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Los romanos, en su ocupación de la Península Ibérica, dieron el nombre de Oróspeda a una zona bien definida, allí donde nacen los grandes ríos, Guadalquivir y Segura. Junto a éstos nacen otros de menor entidad, el Guadalimar y Guadiana Menor, afluentes del primero, y el Guadalentín. Aquí se produjo una fuerte resistencia de la población autóctona contra el poder visigodo (1). En esta región estaban los límites occidentales de la Cora de Tudmir (Murcia). La Oróspeda fue marca fronteriza entre los reinos cristianos y el nazarita. La zona norte estaba poblada de castillos ligados a la Orden de Santiago y el sur por fortalezas granadinas. Con la conquista cristiana, se produjo la repoblación del territorio ganado (Vélez Rubio y Huéscar) y posterior expulsión de los moriscos (2). Esta zona, situada a una elevada altitud medía, está articulado por las sierras del Segura, La Sagra, María y Moratalla, separadas entre sí por collados, valles y altiplanos. El territorio comprende, aproximadamente, las comarcas de Orcera en Jaén, Huéscar en Granada, Vélez Rubio en Almería, Caravaca en Murcia y Yeste en Albacete. Hacer una síntesis o introducción sobre la cultura tradicional y popular del área es difícil, ya que los estudios etnográficos y antropológicos, están en muchos casas por hacer. Ahora bien, nos basamos en algunas investigaciones. Como señala Manuel Luna, uno de sus estudiosos, se trata de un área de características culturales homogéneas o parecidas, encrucijada del Levante, La Mancha y la Alta Andalucía, aunque similar, sobre todo, desde este punto de vista, a la mayor parte de la región murciana y otras zonas vecinas (3). Hay que decir que, si bien la cultura popular tiene rasgos parecidos en la zona, la complicada geografía, junto con otros factores, hace nacer una serie de subáreas con peculiaridades propias. Sin embargo, en la mayoría de los casos, las barreras geográficas no han impedido la comunidad humana, por la existencia de puertos accesibles, que han facilitado las relaciones de todo tipo entre los valles y altiplanos. Como ejemplo, los matrimonios entre naturales de Puebla de Don Fadrique y de Santiago de la Espada o incluso Nerpio, no han sido raros, a pesar de que dichos pueblos están separados por sierras. El centro económico más importante del territorio es Caravaca, hacia donde se dirigen muchas de las relaciones comerciales del área, y donde secularmente se han producido muchos de los intercambios humanos y culturales que han irradiado a su zona de influencia. Con todo, no hay que olvidar la atracción que ejercen las cabeceras de comarca sobre los pueblos de su más directa influencia. Ni la de otros núcleos fuera del área, pero con su peso en ciertas zonas. Es el caso de Hellín, Lorca, Baza, y Beas de Segura. Consecuencia de esta es la existencia, en anillo exterior, de territorios con conexiones humanas y culturales con el área.
Como en otras
zonas
de características
parecidas, la intrincada geografía,
junto al aislamiento de las capitales provinciales y la escasez de
recursos
y servicios, condicionado esto último por el tipo de
hábitat,
ha producido recientemente una fuerte emigración. Nos
encontramos
un tipo de hábitat de núcleos muy diseminados, en la
Cuenca
Alta del Segura, con numerosas aldeas (pedanías) y
pequeños
cortijos, que conforme nos vamos dirigiendo hacia el sur y este, y a
medida
que el clima va cambiando y haciéndose más seco, ya en
los
altiplanos, disminuyen en cantidad y dan paso a núcleos de
población
mayores. Estas condiciones del hábitat son favorecidas,
además
de por el clima, por la geografía y la historia (4).
Son precisamente, los núcleos pequeños y medianos los que
más han sufrido la emigración, despoblación en
muchos
de los primeros, y reducción, en algunos casos, de más
del
cincuenta por ciento de la población, en los segundos. Las hablas locales Aunque cada subárea y localidad tiene sus peculiaridades propias, resultado de varios factores, como son las características de los grupos humanos repobladores, las influencias autóctonas y vecinas, o incluso la geografía y el clima, según los estudios de varios lingüistas y entre ellos Manuel Alvar, el área estaría incluida en el dominio dialectal del murciano (5).
