SEMINARIO
Análisis histórico-crítico del islam
  

13. Abrahán anacrónicamente musulmán






- Abrahán en los relatos del libro del Génesis

- Abrahán reinterpretado por el apóstol Pablo

- Abrahán reinterpretado por el Corán

- Ismael ocupa el puesto de Isaac en el sacrificio

- Abrahán e Ismael habrían fundado la caaba en La Meca

- La superposición de capas semánticas en el texto coránico

- Abrahán, emblema más bien de la división entre religiones

- Bibliografía citada




Abrahán en los relatos del libro del Génesis

 

Según la Biblia, el padre de Abrahán, Téraj, salió de la ciudad de Ur y se instaló en Jarán. Y fue de Jarán desde donde salió Abrahán camino de la tierra prometida.

 

El capítulo 17 del Génesis narra la leyenda de Abrahán. Se le apareció el Señor Dios e hizo una alianza con él y con su descendencia, por la que llegaría a ser padre de una multitud de pueblos, y les otorgó la tierra de Canaán. Después de esto, le mandó que se circuncidaran todos los varones, de generación en generación, en señal de la alianza (Génesis 17,10-14). Y así lo hizo Abrahán, comenzando por sí mismo y por su hijo Ismael, y todos los varones de su casa (Génesis 17,23-24).

 

Dios también prometió a Abrahán (Génesis 19,13) y a su esclava Agar (Génesis 19,18) que su hijo Ismael daría origen a una gran nación, de modo que se beneficiaría solo en parte de la promesa, pues no entraría en posesión de la tierra prometida, el país de Canaán (Génesis 17,8). Después del nacimiento de Isaac, hijo de Sara, la esposa legítima, Abrahán expulsó a Agar con su hijo Ismael. Ella se fue y estuvo vagando por el desierto de Berseba y allí encontró agua. Ismael y los suyos vivieron por los desiertos (Génesis 19,14 y 20), y en territorios al sur del Tigris (Génesis 25,18).

 

En el capítulo 22, se cuenta el conocido episodio del sacrificio de Isaac, no consumado, en un monte del país de Moria. Y el Señor reafirmó la bendición prometida en favor de su descendencia, que alcanzaría a todos los pueblos de la tierra (cfr. Génesis 22,1-18).

 

La Biblia menciona sumariamente a los descendientes de Ismael (Génesis 25,12-18). Más tarde, Esaú tomaría entre sus mujeres a dos hijas de Ismael, Majla (Génesis 28,9) y Basemat (Génesis 36,2-3). Y, en el relato subsiguiente, la suerte futura de los ismaelitas se va difuminando poco a poco. Ya no continúa la historia de Ismael. Y el linaje de la promesa, según la narración, prosigue a través de Isaac y Jacob y las tribus de Israel. Por otro lado, en ningún momento, se da base para considerar «árabes» a los descendientes de Ismael.

 

El Corán, por su parte, no da siquiera un solo nombre de los descendientes de Ismael. Por el contrario, todos los personajes proféticos que menciona, con posterioridad a Abrahán e Ismael, son hijos de Israel, es decir, de la progenie de Isaac y Jacob.

 

 

Abrahán reinterpretado por el apóstol Pablo

 

La figura de Abrahán sigue ostentando una importancia capital en los escritos del Nuevo testamento, donde su nombre aparece en más de setenta ocasiones. Se habla de los «hijos de Abrahán» seis veces. Y de «la fe de Abrahán», dos veces. Se observa una clara continuidad con respecto a la teología de la Biblia hebrea, ya que remite al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, así como a Moisés (Marcos 12,26), evocando al «Dios de nuestros padres» (Hechos 3,13). De modo que, en general, ser «hijo de Abrahán» significa conjuntamente tanto la pertenencia al pueblo judío como la verdadera fe en Dios. Sin embargo, los primeros escritos cristianos empezaron a plantear una crítica a esa concepción tradicional.

 

En los evangelios, la genealogía de Jesús se hace remontar hasta Abrahán. Juan Bautista, frente a los que creían estar a salvo por ser hijos de Abrahán, proclama que «de estas piedras puede Dios sacarle hijos a Abrahán» (Mateo 3,9; Lucas 3,8). Jesús, en una discusión con escribas y fariseos, les echa en cara que, si son hijos de Abrahán, actúen como Abrahán (Juan 8,39).

 

En la carta a los romanos, Pablo distingue entre Abrahán como «padre según la carne» (Romanos 4,1) y Abrahán en cuanto creyente, al que la fe le valió la justificación, aun antes de estar circuncidado, en virtud de lo cual se convirtió en «padre de todos los incircuncisos que creen» (Romanos 4,9-11), de origen pagano. Mediante esta interpretación, según la cual basta la fe en Dios para ser hijo de Abrahán, la promesa se universaliza a toda la humanidad: está disponible para todos los que siguen la fe de Abrahán, y no solo para el pueblo judío y los que están bajo la Ley. Porque la Ley aparece como un añadido secundario a la promesa.

 

En el mismo sentido, la epístola a los gálatas desarrolla la idea de que, en Abrahán, a quien la fe le valió la justificación, Dios prometió la bendición para todas las naciones: «Sabed de una vez que hijos de Abrahán son únicamente quienes viven de la fe» (Gálatas 3,7). Así, gracias a Jesús el Mesías, la bendición de Abrahán llega hasta los paganos, que también reciben el Espíritu prometido (Gálatas 3,14). Esos son los verdaderos hijos de Abrahán, libres de la circuncisión y libres de la Ley. Pablo hace una interpretación alegórica, en la que, sin mencionar el nombre de Ismael, habla del hijo de la esclava, como figura representativa de los judíos de la antigua alianza que no aceptan la libertad del evangelio (Gálatas 4,22-25).

 

El apóstol Pablo nunca es citado por su nombre en el Corán y, sin embargo, hay una polémica soterrada con él en muchos aspectos. Uno de ellos es el que tiene que ver con Abrahán.

