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Si consideramos las fiestas populares como el lenguaje simbólico que posee un pueblo determinado para poner de manifiesta su carácter real y verdadero, Cuevas del Almanzora es un pueblo esencialmente religioso y tradicional en lo que a ellas se refiere, ya que desde comienzos del siglo XIX vive apegada, entre otras (Semana Santa, la fiesta de las Maravillas) a la de San Antonio Abad, patrono de la hermandad más poderosa del pueblo, tanto por el número de hermanos como por su economía, e integrada por los agricultores de esta vega. Cuevas del Almanzora, situada en terreno llano al pie de Sierra Almagrera, en el ángulo nordeste de la provincia de Almería, y regada por las aguas del río de su mismo nombre, conoció una muy temprana ocupación humana al ser una vía de penetración desde el mar Mediterráneo hacia las vegas de Baza, Guadix y otras que configuran el Sur Intrabético. Las primeras huellas humanas hoy conocidas pertenecen al paleolítico superior, en cuyo período hubo un gran auge cultural, y así se han encontrado restos en el yacimiento de la Cueva Hermosa, en el que se hallaron industrias microlíticas que perduraron hasta el neolítico. A finales de este período y durante las edades del bronce I y bronce pleno (Argar), Cuevas tuvo un intensa poblamiento provocado por las explotaciones de minerales argentíferos en Sierra Almagrera y Herrerías, así como de minerales de cobre en la zona occidental de la comarca. La explotación minera, sobre todo de minerales argentíferos, atrajo, más adelante, a los pueblos del Mediterráneo. Así, los cartagineses reanudaron la explotación y el comercio de la plata en las zonas mencionadas, fundando hacia el siglo VI a. de Cristo, cerca de Villaricos, la colonia de Baria, para asegurarse el control de las minas de Sierra Almagrera y alrededores. Los romanos sustituyeran a los cartagineses en la explotación de los metales de la comarca; pero además de los restos derivados de la actividad minera, también han aparecido huellas de villas romanas dispersas por los sectores de regadío, que los ponen en relación con una explotación agrícola. Así entre Vera y Cuevas del Almanzora, Siret encontró una villa romana en el paraje denominado de Roceipón. Durante el largo período de la dominación árabe, la ocupación humana debió de ser en Cuevas del Almanzora muy intensa, aunque carecemos de datos para testificarlo. A esta época se debe, fundamentalmente, la transformación agrícola de la comarca, cuyas numerosas huellas, tanto en la morfología agraria como en la organización del regadío, han perdurado hasta el siglo XX, aún después de la renovación de la población que supuso la expulsión de los moriscos y la repoblación con cristianos viejos en el siglo XVI. La conquista del Valle del Almanzora por los Reyes Católicos se hizo a partir del adelantamiento de Murcia y culminó en 1488-89, tres años antes de la conquista total del reino nazarí con la toma de Granada. Toda esta zona así como otras áreas del reino nazarí fueron cedidas en señorío, a partir de 1490, a diversos nobles castellanos. Por la corona; y Cuevas del Almanzora fue donada junto con la villa de Portilla y los Vélez, al adelantado de la frontera de Murcia Don Pedro Fajardo, permutándolos por la ciudad de Cartagena que poseía este señor, siendo agregada entonces a la corona. Durante todo el tiempo que los sucesores de don Pedro Fajardo tuvieron el señorío, Cuevas se llamó «Villa de las Cuevas y Portilla», creándose un municipio para ambas entidades. A pesar de la benignidad de las capitulaciones, la población debió experimentar cambios por varios motivos. En primer lugar, el peligro de invasión cristiana que existía desde que empezó la guerra de Granada, provocaría la emigración de una parte de la población hacia lugares más seguros. Por otro lado, algunos pobladores fueron expulsados en el momento de la conquista; además, se favoreció la emigración voluntaria de la población musulmana a África; y finalmente, se alentó la afluencia de vecinos cristianos, sobre todo hacia