TEMA 8
8.1.- Introducción: ¿Qué resulta adaptativo?
La cuestión de si puede o no cambiar la personalidad ha sido un tópico
constante en nuestra disciplina, desde la publicación en 1890 del libro de William
James, Principios de Psicología. James llegaba a la conclusión de que,
alrededor de los 30 años de edad, la personalidad de un individuo se ha hecho
tan sólida como una escayola, que ya no se volverá a ablandar jamás (James,
1890; McCrae y Costa, 1990).
Por supuesto, no todos los psicólogos han estado de acuerdo con esta
afirmación de estabilidad de James. Por ejemplo, para Erikson (1950), los
adultos, al igual que los niños, maduran y cambian a medida que van pasando por
diferentes etapas. Del mismo modo, uno de los supuestos básicos de los
psicólogos clínicos es que los individuos son capaces de realizar cambios
importantes que afectan a muchos aspectos de sus vidas. Incluso algunos, como
Mischel (1968), desde una posición extrema, han propuesto que la personalidad
puede ser tan maleable que cambie de situación a situación.
A lo largo de la historia de la Psicología de la personalidad los
argumentos a favor y en contra de la permanencia y el cambio, han ido
configurando una de las principales polémicas del área. Todavía, en la
actualidad, podemos encontrar partidarios de ambas posturas. La pregunta
inevitable es: ¿Como es posible que después de más de un siglo de trabajo, aún
no se haya dado una respuesta a este debate? ¿Es posible que ambas posiciones puedan
tener parte de razón?.
En principio, parece razonable asumir que puede ser funcional y
adaptativo, tanto permanecer estable, como cambiar y adaptarse a nuevas
circunstancias (Heatherton y Nichols, 1994).
En primer lugar, la regularidad y la consistencia son una condición
básica para el desarrollo de nuestras relaciones interpersonales. Gracias a
esta regularidad podemos interaccionar fácilmente con otras personas y
anticipar los resultados de estas interacciones. Además, la estabilidad permite
mantener un sentido positivo de la identidad, que nos ayuda a enfrentarnos a
las exigencias del mundo cambiante que nos rodea.
Muchos de los determinantes del desarrollo también parecen tener una
influencia estabilizadora sobre la personalidad. Por ejemplo, algunas de las
influencias genéticas, biológicas, y sociales, favorecen el mantenimiento de
patrones estables de comportamiento.
En segundo, lugar, con respecto al cambio, todos percibimos que muchas
de las circunstancias que nos rodean, nuestra maduración biológica, o los roles
diferentes que desempeñamos nos empujan a cambiar. La falta de flexibilidad y
de cambio nos hace comportarnos de manera rígida y desadaptativa, y tiene
consecuencias negativas para nosotros y para los demás.
Por ejemplo, cuando si marido perdona a una esposa que ha sido infiel,
querrá creer que ella ha cambiado de verdad. Cuando a un recluso se le da la
libertad, se hace con la creencia de que ha cambiado sus patrones de conducta
antisociales, o cuando una persona se implica en un programa de intervención
psicológica, lo hace con el convencimiento de que es capaz de hacer cambios
importantes. Es decir, sería deseable que la personalidad pueda cambiar cuando
hay un efecto adverso sobre las relaciones interpersonales, la salud física o mental,
o sobre el funcionamiento de la sociedad. Es más, nuestra estructura social
está asentada sobre la base de que estos patrones de comportamiento pueden
modificarse.
Simplemente por el hecho de estar implicados en un mundo social es
probable que se faciliten algunos cambios en la personalidad. Después de todo,
las personas importantes en nuestras vidas nos proporcionan feedback y refuerzo
positivo sobre las actitudes y las conductas que favorecen la relación, y
feedback negativo sobre aquellas que la perjudican. Es decir, las relaciones
interpersonales pueden modelar o modificar nuestra personalidad.
Partiendo, pues, del convencimiento de que existe espacio para la
estabilidad y el cambio en la personalidad humana, vamos a tratar de responder
a algunas preguntas relacionadas con esta aparente paradoja.
8.2.- Tipos de estabilidad y de cambio
En primer lugar, es necesario, aclarar algunos conceptos. La
afirmación de que la personalidad de un individuo cambia o se mantiene estable,
es una afirmación ambigua, que puede interpretarse de formas diferentes. En
nuestro caso, vamos a ocuparnos de la estabilidad temporal, pero aún así,
podemos estar hablando de distintos tipos de estabilidad (Avia, 1995; Caspi y
Bem, 1990; Pervin, 1998).
8.2.1.- Estabilidad absoluta
La estabilidad absoluta se refiere a la constancia del mismo atributo
en ocasiones sucesivas.
Es importante tener en cuenta que para poder evaluar la estabilidad
absoluta, necesitamos medir el mismo atributo en diferentes ocasiones. Es
decir, necesitamos evaluar conductas idénticas (Avia, 1995; Brody y
Ehrilichman, 1998; Caspi y Bem, 1990). Lo que queremos señalar es que, en
ocasiones, puede ser difícil buscar medidas equivalentes para una
característica en diferentes rangos de edad (infancia y edad adulta en
agresión).
8.2.2.- Estabilidad relativa
Es decir, el mantenimiento de la posición de un individuo, en una
característica de personalidad, en comparación con la media de su grupo. Esta
es la definición más común de estabilidad y se refleja, generalmente, a través
de coeficientes de correlación.
Es importante comprender la diferencia entre estabilidad relativa y
absoluta. Es decir, un individuo puede preservar la misma posición o el mismo
orden en una característica a través del tiempo, es decir estabilidad relativa,
pero puede presentar cambios en los valores de esa característica, es decir no
presentar estabilidad absoluta. El peso físico es un ejemplo obvio.
8.2.3.- Estabilidad estructural
Se refiere a la persistencia de patrones de correlaciones entre un
conjunto de variables a través del tiempo.
8.2.4.- Estabilidad ipsativa o individual
Es decir, continuidad en la ordenación de variables, o perfil de
personalidad, de un individuo concreto a lo largo del tiempo.
Los tres tipos de estabilidad anteriores (absoluta, relativa y
estructural) suelen representarse a través de estadísticos que caracterizan a
una muestra de individuos. Pero, los resultados de grupo no nos informan de lo
que ocurre a nivel individual.
