El primer versículo del capítulo diecisiete
del Corán consta de estas palabras: «Alabado sea El que hizo viajar, durante,
la noche, a su siervo desde el templo sagrado hasta el templo que está más
lejos, cuyo recinto hemos bendecido, para hacerle ver nuestros signos». Los
comentadores declaran que el alabado es Dios, que el siervo es Mahoma, que el
templo sagrado es el de la Meca, que el templo distante es el de Jerusalén y
que, desde Jerusalén, el profeta fue transportado al séptimo cielo. En las
versiones más antiguas de la leyenda, Mahoma es guiado por un hombre o un
ángel; en las de fecha posterior, se recurre a una cabalgadura celeste, mayor
que un asno y menor que una mula. Esta cabalgadura es Burak, cuyo nombre quiere
decir «resplandeciente». Según Burton, los
musulmanes de la India suelen representarlo con cara de hombre, orejas de asno,
cuerpo de caballo y alas y cola de pavo real.
Una de las tradiciones islámicas refiere que Burak, al dejar
la tierra, volcó una jarra llena de agua. El Profeta fue arrebatado hasta el
séptimo cielo y conversó en cada uno de ellos con los patriarcas y ángeles
que lo habitaban y atravesó la Unidad y sintió un frío que le heló el
corazón cuando la mano del Señor le dio una palmada en el hombro. El tiempo de
los hombres no es conmensurable con el de Dios; a su regreso, el profeta
levantó la jarra de la que aún no se había derramado una sola gota.
Miguel Asín Palacios habla de un místico murciano del siglo
XIII que en una alegoría que se titula Libro del nocturno viaje hacia la
Majestad del más Generoso ha simbolizado en Burak el amor divino. En otro
texto se refiere al «Burak de la pureza de la intención.
J.L.Borges, El libro de los seres imaginarios