Como se aprecia
en
el mapa
(a), no se dan en la zona ninguno de los fenómenos
fonéticos
más específicamente andaluces. Desde el punto de vista
del
léxico agrícola, en el marca andaluz, su territorio
correspondiente
de la zona, pertenece al área léxica A, que se
caracteriza
por ser el área donde son más numerosas los orientalismos
(aragonesismos, catalanismos y murcianismos) (6).
Según
algunas autores, dicha área, referida ya al léxico
global,
no sólo agrícola, es una prolongación de Murcia,
con
cuyo léxico presenta una semejanza tan grande que casi llega a
la
identidad (7).
Algún lingüista cree
que
esta área es aún más extensa y habría que
incluir
todo el NE de Jaén, la tierra de Baza, y el Valle del Almanzora
y SE de Almería, aproximadamente (8). En
el mapa
(a), vemos la cierta coincidencia entre la fonética y las
áreas
léxicas, apunte de áreas dialectales y
etnográficas.
La relación existente entre estos dos últimos
términos,
ya fue puesta de manifiesto para Andalucía, por Luis de Hoyos y
Nieves de Hoyos en un trabajo clásico sobre etnografía
española (9). La vivienda En un comentario sobre la edición de los tres primeros tomos del Atlas lingüístico-etnográfico de Andalucía (10), J. Caro Baroja señalaba que el análisis cuantitativo estadístico de los elementos culturales había sido despreciado en exceso, al no dar resultados definitivos en los estudios antropológicos (11). A modo de necesaria aproximación a las formas, a continuación se apuntan, empezando por la vivienda, algunos de dichos elementos.
La vivienda rural suele recibir la denominación de cortijo, aunque hacia el este aparece mezclada con la de casa y caserío. En realidad tiene pocos puntos de contacto con el cortijo bético, sin embargo el influjo de la casa murciana es patente. El tipo más extendido suele ser de planta rectangular. Para su construcción se levantan cuatro gruesos muros y una pared maestra axial, que divide al plano en dos cuerpos paralelos. Esta pared se realiza más alta que los muros, con el objeto de ser soporte del tejado a dos aguas. Cuando la casa tiene dos pisos, la primera planta se techa por el sistema de bovedillas («revoltones»), quedando los maderos («rollizos») que las soportan, a la vista. El entramado para la cubierta del tejado se realiza con materiales más ligeros. A continuación se colocan las tejas árabes. Finalmente se hacen las subdivisiones internas y el acabado externo (12). Las dependencias accesorias suelen tener los tejados a una sola agua. Los materiales más frecuentes en la construcción son la piedra, el barro, la madera de pino y el yeso, Con menos asiduidad también aparece el «tapial» y el ladrillo (13). En general encontramos los cortijos más grandes en los altiplanos, siendo la mayoría de ellos de dos plantas. El yeso con que se suelen recubrir queda muchas veces al descubierto, cuando no se encalan («enjalbegan»), o se hace parcialmente, sólo los marcos de las puertas y ventanas, siendo ésta una característica muy murciana (14). En las sierras del norte son frecuentes las construcciones con muros exteriores en piedra «viva». Aunque hoy está bastante extendido el encalado. La casa popular urbana, en el aspecto constructivo, es muy parecida a la casa rural, sin embargo guarda mayor heterogeneidad en su distribución externa y sus dimensiones, dependiendo de su funcionalidad y el poder económico de sus moradores. En general una casa de un agricultor medio suele tener dos o tres plantas. La cocina normalmente se encuentra en la planta baja comunicando con el corral. Los graneros en cambio, frecuentemente están en la última planta («cámaras»). La vivienda
troglodita se halla sobre todo,
en el Alto Guadiana Menor, en la zona de Huéscar. Según
Barberán (15),
este tipo de hábitat, se desarrolló en dicho territorio
en
el siglo XIX, como consecuencia de la irradiación que ejercieron
las vecinas áreas de Guadix y Baza, donde existían
antecedentes
cueveros importantes antes de aquel siglo. Instrumentos agrícolas El tipo de arado es el radial levantino, extendido desde el dominio catalán-valenciano y a través de Murcia (16). De dicha procedencia son también las denominaciones teniya y esteva de dos de sus partes. Todavía hoy es utilizado en las sierras, con refuerzos metálicos. En lo que se refiere al tipo de trillo, en las zonas montañosas, se haya uno pequeño de cuchillas y serretas, denominado frecuentemente «alpargatero», en algunos lugares además lleva pedernales. Del catalán, también, viene la palabra «garbillo» con la que se designa a la zaranda de esparto. Para cavar se utilizan el azadón y el «escavillo». En cuanto a instrumentos de transporte, ya han dejado de utilizarse los «pértigos», carros adaptados para transportar madera, así como las «ajorraeras» y las narrias. En cambio todavía está vivo el carro del tipo catalán, extendido por amplias zonas en el siglo pasado, muestra del poco arcaísmo que en general manifiesta el área en cuanto a aperos agrícolas. En los altiplanos eran utilizadas las «gavetas» para transportar paja. Las jamugas son de formas rectas y paralelas. Aún se siguen utilizando diferentes tipos de cestos de esparto como la «sembraera», los «capachos», «cestos machos», etc. cada uno con su finalidad. Las medidas son la medía fanega, la cuartilla y el medio celemín. En otro apartado