 

 

Abrahán reinterpretado por el Corán

 

El texto coránico exalta la figura de Abrahán. Desarrolla un relato detallado de la profesión de fe monoteísta de Abrahán (Corán 47/26,69-89). En general, compendia episodios del Abrahán bíblico (Corán 67/51,24-37, que ofrece una versión reducida de Génesis 18,2-33 y 19,1-29). Altera alguna perícopa, como la del sacrificio del hijo. Y añade historias que no están en la Biblia, como la discusión con su padre Téraj, que adoraba a otros dioses (Corán 44/19,43-47). Esto último, según los entendidos, procede del Libro de los jubileos y del Talmud.

 

La tradición musulmana sustenta la elucubración de que la religión verdadera (supuestamente el islam) se habría revelado ya al primer hombre, Adán, por lo que llega a decir que todo humano nace como musulmán y se aparta de ello cuando es educado por las distintas tradiciones. Además, sostiene que esa religión monoteísta se habría expresado con toda su pureza en Abrahán, quien, al parecer, no tendría mucho que ver con el pueblo judío, sino, vía Ismael, más bien con los árabes, sobre todo con Mahoma y sus seguidores.

 

Este tipo de interpretación no puede esconder que tiene como finalidad lograr una arabización e islamización de Abrahán, al convertirlo anacrónicamente en musulmán, una especie de musulmán primordial. Por este atajo, se pretende reivindicar una fuente no hebrea para el monoteísmo coránico, de donde dimana la verdadera religión, a la que habría regresado Mahoma y el islam. La objeción más obvia a tal pretensión es que no cuadra en absoluto con muchas aleyas del propio Corán, que, para empezar, sintomáticamente nombra a Moisés el doble de veces que a Abrahán (Moisés 137 veces; Abrahán 70 veces).

 

Si hacemos una búsqueda, la expresión «la religión de Abrahán» aparece 7 veces (2 antehegíricas, 5 poshegíricas). La tradición musulmana sostiene que se trata de la única religión recta, anterior y superior a la Biblia, con la que entroncaría la religión de Mahoma, propia de los árabes, supuestos descendientes de Ismael, el hijo de Abrahán. Pero esta interpretación no parece tan asentada ni relevante, puesto que el propio Corán aporta argumentos que la ponen en entredicho.

 

Leamos las alusiones coránicas a la religión de Abrahán, para luego tratar de dilucidar y comprender su significado:

 

«Mi Señor me ha dirigido por un camino recto, una religión elevada, la religión de Abrahán, el recto. No era de los asociadores» (Corán 55/6,161).

 

«Luego te revelamos: ‘Sigue la religión de Abrahán, que era recto. No era de los asociadores’» (Corán 70/16,123).

 

«¿Quién desea algo diferente de la religión de Abrahán, sino el insensato?» (Corán 87/2,130).

 

«Dijeron: ‘Sed judíos o nazarenos, y estaréis dirigidosְ’. Di: ‘[Seguimos] más bien la religión de Abrahán, un recto’. No era en absoluto de los asociadores» (Corán 87/2,135).

 

«Abrahán no era ni judío ni nazareno, sino que era recto, sumiso. No era en absoluto de los asociadores. Los que prefieren a Abrahán son los que lo han seguido, este profeta y los que han creído» (Corán 89/3,67-68).

 

«Dios ha sido verídico. Seguid, pues, la religión de Abrahán, un recto. No era en absoluto de los asociadores» (Corán 89/3,95).

 

«¿Quién tiene mejor religión que quien somete su faz ante Dios, hace buenas obras, y sigue la religión de Abrahán, que fue recto? Y Dios tomó a Abrahán por amigo» (Corán 92/4:125).

 

«Seguid la religión de vuestro padre Abrahán (…) Elevad el rezo y dad el tributo» (Corán 103/22,78).

 

Todas estas alusiones, junto con otras aleyas, sirvieron a los comentadores musulmanes para afirmar la tesis de una supuesta «religión de Abrahán», que sería la religión monoteísta original, la «religión elevada», con la que pretenden enlazar directamente al islam.

 

Como el Corán califica a Abrahán de hanif, en varias ocasiones, algunos eruditos han imaginado la existencia de un «hanifismo», que sería un culto monoteísta árabe preislámico, proveniente de Abrahán. Esto no pasa de ser un constructo gratuito, montado a partir del término hanif. Pero, ¿qué significa? En cuanto se contrapone a «asociador», hanif indicaría un creyente monoteísta, pero su traducción más exacta es simplemente que era un hombre recto, honesto (calificativo tomado de lo que dijo el Señor a Abrahán, según Génesis 17,1).

 

De manera análoga, la tradición islámica considera a Abrahán como «musulmán», apoyándose en una traducción anacrónica de muslim, que significa literalmente «sumiso» (como hemos visto en Corán 89/3,67). No olvidemos que el sentido actual de musulmán no apareció antes de la segunda mitad del siglo VIII, en época abasí, por lo que es erróneo proyectarlo en el Corán.

 

Por lo demás, contra esa extemporánea consideración de Abrahán como musulmán, cabe argumentar y mostrar su contradicción. Es sabido que para ser musulmán es condición necesaria testificar la fe en que no hay más dios que Dios y que Mahoma es su enviado. Es imprescindible testimoniar que Mahoma es el enviado de Dios. Asimismo, se requiere creer en el Corán y sus prescripciones. Si esto es así, ¿cómo se puede decir que Abrahán era ya un buen musulmán? Porque es evidente que Abrahán no pudo jamás hacer referencia ni a Mahoma, ni al Corán, que son condiciones imprescindibles para ser musulmán. Y, a la inversa, en caso de continuar afirmando que Abrahán fue un buen musulmán, será obligado concluir que para serlo no es necesario ni el Corán, ni Mahoma, a los que él fue totalmente ajeno.

 

Dejando aparte la afirmación de que a cada nación ha enviado Dios su profeta (Corán 43/35,24; 70/16,36; 96/13,7), volvamos a examinar la «religión de Abrahán», para ver que no ostenta ninguna especificidad, pues se reduce a rechazar los ídolos y creer en un solo Dios, sin señalar unos mandamientos peculiares. Es el Corán el que afirma, en términos generales, que los profetas no difieren entre sí y todos transmiten el mismo mensaje de Dios. Más en particular, en varios versículos donde se refiere a Abrahán, lo inserta en una historia que lo precede y que prosigue tras él. De modo que postula una identidad de la religión revelada que se extendería a antes y después de Abrahán, que es entonces solo un eslabón de la cadena:

 

«Él os ha prescrito como religión lo que había ordenado a Noé, lo que te hemos revelado, así como lo que hemos ordenado a Abrahán, a Moisés y a Jesús» (Corán 62/42,13).

