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Actualmente, una de
las tareas
de la antropología
en Andalucía es la de observar el comportamiento de los hombres
y mujeres andaluces y el presentarlo en su complejidad, en una
doble
fase: En primer lugar, una descripción completa de los
diferentes
fenómenos (muchos de ellos mal conocidos, otros desconocidos y
otros
raros y marginales, pero dignos de ser recogidos), y, en
segundo
lugar, un análisis que haga ver la consiguiente
significación
social y antropológica.
El presente artículo va en esta línea. Me voy a fijar en un fenómeno religioso-mágico, el «Señor del Cementerio de Granada» y en su ritual objetivo y subjetivo. Se trata de una realidad marginal en un doble sentido: no es algo masivo ni oficial. Los participantes en este ritual son poco numerosos (aunque el fenómeno en sí sea conocido por mucha gente) y, además, viven su religiosidad sin sentirse respaldados por ninguna institución. Pretendo con ello recoger una realidad viva del comportamiento de algunas personas granadinas, dando algunas claves antropológicas que sirvan para comprender mejor al hombre granadino. Además de esta labor de recogida de fenómenos humanos y de su interpretación, es también tarea antropológica el confirmar con hechos la problemática general de la antropología. En nuestro caso, creo que se ilustra el proceso de sacralización de un objeto, sitio, tiempo, persona o ritual entre determinadas personas religiosas, así como el funcionamiento de lo religioso-mágico en esas mismas personas. Pienso que este
caso
se podría aplicar
a muchas otras devociones que nuestro pueblo andaluz tiene actualmente,
como son las devociones a santos y lugares sagrados. La devoción
a fray Leopoldo de Alpandeire -que estudiaremos en otro
artículo,
por su vigencia en la provincia de Granada sería uno de estos
casos-. El hecho y su historia Entre las numerosas tumbas y monumentos funerarios del cementerio de Granada, destaca uno de ellos, no por su fastuosidad sino por la continua presencia de flores y por la concurrencia de personas que van allí para rezar y realizar otra serie de gestos, sobre todo los viernes a las cinco de la tarde. Se le conoce por el «Señor del Cementerio». Se trata de una tumba pequeña, con una cruz de piedra blanca, en cuyo pie está grabado este escrito: «Familia Rodríguez-Vita». Todo esto es normal. Lo peculiar es ver al pie de la cruz la estatua de un hombre con melena y los brazos caídos y la cabeza un poco baja, en una especie de reverencia hacia la cruz. ¿Es una persona normal, o se trata de Jesús de Nazaret? La imagen en sí misma, así como la interpretación de la gente no se aclaran sobre si este «Señor» es Jesús o un santo varón. En todo caso, éste es el objeto de culto. Por otra parte, la cruz está siempre rodeada en su base de numerosos exvotos y de muchas flores. Se ve también una bandeja con monedas y con un letrero que dice: «Se ruega la voluntad para el que limpia Nuestro Señor Milagroso». Es una tumba que suele estar frecuentada, sobre todo los viernes a las cinco de la tarde (especialmente los primeros viernes). La gente acude reza, da vueltas alrededor de la tumba y toca la imagen con las manos o con flores, tocándose, con frecuencia, con las manos las diferentes partes de su cuerpo. Los viernes, a las cinco de la tarde, tiene lugar un ritual, el rosario penitencial, dirigido por un seglar, Manuel «el carnicero», un hombre de unos sesenta y cinco años, y al que asisten un grupo de unas treinta personas. Más adelante daremos más detalles de este ritual. Veamos ahora algunos datos sobre la historia del hecho, que hemos ido reconstruyendo entre los encuestados, algunos de los cuales conocen el hecho desde su origen. Parece que todo comenzó hace unos quince años. Para alguna persona habría comenzado algo antes. Nos encontramos con tres versiones sobre el origen de esta devoción: 1ª. Una mujer estaba a punto de ser expulsada de su casa por dificultades Para seguir pagando el alquiler y por problemas familiares. Subió al cementerio para visitar a los difuntos; allí vio la estatua del Señor, que le produjo una cierta atracción, y comenzó a rezarle. Al volver a su casa se encontró con todos los problemas solucionados. 