Gonzalo
Puente Ojea, a ciencia cierta
Juan Antonio Aguilera
Mochón
Madrid, 17 de diciembre
de 2005
Es para
mí un gran honor y una gran satisfacción participar en este homenaje a Gonzalo
Puente Ojea, uno de los intelectuales españoles más lúcidos e insobornables.
Su pasión por el conocimiento le ha llevado no sólo a ser
un erudito en muchas materias y un agudo observador. Como cabe esperar de un
auténtico sabio, no se conforma con la
descripción aguda de los fenómenos, sino que indaga en sus causas, busca explicaciones,
localiza las raíces. Aquí es donde inevitablemente conecta con el proyecto
científico. Como es sabido, la ciencia no se conforma con descripciones
objetivas y sistemáticas –lo que ya es mucho–: busca explicaciones, busca
causas, busca orígenes. Además, Puente Ojea es un ardiente defensor de la causa
de la libertad, en particular de la libertad más específicamente humana, la
libertad de conciencia. Puente Ojea, plenamente consciente de la importancia
del fenómeno religioso en la batalla por la emancipación humana, ha ahondado en
sus raíces de manera exhaustiva e implacable.
Como
él mismo nos dice en “Animismo. El umbral de la religiosidad” y en “La andadura
del saber”, su estudio del fenómeno religioso lo ha realizado desde las
siguientes perspectivas (en orden cronológico: sucesivamente se ha centrado de
manera preferente en cada una de ellas):
“La cuestión de Jesús y la
Iglesia”.
“La cuestión de Dios”.
“La cuestión del alma”.
“La cuestión de la génesis del
sentimiento religioso”.
Respecto
a la primera cuestión (de Jesús y la Iglesia), Puente Ojea realizó un profundo
estudio sobre los orígenes del cristianismo y una radical revisión de sus
fuentes, de sus textos sagrados fundamentales, los evangelios. Este estudio
exhaustivo le llevó muchos años, fue un análisis sistemático de la ideología de
las doctrinas cristianas y cristalizó en unos libros imprescindibles para quien
quiera entender cómo el Jesús de la historia se transformó en el Cristo de la
fe, y cómo mediante esta transmutación la Iglesia católica se hizo con un poder
desmesurado.
En
relación con la cuarta cuestión (de la génesis del sentimiento religioso), la
que ha ocupado a nuestro autor más recientemente, ha refinado y expandido la
hipótesis animista de Edward B. Tylor. De
nuevo estamos ante un rastreo histórico –prehistórico, en este caso, y
antropológico– en
busca de los orígenes. Se trata de entender cómo se iniciaron los sentimientos
y creencias religiosos, de cómo nació la “invención animista”, el “umbral de la
religiosidad”.
En
estas cuestiones Puente Ojea siempre ha estado atento al conocimiento
científico, a la lógica estricta, a la búsqueda de objetividad, a la
racionalidad, pero se trata de asuntos normalmente alejados de las ciencias naturales,
de las ciencias “duras”.
Sin
embargo, para llegar a hablar, en la búsqueda de los orígenes del animismo, del
alma como invención y no como descubrimiento, Puente Ojea necesitaba, respecto
de la existencia de las almas y de los espíritus, de la certeza a que se puede
aspirar con la ciencia. De aquí que se planteara, tras “ventilar –con el
análisis del cristianismo como fenómeno ideológico- su contencioso personal con
la fe católica” (La andadura del saber, p. 4), en primer lugar, la “cuestión de
Dios” y, seguidamente, la verdad fáctica de lo que considera el supuesto
esencial de todas las religiones, la raíz última de la religiosidad: la
existencia del alma, un alma inmaterial, indestructible e inmortal. Como
sabemos, para Puente Ojea “la cuestión de
la existencia de Dios se subordina a la cuestión,
primera y más radical, de la existencia del alma espiritual” (La andadura
del saber, p. 5; cursivas de G.P.O.). (Lo cual le
lleva, dicho sea de paso, a preferir como más básica la confrontación
religiosidad/irreligiosidad a la de teísmo/ateísmo.)
