TEMA 10

 

10.1.-   Introducción

 

La noción de sí mismo es indudablemente relevante en la vida personal y científica. La literatura reciente está plagada de términos que aluden a la dimensión autorreferente y autorrelevante de la vida psíquica: autoestima, autoeficacia, autorregulación, autocontrol, autoconciencia, autoobservación...

 

El interés por el self fue introducido en psicología por W. James en 1890. Su análisis, ya clásico, distingue entre el yo empírico (dentro del cual incluye el yo material o consciencia del cuerpo y de los objetos o propiedades de uno), el yo social (relativo a las relaciones con los demás, la propia reputación y el deseo de agradar), el yo espiritual (consciencia de los propios procesos mentales, como pensamiento y sentimiento) y el ego puro, que supone la integración de todos, donde James sitúa la identidad personal. En las décadas de los veinte y los treinta, el modelo de ciencia neopositivista y el auge del conductismo rechazaron en bloque el estudio del self, que continúa prácticamente olvidado hasta mediados los años setenta, con la excepción de las consideraciones humanistas de Rogers y Allport.

 


Las tendencias actuales en epistemología y filosofía de la ciencia, y la convergencia de intereses en las investigaciones actuales sobre la interacción social, personalidad y procesos cognitivos han llevado a un resurgir de la atención hacia el self como concepto integrador de diversos aspectos y procesos del individuo. Para la Psicología de la personalidad, la consideración científica del self tiene una relevancia especial, ya que la propia definición de la disciplina alude a la configuración y organización de la conducta. En frase de Cattell, "nunca tratamos con una percepción, una emoción o un reflejo condicionado sino con un organismo que percibe y adquiere un reflejo condicionado como parte de una pauta u objetivo más amplio" (1950, pág. 2). Cómo se mantienen unidas a lo largo del tiempo las distintas experiencias de uno mismo, y cómo puede darse la identidad personal a través de los cambios, son preguntas claves que figuran en el mismo centro de esta disciplina. La experiencia subjetiva que uno tiene de sí mismo, y la autoestima o insatisfacción con ciertos aspectos del propio funcionamiento, son centrales para la psicoterapia y psicología clínica. Finalmente, el concepto de uno mismo se estudia en íntima conexión con procesos de interacción social.

 

A continuación se resumen las principales áreas de interés sobre el yo en la psicología actual: el "yo fenoménico", esto es, el yo como experiencia subjetiva y afectiva, considerado especialmente por las corrientes fenomenológicas; "la representación mental del yo" que se estudia desde la psicología cognitiva, y lo que de un modo muy laxo podríamos llamar el "yo conductual" esto es, cómo los procesos anteriores se integran y plasman en una conducta social que tiene a los otros como principales referentes. Por este último aspecto se interesan especialmente la sociología y la psicología social.

 

TABLA  1

Áreas principales de interés en el self en la psicología contemporánea  (tomado, con variaciones, de Pervin, 1978)

 

El yo como experiencia: yo fenoménico

‑ Autoevaluación y autoestima.

‑ Percepción de imagen corporal y tono afectivo.

‑ Discrepancia entre yo real y yo ideal.

 

El yo como procesador de información: yo cognitivo

- La representación mental del yo: autoconceptos, esquemas, prototipos, guiones.

‑ Autoconciencia.

 

EI yo como presentación social: yo conductual

‑ Roles sociales y normas de interacción.

‑ Estrategias de autopresentación y manejo de impresiones.

‑ Autorregulación y autocontrol.

 

 

10.2.-   Algunos aspectos del desarrollo: autopercepción y autoconsciencia

 

Con el término desarrollo se alude al hecho de que el yo no permanece estático sino que está sometido a un proceso de cambio, al menos en las primeras etapas de la infancia y que el curso de este cambio se ajusta a una secuencia determinada de fases. Parece probable que los cambios psíquicos asociados al yo durante la infancia son determinados, por lo menos parcialmente, por los cambios y la maduración biológica.

 

Que el yo se va elaborando lentamente en un proceso de crecimiento parece fuera de duda, sin embargo, no está enteramente claro cómo se lleva a cabo el desarrollo. Todos los teóricos están de acuerdo que el desarrollo tiene lugar como resultado de la interacción de los procesos naturales del organismo y el medio ambiente.

 

¿CUÁNDO Y CÓMO SE DESARROLLA EL YO?

 

Los psicólogos del desarrollo se han interesado por el self y han conceptualizado varias etapas de la infancia a la adolescencia en el desarrollo de la autocomprensión.

 

Antes de nada es necesario tener clara la diferencia entre la autopercepción y la autoconsciencia. Es decir, la diferencia entre la percepción del bebé de que existe independientemente de otras personas u objetos físicos (autopercepción) y la capacidad del niño de reflexionar sobre sí mismo, es decir, el desarrollo de la autoconsciencia.

 

Algunos se refieren a la autopercepción como al yo existencial y a la autoconsciencia como el yo explícito (Lewis y Brooks-Gunn, 1979) y otros a una distinción que hizo James sobre el yo y el mi.

 

A) El self independiente de otras personas y objetos: la autopercepción

 

Los psicólogos del desarrollo indican que hacia los 3 meses de edad el bebé ha empezado a hacer diferenciaciones del self respecto a los demás (Lewis, 1990).

 

- En parte, esto se basa en las diferencias sensoriales asociadas al self corporal opuesto al self no corporal. Por ej., las sensaciones al tocar el propio cuerpo son diferentes de las sensaciones al tocar otros objetos, al morder su propia mano o pie o al morder las manos y pies de los demás o al morder otros objetos. Otro ej., la experiencia del movimiento visual es diferente cuando uno mueve la cabeza que cuando uno está quieto mientras observa cómo se mueven los otros objetos.

 

- Además de estas discriminaciones sensoriales, poco después del nacimiento, los bebés son capaces de demostrar el aprendizaje de una estrecha relación entre el movimiento de su mano o pie y los cambios en los objetos que le rodean. Por ej., el bebé observa que mover los brazos tiene un efecto en el móvil que hay colgado en la cuna. La relación entre estos movimientos y efectos es diferente de la observada de los movimientos hechos por otros con el brazo; es decir, hay una diferencia de la estrecha relación acción-consecuencia, entre sus propias acciones y las acciones de los demás. Ser consciente de estas diferencias de la relación acción-consecuencia contribuye al desarrollo del self percibido.

 

- Finalmente, está el desarrollo creciente de la permanencia del objeto, y por medio de éste del sentido del self, así como el sentido de los demás, como una constante a través de una variedad de situaciones. Que algo está fuera del campo visual no significa que ya no exista, y porque algo cambie en apariencia no quiere decir que ya no sea el mismo objeto.

 

En resumen, en el período de tiempo comprendido entre los 3 meses al año y medio, el bebé desarrolla un sentido del self percibido. El self percibido implica la comprensión de que el propio cuerpo no cambia a través de las situaciones, que tiene experiencias diferentes de las de otros objetos, y que las consecuencias pueden estar relacionadas con las acciones que uno hace. Mediante estos desarrollos cognitivos y de habilidades motrices, el self se desarrolla como un agente activo, independiente y causal.

 

 

B) El desarrollo de la autoconsciencia

 

Hacia los 15 meses se desarrolla el autoconocimiento o autoconsciencia -la capacidad de reflexionar sobre el self y de tratar el self como un objeto-.

 

Una prueba del descubrimiento del principio de la autoconsciencia es la capacidad de reconocerse en un espejo.

 

¿En qué momento muestra autorreconocimiento el bebé, desde el punto de vista de comprender que es su propia imagen la que se refleja en el espejo?. Existen investigaciones con chimpancés (Gallup, 1970), donde se observaron las reacciones de estos animales al observarse en un espejo. La mayoría después de verse reflejados en el espejo manifestaban poco interés por la imagen o la trataban como otro miembro de su especie. No obstante, después de unos días de experiencia con los espejos, eran capaces de tener comportamientos dirigidos al self tales como utilizar el espejo para asear partes de su cuerpo. Después Gallup anestesió los chimpancés y pintó partes de su cara de color rojo con tinte inodoro. Cuando el efecto de la anestesia desapareció y se les situó delante del espejo, inmediatamente empezaban a examinar la parte marcada de su cara, lo cual significaba autoconocimiento.

 

¿En qué momento muestran los niños la misma conducta? Esta pregunta fue investigada por Lewis y Brooks-Gunn (1979). Lo que hicieron fue comparar el comportamiento de autorreconocimiento ante el espejo de tres grupos de bebés: de 9 a 12 meses, de 15 a 18 meses y de 21 a 24 meses de edad.

 

Antes de poner a cada niño delante del espejo, hacían que la madre le limpiara la nariz con un pañuelo, mientras le pintaba con colorete rojo en la nariz. Como limpiarle era una actividad típica de la madre, el niño no tenía conciencia de que sucediera nada fuera de lo normal.

 

Encontraron que el niño de 9 a 12 meses reaccionaba a la imagen del espejo sonriendo y tocándola pero su comportamiento no se dirigía específicamente al punto rojo. Es decir, reaccionaban "socialmente" a su reflejo como si se tratara de otro niño, pero no reaccionaban al punto de colorete rojo de manera que indicase que eran conscientes de estarse mirando a ellos mismos. Esta actividad dirigida al self empezaba a aparecer en el grupo de los bebés de 15 a 18 meses y era muy evidente en el grupo de los bebés de 21 a 24 meses. Mientras que los niños del grupo más joven mostraban cierto reconocimiento de ellos mismos desde el punto de vista de reconocer sus movimientos en el espejo, manifestando contingencia de autorreconocimiento, en general el autorreconocimiento propiamente dicho no era patente todavía.

 

Lewis y Brooks-Gunn hicieron observaciones parecidas al comparar ingeniosamente las reacciones ante tres tipos de imágenes televisivas: imágenes "vivas" que reflejaban en la pantalla de la tv lo que el bebé estaba haciendo en aquel momento, imágenes del bebé reproducidas en la pantalla de tv pero grabadas una semana antes, e imágenes de la actividad de otro bebé.

 

Aquí también se halló una diferencia importante entre el comportamiento de los niños de 9 a 12 meses y los de 15 a 18. Los niños del grupo más joven mostraban una reacción diferente ante las imágenes "vivas" y las de la semana anterior, pero no diferenciaban sus imágenes y las de otro bebé en las grabaciones de la semana anterior. En otras palabras, una vez más estaban utilizando la acción contingente entre el movimiento de su cuerpo y el movimiento de la imagen en la pantalla como indicio de la clave para la autopercepción. Por otro lado, los niños del grupo de 15 a 18 meses reaccionaban ante las imágenes del self y las de la semana anterior, lo que otra vez indicaba autorreconocimiento.

 

Tanto el test de autorreconocimiento ante el espejo como el test de las imágenes de vídeo, indicaban que el autorreconocimiento desde el punto de vista de las características específicas empieza alrededor de los 15 meses y se consolida hacia los dos años.

