Un análisis lógico de las teorías de la identidad psiconeural
María José Frápolli
e-mail: frapolli@platon.ugr.es
Departamento de Filosofía, Universidad de Granada
Abstract
The aim of this paper is to show that the so-called “theories of psichoneural
identity” do not possess the logical structure of a genuine theory of
identity. The identity operator is a second- or higher-order operator that converts
n-adic predicates into n-1-ádic ones. If the so-called “theories
of psichoneural identity” are not theories of identity at all, then two
conclusions follow: (i) these theories of the mind-body relation should state
their contents in a more appropiate way, and (ii) the usual criticisms against
them, which bear on some features that all idetity theories must hold, as for
instance Leibniz Law, leave them untouched.
Resumen
El propósito de este artículo es mostrar que las llamadas “teorías
de la identidad psiconeural” no tienen la estructura lógica de
una teoría genuina de la identidad. Un operador de identidad genuino
es un operador de segundo orden, o de órdenes superiores, que convierte
predicados n-ádicos en predicados n-1-ádicos. Si las teorias de
la identidad psiconeural no son, en realidad, teorías de la identidad,
entonces la críticas habituales que usan la Ley de Leibniz y otros rasgos
que se relacionan con la identidad no tienen ningún efecto. Así,
dos serán las conclusiones: (i) que las llamadas “teorías
de la identidad psiconeural” deben de reformularse, de manera que expresen
claramente su contenido, y (ii) que las críticas utizadas hasta ahora
contra ellas no consiguen su objetivo.
I. Introducción: Monismos y Dualismos
¿Qué es el hombre? Pocas cuestiones filosóficas son más
antiguas y más controvertidas que ésta que pregunta por la naturaleza
humana. Pocas también habrán merecido una mayor cantidad de repuestas
y un repertorio de respuestas que abarquen un espectro más amplio. A
pesar de toda su dificultad, sin embargo, las teorías acerca de lo que
es el hombre pueden clasificarse en dos grandes grupos: las que afirman que
el hombre es un ser compuesto o híbrido, esencialmente diferente del
resto del mundo natural, y las que afirman que el ser humano forma parte de
la naturaleza como cualquier otro animal, sin que haya nada en él que
lo haga esencialmente distinto del resto de las criaturas ni merecedor de una
categoría aparte. La diferencia radical que el primer grupo de teorías
encuentra en el ser humano suele tener que ver con la postulación de
una mente, de un alma, o de un yo, en cualquier caso una entidad no física,
que permitiría explicar la complejidad de la actividad humana, que es
a veces una actividad libre, o que está motivada por convicciones y principios,
o que va dirigida a fines, o que es objeto de evaluación moral, etc.
El segundo grupo de teorías no propone una imagen del ser humano muy
diferente en cuanto a su actividad, pero las teorías reunidas en él
parten del supuesto de que esa enorme complejidad puede explicarse en principio
sin postular entidades supranaturales. O, en versiones más débiles,
que si no puede explicarse sin apelar a sustancias especiales, entonces no puede
explicarse en absoluto. Si bien es cierto que la situación actual de
la ciencia no puede dar razón de por qué cuando me doy cuenta
de que llego tarde, decido tomar un taxi en vez de proseguir con mi agradable
paseo por la ciudad, las teorías del segundo grupo suponen que la explicación
de esta conexión o está en la ciencia (presente o futura) o no
está en ningún lado.
A las teorías del primer grupo se las conoce como Teorías Dualistas,
teorías que afirman que el hombre es un compuesto de dos sustancias,
y a las teorías del segundo grupo se las conoce como Teorías Monistas
, Materialistas o Fisicalistas.
Las Teorías Dualistas analizan al ser humano como si fuera un compuesto
de dos tipos de sustancias , una sustancia material y una sustancia no-material
(mental o espiritual), con comportamientos y propiedades distintas. Los dos
antecedentes históricos más famosos son Platón y Descartes,
aunque es éste último el reponsable de la forma particular que
en la actualidad toman las teorías dualistas y de los argumentos a favor
y en contra de las mismas. Descartes tiene el mérito añadido de
ser el primer filósofo que se planteó con claridad la mayor dificultad
filosófica con la que se enfrenta todo dualismo de sustancias, a saber,
el problema de explicar la interacción causal entre la materia y el espíritu.
Parece claro que esa interacción ha de producirse de algún modo
, porque solemos explicar nuestra conducta conectando causalmente deseos, intereses,
objetivos, etc. con nuestra particular forma de actuar. Acostumbramos a decir
que fue su deseo de quedar bien con sus invitados lo que le llevó a encargar
la cena a la mejor empresa de catering, o que porque tenía interés
en conseguir la beca, renunció a sus vacaciones los últimos años
y se dedicó a trabajar.
El dualismo de sustancias no sólo tiene un interés histórico
y en la actualidad ha sido reelaborado y defendido por Popper y Eccles, por
Swinburne y por Foster, entre otros .
El Monismo Materialista o Fisicalista defiende la tesis de que nuestra vida
mental es una expresión de nuestra actividad cerebral, que los seres
humanos formamos parte del mundo natural y que no hay más vía
para entender lo que somos que las que nos proporciona la ciencia presente o
futura. La versión del Monismo Materialista que se analizará en
lo que sigue es la denominada “Teoría de la Identidad Psiconeural”
y su tesis definitoria se resume en la afirmación de que los estados
mentales no son más que estados cerebrales o neuronales.
En la filosofía de la mente contemporánea se ha abandonado casi
por completo el discurso cartesiano que hablaba de sustancias, en favor de un
discurso que habla de estados mentales y cerebrales o, alternativamente, de
eventos o procesos mentales y cerebrales. Aquí hablaremos indistintamente
de estados o de eventos, puesto que para la tesis que se defenderá en
lo que sigue es irrelevante uno opción u otra.
Bajo el rótulo general de “Teorías de la Identidad Psiconeural”
se han refugiado teorías de categorías muy diversas. En líneas
generales y sin ninguna pretensión de exhaustividad, tres suelen ser
las categorías en las que las teorías de la identidad se clasifican:
Teorías de la Identidad del Tipo, Teorías de la Identidad de las
Instancias y Teorías del Doble Aspecto.
Las Teorías de la Identidad del Tipo afirman que los estados mentales
son tipos de estados neuronales. Al hacer la identificación entre tipos
de estados mentales y neuronales, estas teorías de la identidad permiten
el establecimiento de leyes generales. Las Teorías de la Identidad de
las Instancias afirma que todo estado mental es idéntico a alguna configuración
cerebral, no necesariamnete siempre la misma, esto es, que los estados mentales
poseen siempre algún soporte cerebral, con lo que la posibilidad de establecer
regularidades nomológicas se desvanece. Esta versión es mucho
más débil que la anterior y es compatible con algunos tipos de
dualismo. Por último, las Teorías de la Identidad del Doble Aspecto
postulan un sustrato neutral, ni físico ni mental, del cual las propiedades
mentales y físicas serían manifestaciones. Esta versión,
históricamente relacionada con Spinoza, es compatible (y a veces se identifica)
con el llamado "Dualismo de Propiedades" .
En el presente trabajo nos centraremos en las teorías de la identidad
del tipo, la versión más fuerte. Mostraremos cómo estas
teorías se proponen a sí mismas como teorías de la identidad,
y cómo la mayoría de sus detractores las critican precisamente
por no cumplir con algunos de los principios que definen esta noción.
No obstante, mostraremos que el operador de identidad necesario para exponer
enunciados de identidad genuinos no puede ser el habitual operador diádico
de primer orden, representado por el signo “=“, sino un operador
de un orden superior que funciona como una especie de cuantificador. Este nuevo
operador de identidad plantea un problema a las llamadas “teorías
de la identidad”, puesto que sus tesis principales no pueden reformularse
como enunciados de identidad genuinos en los que aparezca el operador nuevo.