8.3.- Factores que influyen en la estabilidad y
el cambio
8.3.1.- Métodos de evaluación
Cuando queremos obtener información de la personalidad de un individuo
podemos acudir a distintas fuentes de datos. Existen 4 categorías básicas de
medidas de personalidad: (Block, 1993; Funder, 1997; Pervin, 1998).
- Datos L: consisten en registros de vida o historia vital, como por
ejemplo los expedientes académicos y penales.
- Datos O: Consisten en juicios de observadores, como padres,
profesores, cónyuges o compañeros.
- Datos T: Se derivan de procedimientos experimentales o
estandarizados. Ej: registros psicofisiológicos.
- Datos S: Medidas de autoinforme. Ej. los cuestionarios de
personalidad.
En general, los datos O y S presentan una gran continuidad a través
del tiempo, correlacionan bien entre ellos y predicen resultados de la vida
real (Datos L). Los datos T presentan menos estabilidad.
Debemos tener cuidado con los
informes retrospectivos porque pueden llevarnos a datos poco precisos. Por
ejemplo, Costa y McCrae (1989) realizaron una investigación longitudinal en la
que recogieron medidas de los 5 rasgos descritos por su modelo. Posteriormente,
dividieron a la muestra en dos grupos: en uno de ellos se incluyeron a los
sujetos que decían haber cambiado muchísimo entre los dos períodos de
evaluación, y en el segundo grupo a los que manifestaron seguir prácticamente
igual que antes. En realidad, las correlaciones test‑retest de los dos
grupos, no presentaban diferencias significativas. Esto sugiere que deberíamos
ser precavidos con las explicaciones retrospectivas de cambio y de estabilidad.
En síntesis, para poder hacer conclusiones válidas de cambio o
estabilidad, necesitamos investigaciones longitudinales que utilicen múltiples
métodos de evaluación.
8.3.2.- Definición de personalidad y variables
evaluadas
La Psicología de la personalidad es un campo increíblemente diverso y
difuso. Como muchos autores señalan, la personalidad se ha vinculado a casi
todos los aspectos de la vida y de la experiencia humana. Es evidente, que
nuestras conclusiones con respecto al cambio o estabilidad de la personalidad,
van a depender de la definición de personalidad que adoptemos (Heatherton y
Nichols, 1994).
Por otra parte, también es evidente que podemos esperar diferentes
índices de estabilidad y de cambio en función de las variables que estemos
examinando. Las investigaciones longitudinales dan buena muestra de ello.
Se supone que la estabilidad de una variable será mayor cuanto mayor
sea su índice de heredabilidad. Si esto es cierto, es probable que las
variables temperamentales sean las variables de personalidad con los
coeficientes de estabilidad más altos. Precisamente, Buss y Plomin (1984)
utilizan 3 criterios para definir a una variable como temperamental: la
heredabilidad, la estabilidad y su significado evolutivo. La actividad,
sociabilidad y emocionalidad -y posiblemente la impulsividad- parecen reunir
estos tres criterios. En cambio otras
variables como las actitudes políticas presentan poca estabilidad.
8.3.3.- Diferencias individuales
La mayoría de los trabajos coinciden en señalar importantes
diferencias individuales en la estabilidad de la personalidad. Un buen ejemplo
son los resultados de un trabajo de Block (1971). En el caso de los hombres
encontró que, mientras que la correlación total de las medidas de personalidad
entre dos períodos de evaluación era de 0.77, las correlaciones individuales
fluctuaban entre -0.1 a 1.00. En el caso de las mujeres, el promedio era de
0.75, y la serie de correlaciones fluctuaba entre -0.02 a 1.00.
Otro resultado interesante fue que los individuos que se mantenían
estables desde la adolescencia a la edad adulta (no cambiadores) eran
diferentes de los que presentaban cambios (cambiadores). En concreto, los no
cambiadores de ambos sexos tenían más éxito a nivel intelectual y social en la
adolescencia, y estaban mejor ajustados que los cambiadores.
Pero, ¿Por qué cambiaban los cambiadores?. Parte de la respuesta puede
ser la maduración. El grupo de cambiadores estaba formado por individuos menos
maduros, y los cambios al llegar a la edad adulta pueden simplemente reflejar
dicha maduración. Pero también es probable que las personalidades de los
adolescentes cambiadores tuvieran efectos más aversivos en sus ambientes, y que
por tanto, recibieran más presión social para cambiar. Por ejemplo, Block
encontró que las mujeres no cambiadoras eran más conservadoras, sumisas y mejor
ajustadas durante la adolescencia que las cambiadoras, que fueron descritas
como rebeldes. Es preciso tener en cuenta que estas mujeres alcanzaron la edad
adulta entre
8.3.4.- La edad y el intervalo temporal
De los estudios longitudinales se extraen dos conclusiones acerca de
la edad y el intervalo temporal: (1) los coeficientes de estabilidad tienden a
aumentar a medida que aumenta la edad de los sujetos; y (2) tienden a disminuir
a medida que aumenta el intervalo entre observaciones (Clarke y Clarke, 1984;
Moss y Susman, 1980; Olweus, 1979).
Una de las explicaciones propuestas para el primer resultado, es que
las diferencias individuales van estabilizándose progresivamente hacia el final
de la infancia, porque este momento coincide con el asentamiento de algunos de
los aspectos básicos de la personalidad. Por ejemplo, los sistemas de creencias
y las expectativas de los sujetos van encontrando una afirmación continua del
ambiente y de este modo tienden a estabilizarse.
La segunda conclusión parece indicar con claridad que la gente
presenta cambios reales a través del tiempo, y que sus trayectorias vitales
pueden ser alteradas por diferentes circunstancias. No obstante, estos
resultados no deben entenderse como una evidencia de que el paso del tiempo
modifica necesariamente la personalidad. En realidad, no es el intervalo
temporal el principal responsable de la reducción de los coeficientes de
estabilidad, sino la diferencia entre las demandas ambientales en las dos
ocasiones de medida.