 

Sin embargo, algunos psicólogos critican el hecho de que el autorreconocimiento ante el espejo sea sinónimo de autoconsciencia. Lewis (1990), sin embargo, observa que el punto de vista de que la autoconsciencia se desarrolla hacia los 15 meses coincide con otros progresos que suceden a la misma edad:

 

1) hacia aquella edad el niño está empezando a utilizar el lenguaje de manera que distingue entre el self y los demás.

 

2) hacia aquella edad el niño empieza a manifestar lo que Lewis llama emociones de autoconsciencia, es decir, las emociones de embarazo, orgullo y vergüenza. Según Lewis, en contraste con otras emociones, como el miedo, emociones como la vergüenza dependen del desarrollo de la autoconsciencia. El precio del desarrollo de la autoconsciencia es la posibilidad de sentir que el propio self es malo y debe ocultarse a los demás (el sentimiento de vergüenza).

 

 

 

10.3.-   Enfoques teóricos en el estudio del self

 

1) FENOMENOLOGÍA

 

Ya sabemos que Rogers subrayó la importancia del concepto del self en un momento en el que era rechazado por la mayoría de los psicólogos. El mismo, al principio tampoco estaba interesado en este concepto porque lo consideraba un término abstracto y carente de significado. Sin embargo, a medida que escuchaba a sus pacientes explicar sus problemas y actitudes, se encontró que tenían tendencia a hablar desde el punto de vista del self.

 

Rogers, que empezó en 1947, destacó el concepto del self como una parte de la personalidad. Rogers subrayó la aproximación fenomenológica -el intento de entender a la gente desde el punto de vista de cómo se ven a ellos mismos y al mundo que les rodea-. Según esta propuesta (Rogers, 1951), cada persona percibe el mundo de manera única. Estas percepciones constituyen el campo fenoménico del individuo, que incluye las percepciones conscientes e inconscientes.

 

Una parte fundamental del campo fenoménico se interesa por el self, que se refiere a las percepciones y significados representados en términos de "yo", "mi" o "self". El autoconcepto representa un modelo organizado y estable de percepciones. A pesar de que el self cambia, siempre mantiene esta propiedad estructurada, integrada y organizada.

 

Sin embargo, la persona no tiene un self que controle el comportamiento. El self no "hace" nada. No obstante, como grupo organizado de percepciones, influye en cómo nos comportamos. El self refleja e influye en la experiencia. Además del self, cada persona tiene su self ideal, que representa el concepto de self que más le gustaría.

 

El yo o self surge de forma gradual de la interacción del organismo y el ambiente, y en particular de la que se tiene con “otros” que son significativos. Conforme los niños pequeños interactúan con su ambiente en el proceso de realización, adquieren ideas acerca de sí mismos, de su mundo y de su relación con éste. Experimentan cosas que les gustan y disgustan y situaciones que pueden o no pueden controlar. Aquellas experiencias que parecen aumentar el yo son valoradas e incorporadas en la imagen de sí mismo; aquellas experiencias que parecen amenazar al yo son negadas y consideradas ajenas a éste.

 

A lo largo de su trabajo, se ocupó de desarrollar procedimientos para medir el self. Empezó con categorías de los informes del self hechos en sesiones de terapia grabadas, y luego empleó el método tipo Q (cuestionario). Se dan a la persona un grupo de afirmaciones que concuerdan con características de la personalidad. El sujeto escoge las afirmaciones entre las más y menos descriptivas del self conforme a una distribución normal (por ej., 100 tarjetas entre 11 categorías con 2, 4, 8, 11, 16, 18, 16, 11, 8, 4, 2 afirmaciones en las categorías). Además, este procedimiento se utilizó para medir el self ideal, y evaluar la discrepancia entre el self real y el self ideal. La discrepancia se asocia inversamente con una medida de bienestar psicológico y con el progreso de la terapia.

 

 

 

 

2) EL CONCEPTO PSICOANALÍTICO DEL SELF

 

En la teoría de Freud el yo no era una parte importante, sin embargo autores posteriores dentro del psicoanálisis si otorgan un papel fundamental al concepto del yo. El psiquiatra Sullivan desarrolló una aproximación alternativa al psicoanálisis, la escuela interpersonal de psiquiatría. Influido por teóricos anteriores, Sullivan destacó la base social e interpersonal del desarrollo del self, fundamentalmente a través de las primeras relaciones madre-hijo.

 

De acuerdo con Sullivan, el self se desarrolla de sentimientos experimentados en contacto con los demás y del reflejo de las valoraciones o percepciones del niño en cuanto a cómo es valorado o apreciado por los demás.

 

Partes importantes del self, especialmente respecto a la experiencia de la ansiedad frente a la seguridad son el "yo bueno" asociado con experiencias agradables, el "yo malo" asociado con dolor y amenazas a la seguridad, y el "no yo" o partes del self rechazadas porque se asocian con una ansiedad intolerable.

 

 

Teoría de las relaciones objetales

 

Durante los últimos 30 años los psicoanalistas se han interesado clínica y teóricamente por la definición del self y la vulnerabilidad respecto a los golpes a la autoestima. Ha habido gran interés en ver cómo, durante los primeros años de vida, la persona desarrolla el sentido del self y luego intenta proteger su integridad. Estos teóricos se conocen como teóricos de las relaciones objetales.

 

El interés de este enfoque está más en buscar la relación que en la gratificación de los instintos, tal y como ocurría en el psicoanálisis clásico. Los teóricos de relaciones objetales destacan cómo las experiencias con gente importante, en el pasado, se representan como aspectos del self, aspectos de los demás, o aspectos de las relaciones del self con los demás, y cómo estas representaciones del self afectan a las relaciones del presente (Baldwin, 1992).

 

A pesar de haber diferencias entre los teóricos de las relaciones objetales, están unidos por este énfasis común en el desarrollo temprano de las representaciones mentales del self, los demás, y el self con relación a los demás. Western (1992) ha señalado 5 elementos comunes:

 

- En esta teoría, las representaciones del self se consideran multidimensionales. Cada persona tiene varias representaciones del self basadas en una diversidad de elementos incluyendo sonidos y olores. Además, estas representaciones se pueden separar o estar en conflicto, o integradas en un sentido coherente del self. Estas representaciones también pueden ser parciales o totales, refiriéndose a una parte del self o de todo el self (ej. soy un inútil).

 

- Según estos teóricos, las representaciones del self están cargadas excesivamente de emotividad. De hecho, se podría decir que las representaciones del self están organizadas según su asociación con diversas emociones. Es decir, pueden estar organizadas en función de si se asocian con alegría, excitación sexual, tristeza, etc.

 

- Las representaciones del self se asocian con los motivos en términos de deseos y miedos. Ya que el nivel más básico de las representaciones del self se asocian con placer o dolor (emoción agradable o dolorosa), adoptan las propiedades motivacionales de deseos y miedos. Generalmente, uno trata de reproducir representaciones positivas del self y representaciones de las relaciones con los demás y evitar aquéllas asociadas con emociones negativas (miedos).

 

- La representación del self puede ser consciente o inconsciente. No sólo hay representaciones del self no conscientes, porque son habituales, rutinarias o automáticas, sino que algunas representaciones del self son inconscientes o no disponibles para la consciencia. Esto se debe a que se formaron antes del desarrollo del lenguajes y de habilidades cognitivas más avanzadas, o porque han sido reprimidas. Parte de la terapia consiste en hacer posible que el paciente llegue a ser consciente de las representaciones del self que han sido reprimidas con propósitos defensivos.

 

- El individuo desarrolla no sólo representaciones del self, sino también representaciones de los demás y del self en relación de los demás.

 

Se puede añadir un sexto elemento.

 

- Se sugiere que las representaciones del self, de los demás y del self en relación con los demás están organizadas dentro de un sistema, y el individuo trata de mantener un sentido de cohesión, coherencia o integración entre los elementos del sistema. Desde el punto de vista del trabajo clínico, varios de estos teóricos sugieren que diferentes formas de psicopatología se pueden entender desde el punto de vista de los esfuerzos del individuo para mantener un self coherente. Incluso representaciones dolorosas del self se deben mantener porque son experimentadas como necesarias para el sentido de un self cohesivo, opuesto a un self fragmentado.

 

Nuevamente, este enfoque, basado extensamente en el trabajo clínico con los pacientes, destaca varios puntos psicoanalíticos tradicionales, como la importancia de las primeras experiencias y del inconsciente.

 

 

3) ENFOQUE COGNITIVO-SOCIAL

 

El enfoque cognitivo-social se basa en conceptos y métodos de investigación extraídos de la psicología cognitiva. El self es tratado como un esquema importante que influye en el procesamiento de información y tiene implicaciones para la motivación y el comportamiento. Se destaca la multiplicidad de selves (por ej. familias de selves, selves posibles) y la variación cultural en la naturaleza fundamental del self (Pervin, 1996).

 

Los estudios actuales consideran el sistema cognitivo como un conjunto de cajas negras cuya función es realizar ciertas transformaciones en la información procedente del mundo externo. Partiendo de una posición neomentalista (Paivio, 1975), se intenta acortar la distancia entre teoría y datos haciendo uso de datos conductuales, como, por ejemplo, tiempos de respuesta o precisión en la memoria, para inferir ciertas estructuras y procesos cognitivos encubiertos.

 

El self se ha considerado una de estas cajas negras, es decir, una estructura cognitiva que tiene influencia en el modo en que la información se procesa; sus principales características se han inferido a partir de ciertos resultados experimentales.

 

El supuesto básico, que el self es una estructura cognitiva que influye en el procesamiento de la información, se sustenta en un conjunto de resultados experimentales recientes que parten de un trabajo ya clásico de Rogers, Kuiper y Kirker (1977) que mostró, el llamado "efecto de autorreferencia". El experimento utilizó el paradigma de aprendizaje incidental propuesto por Craik y Lockhart, en el que se pide al sujeto que procese el material en función de la orientación que el experimentador le indica. En su trabajo, Rogers y cols. pidieron a los sujetos que evaluasen unos adjetivos con arreglo a consideraciones fonemáticas (por ejemplo, ¿rima el adjetivo con la palabra X?), semánticas (¿significa lo mismo que...?) y estructurales (¿esta escrito en mayúsculas?), añadiendo, además, que juzgasen el grado en que cada adjetivo era representativo de los propios sujetos. Los resultados mostraron que, comparados con los otros juicios, los juicios autorreferentes que se realizaban producían una mayor memoria incidental. Si con Craik y Lockhart (1972) suponemos que el procesamiento de estímulos ocurre en diferentes niveles, desde los muy superficiales a los muy profundos, este resultado parece indicativo de que cuando el self se ve implicado en la codificación de la información tiene lugar un procesamiento especialmente profundo, y un alto grado de elaboración.

 

Se supone que la información procedente del estímulo se enriquece al contactar con una red amplia de conocimientos anteriores acerca de uno mismo, lo que, a su vez, produce una huella fuerte en la memoria y por tanto un mejor reconocimiento.

 

El efecto de autorreferencia se ha considerado en bastantes estudios posteriores, y se une a un conjunto de investigaciones diversas realizadas anteriormente que parecen indicar que, no solamente las características de la estructura cognitiva relativa a uno mismo influyen en el procesamiento de la información, sino que lo hacen de una manera muy determinante, es decir, parece que el self ocupa un papel especialmente relevante dentro del sistema de memoria. Estos resultados se resumen en la tabla siguiente.

