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Réquiem por la Vega de Granada

    Han pasado años desde que un grupo de niños, ecologistas y demás ciudadanos, nos manifestábamos, en lo que entonces era una parcela de la Vega de Granada y en contra de lo que hoy es el edificio del Hipercor. No podía imaginar que aquello no sería más que el principio de devastadoras actuaciones, que los ciudadanos de a pie observamos con pasividad. Se construyó el cinturón de la ciudad con parecida desidia. A un amigo le tiraron la casa, construida sin licencia municipal en terreno rústico, y aquello fue noticia de portada en los periódicos. Por fin el gobierno municipal se comprometía a velar por un espacio que debería permanecer para disfrute de todos y, a los pocos días y a escasos cien metros de aquella parcela, se comenzó la construcción de un Palacio de Deportes y de nuevos barrios urbanos, con filas de viviendas que más se asemejan a barracones de concentración que a la propaganda de lujosas villas unifamiliares, con vistas inmejorables a la Vega y a Sierra Nevada. Me refiero al pelotazo de los Ogíjares, que está quedando como el pueblo con el mayor número de metros cuadrados, no de zonas verdes, sino de cemento y ladrillo pro habitante, que uno pueda imaginar, de estética más que dudosa. 

    A los ecologistas se nos tilda de soñadores extremistas, freno y enemigos de empresarios que con imaginación están potenciando la marcha hacia la modernidad de una de las ciudades con la renta per cápita más baja del país. En el camino bajo de Purchil hace tiempo que se han dejado de escuchar las avefrías, que antes inundaban esos campos. Las inmobiliarias, e incluso organismos municipales, ofrecen 2.000 pesetas por metro cuadrado a los que por allí viven. El ruido de la ciudad los ahoga lentamente y todos acaban cediendo. Lentamente, el asfalto se va engullendo la hermosa escenografía verde de una ciudad única, que dicen patrimonio de la Humanidad, y que debería ser su gran legado. Las acequias se convierten en avenidas, las lindes de los huertos, los membrillos, caquis, higueras, mimbre s y otros arbustos en adoquines de hormigón. Y llegará a no tardar el segundo cinturón, ¡tan necesario!, y con él nuevas vías de acceso a todos los pueblos de la vega, ¡tan imprescindibles!, y el nuevo Campus de la Salud, ¡tan apremiante! Y todo ello supondrá, según políticos y empresarios, la mejora fundamental, en aras del servicio médico, de la ciencia y del progreso de la ciudad. No importa que miembros destacados de la comunidad universitaria den la voz de alarma. Acabarán cansándose desilusionados y entrando por los voraces cauces del progreso. No importa que mentes lúcidas pongan el ejemplo de ciudades machacadas por tal progreso, Bilbao, Barcelona, Lisboa, que le han visto las orejas al lobo y toman conciencia y dan marcha atrás, con intervenciones quirúrgicas que crean proyectos armónicos con el medio urbano y el siglo en que entramos. 

    A Granada el tufillo a cutre la pierde. Es más barato y fácil construir y arrasar la Vega que construir en colinas o reconstruir barios que se nos caen a pedazos, como el de la plaza de la Romanilla, el Realejo o el bajo Albaicín. Es caro crean un cinturón verde, un parque periurbano que abrace la ciudad y que sería la envidia de Europa. Es caro para mentes poco imaginativas que han perdido de vista lo que Granada es, la riqueza que ello encierra para esta ciudad, arquetipo de belleza, color, sonido y armonía en su construcción, aunque cada vez más lejana , tal vez porque nunca se han parado a pensar. No se han parado a pensar y, alocadamente, llevan muerte y destrucción a la Vega, a ese mar verde que tal vez ellos admiran, si es que alguna vez pisan la Alhambra. 

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    Manuel Villar Argáiz es doctor en Ciencias Biológicas