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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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El biopoder como voluntad de abandono |
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Que el poder tiende a hacer suyo aquello que domina, a poseerlo, a integrarlo, es una verdad a medias. Contra todo pronóstico y sentido común, hoy se sostiene también, paradójicamente, abandonando a lo que quiere subyugar. Para captar la determinación con la que lleva a cabo esta aporía (poseer a través de un dejar), bastaría con repensar una sutil distinción que realiza Michel Foucault cuando describe el tipo de fuerzas que imperan en nuestra época. Ya sé que la conocen, pero la recuerdo por saborearla, porque es de gran finura y delicadeza.
El de nuestros días, decía Foucault, es un dominio a través del biopoder, el cual sustituye al de la espada (La voluntad de verdad, último capítulo). Cada uno de ellos coloca al pueblo en una encrucijada. La de la espada es esta: hacer morir o dejar vivir. Da a conocer unas prescripciones claras y rotundas, reglas que han de sostener la razón de Estado. Si no las cumple usted, queda eliminado. Así de fácil. Pero, cumpliendo todas esas prerrogativas, lo deja vivir (haga lo que quiera). La encrucijada del biopoder es muy distinta: hacer vivir o abandonar hacia la muerte. En este caso el poder no le impone a usted nada. Lo mínimo a lo que obliga es, si acaso, producto de la voluntad del pueblo, de todos, de modo que no llega a ser una coacción completamente real.
El biopoder
no censura, no castiga. Hace vivir, es decir, genera un modo de vida. Usted no haga nada, déjese llevar, incluso jalear: esto pretende. Y, al mismo tiempo, le incrusta una conducta, un modo de hacer, de conducirse, de trabajar, de organizar su ocio, una distribución de las horas y de los espacios; no le arrebata nada, sino que le forja una vida. ¿Y si usted se da cuenta de la trampa y no se deja subjetivar así, si no se deja construir de ese modo? No lo castiga, no lo censura. Simplemente lo deja estar, ya no le construye una vida. En suma, lo abandona. Pero su forma de vida, la de usted, no es la habitual, no es la que el poder genera y expande. Lo deja caer, pues, hacia el abismo que se hunde en los márgenes de lo normal, hacia su desaparición, hacia su muerte social y, si me apura, física.
¡Qué fino es el biopoder! Así que, si tiene razón Foucault -y el que escribe cree que en esto la tiene- hay, más allá de las clases sociales, dos pueblos separados por una zanja invisible. Uno es el que es alimentado por el biopoder y crece, orondo, a sus expensas. Otro es el que busca su propio camino y es abandonado. Podríamos decir: por un lado, los vitalizados (por adiestramiento); por otro, los desvitalizados (por abandono). ¿Cuántos ejemplos hay de cada uno? Casi un infinito. El vitalizado: el productor rentable. El desvitalizado: el inútil. El vitalizado: el que aspira a sentirse pleno y feliz sea como sea. El desvitalizado: el enfermo, que incluirá a una amplia gama de seres (el melancólico, el inestable, el obsesivo, el que no soporta estar con mucha gente, el que siente -en suma- malestar). El vitalizado: el que alcanza el éxito (y cuanto más rápido, mejor). El desvitalizado: el inadaptado, el que no mide lo que hace por el posible logro y reconocimiento que ello le pueda procurar. El vitalizado: el que niega su tercera edad y se afana en seguir tan ricamente joven (de algún modo), reintegrándose a la actividad útil. El desvitalizado y abandonado: el que afirma su tercera edad, el que valora su larga experiencia más que cualquier otra cosa, el que ama otro tempo, el que se demora.
Así que, si cada sociedad vitaliza biopolíticamente y genera una forma de cordura, está al unísono abandonando a un jardín de especies de locura. El jardín de las especies de nuestra locura, pues: el inútil por no rentable, el melancólico, inestable que siente malestar, el que no busca el éxito.... hay muchas variantes en el jardín de la locura de esta sociedad. A él pertenecen también los "mayores". Pero no solo ellos. Hay muchos abandonos, gran variedad de tipos y formas.
En general, nuestra sociedad (la del flamante primer mundo o mundo así llamado civilizado) no persigue y mata, abandona; no quiere imponer, sino colocar ante el peligro del abandono; no desea ocuparse en ordenar la vida del que difiere para devolverlo al redil, sino que se despreocupa de él.
Pensándolo bien, el abandono es la espada de nuestra época. ¡Y cuántos destellos tendrá esa espada! Desatender, Desasistir, descuidar, dejar a un lado, condescender, desentenderse, prescindir, olvidar, desdeñar, despreciar, relegar, postergar, arrinconar, apartar, desplazar, despreciar, menospreciar, invisibilizar, desechar, alejar, descartar, desestimar, obviar, rehuir, desligar, desviar, despedir, eludir, sortear, soslayar, evitar....
Se diría que el poder de nuestros días más que hacer algo, deja de hacer muchas cosas. Hay en él una expansión diastólica por la cual produce una vida a su manera y, al lado, una retracción, contracción o encogimiento sistólico, como el repliegue de un ejército que huye precipitadamente, dejando sobre el infecto suelo a esa parte de fratría que toma, con los ojos declinantes, el camino del Hades.
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