8.3.5.- Transiciones sociales
Las situaciones se diferencian unas de otras por su grado de
estructuración. Algunas situaciones son poco estructuradas y permiten una gran
variedad de respuestas, y de este modo, favorecen la aparición de diferencias
individuales. Otras situaciones son muy estructuradas, restringen las
elecciones conductuales y provocan respuestas similares en la mayoría de los individuos
(Mischel, 1977). En general, se ha encontrado que la influencia de los factores
disposicionales en la determinación de la conducta es mayor en situaciones poco
estructuradas (Snyder e Ickes, 1985).
Muchas situaciones poco estructuradas, son ambiguas, inciertas,
novedosas y, a veces, estresantes. Es decir, similares a las que ocurren en
períodos de transición, como ir al colegio por vez primera, casarse, ser padre
primerizo, etc.
Algunos autores (Caspi y Bem, 1990; Caspi y Moffitt, 1995) han
propuesto que la influencia de los factores disposicionales será mayor y las
diferencias individuales más evidentes, precisamente, en períodos de
transición. En otras palabras, que es más probable encontrar estabilidad en la
personalidad, durante las discontinuidades del curso de la vida.
Esto puede parecer paradójico, porque algunas perspectivas teóricas
asumen precisamente lo contrario. No obstante, diversas investigaciones han
encontrado que las características de personalidad previas a los períodos de
transición son acentuadas durante estas épocas.
Incluso los cambios catastróficos producen este efecto. En 1941,
Allport y colaboradores (Bruner y Jandorf), tras examiar los cambios que
produjo el nazismo reconocían que: "... Muy raras veces el cambio
catastrófico produce alteraciones catastróficas en la personalidad [...] Cuando
se dan esos cambios, lo que aparece de forma invariable es una acentuación de
las tendencias que estaban claramente presentes en la personalidad previa a la
crisis..." (pp. 7‑8). Sin duda, como señala Avia (1995), a este
comentario habría que añadir que, lo que parece claro es que uno se enfrenta a
las crisis con los recursos que tiene, y que los efectos de éstas crisis son
casi irrecuperables cuando ocurren en edades tempranas, en las que el individuo
no ha podido desarrollar esa base que le puede servir de atenuante para
contrarrestar los efectos de un medio nocivo.
8.4.- Investigación sobre estabilidad y cambio
Hasta hace poco, la información respecto a los cambios y la
estabilidad de la personalidad era, generalmente, confusa. Había, por ejemplo,
estereotipos de edad, bastante inconsistentes: la gente mayor se caracterizaba
al mismo tiempo como prudente y juiciosa e imprudente, como abuelos generosos y
educadores y como egoístas e hipocondríacos. Las teorías clásicas del
desarrollo, (Jung (1933) y Erikson (1950) y las teorías más recientes de las
etapas del desarrollo del adulto (Gould, 1978; Levinson y cols. 1978)) ofrecían
explicaciones competidoras. Es cierto que se realizaron cientos de estudios
transversales para poder comparar a sujetos mayores con sujetos más jóvenes en
diversas medidas, como la extraversión, pero los resultados eran difíciles de
integrar y a menudo contradictorios (Neugarten, 1977).
Sin embargo, a partir de los años 70, empiezan a estar disponibles los
datos de diversos estudios longitudinales que aportan resultados concretos con
respecto al cambio y a la estabilidad de la personalidad.
8.4.1.- Estudios ilustrativos de estabilidad
La mayor parte de los resultados sobre la estabilidad de la
personalidad se ha desarrollado alrededor del modelo de los Cinco Grandes
(Big Five), y especialmente a partir de la propuesta de Costa y McCrae
(1992, 1994, 1997; McCrae y Costa, 1990). Para este modelo la estructura básica
de la personalidad se define a través de 5 rasgos básicos: Neuroticismo,
Extraversión, Amabilidad, Responsabilidad y Apertura a la Experiencia.
Estos autores reúnen información de diferentes estudios transversales y
longitudinales que, parecen indicar que, estos rasgos o disposiciones, varían
poco a lo largo de la vida.
- Los estudios del Instituto del Desarrollo Humano (Eichorn, Clausen,
Haan, Honzik y Mussen, 1981),
- El Estudio de Normativo del Envejecimiento (Costa y McCrae, 1978),
- El Estudio Longitudinal de Kelly (Conley, 1985),
- El Estudio Longitudinal de Duke (Siegler, George y Okun, 1979),
- El Proyecto de Enfermedades Cardiovasculares de la Universidad de
Minnesota (Finn, 1986),
- El Estudio Longitudinal del Envejecimiento de Baltimore (Costa y
McCrae, 1988; 1992b).
Estos estudios parten de objetivos, muestras, intervalos de medidas e
instrumentos de evaluación diferentes, pero todos llegan a la misma conclusión:
la personalidad del adulto es estable a través del tiempo.
RESULTADOS DE INVESTIGACIÓN TRANSVERSAL
Citaremos dos ejemplos de este tipo de trabajos.
En una de sus investigaciones, Costa y McCrae reunieron datos de una
muestra de 10.000 hombres y mujeres con edades comprendidas entre los 35 y 84
años. Encontraron que las correlaciones entre la edad y las puntuaciones de
Neuroticismo, Extraversión, y Apertura a la Experiencia oscilaban entre -0.12 y
-0.19.
En otro estudio (Costa y McCrae, 1992), más reciente, de 1.539 hombres
y mujeres con edades comprendidas entre los 21 a los 64 años, incluyeron
medidas de los 5 rasgos básicos. Las correlaciones entre la edad y el
Neuroticismo, Extraversión, Apertura a la Experiencia, Amabilidad y
Responsabilidad fueron, respectivamente, de -0.12, -0.12, -0.12, +0.17 y +0.09.
Todas estas correlaciones fueron estadísticamente significativas (p< .001),
aunque la edad explicaba menos del 3% de la varianza en cualquiera de las
escalas.
Estos datos indican que parece haber un cierto declive a medida que
avanza la edad en los niveles de Neuroticismo de las personas, así como en los
de Extraversión y Apertura a la experiencia, mientras que se da un ligero
incremento en Amabilidad y Responsabilidad, pero las correlaciones entre esos
rasgos y la edad son muy bajas, y los valores normativos a los treinta años siguen
siendo una buena referencia para edades superiores.
