Tifón
(hijo disforme de la Tierra y del Tártaro) y Equidna, que era mitad hermosa
mujer y mitad serpiente, engendraron la Hidra de Lerna. Cien cabezas le
cuenta Diódoro el historiador; nueve, la Biblioteca de Apolodoro.
Lemprière nos dice que esta última cifra es la más recibida, aunque muchos
otros investigadores sólo le asignan siete cabezas; lo atroz es que, por cada
cabeza cortada, dos le brotaban en el mismo lugar, de ahí, tal vez, la
confusión sobre el número de éstas. Se ha dicho que las cabezas eran humanas
y que la del medio era eterna. Su aliento envenenaba las aguas y secaba los
campos. Hasta cuando dormía, el aire
ponzoñoso que la rodeaba podía ser la muerte de un hombre. Juno la crió para
que se midiera con Hércules.
Esta serpiente parecía
destinada a la eternidad. Su guarida estaba en los
pantanos de Lerna (cerca de
Argos). Hércules y Yolao la buscaron; el primero le cortó las cabezas y el
otro fue quemando con una antorcha las heridas sangrantes. A la última cabeza,
que era inmortal, Hércules la enterró bajo una gran piedra, y donde la
enterraron estará ahora, odiando y soñando.
En otras aventuras con otras fieras, las flechas que
Hércules mojó en la hiel de la Hidra causaron heridas mortales.
Un cangrejo, amigo de la Hidra, mordió durante la pelea el
talón del héroe. Éste lo aplastó con el pie. Juno lo subió al cielo, y
ahora es una constelación con el signo de Cáncer.
J.-L. Borges, El libro de los seres maravillosos