 

«Dios ha preferido a Adán, Noé, la familia de Abrahán y la familia de Amrán [padre de Moisés]» (Corán 89/3,33).

 

No parece que haya ninguna excepcionalidad en la religión de Abrahán, que coincidiera con lo revelado a Mahoma, pues más bien se subraya la continuidad de la «religión de Dios» (Corán 102/24,2; 114/110,2), que abarca expresamente el judaísmo (Moisés) y el cristianismo (Jesús). En efecto, no se puede ocultar el hecho de que el contenido del Corán se deriva básicamente de las escrituras de la Biblia hebrea y del Evangelio, mientras que no exhibe una sola palabra del presunto contenido original de unas «hojas de Abrahán» (aludidas en 8/87,19 y 23/53,36-37; que no son más que las páginas del Pentateuco que hablan de él). ¿Y cómo van a seguir los creyentes una religión de Abrahán de la que no se tiene ningún conocimiento en absoluto, según declara el propio Corán (89/3,65-66)?

 

«No hacemos ninguna distinción entre sus enviados» (Corán 87/2,285; también: 89/3,84; 92/4,152).

 

«Él ha hecho descender sobre ti el libro con la verdad, que confirma lo que está antes de él. Y él ha hecho descender la Torá y el Evangelio» (Corán 89/3,3).

 

«Hemos creído en Dios, en lo que ha descendido sobre nosotros, en lo que ha descendido sobre Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las Tribus, y en lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los profetas, de parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre unos y otros» (Corán 89/3,84).

 

«Te hemos revelado, como hemos revelado a Noé y a los profetas después de él. Y hemos revelado a Abrahán, Ismael, Jacob, las Tribus, Jesús, Job, Jonás, Aarón y Salomón. Y dimos a David los salmos» (Corán 92/4,163).

 

«Una verdadera promesa para él, contenida en la Torá, el Evangelio y el Corán» (113/9,111).

 

El Corán confirma expresamente la «ley de los antepasados» (Corán 43/35,43; 54/15,13; 69/18,55; 88/8,38), que es la misma Ley de Dios, concebida como inmutable: «Jamás encontrarás un cambio en la Ley de Dios» (Corán 43/35,43; 50/17,77; 90/33,38 y 62; 111/48,23).

 

De modo que no cabe mayor claridad: la religión contenida en el Corán es la de la Biblia, la de la Ley de Moisés y la del Evangelio de Jesús, por más que allí encontremos una versión adaptada a los destinatarios árabes. Aunque se diga que la religión elevada consiste en ser recto, cumplir el rezo y dar el tributo (Corán 100/98,5), hay que tener en cuenta que eso comporta el compromiso con todo lo demás.

 

El Corán atestigua dos hechos incontrovertibles. El primero, la predicación de Mahoma consistió fundamentalmente en el anuncio escatológico y apocalíptico de la inminente venida o regreso de Jesús como Mesías del último día. El segundo, los pasajes coránicos más abundantes están dedicados al personaje de Moisés y a exaltar su Libro, la Torá, como verdadera revelación y guía por parte de Dios. Además, los preceptos rituales y jurídicos del Corán constituyen, en su mayor parte, un calco de la Ley mosaica, con su normativismo: circuncisión, prohibiciones alimentarias, abluciones, prosternaciones, estipulaciones de pureza e impureza, castigos corporales, etc. Si esto es así, el salto anacrónico y el entronque tardío postulado con una originaria «religión de Abrahán» dejan en evidencia un argumento especioso y falaz, destinado a crear la fantasía de que el islamismo fuera una religión independiente de la tradición bíblica. Por contra, en las suras coránicas, la Torá se menciona 18 veces; el Evangelio, 12 veces; de ellas, cinco veces usando la expresión «la Torá y el Evangelio», y siempre con una connotación positiva.

 

Por otra parte, tropezamos con una tentativa de negar que fueran judíos Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, cuando dice: «¿Acaso decís que Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus eran judíos o nazarenos?» (Corán 87/2,140). Pero ¿cuándo se supone que empiezan los «judíos»? ¿Acaso no es judía la Biblia? Es posible que ahí solo se trate de un juego dialéctico.

 

La mención de los «profetas» bíblicos es abrumadora y Abrahán es solo un episodio de la serie. Lo que ocurre es que, en un momento dado, el Corán privilegia las referencias a Abrahán y desvía su significado, en un esfuerzo tardío por construir una genealogía autóctona para legitimar una religión árabe independiente. Esto evidencia una maniobra de los escribas, anacrónica y fallida, porque ya no era factible reescribir el texto coránico entero. La realidad es que, en el Corán, tanto antes como después de la hégira, Moisés sigue siendo el depositario por antonomasia de la revelación divina, la Torá, y los hijos de Israel son los que están en posesión del libro con la buena dirección.

 

 

Ismael ocupa el puesto de Isaac en el sacrificio

 

El Corán menciona el nombre de Abrahán 70 veces, como ya hemos dicho; el de Ismael, 12 veces (aumentando: 5 antes y 7 después de la hégira); el de Isaac, 17 veces (disminuyendo: 12 antehegíricas, 5 poshegíricas, estas cinco citado a continuación de Ismael). Ni una sola vez se nombra a Agar, la madre de Ismael.

 

Está claro que el Corán destaca la fe o religión de Abrahán, a quien señala como un buen modelo para los creyentes (Corán 91/60,4). Esto, a primera vista, coincide con lo que había afirmado el apóstol Pablo en sus cartas. Pero hay una diferencia crucial, en el sentido de que Pablo, mediante la interpretación de Abrahán como padre simbólico de todos los que creen en Dios, defiende la apertura tanto a judíos como a gentiles, sin distinción de origen. Por el contrario, en tácita polémica con Pablo, invirtiendo el sentido de la interpretación paulina en la carta a los Gálatas, el último desarrollo coránico vuelve a dar la mayor importancia al entronque «según la carne», reivindicando el privilegio árabe de pertenecer a la progenie de Abrahán a través del linaje de Ismael. Así, la alianza con los hebreos, con Abrahán e Isaac, es deformada, reconvertida en una concesión a Abrahán e Ismael, el presunto epónimo de los árabes.