las tierras orientales, que por estar más próximas a la costa eran consideradas como puntos estratégicos de defensa. Por todo ello se puede pensar que la mencionada conquista del Valle del Almanzora por los Reyes Católicos significó un estancamiento de la población, cuando no una pérdida en algunos lugares concretos, que la repoblación cristiana no llegó a compensar; pero, en el mejor de los casos, la conquista provocó traslados internos más o menos grandes de población. Estos trasvases de población explicarían la preocupación de la corona por repoblar con cristianos viejos los lugares estratégicos, ya fueran ciudades como Almería, o lugares de defensa como Vera y Mojácar, y de ahí las franquezas concedidas a Almería (1491) y a Vera y Mojácar (1494), que favorecerían a los nuevos pobladores. Sin embargo, esta primera repoblación no es comparable en cifras con la que se llevó a cabo en 1571-1574, repoblación que se hizo a base de murcianos y levantaos fundamentalmente, a los que le siguieron en número los repobladores de origen andaluz y los del Reino de Valencia. Y, finalmente, un pequeño número de repobladores eran originarios de Castilla la Vieja, del Reino de León, de Navarra, de Bilbao y del Reino de Aragón. Ahora bien, a pesar de las buenas intenciones de la administración real, reflejadas en los reglamentos para la repoblación, ésta no llego a compensar, ni en los lugares más favorecidos, el número de moriscos expulsados, por lo cual, el Valle del Almanzora se encontraba a finales del siglo XVI casi despoblado. Sin embargo, en los últimos años de este mismo siglo se inicia una lenta recuperación en la expansión demográfica, que alcanzará los primeros años del siglo XVIII, En esta época, Cuevas del Almanzora por pertenecer al partido Judicial de la ciudad de Baza, se la nombra Cuevas de Baza; en el siglo XIX, se la denomina Cuevas de Vera por su dependencia de la ciudad de Vera, y hoy día, una vez conseguida su independencia, Cuevas del Almanzora. Pues bien, desde que Cuevas pertenecía al partido Judicial de Vera, celebra la fiesta de San Antonio Abad, patrono de los agricultores, más conocido por los rabotes (nombre que les dan los patanos, naturales de Vera, a los de Cuevas) por San Antón Abad. Esta fiesta se halla vinculada y alcanzó su máximo esplendor con el fuerte ascenso demográfico que tuvo lugar en esta ciudad a comienzos del siglo XIX, motivado, fundamentalmente, por la intensa actividad minera que se desarrolló en la comarca a partir de 1838, fecha en que se descubrió el filón de plomo argentífero en el barranco del Jaroso. Nació San Antonio Abad, el padre de los monjes, en Coma, hacia el año 250. Al fallecer sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres, y se retiró a un lugar solitario para emprender una vida de anacoreta hasta su muerte, la cual se fija según la tradición litúrgico el 17 de enero, fecha ésta en la que se celebra su festividad. Según la leyenda, su tumba fue descubierta el ata 565 y su cuerpo llevado a Alejandría y luego a Constantinopla (635). El gran obispo San Atanasio, su primer biógrafa, nos presenta a Antonio en la biografía que le consagró, escrita alrededor del ato 360, como una persona extremadamente sencilla, pero, al mismo tiempo, agudo y perspicaz adversario en las controversias con los herejes, y como un labrador egipcio de origen modesto y prácticamente iletrado; con ello, el monacato va a reafirmar, como hará más tarde el franciscanismo en el siglo XIII, esa primacía de las almas sencillas que constituye uno de los aspectos esenciales del mensaje evangélico, frente al orgullo de los Intelectuales, recientemente convertidos, que trasladaban al interior del cristianismo la tradición aristocrática de sus maestros paganos. Es Antonio el iniciador de un amplio movimiento espiritual que se extendió rápidamente por todo Egipto, y después de su muerte por todo el mundo cristiana, Se le consideró el abad, es decir, el padre de los ermitaños; y su doctrina se puede resumir en estas palabras: «Aquel que permanezca en la soledad y el sosiego, se verá