CARACTERÍSTICAS DEL TERRITORIO

             

        Las Cordilleras Béticas constituyen una gran unidad geológica que se extiende por el sur y sureste de la Península Ibérica , a lo largo de más de 500 kilómetros, desde las proximidades del Golfo de Cádiz hasta el mar Mediterráneo, en la desembocadura del río Júcar. Quedan delimitadas, por tanto, hacia el norte por la Depresión del río Guadalquivir y la Cordillera Ibérica, y hacia el sur por el mencionado mar Mediterráneo.

        Su formación fue producto de la compresión (de dirección nor-noroeste---sur-sureste), del acercamiento y colisión de la placa africana contra el macizo central ibérico. Esta cordillera alpídica (la más importante de la Península Ibérica) posee las características propias del gran proceso orogénico alpino, puestas de manifiesto por la presencia de grandes mantos de corrimiento y por los peculiares contrastes entre las unidades estructurales denominadas "zonas externas" y "zonas internas".

       
Las Zonas Internas están representadas por la Cordillera Bética en sentido estricto, también denominada Cordillera Penibética, y algunos otros elementos de menor extensión, situándose entre el Subbético y el Mediterráneo, desde Estepona al Cabo de Palos aproximadamente. En ella, las deformaciones orogénicas afectan a los materiales más profundos, paleozoicos, jugando el metamorfismo un papel esencial.

        La disposición estructural de la Bética (Penibética) es de las más complicadas y discutidas de la geología española, distinguiéndose tres grandes estructuras o unidades superpuestas que, a su vez, están constituídas por varias fases o unidades tectónicas:


        El conjunto Nevado-Filábride, constituido por materiales del zócalo, ocupa el núcleo central de Sierra Nevada y las sierras de Filabres y Estancias. Los micasquistos son las rocas predominantes, acompañados de cuarcitas, mármoles, gneises y anfibolitas.
       
        El conjunto o complejo Alpujárride está formado por micasquistos del paleozoico y precámbrico, filitas con cuarcitas del Permotrías inferior (Werfeniense) y, en el tramo superior, por una potente formación de calizas y dolomías del triásico medio y superior. En este complejo se han distinguido numerosos mantos de corrimiento, si bien algunos autores señalan que sólo existe un único manto Alpujárride. En áreas tales como Sierra Nevada, Sierra de Baza y Sierra de Filabres, los materiales alpujárrides se disponen formando una orla que envuelve por completo a los materiales esquistosos del complejo Nevado-Filábride, quedando interrumpida sólo en aquellas zonas en que se han acumulado los materiales cuaternarios postorogénicos.

        El conjunto Maláguide, igualmente de estructura muy complicada, que no afecta al territorio nevadense.

 

        SIERRA NEVADA constituye, de acuerdo con Lhenaff (1977), Pezzi & Col. (1979,1983), Díaz de Federico (1985) y Jímenez Olivencia (1991), una unidad geográfica claramente diferenciada, semejando una vasta cúpula con orientación casi Este-Oeste, de unos 80 kilómetros de longitud, entre Ohanes (Almería) al este y Padul (Granada) al oeste, línea que puede ser considerada como eje axial del macizo. Su anchura varía notablemente: 40 km. en el extremo occidental, mientras que sólo alcanza unos 15 en el oriental. La superficie del macizo se estima en más de 2.000 kilómetros cuadrados.

        Los límites de esta elevación montañosa suelen ser nítidos, salvo en algunos tramos al norte, donde se pone en contacto con las sierras de La Yedra, Huétor y Harana. Queda aislada, al oeste por el Valle de Lecrín; al sur por el valle del río Guadalfeo y las cabeceras de los ríos Adra y Andarax; al norte por la depresión de Guadix-Baza (Marquesado de Zenete) y las sierras mencionadas, mientras que al noroeste contacta con la Depresión de Granada.

        Sierra Nevada, núcleo central de las Cordilleras Béticas, pertenece íntegramente a la Bética en sentido estricto, con una disposición estructural compleja pero muy típica de esta cordillera. La erosión del conjunto Alpujárride ha dejado al descubierto el zócalo sobre el cual ha resbalado, es decir, las rocas metamórficas (núcleo cristalino) de Sierra Nevada. De esta forma resulta que el núcleo de Sierra Nevada constituye una grandiosa ventana tectónica que asoma por debajo de las filitas del Trías alpujárride.

        Existen, por tanto, dos conjuntos Béticos en la constitución de Sierra Nevada, aparte de los materiales postorogénicos basales pertenecientes a las depresiones intrabéticas:


        El complejo Nevado-Filábride comprende el núcleo central de la Sierra. Es en este núcleo metamórfico donde se encuentran las cumbres más elevadas, con el Mulhacén (3478 metros) como techo de la Península Ibérica, Veleta (3.392 metros), Alcazaba (3366 metros), etc. El nombre popular dado a esta zona es el de "lastra", debido a la predominancia en el paisaje de grandes piedras y pedregales grises.

        Esta zona ovalada central está rodeada por una orla de terrenos triásicos de colores claros y abigarrados. En primer lugar, una aureola de escasa potencia constituída por pizarras y filitas arcillosas, deleznables, correspondientes a las unidades más inferiores del complejo Alpujárride. Es típica en la región la utilización de estas "launas" para las cubiertas planas de las viviendas de las Alpujarras, debido a su alta impermeabilidad. Más al exterior, el denominado "calar" es una orla de masas calizo-dolomíticas pertenecientes, asimismo, al complejo Alpujárride.

