El Africa que yo conocí de niño, representada en los mapas por manchas negras y blancas, tenía como "biblia" la obra de Joseph Conrad, El corazón le las tinieblas, y se componía de una serie de países y gentes, ajenas al progreso y bananalizadas por el cine. AlJerto Moravia confiesa en Mi vida en conversación con Alain Elkann que «Africa es lo más bello que existe en el mundo» y no sé porque Stanley y Livingstone lo lamaron el continente oscuro. Sabater en La aventura africana dice que «en Africa el tiempo no existe». Lo llana «el tiempo apasionado porque no hay ocio y cada día puede ser equivalente a meses y años».

Pier Paolo Pasolini solía decir que «Africa es la última esperanza». Sentía por ella la misma atracción que los audaces exploradores del XIX: Mungo Park buscando las fuentes del Nilo; Heinrich Barth o René Caillais intentando llegar a Tombuctú con fiebre amarilla.

Y si Africa en otro tiempo atrajo a generaciones de europeos en busca de diamantes y de oro, desde los cartagineses y portugueses a los moriscos alpujarreños, denotados en la guerra de las Alpujarras, me pregunto qué ve Flaubert, T.H. Lawrence -el de Lawrence de Arabia-, Paul Bowles -el de El cielo protector-, Miquel Barceló, nuestro pintor, a arriesgarse en sus inmensas planicies. No se me ocurren otras razones que el sueño de la aventura, pero no de una aventura enfebrecida por la ambición, sino por el mito de una inocencia perdida en nuestra cultura.

Ignoro si África en el futuro
dará novelas tan auténticas como Viaje al Congo de André Gide o Las nieves del Kilimanjaro de Ernest Hemingway. Parece que la aventura auténtica está condenada a desaparecer, pero las conciencias humanitarias y los soñadores jamás podremos olvidar la hambruna que en ella se ceba con especial malicia, la suerte de la mujer y los baobab y desiertos que cortan el aliento, o los rios de una tierra, madre de misterios, que ha sido la sed de grandes aventureros y que llena de magia nuestra imaginación.

Yúder, elgrán protagonista

La literatura española se ha interesado por el norte de Africa -casos de Arturo Barea, Alberto Figueroa, Juan Goytisolo y otros-, pero salvo en libros de viajes, como Javier Reverte, sorprende el poco espacio que el Africa profunda tiene en nuestra novela. Yo mismo entré casualmente en ella, una tarde en la plaza de la Jemaa elFnaa de Marrakech, donde me llamó la atención uno de los guitarristas, tal vez ciego, que ocultaba los ojos tras unas gafas negras. Agrupaba una masa compacta a su alrededor y recitaba la historia de uno de sus héroes nacionales, de nombre Yuder o Yawdar, conquistador del Sudán occidental o tierra de los negros.

Más tarde, en las ruinas de Sijilmasa, al sur del Atlas un profesor de la Universidad de Fez me aclaró que el tal Yuder era español. Había cruzado el Sahara en 1591 con 4.000 andaluces, la mayoría del reino de Granada, y había vencido en Tondibi, cerca de Gao, a un ejército diez veces superior, asentando su capital en Tombuctú.A mi regreso a Granada, investigué en la biblioteca de Estudios Árabes y el nombre de Yuder existía, aunque apenas unas referencias escuetas en Los moriscos de Julio Caro Baroja.Al año siguiente, encontrándome en los Estados Unidos, volví a investigar en la biblioteca de la Universidad de Penn y los textos comenzaron a amontonarse sobre mi mesa. Por la gesta de Yuder no sólo se habían interesado franceses y árabes; había documentos de espías ingleses que le relataban a Isabel I las inmensas fortunas que por su medio llegaban a Marrakech, instándole a aliarse con AlMansur en contra de Felipe II, por ser aquel monarca uno de los reyes más ricos de la tierra. Finalmente, descubrí el texto árabe citado por todos ellos: el Tarik el-Sudan, una crónica escrita por un sabio jurisconsulto de Tombuctú, llamado Es-Saidi, «nacido en la noche del 28 de marzo de 1596». Es-Saidi relata la historia del imperio songhai, con especial relevancia a la conquista y a la persona de Yuder, «natural de Cuevas del Almanzora, de pequeña talla y ojos azules», del que ensalza su inteligencia y dotes extraordinarias.

La condición femenina

También encontré otros textos importantes; entre ellos, el relato anónimo de un monje, tal vez jesuita o cura embajador de Felipe II en aquella corte, que en veinte bellísimas páginas en español cuenta la conquista, en un castellano excelente aunque tortuoso. Dejé al punto lo que estaba haciendo y me puse a novelar la historia de este conquistador desconocido y varón gigante de nuestra historia, que llegó a conseguir, para sí y para los españoles desterrados del XVI, nada menos que un imperio.

Publicada Las Españas perdidas, la Universidad de Granada, bastante incrédula de aquella gesta de los moriscos españoles, organizó un viaje a través del Sahara y en Tombuctú se encontraron con los arma, sus descendientes, pero yo descubrí algo mucho más interesante: un Africa que agonizaba a las orillas del Níger y una situación social que reducía a la mujer a meros objetos de trabajo y que sería el origen de mi segunda novela africana: Donde ríen las arenas. Previamente leí todo lo que cayó en mis manos y sólo la novelística africana reincidía en la suerte tan escandalosa para la mujer.

En Todo se derrumba, Chinua Achebe dice que a la mujer ni siquiera se le permiten las ceremonias consideradas propias de la mujer. Léopold Sédar Senghor, poeta y político, es autor de uno de los poemas más impresionantes sobre la condición femenina, titulado: Mujer desnuda, mujer negra. Para Wole Soyinka en Season of Anatomy, el papel femenino se reduce a colaborar con la visión deI hombre sobre la vida, simbolizando en la mujer la degradación de Africa. La protagonista de Ngúgi, en Petals of Blood, decide que nunca más será «una mera flor para decorar puertas y ventanas..»

No es muy distinta la visión que las escritoras tienen de sí mismas. A la protagonista de Efuru, de Flora Nwapa, se la educa para ser madre. Se le dice que su función es la reproducción, que la ablación del clítoris es necesaria para dar a luz con seguridad y que el dolor de la operación es lo que toda mujer debe soportar. En One is Enough, en cambio, Ama-ka enseña que la sexualidad femenina es el recurso que la mujer debe explotar para conseguir lo que quiere en una sociedad dominada por el hombre. «Como mujer, no soy libre, soy una sombra de mí misma.., incapaz de avanzar en el cuerno y en el alma».

La desesperación de la mujer es tal que Buchi Emecheta, en Destination Biafra vislumbra un futuro sin hombres y, en TheJoys of Motherhood que ser libre y tener hijos son incompatibles. Madama Bá, finalmente, en Une si longue lettre, descubre que la palabra felicidad no existe para la mujer y que es preferible ser co-esposa, porque eso al menos alivia su trabajo.

En Africa lo que diferencia la experiencia de la occidental es la vulnerabilidad extrema del ser humano y su fragilidad, la violencia natural del entorno y del hombre, con seres sin voz y sin quijotes que despierten su conciencia y el sentido mismo de la existencia. La literatura no puede ser ajena a los problemas del mundo, aunque ésa no sea su función; pero cuando el mundo se ha convertido en una aldea global y continentes enteros ni siquiera forman parte de ella, a la literatura no le queda más remedio que dejar de mirarse el ombligo y renovarse.

Africa, en definitiva, sigue siendo una página desconocida en la historia de nuestra literatura, a pesar de la proximidad y de la violencia de un entorno que debería preocupar más a nuestros novelistas.