Y esto significa que las teorías que explican la relación mente-cerebro
como una relación de identidad están equivocadas en cuanto a la
forma lógica de su propia teoría. No pretendemos afirmar que lo
que las teorías de la identidad mente-cerebro dicen sea falso, pero sí
que su contenido debería de expresarse de alguna otra forma más
adecuada. Esta es la conclusión negativa del artículo. La conclusión
positiva sería que, si la interpretación que se defenderá
en lo que sigue del operador de identidad es correcta, las teorías de
la identidad psiconeural se vuelven inmunes a las crítical habituales
que utilizan la Ley de Leibniz y otras características de la noción
de identidad.
I.1. La Ley de Leibniz
La teoría de la identidad psiconeural (TIP, en adelante), al proponerse
como una teoría de la identidad, se rige por los estándares lógicos
que habitualmente se relacionan con esta noción: en primer lugar, lo
que habitualmente se conoce como "la Ley de Leibniz" (LL) y, en segundo
lugar, los axiomas que expresan las propiedades que hacen de la identidad una
relación de equivalencia. Mediante la expresión "Ley de Leibniz",
los filósofos se refieren a principios muy diversos y no está
claro cuál es la posición exacta del Leibniz histórico.
Es útil en este contexto distinguir entre
∑ (LL1) la indiscernibilidad de los idénticos, que expresa una
condición necesaria de la identidad,
(x) (y) (x=y Æ (Px´ Py)),
∑ (LL2) la identidad de los indiscernibles, que expresa una condición
suficiente de la identidad,
(x) (y) ((Px ´ Py) Æ x=y),
∑ (LL3) el principio de sustitutividad: dos expresiones co-referenciales
pueden sustituirse en todos los contextos salva veritate. (Este es un principio
metalingüístico que puede considerarse como una versión en
el modo formal de la conjunción de (LL1) y (LL2)),
y por último
∑ (LL4) un principio de segundo orden que afirmaría identidad entre
conceptos .
La teoría de la identidad parte de (LL1), (LL2) y (LL3) y añade
además los siguientes tres axiomas:
(Reflexividad) (x) (x=x)
(Simetría) (x) (y) (x=y Æ y=x) y
(Transitividad) (x) (y) (z) ((x=y Ÿ y=z) Æ x=z).
La mayor parte de las críticas contra la teoría de la identidad
psiconeural la acusan de violar uno o varios de los principios presentados en
esta sección.
II. Teorías de la Identidad Psiconeural
La TIP, tal como se conoce en la actualidad, se localiza históricamente
en la segunda mitad de los años cincuenta y en la década de los
sesenta. Sus defensores más representativos fueron U.T. Place, J.J. Smart
y H. Feigl . La teoría deriva (y es una mejora) de la posición
conductista en psicología, iniciada por J.B. Watson y B.F. Skinner ,
y utiliza así mismo aspectos del conductismo lógico defendido
por G. Ryle , entre otros. El avance de la TIP sobre el conductismo consiste
en el reconocimiento de procesos y estados internos como causantes de la conducta.
El conductismo explicaba los estados epistémicos (“creo que Pierre
Menard es el autor del Quijote” , “sé que el bardo Ossian
es James Mc.Pherson” ) y volitivos (“me gustaría convertirte
en un escarabajo de la patata”, “deseo reinventar la humanidad”)
como si fueran propiedades disposicionales. Esta explicación fue aceptada
por los representates de la teoría de la identidad quienes, sin embargo,
la consideraron inadecuada para dar cuenta tanto de las sensaciones (esto es,
de las peculiares propiedades fenoménicas de la visión del rojo
o de las especiales características que acompañan al estado de
estar oliendo el perfume Trésor) como de la conciencia (esto es, de los
estados en los que uno se apercibe de su situación en el mundo y de sus
relaciones con él). Todos ellos suponen que hay en el apercibirse del
estado actual de cada cual, en el darse cuenta del presente, y en el aspecto
cualitativo que acompaña a las sensaciones, algo esencialmente interno
y privado, que no puede reducirse a respuestas conductuales, ni siquiera potenciales.
La inadecuada explicación de las sensaciones y la conciencia ha sido
la razón que ha provocado el paso desde el conductismo a las primeras
versiones de la TIP.
Armstrong , otro de los proponentes clásicos de la teoría, presenta
una versión de la misma diferente de la ofrecida por Place y Smart que
posteriormente ha tenido mucha repercusión. Armstrong argumenta en favor
de su posición que la ciencia física es la mejor explicación
disponible de la realidad, de toda la realidad, y considera al hombre únicamente
como un compuesto físico-químico y, por tanto, parte del mundo
natural. Esta versión de la teoría opta, como las anteriores,
por una concepción materialista o fisicalista del ser humano, aunque
su materialismo no se presenta como una consecuencia lógica de la misma.
A la versión de Armstrong de la teoría de la identidad se la denomina,
a veces, la “Teoría de la Identidad del Rol Causal” porque
hace un análisis de los procesos conscientes atendiento al tipo de función
que realizan y al tipo de relaciones causales en las que participan. A veces
también se la conoce como “Monismo Neutral”, porque propone
una teoría de la identidad del doble aspecto.
Armstrong divide la explicación materialista de los procesos mentales
en dos pasos; el primero consistente en la reformulación de los términos
mentales y neuronales en una terminología neutral (ni mental ni física)
y el segundo en la afirmación contingente de la identidad de los procesos
mentales con los procesos cerebrales.
La TIP, como se ha visto, ha sido defendida en múltiples versiones, pero
su núcleo mínimo tiene como ingredientes fundamentales las dos
tesis siguientes:
(2.1) los procesos (eventos, estados) mentales no son, en último extremo,
más que procesos (eventos, estados) cerebrales, y
(2.2) la afirmación que se recoge en (2.1) es una hipótesis científica.
La tesis (2.1) equivale a un principio de parsimonia ontológica: si hacemos
un recuento de los procesos (estados, eventos) básicos del universo no
encontramos procesos cerebrales junto con procesos mentales de una clase distinta.
Una cosa es cómo sentimos ciertos procesos o cómo los describimos
y otra es lo que realmente hay. Suponer, a partir de las distintas formas de
acceso a la realidad, tipos diferentes de existencia, cada uno correspondiente
a una forma peculiar de conocer, es lo que Place denomina “la falacia
fenomenológica”, que él formula de la siguiente manera:
El error lógico, al que me refiriré como la falacia fenomenológica,
es el error de suponer que cuando el sujeto describe su experiencia, cuando
describe cómo le parecen las cosas, cómo suenan, saben, huelen
o las siente, está describiendo las propiedades literales de objetos
o eventos en una clase peculiar de cine interno, o pantalla de televisión,
al que habitualmente se hace referencia en la literatura sicológica moderna
como el campo fenoménico (Place, 1956:49).
Hay, así, en la teoría una diferenciación entre los mecanismos
epistemológicos que nos permiten conocer la realidad, por un lado, y
la realidad misma, por otro.
Los retos más serios a la TIP, las cuestiones que más se han resitido
a ser tratadas por la teoría, son precisamente aquellas en las que la
diferenciación entre epistemología y metafísica es más
difícil de mantener, a saber, en el problema de las propiedades fenoménicas,
los qualia, y en el problema de la conciencia.
La tesis (2.2), a saber, que la identificación de los procesos mentales
con procesos neuronales es una hipótesis científica, equivale
a decir que las proposiciones en las que se expresa la teoría son contigentes
y que el acceso que tenemos a ellas es a posteriori. Esta tesis se opone a la
afirmación de que la TIP sea una teoría lógico-semántica
, esto es, sus proponentes no afirman que las oraciones del tipo
(2.2.1) el dolor es la estimulación de las fibras C
sean analíticas; que los dos términos que aparecen en la aparente
oración de identidad, “el dolor” y “la estimulación
de las fibras C”, sean sinónimos; ni siquiera que sean reductibles
uno al otro. Así, la TIP no supone que el lenguaje en el que expresamos
nuestra experiencias perceptivas o conscientes sea, ni en la actualidad ni con
el tiempo, sustituible por el lenguaje de la ciencia física. Esta última
posición se ha mantenido de hecho, pero es diferente y más fuerte
que la TIP. A la posición que sostiene que el lenguaje que usamos para
hablar de los procesos mentales debería ser sustituido por un lenguaje
en el que sólo aparecieran expresiones de las ciencias físicas
se la conoce como “Materialismo Eliminativo” y ha sido defendido,
entre otros, por Feyerabend, los Churchland, Stich y Rorty.
