Nos
encontramos en época de crisis. Pero no se
trata sólo de una crisis económica,
como reza el tópico político: se trata,
ante todo, de una crisis de espíritu, es
decir, de valores, de fines vitales, de coordenadas
orientativas.
Las grandes corrientes filosóficas del siglo
XX, y sus expresiones en el presente, vienen realizando
una profunda revisión de la existencia europea
y occidental, en un esfuerzo por señalar
el modo en que nuestra civilización ha entrado,
progresivamente, en una decadencia que afecta al
suelo profundo del espacio socio-cultural. Al hacerlo,
no han dudado en diagnosticar, allí donde
sólo se creía ver progreso, los síntomas
de una enfermedad, a veces llamada nihilismo,
otras muerte de la razón autónoma.
Pues las comunidades, las culturas en su totalidad,
también experimentan desfallecimientos que
malogran la salud de su desarrollo.
Decir
que Europa, y Occidente en general, están
amenazados en su salud no significa proyectar, sin
más, las categorías de la medicina
o de la psicología. Las enfermedades
de civilización que nos acosan no son
reductibles a aquello que puede ser atribuido a
los individuos concretos. Son modos supraindividuales
de decaimiento, de desvitalización, de pérdida
de la potencia vital que yace, como una flecha lanzada
al futuro, en la historia civilizatoria de un conjunto
de pueblos. Siendo ontológicas,
afectan a la visión del mundo que
una comunidad porta en el subsuelo de sus decisiones
precisas, afectan al sustrato sobre el que crece
su íntima autocomprensión,
de donde surgen efectos inmediatos y proyectos de
futuro. La debilidad de Occidente, en este sentido,
atraviesa su política precisa y su forma
de organización material, siempre visibles.
Pero, en su base, es también tectónica,
de profundidad no material. Y sus rasgos no son,
por ello, directamente observables. Estando ahí,
en el fondo, necesitan una mirada serena que trascienda
los hechos observables y alcance este invisible
en lo visible en que consiste el modo de vida,
o la forma de existencia, que gobierna desde la
trastienda.
La
impermeabilidad de la sociedad al discurso y al
tipo de crítica que son propios de la filosofía,
por un lado, y el encierro de la misma disciplina
filosófica en el reducto académico,
por otro, han hecho hasta ahora inapreciables e
inútiles tales investigaciones. Sólo
el técnico en estrategias, sean de mercado,
de retórica o de ascenso en el poder, parece
tener el derecho a pensar. Pero el pensamiento es,
ante todo, tarea del filósofo, que es, en
su fuero interno, todo ser humano.
Es
hora de que el pensamiento crítico que acompaña
al filosofar rompa su blindaje y se exprese. Y no
sólo desde la academia, sino en el amplio
espacio de la sociedad en su conjunto. Estas jornadas,
organizadas por un grupo de estudiosos de los Departamentos
de Filosofía de la Universidad de Granada,
sólo pueden, en esta tarea de largo aliento,
proporcionar un pequeño grano de arena.
La asistencia es gratuita. También objeto
de agradecimiento para quienes están acostumbrados
a dialogar en solitario.