del
utillaje, es muy común
un tipo de cántaro de base reducida y de dos asas, que
encontramos
también en Murcia y Levante (17). Economía y oficios Las fuentes de riqueza principales son la agricultura, la ganadería y los montes. En el siglo XIX, grandes extensiones de tierras cambiaron de propietarios, bien por compras directas o a través de las desamortizaciones. Como lo económicamente rentable era la roturación de los montes, por dos razones, la venta de la madera y la explotación cerealística, se atrajeron a un buen número de inmigrantes, levantaos y albaceteños principalmente, con este fin (18). En la zona más alta del Río Segura, todavía existe un camino llamado «senda de los Hornillos», ya que los colonos solían llevar un «hornillo» como único equipaje. Las tierras, libres en un principio, fueron deslindadas, pasando a manos de sus propietarios (el estado o particulares), quedando los colonos con pequeñas extensiones, de aparceros o jornaleros (19). En los altiplanos predomina el latifundio, siendo grande el número de jornaleros, aunque lo es también el de pequeños propietarios. En las sierras del Segura hallamos una explotación agraria en pequeñas «huertas» de regadío y secano olivarero, mientras que en los altiplanos predomina el secano ceralístico junto a pequeñas zonas de regadío, adyacentes a los cursos fluviales. En algunas áreas, los almendros son un importante factor económico. El cultivo del cáñamo adquirió relevancia en Caravaca y Galera, lugares éstos en donde era utilizado por cordeleros y alpargateros. La cogida de esparto consumía mucha mano de obra en las zonas más esteparias. Como complemento económico se producían migraciones temporales, para realizar distintas faenas agrícolas, principalmente a las vecinas regiones murcianas y a la Mancha. En cuanto a la ganadería, un aspecto característica del área es la explotación de la oveja «segureña», raza autóctono. Aunque muy extendía por toda la zona, las Altas Sierras del Segura han sido tradicionalmente importantes focos de explotación, en régimen extensivo y trashumancia de invierno generalmente a Sierra Morena (20). Asimismo era importante la explotación del ganado mular, sobre todo en el Altiplano la Sagra-María. En esta zona se excavan «charcos», en terrenos impermeables, con la función de abastecer de agua al ganado. Tenadas a porches (establos), arceras y picotes (cencerros), antiparras (perneras), hatajos y chabolas son una pequeña muestra del nutrido y variado vocabulario pastoril. Los montes eran una importante fuente económica. Pueblos como Elche de la Sierra, Yeste, Siles, Segura de la Sierra, Puebla de Don Fadrique o Moratalla han tenido en la madera un recurso remarcable. Los «aserraores», cono los demás oficios, tenían sus ciclos a los cuales se adaptaba la forma de vida. Los de la Puebla dividían el año en cuatro épocas, separadas por las fechas de Feria, Pascua, Semana Santa y San Juan. Cuando llegaban a la sierra la engancharse al clavo», se sorteaban los «tronzones» y cada «cuadrilla» se instalaba en la demarcación que la había tocado. A continuación se levantaban los «chozos», resistentes al frío y la ventisca. La faena duraba tres o cuatro meses, durante los cuales cada ocho días llegaba el «hatero» con las provisiones (21). Periódicamente realizaban emigraciones temporales a las explotaciones madereras de Soria. Asimismo estaban asociadas al monte, las actividades de los carboneros, peleteros y pegueros (fabricantes de alquitrán). En los núcleos de población mas grandes numerosos oficios mantenían pequeñas industrias, muchas de ellas artesanales: alfareros, cuchareros, alpargateros, tejeros, horneras, molineros, albardoneros, talabarteros, zurradores, apartadores de lana, etc. Aunque también existieron industrias mayores. Huéscar llegó a ser una ciudad industrial, en los tiempos en que sus lavaderos de lana, dirigidos por genoveses, ocupaban a 3.000 hombres (22). Las tejedoras de Nerpio, los vidrieros y cuchareros castilleños (23), los alpargateros caravaqueños o velezanos, los aserradores poblatos, han dejado paso a nuevas relaciones y formas de producción. Por último,
es destacable la tradicional
actividad comercial, principalmente con levante. Creencias y ritos: las ánimas En la vertiente de la cultura popular de las creencias y ritos, el concepto de las ánimas surge frecuentemente en el área. No era raro el pensamiento de que los familiares difuntos, en ciertas circunstancias, se aparecían. Ni tampoco lo eran las historias contadas por viejas, en las frías noches de invierno, sobre ánimas en pena, como la leyenda de la Cruz de Animas de Elche de la Sierra. Según cuentan en el pueblo, el día de difuntos por la noche, éstas suben, portando hachones, al Monte de la Cruz; si no se quiere correr el riesgo de morir en ese mismo año, habrá que evitar salir de casa en tal noche (24).