2ª. Según otra versión, se trataba de una mujer (una «churrera» del Zaidín) que subía al cementerio a cuidar y limpiar la tumba. Un día le pidió al Señor un favor que le fue concedido y, a partir de entonces, comenzó a decir que el Señor de la tumba hacía milagros. Esta señora desapareció sin dejar rastro. Según algunas personas, los sepultureros la cogieron un día llevándose el dinero que la gente dejaba como limosna. Desde entonces no se la volvió a ver. 3ª. Para otros, esta devoción debe su origen a una familia que rezó ante la tumba con mucho fervor y al creer que el Señor le concedía muchos favores subieron otras familias. A partir de este momento, comenzó a subir mucha gente y a extenderse que la estatua del Señor de dicha tumba era muy milagrosa. Otro dato a tener en cuenta, en la todavía pequeña tradición de este fenómeno, es el día señalado para el rezo del rosario. Ese día se concreta en los viernes. Al principio fue sólo el primer viernes de cada mes, pero más tarde se extendió a todos los viernes del mes. La tradición tiene su origen en las personas que empezaron a subir: éstas, en su mayoría, eran las mismas que iban a rezar los primeros viernes de mes al Cristo de los Favores en el Campo del Príncipe. Y digamos algo sobre la tumba. Según afirman algunos, la estatua del Señor no perteneció en su origen al conjunto de la tumba. En este sentido hay que destacar que, según Manuel (que dirige el rosario todos los viernes), él mismo tuvo un sueño en que vio esta estatua caída dentro de una tumba abierta; sin saber cómo, después de algunos días, volvió a verla en su actual sitio. El dice que comenzó a rezar el rosario porque se lo pedía la gente. Existen diversas versiones sobre quiénes son las personas enterradas en la tumba. Los datos más ciertos de que disponemos serían los siguientes: - Se trata de doce miembros de una familia (Rodríguez-Vita). Miguel, el fotógrafo que cuida de la tumba, ha visto enterrar a los dos últimos. El último de todos pertenecía a la rama de los Vita. - Es una familia con algunos de sus miembros militares; con bastante dinero, parece que eran duelos de los terrenos donde hoy se asienta la Casería de Montijo. - Un miembro de la familia vive actualmente en Madrid, y, alguna que otra vez que vino a Granada, se acercó al cementerio y dio las gracias a Miguel por tener limpia la tumba. - Del cuidado de la tumba se encarga el dicho Miguel, desde hace unos quince años. Vive de lo que la gente le deja como limosna. El puso en la tumba el siguiente cartel: «Se ruega la voluntad para el que limpia a Nuestro Señor Milagroso». Además de estos datos, entre algunos miembros de esta devoción corren otras versiones más cercanas a la leyenda. Algunos señalan que allí está enterrada una señora que fue muy santa. Pudieran referirse a doña Isabel, miembro de la familia Rodríguez-Vita. pero parece, según otros datos, que no habría sido tan san-ca, por el mal trato que daba a los criados. Unos señalan que tal señora vivía en la cuesta Gomérez; otros dicen que se trata de una mujer que descubrió un «parche» que curaba los granos. No podemos saber si todos se refieren a la misma señora. Existe otra leyenda según la cual allí está enterrado un cura, según otros una monja. Para todos ellos, sea cura o monja, ellos serían los mediadores por los que el Señor realiza los «milagros». Otra versión
indica que allí
está enterrada toda una familia de Málaga, que
murió
en accidente.