No obstante, debemos recordar que éstos son resultados de estudios
transversales, y que son posibles muchas explicaciones alternativas. Por
ejemplo, se ha demostrado de que los individuos poco agradables tienen mayor
riesgo de desarrollar enfermedades coronarias que los individuos más agradables
(Costa, McCrae y Dembroski, 1989). Podría ser que, los niveles más altos de
Amabilidad entre los cohortes de mayor edad se deban, por ejemplo, a la muerte
prematura de los compañeros de edad que presentan el patrón contrario.
RESULTADOS DE INVESTIGACIÓN LONGITUDINAL
Las principales conclusiones sobre la estabilidad de la personalidad
se apoyan en investigaciones longitudinales. Para Costa y McCrae (1994), los
resultados de la estabilidad de las diferencias individuales son claros y
abundantes. Reúnen los resultados de una
serie de estudios longitudinales que evaluaron los 5 rasgos de personalidad
utilizando diferentes instrumentos (16PF, MMPI, NEO-PI). Los intervalos entre
la primera y la segunda medida se extienden desde los 3 a los 30 años. Los
resultados, en general, indican correlaciones test-retest significativas y
altas. La correlación media para cada grupo de las escalas en los 5 rasgos fue
de 0.65, e incluso mayores si se aplica un procedimiento de corrección (porque
las medidas de personalidad no están libres de errores).
CONCLUSIONES
En resumen, en los últimos años se han realizado muchos estudios que
parecen coincidir en la impresión de que existe una regularidad muy sólida en
las disposiciones básicas de la personalidad a lo largo del tiempo. Como
conclusión general, se ha dicho que aproximadamente las tres cuartas partes de
la varianza de los cinco rasgos generales de personalidad es estable a lo largo
de la vida (Costa y McCrae, 1994). Además, se ha defendido que esta estabilidad
empieza a ser característica en algún momento entre los 21 a los 30 años de
edad, y que esto podría indicar que es en este periodo en el que la
personalidad completa su desarrollo.
Podríamos concluir este apartado señalando que, si nos centramos en
disposiciones generales, la permanencia parece ser la norma, sin que esté tan
claro el origen de la misma, aunque cada vez hay más datos que señalan a
posibles determinantes biológicos como los responsables.
8.4.2.- Estudios ilustrativos de cambios
En el otro extremo, existen también muchos datos que ponen de
manifiesto que la personalidad cambia a lo largo de la vida. La evidencia de
cambio también es clara.
Desde el punto de vista teórico, como ha señalado Franz (1994) existen
tres tipos de factores que pueden determinar cambios importantes en la
personalidad a lo largo del ciclo vital: (a) por un lado, los propios cambios
evolutivos relacionados con la edad; (b) por otro, cambios normativos que se
producen como respuestas a las exigencias del medio social y, (c) finalmente,
los cambios no normativos que pueden ser exclusivamente personales (como los
debidos al estrés, cambio de ciudad, emigración, marginalidad o cualquier otro
suceso relevante) o alterar características importantes de toda una generación
(guerras, depresión económica, movimientos sociales como independentismo,
liberación femenina u otros). Vamos a detenernos en cada uno de ellos.
(a) En primer lugar, la mayoría de las teorías evolutivas que se
ocupan del ciclo vital parten del supuesto de que existe un cambio regular y
continuado en la personalidad a lo largo de la vida. Se postula que hacia la
mitad de la vida adulta se produce un cambio orientado a una mayor intimidad y
capacidad generativa. Es decir, a partir de esta edad, las personas parecen
preocuparse menos de cuestiones relevantes al propio logro individual y más por
dejar hecho algo para otros, enseñar lo que han aprendido y fomentar más relaciones
de interdependencia.
Existen bastantes estudios longitudinales que ofrecen confirmación de
algunos de estos supuestos. Po ejemplo, Franz (1994) se interesó por examinar
los cambios motivacionales de las personas en las necesidades de producir un
fuerte impacto sobre el medio (necesidad de Poder), ser eficaz y hacer las
cosas bien (necesidad de Logro) y establecer y mantener relaciones positivas
con otros (necesidad de Afiliación). En la línea comentada anteriormente, se
encontró que desde los 30 a los 40 años, hombres y mujeres experimentan un
descenso en la necesidad de logro y una elevación en la de afiliación (Franz,
1995).
Otro estudio longitudinal, realizado a lo largo de 20 años con un
grupo de empresarios, reveló, una fuerte reducción en el factor de ambición
desde los veinte a los cuarenta años, acompañado de una reevaluación más
realista de las propias posibilidades profesionales y un incremento en
autonomía (Howard y Bray, 1988).
(b) Un segundo tipo de cambios son los cambios normativos producidos
por el propio medio social. Las normas sociales varían según las distintas
edades, roles y estatus y éstos determinan experiencias diferentes para las
personas, les hacen generar distintas expectativas y tener diferentes
aspiraciones. Como consecuencia de todo ello, se producen modificaciones en la
propia autoevaluación (Helson y Stewart, 1994).
Por ejemplo, algunos estudios han confirmado que la maternidad tiene
un importante papel sobre ciertas características de personalidad. Helson,
Mitchell y Moane (1984) compararon las medidas repetidas en el cuestionario de
personalidad de California de un grupo de mujeres cuando terminaron la
educación secundaria y cuando tenían 27 años. Las que habían tenido hijos en la
segunda evaluación habían incrementado su autocontrol, responsabilidad y
tolerancia, pero habían reducido su sociabilidad y la aceptación de si mismas.
Ninguno de estos cambios apareció en las mujeres sin hijos.
Guttman (1987) ha propuesto que el factor fundamental responsable de
los cambios en personalidad en la vida adulta se debe a la división del
trabajo, diferente para hombres y mujeres, que se produce al asumir la
paternidad y la crianza de los hijos. Según esta teoría, inicialmente los
hombres tienden a ser más independientes y orientados a sus metas, olvidando
aspectos relacionados con el ocio o la autogratificación, mientras que las
mujeres suprimen su agresividad y abandonan otros intereses para centrarse en
el cuidado de los hijos y el marido. Sin embargo, cuando esta tarea ya se ha cumplido,
las mujeres se hacen más independientes y tratan de alcanzar sus propios
objetivos, mientras que para entonces los hombres empiezan a mostrar más
tendencias afiliativas. En este sentido, se predice que hacia la mitad de la
vida los hombres experimentarán un cambio desde un rol más activo y asertivo a
otro más dependiente y pasivo, mientras que para las mujeres el cambio será
hacia una mayor aserción e independencia. Algunos estudios longitudinales han
confirmado, de forma general, esta propuesta (Helson y Moane, 1987).