Las cuadrillas y hermandades de ánimas han sido estudiadas en la región, principalmente, por M. Luna (25). A grandes rasgos, dichas hermandades o cofradías, para cumplir sus fines, entre otros, ofrecer cultos y sufragios por las almas de los difuntos (26), absorbieron a grupos de músicos con contenido profano y popular previo, con el objeto de que ayudaran a recabar fondos, y al .mismo tiempo atraer a las gentes a la iglesia (27). Así nacieron las cuadrillas de ánimas. Estos grupos están formados por músicos que, con instrumentación peculiar del área, piden por las ánimas, a través de las coplas «animeras». Allí donde no existía hermandad eran contratadas por el párroco. También solían tocar, en fiestas, música popular de la zona. Asimismo, nos encontramos con otras figuras, que, bien asociadas con las cuadrillas o de forma independiente, cumplen la misma función petitoria. Este es el caso de los Cascaborras, los Inocentes y el Tío del Pello. Como muestra, a continuación hablaremos un poco de las cuadrillas de la falda de la Sierra de la Sagra. Al pie de la montaña existían dos «espacios de vecindad» o agrupaciones de cortijos: Cortijos Nuevas y Campofique, dependientes en lo religioso de la ermita de las Santas. Cada una de estas entidades contaba con la correspondiente cuadrilla, con su zona de influencia perfectamente delimitada. Principalmente era en fechas navideñas cuando dichos grupos tenían más actividad. En estos días los dos cascaborras, uno por cada cuadrilla, recogían sus indumentarias coloristas en la ermita, a continuación los grupos de músicos iban de cortijo en cortijo formando las «majás», reuniones festivas en las que se realizaban bailes por pujas. Se finalizaba al grito de ¡vivan las ánimas!, y a continuación se recogían los regalos y limosnas. En general las
cuadrillas han desaparecido
de los núcleos de población más pequeños
debido
a la despoblación. Lo mismo ha sucedido, hasta hace poco, en los
más grandes a causa de la existencia de nuevas formas de
comunicación (28),
aunque en estos últimos recientemente se ha producido una
revitalización,
una vez perdido su carácter ritual, como corroboran las
reuniones
de cuadrillas de Hellín, Barranda y Vélez Rubio, En
cambio,
su continuidad no se ha visto rota en los pueblos medianos, verdaderos
reductos culturales. Tanto despliegue en ritos y creencias sobre este
concepto
parece probar cierta pervivencia de un ancestral culto a los muertos en
el contexto de los pueblos ibéricos. Ciclo festivo Siguiendo con las fiestas navideñas, en Vélez Rubio sale la comparsa de Los Pastores, los cuales portando grandes sombreros adornados, realizan bailes simbólicos delante de los belenes. Pasada la pascua, ya estamos cerca de las fiestas de San Antón, bastante extendidas en el área, como en otras zonas vecinas manchegas y andaluzas. En dichas fechas, se realiza la popular rifa del «marrano»; petardos y «carretillas» se adueñan de las calles de algún pueblo. En tiempo de carnaval, las máscaras o mojigangas permiten una vez al año el anonimato. La semana santa tiene una especial relevancia en la zona; sus características formales son más murcianas que andaluzas. A primeros de mayo, Caravaca celebra sus festejos de moros y cristianos; en ellos se realiza la «carrera de los caballos del vino», junto con otros ritos como los baños sucesivos de la cruz en agua y vino. También es ésta época de romerías. Huéscar y Puebla celebran la de las Santas (29). En la vertiente norte, en Yeste, se realiza la romería de San Bartolomé; los romeros en su marcha a la ermita portan cuatrocientas «luminarias». Por el verano se celebran las fiestas del toro en varias localidades: Siles, Liétor, Santiago de la Espada, Castril... En ellas se realizan los populares «encierros» y «lanceos». En algunas
fiestas,
las formas y nombres dejan
entrever, como atestiguan los datos históricos y algunos
apellidos,
la influencia navarra y aragonesa, extensible a otros rasgos de la
cultura
popular, en los que se encuentran paralelismos con las regiones antes
indicadas.