El método de estudio del hecho Tras esta primera presentación del hecho y de su historia, me parece interesante el decir algo sobre el método utilizado en el estudio de este caso concreto. Esto daría pistas para otros trabajos antropológicos. En el presente artículo, presento las conclusiones elaboradas de un grupo de trabajo compuesto por diez estudiantes, que en la Facultad de Teología estudiaron un caso de religiosidad popular, durante el curso 1978-1979. En este seminario, tras un tiempo de elaboración teórica sobre la problemática de la religiosidad popular, a base de lecturas, se eligió «el Señor del Cementerio de Granada» como terreno donde realizar un estudio de campo y un análisis desde la antropología y la pastoral. La problemática que nos interesaba conocer era el proceso de sacralización de un objeto, sitio, tiempo, persona y ritual en la sociedad granadina actual. Para ello nos parecía indispensable el conocer la historia del hecho, el ritual en sus diferentes dimensiones, las personas que lo frecuentaban, las motivaciones que los llevaban al cementerio, así como las distintas facetas del fenómeno y sus posibles significaciones. Dado que se trataba de una realidad eminentemente viva, que no figuraba en papeles ni archivos, había que programar un trabajo de campo orientado a formar el cuerpo de documentos a estudiar. Optamos por la observación participante del ritual y por la larga entrevista semidirigida de algunas personas relacionadas con el hecho. Se eligieron diecinueve personas para ser entrevistadas: Doce de ellas iban al cementerio; las siete restantes estaban al corriente del asunto, aunque no se reconocían «fieles». Los entrevistados pertenecían, en su mayoría, a la clase media baja o muy baja. La edad media era de 45 años. La profesión de la mayoría era amas de casa, parados o empleados. Trece mujeres y seis hombres. Diecisiete de entre ellos vivían en la ciudad y dos en pueblos cercanos. Por último, la formación y nivel cultural era bajo o muy bajo (analfabetos o sólo algún año en la escuela). Tuvimos especial cuidado en entrevistar a personas que nos parecían ricas en información sobre el hecho: el primero de todos era Manuel, «el carnicero» del Zaidín, que es el oficiante del ritual; también Miguel, «el fotógrafo», que cuida de la tumba desde el comienzo de esta devoción. También entrevistamos al cura del cementerio y al concejal del Ayuntamiento encargado del cementerio. En el resto de los entrevistados se procuró una representatividad de edad, sexo y profesión, siempre entre personas que conocían el hecho, o por ser clientes o por haber oído hablar de él. Nos distribuimos a las personas que iban a ser entrevistadas. Se trataba de charlar con ellas, grabando las entrevistas o tomando notas según los casos. El papel del entrevistador sería el hacer hablar a la persona sobre el hecho. Previamente nos habíamos puesto de acuerdo sobre una serie e temas que convendría que hábilmente salieran en la conversación. Por ejemplo: el ver si frecuentaba otros santos o devociones, si iba mucho a misa u otros actos de la Iglesia católica, favores que había recibido él u otras personas, desde cuándo iba al Señor del Cementerio y quién le había hablado por primera vez, qué hacía en el cementerio, por qué iba allí. Se preveían también una serie de preguntas provocativas, del estilo «si el obispo o los curas dijeran que esto es una superstición y lo prohibieran, ¿cómo reaccionaría usted?» Asimismo nos interesaba ver sus tendencias y actividades políticas y sus modos de emplear el ocio, cara a situarlos en su nivel de integración y actividad social. Una vez realizadas
las entrevistas, se analizó
su contenido y se fueron agrupando los datos de todas ellas en torno a
algunos temas generales: la historia, el ritual, los exvotos y
promesas,
la vida religiosa global, la situación social e
ideológica,
la relación con la Iglesia oficial. Algunas de estas
conclusiones
son las que se exponer en este artículo.
