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Todo, aparentemente, nos induce a entender el carnaval como una fiesta que subvierte el orden establecido, aunque este «poner cabeza abajo» el mundo sea sólo temporal y luego la gente vuelva a su realidad cotidiana con arrepentimiento y los antropólogos continúen discutiendo si en realidad el carnaval ha cubierta una función de transformación o de conservación. No describirá los innumerables signos de la fiesta mediante los cuales el individuo se «convierte» en su opuesto y «realiza» lo prohibido. Los valores y el orden sociales parecen en peligro y el poder político, al menos desde 1807, ato del que datan los primeros documentos que conocemos sobre el carnaval de Granada, se ve en la obligación de prohibir total o parcialmente el desarrollo de la fiesta o de, como se hace actualmente, controlarla con habilidad. A pesar de la cantidad de pruebas en contra, intentaré demostrar que el carnaval cumple una función básica de conservación de la moral y el orden de la comunidad, matizando en dos sentidos: que el carnaval es una fiesta enormemente multifuncional y que es geográficamente muy variable, manteniéndose formas y funciones muy diferentes, por ejemplo, entre el carnaval rural y el urbano; aun así el sentido de la fiesta moralizante es siempre muy fuerte y primordial. Realizaré el análisis a partir de los carnavales de varios pueblos de Granada, que fiesta. En ellos observamos que en el fondo no es el orden social lo que se critica, sino al contrario son los transgresores y las transgresiones del orden comunitario los que sufren duros ataques. «El entierro de la zorra» es una representación carnavalesca que se realiza en Güéjar Sierra, un pueblo de 2.730 habitantes. situado en la montaña a 16 kilómetros de la ciudad de Granada, con una economía básicamente agrícola y ganadera. El domingo de carnaval, un grupo de máscaras saca en andas a una zorra disecada, Los días anteriores han organizado la cacería por las proximidades del pueblo y han mandado al animal a Armilla para que lo llenen de petardos. Sale en procesión la zorra, portada por cuatro máscaras y seguida por su cazador (no es el auténtico cazador) con escopeta de madera de cañones torcidos, detrás el «cura de la zorra», «los monaguillos», «la suegra» y «la viuda» de la zorra. Uno de ellos lleva una escupidera llena de vino blanca, morcilla y longaniza, que va ofreciendo al público para beber. La zorra recorre las calles del pueblo con una gallina viva atada al, hocico, pero su recorrido no puede coincidir con el de las procesiones del rito católico. En la Plaza, el «cura de la zorra» dice un sermón y se le prende fuego al animal, que estalla en mil pedazos. He aquí algunos párrafos del sermón: «Esta es la fábula
antigua La fiesta se inscribe en los ritos de carnaval que tienen como objetivo la preservación de ganados y cosechas, frecuentes en el norte de España y en Europa. Según Caro Baroja, pueden proceder de las Lupercales romanas, que se celebraban precisamente en fechas coincidentes con el actual 15 de febrero. En el «entierro de la zorra» no sólo se destruye la alimaña que pone en peligro la economía del pueblo, sino que además la comunidad se defiende de dos «peligros» de orden moral: los ataques contra la propiedad y contra la moral sexual, La zorra es el símbolo de los dos «males» y su carácter sexual queda reforzado al ponerle un nombre de mujer: María García, que más tarde, para no herir susceptibilidades, fue cambiado por el de Arpía García. Según el sermón, la zorra es una intrusa, que se introduce en la comunidad para acabar con su pureza: «cruzó muchas veces nuestro cristalino río», «se revolcó la muy puerca en el blanco rocío». Las referencias a su carácter de ladrona son claras, pero se trata evidentemente de una mujer que engaña, no sólo por el nombre, sino por referencias como: «disfrazada de mantilla» o «debido a su altura perdiese su tez finura». La comunidad hace representación del juicio y condena de la zorra y de los males por ella simbolizados; para ello toma los atributos del poder moral, la Iglesia. Pero la zorra, después de ser quemada (purificada), no desaparece, sino que cada año «nacerá en algún otro lugar de la misma umbría», por lo tanto la comunidad ha de estar en atenta y permanente lucha contra ella. En definitiva,