Como era de esperar es con las regiones vecinas con las que hallamos
las
mayores coincidencias. Las leyendas: Las Encantás En el capitulo
de la
mitología popular,
destacan las historias de «encantás», La
versión
de Nerpio habla de la existencia de una mujer encantada, muy bella, que
no se deja ver más que en el día de San Juan. Cuando va a
salir el sol presenta un ovillo de algodón, aquél que
consiga
deshilarlo sin romperlo se quedará con la muchacha (30).
Las versiones de Elche de la Sierra y Huéscar coinciden en que
la
morada de la encantada es una cueva natural, existente en sus sierras,
y también en que se cuida los cabellos con peine de oro. Estos
dos
aspectos son comunes en algunas historias de
«lamiñas»
vascas (31). En
Orcera estas leyendas son
igualmente
populares. Otros rasgos Siguiendo con otra tipo de creencias, debido a las circunstancias del nacimiento, un individuo puede tener una «gracia» que le otorga la capacidad de curar enfermedades a personas a animales de labor, son los «saludadores» (32). A principios de siglo se le imputaban muchas curaciones a la tía Telesfora, de Cañada de la Cruz (33). En las sierras, el aislamiento de las pequeñas aldeas traía consigo un régimen de endogamia que se traducía en que muchos de los habitantes de la montaña guardaran algún parentesco. Como consecuencia y como señala G. Ripoll (34), el tratamiento que se prodigaba era el de «hermano» o «tío». Este último apelativo viene a ser un reconocimiento o consagración, debido a la edad alcanzada. Los notes son muy abundantes, los cuales en muchas ocasiones son heredados de los antepasados. Los trajes tradicionales por las características del clima son homotermos; los de gala llevan gran profusión de bordados, principalmente con motivos florales. En la música tradicional del área, hallamos la influencia de las regiones vecinas, como en el caso de la seguidilla manchega y el fandango andaluz, junto a algunas formas autóctonas. En la toponimia de la Oróspeda predominan las raíces ibéricas (35). En cuanto a la antropología física, destaca la existencia de un foco de dolicocefalia acusada, en las Sierras del Segura (36), posiblemente como consecuencia del aislamiento, por las características geográficas, de algún grupo «mediterráneo». En general, en
las
descripciones comarcales
se suele insistir en las peculiaridades de las zonas en sus marcos
provinciales
y regionales. Hoy la creación de revistas, sociedades culturales
y otras iniciativas intentan paliar cierto abandono secular en lo que a
ellas les concierne.