Presentación del ritual En todo ritual se combinan una serie de elementos y acciones que las personas utilizan, en un tiempo y espacio dados, para entablar su relación con lo sagrado. En el Cristo del cementerio, el espacio es el cementerio, lugar de los muertos que están con la divinidad. El tiempo intenso es el viernes de cada semana y, sobre todo el primer viernes de mes. Estos dos rasgos del ritual nos dan ya el carácter penitencial y trágico de esta devoción, al subrayar la muerte y la penitencia. El objeto principal del ritual es una imagen, el Señor de la tumba (que, como he dicho antes, no queda claro si se trata de Jesús o de un santo anónimo). Hay otros objetos importantes: las flores, las velas, los exvotos, el dinero y, sobre todo, las promesas. Estos objetos nos hablan del carácter «comercial» de este relación con lo sagrado. El esquema do ut des (doy para que me des) está presente en todos estos objetos que se ofrecen al Señor del Cementerio, a condición de recibir un favor o un milagro. Entre las primeras cosas que la gente dice de este Cristo es que es muy «milagroso». La misma bandeja del dinero recoge este apelativo para el Señor. La motivación primordial de los fieles es, pues, la de recibir ayuda. En esto hay unanimidad entre los entrevistados. Para ello se ofrecen todos estos objetos que cuestan dinero o son bonitos, y se ofrecen con un deseo de que se consuman como las velas ante lo sagrado. El mismo ritual individual o colectivo está orientado también a recibir estos favores. La presencia individual o colectiva en una serie de oraciones es el mayor don que se puede hacer. Las oraciones son monedas de gran valor. Se pone especial interés en buscar a una persona que maneje bien esas monedas espirituales: «Manuel, que sabe rezar muy bien». Por eso, se irán acumulando oraciones sobre temas variados, sin ilazón lógica clara. Lo importante es que haya oraciones, muchas y bonitas, y que sean bien dichas. Lo mismo diríamos de los cantos. que tienen todos ellos un sabor dramático y penitencial, reflejo adecuado de las tragedias físicas, psíquicas, económicas o sociales, de las personas que frecuentan el ritual y, también, de la culpabilidad que quieren remediar. El ritual combina esos objetos y oraciones con una serie de gestos de gran valor significativo: abrazar al Señor, besarlo, pasar la mano por alguna parte de la estatua (cara, ojos, brazos) y, a continuación, pasar también la mano por las partes correspondientes de su propio cuerpo. Esta misma operación la suelen repetir con una flor, preferentemente un clavel, que después se llevan a sus casas, como si se tratara de una reliquia. En estos gestos, estamos ante un comportamiento religioso que, objetivamente, roza la magia, aunque queda siempre la incógnita de saber el significado que dichos gestos tienen para la persona que los hace: ver si pretende el dominar y obligar a la divinidad o si la relación es de aceptación libre de la dependencia. Se supone que el objeto sagrado está impregnado de una fuerza sobrenatural, que se comunica al fiel y a todo lo profano por el contacto. Voy a dar a continuación una reseña del desarrollo del ritual de los viernes y a recopilar las oraciones que se suelen decir, por creer que es un documento digno de ser recogido. Todos los viernes, a las cinco de la tarde, se reúne un pequeño grupo de personas que son los que intervienen más activamente en el acto. Se van sumando otras personas que estarán durante toda la celebración. Finalmente, otros grupos van llegando y, a escala privada, hacen sus oraciones, besan al Señor y se marchan, sin participar plenamente en el ritual. El «celebrante» es un seglar. A lo largo de toda la celebración permanece de rodillas, dirigiendo el rosario, muy entonado y con mucha unción. Las demás personas van respondiendo. Se canta, se pide por los difuntos. Terminado el rosario, el grupo de «dirigentes» hace su propaganda o campaña, diciendo: «El mundo está muy mal, tenemos que rezar mucho y, sobre todo, como lo hacemos nosotros». Por último, hacen una invitación para que se acuda todos los primeros viernes de mes, invitando también a conocer y visitar el Palmar de Troya, que «allí es donde se reza bien y como Dios quiere». Durante el rezo, y por parte de los «devotos de paso», hacen sus oraciones en privado, y depositan sus flores y su limosna en una bandeja; este dinero va destinado al señor que cuida y mantiene limpio el lugar. He aquí las oraciones que pudimos recoger en nuestra asistencia al ritual: - El rosario: * Al final de cada misterio dicen: «Oh Jesús mío, perdona todos nuestros pecados y socorre en especial a las benditas almas del purgatorio. Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las almas, y socorre en especial a todos los pecadores que necesitan de tu misericordia. Alabado sea el Padre, alabado sea Jesús en el santísimo y divinísimo Sacramento del Altar». * Oración de acción de gracias: «Infinitas gracias te damos, soberana Princesa, por todos los favores que todos los días recibimos de vuestra benéfica mano; dignaos, Señora, tenernos ahora y siempre bajo vuestra protección y amparo, y, para más obligaros, os saludamos con una salve». * Salve ... * Letanías lauretanas ... * Sagrado Corazón de Jesús ... * Dulce Corazón de María.. * Una intención por el rosario. Padrenuestro y avemaría. - Canto del Ángelus: «El ángel vino de los cielos y a María anunció el gran misterio de los hombres, que fue de Dios la encarnación» Coro: «Virgen, Madre, Señora nuestra, recordando la encarnación, te saludan tus hijos todos como estrella de salvación». Avemaría. «Yo soy la esclava del Señor, mi Dios, la Virgen dijo al contestar, se cumpla en mí según ha dicho, se haga en mí su voluntad». Coro: «Virgen, Madre... Avemaría. «El Verbo para redimirnos tomó su carne mortal. Se hizo hombre entre los hombres librándonos de todo mal». Coro: «Virgen, Madre ... Avemaría. Oración: «Derramad, Señor, vuestra gracia en nuestras almas ...» - Acto de desagravio a la Santa Faz del Hijo de Dios (posiblemente tomado de la liturgia del Palmar de Troya): 1. Yo pecador (el que se rezaba en la misa antigua). 2.Oración: «Oh Faz amabilísima de Jesús, a quien venimos atraídos por tu dulce mirada que como divino imán arrebata nuestros corazones, que, aunque pobres y pecadores, oh Jesús, quisiéramos enjugar tu adorable Faz, y consolarte de las injurias y olvido de los pecadores. Oh rostro hermosísimo, las lágrimas que brotan de tus ojos nos parecen piedras preciosas que queremos recoger para comprar con ellas las almas de nuestros hermanos. Ha llegado a nuestros oídos la queja amorosa que salió de tus labios en la cruz, y, sabiendo que la sed que te abrasa es de amor, quisiéramos poseer un amor infinito para poder apagarla. Oh amado Jesús, si nosotros tuviéramos el amor de todos los corazones, todo sería para ti. Envía, Señor, almas, sobre todo almas de apóstoles y de mártires, para abrasar a la multitud de los desgraciados pecadores. Oh adorable Jesús, mientras esperamos el día en que contemplemos tu gloria infinita, nuestro único deseo es venerar tu Faz santísima, a la cual consagramos, desde ahora y siempre, nuestra alma con sus potencias y nuestro cuerpo con sus sentidos. Oh Jesús, haz que tu rostro lastimado sea aquí abajo nuestro cielo. Así sea. Adorable Padre, nuestro Señor Jesucristo, vilmente ultrajado por nuestros pecados, concédenos la fuerza necesaria para defendemos con la vida. Así sea.» 3. Canto: «Señor, aquí estoy, y las gracias te doy por haberme hecho venir. Señor, todo el mundo debiera venir, para contemplar el amor que desprende tu Faz. Señor aquí estoy, y qué contento estoy, porque sé que nos quieres salvar. Señor, todo el mundo debiera creer, para así poder también ellos amar tu bondad. Señor, Señor, haznos creer. Señor, aquí estoy, y pidiéndote estoy por los que no creen en ti. Señor, dadle a tus almas un poco de luz para comprender de verdad que bajaste al altar. Señor, Señor, dales tu luz.» 4. Oración a la llaga de la espalda del Señor: «Jesucristo, amadísimo cordero de Dios, yo pobre pecadora, saludo y reverencio vuestra santísima llaga que sufriste en la espalda, llevando vuestra pesada cruz, con que, por causa de los tres huesos que de ella salían, sentías grandísimo dolor sobre tu santísimo cuerpo. Te adoro dolorido, Señor mío, reverénciote, glorifícote, Señor mío, en lo íntimo de mi