Érase una vez que no se era...
Hoy
día las ciencias retroceden que es una barbaridad. Los físicos nos asombran
relatándonos las primeras fracciones de milisegundo del nacimiento del
Universo, hace cosa de 15.000 millones de años. Cuando nos toca a los biólogos
hablar de la aparición de la vida, hace sólo 3 o 4 mil millones, tenemos
que sonrojarnos hablando de lagunas (de conocimiento) y montañas (de hipótesis
y de datos crudos). Pero enseguida nos reponemos arrojando pelotas a los
propios físicos, y a químicos, y a geólogos... Pues el origen de la vida quizás
sea la segunda pregunta más difícil.
El problema es que sólo hay una vida. No
teman, que no voy a hablar de creencias religiosas, aquí no viene a cuento.
Digo que todos los seres vivos que conocemos, tan diversos y asombrosos, en el
fondo son lo mismo: variaciones sobre una estructura celular que encierra una
prodigiosa maquinaria informativa de ácidos nucleicos que codifican proteínas
que catalizan las reacciones necesarias para que todo funcione. La
extraordinaria similitud bioquímica que hermana a todos los organismos,
incluida la Salmonella que le produjo aquel cólico, sólo se explica por
unos antepasados comunes, y seguramente comuneros: microbios parecidos a
bacterias que se intercambiaban genes sin recato. Ríanse de nuestros
transgénicos.
¿De dónde salieron esos microbios tan
marchosos? Stanislaw Lem, en uno de sus sabrosos relatos, denunció a unos
extraterrestres gamberros y resfriados que dejaron aquí sus mocos. Pero parece
que es una calumnia etéfoba, que nuestros ancestros microbianos se
gestaron aquí mismo... ¿a partir de qué?, ¿cómo?, ¿cuándo? Casi todos los
paleontólogos piensan que, según los restos fósiles, aquellos primeros
microbios aparecieron hace unos 3.800 millones de años, 800 millones después de
que se formara, con material reciclado de estrellas más antiguas, el
Sistema Solar. La vida se engendraría, como ya propuso Aleksandr I. Oparin en
los años veinte, a partir de la materia orgánica formada en nuestro propio
planeta ...o de la caída del cielo en forma de fértil polvo, meteoritos, o
cometas -cargados, además, de agua-, ya que, contra lo que se pensaba, ¡la
materia orgánica es abundantísima en el Universo! Por lo que ya sabemos, en las
reacciones necesarias pudo ser crucial la intervención del cianuro y del
formol, así como el que no hubiera oxígeno molecular. Paradojas de la
vida.
Eso que ya sabemos se debe a miles de
experimentos en los que se intentan simular algunas condiciones de la Tierra
primigenia. Fue Stanley Miller, comenzando una arriesgada tesis, quien abrió
esta era experimental con un artículo que apareció en 1953, tres semanas
después de la transcendental publicación de Watson y Crick sobre la estructura
del ADN. En él describía la fácil formación de aminoácidos a partir de gases
sencillos, usando "rayos" como fuente de energía. Tras este gran
éxito y los de Joan Oró y otros simuladores (no fingidores), llegó la
decepción: parece imposible llegar a formar la más escuálida de las bacterias
con su ADN, que codifica ARN y proteínas, que descodifican ADN...
Y en esto llegaron Altman y Cech. En los
años 80 descubrieron ¡que algunos ARN pueden funcionar como enzimas! Ya no hay
que resolver el inextricable embrollo de qué buenos descodificadores
codificados serán. Habría una vez un "mundo del ARN", en el que éste
haría el trabajo genético y el enzimático, y en el que ya sería posible la
evolución biológica mediante selección natural. Así que, desde aquí, asunto más
o menos resuelto. Cuando la vida, tan infestiva, agarró en la Tierra, le
cambió a ésta la cara, pues no tardó en generarse un sistema ecológico global
autorregulado, como explica James Lovelock en su hipótesis de Gaia.