Otros cambios normativos importantes se deben al mundo de la profesión
o el trabajo. En el área profesional primero se trata de encontrar una
ocupación y posteriormente de lograr dentro de ella el lugar más adecuado para
uno, que le permita realizar una tarea satisfactoria. El que esto se consiga o
no, parece afectar a diversos aspectos de la personalidad. Kohn y Scholer
(1983) mostraron que el encontrarse en un trabajo estimulante y de complejidad
creciente, pero manejable, incrementa la confianza personal, el respeto que uno
siente hacia sí mismo, su autovaloración, incluso en aspectos ajenos al
trabajo, y repercute en una mayor curiosidad y amplitud de intereses. Por el
contrario, la ausencia de trabajo es uno de los factores que más determinan la
infelicidad y depresión personal, por encima de problemas afectivos (Diener y
Larsen, 1993).
(c) Finalmente existen
múltiples factores que dan lugar a cambios no normativos. El efecto del
divorcio ha sido uno de los más analizados. Según diferentes trabajos, una
situación de este tipo representa una importante fuente de estrés para ambos
sexos, que afecta negativamente al trabajo y a la capacidad de integrar
información. Sin embargo, algunos autores han señalado que, a largo plazo
produce un incremento en el desarrollo y maduración del yo en bastantes mujeres
(Bursik, 1991).
Quizá los efectos más claros de los cambios no normativos se ven en
los casos en que el medio produce cambios adversos que afectan negativamente a
las personas (accidentes, catástrofes o traumas). Existen hoy muchos datos que
indican que las personas que han experimentado sucesos terribles (secuestros
largos, experiencias en campos de concentración u otros) a menudo se recuperan
de forma sorprendente y descubren recursos que no sabían que poseían (Van den
Bos y Bryant, 1991).
¿Qué conclusiones podemos sacar de los datos revisados?
(a) La primera, naturalmente, es que, frente a lo que veíamos en el
apartado anterior, sí parecen darse bastantes cambios que pueden suponer importantes
modificaciones en aspectos clave de la vida.
(b) La segunda es que estos cambios se producen en variables que no
son tan amplias ni tan generales como los rasgos y que se refieren más bien a
necesidades, tipos de intereses, metas, etc. Es decir, parece que algunos
aspectos de la personalidad son más susceptibles al cambio que otros, y que los
psicólogos que se interesan por el cambio se fijan en cosas diferentes de los
que buscan y defienden la estabilidad.
8.5.- Modelos de personalidad y sus implicaciones
para la estabilidad y el cambio
8.5.1.- Niveles de personalidad
McAdams (1994, 1996) ofrece un modelo innovador de personalidad capaz
de reconciliar las posiciones anteriores. En este modelo la estructura y las
funciones de la personalidad se organizan en tres niveles paralelos, en los que
es posible esperar diferentes grados de permanencia y cambio. A diferencia de
otros autores, McAdams no considera que ninguno de los niveles sea más
importante que otros. La cuestión de si la personalidad puede o no cambiar
depende del nivel en el que centremos nuestra atención.
El Nivel I del modelo, el de rasgos, se corresponde con los rasgos
básicos descritos por Costa y McCrae. En este nivel se incluyen las cualidades
que posee la persona, independientes de las exigencias medioambientales.
El Nivel II, intereses personales, parece corresponderse con variables
motivacionales. Se refiere a lo que la persona le interesa y desea, sus
motivaciones, preferencias, planes, proyectos, tácticas y estrategias de enfrentamiento.
Muchos conceptos de la personalidad actual se han centrado en este nivel: por
ejemplo, las "tareas vitales" de Cantor y cols., los "afanes
personales" de Emmons, las "preocupaciones del momento" de
Klinger, o las metas a que se ha referido Pervin. Comparando este nivel con el
de los rasgos, Cantor (1990) ha señalado que en éste nos ocupamos de lo que la
gente "hace", y en el anterior de lo que la gente "tiene":
uno "tiene" rasgos o características de personalidad bastante
estables, pero además "hace" unas cosas u otras dependiendo no sólo
de los rasgos, sino también de su acomodación al ambiente.
El nivel final, Nivel III, "la historia de vida", parece
representar a la integración de procesos. Según McAdams, la integración la va
haciendo cada individuo a medida que va viviendo, como si tratara de escribir
una historia o novela en la que él mismo fuera el protagonista. Desde bien
temprano, pero especialmente a partir de la adolescencia, las personas tratan
de organizar de forma coherente su biografía intentando responder a las
preguntas de quiénes son, qué hacen en la vida, adónde van y en qué quieren
convertirse (McAdams, 1994). Si el nivel I hace referencia al aspecto de tener,
y el nivel II al aspecto de hacer, el nivel III se refiere al self.
Su propuesta es que los tres niveles están diferenciados precisamente
por la susceptibilidad al cambio:
- En el primer nivel, la regularidad y la constancia son muy grandes;
la gente tiene seguramente características muy parecidas a lo largo de su vida.
- El segundo es más dinámico, parece razonable asumir que la gente,
difiere considerablemente en lo que hace y en lo que le preocupa en distintos
períodos. Recoge precisamente la evolución de los individuos como fruto de la
edad y de los cambios normativos (por ejemplo, roles) e idiosincrásicos
(circunstancias personales, accidentes).
- En el tercero, no solamente se presuponen cambios sino que todo él
se concibe como la continua "redacción" de la propia historia de
forma que sea cada vez más perfecta y acabada. Es decir, incluso aunque no se
demuestren cambios objetivos en las personas, sin duda existen cambios
fenomenológicos (Caspi y Bem, 1990).
8.6.- Procesos de estabilidad y cambio
Parece claro que la estabilidad y el cambio ocurren. Pero ¿Cuáles son
los procesos subyacentes a cada uno de ellos? A continuación nos centraremos en
dos propuestas en este sentido. La primera describe los procesos subjetivos
relacionados con el mantenimiento y ruptura de compromisos. La segunda trata de
cambios masivos, radicales que afectan de forma fundamental a la personalidad.