corazón. Te doy gracias por aquella santísima y muy profundísima llaga de tu espalda, suplícote, muy humildemente, por aquel pesado cuerpo de tu cruz, que tengas misericordia de mí, y perdones todos mis pecados, tanto mortales como veniales, y me acompañes en el camino de la vida, por los siglos de los siglos. Amén.» 5. San Eugenio y san Bernardo concedieron a quien dijere tres veces el padrenuestro (se reza). Jesucristo amantísimo, que sufrió tres años, concedió trescientos años de indulgencia. El papa san Pío V puso estas letras de oro en su palacio y concedió tantos días de indulgencia como estrellas hay en el cielo, arenas en el mar, hierbas en el campo. Aquí la rezaré de rodillas, delante de la santísima Cruz: «Oh santísima Cruz, oh piadoso cordero, oh pobreza de Cristo, mi Redentor, oh llaga muy lastimada, oh corazón traspasado, oh sangre de Cristo derramada, oh dignidad de Cristo digna de ser reverenciada. Ayúdame, Señor, para alcanzar la vida eterna. Amén.» San Bernardo
le preguntó al
Señor cuál había sido el mayor dolor que
sufrió
en su pasión. Respondió el Señor: «Yo tuve
una
llaga, una llaga honda de tres dedos, que se me hizo llevando la cruz,
ésta ha sido de mayor pena y dolor que todas las otras, lo cual
consideran poco todos los hombres por no ser la conocida, pero
tú,
tenla en veneración y cada vez que me pidas una gracia para tu
virtud,
te la concederé, y por ella me honraré, te
perdonaré
tus pecados, de los mortales no me acordaré y te seguirá
mi gracia y mi misericordia. Así sea.»
Las personas y sus motivaciones Para una mejor comprensión del fenómeno, voy a presentarlo ahora desde el punto de vista de las personas, para ver su situación y sus motivaciones. Con ello estaremos esclareciendo la significación antropológica. Los clientes del Señor del Cementerio son de clase media baja o muy baja. Gente sencilla, con poca instrucción o casi analfabetos y muy crédula. Son muy tradicionales y de ninguna manera integrados en el ambiente social, cultural y político de la época moderna. Su vida discurre en el ámbito individual o familiar o, a lo sumo, vecinal. La mayoría están por encima de los cuarenta y cinco años y son en su mayoría mujeres. Los jóvenes no van porque les parece desfasado o tradicional, no les dice nada, lo ven propio de gente mayor y, además, son incrédulos y escépticos a todo lo referente a milagros. Tienen un concepto del mundo pesimista y caótico. Para ellos, el hombre está plagado y asediado de males de todo género, de los cuales no puede liberarse por sí mismo. Só1amente puede liberarse si cuenta con la fuerza de lo divino, presente en algunos objetos, lugares o personas del mundo, lo sagrado. La experiencia del dolor y del mal en sí mismos y en los demás es fuerte y general. Están desilusionados de la vida. La vida es una tragedia. Son pesimistas y escépticos respecto a la política (como la capacidad del hombre de mejorar la historia y la sociedad) y respecto a toda solución humana. Por eso se refugian en una religión cuyo objetivo primero es el solucionar por el milagro o el favor estos males individuales y sociales, físicos y psíquicos, temporales y eternos. De aquí que las promesas y exvotos, que suponen un intercambio comercial con lo sagrado, sean el rasgo que más llama la atención. Detrás de cada exvoto hay una historia de miseria que ha sido atendida satisfactoriamente por la divinidad. Como muestra de ello, quedará colgada a la cruz de la tumba un signo que recordará ese favor recibido (una pierna, un ojo, un mechón de pelo, una mano, un corazón, un niño de pecho, una oreja, etc.; existe todo un comercio que surte de estos exvotos en hojalata). Una promesa será siempre un contrato entre el fiel y lo sagrado (en este caso, el Señor del Cementerio), que el fiel se formula en términos parecidos: «Si me concede tal cosa, le hago (doy, o llevo) tal otra». Las promesas que hemos visto se frecuentan más en nuestro caso son: el subir todos los viernes al cementerio -que por estar tan alto supone un esfuerzo-, subir y bajar andando, subir descalzos, dar vueltas alrededor de la tumba, venir desde lejos, ofrecer lamparillas, velas, flores, etc. Normalmente, las promesas deben guardarse en silencio mientras no se cumplan. El revelarlas podría ser pernicioso para su feliz desenlace. Podemos decir, pues, que la religiosidad que se vive en el Señor del Cementerio es una religiosidad de contratos interesados con lo sagrado. La misma manera como tres mujeres de las entrevistadas nos cuentan su vivencia del ritual nos confirma lo que acabo de decir. He aquí frases tomadas de las entrevistas:
