10. Los creyentes, un
pueblo sumiso a Mahoma
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Los
primeros
musulmanes no se denominaban «musulmanes», ni en el Corán, ni en el
contexto
social donde se erigieron como poder dominante, al menos durante el
primer
siglo. En aquella época, el sistema religioso-político que profesaban
tampoco
se denominaba «islamismo» o «islam», como se llamaría más tarde. Por
eso, es un
error craso, en el que incurren algunos traductores, cuando traducen la
palabra
mslm por «musulmanes», en cuatro versículos
típicos (Corán 54/15,2;
89/3,102; 90/33,35; 103/22,78). Todas las veces que se utiliza
significaba
únicamente «sumisos». Lo mismo que, por entonces, slm solo
significaba «sumisión»,
no islam.
Durante
los primeros
decenios del protoislam y durante los tiempos de la dinastía califal
omeya, el
movimiento de Mahoma y sus seguidores aún no se había consolidado como
un
sistema semiótico independiente, ni el texto del Corán había
cristalizado
definitivamente. Aquellos sarracenos, procedentes del sur, que
irrumpieron
guerreando y conquistando, se conocían y se denominaban a sí mismos como
mahgrāyē (en siríaco), muhāŷirūn
(en árabe), o su equivalente
μαγαρίται (en griego), que significa los «emigrados». La palabra
designaba inicialmente
a los que habían llevado a cabo la hégira, que recorrieron el camino de
una «emigración»
convertida en invasión militar y apoderamiento de las tierras y la
soberanía.
A
mediados del siglo
VIII, los escritores bizantinos hablan de «la fe de los ismaelitas». Y,
desde
entonces, se emplearon distintos apelativos equivalentes e
intercambiables:
«sarracenos», «magaristas», «agarenos», «islámicos», «mahometanos»,
«muslimes»
y «musulmanes». En paralelo, vemos que la denominación de la doctrina
también
sufrió oscilaciones entre sarracenismo, magarismo, islamismo,
mahometismo, o
agarenismo. Juan Damasceno (muerto en 749) menciona por su nombre a
Mahoma,
diciendo «que anunció el magarismo o islamismo» (Juan Damasceno 1791:
87).
Teodoro Abucara (m. 820) todavía consideraba a los «mahometanos»,
llamándolos
así, como una herejía del cristianismo, similar a los nestorianos y los
jacobitas (cfr. Juan Damasceno 1791: 82).
Pero
vamos a
ceñirnos aquí al texto del Corán. En él, los seguidores del profeta
árabe se
nombran con varios epónimos, como «los creyentes», «los que temen»,
«los que
obedecen», «los sumisos», «los siervos», «los dirigidos», «los que
emigran».
Todos estos calificativos evocan un sentido más bien genérico, que no
identifica con precisión un sistema religioso bien determinado, que
pudiéramos
llamar «islamismo». En el Corán, la designación más frecuente, con
diferencia,
es la de «creyentes». Y estos creyentes se definen ante todo porque
hacen caso
a Mahoma, por ser lo que podríamos llamar mahometanos, muy posiblemente
sarracenos en su inmensa mayoría. Aunque, en algunos contextos, en la
categoría
de creyentes entran también los aliados nazarenos, así como grupos de
judíos y
cristianos captados para la causa.
Solo
en unos pocos
versículos tardíos del Corán, y acaso insertados a posteriori, se fue
perfilando la idea de que los creyentes conformaban un nuevo pueblo,
con
reminiscencias del pueblo elegido hebreo. En efecto, aunque en el Corán
la
palabra «pueblo» (nación, comunidad) se emplea profusamente, solo
denota una
referencia expresa a los árabes seguidores de Mahoma en tres de los
capítulos
poshegíricos. La primera vez, el término aparece como un deseo
expresado por
Abrahán e Ismael:
«¡Señor
nuestro! Haz
de nosotros unos sumisos a ti y de nuestra descendencia un pueblo
sumiso a ti»
(Corán 87/2,128)
Más
adelante, encontramos
cuatro versículos en los que el «pueblo» alude a la colectividad de los
creyentes congregados por Mahoma, con la presunción implícita de que
constituyen
el nuevo pueblo elegido por Dios, pues otros pueblos ya pasaron y no
creyeron:
«Así
hemos hecho de
vosotros un pueblo justo, para que seáis testigos ante los hombres, y
que el
enviado sea testigo ante vosotros» (Corán 87/2,143). [Esta aleya en
concreto se
tiene por una interpolación posterior.]
«Que
vosotros seáis
un pueblo que llama al bien, que ordena lo lícito y prohíbe lo ilícito»
(Corán
89/3,104).
«Vosotros
sois el
mejor pueblo suscitado entre los humanos. Ordenáis lo lícito, prohibís
lo
ilícito, y creéis en Dios» (Corán 89/3,110).
«Así
te hemos
enviado a un pueblo para que tú les recites lo que te hemos revelado.
Antes de
él pasaron otros pueblos, pero no creen en el clemente» (Corán
96/13,30).
Vamos
a analizar
cómo el Corán va caracterizando a los creyentes, su relación con Dios y
con el
profeta, su mentalidad, sus creencias y sus obligaciones. Desde un
punto de
vista teológico, diríamos que la figura coránica del creyente se
correlaciona
con la imagen islámica de la divinidad. De modo que no será de extrañar
que a
un Dios descrito como amo le corresponda un ser humano concebido como
esclavo.
Como ya he dicho, la denominación más general
de los seguidores del
movimiento de Mahoma y sus compañeros es la de «creyentes». Pero no es
sencillo
desentrañar su significado con claridad. El Corán presenta como «buen
modelo» para
los creyentes al propio Mahoma (Corán 90/33,21). Sin embargo, si Mahoma
ofrece
el modelo de lo que es ser creyente, la realidad es que solo podrá
servir de
modelo de imitación muy parcialmente, puesto que, según el mismo Corán,
ese
profeta es único: inimitable en su intermediación con Dios, en su
recepción de
la revelación, en su derecho a múltiples esposas, en su privilegio en
el
reparto del botín, en su poder para exigir obediencia. Nada de esto se
halla al
alcance de los creyentes mahometanos.