La TIP supone que las oraciones como (2.2.1) son hipótesis de la ciencia,
que pueden ser verdaderas o falsas, y que su contenido es empírico y
no lógico. No son afirmaciones metateóricas. Place (1956: 43-5)
explica la confusión entre afirmaciones empíricas y lógicas
en el caso de las identificaciones teóricas apelando a tres usos distintos
del verbo “ser”. Podemos usar “es” en el contexto de
una definición:
(2.2.2) un oftalmólogo es un médico de ojos,
o bien para expresar “composición”, como él lo denomina,
(2.2.3) una nube es una masa de pequeñas partículas en suspensión,
o bien para expresar predicación,
(2.2.4) un automóvil es un medio de locomoción.
En los dos primeros casos, la oración puede reformularse usando la expresión
“no es más que”. Así, podemos decir que un oftalmólogo
no es más que un médico de ojos, o que una nube no es más
que una masa de partículas en suspensión. Sin embargo, en el primer
caso estamos ante una oración analítica de contenido lingüístico,
mientras que en el segundo caso estamos ante oraciones empíricas cuya
verdad o falsedad es sólo descubrible tras la investigación. La
tesis (2.2) de la TIP viene a decir que las afirmaciones de la teoría
son del tipo de (2.2.3).
La TIP ha sido objeto de numerosas críticas, aunque su inequívoco
posicionamiento en el ámbito de la ciencia natural sigue ejerciendo un
poderoso atractivo para muchos filósofos. A continuación veremos
algunas de las críticas más frecuentes, aquellas que atacan a
la teoría por ser, precisamente, una teoría de la identidad y
que han convencido a muchos filósofos de corte materilista de la conveniencia
de buscar opciones naturalistas mejor protegidas de los ataques lógicos.
III. Críticas al núcleo central de la TIP
Las críticas a la teoría han sido muy diversas pero la gran mayoría
se centran en los dos puntos más débiles de la misma: la explicación
de los qualia y la explicación de la conciencia.
Para ilustrar el problema que los qualia, el aspecto fenoménico de la
percepción, plantea a la TIP recurriremos a un famoso experimento mental,
aunque muy posterior a las primeras versiones de la teoría que se han
expuesto aquí. El experimento se debe a Frank Jackson y consiste en lo
siguiente: Mary, una brillante especialista en neurofisiología de la
visión, ha vivido toda su vida en una habitación en blanco y negro
y todo lo que conoce del mundo exterior lo conoce a través del monitor
en blanco y negro de una pantalla de televisión. Por otro lado, tiene
una excelente preparación en su campo y sabe todo lo que se puede saber
acerca de la visión del color. En un momento determinado, Mary sale de
su encierro y ve por primera vez el auténtico color de las cosas, el
azul del cielo en verano, el rojo de las fresas, el verde de la hierba, etc.
La cuestión que aquí se plantea es si Mary aprende algo nuevo
del color, o de nuestra visión de color, tras su encuentro con el mundo
real.
Jackson utiliza esta historia como contraejemplo a la identificación
de las sensaciones con los procesos físicos mediante los que las explicamos
en nuestras teorías científicas. Pero nuestro interés en
esta historia es más modesto. Se trata en este caso de considerar dos
vías diferentes de acercamiento al fenómeno de la visión
de los colores: el conocimiento de los procesos mentales mediante los que captamos
las longitudes de onda que nos envía la luz y nuestras sensaciones cuando
de hecho los percibimos. Dos posiciones son en este caso posibles . La primera,
identificar los estados perceptuales internos con sus procesos neuronales y
responder a la dificultad planteada por Jackson diciendo que Mary no aprende
nada que no supiera ya y, la segunda, aceptar la parte perceptiva de la experiencia
de Mary como signo de la imposibilidad de la identificación. En la primera
posición, Mary reconoce por una vía distinta lo que ya sabía
(que la hierba es verde, los tomates rojos, etc.). En la segunda posición,
Mary aprehendería una nueva realidad (cómo se percibe de hecho
el rojo de las fresas, el verde de la hierba, etc.). En este último caso
tenemos ya un contraejemplo a la TIP. En ambas opciones caben matizaciones.
En la primera, puede pensarse que Mary tiene acceso a una única realidad
de dos maneras diferentes. Esta sería la versión que se desprende
del texto de Place citado anteriormente. En la segunda, se puede pensar que
la parte perceptiva de la experiencia, lo que los filósofos en la actualidad
llaman “qualia”, es irreductible a los procesos neurofisiológicos
pero que, sin embargo, no juega ningún papel causal en las relaciones
de los sujetos con su medio. Esta posición se conoce como “Epifenomenalismo”.
O, finalmente, puede sostenerse así mismo que los qualia juegan algún
papel funcional o causal aunque de naturaleza desconocida. Estas dos últimas
interpretaciones supondrían una refutación de la teoría
de la identidad, porque asumen que hay algo más en nuestros estados y
procesos mentales que lo que puede expresarse atendiendo a los procesos del
cerebro, y en este último caso estaríamos ante una posición
dualista.
El problema de la conciencia es similar al problema de la percepción
de lo qualia. De hecho, lo que aquí hemos llamado el problema de la percepción
de los “qualia” se conoce a veces como el problema de la “conciencia
fenoménica”. Otras nociones de conciencia que aparecen en las discusiones
sobre esta cuestión son la auto-conciencia, la conciencia como un pensamiento
de orden superior acerca de nuestros estados mentales y la conciencia-acceso.
A nuestro modo de ver, son las dos primeras nociones las que plantean el reto
a la TIP. La autoconciencia es la capacidad que poseen algunos seres de atribuir
a un yo, de atribuirse, estados y contenidos mentales. Me doy cuenta de que
soy yo la que estoy viendo ahora la pantalla del ordenador, y sé que
mi dolor de muelas es mi dolor de muelas. Sé que soy yo la que añora
las últimas vacaciones y yo la que cree que eso que tengo ante mí
es agua. Tambien se entiende la conciencia como un estado cuyos contenidos son
otros estados mentales, un estado capaz de examinar estados mentales de orden
inferior. Soy consciente de que creo que hoy está siendo un día
muy frío, me doy cuenta de que me preocupa cómo resultará
este artículo, y estoy segura de que nadie sabe mejor que yo que estoy
pensando en este momento que la cena está prácticamente lista.
La dificultad que la conciencia (fenoménica o no) supone para la TIP
consiste en la intuición de que una cosa son mis estados de creencia,
deseo o dudas y otra distinta mi apercibirme de todo ello. Y sin embargo no
parece que el apercibirse requiera un estado neuronal distinto de los estado
neuronales que son su objeto, aunque sí parece un estado mental distinto.
Para ilustrar esta duplicidad entre estados mentales distintos sobre un mismo
estado físico se suele recurrir en estos casos a la posibilidad de la
existencia de zombies, seres sin autoconciencia pero con nuestras mismas respuestas
y procesos, o a la posibilidad de construir artefactos capaces de poseer estados
mentales pero sin reflexividad. La ciencia-ficción ha utilizado con profusión
todas estas posibilidades. El análisis correcto tanto de los qualia como
de la conciencia plantea dificultades para cualquier fisicalismo, también
para las posiciones funcionalistas. Estríctamente hablando, la TIP exigiría
que el sustrato físico que se identifica con las propiedades fenoménicas
o con la conciencia fuera exactamente igual al cerebro humano. Si la identificación
se produce con algún sustrato material no idéntico al cerebro
estamos ante una afirmación de corte materialista o naturalista, pero
no ante una versión de la TIP.
A pesar de que no puede hablarse de una única teoría de la identidad
mente-cuerpo, sino de múltiples versiones, a veces muy diferentes entre
sí en los detalles, todas las teorías de la identidad comparten
un núcleo central, que hemos resumido anteriormente en las tesis (2.1)
y (2.2), por lo que es posible exponer y evaluar las críticas a la TIP
(o al menos algunas de ellas) sin necesidad de entrar en los pormenores que
distinguen unas formulaciones de otras. Recordemos, no obstante, que estamos
tratando aquí con teorías de la identidad del tipo, ya que las
teorías de la identidad de las instancias son tan débiles que
son incluso compatibles con posiciones dualistas.