        Esta disposición es casi general en todo el ámbito de la sierra, si bien en algunos lugares el calar apenas es visible, al contactar directamente los esquistos alpujárrides con los elementos postorogénicos. Es en el extremo oeste-noroeste donde se observa más nítidamente esta disposición, dando lugar los relieves calizo-dolomíticos del calar a una morfología abrupta, con picos bien diferenciados como la aguja del Trevenque (2079 metros), Dornajo (2076 metros), Alayos de Dílar (1980 metros), Sabinas (2215 metros), etc. Es muy abundante en este territorio la presencia de dolomías fuertemente tectonizadas que producen una roca fácilmente deleznable en arena dolomítica de color muy claro, particularmente en la zona Alayos-Trevenque-Tesoro (arenales del Trevenque).

 

        El relieve en Sierra Nevada es en general suave, si bien se pueden hacer algunas distinciones. En el complejo Alpujárride, las filitas están tectonizadas y laminadas, lo que favorece la circulación interna del agua; si están asociadas a yesos, estas filitas son impermeables, muy erosionables y parcialmente solubles. Las pendientes provocadas por ellas son raras y sólo aparecen resaltes por la aparición de materiales más resistentes, como las cuarcitas, dando lugar a un relieve quebrado con gran densidad de cursos fluviales y torrenciales, por lo que es notable la densidad de barrancos, originando una típica morfología de cárcavas.

        Los materiales calizo-dolomíticos de este complejo Alpujárride presentan grandes resaltes en el relieve, dando lugar a valles fluviales muy encajados, y su contacto con las filitas es muchas veces abrupto. En ocasiones, sobre todo en terrenos accidentados de arenas dolomíticas, son frecuentes los conos o abanicos detríticos, que son formaciones de piedemonte ligadas a condiciones de torrencialidad; de grandes dimensiones y perfección son los del borde occidental, afectados por la falla de Dúrcal.

        La orla alpujárride llega en algunos puntos de Sierra Nevada hasta los 2.400 metros de altitud (Loma de los Panaderos), aunque por término medio el contacto suele estar hacia los 1.500 metros. Desde esta altura y zonas más elevadas, ya en el dominio de los micasquistos del complejo Nevado-Filábride, las condiciones climáticas van a provocar una disgregación en lajas de las rocas esquistosas, formando canchales de gran extensión y poca potencia. En conjunto, el paisaje es relativamente suave, de grandes lomas, a veces con irregularidades debidas a la existencia de mármoles, gneises y, sobre todo, los escarpes más pronunciados, a las cuarcitas.

        Los canchales que dominan el paisaje de altura tienen poca estabilidad y son frecuentes los deslizamientos y desplazamientos, ayudados en gran parte por la acción del hielo. Por debajo de los 2.000 metros existen grandes pendientes. Este hecho y el que aparezcan abundantes cursos y surgencias de agua, hace que en el relieve general se produzcan profundos barrancos en "V".

        Es interesante observar que no existe un marcado contraste en el contacto de los materiales del complejo Nevado-Filábride y el Alpujárride. Ello es debido a que ambos están formados, en la zona de contacto, por materiales de parecida resistencia a la erosión y han sido afectados por las mismas etapas de la orogenia de Sierra Nevada.

        Mención aparte merece el modelado glacial y periglacial, ya que la gran altitud que alcanza parte del núcleo de Sierra Nevada hace que aparezcan rasgos y formas de climas frios escalonados en altitud. Durante al menos una (o dos) de las épocas frias del cuaternario llegaron a existir en las cimas de Sierra Nevada, desde el cerro del Caballo hasta el de Trevélez, varios glaciares de modestas proporciones que han dejado sus huellas en forma de circos (corrales), pequeñas lagunas, cuencos, heleros y morrenas de pequeñas dimensiones. En dicha época, el límite de las nieves permanentes se fijaría hacia los 2.500-2.600 metros.

        La morfología glacial comienza a manifestarse a partir de los 2.000-2.200 metros en la vertiente norte, y hacia los 2.300-2.400 metros en la vertiente sur, operándose un cambio significativo en las vertientes y fondos de valle; estos se vuelven más amplios, tendiendo a la forma en "U" y los depósitos morrénicos ocupan buenos tramos, aunque son difíciles de reconstruir (Gómez et al. 1992).

        Entre los relieves más destacados del modelado glacial podemos mencionar algunos excelentes circos como el Corral del Veleta, Corral de Valdeinfierno, La Caldera y Hoya del Mulhacén; pequeños valles en "U" como los del rio Veleta (valle de  Aguas Verdes) y rio Guarnón; lagunas (Larga, Caldera, Mosca, Aguas Verdes, etc.); complejos morrénicos como los de Siete Lagunas y morrenas laterales como las de la Loma del Tanto (Mulhacén), a 2.350 metros de altitud. Por último, merece destacarse que la destrucción del sustrato dio lugar en algunos casos a la coalescencia de circos, facilitando el trasvase de hielo entre morrenas adyacentes, quedando como vestigio crestas de impresionantes paredes verticales como son, entre otras, los Raspones y Crestones de Rio Seco y los Tajos de La Virgen.

        En la actualidad la dinámica glaciar no existe. Sólo en el nevero del Corral del Veleta se conserva, de forma testimonial, una placa de hielo permanente al pie del Tajo del Veleta, en orientación norte, en clara regresión (Gómez et al. 1996). Sin embargo, la dinámica periglaciar sigue actuando de forma muy activa a partir de los 2.500-2.600 metros. Esta actividad está favorecida por los grandes contrastes térmicos y el régimen de nieves y vientos, lo que provoca una considerable gelifracción que se opera en paredes y cantiles. Especialmente llamativo es el caso de los circos, donde los clastos liberados tienden a fosilizar formas glaciares. No obstante, queda por determinar si esta importante acción de gelifracción es actual, o más bien ha sido producto de la cercana pero pasada Pequeña Edad del Hielo.