Los creyentes, por definición y
genéricamente, son aquellos que
tienen fe, aunque el contenido de esta fe debe explorarse por el
contexto, y
solo quedará patente al examinar en concreto las condiciones que el
Corán exige
para ser creyente.
La
palabra «fe»
incide 38 veces en el Corán (14 en suras anteriores a la hégira y 24 en
suras
posteriores). En diversas circunstancias, se habla del tener fe
(18
veces), que requiere obras (3 veces). En la época poshegírica, se
vuelve más
apremiante la necesidad de fe: se insta a aumentar la fe (6
veces) y se
condena a los que no tienen fe o la abandonan después de
haberla tenido
(9 veces). Ahí podemos entrever que no faltaban quienes desertaban o se
sentían
tentados a hacerlo.
«Esos
que han
trocado la fe por la increencia no dañarán en nada a Dios. Y tendrán un
castigo
doloroso» (Corán 89/3,177).
Los
que «vuelven la
espalda» a la fe son insistentemente denostados en el Corán, en un
total de 70 ocasiones
(33 antehegíricas, 37 poshegíricas). Todo un síntoma de la resistencia
con la
que topaba el mensaje mesiánico-escatológico y, luego, el reclutamiento
bélico-milenarista
de Mahoma. Porque, en última instancia, se considera creyentes a los
que
obedecen a Mahoma; y se acusa de descreídos a los que le vuelven la
espalda. Esto
indica que muchos eran reacios a seguirlo. En las últimas suras, volver
la
espalda a la fe llega a significar el huir del combate armado.
«Obedeced a Dios
y al enviado. Y si vuelven la espalda, Dios no ama a los no creyentes»
(Corán
89/3,32).
«No
toméis aliados
entre ellos [los no creyentes], hasta que emigren en el camino de Dios.
Si
vuelven la espalda, capturadlos y matadlos allá donde los encontréis»
(Corán
92/4,89).
«Si
obedecéis, Dios
os dará una buena recompensa. Y si volvéis la espalda como habéis
vuelto la
espalda antes, él os castigará con un castigo doloroso» (Corán
111/48,16).
«Dios
os ha
auxiliado en muchos sitios. El día de Hunayn, cuando vuestro gran
número os sorprendía,
eso no os sirvió de nada, y la tierra, a pesar de su anchura se os hizo
estrecha, y volvisteis la espalda para huir» (Corán 113/9,25).
–
«los que han creído»
(155 veces),
–
«los que habéis
creído» (91 veces),
–
otras variantes
del verbo «creer» (99 veces); hasta aquí 345 veces,
–
y el sustantivo «creyentes»
que se repite 220 veces.
En
total, hay unas 565
incidencias. De este total, 190 se dan en capítulos anteriores a la
hégira, y 375
en los posteriores, que son bastantes menos. Estos datos muestran que,
tras la
hégira, se produce una notable intensificación en la exigencia de ser
creyentes, así como la apelación a ellos. La expresión interpelante
«vosotros
que habéis creído» se usa en 90 ocasiones, en capítulos posteriores a
la
hégira, y solo una vez en capítulos anteriores. En la gran mayoría de
los casos,
se habla de los creyentes en plural (522 veces), y mucho menos en
singular (43
veces), lo que viene a subrayar el carácter más colectivo que
individual de la
creencia. Poco a poco iremos viendo lo que significa ser creyentes en
el plano
pragmático.
En contraste con los creyentes están los
que no creen, que están o
incurren en el descreimiento, porque se oponen a Mahoma. A veces se
traduce
por infieles, incrédulos, increyentes, pero quizá sea más ajustado en
español
usar «descreer» y «descreídos». Al buscar, encontramos:
–
«los que han descreído»
(172 veces),
–
otras formas
verbales de «descreer» (81 veces),
–
los «descreídos»
(151 veces),
–
que «no creen» (53
veces).
En
total, se alude a
los que descreen alrededor de 500 veces. Con esos descreídos observamos
una
polémica incesante, y no se aprecian diferencias cuantitativas entre
antes (229
veces) y después (228 veces) de la hégira. La oposición entre creyentes
y descreídos atraviesa todo el Corán, alimentando una tensión
que no
cesa de crecer en ningún momento. Evoluciona del enfrentamiento
dialéctico a la
confrontación armada.
El
Corán,
propiamente, no pide al creyente una explícita profesión de fe mediante
una
fórmula, como más tarde se institucionalizaría (en la sahada:
«No hay
más dios que Dios y Mahoma es el enviado de Dios»), sino que le manda
que se
incorpore a la comunidad haciendo el rezo. Este constituía el signo
público de
su adhesión, junto con el pago del tributo y la obediencia sumisa a las
órdenes
del profeta.
Los
creyentes son
los que obedecen a Mahoma y, una vez muerto él, los que se adhieren al
Corán,
bajo la autoridad del califa, porque creen que esto es lo que Dios
manda. Para
ellos, la única prueba de que Dios manda lo que dice el Corán es que
está
escrito en el Corán. Pero ¿de dónde procede ese convencimiento, o en
qué se
funda?
Después de creer, la actitud primordial que
se exige a los creyentes es
el temor de Dios. Entre las formas nominales y verbales, el
temor y el
temer aparecen casi 400 veces en el Corán. La expresión «temed a Dios»
supera
las 50 veces. Según se describe, se trata de un temor reverencial y
servil:
«¡Oh siervos míos!
Temedme.» (Corán 59/39,16).
«Temed
a Dios y
obedecedme a mí» (Corán 47/26,108) es una fórmula que se repite en boca
de distintos
profetas.