Podríamos distinguir, de manera preliminar, dos grupos de constelaciones
de críticas o, mejor aún, dos perspectivas, motivaciones o concepciones
básicas desde las que se dirigen las críticas a las teorías
de la identidad. Puede hablarse así de críticas desde el dualismo
y de críticas desde lo que podríamos llamar, con un término
amplio, el naturalismo. Las críticas desde el dualismo van encaminadas
a mostrar que, apelando exclusivamente a los procesos neurofisiológicos,
no puede explicarse la naturaleza humana y, en particular, el problema de la
conciencia (en esta posición se encuentran Descartes, Popper y Eccles,
y Kripke). Los críticos desde el naturalismo están interesados
en mostrar que la solución fisicalista de las teorías de la identidad
no es completamente adecuada, aunque sin rechazar el paradigma cientista (en
este grupo se clasificarían concepciones como el funcionalismo, el emergentismo
o las tesis de la superveniencia.)
Todas las críticas, no obstante, recurren en último extremo a
los rasgos de la TIP que la definen como una teoría de la identidad,
y en prácticamente todos los casos una de las armas utilizadas es la
Ley de Leibniz, de la que ya hemos tratado. Dividiremos las críticas
en tres grandes bloques:
III.1 Los argumentos de la diversidad de propiedades
III.2 El argumento de la realizabilidad variable
III.3 El argumento lógico-semántico de Kripke
Todas ellas pueden usarse en apoyo del dualismo, y las dos primeras se usan
tambien a veces en favor de otras posiciones naturalistas. No entraremos aquí
en la cuestión de si los argumentos esgrimidos contra la TIP son o no
concluyentes, lo que nos interesa más bien es resaltar que, de hecho,
se utilizan contra las teorías de la identidad y que todos ellos se centran
en la (supuesta) estructura lógica de estas teorías.Veremos estos
argumentos brevemente.
III.1 Los argumentos de la diversidad de propiedades
La estructura básica de todos los argumentos que sacan partido de la
diferencia entre el tipo de propiedades que poseen los procesos mentales y los
procesos físicos (los argumentos de la diversidad de propiedades) queda
claramente representada en las disquisiciones cartesianas.
Yo puedo imaginarme a mí misma sin multitud de propiedades que poseo
pero no puedo representarme sin mis pensamientos o sin mi autoconciencia. Puedo
dudar de que esté ahora mismo ante el ordenador, escribiendo estas líneas.
Todo lo que me rodea, mis seres queridos, mi casa, esta habitación, mi
propio cuerpo y las sensaciones relacionadas con él pudieran ser el producto
de un gran engaño. No puedo dudar, sin embargo, de que dudo, de que me
pregunto si lo que veo, huelo o percibo por cualquiera de los sentidos externos
es o no real, aunque pueda dudar de lo que veo, huelo o percibo. De aquí
deduzco que soy algo que piensa, aunque no necesariamente yo soy sólo
algo que piensa . Si puedo dudar de mi cuerpo y puedo concebir, clara y distintamente,
mi propia existencia sin él, pero no puedo dudar de ciertos actos de
mi conciencia, entonces mi conciencia, mi yo, mi mente, mi alma o como queramos
decirlo, no pueden identificarse con mi cuerpo, ni con mi cerebro ni con mi
glándula pineal ni con ninguna otra parte de mi soporte físico
y de este modo argumenta Descartes que mi mente es distinta de mi cuerpo porque
puedo concebir clara y distintamente a la una sin el otro. Mi mente y mi cuerpo
tienen propiedades básicas distintas: los objetos físicos, mi
cuerpo entre ellos, tienen extensión mientras que la mente es inextensa.
De ahí se sigue, en el argumento cartesiano, que cuerpo y mente, al poseer
propiedades distintas, tienen que ser sustancias distintas. La solución
cartesiana es, así, un dualismo de sustancias. Con unos u otros matices,
todos los argumentos de esta sección III.1 tienen la misma estructura
. En las tres subsecciones que siguen se verán ejemplos de argumentos
del tipo general de la diversidad de propiedades.
III.1.1. Los argumentos epistemológicos
Supongamos que la química contemporánea sea correcta y que el
agua sea de hecho H2O. Yo sé que el agua es H2O pero mi hija de seis
años no lo sabe, ella sabe que el agua quita la sed, pero no sabe que
el H2O quita la sed, luego el agua y el H2O tienen propiedades distintas que
tienen que ver con las diferentes actitudes epistémicas que los sujetos
tienen hacia ellas. Lo mismo ocurre con mi dolor de cabeza en este momento y
la excitación de ciertas fibras de mi cerebro. Es seguro que la humanidad
ha sufrido dolor desde siempre y los seres humanos han aprendido muchas cosas
acerca del dolor a lo largo de los siglos. Pero sólo desde hace unos
pocos años se sabe algo acerca de la excitación de las fibras
que los neurofisiólogos relacionan con el dolor. Sabemos mucho más
del dolor que de la excitación de esas fibras, y lo sabemos desde mucho
tiempo antes. Los argumentos epistemológicos contra la identificación
de sustancias o procesos concluyen, a partir de un discurso como éste,
que dos cosas (sustancias, procesos, eventos) con propiedades distintas en el
sentido acabado de exponer no pueden identificarse. En todos los casos se utiliza
la Ley de Leibniz en su versión de la indiscernibilidad de los idénticos
para rechazar la identificación: si dos cosas tienen propiedades distintas
(del tipo que sea, en este caso epistémico) no pueden ser idénticas.
III.1.2. El argumento de la localización espacial
Los procesos neuronales ocurren en el cerebro. La moderna neurofisiología
puede ya localizar con precisión muchos de ellos, y es razonable pensar
que, con tiempo suficiente, será capaz de localizarlos todos. Un determinado
pensamiento, un deseo, una inquietud, una esperanza, todos estos eventos disparan
la actividad en una zona del cerebro, esta correlación puede comprobarse
pero la correlación no es identidad. De que dos eventos ocurran siempre
a la vez no se sigue que sean idénticos. La subida de la temperatura
y el movimiento del mercurio en el termómetro están correlacionados
pero son eventos distintos, como lo son las fases de la luna y los movientos
de las mareas. Sin tomar partido por una u otra de las teorías de la
relación entre el cuerpo y la mente, es evidente que los procesos cerebrales
ocurren en un sitio concreto, pero ¿dónde exactamente ocurre mi
deseo actual de tomar una cerveza fresca con unas sardinas? Un teórico
de la identidad diría: exactamente en el mismo sitio donde ocurra la
actividad mental que es ese deseo. Del mismo modo que Victoria y mi hija de
seis años no pueden estar en lugares diferentes porque son una y la misma
persona, de acuerdo con la TIP no hay dos eventos ocurriendo, mi deseo de algo
y la actividad de mis neuronas, sino uno y el mismo. Pero démonos cuenta
de que esta identificación de los lugares de ocurrencia de pensamientos,
deseos, esperanzas, etc. y los procesos cerebrales correspondiendientes no es
algo que pueda probarse a partir de un argumento, sino algo que actúa
como premisa para la identificación. Si son la misma cosa eventos mentales
y eventos cerebrales, coincidirá su localización espacial. En
caso contrario, no coincidirá. El argumento contra la TIP utiliza la
intuición pre-teórica de que los pensamientos no ocupan lugar,
para atribuir propiedades distintas (en este caso espaciales) a los eventos
mentales y a los eventos físicos o cerebrales. La estructura del argumento
es similar a la de los argumentos epistémicos:
(i) la activación de mis neuronas se produce en el lugar e0
(ii) mi deseo de tomar una cerveza con sardinas no se produce en el lugar e0
(porque no se produce en ningún sitio)
(iii) luego, mi deseo y la activación de mis neuronas no pueden ser lo
mismo (por la Ley de Leibniz, en su versión de la indiscernibilidad de
los idénticos).