 

Mediante esa maniobra, se excogita un atajo hacia Abrahán, que salta por encima de toda la historia bíblica, al postular una descendencia abrahánica alternativa, vía Ismael, que entonces ocupa el lugar de Isaac. Se vuelve a privilegiar la filiación biológica sobre la espiritual. Y con esta alteración semántica, en términos veterotestamentarios, el pueblo árabe viene a desplazar al pueblo hebreo como pueblo elegido. De la misma manera que, en paralelo, la exaltación de Mahoma se propone reemplazar a Jesús.

 

Al narrar el sacrificio del hijo por parte de Abrahán, la Biblia habla de Isaac (Génesis 22,1-18), mientras que la tradición musulmana dominante habla de Ismael. El relato coránico reescribe la narración bíblica, contando la historia de tal manera que, para dar a entender que Ismael ocupa el lugar de Isaac, cambia el orden cronológico en el relato, insertando el sacrificio no consumado del hijo (Corán 56/37,101-107) antes de referir el nacimiento de Isaac, el hijo de Sara (Corán 56/37,112). Aunque en ningún momento se diga explícitamente que el nombre del hijo llevado al sacrificio es Ismael. Por otro lado, los exegetas musulmanes no concuerdan en su interpretación, pues hay varios testimonios de los hadices que hablan del sacrificio de Isaac, lo mismo que la Biblia (cfr. Mraizika 2018b).

 

En las suras anteriores a la hégira, a Ismael se le llama una vez profeta (Corán 44/19,54), se lo relaciona con Eliseo y Dul-Kifl [Abdías] (Corán 38/38,48), con Eliseo, Jonás y Lot (Corán 55/6,86), con Isaac (72/14,39), con Idris [Henoc] y Abdías (73/21,85). Pero, cuando se reproduce la secuencia de los patriarcas bíblicos herederos de la promesa, Abrahán, Isaac y Jacob (Corán 38/38,45; 53/12,38), nunca se incluye entre ellos a Ismael (lo que delata un estrato más antiguo del texto). Tampoco se emplea nunca la expresión «Abrahán e Ismael» antes de la hégira.

 

Sin embargo, las suras posteriores a la hégira destacan más la figura de Ismael, sobre todo en la sura 87/2. Aparece el tándem «Abrahán e Ismael» actuando conjuntamente (Corán 87/25,125-127). Se asocian «Abrahán, Ismael e Isaac» como creyentes en un solo Dios (87/2,133). Y se insiste, por cuadruplicado, en insertar a Ismael en la secuencia de figuras del profetismo bíblico hebreo, poniendo su nombre delante del de Isaac: se habla de lo revelado a Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, Moisés y Jesús, Noé, Job, Jonás, Aarón, Salomón, David (Corán 136 y 140; 89/3,84; 92/4,163-164). En todos estos casos hay una alta probabilidad de que se trate de interpolaciones posteriores.

 

A pesar de los intentos por consolidar el linaje de Abrahán e Isaac, en el Corán, la genealogía de Ismael acaba en él, como indiqué más arriba, y no se mencionan sus descendientes. En cambio, se explicita reiteradamente la línea de Isaac, Jacob, José, Amrán, Moisés. O bien: Noé, Abrahán, Moisés, Jesús (Corán 90/33,7).

 

El Corán afirma y reafirma una y otra vez que ha habido profetas enviados por Dios a los distintos pueblos. Pero, de hecho, lo que destaca expresamente es la secuencia de los patriarcas y profetas hebreos: Noé, Abrahán, Lot, Isaac, Ismael, Jacob, José, Moisés, Aarón, David, Salomón, Eliseo, Jonás, Job, Juan Bautista y Jesús. Son presentados como si fueran los grandes profetas musulmanes y como la dirección que hay que seguir (cfr. Corán 6,84-90). Todo ello demuestra que la llamada religión de Abrahán y la de Ismael no es otra que la religión de los judíos recuperada.

 

A pesar del énfasis en una religión elevada y pura, lo que prima en la práctica no es nada prístino, anterior a Moisés, ni repristinado, no es la liberación de la circuncisión y de la Ley que esclaviza, como defendía Pablo, sino que es precisamente lo posterior a la promesa de la alianza por la fe simbolizada en Abrahán. Pues el sistema islámico impone la circuncisión (aunque esta no se especifique en el Corán) e instaura una Ley trasunto de la Ley mosaica, como es la saría. En definitiva, el resultado es que encierra la religión en los moldes de un particularismo árabe, a la vez que coarta la libertad de los creyentes y demoniza a todos los no musulmanes.

 

 

Abrahán e Ismael habrían fundado la caaba en La Meca

 

Según la Biblia, Abrahán fue llamado por Dios, pero allí propiamente no se considera profeta, sino patriarca (véase Génesis, capítulos 12 al 25), y nunca fue rey, ni hay constancia de que jamás estuviera en La Meca, suponiendo que La Meca existiera en aquel tiempo.

 

El Corán, no obstante, en su escueta historia, cuenta que Abrahán e Ismael pusieron los cimientos, o reconstruyeron y purificaron la Casa, el lugar de Abrahán, como lugar de reunión y refugio, pero sin decir dónde estaba, e instauraron el culto dando circunvoluciones, arrodillándose y prosternándose (Corán 87/2,125). En otros pasajes, se habla de una Casa santuario en Bakka y de la peregrinación al lugar de Abrahán (suras 3 y 22).

 

«Cuando Abrahán e Ismael levantaron los cimientos de la Casa, diciendo ‘Señor nuestro, acéptalo de nosotros’. (…) Haznos sumisos a ti, y a nuestra descendencia una nación sumisa a ti» (Corán 87/2,127-128).

 

«La primera Casa erigida para los humanos es la de Bakka, bendita y una dirección para los mundos» (Corán 89/3,96).

 

«Hay signos manifiestos, el lugar de Abrahán. Quien entra en él está seguro. Es un deber hacia Dios para los humanos hacer la peregrinación a la Casa» (Corán 89/3,97).