Otro
aspecto complementario
de la actitud de quienes creen en Dios, según el Corán, es la confianza
en él.
La mención de los que «confían» en él, en Dios, o en su Señor, incide
solo 18
veces.
«Que
los creyentes
confíen en Dios» (Corán 72/14,11) aparece siete veces; de ellas, seis
tras la
hégira.
Aquí
encontramos un
rasgo que parece como más espiritual, al menos en principio, pero, en
capítulos
poshegíricos, se cifra específicamente en confiar en el auxilio de Dios
en la
batalla, para obtener la victoria.
«Si
Dios os auxilia,
nadie os vencerá. Si él os deja, ¿quién os auxiliará fuera de él? Que
los
creyentes confíen en Dios» (Corán 89/3,160).
«¡Vosotros
que
habéis creído! Recordar la gracia de Dios para con vosotros, cuando
unas gentes
casi habían echado sus manos sobre vosotros. Y entonces él retuvo sus
manos de
vosotros. Temed a Dios. Que los creyentes confíen en Dios» (Corán
112/5,11).
Quienes
confían en
Dios son también aquellos de los que se dice que tienen paciencia, o
«aguantan»
(37 veces; de las cuales 33 son antes de la hégira). Y, por ello,
tendrán
asegurado el triunfo y la prevalencia sobre los descreídos.
«Son
los que han
aguantado y confían en su Señor» (Corán 70/16,42).
«Qué
maravillosa
recompensa de los que obran bien, que han aguantado y confían en su
Señor»
(Corán 85/29,58-59).
«Dios
jamás
permitirá que los descreídos prevalezcan sobre los creyentes» (Corán
92/4,141).
Entre los rasgos con los que el Corán los
caracteriza, los seguidores de
Mahoma son aquellos a quienes Dios dirige o guía por el camino
recto, o
hacia la verdad. Esta idea de estar dirigido por Dios abunda en
capítulos
anteriores a la hégira (77 veces) más que en los posteriores (35
veces). En
total, aparece en 112 ocasiones. Pero, en un buen número, presenta la
forma
negativa, como aquellos a quienes Dios no dirige (24 veces),
que son
opresores, descreídos, perversos, mentirosos y extraviados. Se los
recrimina
aún con mayor acometividad en los capítulos poshegíricos.
No queda claro que estar
guiado, o no, por Dios dependa de una opción personal, pues la
omnipotencia
divina no excluye la arbitrariedad:
«Así,
Dios extravía
a quien él quiere y dirige a quien él quiere» (Corán 4/74,31).
«Dios
dirige a quien
él quiere por un camino recto» (Corán 87/2,213).
El
modo de estar
bien dirigido y andar por el camino recto empieza por la exigencia de
escuchar
el Corán y creer en su mensaje:
«Hemos
escuchado un
Corán admirable, que dirige en la buena dirección. En él hemos creído»
(Corán
40/72,2).
Esto se traduce, en la práctica, en
arrepentirse (Corán 113/9,11),
purificarse (Corán 113/9,108), hacer buenas obras (sale más de 120
veces; por
ejemplo, Corán 112/5,93). Pero falta por saber hasta dónde llega este
comportamiento requerido al creyente. Falta arrojar un poco más de luz
sobre
cuál es el significado que implica andar por el «camino recto», o sea,
«el
camino de Dios» en su acepción más característicamente musulmana. Se
trata de
un asunto complejo que intentaremos clarificar en las siguientes
páginas.
La
expresión que
alude a «elevar el rezo» se repite 73 veces en el Corán (31 antes de la
hégira;
42 después). Igualmente se dice «los que observan sus rezos» (2 veces).
Y «los
que se postran» en el rezo (8 veces), «se arrodillan» (13 veces) y «se
prosternan» delante de Dios (45 veces). Se trata de lo que
tradicionalmente se
llama el azalá, una práctica ritual, exigida desde el principio
a los
creyentes, pero que adquiere mayor importancia después de la hégira, es
decir, a
medida que se adentran en la guerra.
«¡Vosotros
que habéis
creído! Arrodillados, prosternados, adorad a vuestro señor, y haced el
bien»
(Corán 103/22,77).
«Vuestro
aliado es
Dios, así como su enviado y los que han creído, los que elevan el rezo,
dan el
tributo y se arrodillan» (Corán 112/5,55).
«Son
los que se
arrepienten, adoran, alaban, ayunan, se arrodillan, se prosternan,
ordenan lo lícito
y prohíben lo ilícito, y observan las normas de Dios» (113/9,112).
El
contenido primitivo
del rezo de Mahoma, sus compañeros y sus adeptos no se sabe en qué
consistiría,
pero con seguridad debía incluir la lectura o recitación del «libro de
Dios»
(expresión usada siete veces). Aunque no
está nada claro que ese «libro» (palabra mencionada más de cien veces
en el
Corán) se refiera a lo que conocemos como Corán, sino que, en la
mayoría de los
casos, podría ser más bien la Torá, leída o recitada en las reuniones
de los
árabes conversos, que había sido traducida del hebreo al árabe por
Waraqa Ibn
Naufal.
«Los
que recitan el
libro de Dios, han elevado el rezo y han gastado de lo que les hemos
asignado»
(Corán 43/35,29).
En
la liturgia
consolidada por los califas, y hasta hoy, aparte de la lectura
salmodiada del
Corán, cuando es preceptivo, el rezo incluye invariablemente la
repetición (17
veces al día) de la primera sura coránica. El rezo va acompasado con
inclinaciones, prosternaciones y otros gestos corporales, que
verosímilmente son
imitación de las posturas de los súbditos en presencia de los sátrapas
sasánidas. Parece claro que, en el plano simbólico, la imagen de Dios
descrita
por el Corán fue asumiendo rasgos del omnímodo poder típico del
despotismo
oriental, sin duda reflejado en el espejo del ulterior califato.
