El Centauro es la criatura más
armoniosa de la zoología fantástica. «Biforme» lo llaman las Metamorfosis
de Ovidio, pero nada cuesta olvidar su índole heterogénea y pensar que en el
mundo platónico de las formas hay un arquetipo del Centauro, como del caballo o
del hombre. El descubrimiento de ese arquetipo requirió siglos; los monumentos
primitivos y arcaicos exhiben un hombre desnudo, al que se adapta incómodamente
la grupa de un caballo. En el frontón occidental del Templo de Zeus, en
Olimpia, los Centauros ya tienen patas equinas; de donde debiera arrancar el
cuello del animal arranca el torso humano.
Ixión, rey de Tesalia, y una nube a la que Zeus dio la forma
de Hera, engendraron a los Centauros; otra leyenda refiere que son hijos de
Apolo. (Se ha dicho que «centauro» es una derivación de gandharva; en
la mitología védica, los Gandharvas son divinidades menores que rigen los
caballos del sol.) Como los griegos de la época homérica desconocían la
equitación, se conjetura que el primer nómada que vieron les pareció todo uno
con su caballo y se alega que los soldados de Pizarro o de Hernán Cortés
también fueron Centauros para los indios.
«Uno de aquellos de caballo cayó del caballo abajo; y como
los indios vieron dividirse aquel animal en dos partes, teniendo por cierto que
todo era una cosa, fue tanto el miedo que tuvieron que volvieron las espaldas
dando voces a los suyos, diciendo que se había hecho dos haciendo admiración
dello; lo cual no fue sin misterio; porque a no acaecer esto, se presume que
mataran todos los cristianos», reza uno de los textos que cita Prescott.
Pero los griegos conocían el caballo, a diferencia de los
indios; lo verosímil es conjeturar que el Centauro fue una imagen deliberada y
una confusión ignorante.
La más popular de las fábulas en que los Centauros figuran
es la de su combate con los lapitas, que los habían convidado a una boda. Para
los huéspedes, el vino era cosa nueva; en mitad del festín, un Centauro
borracho ultrajó a la novia e inició, volcando las mesas, la famosa
Centauromaquia que Fidias, o un discípulo suyo, esculpiría en el partenón,
que Ovidio cantaría en el libro duodécimo de la Metamorfosis, y que
inspiraría a Rubens. Los Centauros, vencidos por los lapitas, tuvieron que huir
de Tesalia. Hércules, en otro combate, aniquiló a flechazos la estirpe.
La rústica barbarie y la ira están simbolizadas en el
Centauro, pero «el más justo de los Centauros, Quirón» (Ilíada, XI,
832), fue maestro de Aquiles y de Esculapio, a quienes instruyó en las artes de
la música, de la cinegética, de la guerra y hasta de la medicina y la
cirugía. Quirón memorablemente figura en el canto duodécimo del Infierno,
que por consenso general se llama «canto de los Centauros». Véanse a este
propósito las finas observaciones de Momigliano, en su edición de 1945.
Plinio dice haber visto un Hipocentauro, conservado en miel,
que mandaron de Egipto al emperador.
En la Cena de los siete sabios, Plutarco refiere
humorísticamente que uno de los pastores de Periandro, déspota de Corino, le
trajo en una bolsa de cuero una criatura recién nacida que una yegua había
dado a luz y cuyo rostro, pescuezo y brazos eran humanos y lo demás equino.
Lloraba como un niño y todos pensaron que se trataba de un presagio espantoso.
El sabio Tales lo miró, se rió y dijo a Periandro que realmente no podría
aprobar la conducta de sus pastores.
En el quinto libro de su poema De rerum natura,
Lucrecio afirma la imposibilidad del Centauro, porque la especie equina logra su
madurez antes que la humana, y, a los tres años, el Centauro sería un caballo
adulto y un niño balbuciente. Este caballo moriría cincuenta años antes que
el hombre.
J.L.Borges, El libro de los seres imaginarios