 

Con unos cuantos versículos se promueve a un personaje menor, como Ismael, al rango de profeta y cofundador con Abrahán del culto puro en la Casa santuario, cuyo emplazamiento sigue siendo oscuro. La tradición musulmana sostiene que la Casa se refiere al santuario caaba de La Meca, cuando por otro lado se la localiza en Jerusalén, en el monte del Templo. Además, está demostrado que el texto coránico jamás menciona La Meca y que la identificación de «Bakka» como Meca constituye una interpretación forzada, inadmisible.

 

Los pasajes que cuentan las acciones de institución cultual por parte de Abrahán e Ismael, que sirven de base para acuñar la denominación «la religión de Abrahán», son de los más intervenidos y remodelados, como han comprobado empíricamente los investigadores:

 

«Estos temas del culto y de su lugar no se tratan en el corpus del manuscrito DAM 01‐29 ni en DAM 01‐25 y, en muchos códices, la ausencia del principio de la sura 22 (La peregrinación), las innumerables borraduras de la sura 2 en las partes que describen el culto, hacen pensar que ese culto fue evolutivo. Dan Gibson ha probado el carácter tardío de la consagración de La Meca» (Mraizika 2018).

 

En lo que respecta a la designación del santuario como «casa», la terminología nos remite a la denominación de «casa» utilizada en Génesis 12,8 (también en Ezequiel 40,5 y Salmo 30,1), donde designa el santuario o templo de Jerusalén. El término caaba se refiere a la forma cúbica, que imita el tabernáculo o sanctasantórum del antiguo templo jerosolimitano, destruido el año 70. Por lo demás, en la época del primer islam, se mencionan caabas en diferentes lugares, por ejemplo, en Petra.

 

Frente a la versión musulmana de que el emplazamiento del santuario es La Meca, las investigaciones han desmentido de forma terminante la presunta antigüedad de esa ciudad, en su actual ubicación, lo que pone en entredicho la hipotética historicidad de la presencia en ella de Abrahán (cfr. Crone 1977 y 1987; Gibson 2011; Qadr 2019: 93-95). Por lo tanto, cabe concluir que el «lugar de Abrahán», citado en la sura 2, no es en absoluto el que cree la tradición islámica.

 

El sitio en que Abrahán habría construido un santuario no sería otro que el monte del templo en Jerusalén, donde una antigua tradición hebrea sitúa el monte Moria, lugar del sacrificio de Isaac. Habría que olvidarse, pues, de La Meca y del viaje del tándem Abrahán-Ismael. Los viajes de Abrahán a Egipto, al Néguev y a Betel, junto con Sara, fueron anteriores al nacimiento de Ismael (Génesis, cap. 12 y 13). Y en ninguno de ellos era necesario pasar ni de lejos por la región de la Arabia desierta.

 

Más de un siglo después de Mahoma, habían cambiado las circunstancias y entonces se alteró la historia: «Se mantenía el culto a las piedras sagradas, como la ka'aba (χαβαθάν), a la que le habían dado un nuevo significado, relacionándolo con la historia de Abrahán» (Martínez Carrasco 2015: 110). Las repetidas revisiones del texto coránico y de su exégesis cambiaron el significado de la caaba, para relacionarla con la leyenda de Abrahán e Ismael. Y la versión oficial musulmana terminó cambiando el emplazamiento del santuario de Jerusalén (y probablemente también de la caaba de Petra, vinculada con la familia de Mahoma), de modo que su papel y su significado se transfirió a la nueva construcción de La Meca, que probablemente no databa de antes de la época de Abd Al-Malik. Pero el islam asumió y ocultó ese traslado, y esta tardía interpretación se impuso como óptica desde la que leer y reinterpretar el Corán.

 

Por último, Abrahán difícilmente pudo haber ido en compañía con Ismael, dado que, si atendemos a la narración del Génesis, después del nacimiento de Isaac, Abrahán desterró a Agar con su hijo Ismael, quienes marcharon al desierto y jamás regresaron.

 

Entre las referencias coránicas a Abrahán, queda pendiente una de importancia práctica, que tiene que ver con la calificación de Abrahán como «buen modelo» (Corán 91/60,4 y 6), una expresión que solo se atribuye además a Mahoma y una sola vez (Corán 90/33,21). Como el texto coránico no recoge explícitamente el mandato de la circuncisión, la tradición musulmana arguye en su favor sobre la base de que Abrahán, el buen modelo, se circuncidó y, por tanto, debe ser imitado en esa práctica.

 

Otro asunto tiene que ver con la idea de que los árabes descienden de Ismael. A pesar de tantas elucubraciones hagiográficas sobre Abrahán y su hijo bastardo, el hecho es que no hay prueba alguna de tal descendencia. No pasa de ser una suposición decir que Ismael, el hijo de Abrahán y Agar, es el ascendiente de los árabes, su antepasado, motivo por el que desde antiguo se han denominado «ismaelitas». Pero ¿tiene base histórica esa genealogía? Desde el punto de vista histórico, ¿se puede considerar a las poblaciones árabes como descendientes de Ismael?

 

En realidad, ni en la Biblia, ni fuera de ella se halla la menor prueba de que los árabes sean los descendientes de Ismael, el hijo de Agar y Abrahán. El libro del Génesis cuenta que los descendientes de Ismael se asentaron cerca de Asiria (Génesis 25,12-18), y no hay más información. El Nuevo testamento no cita ni una sola vez el nombre de Ismael, aunque la epístola a los gálatas se refiera a él al hablar del hijo de la esclava, en términos figurativos (Gálatas 4,22).

 

Por tanto, el conocimiento histórico no encuentra ninguna prueba que dé fundamento para afirmar que las poblaciones árabes o sarracenas desciendan de Ismael, el hijo del legendario Abrahán bíblico. Ninguna fuente histórica vincula a los árabes con Ismael. El estudio onomástico muestra que, con anterioridad al Corán, los árabes nunca se llamaron «hijos de Abrahán», ni «descendientes de Ismael». Lo que debió ocurrir es que, como el Corán (90/33,4-5) estipula que los hijos adoptivos no se consideran verdaderos hijos, entonces quedaba sin explicación el que Dios hubiera escogido a Mahoma, un profeta no judío, sino árabe, desconectado de la promesa bíblica que Dios había hecho a Abrahán y su progenie. De ahí que hubiera necesidad de inventar un lazo de sangre para vincular a los árabes con Ismael, el hijo de Abrahán (cfr. Dagorn 1981). En todo caso, al margen de las especulaciones, la tesis más segura es que Ismael no es el padre o antepasado de los árabes (cfr. Durie 2019).