Esta
obligación del
rezo suponía una forma concreta y visible de incorporación a la
comunidad de
los creyentes seguidores de Mahoma, llamada umma, al nuevo
pueblo
elegido, que no solo se contrapone a las religiones no monoteístas,
sino que pretende
desbancar a los monoteísmos judío y cristiano. Es sabido que la fórmula
preceptiva
del rezo (la fatiha), en su versículo 7, contiene una condena
contra los
judíos (por concitar la ira divina con su comportamiento) y contra los
cristianos (por andar descarriados del camino recto). No pensemos que
esta es
una interpretación tendenciosa, porque es canónica y está atestiguada
por los
principales exégetas musulmanes a lo largo de casi catorce siglos, de
modo que
muy pocos discrepan de ella (cfr. Sami Aldeeb 2014; Albocicade
2015). Para los analistas, es de temer que esa persistente y reiterada
imputación
alimente una actitud de odio hacia los concernidos, capaz de propiciar
consecuencias
negativas.
El
carácter
obligatorio del rezo indica que se trata de un compromiso no solo
«religioso»,
sino a la vez social y político. Y, analizando más afondo, supone para
los
protagonistas la negación implícita de toda libertad de religión y de
conciencia. De hecho, según la Ley islámica, el deber de acudir al rezo
está
sancionado, puesto que se categoriza y castiga como un delito de
abjuración o
apostasía.
Otra
forma de
definir a los creyentes es calificarlos como los que adoran a Dios.
El
verbo adorar se conjuga en 124 ocasiones. Se menciona modélicamente a
los «adoradores»
(8 veces), y la «adoración» de Dios (7 veces), y se rechaza la
adoración de los
ídolos:
«No
adoréis más que
a Dios»(Corán 52/11,2).
«Adorad
a Dios y
apartaos de los ídolos» (Corán 70/16,36).
«Pero
no se les
ordenó más que adorar a Dios, dedicándole la religión, siendo rectos,
cumplir
con el rezo y dar el tributo» (Corán 100/98,5).
Los
que adoran a
Dios como buenos creyentes son sus «siervos», término empleado unas 130
veces
para designarlos, con bastante más frecuencia en la época anterior a la
hégira.
Incluso Jesús es denominado «siervo» respecto a Dios. Los humanos nunca
son
contemplados como hijos, sino como siervos, sirvientes, o esclavos.
La
forma con más
futuro para llamar a esos adoradores y siervos es la que los denomina
«sumisos», en el sentido de sometidos a los mandatos de Dios y su
profeta. El
término y sus derivados aparece alrededor de 100 veces. Los creyentes
se
someten a su Señor o, más bien, su Señor los somete lo mismo que ha
sometido
todo cuanto hay en los cielos y la tierra. Como señalé más arriba, el
vocablo
«sumiso» empezó a ser usado, un siglo después de muerto Mahoma, para
designar a
sus seguidores, en el sentido de «musulmanes». Lo mismo que la
«sumisión» acabó
dando nombre a la nueva religión: el islam o islamismo. Aunque
su
significado coránico se limita a denotar la actitud de sometimiento de
los
creyentes.
«Hemos
hecho
descender sobre ti el libro, como una exposición manifiesta de todas
las cosas,
una dirección, una misericordia y un anuncio para los sumisos» (Corán
70/16,89).
«¡Señor
nuestro! Haz
de nosotros unos sumisos a ti y de nuestra descendencia un pueblo
sumiso a ti»
(Corán 87/2,128)
«¡Vosotros
que
habéis creído! Entrad en la sumisión completa» (Corán 87/2,208).
Por
consiguiente, es
una traducción pésima, por anacrónica, verter este último versículo
como «Entrad
en el islam por completo», según vemos en la versión del Corán al
español, publicada
en Riad por la Fundación Al Muntada Al Islami (Noor International 2013).
Ser
sumiso no es
igual que ser musulmán. Es un disparate decir que el patriarca Abrahán
fue
musulmán. El Corán lo llama «sumiso» (89/3,67) y lo propone como un
«buen
modelo» de quien adora a un único Dios (Corán 91/60,4), pero de ahí a
considerarlo musulmán media un abismo.
La
exigencia de «dar
el tributo» se encuentra 30 veces en el Corán (10 en capítulos
anteriores y 20
en posteriores a la hégira). Es un concepto diferente de «dar limosna»,
a la
que también se alude varias veces en el texto coránico, algunas en el
sentido
de una indemnización acordada (por ejemplo, en Corán 112/5,45). Este
«tributo»
constituye una obligación regular de aportar una contribución dineraria
estipulada, una especie de diezmo o cuota, cuya palabra en árabe dio
lugar al
vocablo azaque en español. No es un asunto solamente religioso,
sino
sociopolítico, regulado sobre todo a partir de la organización del
poder
subsiguiente a la hégira. La fórmula que exalta «elevad el rezo y dad
el
tributo» es netamente poshegírica y se emplea no solo con un sentido
parenético,
sino como una imposición.
«Elevad
el rezo, dad
el tributo, y arrodillaos con los que se arrodillan» (Corán 87/2,43).
Ese
tributo o azaque
es una de las primeras obligaciones que se les impone a los que, tras
una
resistencia inicial, o una vez derrotados, terminan por convertirse al
islam,
de grado o por fuerza:
«Pero
si se arrepienten, elevan el rezo y dan
el tributo, entonces dejadlos en paz. Dios es indulgente,
misericordioso»
(Corán 113/9,5).
«Pero
si se arrepienten, elevan el rezo y dan
el tributo, serán hermanos vuestros en la religión» (Corán 113/9,11).
El
azaque recaudado sirve
para una atender a varios fines sociales, pero, como ya sabemos, hay un
porcentaje que debe destinarse a la financiación de la lucha por la
defensa y
expansión del islam, que es la llamada yihad en «el camino de Dios».