III.1.3. El argumento de las propiedades fenoménicas
Las propiedades fenoménicas de los objetos, los qualia, son las formas
en las que los percibimos, la forma en que percibo el amarillo de esa cerveza,
el peculiar olor de las sardinas asadas o el sabor de las quisquillas, lo que
siento ahora cuando me duele la cabeza, cómo siento una punzada en el
estómago, etc. La explicación de los qualia es uno de los retos
más difíciles para una teoría materialista de la mente-cerebro.
Ya hemos visto en el ejemplo de Jackson un argumento que utilizaba los qualia
contra la TIP. Ahora veremos otro que usa la Ley de Leibniz y las propiedades
fenoménicas contra ella. Podemos hablar de un tono de amarillo deslumbrante,
de un olor persistente o evocador, de un sabor inclasificable, de un dolor punzante,
de un picor desesperante, etc. No tiene sentido, sin embargo, hablar de una
excitación punzante de un determinado grupo de neuronas, o de una excitación
deslumbrante, persistente, punzante o desesperante. De este modo, sigue el argumento,
hay propiedades de los eventos mentales que no son propiedades de los eventos
físicos. Si mi dolor es punzante pero no puedo calificar de tal a la
excitación de mis fibras C en este momento, entonces mi dolor no es la
excitación de mis fibras C. De nuevo tenemos aquí un argumento
de estructura similar a los anteriores, que usa la indiscernibilidad de los
idénticos contra la TIP.
Las propiedades fenoménicas o qualia provocan también otra clase
de argumentos de tipo epistémico contra la identidad psicofísica.
Estos argumentos tienen que ver con los distintos criterios de aplicación
de las expresiones involucradas (“dolor” o “excitación
de las fibras C”), en la versión más semántica, o
con las distintas formas de conocimiento o de acceso a los procesos mentales
y cerebrales, en la versión más propiamente epistémica.
Los caminos por los que yo conozco que tengo un dolor son diferentes de aquéllos
por los que descubro que mis fibras C están excitadas. Para la aplicación
de los términos fenoménicos, o para el conocimiento de la ocurrencia
de los eventos mentales, es esencial la distinción entre la perspectiva
de la primera persona y la perspectiva de la tercera persona. A mi dolor yo
tengo un acceso inmediato, mientras que los demás tienen que inferirlo
de mi comportamiento. Es un evento esencialmente privado. La excitación
de mis fibras C es, en principio, un evento público: cualquiera que esté
en la situación adecuada (contemplando una operación quirúrgica
en mi cerebro, por ejemplo) puede constatarlo y para el observador la distinción
entre la perspectiva de la primera persona y la perspectiva de la tercera persona
es irrelevante. Si quiero ver la excitación de mis fibras C tendré
que hacerlo con un método similar al que tendría que usar cualquier
otro observador distinto de mí (si me mantuviera despierta durante la
operación de mi cerebro, podría observar el proceso con un espejo
etc.). Las distintas formas de acceso o los distintos criterios de aplicación
de los términos proporcionan propiedades epistémicas y semánticas
distintas para el argumento contra la identificación a través,
de nuevo, de la Ley de Leibniz.
El argumento de las distintas formas de acceso no se detiene en la constatación
de que hay distintas vías para conocer un determinado fenómeno,
sino que pretende tener un alcance ontológico. Las distintas formas de
acceso, las distintas vías de conocimiento, implican, según los
proponentes de este argumento, distintas formas de cognoscibilidad, que indican
a su vez que estamos ante procesos distintos. No es sólo que de hecho
conozcamos las propiedades fenoménicas y las físicas por distintos
canales, sino que ambos tipos de procesos, eventos o propiedades son esencialmente
distintos en cuanto a su cognoscibilidad. La tesis que subyace es que las diferencias
en cuanto a cognoscibilidad son un síntoma de diferencias ontológicas.
Un argumento así ha sido desarrollado por Nagel .
III.2 El argumento de la realizabilidad variable
El argumento de la realizabilidad variable, junto con la interpretación
correcta de los qualia y el problema de la conciencia, es otro de los retos
serios para la TIP y ha sido defendido, entre otros, por Putnam . Dice, a grandes
rasgos, lo siguiente; si la TIP fuera correcta, entonces cada tipo de evento
mental se identificaría con un determinado tipo de evento neuronal. Esto
es, si el dolor es la excitación de las fibras C, ningún organismo
que no estuviera en posesión de este tipo de fibras podría sentir
dolor. La identidad, sigue el argumento, es una relación de uno a uno
(una relación un poco peculiar, bien es verdad, la relación que
tiene cada cosa consigo misma), mientras que el argumento de la realizabilidad
variable parte de la intuición de que la relación que ocurre en
este caso es más bien de uno a muchos.
Los eventos mentales son esencialmente eventos privados que son cognoscibles
mediante un procedimiento introspectivo. Parece razonable pensar que si alguien
(humano o no) sabe que siente dolor, su conocimiento no puede ponerse en duda.
Pero el procedimiento introspectivo nada dice acerca del soporte físico
del evento mental: podría ser la activación de las fibras C o
cualquier otro proceso físico. ¿Por qué descartar a priori
que seres con una constitución física distinta de la nuestra puedan
tener propiedades mentales idénticas a las que nosotros tenemos? El argumento,
de ser correcto, no sólo se aplicaría en el caso de diversas especies
con distintas estructuras, sino que vale también dentro de la propia
especie humana. Dada la plasticidad de nuestro cerebro, es posible que, de un
momento al siguiente, el mismo tipo de eventos mentales se materialicen en tipos
distintos de eventos físicos. El argumento de la realizabilidad variable
tiene la siguiente estructura:
(i) mi sentir dolor en el tiempo t1 = la excitación de mis fibras a (distinto
de b) en ese tiempo
(ii) mi sentir dolor en el tiempo t2= la excitación de mis fibras b (distinto
de a) en ese tiempo
(iii) luego, mi sentir dolor en t1 no puede ser mi sentir dolor en t2.
Dos consecuencias pueden extraerse de aquí. La primera, que si el dolor
en un caso es la excitación de un tipo de células y en otro es
la excitación de un tipo de células distinto, entonces no podemos
hablar en ambos casos de “dolor” (por la indiscernibilidad de los
idénticos). Estaríamos ante dos procesos mentales nombrados con
la misma palabra, que sería así ambigua. La segunda, que si el
dolor es la excitación de las fibras a y también la excitación
de las fibras b, por la transitividad de la identidad, la excitación
de a y b son el mismo proceso físico, lo que está descartado por
la hipótesis. Quienes aceptan este argumento, concluyen que los procesos
mentales-tipo, como el dolor, no pueden identificarse con ningún tipo
de proceso o evento cerebral.
Desde el argumento de la realizabilidad variable se ha desembocado históricamente
tanto en el dualismo (el dolor no se identifica con ningún tipo particular
de estado cerebral), como en el funcionalismo (el dolor es cualquier cosa que
cumpla los papeles funcionales adecuados) .
III.3 El argumento lógico-semántico de Kripke
El argumento de Kripke se basa en su concepción semántica general.
La tesis básica (2.2) de toda teoría de la identidad decía
que las identificaciones de estados mentales con estados neurológicos
son identificaciones empíricas. En la década de los sesenta, el
momento de mayor esplendor de la TIP, se consideraban como identificaciones
empíricas, esto es, contingentes y a posteriori, las identificaciones
siguientes:
(3.3.1.) el agua es H2O
(3.3.2) el oro es el elemento de número atómico 79, y
(3.3.3) el calor es el movimiento de las moléculas,
que son, en la concepción kripkeana, oraciones de identidad entre designadores
rígidos. Usando un argumento de Ruth Barcan, Kripke llega a la conclusión
de que todas las identidades entre designadores rígidos son, si verdaderas,
necesariamente verdaderas. Luego, si
(3.3.4) el dolor es la excitación de las fibras C
fuera de este tipo, la identificación del dolor con la excitación
de esas fibras sería una identificación necesaria (como lo son
en el paradigma kripkeano las tres anteriores (3.3.1), (3.3.2) y (3.3.3)). Kripke,
sin embargo, rechaza esta conclusión. Su posición es que los enunciados
(3.3.1), (3.3.2) y (3.3.3) expresan verdades necesarias cognoscibles a posteriori,
mientras que no hay nada necesario en la (aparente) identificación (3.3.4).