Ambas describen el cambio desde la perspectiva del propio sujeto que cambia.
8.6.1.- La cristalización del malestar
De acuerdo con Baumeister (1991, 1994) la "cristalización del
malestar" es un proceso subjetivo que impulsa importantes cambios en la
vida de una persona.
A través de la "cristalización del malestar" podemos
comprender los cambios que ocurren en situaciones en las que se rompe un
compromiso, como cuando existe un divorcio, un abandono de un grupo político, o
de un grupo religioso, etc. No obstante, Baumeister entiende que existen muchas
razones para considerar que este tipo de cambios, están bastante relacionados
con los cambios de la personalidad. Por ejemplo, es lógico pensar que después
de un proceso de este tipo, puede ser más probable que se produzca un cambio en
la personalidad del individuo, y si se produce, que sea más duradero. Por el
contrario, cuando todas las relaciones de una persona se mantienen constantes a
través del tiempo, es más difícil que la personalidad pueda cambiar.
Para comprender y apreciar el funcionamiento de la cristalización del
malestar como promotor de cambios, es necesario considerar antes los procesos
opuestos. Es decir, los procesos que permiten a la gente evitar el cambio y
mantener sus relaciones y sus roles.
Parece razonable asumir que hay costes y beneficios asociados a
cualquier relación, actividad, es decir, a cualquier compromiso. Por otra
parte, también es razonable suponer que la gente tiende a preferir actividades
y relaciones en las que los beneficios superen a los costes. En este proceso,
la valoración subjetiva del coste-beneficio asociado a una actividad es más
importante que el balance objetivo y real de la misma. Es decir, para evitar la
disonancia cognitiva que puede suponer mantener un compromiso que conlleva
consecuencias negativas, la gente puede minimizar los costes y exagerar los
beneficios relacionados con él. Dicho de otro modo, es como las cosas parecen,
más que como son, lo que determina si se mantiene o no un compromiso.
De acuerdo con Baumeister, las personas mantenemos nuestros
compromisos al prevenir el malestar de la cristalización. Para ello, ponemos en
marcha una serie de procesos atribucionales, de atención selectiva, y de
operaciones defensivas.
En primer lugar, una persona que mantiene un compromiso estable
percibe los problemas relacionados con él como si fueran aislados, temporales y
extrínsecos. En cambio, los aspectos positivos de la relación se perciben como
si estuvieran interrelacionados, y fuesen permanentes y característicos. Hay,
además, una tendencia a atender selectivamente a los aspectos positivos y a
desatender los aspectos negativos de la relación. Por último, también pueden
entrar en juego operaciones defensivas, cuando una persona niega, o desvía las
experiencias negativas relevantes. En la medida en que una persona mantiene los
problemas aislados unos de otros, se garantiza el mantenimiento del compromiso.
El cambio comienza cuando todos estos procesos se derrumban. La
cristalización del malestar hace que todos los problemas y los costes que antes
parecían no tener relación, aparezcan ahora unidos y fuertemente
correlacionados. Los procesos interpretativos que han mantenido el compromiso
hacia un rol o hacia una relación se alteran de forma radical. Irónicamente, no
tiene que haber un cambio en las circunstancias objetivas, sino que resulta
suficiente un cambio amplio en la forma en que la persona las percibe o
interpreta. La persona sopesa los costes y beneficios, y llega a la conclusión
de que los problemas son más característicos que los aspectos positivos. Esto
puede proporcionar el ímpetu necesario para iniciar la ruptura y con ello un
proceso de cambio.
Después de que ha ocurrido la cristalización del malestar, al volver a
evaluar el compromiso, se llegan a conclusiones bastante diferentes que las que
se habían obtenido en ocasiones anteriores.
Es frecuente que la cristalización vaya precedida de algunos
incidentes específicos que parecen llamar la atención de los aspectos negativos
de la relación y que, en muchos casos, facilitan el proceso de cristalización.
Generalmente, estos incidentes sirven para dramatizar el malestar, pero no son
su origen. Baumeister se refiere a estos acontecimientos o circunstancias como
"incidentes focales". A nivel subjetivo, parecen permitir que la
persona reconozca que la relación es negativa. Parecen servir como un
catalizador para el cambio. Aún así, estos incidentes son bastante triviales, y
los amigos y los conocidos, y cualquier observador externo, se quedan perplejos
porque les parece que el individuo está respondiendo de una forma
desproporcionada. Es decir, el cambio aparentemente parece ser una respuesta
desproporcionada a incidentes focales, pero en realidad los incidentes no son
los responsables del cambio. Sería lo que a nivel cotidiano conocemos como
"la gota que colma el vaso".
El proceso de cambio no finaliza con la cristalización del malestar y
la decisión de iniciar el cambio. Posteriormente, se produce una acomodación
subjetiva al cambio de vida. Una vez que la persona está comprometida a
cambiar, puede concentrar sus esfuerzos para apoyar y justificar el cambio. En
esta fase pueden ocurrir importantes cambios en los valores y prioridades del
individuo. La persona percibe su situación de una forma radicalmente distinta y
esto puede afectar a sus valores, modificando aquellos que no apoyen el cambio,
o reordenándolos de formas diferentes. No obstante, a pesar de estos cambios
fundamentales es posible también apreciar algún grado de continuidad a través
de la vida. Es decir, se modifican las conexiones entre características, pero
no se disuelven. Por ejemplo, de acuerdo con Baumeister no es lo mismo ser un
ex-comunista o un ex-católico que nunca haber pertenecido a estos grupos.
Baumeister presenta resultados de distintas fuentes
interdisciplinarias que apoyan su propuesta. Los resultados, obtenidos a través
de diferentes tendencias y métodos, todos apuntan al mismo fenómeno. Esto es,
tanto las rupturas matrimoniales como el abandono de grupos religiosos y
políticos, son todos precedidos por una cristalización del malestar.
