Consideraciones iniciales
Al margen de las consideraciones sobre
la denominación más apropiada, existen otros elementos sustantivos a
considerar, fundamentalmente, para la intervención psicopedagógica. Según
Fierro (1991, p. 267): “Cada niño
progresa según su propio desarrollo diferenciado, peculiar y en definitiva
individual...; no obstante, algunos
niños se presentan con un desarrollo lento, retrasado...; disarmónico retardo
respecto a los umbrales evolutivos alcanzados por la gran mayoría de sus
compañeros de edad.
Es un retraso en los procesos
evolutivos de personalidad y de
inteligencia: de capacidad para
aprender, para desenvolverse en la vida y para relacionarse con los demás”. Los criterios de este autor no dejan de ser similares a los
considerados por la Asociación Americana para la Deficiencia Mental (AADM): “El retraso mental se refiere a un
funcionamiento intelectual general significativamente inferior a la media que
coexiste junto con déficit en la conducta adaptativa y se manifiesta durante el
período de desarrollo”.
No podemos aceptar, por tanto, que el
retraso consista meramente en un retraso intelectual, sino que manifiesta
igualmente un déficit en la conducta adaptativa y que, a diferencia de otros
trastornos, las manifestaciones anteriores ocurren durante el período de
desarrollo, antes de los 18 años.