 

Las invenciones retrospectivas del pasado no son raras. Se llevan a cabo con una finalidad. Hay constancia de otra invención genealógica alternativa: en el siglo VII, circulaba la tradición de que los árabes des­cen­dían de Esaú, el hermano gemelo de Jacob, siendo Esaú y Jacob hijos de Isaac, hijo de Abrahán. Lo que está claro es el empeño por apro­piarse de la leyenda hebrea, para conseguir, mediante una reivin­dica­ción genealógica, entroncar míticamente con los herederos de la promesa.

 

Finalmente, desde otro punto de vista, cabría reseñar una observación histórica sobre el inverosímil monoteísmo de Abrahán. Aunque aceptemos que las leyendas bíblicas sobre Abrahán tienen una base histórica, más o menos remota, carece de fundamento atribuirle la idea monoteísta. Él pudo creer en un solo Dios, el suyo y de su parentela, pero sin que eso supusiera negar los dioses de otras gentes. Es decir, la fe de Abrahán puede definirse como una forma de henoteísmo, pero no calificarse de monoteísmo. Desde el punto de vista de la historia bíblica, hay que decir exactamente lo mismo incluso con respecto al yahvismo de Moisés. Porque, como se estudia en la historia del Israel bíblico, el monoteísmo propiamente dicho no se consolidó hasta las reformas religiosas del rey Josías de Judá, que reinó entre 639-608 a. C. Lo que ocurrió fue que las sucesivas elaboraciones textuales del Pentateuco acabaron retroproyectando este monoteísmo sobre épocas precedentes.

 

 

La superposición de capas semánticas en el texto coránico

 

El mejor modelo teórico para dar cuenta de las incoherencias observadas en el Corán consiste en desvelar las capas de significación superpuestas, existentes en el texto como resultado del proceso de escritura. Aunque en ellas quepa detectar una evolución, no deben entenderse como una sucesión estricta de períodos de tiempo, uno encima del otro, sino que las capas o estratos se solapan en parte y de forma irregular. No se da una demarcación neta, sino que se refleja, más bien, un debate interno de posiciones distintas, y una polémica con grupos cercanos, que acabó finalmente creando el sistema sincrético del protoislam, en un Corán aún abierto a las modificaciones textuales y exegéticas propiciadas por el poder político califal.

 

Un estudio interesante desde el punto de vista semántico es el publicado por Carlos Segovia, que, conforme a los distintos pasajes del Corán, disecciona cuatro tipos de textos: a) fórmulas idénticas a las del cristianismo; b) enunciados favorables o de compromiso respecto al cristianismo; c) controversias con determinadas creencias cristianas, propias de ciertos grupos; y d) posiciones de rechazo frontal que implican la pretensión de sustituir al cristianismo y al judaísmo (cfr. Segovia 2015: 45-47). Sin duda el análisis puede ser más complejo y tiene que ser multidisciplinario, pero solo podemos avanzar poco a poco.

 

En un principio, lo que Mahoma predicó a los árabes, durante años, fue la obligación de someterse a la Torá de Moisés y prepararse para la venida apocalíptica del Mesías Jesús. Esta doctrina constituía el núcleo religioso del movimiento nazareno. Como queda expuesto más arriba, ni el islam primitivo, ni el texto coránico originario, contenían referencias a una específica «religión de Abrahán», en contra de lo que fingen los apologistas muslimes y dan por sentado algunos biógrafos occidentales, al estilo de Karen Armstrong, en Mahoma. Biografía del profeta (1991). Tal pretensión solo fue introducida después de la ruptura con los judíos y los cristianos, con la intención de fabricarse un origen religioso independiente. Basta una lectura atenta del Corán para verificar cómo sus capítulos no cesan de repetir llamamientos a seguir lo revelado en la Torá y el Evangelio.

 

Al final del trayecto, las capas más recientes tienden a desarrollar una especie de abrahanización (e incluso de adanización) de la religión coránica, en la que se entrevé la reconstrucción califal a posteriori del texto (cfr. Qadr 2019: 262). A falta de escrituras abrahánicas fuera de la Biblia, se buscó atribuir a Abrahán e Ismael la fundación o institución de un culto (Corán 87/2,124-129), consistente en una serie de rituales, incluida la peregrinación a la Casa o santuario (reubicado en La Meca). Si bien lo cierto es que todos los elementos que se reúnen en ese culto son de procedencia hebrea o preislámica.

 

Las incrustaciones textuales y la superposición de significados cambiantes son un hecho probado (cfr. Mraizika 2018a y 2018b). Y colisionan con el dogma islámico de la unicidad y mismidad de la religión proclamada por todos los profetas del Dios único. En fin, al recapitular los resultados del análisis del material coránico, es posible discernir las siguientes capas, de la más antigua a la más reciente, donde se aprecia la evolución del texto y de su sentido:

 

A. Versículos con una completa ausencia de Ismael cuando se enuncia la genealogía de los profetas. De los 86 capítulos antehegíricos, solo se lo nombra en cinco y nunca en la secuencia de «Abrahán, Isaac y Jacob» (por ejemplo, Corán 38/38,45; 53/12,38).

 

B. Una elevación de Ismael a la categoría de profeta y su asociación con personajes bíblicos fuera de la descendencia de Abrahán, como Eliseo, Jonás, Lot, Idris (Corán 38/38,48; 44/19,54; 55/6,86; 73/21,85).

 

C. Una inserción del nombre de Ismael en la genealogía principal, biológica y profética, entre Abrahán e Isaac, en capítulos datados como poshegíricos (Corán 87/2,133, 136 y 140; 89/3,84; 92/4,163). Así se arrebata la promesa hecha a la descendencia de Abrahán, Isaac, Jacob y las tribus, injertando a Ismael en esa genealogía, como para desviar la promesa por el linaje ismaelita, con el que se pretende vincular a los árabes.