Cada «cliente» lleva consigo una zona del mundo personal o social herida por la enfermedad, la muerte o la violencia. Y el Señor del Cementerio tiene una función de remedio o calmante. Todo está orientado a que lo sagrado solucione los problemas que el hombre no es capaz de arreglar. Hay que señalar también que esta experiencia se vive a un nivel individualista, incluso en el ritual colectivo de los viernes. Lo importante es el intercambio de cada individuo con lo sagrado -la imagen-, cara a solucionar el problema. Esto la aproxima a la magia. El estar juntos rezando se hace porque es uno de los métodos más eficaces para conseguir los favores. Por eso la visita al Señor del Cementerio no genera un sentido de pertenencia a un grupo ni una solidaridad con los otros, ni un compromiso histórico en la solución de los problemas, ni una apertura gratuita y desinteresada a un Dios personal, ni una acción de gracias incondicional. Só1amente se agradece, normalmente con una ofrenda que cuesta algo, en tanto en cuanto se ha obtenido algo o se piensa obtener. Si no se consigue, se da el enfado del fiel. Hemos escuchado frases como ésta: «Me voy a pelear con el Señor... Con lo que le he hecho, y no me ha concedido el favor». El ser un fenómeno vivido a escala individual explica el que la relación con la Iglesia católica institucional sea de desconocimiento y de cierta desconfianza mutua. La entrevista con el sacerdote y con un matrimonio me han parecido especialmente elocuentes para ilustrar esta marginalidad religiosa. Nos decía el sacerdote: «Con mi actitud de indiferencia hago ver a la gente que eso no es tan importante, y que hay cosas mucho más importantes. Que vean que el sacerdote nunca se acerca por allí». El concejal del Ayuntamiento nos hablaba de esta tensión entre la jerarquía y los fieles del Señor del Cementerio. Nos decía que la jerarquía ve la necesidad de intervenir, pero no sabe cómo, porque quieren evitar choques y enfrentamientos con la gente, pues, si no, habría problemas y «lo que interesa es que la gente esté contenta». Hay pues, una cierta tensión, que aparece sobre todo cuando esta devoción llega a una cierta autonomía creativa, con sus ritos propios y sus devociones. Esto se acentúa los viernes, en que, a la misma hora, a las cinco de la tarde, coexisten dos rituales en el cementerio: la misa y el rosario penitencial. En estas ocasiones, el sacerdote ha hablado a veces en la capilla sobre la verdadera devoción», sobre el culto a Cristo, que es mucho mejor que las demás devociones. Si estos fieles se sienten integrados a algún grupo cristiano, a algún tipo de iglesia, no es precisamente a la iglesia posconciliar. A lo más, se refieren o se sienten identificados con un tipo de iglesia tradicionalista a ultranza. Añoran las misas en latín, rezos del rosario en la misa, construcción de iglesias grandiosas, comunión en la boca y no en la mano, ya que «la hostia sólo la pueden tocar las manos consagradas». El hecho de que mucha de esta gente sean adictos al Palmar de Troya lo aclara todo. Allí ven asegurada su visión de la Iglesia, mientras que la Iglesia oficial está, en su opinión, «podrida y prostituida». El cura dice que esa gente está fanatizada y la gente ve mal el que el «cura» se meta en sus devociones al Señor. Se observa, además, que esta gente no tiene contacto personal con el sacerdote. La gente no lo conoce. Su vivencia religiosa la buscan por sí mismos, en el Cristo del cementerio o en devociones parecidas (fray Leopoldo, Cristo de los Favores, Virgen de las Angustias, Virgen del Perpetuo Socorro, Palmar de Troya, o similares). Con la Iglesia institucional tienen el contacto mínimo y necesario para una cierta, integración y seguridad social y religiosa (la recepción de los «sacramentos de paso»).