librado de tres batallas: la de oír, la de hablar, y la de ver, y únicamente en una lucha se encontrará envuelto: la del corazón». Las normas que estableció Antonio para sus monasterios ofrecen múltiples analogías con la regla de la orden benedictina, sobre la cual ejercieron una gran influencia. El culto popular a San Antonio Abad es hoy día uno de los más difundidos y su festividad ha dado en algunos pueblos, como es el caso de Cuevas del Almanzora, a una manifestación muy peculiar y pintoresca, comenzando los festejos el día 16 de enero. El pruebo enjalbegado, bajo el tibio sol de enero, reluce sobre la aridez de sus tierras yermas, para acoger con júbilo, la alegría y el entusiasmo de los agricultores, anfitriones de esta gran fiesta de San Antón, bajo cuya protección se hallan. Se inician los festejos con el recorrido, de casa en casa, del trono que ha de portar la imagen del santo en la procesión, con el fin de obtener donativos para sufragar los gastos derivados de ella, y los de la f ¡esta profana. El donativo no está estipulado de antemano por la hermandad, sino que se deja a la libre voluntad de los donantes, quienes, según su posición social, contribuyen con mayor o menor cuantía. Al atardecer del mismo día, y en agradecimiento a las dádivas recibidas, aparecen por todo el pueblo los célebres cajeros, hermanos mayores de la hermandad, que provistos de sus mejores galas y cubiertos con capas suntuosas, llevan pendientes del brazo un gran pañuelo (estilo falset) a modo de cesto, lleno de pesadillas, que reparten entre los cuevanos, haciendo las delicias de chicas y mayores; con su llegada una lluvia de copos blancos inunda el pueblo, de la que había que resguardarse, pues las tiraban con tal fuerza y en tal cantidad, que bien podían lesionar al que las recibía. Ya entrada la noche, se llevaba a cabo la quema de grandes castillos de fuegos artificiales en la plaza del pueblo, Estos incluían una parte muy importante y peculiar, que era la denominada «el nombramiento», el cual consistía en informar al pueblo de los fondos recaudados, bien por medio de donaciones hechas a la hermandad a lo largo de todo el año, o bien de los recogidos por la mañana, y quiénes eran los que habían contribuido a ella. Este acto tenla bastante gracejo, ya que un señor de muy buena voz, que hacía las veces de pregonero, se subía al balcón de una de las casas de la plaza, y el pueblo se congregaba debajo del mismo, formando un círculo, para presenciar el espectáculo, produciéndose así una función integradora de todos los estamentos sociales, a la par que familiar. Una vez situados y dispuestos pueblo y pregonero, y conscientes del papel a interpretar, comenzaba la representación de la farsa con un breve y escueto diálogo, que decía así: Pregonero: Señores. En este instante, el diálogo se quebraba por la explosión de un cohete, y la música, secundando su caminar, entonaba un gran pasodoble callejero, que los rabotes, enloquecidos con la acción de su bienhechor, bailaban animadamente en parejas sin distinción de edades ni sexo. y así sucesivamente una y otra vez hasta que se modificaban todas y cada una de las donaciones recibidas. «El nombramiento» al ser tan numeroso, ocasionaba que tanto el pregonero como el pueblo, terminaran agotados y afónicos. Una vez concluida esta parte, tenla lugar la quema del castillo de fuegos artificiales, y como colofón de tan digna representación, el cohete gordo -conocido con el nombre del trueno-, que con su exagerado estallido hacía correr a niños y mayores a sus casas, evitando que sus tímpanos estallaran. cerrando la fiesta del primer día. Podemos considerar «el nombramiento» como un vestigio de las antiguas representaciones que se celebraban en algunas ciudades italianas, pues, como es sabido, ya desde los albores del teatro italiano en lengua vulgar, algunas compañías de laudenses, no sólo cantaban laudes líricos, sino que incluso interpretaban laudes dramáticos, evocadores de algún episodio de la vida de San Antonio Abad. La festividad de Antonio ha dado lugar a formas dramáticas y a