 

D. Un reemplazamiento de Isaac por Ismael en el sacrificio (Corán 56/37,101-107). La interpretación exegética musulmana del sacrificio de Abrahán hace que Ismael, el hijo de Agar, suplante a Isaac, el hijo de Sara, de manera que este último pasa a ocupar el lugar privilegiado en la historia sagrada.

 

E. Una sustitución total de los sistemas religiosos judío y cristiano por la imaginaria «religión de Abrahán», una etiqueta para la instauración de un nuevo culto, un nuevo templo, una nueva ciudad santa, un nuevo libro sagrado, una nueva lengua sagrada, un nuevo pueblo elegido, un nuevo profeta. Este nuevo sistema islámico comprende:

 

– El culto ritual y la peregrinación (Corán 87/2,125, etc.; suras 89/3 y 103/22).

– El templo, casa o lugar de Abrahán (Corán 87/2,127; 89/3,96-97).

– La ciudad de La Meca (¿Corán 89/3,96?). No se nombra en el Corán.

– El libro sagrado, el Corán (45/20,2; 45/20,113; 53/12,2; 98/76,23; 113/9,111).

– La lengua sagrada árabe (Corán 53/12,2; 61/41,3; 62/42,7; 63/43,3; 70/16,103).

– El pueblo elegido árabe, la mejor nación (Corán 89/3,110; Corán 113/9,39).

– El profeta Mahoma, el definitivo (Corán 90/33,40). Tampoco nombrado en el Corán.

 

Las conclusiones de estos análisis en torno a la caracterización coránica de Abrahán y su descendencia nos conducen a localizar y exhumar una serie de mutaciones que han afectado al texto y su significación, con la finalidad de consumar la gran sustitución en el dominio religioso y político.

 

Descubrimos una cadena de sustituciones en consonancia con una reorientación doctrinal de mayor alcance, en el plano soteriológico, que apunta a la sustitución implícita de Jesús y su sacrificio redentor por otras figuras, empezando por el rito de purificación y la inmolación de Ismael, los cambios rituales y la sacralización de la muerte en la yihad.

 

Al regular el culto, al trasladar a La Meca el santuario, la ciudad y la alquibla, se reformó el espacio sagrado y el conjunto de las acciones simbólicas, despojando de su preeminencia a Jerusalén y su templo. Se transfirió la ciudad santa desde Jerusalén a La Meca, y el sanctasanctórum del templo de Jerusalén a la caaba de La Meca, con el objetivo estratégico irrenunciable de lograr no solo la autonomía, sino la hegemonía absoluta de la religión de Alá (Corán 88/8,39).

 

Al compilar, recomponer y oficializar el Corán, se reemplazó el libro revelado, que era fundamentalmente la Torá, provocando la ruptura mediante la falsa acusación contra los judíos y los cristianos de haber falsificado sus escrituras sagradas. En el fondo, se habían apropiado de la Ley de Moisés, travestida como Ley islámica.

 

Al exaltar la lengua árabe como divina, desvalorizaron los libros bíblicos en hebreo y arameo. Pero, lo que pasó es que secuestraron a los profetas bíblicos, que fueron presentados, en árabe, como profetas musulmanes, no judíos, ni cristianos, sin otro mensaje propio que transmitir más que el predicado por Mahoma en versión califal.

 

Al proclamarse nuevo pueblo elegido, con la pretensión de ser los verdaderos creyentes, los mahometanos se incautaron de la elección divina a favor del pueblo árabe, en lugar del pueblo judío, una vez estigmatizados los hijos de Israel por su supuesta infidelidad.

 

Al investir del profetismo supremo a Mahoma, se destituyó a Jesús como hijo de Dios, para travestirlo como profeta islámico, sin mensaje evangélico, llegando incluso a presumir que Dios podría destruir al Mesías, si quisiera (Corán 112/5,17).

 

En fin, de alguna manera, las primeras generaciones musulmanas llevaron a cabo, una especie de canibalismo cultural y religioso, que metabolizó la herencia judía y la cristiana, y las puso a nombre y beneficio de Mahoma y el islam.

 

La figura de Abrahán que acaba consolidándose en el Corán no constituye ningún paradigma de unión, ni de tolerancia, como pretende el tópico. El Corán lo propone como «buen modelo» para los musulmanes, pero precisamente entonces lo describe en una actitud de intolerancia sin paliativos, aplicado luego a todos los descreídos, o sea, a todos los no musulmanes, sin excluir a judíos y cristianos:

 

«Tenéis un buen modelo en Abrahán y en los que estaban con él, cuando dijeron a sus gentes: ‘Nos desentendemos de vosotros y de lo que adoráis fuera de Dios. Renegamos de vosotros, y la enemistad y el odio han aparecido entre nosotros y vosotros para siempre, hasta que creáis solo en Dios’» (Corán 91/60,4).

 

A estas alturas, nos podemos permitir hacer unas consideraciones filosóficas en torno al simbolismo de Abrahán. La figura de Abrahán, su interpretación y sus implicaciones no son algo irrelevante para nuestros días, en la medida en que ahí están en juego cuestiones que tienen que ver con la historia, la política, la antropología, la filosofía y la teología.

 

La versión coránica e islámica de Abrahán, uncida a la regresión a un sistema religioso ritualista, legalista, teocrático e irracionalista, hace que las estructuras mentales de sus seguidores queden aherrojadas a prejuicios de funestas consecuencias. Un efecto de conjunto de ese sistema es la pretensión de repudiar toda evolución: produce un aplanamiento del tiempo, que se querría suprimir, implantando lo eterno; segrega una visión peyorativa de la historia humana y una represión de la libertad personal, por cuanto idealiza el sometimiento a un orden social fijo e inmutable, convertido en valor absoluto.

 

El lenguaje mítico, ritual y ético del Corán implica una toma de posición con respecto a problemas que siguen teniendo plena vigencia, y cuya hermenéutica nos hace pensar en cuestiones como las siguientes:

 

– Si el mundo es inteligible, o no, en función de la concepción de Dios como pura voluntad. En este último caso, un Dios que hace lo que quiere a cada instante, que muda su promesa y su elección, está en contradicción con el Dios fiel a su promesa, cuyo logos sustenta la realidad y da confianza.

