pues, frente a la meticulosa muestra de un punto de vista caleidoscópico en capítulos anteriores, en este allana la complejidad y aborda sobre todo los aspectos más extremos y peligrosamente racistas de este movimiento sin hacer justicia a su contribución a un equilibrio de fuerzas entre discursos y, desde luego, a las relevantes aportaciones intelectuales de los discursos de la diferen-cia. El origen del movimiento lo centra en Cheikh Anta Diop, un físico senegalés que veía en las críticas al concepto de raza un asalto a la identidad de los africanos. Kohn califica las concepciones del afrocentrismo como «pasadas de moda» y próximas al racismo tradicional, metiendo en el mismo saco cuestio-nes como la defensa del jazz afro-americano como la música clásica africana por el teórico Molefi Kete Asante, con las contribuciones de Léopold Sengor con su movimiento de la négritude. Kohn advierte que algunas fórmulas como la incorporación, en algunas universidades, del llamado Portland African-American Baseline Essays (un conjunto de lecturas en defensa de los orígenes africanos de la ciencia y la tecnología), están muy próximas a cierta pseudociencia que rechaza al paradigma científico tradicional y pueden encontrar una falsa co-bertura en el relativismo cultural. A mi entender, y sin menospreciar los riesgos del esencialismo, la posición de Kohn también corre el peligro de caer en cierto reduccionismo, epistemológicamente eurocéntrico, en la definición de qué es ciencia y conocimiento. Kohn menosprecia una amplia tradición intelectual que desde Josep Needham hasta la teoría postcolonial han reivin-dicado el interés de los conocimientos locales y no han asumido la autoproclamada superioridad de la ciencia occidental.
Las nuevas versiones conservadoras del multiculturalismo que sostienen la existencia de fundamentos biológicos en el etnocentrismo, son una muestra más de la complejidad de la cuestión racial en ciencia. Pierre van der Berghe, uno de sus representantes, aunque considera insostenible el concepto tradicio-nal de raza, sí admite que las diferencias genéticas poblacionales marcan comportamientos distintos. Precisamente, van der Berghe admite las diferen-cias en altura de los grupos étnicos de Ruanda y Burundi aunque se declara en contra de las consecuencias genocidas de estas diferencias. Sin embargo, otros antropólogos, como Alex de Waal, han señalado la imposibilidad de reconocer las diferencias entre twas, tutsis o hutus. El verdadero marcador étnico fue el carnet de identidad impuesto por el gobierno colonial Belga, en la década de los veinte, y que asignaba identidad Tutsi a quien contara con más de diez cabezas de ganado. Aunque las teorías de Van der Berghe fueron muy critica-das durante la celebración, en 1993, del congreso de la Association for the Study of Ethnicity and Nationalism por el efecto de naturalización del racismo, su pervivencia en el seno de la institución académica es un hecho.
La segunda parte del libro se abre con dos capítulos dedicados a otro de los escenarios del racismo, la población romaní. El discurso científico ha contribuido a fomentar no sólo la superioridad racial de los blancos (entendi-dos aquí como no gitanos) sino a construir una amenaza genética, por las altas tasas de nacimientos entre la población romaní, o una amenaza criminal por inclinaciones criminales genéticas. Como señala Kohn, (p. 183) hay un sistema de ciencia racial (race science system) constituido por un circuito de intercambio entre los profesionales de la ciencia o la medicina, los políticos, y la opinión pública. Este circuito se manifiesta claramente en la misma pervivencia tanto en el lenguaje periodístico como científico de clasificaciones y denominacio-nes con fines raciales y no étnicos (es muy habitual en medicina la mención «raza blanca», como si el hecho de no serlo comportara una diferencia bioló-gica; también es habitual encontrar en la prensa la mención a la «raza gitana» en noticias delictivas). Es complicado entender cómo la genética de poblacio- nes ha venido a desmantelar el mito de la pureza de sangre pero, a la vez, el proyecto Human Genoma Diversity Project explora la existencia de diferencias entre poblaciones. Para Kohn el interés no reside en las aportaciones aisladas de los estudios genéticos sino en un abordaje interdisciplinar combinando etnogénesis, biología, historia, antropología y lingüística, cuyo resultado no es una mera suma de parámetros. De hecho, el conocimiento de las relaciones históricas de los romanís con algunas castas de la India (jati) dan una nueva dimensión al argumento de la consanguinidad que se entendería no en rela-ción a comportamientos xenófobos, sino a antiguas prácticas culturales de casta. Sin embargo, no siempre, la interdisciplinariedad da buenos resultados y no es infrecuente la impregnación del discurso científico con retórica nacio-nalista. Desde esta perspectiva analiza detalladamente el estudio Genetic and Population Studies in Wales realizado en la Universidad de Gales en 1986, un estudio que en gran media recuerda algunos trabajos de antropología física en nuestro país, a la búsqueda de ese ideal romántico de lo genuinamente nacio-nal. Sin embargo, es paradójico, como señala Kohn, la tranquila acogida de este tipo de estudios en la vieja Europa, realizados por investigadores a los que se les supone una identidad europea común, frente a la cruda polémica sobre las diferencias raciales suscitada por el proyecto Human Genoma Diversity Project (HGDP) en comunidades indígenas. Al HGDP dedica Kohn el siguiente capítu-lo. Este proyecto científico ha recibido una gran contestación por parte de diversas comunidades indígenas que ven en él una cara más de la explotación capitalista o, incluso, la base para el desarrollo de armas biológicas selectivas. A pesar de las declaraciones explícitamente antirracistas y su voluntad de garantizar compensaciones económicas por la propiedad genética, el proyecto HGDP supone un enfrentamiento entre concepciones espirituales o simbólicas de identidad y concepciones materiales, pues muchos grupos culturales indíge-nas no reconocen una autoridad superior a la ciencia occidental a la hora de definir su identidad.
En las conclusiones Kohn propone una definición de racismo como «any ascription of deeper significance to the physical traits associated with various populations» (p. 280). También advierte de la posible reaparición del racismo científico al socaire del clima intelectual de la época e, incluso, de su agudi-zación en versiones popularizadas. Es, por ello, necesario no eludir los debates raciales y no simplificar las relaciones entre biología y naturaleza. «It is true that the only certain races is the human race. Perhaps, however, the time has come to explore how biological variations and social constructions are related. Dealing with difference may be easier said than done. But denial no longer appears to be an option» (p. 285).
Empiezo a sospechar, tras años de lectora, que nadie escribe libros con mis gustos de digestión y ordenamiento. Así que esta crítica no se la voy a hacer al texto. The race gallery es una excelente muestra de la actualidad y complejidad de la cuestión racial en el campo de la ciencia. Una de sus contribuciones esenciales es mostrar la continuidad, en la pervivencia del racismo, tanto histórica (desde el romanticismo alemán hasta nuestros días), como discursiva (de los textos científicos a la opinión pública), que constituye el circuito de intercambio (race science system) entre científicos, políticos, y la opinión pública. Y en ese marco intertextual también construye Kohn narrativamente su propio texto antirracista. Un libro que, sin duda, debiera ser traducido al castellano.
ROSA MARÍA MEDINA DOMÉNECH Universidad Granada