 

TABLA 2

 

Efectos experimentales que sugieren un papel especial del self en la memoria (tomado, con modificaciones, de Greenwald, 1981)

 

‑ Efecto de autogeneración: el material generado activamente por el sujeto se recuerda más fácilmente que el que se recibe pasivamente.

 

‑ Efecto de implicación personal (ego involvement): el material asociado con una tarea persistente de utilidad futura se recuerda más fácilmente que el material asociado con una tarea terminada.

 

‑ Efecto de perspectiva egocéntrica: la memoria de los actos autoiniciados es mayor que la de los actos iniciados por otras personas.

 

‑ Efecto de autorreferencia: el material codificado con referencia al self se recuerda mejor que el codificado con arreglo a otros criterios.

 

 

Puesto que el yo, según resulta de distintos estudios, puede tener un efecto importante sobre el sistema humano de procesamiento, la tarea planteada a la investigación es, por tanto, tratar de explicar en más detalle el modo en que esa hipotética estructura se ve implicada en el procesamiento de la información.

 

 

La implicación del self en el procesamiento de la información

 

Los trabajos recientes sobre el self desde la perspectiva cognitiva han partido de la analogía de éste con un prototipo cognitivo o conjunto de esquemas. De acuerdo con esta aproximación, el self es un patrón prototípico que se ha ido derivando durante la vida a partir de la experiencia con datos personales, y está formado por un conjunto de rasgos, valores e incluso memoria de sucesos conductuales específicos, ordenados jerárquicamente de menor a mayor concreción, que el individuo considera autodescriptivos.

 

Este prototipo es el que se invoca a la hora de llevar a cabo un juicio de autorreferencia, sirviendo como estructura de fondo frente a la que evaluar ejemplos concretos. Si definimos, por tanto, el self como la representación mental que uno tiene de sí mismo, lo estamos considerando un concepto que se almacena en la memoria como una parte del sistema de conceptos organizado que el individuo tiene en relación con su medio.

 

En una línea similar, Markus (1977, 1980) se ha servido del concepto de Neisser de "esquema" para definir el self como un conjunto de generalizaciones o teorías sobre uno mismo (esquemas) que integran la información sobre aspectos determinados en un área coherente, con la función de dirigir la atención del individuo hacia áreas conductuales informativas para él. Esta consideración supone que todas las representaciones del yo están juntas en un sistema que mantiene conexiones con otros sistemas cognitivos. Las asociaciones repetidas entre el sistema del yo y otros conceptos y estructuras hacen que puedan surgir nuevos esquemas del yo en áreas anteriormente no incluidas que a partir de entonces entran a formar parte del conjunto y resultan, por tanto, activadas al activarse todo él. Por ejemplo, en función de asociaciones pasadas, un individuo puede generar como parte del yo un esquema de independencia (se considera que ha ocurrido esto si el individuo indica que ese rasgo es a la vez autodescriptivo e importante para él).

 

Una de las implicaciones de ello es que el individuo esquemático respecto de un área dada recoge más rápidamente información sobre ese área que el individuo no esquemático al respecto. En nuestro ejemplo, el esquemático respecto a independencia percibirá y registrará más ocurrencias indicativas de independencia que el individuo que no posea dicho esquema.

 

 

La influencia del self en otros sistemas cognitivos

 

Las teorías de la atribución y de comparación social han partido de una relación estrecha entre el self y la percepción de otras personas.

 

Las investigaciones sobre actitudes y ciertos trabajos de Psicología clínica permiten afirmar también que las personas tendemos a ver a los demás del mismo modo que nos vemos a nosotros mismos, o dicho de otra manera, que existe cierta generalización de estímulos a los demás a partir de nosotros. Por ejemplo, diversos trabajos realizados por Ross y cols. han mostrado el efecto de "falso consenso", por el que los individuos tienden a asumir que sus propias elecciones y conductas son bastante comunes y apropiadas, de modo que la percepción de lo inadecuado y desviado guarda relación estrecha con los propios comportamientos.

 

La investigación en actitudes, desde Sheriff, Hovland y Cartwright parece reforzar la idea de que la propia posición en ciertos rasgos influye en la evaluación de los demás. El margen de aceptación y rechazo de las posiciones ajenas en una actitud depende de las propias posiciones que uno ocupe en la actitud en cuestión, así, cuanto más implicado esté el individuo en una posición dada (por ejemplo, si es o no aceptable el aborto), más restringido es el rango de aceptación de otras posiciones.

 

 

10.4.-   ¿Uno o múltiples yoes?: Consecuencias para el bienestar del individuo e implicaciones para la psicología clínica

 

Múltiples yoes y ajuste psicológico

 

Desde la Psicología social se afirma que el yo tiene diferentes componentes o identidades de rol que emergen de la propia interacción social. Según las diferentes posiciones que se van ocupando en los distintos sistemas de relaciones sociales en los que se interactúa (por ejemplo, estudiante, novia, trabajadora), cada persona suscita en los otros una serie de expectativas de conducta (roles sociales).

 

Las reglas y expectativas asociadas a cada rol, pueden ser muy diferentes, e incluso contradictorias, de tal manera que cuantas más identidades o "yoes" tenga una persona, mejor se adaptará a los diferentes requisitos que imponen los distintos roles sociales. En cambio, la unidad del yo, la ausencia de identidades diferentes, supondría cierta rigidez e inflexibilidad conductual que impedirían al individuo dar respuestas complejas a los estímulos sociales, entorpeciendo, pues, su adaptación a los múltiples y a menudo conflictivos requisitos de la vida social.

 

Desde esta perspectiva social, también se sustenta la relación directa entre multiplicidad de yoes y ajuste psicológico apelando a que una existencia con propósito, con significado, es un elemento crucial del bienestar psicológico. Es más, según Sieber (1974), el número de identidades incidiría sobre el bienestar psicológico del sujeto en la medida en que múltiples identidades pueden producir "ego‑gratificación, es decir, el sentimiento de ser apreciado o necesitado por distintos compañeros de rol" (Sieber, 1974, pág. 576).

 

Por el contrario, la Psicología de la personalidad ha caminado históricamente en la línea contraria al afirmar que la multiplicidad de yoes, normalmente considerada como fragmentación del yo, es una fuente de malestar y desadaptación. La perspectiva clínica dentro de la Psicología de la personalidad ha favorecido la idea de la fragmentación como falta de un núcleo central o yo integrado.

 

La Psicología social y la Psicología de la personalidad parecen plantear dos hipótesis distintas: desde la perspectiva social, la que podríamos llamar "hipótesis de la acumulación de identidades", y desde la perspectiva de la personalidad, la "hipótesis de la fragmentación". La primera sugiere una relación positiva de la multiplicidad de yoes con la satisfacción, el bienestar y el ajuste social y emocional; la segunda, en cambio, una relación negativa basada en que los individuos con múltiples yoes tendrían dificultades para integrar los diversos aspectos de su yo en una visión unificada, lo que les haría sentirse mal.

 

En resumen, parece que desde la Psicología social y la Psicología de la personalidad se ofrecen tanto hipótesis como datos empíricos contradictorios respecto a la relación entre multiplicidad de yoes y ajuste psicológico. No obstante, este desacuerdo es más aparente que real. Un análisis más exhaustivo de lo dicho hasta ahora revela que, aunque ambas perspectivas aluden al término de "múltiples identidades", en realidad no quieren decir lo mismo, sino que se refieren a aspectos del yo conceptualmente diferentes, y posiblemente independientes, diferencias que son más fácilmente reconocibles cuando acudimos a los términos de acumulación de identidades y fragmentación.

 

 

Acumulación de identidades frente a fragmentación del yo

 

Cuando desde la Psicología social se habla de acumulación de identidades, se alude al número de identidades de rol que el sujeto posee y, de hecho, una operativización muy frecuente de esta variable ha sido simplemente la suma de las posiciones sociales que mantiene un individuo (por ejemplo, Thoits, 1983). Por ejemplo, desde esta perspectiva y pasando por alto otro tipo de consideraciones, una mujer casada, con hijos, que estudie en la universidad mientras trabaja de intérprete para una empresa, tendría un número mayor de identidades (esposa, madre, estudiante, trabajadora) y, por ende, una menor tendencia al desajuste emocional, que una compañera suya del trabajo, soltera y sin hijos, que actualmente no estudiara y que, por lo tanto, tendría un menor número de identidades (trabajadora).

 

Sin embargo, cuando la Psicología de la personalidad habla de fragmentación del yo hace referencia a la falta de integración entre las diversas identidades de una persona, sean estas identidades de rol o bien identidades basadas en otros aspectos de la persona como, por ejemplo, sus aspiraciones (el yo ideal) o sus obligaciones (el yo que debería).

 

Por tanto, teniendo en cuenta que la fragmentación y el número de identidades mantienen relaciones opuestas con el ajuste psicológico y que se centran en parámetros distintos de la multiplicidad del yo (su coherencia y su número, respectivamente), se podría concluir que ambos conceptos son independientes. En consecuencia, un mayor número de identidades sociales no implica necesariamente un alto grado de diferenciación entre las mismas, es decir, no implica que el individuo se vea a sí mismo teniendo diferentes características de personalidad en cada una de ellas. De igual manera, un menor número de identidades sociales no implicaría necesariamente que una persona se vea en todas ellas de la misma manera, es decir, que estas estén integradas en un yo unitario.

 

Afortunadamente, en los últimos años han ido apareciendo en la literatura una serie de modelos que, beneficiándose de acercamientos convergentes y fertilizaciones mutuas entre la Psicología social y la Psicología de la personalidad, ofrecen explicaciones más elaboradas sobre la asociación entre ajuste psicológico y multiplicidad de yoes. Sin embargo, como ocurría antes, estos modelos no entienden lo mismo por "múltiples yoes", sino que se centran en distintos aspectos del yo y en distintos tipos de relaciones entre tales aspectos del yo. Estas diferencias conceptuales se manifiestan en los distintos términos que emplean como, por ejemplo, autocomplejidad y autodiscrepancias, echándose de menos alguna teoría del yo que integre estas diversas formas de ver su multiplicidad y unidad.

 

Coinciden en concebir el yo como las representaciones mentales que una persona tiene de sí misma, y en utilizar modelos y conceptos prestados de la Psicología cognitiva para entender cuál es el formato de esas representaciones en el sistema cognitivo, es decir, cómo se encuentra la información relevante del yo representada y almacenada en nuestra mente.

 

 

10.4.1.-            Posibles yoes: el trabajo de Markus

 

Markus y sus colegas han sugerido que es útil pensar que las personas no tienen un autoesquema único, sino una familia de autoesquemas (Markus y Nurius, 1986). Es decir, que en cierto sentido el individuo es una persona diferente es contextos distintos. Hace otro tipo de suposiciones acerca de sí mismo, atiende a otro tipo de aspectos de lo que sucede a su alrededor y distintas clases de información se hacen más memorables. Por ejemplo, cuando pasas de un conjunto de amigos en un grupo de estudio a otro conjunto en una fiesta, es como si estuviera dejando a un lado un esquema de sí mismo para tomar otro.