8.6.2.- El cambio quántum
Miller y C'deBaca tratan de examinar cambios más amplios que los
anteriores. Se centran en el estudio de transformaciones abruptas y completas
de personalidad, lo que ellos denominan cambio "quántum". La pregunta
que se formulan es: ¿es posible que la personalidad pueda cambiar de forma
radical, y si es así, en cuánto tiempo: se necesitan minutos, horas o días?
El prototipo de tales cambios es la conversión de San Pablo, de Saul
de Tarsus, uno de los principales perseguidores de los cristianos, a Pablo, uno
de los mayores defensores del cristianismo en su historia. Un ejemplo más
reciente se refiere al personólogo Henry Murray. Murray (1967; Robinson, 1992)
reconoció que alteró completamente su perspectiva vital y se orientó
profesionalmente hacia la psicología después de leer Moby Dick de Herman
Melville. Existen, ciertamente, numerosos ejemplos en la vida real. Ellos citan
entre otros a Juana de Arco, Buddha, Martin Lutero King, Tolstoy o Malcom X. En
términos de McAdams estos cambios se asemejan a un cambio profundo en el Nivel
III con repercusiones que afectan también al nivel II. Es decir, cambia la
identidad (Nivel III), y esto hace cambiar las motivaciones básicas (Nivel II).
Este tipo de cambios también se han observado en contextos clínicos.
Ellos citan el caso descrito por Barlow, Abel y Blanchard (1977) de un
transexual que manifestó una reorganización rápida y estable de identidad,
durante una terapia, en un período de 3 horas. También hacen referencia a las
experiencias que describen algunos miembros de Alcohólicos Anónimos, como el
caso de su cofundador, Bill Wilson.
Todas estas experiencias reúnen 3 características diferentes de otros
procesos de cambio más habituales: representan (a) cambios rápidos y abruptos,
(b) cambios masivos que afectan a un amplio rango de conductas y de atributos,
y (c) cambios persistentes.
Miller y C'deBaca llevaron a cabo un estudio para investigar de forma
empírica este fenómeno. Dada la dificultad para observar el fenómeno de forma
espontánea, resolvieron parcialmente, el problema reclutando a su muestra a
través de un anuncio en la prensa. Los sujetos debían cumplir los tres
criterios comentados anteriormente, que se consideraron como indicadores de una
experiencia de cambio "quántum". Finalmente, reunieron a 52 sujetos
(31 mujeres y 24 hombres) con edades comprendidas entre los 30 y 78 años (X =
48.9).
Sus resultados pueden resumirse del siguiente modo:
- En cuanto a las características de personalidad de la muestra, no
había diferencias apreciables con respecto a la población general. Lo más
significativo era precisamente la diversidad de las características de los
sujetos. No obstante, no hay que olvidar que se evaluó a los sujetos después de
que se produjera el cambio.
- Con respecto a la características de las experiencias de cambio,
gran parte de los sujetos recordaba perfectamente el día (58%), la hora (56%)
en la que ocurrió la experiencia, a pesar de que podía haber ocurrido hasta 39
años antes (de 0 a 39 años). Las edades a las que ocurrían las experiencias
oscilaban entre los 7 y los 76 años (X = 37.7). Lo más significativo era el
gran deseo de hablar y recordar el suceso.
- Para evaluar la situación antes y después de la experiencia, se
utilizaron descripciones retrospectivas. Inmediatamente antes de la
experiencia, la mayoría, reconoció estar viviendo un período de estrés muy
intenso. En cambio, después de la experiencia, se apreciaba una mejoría muy
significativa: felicidad, deseo de vivir, sentimiento de tener control de la
vida, relaciones de intimidad y amor, satisfacción con la vida, sentido de
significado, relación estrecha con Dios. Estos cambios, además, se habían
mantenido o había aumentado a través del tiempo.
Otro resultado importante fue la reordenación de los valores de la
muestra después de la experiencia de cambio. En el caso de los hombres, los 5
valores prioritarios antes de la experiencia eran la salud, la aventura, el
logro, el placer y el ser respetado. Las nuevas prioridades eran la
espiritualidad, la paz personal, la familia, Dios y la honestidad. En el caso
de las mujeres los valores previos eran la familia, la independencia, el
trabajo, el ajuste y el atractivo. Después del cambio quántum los valores
prioritarios fueron el crecimiento, la auto-estima, la espiritualidad, la
felicidad y la generosidad.
Cabe preguntarse si estas transformaciones reflejan, en realidad,
cambios habituales o si son fenómenos distintos. Ellos encuentran 4 diferencias
fundamentales:
- los cambios informados son muchos más rápidos e intensos que los
cambios ordinarios,
- los cambiadores experimentan sus transformaciones de forma
totalmente diferente de los cambios ordinarios, (los recuerdan intensamente,
desean hablar de ellos, etc),
- los cambios quántum hacen referencia a generalizaciones dramáticas,
donde prácticamente todo cambió. Es precisamente en el dominio de la
personalidad -atributos estables y duraderos- donde parece ocurrir el cambio
quántum: valores, metas, temperamento y estilo perceptual, y
- estos cambios no sólo parecen ser masivos y generalizados, sino
relativamente duraderos.
No obstante, los propios autores reconocen la necesidad de replicar
estos resultados a través de investigaciones longitudinales. Dos aspectos de su
trabajo resultan especialmente problemáticos: (a) la información se obtiene
exclusivamente a través de informes retrospectivos, y (b) la muestra puede no
ser representativa de la población real de cambiadores de quántum, ya que todos
fueron contactados a través de un anuncio de prensa.
8.7.- Implicaciones clínicas de la estabilidad y
cambio de la personalidad
Hasta ahora nos hemos dedicado fundamentalmente a describir los
cambios en la personalidad que ocurren de forma espontánea y natural, pero ¿qué
podemos decir de los efectos de las intervenciones planeadas, de la influencia
de la psicoterapia sobre la personalidad?.
En resumidas cuentas, la literatura cuenta con suficiente evidencia
que señala que la terapia es efectiva, que la gente consigue cambiar en
direcciones óptimas, e incluso se han hecho sugerencias de cómo se producen
esos cambios (Weinberger, 1994). Pero, ¿es la personalidad lo que cambia?. La
evidencia al respecto no está clara.
