El Simurg es un pájaro inmortal que anida en
las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton
lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene
conocimiento de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que
se lla Yggdrasill.
El Thalaba
(1801) de Southey y la Tentación
de San Antonio (1874), de Flaubert
hablan del Simorg Anka; Flaubert lo rebaja a servidor de la reina Belkis y
lo describe como un pájaro de plumaje anaranjado y metálico, de cabecita
humana, provisto de cuatro alas, de garras de buitre y de una inmensa cola
de pavo real. En las fuentes origianles el Simurg es más importante.
Firdusi, en el Libro de reyes, que recopila y versifica antiguas
leyendas del irán, lo hace padre adoptivo de Zal, padre del héroe del
poema; Farid al-Din Attar, en el siglo XIII, lo eleva a símbolo o imagen de
la divinidad. Esto sucede en el Mantiq al-Tayr (Coloquio de los
Pájaros). El argumento de esta alegoría, que integran unos cuatro mil
quinientos dísticos es curioso. El remoto rey de los pájaros, el Simurg,
deja caer en el centro de China una pluma espléndida; los pájaros
resuelven buscarlo, hartos de su presente anarquía. Saben que el nombre de
su rey quiere decir «treinta pájaros»; saben que su alcázar está en el
Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la tierra. Al principio,
algunos pájaros se acobardan: el ruiseñor alega su amor por larosa; el
loro, la bellez que es la razón de que viva enjaulado; la perdiz no puede
prescindir de las sierras, ni la garza de los pantanos, ni la lechuza de las
ruinas. Acomenten al fin la deseperada aventura; superan siete valles o
mares; el nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama
Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros mueren en la travesía.
Treinta, purificados por sus trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo
contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg, y que el Simurg es cada
uno de ellos y todos ellos.
El cosmógrafo Al-Qazwiní, en sus Maravillas de la
creación, afirma que el Simorg Anka vive mil setecientos años y que,
cuando el hijo ha crecido, el padre enciende una pira y se quema. «Esto,
observa Lane, recuerda la leyenda del Fénix.»