por
medio de la simbolización,
los que se atrevan a transgredir una de estos valores morales
serán
desarraigados de la comunidad. Todos los miembros del pueble) citados
en
el sermón son adjetivados como moralmente buenos en
oposición
a la zorra; así pues sobre los individuos que la comunidad
identifique
con ella pesará la amenaza de exclusión moral del grupo y
de ser castigados con las críticas del pueblo. El carnaval de Lanjarón es uno de los de mayor tradición de Granada; las comparsas bien organizadas ensayan durante meses y el domingo de carnaval recorren el pueblo ante una gran cantidad de público, que se limita a observar pasivamente (antes de la Guerra Civil, la mayoría de los habitantes se disfrazaban para participar en la fiesta). El día anterior se ha hecho un concurso de murgas en el teatro. La fiesta se ha convertido en espectáculo. Las coplas de carnaval parecen tener mucho arraigo popular, como demuestra el hecho de que son recordadas incluso las de principio de siglo. Las letras, desde la época de Alfonso XIII a la actualidad, están repletas de criticas moralizantes, pero sobre todo atacan con fuerza los cambios en las costumbres y comportamientos sociales, más aun si se trata de la mujer. Por ser este componente machista el principal de la historia ideológica del carnaval de Lanjarón, comenzaré por su análisis: Antes de la Guerra Civil, habla en Lanjarón, como en casi todos los pueblos de España, la costumbre de preservar a las mujeres de cualquier contacto con foráneos, de considerarlas como propiedad privada de los hombres de la comunidad. El carnaval las amenazaba con esta copla: «Las niñas de
Lanjarón
se tienen por guapas, Por la misma época la moda de maquillarse también fue combatida por el carnaval: «Conocemos a esas niñas Durante el franquismo, como en casi todas partes, en Lanjarón, el carnaval tampoco se celebró, pero al reinstaurarse con la democracia, uno de los temas más tratados volvió a ser el de la mujer y con el mismo carácter conservador que 50 años antes: «En este pueblo hay muchas
mujeres Del carnaval de 1987 (sin comentarios): «Ninguna muchacha debe
acordarse En los mismos carnavales la televisión matinal también fue contestada por el peligro que suponía para la estabilidad de las costumbres del pueblo y para los privilegios masculinos: «Todas nuestras mujeres Las críticas contra las transgresiones a la moral comunitaria, antes de la Guerra Civil, eran en Lanjarón muy duras y personalizadas, ello aumentaba el temor y por tanto el respeto a las normas: «Isabelica la morcillera, Esta, como otras coplas, además de la crítica contiene una enseñanza: el destino castiga a los que desprecian el cumplimento de las costumbres. El carnaval en este sentido actúa como la tragedia clásica, En la actualidad las criticas moralizantes no se personalizan, a no ser en el caso de políticos o rara vez de personas no pertenecientes a la comunidad (como el cojo Manteca, que aparece representado en multitud de carnavales en 1987). Normalmente el ataque se dirige contra el hecho considerado inmoral y no contra las personas que lo realizan. «Muchas mujeres de
España Queda por resolver una aparente contradicción: ¿cómo es que siendo el carnaval una fiesta conservadora, que teniendo como objetivo prioritario conservar el orden social, la moral y las costumbres, ataca al poder y las instituciones? El carnaval es un mecanismo inconsciente. por el que la comunidad pretende de forma primitiva mantener el control de sí misma; se trata de un sistema similar al tribal para mantener la cohesión social y el orden. El grupo comunitario organizado espontáneamente ofrece fuerte resistencia a que las instituciones y leyes le arrebaten su poder de control social. El enfrentamiento surge en el campo ideológico que la comunidad se reserva para sí; las críticas al