originales y verdaderas representaciones sacras en todo el mundo cristiano, El día 17, festividad litúrgico del santo, se dedicaba fundamentalmente a la parte de carácter religioso de la fiesta. Y así comenzaba ésta con el culto de la santa misa con sermón, oficiada por el párroco del pueblo, el cual ensalzaba las virtudes del santo. A ella asistían toda la hermandad, y los hermanos mayores iban provistos de sus cetros y engalanados con sus mejores galas, compradas para ese día. Una vez terminado el oficio divino, los hermanos mayores, junto con el párroco y parte de los componentes de la hermandad, y acompañados por una banda de música, recorren el pueblo hasta llegar al lugar donde se celebra la comida de hermandad, más conocida por la convidá. Por la tarde tiene lugar la procesión con la imagen de San Antón, la cual es de barro policromado, y representa a éste como un viejo con barba larga, apoyado en un bastón, y acompañado de un chinico (cerdo) a los pies, siguiendo la tradición popular que le atribuye protección sobre el cerdo y sobre los animales domésticos en general. El paso es portado a hombros por los hermanos mayores y va adornado, no con flores, sino con frutos propios de la vega, tales como rábanos, coles, mazorcas de maíz, etc., y al chinico le introducen un gran rábano en la boca como símbolo de la fertilidad de la vega cuevana. La procesión recorre las principales calles y plazas del pueblo y el gran acontecimiento, el momento cumbre y trascendental, el clímax, y lo más espectacular de toda esta fiesta, tiene lugar al término de la carrera, cuando la imagen del santo inicia la cuesta de subida, frente al barrio, en el lugar conocido por «el Castillete», antes de recogerse en la ermita del colegio de las hermanas de San Vicente de Paúl; allí, precisamente allí, en el Castillete, surge la gran pelea, pues los maravillosos, hermanos de la hermandad de la Virgen de las Maravillas, que rivaliza en el pueblo con la de los sanantoneros, les salen al paso y comienzan a insultarlos, injuriarles, decirles improperios, que hacen extensivos tanto a San Antón como a la Virgen de las Maravillas; los sanantoneros les responden, entablándose un encarnizado diálogo, cada vez más despiadado, donde la burla, la chanza, el encomio más soez tienen cabida. Y así el pueblo, rompiendo con la monotonía y las normas establecidas del comportamiento social humano, se libera de sus instintos, y de la agresividad acumulada, en ocasiones, durante todo el año, arremetiendo contra todos (iglesia, alcalde, vecinos, parientes, etc.) y todo lo que implique orden, norma, con un fanatismo inefable. Entre los insultos más generales y que cada año se reiteran, hemos de destacar los que hacen mención al aspecto física de San Antón (viejo decrépito, piojoso, etc.) y los relacionados con lo sexual, concretamente los que hacen referencia a la actitud permisivo y depravada de la Virgen de la Maravillas, que, según los sanantoneros, es una fresca casquivana que se entiende con San Antón; y esta creencia está tan generalizada que el pueblo creó una serie de coplillas en las cuales se alude a este hecho, como la que dice: «La Virgen de Maravillas, Esta gran pelea, no sólo era verbal, sino que a veces era corporal, llegándose incluso a las manos. Y es notorio en, el pueblo una riña que hubo, una de estas noches, cuando los ánimos estaban más exaltados, en la que un fanático de la hermandad de la Virgen de las Maravillas dio una bofetada al Santo, y cuentan que andando el tiempo este secar quedó inútil de ese mismo brazo, y, aunque este suceso estuviera motivado por un ataque de reúma, todos pensaban que era un castigo de Dios, debido a su mala acción. Tan célebre llegó a ser esta pelea, que el gran poeta cuevano, José María Martínez Álvarez de Sotomayor, más conocido por los rabotes como don Pepe Soto, plasmó en sus poesías (Romancero del Almanzora) esta tradición tan popular de Cuevas del Almanzora, en la que lleva por titule) «El Santo Nuevo», que dice así: «Si se formara otro lío, |
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