La mayoría de los científicos
considera estos asuntos como ajenos a la ciencia, cuestión de creencias
personales en las que la ciencia no puede entrar. Pero como nos dice Puente
Ojea: “Importantes resultados de las ciencias tenidos ya por irreversibles son
constitutivamente ajenos, cuando no incompatibles, con la interpretación religiosa del mundo en
cualquiera de sus versiones, pero de un modo muy patente respecto de las creencias teístas,…” (El mito del alma,
p. 9).
Destaca
Puente Ojea que las creencias religiosas no cumplen, en cuanto tales, con los
principios metodológicos de la ciencia, por lo cual “carecen de validez
científica” (El mito del alma, p. 26). En particular, las creencias religiosas
a menudo son enunciados no falsables. Dice Gonzalo Puente Ojea respecto a ellos:
“no es competencia de la cosmología
científica, por ejemplo, demostrar la inexistencia de los referentes infalsables de las creencias religiosas
–tales como dioses, seres espirituales, almas, etc.–”. Si se quedara la cosa ahí,
no habría mayor conflicto entre ciencia y religión. Pero añade Puente Ojea que
sí es competencia de las ciencias “presentar
conclusiones y resultados científicos sólidamente fundamentados que prueben la
falsedad de creencias cuyos referentes postulen algún grado de falsabilidad.”
(El mito del alma p. 27). Es decir, hay creencias religiosas fundamentales que
hoy son falsables desde la ciencia.
Esta
toma de posición de Puente Ojea, rigurosa, plantea a los científicos un reto de
honradez, que no es más que el de pronunciarse, el de no disimular o silenciar
los contenidos anticientíficos e irracionales de las creencias religiosas, como
no disimulan ni se callan ante los contenidos anticientíficos de las creencias
astrológicas o paranormales. Por desgracia, la gran mayoría de los científicos
eligen, respecto a las creencias religiosas, el disimulo y el silencio
cómplice; el gran biólogo evolucionista Richard Dawkins
habla sencillamente de cobardía. Pero el planteamiento nítido de Puente Ojea no
se puede ignorar permanentemente, y confío en que ante una exigencia de
pronunciamiento tan frontal, cada vez sean más los científicos que se atrevan a
decir en voz alta lo que piensan o sólo hablan en privado.
La exploración de las
posibilidades de existencia del alma (y otros entes y fenómenos sobrenaturales)
llevó a Gonzalo a introducirse en algunas de las fronteras actuales de la
ciencia, desde la física de partículas, la cosmología o la electrodinámica
cuántica a la neurobiología o las ciencias de la complejidad. Precisamente son
las ciencias que, por sus dificultades de comprensión, han utilizado algunos científicos-predicadores
(Jean Guitton, por ejemplo) para intentar hacer
digeribles por la ciencia fenómenos y entes sobrenaturales. Es admirable cómo
una persona con una formación “de letras” no se arredró ante el formidable reto
intelectual y se zambulló en las ciencias “duras” de la mano de autores de la
talla de Stephen W. Hawking, Steven Weinberg, Francis H. C. Crick, Jean-Pierre
Changeux, Richard Dawkins, Ilya Prigogine… y, sobre todo, el
físico de la Universidad de Hawai Victor J. Stenger.
No es el momento de entrar en
esa exploración de Puente Ojea (ni en ninguna otra, no voy a pretender resumir
aquí un pensamiento desarrollado a lo largo de más de 4.000 páginas): quien
quiera seguir esa aventura intelectual, que haga una lectura atenta e
inteligente –crítica– de sus libros; sobre todo, respecto a la “cuestión del
alma”, de “El mito del alma”.