(1) Se puede consultar cualquier obra sobre historia de España, suficientemente exhaustiva, en el capítulo de las conquistas del rey Leovigildo. (2) Esta zona fue cedida en 1495 a D. Luis de Beaumont, Condestable de Navarra, a continuación fue dividida en señoríos. Ver: J. A. Tapia Garrido, «La primera iglesia y los primeros cristianos en Vélez Rubio», Revista Velezana, nº 2: 35; y V. González Barberán, «Generalidades históricas sobre la comarca de Huéscar», La Sagra, nº 0: 7. (3) Algo habla sobre ello M. Luna Samperio en «La música tradicional y popular en la provincia de Albacete», Boletín Informativo Cultural Albacete, nº 15: 5. (4) Debido a la estructura de la propiedad de la tierra, predominantemente latifundista en esta zona, como consecuencia de la creación de señoríos. (5) Manuel Alvar, «Estructura del léxico andaluz», Boletín de Filología de la Universidad de Chile, XVI, 1964: 10; J. García Soriano, Vocabulario del dialecto murciano. Madrid, 1932: 13. (6) J. Fernández-Sevilla, Formas y estructuras del léxico agrícola andaluz. Madrid, CSIC, 1975: 448 y 474. (7) A. Llorente Maldonado de Guevara, «Coincidencias léxicas entre Andalucía y el Valle del Ebro», Archivo de Filología Aragonesa, XXXVI-XXXVII, 1986: 355. (8) Ibídem. (9) Dividían en lo espiritual, etnográfico y folclórico, a Andalucía en tres zonas, correspondientes a las áreas de ceceo, seseo y «hablar castellano» en: L. de Hoyos Sainz y N. de Hoyos Sancho, Manual de folklore, la vida popular y tradicional. Madrid, 1947: 533. (10) Manuel Alvar (con la colaboración de A. Llorente y G. Salvador), Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía, Granada (seis tomos publicados a partir de 1961). (11) J. Caro Baroja, «Notas de libros (Comentario al Atlas lingüístico de Andalucía)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XXI, 1965: 435. (12) J. Moreno Sánchez, «El hábitat rural en el Altiplano La Sagra-María», Revista de Estudios Geográficos, nº 123: 291-352. Madrid. (13) Ibídem (Estructura de la casa). (14) Ibídem: 332. (15) V. González Barberán, «Las cuevas, sus barrios y su origen en nuestra tierra», La Sagra, nº 4 y 5, Huéscar; C. Asenjo Sedano, Las cuevas de Guadix, fascículo 59, Caja General de Ahorros de Granada. (16) Wilhelm Giese, «Elementos de cultura popular al Este de Granada», Boletín de la Universidad de Granada, nº: pág. 140, (El arado de Baza es de este tipo). (17) Ibídem: 128. (18) V. González Barberán, op. cit.: 7 y 10. (19) J. L. González Ripoll, «Los Hornilleros» (novela). Madrid, Plaza y Janés: 6. (20) I. Quesada Menduiña, La Sierra del Segura, fascículo 60 de la Obra Cultural de la Caja de Ahorros de Granada, pág. 2. (21) J. L. González Ripoll, Narraciones de caza mayor en Cazarla, p. 42 y 43. León, Everest, 1985. (22) Garzón Pareja, «Los señoríos del Reino de Granada», Boletín de la Real Academia de la Historia, nº: 602. (23) V. González Barberán, «Datos históricos sobre los vidrios de Castril», La Sagra, nº 6, Huéscar. Alejandro del Moral, «La artesanía de cucharas de madera de Castril», Gazeta de Antropología, nº 5: 63-70. (24) J. García Templado y S. de los Santos Gallego, Albacete, León, Everest, 1974: 92. (25) M. Luna Samperio ha publicado varios trabajos sobre el tema: «Los animeros de la Sierra», Al-Basit, nº 0: 62-68, Albacete, 1975. Cuadrillas de hermandades, Editora Regional de Murcia, 1980. También el coleccionable del diario La Verdad de Murcia: «Cuadrillas y Hermandades», 1985. (26) M. C. Muñoz Rebedo, «La Cuadrilla de Ánimas de Vélez Rubio (Almería)»,Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, nº XVIII, 1962: 531. (27) C. Muñoz Sánchez, F. Fuentes Blanc y M. Ruiz Martínez, «Las animeras en Caravaca», Revista Argos, I. M. C. de Caravaca de la Cruz: 21. (28) Ibídem: 28. (29) J. A. González Alcantud, «Las Santas (Huéscar). Territorio y símbolo religioso», Gazeta de Antropología, nº 4, Granada, 1986. (30) Pilar Bris, «Algunas leyendas y creencias de Nerpio», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo 1, año 44-45: 773. (31) J. Letona Arrieta, «Etnografía de Garagarza (Mondragón)», Anuario de Eusko-Folklore, Tomo 28, 1979: 43. (32) M. Ruiz-Funes García, Derecho consuetudinario de la provincia de Murcia, Madrid, 1916: 31. (33) J. L. González Ripoll, última op. cit.: 58. (34) J. L. González Ripoll, Ibídem: 6. (35) J. García Soriano, Vocabulario del dialecto murciano, Madrid, 1932: XXXVI. (36) Arturo
Valls, La
antropología: ver mapa sobre el índice
cefálico
en España. |
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