El problema es cómo llegar a ese mundo del
ARN a partir de compuestos sencillos: son reacciones aún demasiado difíciles,
improbables aun con millones de años por delante. Por eso se están buscando posibles
antepasados del ARN de más fácil formación. Ya hay algunos candidatos, como los
APN, que además pueden tener interés terapéutico. Pero hay
investigadores que buscan aumentar la probabilidad de las reacciones
necesarias, lo que se consigue si ocurren, en vez de en disolución, sobre
superficies como las de las arcillas: ¿no es más fácil hacer carambolas sobre
la mesa de billar que con pelotas botando en ella? Gunter Wächtershäuser ha
elaborado una ingeniosa hipótesis con un metabolismo prístino -anterior al RNA
y a las membranas- sobre la superficie de piritas en formación, que pudo
ocurrir cerca de fuentes termales submarinas; las claves estarían en el fondo
del mar. En cambio, según algunos, fueron las membranas y las vesículas, que se
formarían sin mucha dificultad, el primer paso del camino. ¿O estarían
implicados otros procesos de autoorganización, en sistemas alejados del
equilibrio?
¿Cuál será la respuesta? Comparando con
más profundidad los organismos actuales, vamos a conocer mejor los últimos
antepasados comunes. También esperamos saber más de la Tierra prebiótica.
Las simulaciones de partes de ésta deberían proporcionarnos una secuencia de
acontecimientos plausible, o quizás varias alternativas más o menos probables.
Eso es todo. ¡Eso es mucho!, aunque nunca podamos estar seguros de cómo
ocurrieron las cosas, lo que impregna de desazón romántica las investigaciones.
Y, lejos de hacer que se relaje el rigor en ellas, lo agudiza: pedimos la mayor
verosimilitud posible, nada de hipótesis gratuitas. Tienen que
contrastarse en el laboratorio y ser coherentes con todo lo que sabemos. De
momento, ya podemos rebatir a quienes, como el célebre físico Fred Hoyle,
pretenden demostrar la imposibilidad del origen espontáneo de la vida en la
Tierra.
Quizás también podamos contestar a esto:
¿pudo ser de otra manera?, ¿cómo habrán sido o podrán ser las cosas en otros
planetas parecidos al nuestro? Acaso haya aspectos, como el tipo de química
implicada, la morfología celular, las simetrías y tamaños posibles, con pocas
alternativas, mientras otros sean mucho más dependientes de accidentes
históricos (¿no estamos aquí gracias al meteorito que liquidó a los
dinosaurios?) y fenómenos caóticos. Lo que no debe confundirse es la
improbabilidad a priori de alcanzar un estado final particular con la de
alcanzar uno cualquiera entre una multitud. Lo mismo que, al barajar bien los
naipes, es casi imposible que vaya a resultar una ordenación
determinada, pero, evidentemente, alguna seguro que sale. Tal vez las
respuestas lleguen cuando se celebre el «I Congreso Interplanetario sobre los orígenes
de las vidas». Pero, mientras tanto, ayudaría mucho el saber de algún
alienígena, incluso en forma de microfósil marciano. Si llegan a confirmarse
las aún poco fundadas expectativas de la NASA, podríamos apostar a que el
Universo bulle de vida.
¡Ah!, ¿que cuál es la pregunta más
difícil? La que dejó en el aire Leibniz, claro: ¿cómo es qué existe algo en
lugar de nada?
FIGURAS
1.-
Fósiles
Pie: Fósiles de
unos 3.500 millones de años, según William Schopf. Según Juan M. García Ruiz,
pueden ser pseudofósiles, estructuras de origen inorgánico
2.- Paisaje
Pie: Paisaje
antes de la vida, cuando el mundo era muy joven todavía
3.- Aparato de Miller
Pie: Aparato con el que Miller simuló la Tierra arcaica, inaugurando la era experimental en el estudio del origen de la vida
[Publicado en El Fingidor. Revista de cultura de la Universidad de
Granada, Nº2, pp.14-15 (2000)]