 

La gente no sólo puede tener autoesquemas distintos en contextos diferentes, sino que los autoesquemas pueden diferir de otra manera. En opinión de Markus y sus colegas, el individuo desarrolla representaciones esquemáticas del yo en que quieran convertirse, el que temen convertirse, el que esperan convertirse y otros yoes. Estos yoes posibles son esquemas que pueden considerarse motivadors porque proporcionan metas que el individuo debe esforzarse por alcanzar.

 

Markus y Nurius (1986, 1987) han definido diferentes yoes posibles en función del grado de elaboración, la valencia afectiva y el tiempo a que se refieren (pasado, presente, futuro).

 

 

10.4.2.-            Modelo de la autocomplejidad de Linville

 

El modelo de la autocomplejidad: múltiples yoes como amortiguadores del estrés

 

Linville (1985, 1987) ha formulado un modelo que relaciona la multiplicidad del yo o autocomplejidad con la variabilidad afectiva, y que consta de cuatro supuestos.

 

1) El primero asume que "el yo está representado cognitivamente en términos de múltiples aspectos". Estos aspectos dependen en parte del número de roles sociales que una persona tiene en su vida (por ejemplo, esposa, madre, abogada), pero también del tipo de relaciones interpersonales que establece (de colegas, de rivalidad, de apoyo, maternal), de las actividades que realiza (jugar el mus, nadar, escribir), o de rasgos de personalidad supraordenados (ambiciosa, creadora). Cada uno de esos aspectos del yo organiza un conjunto de proposiciones y características sobre uno mismo (rasgos de personalidad, características físicas, habilidades, preferencias, objetivos, recuerdos autobiográficos), de forma que los aspectos del yo difieren entre ellos en la medida en que engloban conjuntos distintos de características y proposiciones, una propuesta similar a la que hacia la hipótesis de la fragmentación.

 

Por ejemplo, una escritora puede verse en su profesión como una persona sensible, atractiva, imaginativa, analítica, moderna, inteligente, y, en cambio, como madre, puede verse como una persona sencilla, sensible, moderna, afectuosa y ordenada, mientras que como jugadora de mus se ve astuta, arriesgada y tramposa. En este caso, escritora y madre comparten algunas características (sensible, moderna), y aunque difieren en muchas otras, serían en cierto modo aspectos interdependientes; por el contrario, jugadora de mus sería un aspecto totalmente independiente de los anteriores, ya que no compartiría ninguna característica con ellos. Teniendo en cuenta, pues, los diferentes aspectos del yo que una persona usa para organizar cognitivamente la información que tiene sobre sí misma y las características y proposiciones que esos aspectos engloban, Linville define la autocomplejidad en función de dos elementos: el número de aspectos del yo y el grado de diferenciación entre dichos aspectos.

 

2) La segunda suposición del modelo asume que existen diferencias individuales en el grado de autocomplejidad, de forma que aquellas personas altas en autocomplejidad organizan su conocimiento de si mismas en términos de un mayor número de aspectos del yo y mantienen mayores distinciones entre ellos (lo que significa una menor redundancia de características) que aquellas personas bajas en autocomplejidad.

 

3) La tercera es que los aspectos del yo varían en el afecto asociado a ellos. Normalmente, las personas nos sentimos bien sobre algunos aspectos de nosotros mismos pero no sobre otros. Por ejemplo, una persona puede sentirse orgullosa de sí misma como madre, pero sentirse avergonzada de cómo es como jugadora de tenis, y, finalmente, en sus relaciones con sus amigas, sentirse triste por ser tan cotilla y a la vez sentirse contenta por ser tan generosa con ellas. Así, algunos aspectos del yo tienen asociadas emociones positivas, otros emociones negativas, pero la mayoría probablemente una mezcla de ambos tipos de emociones.

 

4) En un cuarto supuesto, Linville asume que el estado afectivo de una persona en un momento dado estará en función del afecto asociado con los diferentes aspectos del yo, teniendo más peso el afecto asociado con los aspectos del yo más importantes o relevantes.

 

A partir de estas cuatro suposiciones, el modelo proporciona valiosas sugerencias de interés para la Psicología clínica.

 

 

La hipótesis de la autocomplejidad y el extremismo afectivo

 

Curiosamente, al contrario que las hipótesis comentadas anteriormente, el modelo de la autocomplejidad no hace ninguna predicción sobre si existe o no alguna relación directa entre autocomplejidad y desajuste psicológico, sino que para Linville, la autocomplejidad moderaría el impacto de los acontecimientos positivos y negativos sobre el afecto y sería, por tanto, una variable moderadora que amortiguaría los efectos negativos o positivos derivados de la aparición de sucesos vitales.

 

Así, el modelo de Linville propone la denominada hipótesis de la autocomplejidad y el extremismo afectivo, según la cual las personas bajas en autocomplejidad experimentarán mayores fluctuaciones en su estado afectivo en respuesta a los acontecimientos vitales.

 

Veamos los argumentos que sustentan esta hipótesis a través de un ejemplo. Supongamos una persona que organiza la información sobre sí mismo en sólo tres aspectos (estudiante, deportista y relaciones con mujeres) que además guardan entre sí una gran interdependencia ya que comparten gran cantidad de características (en los tres aspectos el sujeto se ve como inteligente, astuto y valiente). Según la definición de Linville, esta persona sería un caso de baja autocomplejidad. Cuando esta persona experimentara un acontecimiento vital como, por ejemplo, un suspenso, relevante para alguno de sus aspectos de sí mismo (su yo como estudiante), la emoción resultante de ese acontecimiento (probablemente una mezcla de tristeza y decepción) no sólo quedaría asociada a su yo como estudiante, sino que debido a la alta interdependencia entre sus aspectos del yo, se propagaría también a los otros aspectos. Efectivamente, si el suspenso pusiera en entredicho la visión que el sujeto tiene de si mismo como estudiante, pondría en entredicho su visión como persona inteligente, astuta y valiente, características que también forman parte de sus otros aspectos y que, por tanto, también quedarían cuestionados. Además, puesto que el aspecto directamente afectado por el acontecimiento, el yo como estudiante, representaría en una persona baja en autocomplejidad una gran proporción del total de sus aspectos del yo, en nuestro caso un tercio, el estado afectivo final del individuo se vería en mayor medida afectado por la tristeza y decepción asociadas, como resultado del suspenso, a su yo como estudiante. En consecuencia, debido a que el yo de una persona baja en autocomplejidad está caracterizado por un número pequeño de aspectos y por una baja diferenciación entre los mismos, cualquier acontecimiento vital tiene un gran impacto en su estado afectivo y, por tanto, el individuo muestra una reacción afectiva más extrema.

 

Por el contrario, el impacto de un suceso vital en el estado afectivo de una persona alta en autocomplejidad es menor. Si la persona de nuestro ejemplo anterior organizara la información sobre sí mismo en más aspectos (estudiante, jugador de baloncesto, jugador de fútbol, relaciones con las amigas, relaciones con la novia) y éstos fueran totalmente independientes (cada uno tendría características distintas y, por lo tanto, inteligente, astuto y valiente sólo serían características del yo como estudiante), es decir, si esa persona fuera alta en autocomplejidad, entonces la tristeza y decepción, asociadas al yo como estudiante como resultado del suspenso, no se propagarían a los otros aspectos. Además, puesto que el yo como estudiante supondría una proporción más pequeña del número total de aspectos del yo (un quinto), la tristeza y decepción asociadas a él tendrían un menor peso en el estado afectivo final de ese individuo y las emociones positivas que pudieran estar asociadas a otros aspectos de su yo podrían amortiguar el impacto de los acontecimientos y emociones negativas.

 

En definitiva, las personas altas en autocomplejidad se verían menos afectadas por los altibajos de la vida. Estas personas parecerían seguir la máxima, para lo bueno o lo malo, de "no poner toda la carne en el asador", o mejor dicho, de no ponerla en un único aspecto del yo. De esta forma, ante cualquier suceso vital, ya sea negativo o positivo, siempre habrá otros aspectos del yo que queden intactos y que atenúen sus consecuencias sobre el estado de ánimo, la autoestima o la salud. En palabras de Linville, "la alta autocomplejidad te protege en los malos tiempos pero también te mantiene los pies en el suelo en los buenos tiempos" (Linville, 1994, página 160). Por el contrario, para las personas bajas en autocomplejidad, una experiencia positiva o negativa en un dominio de su vida es probable que tenga un mayor impacto en su ajuste emocional o en su autoestima.

 

Varias líneas de investigación han aportado datos empíricos que confirman el modelo de la autocomplejidad.

 

 

¿Es siempre adaptativa la autocomplejidad?

 

 

El modelo únicamente se centra en el papel de la autocomplejidad cuando los niveles de estrés son altos. Sin embargo, dado que introduce como un elemento importante el nivel de estrés, parece lógico preguntarse cuál es el efecto de la autocomplejidad cuando las personas apenas están experimentando sucesos estresantes. En este caso, existen algunos datos para sugerir que la propuesta de la hipótesis de la fragmentación va por buen camino.

 

Linville  (1987, descubrió que, cuando las personas experimentaban muy pocos acontecimientos estresantes, aquellos individuos con baja autocomplejidad mostraban menos síntomas físicos y psicológicos que los que tenían alta autocomplejidad. Aunque se puede acudir a los argumentos de la hipótesis de la fragmentación para explicar estos datos, nos gustaría introducir otra explicación que salvaguarda los supuestos del modelo de la autocomplejidad (Linville, 1987). Cabe la posibilidad de que en los anteriores estudios, las personas bajas en autocomplejidad manifestaran, en comparación a las altas en autocomplejidad, menos desajuste psicológico bajo niveles bajos de estrés, porque la alta autocomplejidad, per se, estuviera relacionada con ciertos tipos de acontecimientos estresantes que las medidas de sucesos vitales, utilizadas en dichos estudios, no pudieron recoger. El mantener múltiples aspectos del yo puede ser una fuente de estrés crónico de baja intensidad, ya que implica conflictos de roles o demandas múltiples de tiempo y atención.

 

 

10.4.3.-            Discrepancias entre yoes: la propuesta de Higgins

 

La teoría de la autodiscrepancia: yoes actuales frente a yoes posibles

 

Aunque la teoría de Higgins (1987, 1989) también parte de la idea de que los conceptos o aspectos que uno tiene sobre sí mismo son múltiples, se distingue de las hipótesis y modelos anteriores en que tiene en cuenta no sólo lo que los individuos piensan que son actualmente (sus yoes actuales), sino también lo que piensan que podrían ser (sus yoes posibles), bien porque les gustaría ser de una determinada manera, bien porque creen que deberían ser así, o bien porque esperan ser de alguna otra forma en el futuro. Al introducir este parámetro temporal (actual/posible; presente/futuro) en la distinción entre aspectos del yo, Higgins adscribe significación motivacional al yo, estableciendo los posibles yoes como guías o criterios para alcanzar y asociando a las diferencias o discrepancias entre los yoes actuales y los posibles, distintas predisposiciones motivacionales y emocionales.

