Los hijos sordos, de padres
sordos, entran en contacto con el lenguaje de signos desde su nacimiento y
serán hablantes naturales de signos. Este lenguaje de signos, al ser su primera
lengua, alcanza gran precisión y riqueza. Crecen con confianza y seguridad en
sí mismos, alcanzando buenos niveles cognitivos, lingüísticos, psicosociales y
educativos.
Los niños sordos, de padres
oyentes, que son la mayoría, al no tener un diálogo y un lenguaje adecuado,
presentan, si no se remedia, problemas lingüísticos, intelectuales, emotivos y
culturales. Los padres suelen presentarse preocupados, en contra del lenguaje
de signos y de la integración de sus hijos.
Los niños oyentes, de padres
sordos, son los más privilegiados, ya que crecen con el lenguaje de signos y el
habla (bilingüismo). Se suelen encontrar a gusto en el mundo oyente y sordo.
Suelen convertirse en intérpretes.
En definitiva, ser sordo no
tiene por qué ser una desgracia, ya que desarrollando una lengua temprana, el
niño puede tener un desarrollo parecido al oyente.