La razón tiene que ver con la peculiar inmediatez de la que gozan las
propiedades mentales.
Es posible imaginar una situación en la que nos encontremos rodeados
de un líquido inodoro, incoloro e insípido, que quite la sed y
que fluya por rios y mares y que, no obstante, no sea H2 O. En este caso, Kripke
no tiene reparos en afirmar que, independientemente de lo que creamos o sepamos,
de lo que nos parezca o estemos inclinados a decir, independientemente de todas
las propiedades fenoménicas que este líquido posea, este líquido
no es agua, porque el agua es H20. Este argumento, sin embargo, está
vedado para los procesos mentales, porque en el caso de los procesos mentales
sus propiedades fenoménicas son esenciales al evento en cuestión,
aquí no hay posibilidad de distinguir entre propiedades fenoménicas
y propiedades subyacentes. Si nos parece dolor, es dolor, si vemos un determinado
tono de verde, vemos un determinado tono de verde. Aquí no existe el
recurso de pasar de las formas en las que las cosas se nos aparecen a lo que
realmente son. De esta argumentación deduce Kripke la falsedad de las
teorías de la identidad mente-cerebro y abre así las puertas al
dualismo. Nótese que el argumento de Kripke descansa también en
la caracterización de la TIP como teoría de la identidad, de otro
modo el argumento de Ruth Barcan no sería aquí aplicable.
Los defensores de la TIP han desarrollado recursos y argumentos contra estos
aparentes contraejemplos, entre los cuales el más inmediato es negar
que los términos singulares, como “mi dolor” o “la
excitación de las fibras C”, que aparecen en los enunciados de
identidad de la TIP sean designadores rígidos. No veremos aquí
estas estrategias para frenar las conclusiones contra la TIP, porque para los
efectos de nuestra argumentación estas son irrelevantes.
IV. El operador de identidad
Entre los muchos supuestos filosóficos que subyacen a las discusiones
anteriores, hay dos especialmente cruciales. El primero es que la TIP es una
teoría de la identidad, esto es, que sus afirmaciones básicas
son enunciados de identidad de la forma: “el evento mental a es el mismo
evento que el evento neuronal b“. El segundo es que el operador de identidad
que aparece en estos supuestos enunciados de identidad es el relator que usamos
habitualmente (“=“) en el Cálculo de Predicados de Primer
Orden y que tiene la categoría lógica de un relator diádico
cuyos argumentos son términos singulares. Lo que la caracterización
de la identidad como un relator diádico de primer orden significa es
que es una expresión que, para forjar una oración bien formada,
necesita dos argumentos que sean términos singulares. Un relator de este
tipo es, por ejemplo, “...lucha contra...” que necesita dos argumentos
para expresar una proposición como “El Imperio lucha contra la
Rebelión”. Además de las expresiones deícticas y
los pronombres, que no suelen ser objeto de tratamiento específico en
el Cálculo de Predicados estándar, dos son los tipos de términos
singulares que pueden encajar en los lugares de argumento de los predicados
y las relaciones de primer orden: los nombres propios y las descripciones. El
relator “...encontrarse con...” sirve para formar oraciones del
tipo: (i) “Lúthien se encontró con Beren”, (ii) “Lúthien
se encontró con un hombre”, o (iii) “Lúthien se encontró
con el hombre de su vida” , que tienen respectivamente, la estructura:
(i) nombre + relator + nombre,
(ii) nombre + relator + descripción indefinida, y
(iii) nombre + relator + descripción definida.
Con el signo de identidad convencional la opción (ii) no es posible:
“Eärendil es un hombre” no es una oración de identidad,
sino una predicación en la que “es” no es ningún operador
separable sino que forma parte del predicado “es un hombre”. Atendiendo
a esto, hay tres posibles estructuras que las oraciones de identidad del Cálculo
de Predicados pueden poseer
(a) nombre = nombre,
(b) nombre = descripción definida, y
(c) descripción definida = descripción definida.
Veamos ejemplos de estos tres tipos de estructuras.
(a.i) nombre = nombre
Thingol es Elwë
(b.i) nombre = descripción definida
Thingol es el padre de Lúthien
(c.i) descripción definida = descripción definida
El rey de Doriath es el padre de Lúthien
En lo que ahora estamos interesados es en la forma de los enunciados de identidad
o, como preferimos decirlo, en los componentes y la estructura de las proposicones
expresadas por ellos. El mejor camino para conseguirlo consiste en analizar
qué es exactamente lo que los hablantes quieren transmitir cuando utilizan
enunciados como (a.i), (b.i) y (c.i).
Si un hablante utiliza una oración como (a.i) puede querer decir algo
tautológico, que no aumente nuestro conocimiento, pero seguramente los
enunciados de identidad entre nombres propios tienen alguna utilidad más
interesante que la de repetir lo que todo el mundo ya sabe. Estamos hablando
de enunciados de identidad entre nombres propios genuinos, no entre expresiones
sintácticamente simples que en realidad funcionen como descripciones.
En este caso los términos no pueden ser del tipo de los fregeanos Morgenstern
y Abendstern. La única opción compatible con un Principio de Caridad
que suponga que el hablante está transmitiendo algo de interés
consiste en interpretar (a.i) como una afirmación metateórica
en la que uno de sus dos nombres (o a los dos) aparezca mencionado:
(a.ii) Thingol también es conocido como “Elwë” , o
(a.iii) “Thingol” y “Elwë” refieren al mismo individuo.
Si esta interpretación es aceptable, ¿en qué sentido puede
decirse que (a.i) realiza una afirmación de identidad? ¿De qué
objeto u objetos decimos que son idénticos? No de los nombres, desde
luego. Más bien lo que afirmamos con (a.i) es que un determinado individuo
tiene dos nombres o, alternativamente, que esos dos nombres son co-referenciales.
En este caso la supuesta afirmación de identidad se ha desvanecido.
Veamos qué ocurre con (b.i). Si tuviéramos que formalizar esta
oración en el Cálculo de Predicados, la representaríamos
como “a = ix Pxb”. ¿Qué diferencia habría entre
esta formalización y la más simple “Pab”? Hay una
diferencia, pero no es demasiado grande. Lo que añade la combinación
del signo de identidad más el descriptor a la formulación más
simple no es más que la afirmación de que el predicado “P...b”
sólo puede predicarse de un único individuo, a saber, del individuo
al que llamamos “a”. Lo que se dice es que sólo Thingol es
el padre de Lúthien. Estas consideraciones nos dan la pauta para la interpretación
correcta de (b.i), a saber, que con esa oración se afirman las siguientes
dos cosas:
(b.ii) Lúthien tiene un padre, a saber, Thingol y
(b.iii) Lúthien tiene únicamente un padre.
Si traducimos al Cálculo de Predicados (b.ii) obtendremos una fórmula
como “Pab”, si traducimos (b.iii) lo que obtendremos será
una fórmula como “Pab Ÿ ÿ$xy (Pxb Ÿ Pyb)”,
adoptando la interpretación exclusiva de las variables propuesta por
Wittgenstein. ¿Dónde aparece aquí la afirmación
de identidad, en la simple relación de (b.ii), o en la relación
más la afirmación de unicidad de (b.iii)? La respuesta con premio
es: “en ninguna de las dos”. No hay afirmaciones de identidad en
las oraciones en las que aparece un nombre y una descripción. No afirmamos
la identidad de nada si decimos que Aegnor es el único gemelo de Angrod.
Decimos que Aegnor tiene un hermano gemelo y que Aegnor no tiene más
gemelos aparte de Angrod. También en este caso la supuesta relación
de identidad se nos ha ido por el desagüe del análisis lógico.