 

Entre todos los yoes actuales y posibles que una persona puede tener, Higgins considera que los más relevantes podrían agruparse en función de dos parámetros que denomina dominios del yo y puntos de vista del yo. En sus primeros trabajos, Higgins (1987; Higgins, Klein y Strauman, 1985) distingue tres tipos de dominios del yo:

 

1. El Yo Real o "Yo tal como soy". Es la representación que un sujeto tiene sobre los atributos o características que alguien (él mismo u otra persona) considera propias de él.

2.  El Yo Ideal o "Yo como me gustaría ser". Es la representación que un sujeto tiene de los atributos que alguien (Sí mismo u otra persona) cree que al propio sujeto le gustaría poseer y, por tanto, contiene información relativa a aspiraciones, metas, expectativas o deseos.

 

3.  El Yo que Debería o "Yo como debería ser". Es la representación que un sujeto tiene sobre las características que alguien (él mismo u otra persona) cree que el propio sujeto debería tener y, por tanto, contiene información relacionada con reglas, normas, obligaciones y deberes.

 

En un trabajo posterior, Higgins añade otros dos dominios del yo (Higgins, 1989).

 

4.  El Yo Potencial o "Yo como puedo ser". Es la representación que un sujeto tiene sobre los atributos que alguien (el mismo u otra persona) cree que el sujeto puede poseer y, por tanto, contiene información sobre las capacidades o el potencial del sujeto.

 

5.  El Futuro Yo (Yo Esperado)o "Yo como seré" en el futuro". Es la representación, que un sujeto tiene sobre los atributos que alguien (él mismo u otra persona) cree que el propio sujeto probablemente poseerá en el futuro.

 

Ademas, Higgins distingue dos tipos de puntos de vista del yo:

 

1.  El propio punto de vista del sujeto.

 

2.  El punto de vista de una persona significativa para el sujeto (por ejemplo, la madre, el padre, el esposo, un amigo íntimo), es decir, lo que cree el sujeto que algún otro significativo piensa sobre el.

 

Combinando cada uno de los dominios del yo con cada una de los puntos de vista del yo, Higgins distinguiría los diez yoes o diez aspectos del yo. Los aspectos que tienen que ver con el Yo Real, especialmente el yo real/propio, constituyen básicamente lo que se denomina "autoconcepto". Los restantes aspectos o representaciones del yo constituyen criterios o modelos, esto es, guías del yo. Las guías del yo son en realidad los yoes posibles a los que nos referíamos en la presentación de esta teoría. En consecuencia, las guías del yo tienen dos papeles fundamentales:

 

a) Funcionan como incentivos para la conducta futura, esto es, como elementos a los que aproximarse o evitar; animan, por tanto, a las personas a perseverar en la consecución de sus objetivos o, por el contrario, a retirarse y abandonar.

 

b) Sirven como contexto evaluativo e interpretativo del autoconcepto, esto es, operan como criterios de contrastación o evaluación frente a los cuales se compara el estado actual del individuo.

 

Supuestos de la Teoría de la Autodiscrepancia

 

Básicamente son cuatro, los dos primeros relacionados con el funcionamiento motivacional de los distintos aspectos de uno mismo y los dos segundos, relacionados con el procesamiento de la información:

 

1.  "Las personas están motivadas para lograr una condición en la que su auto-concepto iguale a sus guías del yo personalmente relevantes" (Higgins, 1989, pag. 95); esto es, las personas tienden a reducir las discrepancias de sus yoes actuales con sus yoes posibles, especialmente con su Yo Ideal y su Yo Debería.

 

2. "Las discrepancias entre dos o entre más de dos tipos diferentes de aspectos del yo representan clases diferentes de situaciones psicológicas, las cuales a su vez están asociadas con estados emocionales‑motivacionales distintos" (Higgins, 1989, pág. 96).

 


3. "Una autodiscrepancia es una estructura cognitiva que interrelaciona distintos aspectos del yo" (Higgins, 1989, pág. 97).

 

4. "La probabilidad de que una autodiscrepancia produzca malestar psicológico depende de su nivel de accesibilidad" (Higgins, 1989, pag. 97), esto es, depende de que la autodiscrepancia se active o no. Por accesibilidad se entiende la facilidad con que una estructura cognitiva es usada o activada en el procesamiento de la información. La accesibilidad de una autodiscrepancia depende de los mismos factores que dependen la accesibilidad de las estructuras cognitivas en general: a) del tiempo que ha transcurrido desde que fue activada por última vez, b) de la frecuencia con que es activada, y c) de la relación entre su contenido y las propiedades de los estímulos que puedan activarla. Asimismo, como ocurre con las estructuras cognitivas, una autodiscrepancia puede tener efectos automáticamente y sin que el individuo tenga consciencia de ello.

 

Estas suposiciones conducen a la siguiente hipótesis general de la teoría de la autodiscrepancia: "cuanto mayor es la magnitud y la accesibilidad de un tipo en particular de autodiscrepancias que posea un individuo, más sufrirá el individuo la clase de malestar asociada con ese tipo de autodiscrepancia" (Higgiss, 1989, pag. 98).

 

 

Discrepancias entre yoes

 

Un principio fundamental de la teoría de la autodiscrepancia es que el sujeto evalúa los atributos que posee, su autoconcepto, en relación con alguno de los criterios del yo. La coincidencia del autoconcepto con los criterios del yo, incluyendo aquí tanto los criterios relacionados con el punto de vista del propio sujeto, como los relacionados con el punto de vista de las personas significativas de su entorno, define una situación psicológica sin conflicto que, por lo tanto, debería dar lugar a consecuencias bien positivas, bien neutras. Los resultados del estudio de Moretti y Higgins (1990) señalan precisamente que los individuos que manifiestan una autoestima más alta son aquellos que muestran un emparejamiento entre su yo real/propio y su yo ideal/propio en términos de una coincidencia en los atributos positivos que ambos yoes incluyen, es decir, aquellas personas que, por ejemplo, se ven simpáticas y cariñosas y que, justamente, les gustaría ser simpáticas y cariñosas. Es más, también cuando un individuo se ve así mismo como traicionero y mentiroso y, precisamente, define su ideal como ser una persona traicionera y mentirosa, es decir, incluso cuando el emparejamiento entre el yo real/propio y el yo ideal/propio es en términos de atributos negativos, la autoestima suele ser alta.

 

1. Discrepancias entre el autoconcepto y las guías del yo

 

¿Qué pasa cuando lo que uno piensa sobre sí mismo no corresponde con los deseos, metas o aspiraciones que uno tiene?, o ¿qué pasa cuando la forma en que uno se ve a sí mismo dista mucho de sus responsabilidades y obligaciones? Es decir, ¿qué pasa cuando una persona presenta una discrepancia entre su Yo Real y su Yo Ideal, o entre su Yo Real y su Yo que Debería?.

 

Las discrepancias relacionadas con cómo una persona se ve y cómo le gustaría ser (yo real/propio vs. yo ideal/propio; yo real/propio vs. yo ideal/otro) representan, según Higgins, la ausencia de resultados positivos, ya que el individuo es incapaz de lograr bien sus propios deseos y aspiraciones, o bien aquellos que cree que los demás han puesto en el. Cuando dicha discrepancia se hace accesible, la gente experimenta tristeza, abatimiento y desánimo. Si el sujeto cree que sus deseos y esperanzas personales no se han cumplido (discrepancia yo real/propio vs. yo ideal/propio), además de los sentimientos anteriores, experimenta sentimientos de insatisfacción y decepción; si el sujeto cree que no ha cumplido los deseos y esperanzas que otros tenían en él (discrepancia yo real/propio vs. yo ideal/otro), aparte de tristeza y desanimo, es vulnerable a experimentar vergüenza y consternación. En conclusión, las discrepancias entre el Yo Real y el Yo Ideal estarían relacionadas con síntomas depresivos.

 

Por otro lado, las discrepancias que se producen entre cómo una persona se ve y cómo cree que debería ser (yo real/propio versus yo que debería/propio; yo real/propio versus yo que debería/otro) representan la expectativa de presencia de resultados negativos, de castigos, por el hecho de haber violado los deberes o responsabilidades que uno se había impuesto o creía que otros le habían impuesto. Cuando tales discrepancias se hacen accesibles, la gente experimenta estados de agitación, nerviosismo y miedo, es decir, estados de ansiedad. En caso de que la persona crea que no ha cumplido una obligación personalmente aceptada (discrepancia yo real/propio versus yo que debería/propio), la teoría predice que tendrá además sentimientos de culpabilidad.

 

En resumen, las discrepancias entre el Yo Real y el Yo Ideal guardarían relación con la depresión, mientras que las discrepancias entre el Yo Real y el Yo que Debería lo harían con la ansiedad. Estas hipótesis han sido ampliamente constatadas por una abundante literatura empírica (Higgins, Bond, Klein y Strauman, 1986; Strauman y Higgins, 1987).

 

2. Discrepancias entre guías del yo

 

Las discrepancias entre guías del yo representan situaciones en las que las personas experimentan aspiraciones, deseos, que se contraponen a su sentido del deber y a sus obligaciones. En estos casos se produce un conflicto de aproximación‑evitación (Van Hook y Higgins, 1988; Higgins et al., 1994).

 

Por ejemplo, supongamos una chica a la que idealmente le gustaría llegar a ser más asertiva (yo ideal/propio) mientras que piensa que su padre espera de ella que sea pasiva y se ajuste al tradicional papel femenino (yo ideal/otro). Esta chica estaría motivada a conseguir ambas guías, a que su yo real coincida tanto con su yo ideal/propio como con su yo ideal/otro (aproximación), pero también a evitar un mal emparejamiento entre su yo real y cualquiera de sus dos guías (evitación), pero ni lo uno ni lo otro se puede lograr simultáneamente porque las guías representan características opuestas. Un mismo atributo de su yo real (obedecer sin rechistar) puede considerarse un éxito o un fracaso dependiendo de la guía del yo con la que se compare; a la larga, no está claro cuáles pueden ser las consecuencias de esta situación para el autoconcepto de esa persona.

 

Por eso, en tales situaciones que suponen un conflicto de aproximación‑evitación, las personas son vulnerables a experimentar sentimientos de confusión, a sentirse inseguras de sí mismas, a distraerse con facilidad y a mostrar conductas de rebeldía.

 

En resumen, según la teoría de Higgins, las discrepancias, tanto aquellas que se dan entre el autoconcepto y las guías del yo, como aquellas que se dan entre las propias guías, funcionan como señal de alarma para el sujeto, alertándole sobre la presencia de cierto desajuste. Si la reducción de dicha discrepancia no se produce, el desajuste puede acabar convirtiéndose en un trastorno emocional grave. La salud o el bienestar psicológico implicaría, pues, la ausencia de diferencias entre cómo uno se ve a sí mismo, cómo le gustaría verse y qué exigencias del entorno debería satisfacer. Un claro ejemplo de reducción de la discrepancia se encuentra en los objetivos de la terapia cognitiva de la depresión (Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979). Muchos pacientes deprimidos presentan ideales y aspiraciones muy altos, los cuales además son vividos como obligaciones, mientras que mantienen visiones muy negativas sobre si mismos. Estos patrones de pensamiento indicarían una discrepancia entre el Yo Real ("un vendedor fracasado al que, por su culpa, todas las ventas le salen mal y nunca nada le va a salir bien") y el Yo Ideal ("el mejor vendedor de la empresa que nunca pierde un cliente y siempre cierra todos los tratos"). A través de distintas técnicas cognitivas, la meta de la terapia seria introducir puntos de vista alternativos para tratar de reducir esa discrepancia, pero teniendo en cuenta que los criterios son elementos muy vulnerables, por lo que atacar las expectativas y los sueños de la gente quizá resulta más dañino que atacar sus logros.