Este tema lo
explica Sami Aldeeb en un pormenorizado estudio (cfr. Aldeeb 2015).
Esa
asignación para la lucha en el camino de Dios se basa en un versículo
coránico:
«Las
contribuciones
son para los pobres, los indigentes, los que trabajan con ellos,
aquellos cuyos
corazones hay que captar, los cautivos, los que están sobrecargados de
deudas,
el camino de Dios, y el viajero. Es una imposición de parte de Dios»
(Corán
113/9,60).
En esta línea, la manera más específica y
eminente de manifestarse como
verdaderos musulmanes la explicita el Corán, cuando afirma que son los
que
gastan sus fortunas en el camino de Dios. Se les recuerda que tienen el
deber
de «gastar» de lo que Dios les ha concedido, en especial, empleando la
propia
fortuna en la causa de la guerra.
«Los
que gastan de
lo que les hemos asignado» (Corán 62/42,38), o bien «Gastad de lo que
os hemos
asignado» (Corán 104/63,10). Esta frase se repite once veces.
«Di
a mis siervos
que han creído, que cumplan con el rezo, y que gasten de lo que les
hemos asignado,
en secreto o públicamente» (Corán 72/14,31).
Ese
«gasto» se
menciona más de 60 veces, desde la primera sura posterior a la hégira,
cronológicamente hablando, y poco a poco se va formulando como gastar
en el
camino de Dios (cfr. Corán 87/2,195), que, como ya sabemos, es una
expresión técnica para referirse a la guerra en clave
mesiánica. Así se
repite (en más de 25 ocasiones) que los verdaderos creyentes son los
que
gastan o invierten «sus fortunas» con ese destino. En diez casos, se
ensalza
literalmente el valor y la superioridad que supone efectuar ese gasto
de la
propia fortuna «en el camino de Dios».
«Los
que gastan sus
fortunas en el camino de Dios se parecen a un grano que produce siete
espigas, en
cada espiga cien granos. Dios redoblará a quien él quiera» (Corán
87/2,261).
«Dios
ha favorecido con
un grado más a los que combaten con sus fortunas y sus personas,
respecto a los
que se quedan en casa» (Corán 92/4,95).
«Los
creyentes son
solamente los que han creído en Dios y en su enviado, después no han
dudado, y
han combatido con sus fortunas y sus personas en el camino de Dios»
(Corán
106/49,15).
«Creed
en Dios y en
su enviado, y combatid en el camino de Dios con vuestras fortunas y
vuestras
personas. Esto es mejor para vosotros» (Corán 109/61,11).
«Movilizaos,
tanto ligeros
como pesados, y combatid con vuestras fortunas y vuestras personas en
el camino
de Dios. Esto es mejor para vosotros» (Corán 113/9,41; la misma idea se
repite
en 113/9,81; y 113/9,88).
La idea coránica es que, en la práctica, los
verdaderos creyentes son los
que siguen al enviado de Dios, y hacen lo que manda el profeta.
Pese a la
atribución teológica, en realidad, es el profeta enviado quien
establece las
leyes de comportamiento, con la pretensión declarada de situarse en
continuidad
con la tradición del judaísmo y el cristianismo:
«Los
que siguen al
enviado, el profeta de los gentiles que encuentran inscrito entre ellos
en la
Torá y el Evangelio. Él les ordena lo lícito, les prohíbe lo ilícito,
les
permite lo bueno, les prohíbe lo malo, y echa lejos de ellos los fardos
y las
trabas que pesaban sobre ellos» (Corán 39/7,157).
De
ahí que, aparte
de acudir al rezo y pagar el tributo y poner los propios bienes al
servicio de
la causa, la obligación más primordial para los musulmanes consista en
la obediencia,
que en sí misma incluye todo lo demás que hay que hacer. El verbo obedecer
y sus derivados aparecen 122 veces en el Corán, con bastante mayor
frecuencia
en los capítulos poshegíricos (46 veces, antes de la hégira; 76 veces,
después). Asimismo, observamos la misma idea en el contrapunto que
suponen las
numerosas invectivas contra los que desobedecen (en 41 ocasiones).
La
exigencia se
enuncia como obedecer a Dios, pero, desde el punto de vista pragmático
y
operativo, el Corán concreta que eso consiste en obedecer al enviado.
Así lo
repite hasta trece veces (siempre en capítulos posteriores a la hégira):
«Elevad
el rezo, dad
el tributo, y obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 90/33,33).
«Obedeced
a Dios,
obedeced al enviado» (Corán 95/47,33).
«El
que obedece a
Dios y a su enviado, teme a Dios y lo respeta. Esos son los que
triunfan»
(Corán 102/24,52).
«Elevad
el rezo, dad
el tributo, y obedeced al enviado» (Corán 102/24,56).
Pero donde se dice, de la manera más diáfana,
que en
realidad se trata de obedecer a Mahoma es en este versículo:
«Quien
obedece al
enviado, obedece a Dios» (Corán 92/4,80).
Por
tanto, a los
mahometanos se les requiere la sumisión, conforme a un principio de
subordinación
radical que reclama obediencia ciega a Mahoma. Hasta el punto de que se
prohíbe
toda discusión libre a propósito de la religión. No está permitido
debatir ni
argumentar cuando se trata de la supuesta revelación de Dios. Los que
discuten son
malquistos por descreídos y descarriados.
«No
discuten sobre
los signos de Dios sino los que no creen» (Corán 60/40,4).
«¿No
has visto cómo
los que discuten sobre los signos de Dios están extraviados?» (Corán
60/40,69).
«Los
que argumentan
a propósito de Dios, una vez que él ha respondido, su argumento ante
Dios será
refutado, una ira caerá sobre ellos, y tendrán un castigo fuerte»
(Corán
62/4,16).