poder y a las instituciones vienen cuando intentan irrumpir en este ámbito o cuando cometen alguna transgresión contra el cuerpo moral y de costumbres comunitario. En las críticas de tipo político recogidas, nunca se cuestionan las instituciones, ni el poder, ni el dominio de una clase, sino las actuaciones de éstos consideradas inmorales. Antes de la guerra se criticaba con frecuencia a los caciques por sus actuaciones deshonestas. En Lanjarón, durante la 2ª República, se cantaba una copla de carnaval contra un pucherazo organizado por un cacique apodado «el Vizcaíno»: «Un presidente de mesa *** El carnaval de Tocón, pedanía de Íllora, desapareció en el 36 y no ha vuelto a celebrarse, pero la gente recuerda bien muchas letras de aquella época. Aquí la crítica moralizante tenía un aspecto excepcional, las murgas y comparsas hablaban bien de quien se había portado bien con el pueblo. Hay que señalar que se trata de un pueblo agrícola con una alta concentración de la propiedad y una gran masa de jornaleros: «Venimos a saludar Casi siempre se personalizaba, tanto cuando se trataba de alabanzas, como cuando eran puyas o acusaciones: «Venimos a saludar Este tipo de letras contra la corrupción de los gobernantes es frecuentísimo en casi todos los carnavales. Las otras coplas que recuerdan los habitantes de Tocón nos demuestran que tenían también interés por la preservación de la moral sexual y el hecho de que hayan sido aprendidas por personas que no han vivido el carnaval pone de manifiesto su valor ideológico. Se atacaba duramente la infidelidad de forma personalizada o con, referencias que permitían conocer a las personas: «Un pollo de mi pueblo *** El carnaval de Dúrcal se celebraba antes de la Guerra Civil, pero su reconstrucción ha sido hecha por jóvenes y apenas se han conservado tradiciones. Es el poder municipal el que organiza la fiesta y por medio de concursos, premios y normas la controla totalmente. Pese a ello, las comparsas dirigen sus críticas principalmente contra la política municipal, pero sólo en el caso de que ésta trate de cambiar alguna de las costumbres del pueblo. «Qué nos pasa,
chiquillos, O cuando su actuación es considerada inmoral: «Los bomberos aquí
aún
no existen, Se crea de esta forma un mecanismo por el que el poder municipal controla las críticas y el pueblo mantiene la ficción de su privilegio de control sobre la moral y las costumbres. Las críticas
a la política nacional,
en la mayoría de los carnavales actuales, tiene el mismo
sentido;
normalmente sólo se dirigen contra incumplimientos de promesas,
utilización oscura de bienes públicos, leyes que rompen
la
tradición, falta de ayuda al pueblo y algunas otras
prácticas
de los políticos, consideradas inmorales. *** Naturalmente en un fenómeno tan complejo como el carnaval los tipos de letras descritos no son los únicos, lo que no resta valor a la argumentación expuesta, ya que, en primer lugar, este carácter moralizante es absolutamente dominante en las coplas de las fiestas estudiadas (puede que en la ciudad la conciencia de comunidad haya desaparecido o disminuido y esta función perdido fuerza), y en segundo lugar porque tienen mucha más arraigo que ningunas otras en la conciencia popular, de manera que en la tradición oral prácticamente sólo quedan letras de este tipo. Hasta aquí, el análisis se ha ceñido casi exclusivamente a un aspecto de la fiesta, el de las críticas realizadas a través de las coplas de carnaval. Pero ¿y las conductas? ¿no rompe la gente el orden mediante la realización de prácticas prohibidas? ¿Se puede decir que también esta es moralizante? Desde una perspectiva emic desde luego que no, pero el punto de vista etic es muy diferente: No tendré que demostrar que sólo se trata de una representación simbólica de lo prohibido, del mal. Esta función puede evidentemente tener una función similar a la del sueño para el psicoanálisis, la realización imaginaria de la reprimido, pero nunca ello, ni individual ni colectivamente, lleva a la realización real de lo prohibido. Por otra parte, la representación cumple una función