 

 

10.5.-   Algunas áreas de investigación del self

 

10.5.1.-            Diferencias culturales en la concepción del self

 

LECTURA: El yo en otras culturas

Apartado del capítulo: Avia, M.D.(1995). El yo privado y el individualismo: consideraciones históricas y culturales (pp. 107-121). En M.D. Avia y M.L. Sánchez. Personalidad: Aspectos cognitivos y sociales. Madrid: Pirámide.

 

...Aunque la visión del yo individualista sigue siendo habitual en la investigación psicológica, que parece considerarla universalmente válida, dos recientes revisiones han llamado la atención a la posibilidad de que muchos aspectos del yo sean específicos a una determinada cultura (Triandis, 1989; Markus y Kitayama, 1991). La idea general es que, aunque probablemente existen ciertos aspectos "universales" del yo, que se han centrado en lo que Neisser (1988) llamó el "yo ecológico" (definido como el reconocimiento de uno mismo como objeto físico, que ocupa un espacio y tiene cierta consciencia de su actividad interna, inaccesible al exterior), cada cultura favorece un tipo determinado de yo individual, por lo cual es muy probable que haya importantes diferencias culturales en el contenido, la estructura y las funciones del yo. Según Triandis (1989), las dimensiones culturales que más afectan al yo son el grado de complejidad de las distintas culturas, la medida en que exigen pautas sociales rígidas o laxas y, sobre todo, su carácter individualista o "colectivista". Centrándose en esta última, Markus y Kitayama (1991) han indicado que la diferencia principal entre unas culturas y otras está en el grado en que el yo privado se entiende como algo independiente y separado de los demás o como algo interdependiente y conectado son ellos. En la figura se representa gráficamente el alcance de esas diferencias.

 

X X X X X

X X X X X

X X X X X,X X X,X X,X X,X
X
X,Padre,Hermano,Compañero
de trabajo,Madre
X X
X
 


Representación gráfica de dos formas de construcción del yo según Markus y Kitayama (1991).

 

Amigo
 


A)     Construcción independiente del yo

Amigo
X X X X X

X X X X X

X X X X X X,X X X,X X,X X,X X X,X X,Padre,Hermano,Madre
 

 

 

 

 

 


B)     Construcción interdependiente del yo

 

 

 

 

 

X X,Amigo
Compañero
de trabajo
Amigo
 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 


En la figura se indican con la letra "X" las representaciones mentales de uno mismo o de personas significativas. Las que están dentro del círculo grande, el yo, son los atributos internos o esquemas del yo, relativamente independientes de los demás... Las de fuera son las representaciones de los otros, y las intersecciones simbolizan las representaciones del yo en relación con los demás. La parte superior de la figura ilustra la construcción autónoma o independiente del yo; la de abajo la construcción interdependiente.

 

Puesto que el yo independiente ha sido descrito en detalle en las páginas precedentes, sólo indicaré que sus características principales son sus límites claros respecto a los demás y su definición basada en atributos únicos y abstractos. Por el contrario, la construcción interdependiente del yo, aunque sigue conteniendo atributos internos, únicos, se define en una parte muy sustancial por un entramado de relaciones interpersonales o una participación en una unidad más amplia, a partir de la cual adquiere pleno sentido. En esta construcción del yo, el conjunto de atributos internos del individuo, los autoesquemas, puede que no sean la unidad fundamental de la conciencia y, por tanto, es improbable que tengan una importancia muy grande en la regulación de la conducta. Por decirlo en pocas palabras, lo peor para un yo independiente sería la incapacidad de distinguirse de los demás, mientras que para el interdependiente el mayor fracaso sería la exclusión del grupo (Markus y Kitayama, 1991). En el capítulo anterior mencioné que en los orígenes de la concepción moderna del yo estaba el dualismo cartesiano; Markus y Kitayama aluden a la filosofía monista, que considera que las personas forman parte de la misma sustancia que la naturaleza, como un antecedente del yo interdependiente. Las anteriores diferencias aluden, pues, a variaciones en la misma estructura del yo.

 

La construcción interdependiente del yo se ha observado en estudios realizados en Filipinas, India, China y Japón, África, Latinoamérica y algunos lugares de Europa. En todas estas culturas, los demás tienen un papel mucho mayor que en la occidental a la hora de definir el yo. En concordancia con las normas culturales, los individuos están mucho mas acostumbrados a sondear o hacer muestreos de indicios interpersonales o sociales y, en cambio, se han hecho menos "expertos" en analizar sus propios estados o habilidades internas, que pueden ser poco relevantes para lo que habitualmente tienen que hacer. Por ejemplo, en muchas de estas sociedades, las propias opiniones o habilidades son a veces secundarias, mientras que es importante contribuir al funcionamiento del grupo o la sociedad como un todo. De esta forma, la atención a las necesidades de los demás puede ser más importante que la consecución de las propias metas, y las relaciones interpersonales, que están más basadas en la reciprocidad que en el intercambio, son un fin en sí mismas. También es importante destacar que, dada la importancia de los otros en la regulación de la propia conducta, se distingue más entre el endogrupo y el exogrupo, de forma que en la construcción interdependiente del yo puede haber una frontera mucho más precisa entre ellos que en la construcción independiente, en este sentido, más flexible (Markus y Kitayama, 1991). Un estudio de Gudykunst, Yoon y Nishida (1987) parece confirmar esto. Tras tomar datos de tres culturas (Corea, muy colectivista, Japón, algo menos, y Norteamérica, muy individualista) se encontró que, efectivamente, cuanto más colectivista era la cultura, más diferencias aparecían entre el endogrupo y el exogrupo.

 

Existen algunos datos que indican que la suposición de estas dos formas principales de construir el yo puede estar bien fundada. Kitayama et al. (1990; véase Markus y Kitayama, 1991) realizaron una investigación con estudiantes de la India y norteamericanos, en la que analizaron la percepción de semejanzas entre el yo y los demás cuando se tomaba el yo como punto de referencia (por ejemplo, "¿es tu yo semejante a X?") y cuando el punto de referencia era la otra persona ("¿es X semejante al yo?").

 

En la construcción del yo como independiente (estudiantes norteamericanos) se consideró, que el yo estaba significativamente más diferenciado de las otras personas que éstas respecto al yo. Exactamente lo contrario ocurría en la construcción interdependiente, estudiantes de la India. Este resultado parece indicar que el punto de referencia más elaborado y rico varía significativamente en las dos concepciones, sugiriendo que en la construcción independiente los sujetos son más conocedores del yo, y en la interdependiente más expertos en los demás.

Una segunda expectativa, respecto a las dos diferentes construcciones, sugiere que en el yo independiente deberían darse más explicaciones disposicionales de la conducta, y en el interdependiente explicaciones que tengan más en cuenta el contexto. Esas diferencias han aparecido en dos estudios (Shweder y Bourne, 1982; Miller, 1984) que han mostrado que la explicación disposicional es mas frecuente en estudiantes norteamericanos y la situacional más común en estudiantes de la India. Estos resultados ponen de manifiesto que un error que se ha considerado general en las personas, la tendencia a dar explicaciones de la conducta a partir de características internas o rasgos básicos de personalidad ("Fulano es un vago", "Yo soy inteligente"), con el consiguiente olvido de los determinantes situacionales ("Fulano tenía problemas", "A mí me han ayudado"), denominado "error fundamental de atribución" (Ross, 1977), puede que no sea general y que aparezca sólo en determinadas culturas.

 

Triandis (1989) ha presentado otros datos que revelan que en la autodescripción (respuesta al Twenty Statements Test) los asiáticos utilizan más descripciones relacionadas con el "yo colectivo" (entre un 20 por 100 y un 52 por 100) que los europeos (15‑19 por 100). Triandis y su grupo (Bontempo, Lobel y Triandis, 1989) hicieron un experimento en el que participaron sujetos pertenecientes a culturas colectivistas (Brasil) e individualistas (Estados Unidos) y midieron las variaciones en las respuestas a un cuestionario bajo dos condiciones: anónima y pública. En una de las preguntas se pedía a los sujetos que calificaran con qué probabilidad visitarían a un amigo internado en un hospital cuando eso les quitaba mucho tiempo, y también lo agradable que les resultaría hacerlo. En el caso de los brasileños, no hubo diferencias entre la condición anónima y pública, mientras que los norteamericanos dijeron en la condición pública que visitarían al amigo, pero en la privada revelaron que seguir esa conducta les parecía improbable y desde luego no agradable.

 

Un segundo estudio (Marín et al., 1987, véase Triandis, 1989) reveló un comportamiento más altruista en las sociedades menos individualistas, que fomentan una construcción interdependiente del yo. Preguntados sobre los posibles motivos para dejar el hábito de consumir tabaco, los hispanos residentes en Estados Unidos dieron preferentemente razones que implicaban consideración con los demás (dar buen ejemplo a los niños, no afectar negativamente a la salud de otros, evitar el mal aliento o dejar olor en la ropa), mientras los norteamericanos daban prioritariamente argumentos basados en el propio interés (posibles daños para su salud).

 

Un estudio bastante citado por su significación es el realizado por Iwao (1988). En este trabajo se presentó a sujetos americanos y japoneses una situación hipotética en la que una hija trae a casa a su pareja, que pertenece a una raza diferente, y la madre piensa que nunca la permitiría casarse con ella, pero actúa como si el posible matrimonio le pareciera bien. Esta reacción, que se presentaba como una de las posible formas de la madre de enfrentarse a esa situación, fue considerada por el 44 por 100 de los japoneses como la mejor de todas; por el contrario, sólo el 2 por 100 de los norteamericanos la consideraron así (de hecho, el 44 por 100 de éstos la consideró la peor reacción posible, frente al 7 por 100 de los japoneses). Esto parece indicar que los japoneses se preocupan mas de hacer lo que les parece socialmente correcto, independientemente de sus opiniones personales, mientras que para los norteamericanos es más importante actuar de forma consistente con las propias creencias y actitudes. Esta interpretación es consistente con las diferencias comentadas en las dos formas de categorizar el yo.

 

En otro estudio (Barlund, 1975) se encontró que la posibilidad de hablar de cosas íntimas a diversas personas presentaba la misma pauta en Japón y Estados Unidos (más probable hablar con un amigo del mismo sexo, después con otro de sexo opuesto y, con probabilidad decreciente, se hablaría con la madre, el padre, un desconocido y un conocido del que se desconfía); sin embargo, la cantidad de información presentada era superior en un 50 por 100 en los sujetos norteamericanos. De nuevo, esto revela que ciertas costumbres y normas sociales afectan de una manera muy clara a cómo los individuos se comportan y cómo estructuran su propio yo en el mundo.