«Cuando
Dios y su
enviado han decidido sobre un asunto, ni el creyente ni la creyente
tienen
opción en ese asunto. El que desobedece a Dios y a su enviado está
extraviado
con un extravío manifiesto» (Corán 90/33,36).
«La
palabra de los
creyentes, cuando son llamados a Dios y su enviado, para que este
juzgue entre
ellos, es solamente: ‘Hemos escuchado y hemos obedecido’» (Corán
102/24,51).
Hubo
ciertas
circunstancias en las que parece que se animaba a debatir con los
discrepantes con
buenos modales, confiando en la sabiduría y haciendo gala de una
actitud moderada:
«Llama
al camino de
tu Señor por medio de la sabiduría y la buena exhortación. Discute con
ellos de
la mejor manera» (Corán 70/16,125).
«No
discutáis con las
gentes del libro sino de la mejor manera, excepto con los que han
oprimido.
Decid: ‘Hemos creído en lo que ha descendido a nosotros y en lo que ha
descendido a vosotros. Nuestro Dios y vuestro Dios son uno solo. A él
estamos sometidos’»
(Corán 85/29,46).
Sin embargo, más adelante, ese talante fue
descartado por completo y ese
versículo, neutralizado. Esa actitud conciliadora, favorable a cierto
diálogo y
entendimiento con los que mantenían otras creencias, quedó claramente
abrogada
por otros versículos posteriores, donde se afirma que cualquier
discusión está
fuera de lugar. Con los descreídos no hay nada que discutir. Más aún,
hay que
atacarlos, según los versículos que mandan combatir, asediar, matar,
golpear,
capturar, derrotar (Corán 87/2,190-193;
87/2,216; 88/8,39; 88/8,60;
95/47,4; 113/9,5; 113/9,29).
La
obediencia de los
creyentes a Mahoma los sitúa en una posición de subordinación completa:
han de
mostrarse temerosos y deben bajar sus voces delante del enviado de Dios
(Corán
106/49,3). Semejante sometimiento, sin rechistar, adquiere capital
importancia
en los momentos de la batalla, que representan el ápice de la
obediencia:
«¡Vosotros
que
habéis creído! Cuando encontréis una tropa, estad firmes y acordaos
mucho de
Dios. Quizá triunfaréis. Obedeced a Dios y a su enviado y no discutáis,
si no,
fracasaréis y vuestro ímpetu desaparecerá. Aguantad. Dios está con los
que
aguantan» (Corán 88/8,45-46).
En
efecto, desde la
hégira, los creyentes obedientes, bajo el mando de Mahoma, marcharon en
armas al
combate apocalíptico, a la guerra por la conquista escatológica, a la
agresión efectiva
contra tribus, poblaciones y países más allá de Arabia. En estas
acciones de
los primeros tiempos, aún no se distinguía netamente entre un
territorio
interior y un afuera. Porque sería precisamente la conquista la que
creó el espacio
interior propio, al reforzar la unidad de los árabes. Y, a partir de
ahí, surgió
la oposición categórica entre la tierra del islam y el afuera, que
denota la
tierra de los descreídos, la tierra de la guerra. En la tierra del
islam, ya
sometida, el Estado fundado por Mahoma impuso plenamente la obediencia
a los
dictados del profeta, germen de la Ley islámica (la saría).
Respecto a
la tierra de los infieles, en cambio, se proclama la yihad, con
la finalidad
de hacer triunfar contra ellos el sometimiento a ese régimen.
Finalmente,
la
obligación de obedecer, con la misma sujeción urgida para con Dios y
Mahoma, se
transfiere a los que ostentan la autoridad, a quienes se les ha dado el
poder
en la tierra para cumplir y hacer cumplir lo que Dios y el profeta
ordenan:
«¡Vosotros que habéis creído! Obedeced
a Dios, obedeced al enviado y a aquéllos de vosotros encargados de los
asuntos»
(Corán 92/4,59).
«Los
que, cuando les
hemos dado el poder en la tierra, han elevado el rezo, pagado el
tributo,
ordenado lo lícito, y prohibido lo ilícito» (Corán 103/22,41).
Así,
el deber de
obediencia se transfiere sucesivamente de Dios a Mahoma, de Mahoma al
califa y
la Ley islámica, traspuesta desde los preceptos coránicos y
desarrollada en los
cánones del derecho.
El
punto crítico de dicha
obediencia al enviado se alcanza cuando este convoca para incorporarse
a filas.
Los creyentes auténticos tienen que emigrar de sus hogares para
emprender la
guerra mesiánica «en el camino de Dios», como nuevo pueblo elegido, en
éxodo, en
marcha para conquistar la tierra de promisión.
Los
creyentes
tipificados en el Corán acaban definidos, en su última configuración y
en su
grado eminente, como los militantes que combaten en el camino de Dios
contra
todos aquellos que no se les unan o se les sometan (Corán 113/9,20). La
misión a
la que están destinados comporta como objetivo teológico-militar el
asediar,
hasta derrotar, toda otra religión o civilización, a fin de implantar
el reino
escatológico, sometido al derecho islámico, considerado Ley de Dios.
Nos equivocaríamos
si creyéramos que es una cuestión de radicalismo; es la esencia del
sistema
islámico.
Ser
creyentes en el
Dios del Corán consiste en un comportamiento que abarca rezarle,
adorarlo,
arrodillarse y prosternarse ante él, vivir sumisos a lo que mande,
dejarse
dirigir por él, pagar el tributo estipulado, gastar la propia fortuna
en su
causa, y estar dispuestos a matar y morir. Todo esto comporta, en la
práctica, la
obediencia ciega al enviado, con el compromiso de continuar el proyecto
mesiánico abanderado por Mahoma, en la creencia de que ha llegado el
último día,
el momento de lanzarse a la instauración del reino de Dios y propiciar
la
venida del Mesías guerrero. Pero lo que ocurrió en la historia real fue
que los
hechos siguieron su curso y, en vez del reino de Dios, advino el
imperio árabe,
que arrasó cuanto encontraba su paso, y produjo una variante de
despotismo
oriental, el califato sarraceno, más tarde musulmán. Aquella revolución
recibiría el nombre de islam, esto es, sumisión.