No hace falta extenderse en que
la penetrante comprensión del fenómeno religioso por parte de Puente Ojea ha
sido clave para su papel de pionero en nuestro país del movimiento laicista. De
este aspecto de su obra han escrito en este homenaje otras personas. Pero
quiero decir algo desde el punto de vista de un científico. La fundamentación
filosófica del laicismo la ha llevado a cabo de una manera espléndida; a muchos
científicos el lenguaje filosófico nos parece muy a menudo impreciso, ambiguo,
poco sistemático y sustentado sobre poca base (a cambio, los científicos a
menudo tenemos un discurso superficial y adolecemos de escaso bagaje histórico
y filosófico, incluso de historia y filosofía de la ciencia: nos falta lenguaje
para desenvolvernos en importantes terrenos), pero cuando uno lee lo que Puente
Ojea escribe sobre el laicismo, se queda admirado –una vez más– de la
precisión, el rigor en el análisis, el fino diagnóstico, lo impecable de su
lógica y sus conclusiones. Irrebatible, si no es desde la sinrazón o la
negación de principios democráticos básicos.
No quiero terminar esta breve celebración
de la figura de Puente Ojea sin unas consideraciones de tipo personal.
En
primer lugar, me parece destacable que la productividad intelectual de Gonzalo
aumentara extraordinariamente al alcanzar la edad de jubilación. Sin duda porque
dispuso de más tiempo para leer incansablemente, para reflexionar y para
escribir. Viéndolo así, después de todo quizás fuera una suerte que acabara
prematuramente su brillante actividad diplomática y política, fin prematuro
fruto, como sabemos, de la vergonzosa capitulación del Partido Socialista ante
las presiones eclesiásticas, una muestra de la corrupción ideológica que ya se
había hecho patente con la postura del PSOE en el referéndum sobre la entrada
en la OTAN. Perdimos un gran embajador en activo y un gran subsecretario de
Asuntos Exteriores… a cambio de un magnífico pensador a tiempo completo.
¿Pero
quiénes lo ganamos? De momento, poca gente. Este país se está permitiendo un
lujo que es un despilfarro muy lamentable: el de no atender a los análisis de
personas de la talla intelectual y moral de Gonzalo Puente Ojea, que son muy
escasas… y también, en un régimen de confesionalidad católica encubierta y
babosamente monárquico, muy incómodas. No me refiero ya sólo a sus estudios de
la cuestión religiosa, claro; el análisis que Puente Ojea hizo –en “Elogio del
ateísmo”– de la Santa Transición es memorable pero poco conocido. Es asombroso y
descorazonador el silenciamiento de Puente Ojea en el ámbito cultural, político
y mediático. Y cuando no hay silenciamiento menudean los intentos de
descalificación personal, que, al no tener el más mínimo sustento, a quien realmente
descalifican es a quien los realiza.
Uno se pregunta si algún día
los vientos de la racionalidad y la justicia acabarán por barrer la mayor parte
de la estupidez y el abuso. Es una tarea ardua, un camino lleno de innumerables
y poderosos obstáculos, trampas y retrocesos, a veces en nosotros mismos, en
quienes se supone que estamos por la tarea. Pero el esfuerzo y la luz de
personalidades como Gonzalo Puente Ojea nos permiten ser optimistas y nos
empujan a actuar.
Para mí, el descubrimiento de Gonzalo
Puente Ojea, inicialmente a través de la radio y luego de sus libros, fue
crucial. Así como su respuesta inmediata y generosa a mis requerimientos
postales. En mi caso, y creo que en el de la mayoría de quienes ahora estamos
involucrados activamente en la lucha por el laicismo, ha sido decisivo el
conocimiento de su obra y de su persona. Yo siempre me he sentido estimulado y
fortalecido por él. Dicho en lenguaje químico o bioquímico, Gonzalo Puente Ojea
me parece un extraordinario catalizador. Gonzalo, recibe todo mi afecto y mi
más profundo agradecimiento.