El análisis del ejemplo (c.i) es algo más complejo. Las descripciones
definidas expresan, por un lado, una predicación: decimos de algo o de
alguien que tiene una determinada propiedad. En el caso de nuestro ejemplo,
decimos que alguien es el padre de Lúthien y decimos también que
alguien es el Rey de Doriath. Con las descripciones definidas decimos también
algo más, a saber, que esa propiedad se ejemplifica en un único
individuo, esto es, que Lúthien sólo tiene un padre y que sólo
hay un rey en Doriath. Hasta aquí lo que las descripciones definidas
expresan. Pero, a diferencia de lo que ocurre en (a.i) y (b.i), el ejemplo (c.i)
es una afirmación genuina de identidad, aunque hasta ahora, al explicar
la contribución semántica de las descripciones no hemos hecho
uso de esta noción. Cada descripción definida expresa predicación
y unicidad pero, cuando se unen dos descripciones definidas en oraciones como
(c.i), se afirma además que el individuo que únicamente ejemplifica
la primera propiedad es el mismo que el individuo que únicamente ejemplifica
la segunda. Detengámonos un momento en este punto y veamos cuáles
son los argumentos que apoyan la interpretación que hace de (c.i) una
afirmación de identidad. Para ello haremos uso de dos importantísimas
intuiciones del Wittgenstein del Tractatus logico-philosophicus: el uso exclusivo
de las variables (una variable para cada objeto y no dos objetos con la misma
variable) y la distinción entre mostrar y decir.
El ejemplo (c.i) puede reformularse de la siguiente manera:
(c.ii) x es el padre de Lúthien y x es Rey de Doriath,
donde la repetición de la variable x muestra la identidad. Vemos que
predicamos las dos propiedades del mismo individuo porque vemos que aparece
dos veces la misma variable. Pero si queremos decir explícitamente que
sólo hay un individuo involucrado, entonces necesitamos un operador nuevo,
un operador de identidad que afirme que las dos descripciones se instancian
únicamente en el mismo individuo. Sin embargo, ese operador, el operador
de identidad propiamente dicho, no es un operador de primer orden, como el que
se utiliza habitualmente en el Cálculo de Predicados, sino un operador
de orden superior, esto es, un operador cuyos argumentos son predicados, un
operador del tipo de los cuantificadores. El error de considerar al operador
de identidad como un operador de primer orden es el responsable de las paradojas
y dificultades formales y filosóficas que se plantean en la teoría
de la identidad. Volvamos al ejemplo. En (c.i) no tenemos dos objetos del que
decimos que es el mismo, lo que tenemos es un objeto al que le adscribimos dos
propiedades. Lo que en (c.i) se dice de un individuo podría decirse también
de dos, el relator
(d.i) ... es el padre de Lúthien y ... es rey de Doriath
tiene dos lugares de argumento, que podrían rellenarse mediante dos argumentos
distintos. Por ejemplo,
(d.ii) Thingol es el padre de Lúthien y Eärendil es rey de Doriath,
es una oración falsa, pero bien formada.
Pero el relator diádico (d.i) puede utilizarse para decir esas dos cosas
de un único individuo, y en este caso la oración puede construirse
a partir de sus elementos básicos de dos maneras distintas. Bien mediante
un relator diádico cuyos dos lugares de argumento se saturan repitiendo
el mismo argumento, o bien mediante la construcción de un predicado monádico
conjuntivo, a partir del predicado diádico original, usando un operador
que clausure los dos lugares y abra otro. Unas pocas palabras de aclaración
no estarán de más aquí. Los ingredientes básico
de (c.i) son dos predicados monádicos, “... es padre de Lúthien”
(lo simbolizaremos por “P”) y “... es rey de Doriath”
(lo simbolizaremos por “D”), un nombre “Thingol” (al
que simbolizaremos por “a”) y el signo de conjunción. La
forma lógica de (c.i) podría ser una de las dos siguientes, ambas
extensionalmente equivalentes, pero que indican vías de construcción
distintas y una es más informativa que la otra. Podríamos construir
dos oraciones elementales, cada una con su predicado monádico y su término
singular, “Pa” y “Da”, y a continuación unirlas
mediante el signo de conjunción, “Pa Ÿ Da”, o unir los
dos predicados “P... Ÿ D...” mediante la conjunción,
convertir el relator conjuntivo diádico resultante en un predicado monádico,
“(PŸD)...”, y saturar su lugar de argumento con el término
que teníamos, “(PŸD)a”. Esta es la idea, pero el paso
de “P... Ÿ D...” a “(PŸD)...” no puede hacerse
así. La conversión del relator diádico en un predicado
monádico exige la aparición de un operador nuevo, capaz de clausurar
lugares de argumento y convertir predicados en otros más complejos.
Veamos todo esto con algunos ejemplos. Un ejemplo de “P... Ÿ D...”
sería (d.i), y un ejemplo de “(PŸD)...” sería:
(e.i) ...(es-el padre-de Lúthien-y-rey-de-Doriath).
La diferencia entre (d.i) y (e.i) consiste en que el primero es un relator diádico
mientras que el segundo es monádico. Con (d.i) podemos formar oraciones
como
(d.ii) Thingol es padre de Lúthien y Eärendil es rey de Doriath,
o como
(d.iii) Thingol es el padre de Lúthien y Thingol es rey de Doriath,
mientras que con (e.i) no tenemos esa posibilidad. Con un relator monádico
sólo podemos tener un argumento y, por tanto, sólo oraciones como
(e.ii) Thingol es el padre de Lúthien y rey de Doriath.
En contextos extensionales (d.iii) y (e.ii) no presentan diferencias lógicas
relevantes (aunque la proposición expresada por ambas no sería
la misma) y se seguirían del mismo conjunto de proposiciones e implicarían
el mismo conjunto de proposiciones. Sin embargo, (e.ii) tiene un operador que
(d.iii) no tiene, un operador que permite convertir el relator diádico
del que partíamos, (d.i), en un operador monádico, (e.i). Este
operador nuevo, un operador que convierte predicados n-ádicos en predicados
n-1-ádicos, puede representarse de muchas maneras. Nosotros elegiremos
el operador de identidad de Williams, simbolizado por “∫“
en honor del Frege de Begriffsschrift:
(h) ∫u (u es el padre de Lúthien Ÿ u es rey de Doriath)...,
esto es “∫u (Pu Ÿ Du)...”.
La característica relevante de este operador para el argumento general
que estamos desarrollando es su estatus de operador de segundo orden, esto es,
de operador que exige como argumentos predicados en lugar de términos.
Ha llegado el momento de retomar los diversos hilos argumentales que han ido
apareciendo a lo largo de estas páginas y aventurar una conclusión
que muestre cómo aplicar el análisis lógico de la noción
de identidad a las disputas en filosofía de la mente. Realizaremos esta
tarea final en dos pasos. El primero consiste en determinar cuáles son,
desde un punto de vista lógico, los ingredientes básicos exigidos
para expresar la tesis de la identidad psiconeural. El segundo supone dilucidar
qué consecuencias se siguen de la interpretación de la identidad
como operador de segundo orden. Finalmente, y esto sólo como un apunte
de trabajo, habría que analizar qué es lo que realmente se quiere
decir con la tesis de la identidad psiconeural y si esta puede todavía
enunciarse de alguna manera. Todo esto se tratará en las secciones que
siguen.
V. La identidad psiconeural y el relator de identidad
La teoría de la identidad psiconeural tal como se discute en la actualidad,
no suele formularse en términos de la identidad de sustancias o de objetos
sino de tipos de eventos o procesos. Cuando queremos referirnos a eventos, no
solemos utilizar nombres propios, sino que los identificamos usando otras expresiones
complejas. Por esta razón las disquisiciones que hemos llevado a cabo
en la sección anterior no se aplican automáticamente a la teoría
de la identidad psiconeural. Son eventos
V.1 Mi comentar en este momento que la teoría de la identidad psiconeural
es falsa, o
V.2 Mi sentir en este instante un cierto cosquilleo en el estómago.
Puedo referirme a estos eventos de la forma en la que lo hemos hecho en V.1
y V.2. o de otras formas alternativas, como
V.3 Lo que sorprendió tanto a Alberto, o
V.4 Lo que me hizo sentirme tan incómoda.