Todo
el sistema está
construido, sustentado y defendido, en última instancia, mediante el
ejercicio de
la yihad, un combate agónico por la dominación, que se reviste como
sumisión a
Dios (en el plano mítico), como sumisión a la religión de Mahoma (en el
plano
ritual) y como obediencia al poder musulmán imperante (en el plano
ético-político). Históricamente, fue este poder el que determinó el
contenido y
la interpretación del Corán, y este configuró la visión del mundo, de
Dios y
del hombre típica del sistema islámico. Luego, el sistema se clausuró
férreamente sobre sí mismo.
Al
cabo los siglos,
el pensamiento islámico, incapaz de concebir la evolución histórica,
solo
alcanza a seguir postulando la destrucción de las sociedades
descreídas, con el
fin de instaurar la «Ley de Dios», esa utopía supuestamente perfecta,
que sueña
con cancelar el devenir histórico e imponer sobre la tierra un
simulacro de
eternidad. Este totalismo, entre otras cosas, impide que los musulmanes
vean su
religión como producto de una historia contingente y evolutiva, puesto
que la
creen inmutable, resultado de una revelación en la que ya está escrito
todo cuanto
debe ser.
En
el sistema
semiótico islámico, en fin, el creyente no tiene entidad en cuanto
individuo,
sino solo en cuanto parte de la familia, el clan, la tribu y, por
excelencia,
miembro del «mejor pueblo» (la umma), que impone lo lícito y
prohíbe lo
ilícito. Ahora bien, esta primacía totalitaria de lo colectivo entraña
una
antropología aberrante, montada sobre una teología arcaica, que termina
por sacralizar
la tiranía política y la ominosa servidumbre de las personas.
No
es en absoluto casual
que la palabra y el concepto de libertad no se encuentre ni una
sola vez
en el Corán. Las pocas ocasiones en que se emplea el verbo liberar y el
sustantivo liberación se refieren al repudio de la esposa según las
conveniencias (6 veces) y a la emancipación de un esclavo como castigo
impuesto
(5 veces). Por el contrario, en el Nuevo testamento, el término
libertad
aparece 28 veces (14 de ellas en cartas de Pablo) y sus derivados,
liberar,
liberación y libre suman más de 60 incidencias. No extraña que Pablo
sea
proscrito por el Corán, porque proclama «la libertad de los hijos de
Dios»
(Romanos 8,21); porque «donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad» (2
Corintios 3,17); y «para ser libres nos liberó Cristo» (Gálatas 5,1).
En
definitiva, en el
islam, la fe consiste estrictamente en obedecer. Se considera creyentes
a los
que obedecen a Dios o, más bien, a Mahoma. Y esto se concreta en creer
lo que
refiere el Corán y obedecer a la Ley islámica que dimana de él. Pero,
en su
pensamiento, su sentimiento y su comportamiento, los creyentes
musulmanes
proceden al revés: obedecen de facto a la Ley como verdadero rostro de
Dios en
sus vidas, mientras que la significación del Corán, de Mahoma y de Dios
queda
siempre en una suposición pendiente de demostrar.
Se
ha dicho desde
antiguo que las virtudes teologales, infundidas por Dios al hombre, son
tres:
fe, esperanza y caridad o amor. Pero esto responde, en realidad, a una
concepción cristiana, porque es difícil encontrar una correspondencia
equiparable
en la teología del Corán.
La
primera virtud es
la fe, de la que he tratado más arriba en el
apartado sobre los
creyentes y los descreídos. La cuestión acerca de su procedencia es
difícil de
dilucidar, pero es fácil averiguar el objeto hacia el que apunta y
examinar su
contenido. En teoría, el objeto efectivo de esa fe reside, ante todo,
en el
libro del Corán, que supuestamente recoge lo que dictaba Mahoma, que, a
su vez,
supuestamente transmitía las palabras que decía que le revelaba Dios.
Esta es
la creencia, que no es posible verificar. Porque nadie tiene a su
alcance nada
más que el texto, un tanto deteriorado, de ese libro. Y de sus páginas
se
extrae el contenido, como el conjunto de los significados percibidos al
leerlo,
que luego se han explicado y codificado, una y otra vez, en infinidad
de otros
textos y en interminables discursos y más discursos.
El
esfuerzo del que
dan testimonio estas páginas va dirigido precisamente a examinar y
dilucidar cuáles
son los significados inscritos en ese Corán, convertido en libro
sagrado y
objeto de fe por y para los musulmanes. En conjunto, se puede constatar
que la
sacralización de la literalidad del libro ha generado efectos
deletéreos. Al haber
echado la llave a la revelación, al haber clausurado la profecía, el
mahometismo
ha cortado a toda persona la posibilidad de relación inmediata con
Dios. En
este aspecto, el texto inmutable no representa un puente, sino una vía
muerta.
Para tales creyentes, se podría decir que, en realidad, adoran el
Corán, sin
saber que están idolatrando un libro humano. A esto debemos añadir el
agravante
de que los mandatos de ese libro, muchos inhumanos, no han cesado de
producir daños
enormes, siglo tras siglo, sacrificando en aras de su dogmatismo a
millones y
millones de seres humanos inocentes. Resulta espantoso presentar
semejante
hecatombe como fruto de la fe, de una virtud teologal. Y la atribución
de la
autoría de tales mandatos a Dios parece, más que nada, una ofensa, una
burda
blasfemia.