– Si la convivencia humana ha de fundarse en los vínculos tribales, o bien en derechos de todos los humanos y en las libertades individuales. El privilegio de la vinculación tribal con la estirpe biológica abrahánica, implanta un etnicismo que torpedea la construcción de proyectos abiertos de convivencia.

– Si deben superarse las diferencias de etnia, el racismo y el nacionalismo, o no. La idea de una fe o cultura particularista, que impone la circuncisión para ser «hijos de Abrahán», es una metáfora opuesta a la irrelevancia paulina del hecho de ser circuncisos o incircuncisos.

– Si deben superarse las desigualdades de clase social, o no. El simple traspaso de la promesa de los hijos de Israel a los descendientes de Ismael, no promueve un esquema de igualdad sino el de una nueva clase dominante.

– Si hay que reconocer el derecho a la libertad religiosa, o no. El Abrahán coránico condena a su padre por tener otros dioses, con lo que refuerza el principio de no tolerar una religión distinta del islam, todo lo contrario de lo que representa el Abrahán bíblico cuando respeta a su padre y él sigue su camino.

 

 

Abrahán, emblema más bien de la división entre religiones

 

La importancia de la figura de Abrahán se debe a que la Biblia relata que la historia del pueblo hebreo se remonta hasta él (siglo XVIII a. C.), a quien considera antepasado, patriarca, un hombre que creyó en Dios, con el que Dios estableció una alianza, con una promesa de bendición para él y su descendencia. La Biblia resalta la genealogía de Abrahán, Isaac y Jacob (también apodado Israel), de cuyos doce hijos descienden las doce tribus que formaron el pueblo de Israel, heredero de la promesa divina. Después de muchas andanzas y tragedias, una de esas tribus, Judá, daría nombre a los judíos y al judaísmo.

 

A principios de nuestra era, el cristianismo reinterpretó el significado de la figura de Abrahán, mediante una elaboración teológica expuesta por el apóstol Pablo en la carta a los gálatas, donde argumenta que la promesa divina está abierta a toda la humanidad.

 

Unos siglos más tarde, el islamismo volvió sobre el tema, dando una versión de la leyenda de Abrahán, que resulta más «judaica», puesto que reivindica de nuevo la descendencia carnal como clave de la promesa, para lo que concibe una sustitución de Isaac por Ismael, de los judíos por los árabes, como pueblo elegido. Solo muy tardíamente introdujo el concepto más amplio de «musulmanes». Pero sin renunciar a la apropiación en exclusiva de la herencia abrahánica.

 

Por eso, sería una equivocación ceder a la ilusión de que Abrahán emblematiza una unidad de fe compartida por las religiones judía, cristiana y mahometana. En realidad, simboliza todo lo contrario. A pesar de que los tres credos se refieran a Abrahán, es completamente equívoco hablar de «las tres religiones abrahánicas», como razona Rémi Brague (2007). Porque precisamente esa referencia las enfrenta, al postular cada parte un significado completamente diferente e incompatible con los otros. En el fondo, el personaje del Abrahán coránico no responde al Abrahán bíblico, ni Dios establece con él ninguna alianza.

 

La figura de Abrahán no representa un punto de unión, sino de enfrentamiento. Para los que creen en el Corán, es incuestionable que «la religión de Abrahán» es exclusivamente la de Mahoma. De la misma manera que «el pueblo del Libro» es únicamente el pueblo judío, que recibió de Moisés la Torá. Así que, si adoptamos el enfoque crítico de las reflexiones de Rémi Brague, filósofo e historiador de la religión, será necesario desmontar el tópico, popular y académico, de una angelical coincidencia interreligiosa:

 

«Desde hace algunos años, en el diálogo interreligioso y en los medios de comunicación en general, al referirse a las religiones cristiana, judaica y musulmana se habla de ‘los tres monoteísmos’, ‘las tres religiones de Abrahán’ o ‘las tres religiones del libro’. Se utilizan estas expresiones por motivos nobles: representan un lugar común o, eventualmente, un terreno de entendimiento. Sin embargo, esas expresiones son a la vez falsas (porque cada una oculta un grave error sobre la naturaleza de las tres religiones a las que se pretende colocar en un mismo plano) y peligrosas (porque favorecen una pereza mental que nos dispensa de examinar de cerca la realidad. Un verdadero diálogo ha de partir de otras premisas» (Brague 2007: 393).

 

 

Bibliografía citada

 

Armstrong, Karen

1991 Mahoma. Biografía del profeta. Barcelona, Tusquets, 2008.

 

Brague, Rémi

2007 «Pour en finir avec trois trios» (pág. 1-13). Abreviado en «Para acabar de una vez con los ‘tres monoteísmos’», Communio, 29: 33-49.

 

Crone, Patricia

1977 Hagarism. The making of the Islamic World. Cambridge University Press. (Coautor: Michael Cook.)

1987 Meccan Trade and the Rise of Islam. Princeton University Press.

 

Dagorn, René

1981 La geste d'Ismaël d'après l'onomastique et la tradition arabes. Ginebra, Librairie Droz.

 

Durie, Mark

2019 Ishmael is not the father of the Arabs.

https://www.meforum.org/57936/

ishmael-father-arabshttps://markdurie.com

/ishmael-is-not-the-father-of-the-arabs/

 

Gibson, Dan

2011 Qur'ānic geography. Independent Scholars Press.

 

Martínez Carrasco, Carlos

2015 «La visión del islam en la obra de Juan Damasceno», Byzantion Nea Hellás, nº 34: 95-115.

 

Mraizika, Florence

2018a Le Coran décréé. Le défi de la science. Éditions Docteur Angélique.

2018b «Terres d'islam: entre migration et autonmisation discursive», Savoir ou se faire avoir. En Internet:

https://blog.sami-aldeeb.com/2018/10/31/

florence-mraizika-terres-dislam-entre-migration

-et-autonomisation-discursive/#_edn1

Traducido en:

https://religion.antropo.es/estudios/

FlorenceMraizika.Migracion-y-autonomizacion.html

 

Qadr, Leila (y Arun Amine Saad Edine)

2019 Les trois visages du Coran. Nouvelle version. Turín, Amazon Italia Logistica.

 

Segovia, Carlos Andrés

2015 «En torno a Mahoma como Mesías. Una nueva mirada a las raíces cristianas del Islam», Erebea. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, núm. 5: 43-80.



  

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