En este sentido, nos parecen muy pertinentes algunas reflexiones
señaladas por algunos autores (Avia (1995; Weinberger, 1994):
(a) Los resultados de la eficacia de las intervenciones terapéuticas,
aparentemente podrían considerarse como un argumento favorable a los cambios y
en cierto modo, inconsistente con los datos que apuntan a la estabilidad de la
personalidad. Sin embargo, estos datos no tienen por qué ser irreconciliables.
La experiencia terapéutica puede ofrecer un panorama sesgado si a través de
ella pretendemos sacar conclusiones para el conjunto de la población. La gente
acude a terapia porque necesita cambiar; en palabras de Baumeister (1994), la
"cristalización del malestar" es uno de los impulsores más
importantes del cambio.
(b) En segundo lugar, los clínicos coinciden en señalar que el
paciente parece haber cambiado aquello que necesitaba cambiar (una conducta
maladaptativa, un problema específico, ha adquirido recursos o habilidades
nuevas para resolver o tolerar mejor los problemas de su vida, etc.) sin que se
haya dado una modificación sustancial en otros aspectos o en su forma general
de plantearse las cosas. Es decir, la gente cambia en aspectos que se
corresponden con el segundo nivel al que se refiere McAdams, aunque se mantengan
bastante estables en sus disposiciones más básicas; es raro que en esta área se
produzcan cambios que se mantengan a largo plazo.
Esto no quiere decir que los resultados de la intervención sean
pobres. Por el contrario, implican, que la terapia, si es eficaz, permite que
el paciente vea las cosas de otra manera, que aprenda de sus experiencias, que
sepa cómo enfrentarse a situaciones difíciles si de nuevo se encuentra con
ellas y que sepa reconocer sus propias necesidades y gratificarlas mejor. Pero
con toda probabilidad su forma particular de reaccionar al estrés, las pérdidas
o las dificultades, mantendrá regularidad y consistencia. Este argumento es
compatible con el que defienden Caspi y Bem (1990) de que es precisamente en la
forma de responder a los cambios o a las crisis de la vida donde más se pueden
detectar las pautas regulares de la personalidad.
(c) La prevención de recaídas es una parte esencial de todo proceso
terapéutico. Para que la prevención de recaídas sea eficaz el terapeuta y el paciente
deben definir qué tipo de situaciones son las más difíciles o peligrosas para
el paciente y cuales son sus formas particulares, negativas, de afrontar esos
desafíos. Precisamente, si esto puede hacerse, es porque hay una regularidad en
el comportamiento del paciente.
8.8.- Algunas reflexiones finales
A lo largo de todo el tema hemos venido recogiendo una serie de datos
y de teorías con respecto a la estabilidad y el cambio de la personalidad. A
pesar de la diversidad de todos ellos, es posible extraer una serie de
conclusiones y reflexiones comunes a la mayoría (Avia, 1995; Brody y
Ehrilichman, 1998; Heatherton y Nichols, 1994; Pervin, 1994; 1998; Weinberger,
1994):
(a) La decisión acerca de si la personalidad
es más bien estable o cambiante, y la relativa preponderancia de uno de estos
factores sobre el otro, depende de la definición de personalidad que uno
adopte, y de los elementos que incluyamos en ella.
(b) En línea con lo anterior, el modelo de
personalidad seleccionado determina qué es lo que está buscando el investigador
y, de este modo, si es más probable que encuentre estabilidad o cambio.
Desafortunadamente, no hay una teoría universalmente consensuada de
personalidad que guíe la investigación siguiendo criterios comunes. Esto
permite explicar la dificultad para conciliar algunos de los resultados.
(c) Más allá de la revisión de los datos que
demuestran que la permanencia es la norma y los que indican que hay mucho más
cambio del que en principio se asume, la cuestión básica es llegar a comprender
qué aspectos cambian y cuáles permanecen estables, cuándo se debe esperar
estabilidad y cuándo cambio, y sobre todo, por qué se cambia y por qué se
permanece estable (Weinberger, 1994).
(d) La metodología longitudinal que abarque
períodos amplios de tiempo e incluya múltiples medidas del mismo aspecto, es la
mejor opción para el estudio del cambio y de la estabilidad de la personalidad.
(e) Incluso reconociendo la falta de
claridad, hay evidencia abundante para ambos, la estabilidad y el cambio,
dependiendo de las variables y los niveles de personalidad que se consideran.
Podemos encontrar estabilidad, cambios progresivos y continuados, y también
cambios radicales y abruptos. Esto es más probable cuando consideramos medidas
individuales en lugar de las de grupos y cuando nos centramos en el estudio de
los sistemas en lugar de en unidades aisladas.
(f) Quizá no estemos aún preparados para
evaluar en su alcance los cambios, y sin embargo, nos resulta fácil estudiar la
estabilidad. Necesitamos considerar nuevos modelos da cambio de personalidad.
Las teorías psicológicas actuales ven el cambio como lineal, de forma que el
cambio sigue un proceso predecible. Una aproximación novedosa para comprender
el cambio puede ser considerar la teoría del caos, en la cual pequeñas
perturbaciones iniciales producen enormes cambios no lineales. La aplicación de
nuevas y diversas perspectivas sobre modelos de cambio puede proporcionarnos
frescos insights dentro del tema de la estabilidad y el cambio.
Dentro de este contexto, ni la estabilidad ni el cambio pueden ser
considerados como el estado natural del organismo. Hay fuerzas, internas y
externas al ser humano, que operan, a favor de la estabilidad y a favor del
cambio. Es bastante probable, que las distintas explicaciones de estabilidad y
cambio no sean contradictorias, y todas puedan tener parte de verdad. Como
muchos sugieren, la vida puede ser un constante balance de estos dos tipos de
fuerzas.
8.5.1.- NIVELES DE PERSONALIDAD
(McADAMS, 1994, 1996)

NIVEL I NIVEL II NIVEL III



Extraversión Motivaciones Tono narrativo
Neuroticismo Preferencias Imágenes
Apertura a la experiencia Planes Tema
Responsabilidad Proyectos Marco ideológico
Amabilidad Estrategias Episodios nucleares
Final
“TIENE” “HACE” “SELF”
BASTANTE
REGULARIDAD DINAMISMO CONTINUO CAMBIO
(tenemos
siempre iguales características) (cambios
normativos e idiosincrásicos) (camb.fenomenológicos)