Con
respecto a la
esperanza, pese al ardoroso impulso escatológico de la predicación
de
Mahoma, ofrece una presencia modesta en el Corán, si nos atenemos a sus
términos literales. El conjunto de las inflexiones relacionadas son 41,
referidas a Dios directa o indirectamente. La palabra «esperanza»
aparece tres
veces, pero solo una de ellas se refiere a la esperanza en Dios (Corán
69/18,46). Las distintas formas que conjugan el verbo «esperar»
aparecen en 9 ocasiones.
Total, 10 menciones positivas. En cambio, las alusiones a «estar
desesperados»
(3 veces), «no esperar» (10 veces), «desesperar» (18 veces), con
relación al
encuentro con Dios, al último día, o a la resurrección llegan a sumar
31 menciones.
«Quien
espera el encuentro
de su Señor, que haga una buena obra y que no asocie a nadie en la
adoración de
su Señor» (Corán 69/18,110).
«Los
que han creído,
y los que han emigrado y combatido en el camino de Dios, esos esperan
la
misericordia de Dios» (Corán 87/2,218).
«Tenéis,
en el
enviado de Dios, un buen modelo para todo el que esperaba en Dios y en
el
último día, y se acuerda mucho de Dios» (Corán 90/33,21).
Como
se puede ver,
también el tema de la esperanza, en la evolución interna del texto
coránico,
acaba vinculándose con el tema de la yihad: la esperanza en Dios se
pone prácticamente
en tomar las armas y marchar al combate por la causa mesiánica,
esperando
lograr el botín en esta vida y, si esto falla, el paraíso en la otra.
Sin
embargo, salvo para el que muere en combate, no es segura la salvación
(según
la tradición musulmana), porque, en última instancia, Dios hace lo que
quiere y
su soberanía es ilimitada:
«Dios perdona a
quien él quiere y castiga a quien él quiere» (Corán 87/2,284; repetido
en 89/3,129;
111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).
Por último, la virtud de la caridad,
o según otra traducción el
amor, ofrece una más que exigua presencia en el Corán. Con un
significado que
haga referencia a Dios, el sustantivo «amor» aparece tan solo en tres
ocasiones. Si nos fijamos, en las dos primeras veces, se trata del amor
procedente
de Dios y, en la tercera, muy rara, se habla
del amor a Dios. Veamos lo que dice el libro:
«Los
que han creído
y han hecho las buenas obras, el misericordioso los colmará de amor»
(Corán
44/19,96).
«He
lanzado sobre ti
[Moisés niño] un amor de mi parte, para que seas formado bajo mi
mirada» (Corán
45/20,39).
«Pero
los que han
creído son más fuertes en el amor a Dios» (Corán 87/2,165).
Por
lo que respecta
a las formas verbales, encontramos la expresión «Dios no ama» que es la
que más
se repite (24 veces). No ama a los pecadores, a los que el Corán
califica de
corruptores, presuntuosos, transgresores, descreídos, pecadores,
traidores,
opresores, arrogantes e ingratos. La expresión contraria, «Dios ama»,
la
encontramos solamente en capítulos posteriores a la hégira, y habría
que
preguntarse por qué:
«Dios
ama a los que
obran bien» (Corán 87/2,195; 89/3,134; 89/3,148; 112/5,13; 112/5,93).
«Dios
ama a los que
temen» (Corán 89/3,76; 113/9,4; 113/9,7).
«Dios
ama a los que
son equitativos» (Corán 91/60,8; 106/49,9; 112/5,42).
El amor divino va destinado a los que se
purifican, se arrepienten,
confían, aguantan, pero sobre todo a quienes se entregan al combate por
su causa
en la yihad:
«Dios
ama a los que
combaten en su camino, en fila, como si fueran un edificio de plomo»
(Corán
109/61,4).
No
obstante, debemos
caer en la cuenta de que estas últimas citas versan del amar, o no
amar, procedente
de Dios, que no se puede confundir con el amor teologal de los humanos
hacia
Dios. El «amar a Dios» prácticamente no se conjuga: apenas dos veces.
Una, para
afirmar que Dios puede suscitar gente que lo ame (Corán 112/5,54). Y la
otra,
para reconducir el amar hacia el obedecer, porque lo que se exige a los
creyentes es, ante todo, que teman y se sometan dócilmente.
«Si
amáis a Dios,
seguidme, y Dios os amará y os perdonará vuestras faltas. Dios es
indulgente y
misericordioso. Obedeced a Dios y al enviado» (Corán 89/3,31-32)
Lo
que se viene a
significar, por tanto, es que el amor de los creyentes a Dios se
demuestra, en
el plano pragmático, en la obediencia a las órdenes de Mahoma.
En
síntesis, da la
impresión de que las virtudes teologales han quedado aniquiladas para
los
musulmanes. La fe que se les exige no es tanto en Dios, sino en un
libro indudablemente
histórico y escrito por hombres. La esperanza nunca está garantizada
por una
alianza o un salvador, puesto que la soberanía del Dios de Mahoma es
del todo irrestricta.
Y la caridad nunca es una virtud en la escritura coránica: los
creyentes no
tienen por qué amar a Dios, basta con cumplir escrupulosamente los
mandatos de
la Ley islámica.
Bibliografía
citada
Albocicade
2015 La première sourate du Coran, les
juifs et
les chrétiens: un problème insoluble? Folleto.
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Sami
2014
La Fatiha et la culture de la haine.
Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulman.
Juan
Damasceno [hacia 745]
1791
«Tractatus decimus nonus contra sarracenos. In subsequentes
disceptationes cum
sarraceno S. Joannis Damasceni», en Veterum
Patrum Theologia Universa. Pars prima. Tomus septimus. Florentiae,
Ex Typographia
Joan. Angeli Bouchard, 1791: 82-87.
Noor
International
2013
El significado de las aleyas del Corán
en español. Explicación y comentarios realizados por Noor
International.
Riad, La fundación Al Muntada Al Islami, 2013 y 2020.
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