 

El que existan diferencias culturales que afecten a la estructuración del yo es especialmente importante puesto que, parte del interés actual por el yo se deriva del supuesto de que el yo es una estructura que afecta al modo en que se procesa la información y que repercute en distintos aspectos del funcionamiento psicológico. Hazel Markus, investigadora destacada en el estudio del yo como estructura cognitiva, ha señalado en los últimos años (Markus y Kitayama, 1991, 1994) que de la construcción independiente o interdependiente del yo se desprenden importantes repercusiones que afectan a procesos cognitivos, emocionales y motivacionales. Entre los primeros se encuentran todos los relacionados con los resultados indicados más arriba, que señalan que en la construcción del yo como independiente la atención se centra en el propio individuo en cuanto tal (idiocentrismo), mientras que en la interdependiente se dirige a aspectos del medio, especialmente interpersonal (alocentrismo). Según trabajos de Triandis y su grupo (1988), los individuos de culturas colectivistas no distinguen entre sus propias metas y las metas del grupo, y cuando hacen tal distinción supeditan las personales a las colectivas.

 

Las implicaciones de las dos principales formas de construir el yo sobre los procesos emocionales se entienden fácilmente si recordamos la primera ley de la emoción formulada por Frijda (véase capítulo 3): si las emociones surgen como respuesta a diferentes "estructuras de significado", parece claro que las características de una de estas estructuras, la que se refiere al propio yo, tienen que afectar a las emociones. Según Markus y Kitayama (1991), los sujetos con una construcción independiente del yo deben experimentar más emociones "centradas en el ego" (ira, orgullo, satisfacción por los logros), y los de una construcción interdependiente más emociones dirigidas a los otros, como empatía y consideración con los demás. Entre las diferencias más estudiadas se encuentran la ira y el enfado, que parecen emociones muy temidas en Tahiti (Solomon, 1984) y consideradas infantiles entre los esquimales (Briggs, 1970). Entre los japoneses, la ira se experimenta preferentemente ante desconocidos, frente a lo que ocurre en las culturas occidentales, en que es más probable que uno dé rienda suelta a su enfado precisamente con las personas próximas (Matsumoto et al., 1988). Katakis (1978) informa también de que en las culturas individualistas suele haber conflictos y problemas emocionales entre los miembros de una familia, pero en las colectivistas los problemas se dan no dentro de la misma familia sino entre unas familias y otras.

 

Kitayama y Markus (1990) estudiaron la estructura de las emociones en Japón. En la muestra japonesa se replicaron las dos principales dimensiones que, según distintos estudios, parecen subyacer a las diferentes formas de experiencia emocional, pero en este caso apareció, ademas, un tercer factor que representaba precisamente la medida en que las personas se encontraban implicadas o distantes en una relación interpersonal. Este factor no había surgido en otros estudios realizados en sociedades occidentales. También ofrece gran interés un segundo resultado de este mismo estudio: para los japoneses, las emociones centradas en el yo, positivas y negativas, estaban asociadas con cierta interferencia en las relaciones interpersonales y producían cierta incomodidad (al revés de lo que, comentan los autores, nos ocurre a los occidentales, que percibimos que las relaciones emocionales intensas con otra persona pueden interferir con emociones más personales, como las derivadas de la realización de algo).

 

Especialmente importantes son las diferencias entre culturas en la emoción de orgullo o satisfacción por lo que uno hace. Varios estudios realizados en China y Japón (cf. Markus y Kitayama, 1991) revelan que las personas modestas son consideradas de forma más positiva que las que se jactan de sus habilidades y que las personas que aquí se definirían como asertivas allí se ven infantiles e inmaduras. Un trabajo de Yoshida, Kojo y Kaku (1982) revela el efecto de las pautas de socialización en la percepción de ciertas emociones. Unos niños de nivel escolar oyeron cómo dos compañeros hablaban de su destreza atlética, refiriéndose a ella, respectivamente, de forma modesta o autocomplaciente. Los más pequeños (segundo grado) aceptaron el punto de vista que se les presentó, de forma que consideraron que el niño que se enorgullecía de su destreza era más competente que el modesto. Los niños mayores (de tercero) ya no mostraron esas diferencias, y, curiosamente, en los de quinto grado se observó exactamente la pauta contraria: el niño modesto se percibía como más competente que el orgulloso.

 

Estos resultados tienen implicaciones para la motivación. En Occidente hemos dado por supuesto que la motivación de competencia, autoeficacia o manejo hábil del medio es un proceso básico. Sin embargo, es posible que lo sea sólo en referencia a una construcción del yo independiente, que valora mucho los propios logros. En una construcción interdependiente del yo, puede que exista una motivación tan básica como ésta, de carácter intrínseco, a ayudar a los demás, especialmente si pertenecen al endogrupo. Lo mismo se podría decir de ciertas emociones propias del yo, como la autoestima. Un yo interdependiente no tiene por qué sentir tanta satisfacción cuando consigue algo para él, y en cambio puede sentirse muy satisfecho cuando note que forma parte de algo y ocupa un lugar en una unidad superior a él. En este sentido, Morns (1994) ha comentado que las habituales clasificaciones del yo que aquí hemos llamado interdependiente se centran excesivamente en las relaciones interpersonales y sociales olvidando la dimensión espiritual, que dota de sentido personal a los miembros de estas culturas.

 

Triandis (1989) ha señalado las posibles diferencias en el contenido del yo según las distintas culturas. Algunas de estas diferencias ofrecen cierta validez aparente y se aceptan con facilidad, aunque no tengan mucho apoyo empírico. Por ejemplo, en las sociedades individualistas el yo suele definirse por lo que uno hace y ha conseguido, y por sus propiedades materiales, mientras que, en parte por influencias religiosas, en muchos países de Asia se valoran especialmente la paz de espíritu y la ausencia de preocupaciones. Sinha (1987) encontró que para ejecutivos de la India la mayor preocupación era mantener su buena salud y la de su familia.

 

En suma, el estudio del yo en otras culturas ayuda a relativizar nuestras habituales posturas y sobre todo, a reconocer que algunos de los procesos que estamos acostumbrados a considerar básicos puede que no lo sean tanto y estén mediados por nuestra forma particular, una entre muchas, de considerarnos a nosotros mismos. Ello no significa invalidarla, sino establecer los limites dentro de los cuales son válidas nuestras conclusiones.

 

Con respecto a la variación cultural, es importante resaltar el hecho de que las diferencias entre culturas no deben empañar las que aparecen dentro de una misma sociedad, entre los diferentes grupos. Lo que interesa es reconocer que hay visiones alternativas de la individualidad que afectan, con toda probabilidad, a diferentes procesos y que dependen de pautas de entrenamiento social que se transmiten mediante la educación de los niños. Algunas páacticas educativas tratan de inculcar autonomía, responsabilidad individual y afán exploratorio y manipulativo, mientras otras transmiten consideración, respeto, obediencia y comportamiento prosocial. El tipo de medio ambiente, rural o urbano, afecta a esas diferencias, como también lo hace el tamaño de la familia y así, en las familias pequeñas se permite más que los niños hagan lo que ellos decidan, mientras que en las más numerosas, posiblemente para evitar la desestructuración, suele haber normas comunes fijas (Triandis, 1989). Este dato puede estar confundido con el efecto de la clase social (las clases más bajas, que suelen ser más interdependientes, tienen más hijos).

 

El moldeamiento del yo en el individuo se corresponde probablemente con el moldeamiento de un tipo u otro de individualidad en las diferentes formas de sociedades. Por ejemplo, en las sociedades agrícolas es funcional el trabajo en equipo y la cooperación, lo que puede haber determinado un esfuerzo por buscar indicios relacionados con estas conductas y un incremento en la conciencia social, más que individual. En las sociedades nómadas, que han sobrevivido gracias a la caza, es más funcional, por el contrario, dispersarse, buscarse la vida solo y desarrollar el propio ingenio, de forma que se acabe descuidando la cooperación y exagerando el valor del propio esfuerzo (Triandis, 1989).

 

Sin duda, en las sociedades existen a la vez distintas formas de entender la individualidad. Prestar más atención a esas diferencias puede repercutir en una psicología más rica y que refleje mejor a todas las personas. En este sentido, y para concluir, habría que añadir, con Victoria Camps (1990), que las características del "yo femenino", que parecen coincidir con una construcción más interdependiente que la del yo masculino, pueden aportar una forma alternativa, en cierto sentido más humana, de vivir en sociedad.

 

 

 

 

 

10.5.2.-            Dimensiones relacionadas: autoeficacia, autoestima y autoconsciencia privada y pública

 

 

1) EL CONCEPTO DE AUTOEFICACIA DE BANDURA

La gente puede desarrollar dos tipos de creencias sobre la habilidad para conseguir sus metas (Maddux, 1991). Las expectativas de los resultados son las creencias sobre la posibilidad que un comportamiento determinado conduzca a una meta determinada. Las expectativas sobre la autoeficacia son creencias sobre nuestras propias habilidades para realizar las acciones que nos llevarán a los resultados esperados. La teoría de la autoeficacia argumenta que, para que una persona emprenda acciones que le lleven a la meta deseada, es necesario creer que las acciones producirán el resultado deseado y que el individuo es capaz de llevar a cabo las acciones necesarias. Si la autoeficacia es baja, la gente no intenta realizar las acciones.

 

El concepto de autoeficacia fue introducido por Bandura en 1977 para explicar los resultados de los estudios del efecto en el comportamiento de las observaciones de otras personas mientras realizaban acciones. Bandura intentó demostrar que los individuos expuestos a un modelo, son capaces de ejecutar los actos realizados por los modelos. Podemos aprender por imitación. Bandura notó que la tendencia de un observador a emular las acciones de un modelo parecía variar según las características del modelo. Los niños tenían más probabilidades de emular a niños que  a adultos. ¿Por qué? Bandura (1977) expuso que la tendencia a emular estaba influida por las creencias desarrolladas por el observador. Un niño que observa el comportamiento de un adulto puede pensar que los adultos son capaces de hacer muchas más cosas que los niños no pueden hacer y, por lo tanto, el niño no puede desarrollar una creencia en su habilidad para realizar las acciones.

 

Este análisis de Bandura remarca el papel de la autoeficacia. El aspecto fundamental de la teoría es la asunción de que las creencias en la autoeficacia controlan el comportamiento. La gente suele realizar acciones que les conducen hacia las metas que creen que son capaces de conseguir; no realizan dichas acciones si creen que no son capaces de conseguirlas. Cambie sus creencias acerca de la autoeficacia y cambiará su comportamiento.

 

Las creencias en la eficacia han sido relacionadas con muchos tipos de comportamientos. Candiotte y Lichestein (1981) evaluaron la efectividad de varios tratamientos diseñados para ayudar a la gente a dejar de fumar y encontraron que las correlaciones entre las creencias en la eficacia y una medida de recaída era de 0,57. Aquellos que creían que podían dejar de fumar después del tratamiento, tenían más probabilidades de hacerlo.