Respecto del primer bloque no tiene sentido preguntarse cuál es el evento
al que me estoy refiriendo porque éste queda transparentemente representado
en la manera de designarlo, a saber, mi comentar en este momento que la TIP
es falsa o mi sentir un cosquilleo en el estómago, y desde esta manera
de designarlo podemos reconstruir la oración que exprese claramente el
evento al que me estoy refiriendo:
V.5 Yo comento en este momento que la teoría de la identidad psiconeural
es falsa, o
V.6 Siento en este instante un cierto cosquilleo en el estómago.
Del segundo bloque no pueden reconstruirse, sin más información,
las oraciones que expresan de manera más clara los eventos a los que
nos estamos refiriendo, porque V.3 y V.4 son generalizaciones de eventos, tienen
la forma de descripciones definidas y son compatibles con eventos distintos.
Lo que sorprendió tanto a Alberto pudo ser mi comentar eso acerca de
la teoría de la identidad o la aparición súbita en la sala
de Conferencias sala del Presidente del Gobierno. Lo que me hizo sentirme tan
incómoda pudo ser mi sentir ese cosquilleo en el estómago o mi
darme cuenta, en mitad de mi alocución, de que había perdido una
transparencia. Por eso, para este segundo bloque tiene sentido preguntar, además,
a qué evento nos estamos refiriendo. Por esa razón, Williams denomina
a las expresiones de este segundo tipo namely-riders . Son expresiones que pueden
completarse con una cláusula “a saber”:
V.7 Lo que sorprendió tanto a Alberto, a saber, mi comentar que la teoría
de la identidad psiconeural es falsa, o
V.8 Lo que me hizo sentirme tan incómoda, a saber, mi sensación
de cosquilleo en el estómago.
Williams denomina a las expresiones del primer tipo (V.1 y V.2) designaciones
directas de eventos y a las del segundo tipo (V.3 y V.4) designaciones indirectas.
Las designaciones indirectas son descripciones definidas mientras que las designaciones
directas harían, para el caso de los eventos, las veces de nombres propios.
Naturalmente las descripciones directas de eventos no funcionan exactamente
igual que los nombres de objetos, pero para las necesidades de esta argumentación
la identificación es suficiente.
De la teoría de la identidad expuesta en la sección anterior se
sigue que no pueden darse afirmaciones genuinas de identidad entre nombres propios.
Al ser el operador de identidad un operador de orden superior, sus argumentos
no pueden ser, desde un punto de vista lógico, más que predicados
de algún tipo. Afirmamos identidad cuando decimos que la misma persona
que fue el padre de Lúthien fue el rey de Doriath, a saber, Thingol.
Las descripciones definidas son también namely-riders, expresiones que
admiten una cláusula “a saber”, y en este sentido son generalizaciones
existenciales. “La misma persona que fue el padre de Lúthien fue
el rey de Doriath” es una generalización existencial de “Thingol
fue el padre de Lúthien y Thingol fue el rey de Doriath”. Afirmamos
identidad porque decimos que las dos descripciones tienen la misma cláusula
“a saber”. En el discurso de eventos la teoría es análoga.
Afirmamos identidad cuando decimos que dos designaciones indirectas de eventos
poseen la misma cláusula “a saber”. Así,
V.9 Lo que sorprendió tanto a Alberto es lo que fue rechazado enérgicamente
por Juan,
es un enunciado de identidad genuino entre eventos porque a continuación
podemos decir “a saber, mi comentar que la TIP es falsa”. La forma
lógica de V.9, siguiendo el esquema de la sección anterior, sería
V.10 ($b) (∫d )(d sorprendió mucho a Alberto Ÿ d fue enérgicamente
rechazado por Juan)b,
que es una generalización existencial y una afirmación de identidad
realizadas sobre
V.11 Mi comentar que la TIP es falsa sorprendió mucho a Alberto Ÿ
mi comentar que la TIP es falsa fue rechazado enérgicamente por Juan.
Sin embargo, las afirmaciones estándar de la TIP no son como V.9 sino
como
(2.2.1) Mi dolor actual es la estimulación de mis fibras C en este momento.
¿De qué conjunción de eventos es (2.2.1) una generalización
existencial? La respuesta más sensata aquí es: de ninguna. Naturalmente,
siempre se pueden forzar los ejemplos para que encajen en la teoría y
decir que (2.2.1) tiene la siguente forma lógica:
V.12 ($b) (∫e) (e es mi dolor actual Ÿ e es la estimulación
de mis fibras C en este momento)b.
Pero ¿qué tipo de evento o proceso sería aquí b?
Podríamos adaptar la teoría de la identidad de la sección
anterior a (2.2.1) al precio de convertir “...es mi dolor actual”
y “...es mi actual estimulación de las fibras C” en predicados.
Sin embargo, desde un punto de vista lógico-semántico esta opción
es dificilmente defendible, ya que “mi dolor en este momento” se
usa como una expresión referencial y, por tanto, como un término
singular y no como un predicado. Si interpretásemos estas expresiones
como predicados estaríamos ofreciendo una teoria del Doble Aspecto y
abrazando un Monismo Neutral.
La mayor parte de las afirmaciones de la TIP son como (2.2.1), que afirma identidad
uniendo dos designaciones directas de eventos. Si para éstas no es posible
la interpretación V.12, ¿cómo las interpretaremos? Tampoco
podemos analizarlas siguiendo la pauta
(a.i) nombre = nombre
ya que en este caso lo que decimos es que dos expresiones son sinónimas,
esto es, que dos nombres propios, cuya única misión semántica
es referir, refieren al mismo referente, mientras que “mi dolor”
y “la estimulación de las fibras C” no son expresiones sinónimas.
Aquí podemos recurrir a la distinción fregeana entre sentido y
referencia, que es la interpretación de la teoría dada por Feigl
, pero en este caso no podemos decir que la teoría lleve a cabo ninguna
afirmación de identidad, sino a lo sumo de co-referencialidad. Dos designaciones
directas de eventos, al igual que dos nombres propios, no son los argumentos
apropiados para un operador de identidad. De todos modos, interpretar “mi
dolor actual” y “la estimulación de mis fibras C” como
nombres fregeanos, esto es, como expresiones dotadas de sentido y referencia,
las convierte en expresiones de propiedades, en predicados de algún tipo,
y esta interpretación no es fácilmente conciliable con su uso
como designaciones directas, que es esencialmente un uso referencial.
El argumento que estamos aquí desarrollando tiene ecos del argumento
kripkeano contra la necesidad de las identidades psiconeurales. El argumento
de Kripke es metafísico, las propiedades fenoménicas no tienen
un aspecto sentido o percibido junto con una esencia, sino que para ellas vale
el dictum berkeleyano esse est percipii. Nuestro argumento es lógico-semántico,
las expresiones que aparecen en los enunciados básicos de la TIP son
designaciones directas de eventos, esto es, expresiones cuyo papel semántico
no es descriptivo sino referencial. Si estas expresiones no pueden predicarse
de eventos sino que simplemente los señalan, entonces no hay posibilidad
de formular la teoría como una teoría de la identidad usando un
operador genuino de identidad como “∫“, por contraste con
el conocido “=“.
VI. Conclusión
¿Qué forma lógica tienen los enunciados básicos
de la TIP, dado que no son enunciados de identidad genuinos? Esta pregunta requeriría
un análisis lógico de la teoría más profundo que
el meramente negativo que hemos llevado a cabo en estas páginas. Esa
será tarea de los logicos. ¿Qué quieren decir los proponentes
de la TIP cuando hacen sus afirmaciones de pseudo-identidad? Esta tarea de dilucidación
recaerá sobre sus espaldas.
Pero no todas las conclusiones de este artículo son negativas. He aquí
la conclusión posiva más evidente: si la TIP no es, desde un punto
de vista lógico, una teoría de la identidad, los argumentos esgrimidos
contra ella que sacan partido de la Ley de Leibniz y del resto de los axiomas
que conforman una teoría de este tipo no consiguen tocarla. La TIP, de
este modo, no queda refutada por la batería de argumentos expuesta en
la sección III y por tanto, en teoría, sus afirmaciones básicas,
formuladas correctamente, pueden seguir defendiéndose.
Hasta el momento, por tanto, no se ha mostrado que la TIP sea falsa, sólo
que hay que descubrir aún qué es lo que la teoría afirma
realmente.