Conclusiones generales A modo de resumen, voy a formular una serie de ideas que pongan fin a la presentación y análisis de este caso: 1. Una práctica marginada social y religiosamente: No podemos decir que el Señor del Cementerio sea una práctica masiva y oficial de la religiosidad granadina. Se trata, por el contrario, de una realidad minoritaria y marginal, que corresponde precisamente a un grupo social marginado, tanto por la sociedad como por la institución eclesiástica. La edad avanzada, el sexo, la falta de cultura, la tendencia a la superstición y a la magia, el sufrimiento físico, la penuria económica y el poco poder social hacen que este grupo de personas no se sientan integradas y a gustó ni en la sociedad moderna ni en una iglesia que no está pensada para los marginados. Por ello, ellos mismos se buscan sus propias prácticas religiosas. 2. El Señor del Cementerio nos da que pensar en otros muchos fenómenos de sacralización. En el mundo moderno, de la urbanización, de la tecnología y de la autonomía del hombre, en que se proclama la secularidad y la desaparición de lo sagrado, la «muerte de Dios» para dar paso al hombre, persisten aún capas sociales para las que lo sagrado es aún una necesidad. En el caso del Señor del Cementerio, esto es claro. El hombre, ante problemas físicos, psíquicos, sociales o económicos, no intenta solucionarlos por sí mismo o por los avances de la técnica, sino que acude a lo divino. Las causas segundas no actúan. Se acude directamente a la causa primera. Pero podemos decir que este esquema de religiosidad se da también en gran parte de los practicantes de la Iglesia católica institucional. Lo cuál daría que pensar que la secularización quizá sea una realidad que se aplica a los grupos sociales que han accedido a la ciencia, la técnica, la filosofía, el dinero u otras clases de poder. Pero la mayoría de la masa popular, desprovista de saber, de poder y en una situación vital de violencia y de muerte, sigue sacralizando objetos, personas, lugares y tiempos, dentro y fuera de la institución eclesiástica, para dar una salida a su vida. 3. Hay que reconocer, pues, que este tipo de prácticas religiosas marginales (y otras más oficiales que funcionan de modo parecido) tienen una finalidad utilitaria y mágica: sirven para dar una solución (al menos ilusoria o simbólica en cuanto se expresa el deseo y se consigue la resignación) al problema de la muerte y la violencia individual y colectiva. Además, esto se hace obligando en cierto modo a lo divino en una especie de contrato. En ningún caso hay una relación clara de unión desinteresada a la divinidad. El buscar la solución de todos los problemas humanos en lo divino lleva consigo en el hombre la idea de que el hombre no es dueño de la naturaleza ni de los acontecimientos y que, por tanto, debe resignarse. No es de extrañar, pues, que la derecha reaccionaria y los poderes sociales inmovilistas se interesen por este tipo de fenómenos que mantienen al hombre en la ignorancia y alejado de todo ideal revolucionario. En este sentido, hay que decir que este tipo de religiosidad es alienante psicológica y socialmente. 4. Mi última
reflexión es sobre
la conveniencia de que la antropología considere los
fenómenos
marginales (ya sean religiosos, sociales o culturales) por el valor
indicativo
que pueden tener sobre la sociedad global. El análisis del
Señor
del Cementerio nos ha hecho detectar problemas de marginación
que
están en la base de este fenómeno religioso, tan cargado
de magia y superstición. Es la solución que una clase
oprimida
busca a su miseria, ya que no le puede venir ni del poder, ni del
saber,
ni siquiera del sentirse a gusto en la institución
eclesiástica. |
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