 

Una de las investigaciones más interesantes es la de la relación de las creencias de autoeficacia con la salud (O'Leary, 1985, 1992). En este trabajo es fundamental la relación de la autoeficacia percibida con el funcionamiento del sistema inmune. Hay pruebas de que un estrés excesivo puede llevar al deterioro del sistema inmunológico. En un experimento diseñado para examinar el impacto de la autoeficacia percibida de control sobre los estresantes del sistema inmunológico, Bandura y cols. hallaron que la autoeficacia percibida intensificaba el funcionamiento del sistema inmunológico.

 

 

Las creencias de autoeficacia pueden deberse o ser modificadas por 4 determinantes básicos:

 

- Éxitos reales de ejecución. Son la fuente de información de autoeficacia más importante. A través de las experiencias las personas adquieren conocimiento sobre en qué son buenos y cuáles son sus debilidades, de sus aptitudes y sus limitaciones.

 

- Experiencias vicarias. Nos permiten observar los éxitos y los fracasos de los demás, evaluarnos en comparación de ellos y desarrollar creencias de autoeficacia.

 

- Persuasión verbal. Se refiere a las actitudes y creencias manifestadas por los demás sobre lo que somos capaces de hacer. La confianza que depositan los demás en nosotros son determinantes para nuestras creencias de autoeficacia. Estas expresiones de confianza deben estar acompañadas del éxito real para contribuir de modo significativo a nuestro sentido de autoeficacia.

 

- Arousal emocional. A través del conocimiento de nuestro arousal recibimos información sobre nuestra autoeficacia en una situación. Por ej. el sentimiento de amenaza y los latidos violentos del corazón asociados con la posibilidad de fracaso frente a la alegría asociada con el éxito previsto.

 

Estas creencias son específicas para situaciones y tareas, pueden ser fuertes o débiles, muy resistentes al cambio u oscilantes, realistas o poco realistas.

 

Son importantes porque influyen en qué actividades participamos, cuánto nos esforzamos en una situación, durante cuánto tiempo perseveramos, así como nuestras reacciones emocionales en las situaciones. Pensamos, sentimos y nos comportamos de forma diferente en las situaciones según lo competentes o incompetentes que nos sintamos. En resumen, está claro que las creencias de autoeficacia desempeñan un papel importante en nuestras vidas emocionales y motivacionales, con importantes implicaciones para nuestra ejecución y salud.

 

 

2) LA AUTOESTIMA

 

La mayoría de la gente parece evaluar sus características personales. Las personas tienen más propensión a confirmar ítems de un test de autoestima, que sugieren que se tienen características positivas. Quizá, la gente haga algo para aumentar su autoestima. También, las personas pueden tender a ver sus actuaciones de una forma más positiva que la que se debiera.

 

¿Las percepciones que tenemos de nosotros mismo son más positivas que las debidas a nuestras verdaderas características? ¿Esto es válido para todo el mundo o sólo para aquellos que tienen una alta autoestima? Es posible distinguir dos puntos de vista diferentes de la autoestima: (1) La gente, generalmente, tiene un concepto correcto de sus propias percepciones. Esto, a veces, se llama perspectiva de correspondencia. Es decir, la autopercepción se corresponde con la realidad. (2) La gente distorsiona las perspectivas de sí mismo para aumentar su autoestima. John y Robins (1993) plantearon un estudio para comprobar estas nociones sobre la exactitud de las autopercepciones. Los investigadores preguntaron a varios estudiantes, ya licenciados, matriculados en un master de administración de empresas, que midieran su participación en una discusión en grupo, en la que se les pidió que evaluaran a los empleados de acuerdo con materiales escritos presentados al grupo. La actuación de cada miembro del grupo fue clasificada por asesores expertos que observaban la discusión, por el resto de los participantes y también por la persona que lo realizó. Este procedimiento permitió que obtuvieran dos medidas externas de cada participante: una hecha por los otros participantes en el estudio y otra por los observadores expertos; y pudieron compararlas con las categorías de una autoevaluación de los sujetos.

 

Los resultados apoyan cinco conclusiones sobre la autoestima. Primero, hay datos que apoyan la teoría de la correspondencia. Los individuos juzgan la calidad de su actuación de una manera relativamente acertada.

 

Segundo, los individuos son menos exactos al juzgar sus propias posiciones que las clasificaciones de los demás. Debe haber ciertos sesgos en los juicios sobre uno mismo.

 

Tercero, los sesgos tienden a ser autointensificadores. Los individuos tendían a colocar su propia actuación más alta que la que lo fue por sus compañeros o por el equipo de asesores.

 

Cuarto, aunque la mayoría de los individuos distorsionaba sus propias perspectivas de actuación de manera intensificadora, esto no era verdad para todos los sujetos. Aproximadamente un tercio colocó su actuación por debajo de lo que los hicieron sus compañeros. Estos datos implican que algunos individuos pueden subestimar la calidad de su actuación.

 

Quinto, los autoinformes sobre la calidad de actuación en esta tarea estaban relacionados con características de la personalidad. Se encontraron relaciones entre las puntuaciones en narcisismo y la valoración de la actuación por su parte más alta que la del juicio externo.

 

¿La autoestima está asociada con una ejecución óptima en una tarea? Baumeister, Heatherton y Tice (1993) estaban interesados en la relación que hay entre la autoestima y el comportamiento en la conducta dirigida a metas. Estudiaron cómo actuaban unos sujetos que jugaban una partida en un vídeo juego. Después de jugar, se les asignó a los sujetos el objetivo de pasar a un nivel que estaba ligeramente por encima del término medio de su anterior partida. Si lo conseguían, ganarían un premio. También, se les dio la opción de escoger un nivel todavía más alto para ganar aún más dinero. En sus experimentos, estos autores informaron a algunos de los sujetos que la tarea podía “bloquearlos” y, por tanto, era posible que quisieran elegir un objetivo más conservador. Observaron que los sujetos que tenían la autoestima alta jugaron mejor que los que la tenían baja, cuando no eran informados de que podrían bloquearse, es decir, cuando no existía amenaza posible para su autoestima. Cuando los sujetos eran informados de que podrían bloquearse, los  individuos con alta autoestima no jugaron tan bien como los que tenían baja autoestima. Los individuos con alta autoestima establecieron, ilusoriamente, altas metas para sí mismo, que no pudieron superar. Como resultado, ganaron menos dinero en la tarea que los sujetos con baja autoestima.

 

Estos estudios muestran lo que se podría llamar el “lado oscuro” de la autoestima. Tener la autestima alta se percibe generalmente como bueno. Probablemente la mayoría de nosotros, nos queremos sentir bien con nosotros mismo; y las personas que tienen una alta autoestima, generalmente, pueden obtener mejores resultados en una tarea que las que tienen baja autoestima. Al mismo tiempo, los individuos pueden distorsionar sus interpretaciones de la experiencia para aumentar y preservar su autoestima. Estos aumentos pueden llevarles a una percepción irreal de su propia actuación; y, cuando la propia perspectiva positiva de sí misma puede estar amenazada, estos individuos pueden seleccionar metas carentes de realismo y actuar de una forma menos competente.

 

Por otra parte, la autoestima de la gente parece depender de la percepción de su competencia en muchas actividades diferentes, y tienden a tener una percepción diferenciada de sus habilidades. La autoestima está basada en el término medio de los resultados obtenidos en diferentes dominios.

 

 

3) LA AUTOCONCIENCIA PRIVADA VERSUS LA AUTOCONCIENCIA PÚBLICA DE CARVER Y SCHEIER

 

Una variable en la que existen importantes diferencias individuales destacada por Carver y Scheier es el foco de la atención del self en lo privado o en lo público. Desarrollaron una escala para medir las diferencias individuales, la escala de autoconciencia.

 

- Los individuos con una autoconciencia privada elevada miran dentro de ellos mismos y prestan atención a sus propios sentimientos, deseos y exigencias.

 

- Los individuos con una autoconciencia pública elevada prestan mucha más atención a lo que los demás deben pensar de ellos, al self que presentan a los demás y a las exigencias externas.

 

Las implicaciones serían las siguientes. Las personas altas en autoconciencia privada Estas personas tienden a tener sentimientos más intensos y a ser más claros sobre sus sentimientos que las personas bajas en autoconsciencia privada. Tienden a tener un mayor nivel de concordancia entre los autoinformes de comportamiento y el comportamiento real y a tener conceptos del self más desarrollados que los individuos bajos.

 

Los individuos de autoconciencia pública tienden a ser sensibles y a reaccionar a las señales de los demás. Si son rechazados por los demás es posible que se sientan heridos y también es posible que cambien sus puntos de vista para amoldarse a la norma pública percibida. No es probable que los individuos bajos en este rasgo se sientan influidos emocionalmente por las reacciones de los demás y tampoco es probable que cambien sus puntos de vista establecidos para amoldarse a la norma externa.

 

Evidentemente, las circunstancias pueden hacer que desviemos la atención hacia nuestro self público o privado. Estar solos, por ej., nos puede encaminar hacia la introspección y hacia nuestro self privado. Sin embargo, estos autores sugieren que las personas reaccionan de manera diferente a estos estímulos según su sensibilidad: los de autoconciencia privada elevada son más sensibles al self privado y los de autoconciencia pública elevada son más sensibles al self público.

 

 

10.6.-   Conclusiones

 

 Si atendemos a ciertos indicadores, en la actualidad parece estar produciéndose un interés masivo por el estudio del yo. Kurt Danziger (1995) ha observado que en 1965 podían encontrarse en el Psychological Abstracts un total de 200 referencias bajo el epígrafe "self", mientras que en 1993 el número había pasado a ser de casi 2.000.

 

¿A qué puede deberse este repentino cambio en la atención de los investigadores? Las cifras hablan por sí mismas y revelan que la situación actual es bastante novedosa, y que en un período de treinta años se ha producido un giro espectacular en este tema. La tesis fundamental que se asume es que no sólo el interés científico por el yo, como se revela en las publicaciones psicológicas, es bastante reciente, sino que el concepto mismo de yo privado y la preocupación personal por la identidad es un fenómeno moderno que parece estar especialmente hipertrofiado en la época actual. Aunque las razones últimas de ello sean complejas y no puedan analizarse en su totalidad, las consideraciones históricas, socioculturales y, en último termino, económico‑políticas son sin duda muy pertinentes para entender este proceso. De tener una prioridad mínima durante muchos años, el estudio del yo ha pasado, en la actualidad, a ocupar un lugar especialmente relevante.

 

A fuerza de definirse fundamentalmente por la pertenencia a una comunidad, un grupo, un proyecto común o una familia, el hombre occidental, especialmente en la sociedad urbana, se ha ido desvinculando de esas interdependencias para ir adquiriendo cada vez mayor autoconciencia privada. Ciertos términos procedentes de la jerga profesional han sido fácilmente asimilados por el hombre común y parecen ya formar parte del sentir general o del espíritu del tiempo. Así, expresiones como "crisis de identidad", "encontrarse a sí mismo", "ser uno mismo" o "realizarse" han pasado a ser frecuentes en muchas personas sin especial formación psicológica (Baumeister, 1987). La razón es que responden a la filosofía psicológica dominante, un "individualismo autosuficiente" (Sampson, 1988) de complejas, y no siempre favorables, repercusiones psicológicas.