de aprendizaje; durante el carnaval se aprende lo que es el mal, lo que está prohibido. Pero ¿se aprende para realizarlo? En absoluto. De hecho, después del tiempo de fiesta, las prácticas y los valores quedan en su sitio. Por el contrario se aprende el mal para saber lo que no hay que hacer. Esta hipótesis sería muy difícil de demostrar de no ser por el sentido que le da al carnaval la cuaresma. El miércoles de ceniza, la gente tiene que arrepentirse de lo que ha hecho; ése es el verdadero momento del aprendizaje; en ese momento se aprende qué es bueno y malo, qué debe reprimirse y qué no. En Brácana, una pedanía de Íllora, lo que ha quedado del carnaval ha sido el símbolo de su significado, la fiesta de «atar el diablo». El miércoles de ceniza (domingo de carnaval desde 1966) el pueblo en romería va al campo a hacer un nudo a la retama como símbolo de atar al diablo. Como en el caso de la zorra de Güéjar, se sabe que el mal está ahí, la comunidad la representa, pero sabe que hay que controlarlo, combatirlo. Este sistema de aprendizaje es evidente en las fiestas carnavalescas con rasgos saturnálicos, como el «rey de faba» a «de porqueros», la del «obispillo» o las mismas saturnalias romanas, (descritas por Cara Baroja en El carnaval). En ellas la elección de una autoridad cómica ejemplifica lo que sería de la sociedad si cambiase su estructura. La fiesta se mofa de la incapacidad de los dominados para tomar el poder, para cambiar la sociedad. En realidad lo que hace el carnaval es potenciar la cuaresma, que obtiene su victoria contra un mal más que imaginado, representado. Carnaval-cuaresma simboliza la lucha entre el bien y el mal según la concepción cristiana. El carnaval no es, como se piensa frecuentemente, una liberación del período de abstinencia que se va a vivir, de ser así se celebrarla probablemente después de la cuaresma, pero entonces en los esquemas mentales del pueblo el mal permanecería sobre el bien. Por el contrario, la cuaresma cobra pleno sentido y queda Justificada después del carnaval. Mayor es su poder cuanto mayor es el mal que logra vencer o el desorden que ordena. ¿Qué
sentido tiene entonces
para el poder restringir y hasta prohibir los carnavales? Este es un hecho innegable en la historia de España, desde principios del XIX al menos. Cuanto más autoritario es un régimen político, con más fuerza reprime la celebración de carnavales, llegando a ser prohibidos totalmente durante los dos períodos absolutistas del reinando de Fernando VII y durante el franquismo. La ley en vigor durante la década ominosa era la siguiente: «Toda persona de cualquier estado que fuese aprehendido con máscara a se le justifique haber bailado o estado en alguna casa con disfraces, será arrestado y desterrado por un año del pueblo a una distancia de 10 leguas y pagará una multa de 500 a 1000 ducados, pudiendo aumentarse la pena según la gravedad del delito. La misma cantidad se exigirá al dueño de la casa donde hubiesen concurrido máscaras». Después de la muerte de Fernando VII, se vuelven a permitir las máscaras en Granada, pero rigurosamente controladas por media de edictos, «a fin de procurar el mayor atractivo y cultura de las próximas fiestas». Para ello sólo se permitían máscaras «desde las 9 de la mañana hasta las oraciones. Se imponían multa a los que vistiesen «un disfraz inculto e inmoral». Se prohibía «el usa de distintivos, condecoraciones de Autoridades Civiles, Militares y Eclesiásticas». No se permitía arrojar huevos artificiales, saquillos, polvos, plumas, agua... «. Una vez arrojados los papelillos no se consentía de manera alguna recogerlos del suelo para utilizarlos nuevamente. El recorrido de las máscaras quedaba acotado por el ayuntamiento. Este edicto del alcalde de Granada se repite de manera similar desde 1854 hasta 1922. En 1936, según el diario Ideal de esas fechas, se permite por primera vez que las máscaras recorran toda la ciudad, incluso por la noche. En plena Guerra Civil, el gobernador general del estado del bando franquista se interesa por la supresión absoluta de los carnavales: «En atención a las circunstancias especiales que atraviesa el país, carente de motivos que justifiquen las alegrías internas... El primer dato significativo y sorprendente con que nos encontramos es que, en este esfuerzo desorbitado para la supresión del carnaval, la Iglesia apenas interviene; desde luego hace su lucha ideológica, pero parece contentarse sólo con que los limites entre carnaval y cuaresma permanezcan nítidos e inalterables. No hay referencia alguna en la documentación legal sobre el carnaval en Granada, ni en los territorios bajo la jurisdicción de la Real Chancillería de Granada (Andalucía, Provincias de Extremadura y la Mancha, Reino de Murcia e Islas Canarias) o de la Audiencia de Granada desde 1834 (provincias de Granada, Almería, Jaén y Murcia), a que la Iglesia haya presionado para la prohibición. Es, pues, el poder político, o mejor, sectores del poder político los que están muy interesados por la desaparición de la fiesta. ¿Cuál es la razón? Es lógico
pensar que la autoridad participe
del punto de vista emic sobre el carnaval y que por tanto el poder político, como encargado del mantenimiento del orden público y obsesionado por él en el caso de los regímenes autoritarios, trate por todos los medios de defenderlo. Pero esta motivación no debió de ser la fundamental, porque, a menos durante los siglos XIX y XX, apenas hay noticias de disturbios y violencia de importancia durante los carnavales, ni siquiera son utilizados argumentalmente para la represión de la fiesta, en todo caso se hacen referencias genéricas y ambiguas. La circular del gobernador general del estado, de febrero de 1937, prohibiendo «absolutamente» el carnaval, no hace la más mínima mención a desórdenes. Por otra parte, en la documentación sobre carnaval en Granada, encontramos continuas polémicas sobre los permisos de celebración. Por lo general el Gobierno Militar es más favorable que corregidores y alcaldes, y sobre todo que las salas de la Real Chancillería o la Audiencia. Todo esto nos induce a pensar que el desorden y la inmoralidad de la fiesta se encuentra sólo en el campo de lo mental emic. El factor básico para la represión del carnaval es el miedo a la crítica. Porque, mientras la Iglesia tiene el mecanismo de defensa de la cuaresma, mediante el cuál el miércoles de ceniza reconquista su orden y sus valores, el poder político o más concretamente los sectores de gobernantes que temen las críticas moralizantes del pueblo, quedan indefensos y tienen que recurrir a sus propios mecanismos de defensa: la represión en el caso de gobiernos autoritarios o la asimilación en el caso de sistemas democráticos. Precisamente los gobiernos de Fernando VII y de Franco, los más represivos de la historia contemporánea de España, fueron esencialmente inmorales, pues se constituyeron traicionando un juramento de fidelidad al pueblo. Los gobernantes actuales utilizan un mecanismo mucho más sutil para defenderse de los ataques populares. No prohíben, sino que intentan arrebatarle al pueblo la organización y el control de la fiesta; para ello se instaura un sistema de concursos con premios y son generalmente las comisiones municipales de festejos, dependientes de los ayuntamientos, las que imponen los horarios, lugares, formas de celebración y juzgan la calidad de los grupos concursantes. No es de extrañar que surjan fuertes polémicas entre asociaciones de barrio y ayuntamientos, como ha sucedido en 1987 en Granada. En definitiva el
carnaval, como toda fiesta,
es utilizado como instrumento de poder. hasta ahora era dominado por el
pueblo y utilizado por éste para conservar los valores morales y
costumbres propios, atacando a cualquier miembro de la comunidad o
institución
que tratase de infringirlas o transformarlas. En la actualidad, el
control
de la fiesta está pasando a manos de las instituciones
municipales
y las críticas se van moderando y haciéndose inofensivas.
La representación del desorden se está convirtiendo en
diversión
y la fiesta popular en espectáculo controlado. |
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